30 lunes
Blanco
SEXTA FERIA
DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD,
MR p. 168 [182] / Lecc. I p. 439
ANTÍFONA DE ENTRADA Sab 18, 14-15
Cuando un profundo silencio envolvía todas las cosas y
la noche estaba a la mitad de su camino, tu Palabra todopoderosa,
Señor, bajó desde el trono real del cielo.
Se dice Gloria.
ORACIÓN COLECTA
Concédenos, Dios todopoderoso, que, viéndonos sujetos a
la antigua esclavitud bajo el yugo del pecado, nos libere el nuevo
nacimiento según la carne de tu Unigénito. Él, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de
los siglos.
PRIMERA LECTURA
[El que hace la voluntad de Dios tiene vida eterna.]
De la primera carta del apóstol san Juan 2, 12-17
Les escribo a ustedes, hijitos, porque han sido perdonados
sus pecados en el nombre de Jesús. Les escribo a ustedes, padres,
porque conocen al que existe desde el principio. Les escribo a ustedes, jóvenes, porque han vencido al demonio. Les he escrito a
ustedes, hijitos, porque conocen al Padre. Les he escrito a ustedes,
padres, porque conocen al que existe desde el principio. Les he
escrito a ustedes, jóvenes, porque son fuertes y la palabra de Dios
permanece en ustedes y han vencido al demonio.
No amen al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en
el mundo: las pasiones desordenadas del hombre, las curiosidades
malsanas y la arrogancia del dinero, no vienen del Padre, sino del
mundo. El mundo pasa y sus pasiones desordenadas también. Pero
el que hace la voluntad de Dios tiene vida eterna. Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL del salmo 95
R. Alaben al Señor, todos los pueblos.
Alaben al Señor, pueblos del orbe, reconozcan su gloria y
su poder y tribútenle honores a su nombre. R.
Ofrézcanle en sus atrios sacrificios. Caigamos en su templo
de rodillas. Tiemblen ante el Señor los atrevidos. R.
“Reina el Señor”, digamos a los pueblos. Él afianzó con su
poder el orbe, gobierna a las naciones con justicia. R.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO
R. Aleluya, aleluya.
Un día sagrado ha brillado para nosotros. Vengan, naciones,
y adoren al Señor, porque hoy ha descendido una gran luz sobre la
tierra. R. Aleluya.
EVANGELIO
[Ana hablaba del niño a los que aguardaban la liberación de Israel.]
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel,
de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había
vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad.
No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios
con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo
para la presentación del niño), se acercó Ana, dando gracias a Dios y
hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía
la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El
niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la
gracia de Dios estaba con él. Palabra del Señor.
REFLEXIÓN: La ley judía requería la presencia de, al menos, dos testigos para garantizar la autenticidad de un hecho importante. Simeón y Ana expresan
aquí la larga espera de los «pobres del Señor» que –a lo largo de los siglos (Cfr. Miq 2, 12-13)– aguardaban la
salvación. La profetisa Ana reconoce a Jesús como el
Mesías y, por ello, no duda en glorificar con gran entusiasmo al Señor. Ella y Simeón son figura de las almas
humildes y sencillas que el mundo normalmente desprecia o ignora. A éstas Dios suele revelar los secretos
que, en cambio, permanecen ocultos a los engreídos y
orgullosos (Cfr. Mt, 11, 25).
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta benignamente, Señor, los dones de tu pueblo, para
que recibamos, por este sacramento celestial, aquello mismo que el
fervor de nuestra fe nos mueve a proclamar. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Prefacio I-III de Navidad, pp. 488-490 [489-491]
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Jn 1, 16
De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor Dios, que nos unes a ti al permitirnos participar en
tus sacramentos, realiza su poderoso efecto en nuestros corazones,
y que la misma recepción de este don tuyo nos haga más dignos de
seguirlo recibiendo. Por Jesucristo, nuestro Señor.