1- La celebración de un sínodo diocesano pone en movimiento a todos los integrantes de una Iglesia particular para caminar juntos, movidos por el mismo Espíritu, rumbo a la consecución de una meta común, que no puede ser sino el establecimiento del Reino de Dios en el lugar y en el tiempo concreto de la diócesis.
Fundamento bíblico
2- Es muy importante constatar que, en el Nuevo Testamento, la Iglesia nunca se nos presenta como una realidad de puras ideas o de puros sentimientos interiores. Se nos presenta más bien como un grupo humano, de gentes reunidas en un lugar concreto para escuchar la Palabra de Dios, para celebrar la fe común y para vivir en forma comunitaria las exigencias de la caridad, de la justicia y de la comunión. En este sentido, es clave recordar el comienzo de la Iglesia en Pentecostés. Ese día, San Pedro anunció la resurrección de Cristo a los que lo rodeaban; luego se bautizó a los que creyeron y, posteriormente, se les admitió a participar en el banquete eucarístico. Esta experiencia origina el compromiso de vivir una vida de fraternidad y de caridad sinceras (Hch 2). Estamos ante el nacimiento de una Iglesia particular: la de Jerusalén; una Iglesia que servirá de modelo en el establecimiento de otras Iglesias.
3- Este es el modelo que se realizará luego en Corinto, en Filipos, en Colosas, etc. Cuando San Pablo habla de Iglesia de Dios, no se refiere a una unión de personas existente sólo en la mente de un observador. Para él la Iglesia es la comunidad de hermanos donde se confiesa una misma fe, donde se ora en común, donde se celebra la Eucaristía como signo de comunión (1 Cor 11, 17ss). En la Iglesia se reciben y se ejercen los carismas que el Espíritu regala para beneficio de todos (1 Cor 12). En ella se debe vivir la caridad, como compromiso que lleva a compartir lo que tenemos (2 Cor 8).
4- Pablo habla de Iglesias, dando a entender con ese plural que la única Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas y cada una de las Iglesias particulares, y que éstas no son simples partes o unidades administrativas de un todo, sino actualización de la Iglesia universal, por el Espíritu Santo, que congrega en la unidad fundamental y que da a cada Iglesia su legítima diversidad.
Enseñanzas del Concilio Vaticano II
5- Entre los diferentes textos conciliares hay algunos singularmente significativos: "Los obispos son el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal; en ellas y por ellas existe la una y única Iglesia católica" (LG, 23). "La diócesis es una porción del pueblo de Dios que se confía a un obispo para que la apaciente con la cooperación de los presbíteros, de forma que unida a su pastor y reunida por el Espíritu Santo, por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo que es una, santa, católica y apostólica" (CD, 11).
6- De estos textos conciliares es posible entresacar algunas enseñanzas básicas: la Iglesia particular o la Iglesia diocesana aparece como una manifestación plena de la Iglesia de Dios que, sin embargo, debe estar abierta a la comunión con otras Iglesias particulares. La Iglesia universal no resulta de la suma de las Iglesias particulares, sino que más bien se realiza en ellas. La Iglesia particular no es simplemente una parte de la Iglesia universal, sino su manifestación y actuación.
7- Con estos datos que nos aporta la Revelación y el Magisterio obtenemos los elementos teológicos que definen los perfiles de una Iglesia particular: la presencia y actuación del pueblo de Dios en un lugar determinado, la convocación por el Espíritu a través de la predicación del Evangelio y la celebración de la Cena del Señor, y la unidad visible por el ministerio del obispo. Estas características han estado presentes en las diferentes etapas de nuestros trabajos sinodales, acrecentando nuestra fidelidad y definiendo nuestras urgencias pastorales. Vale la pena profundizarlas y descubrir sus exigencias.
La Iglesia diocesana es actuación del único
pueblo de Dios en un lugar determinado
8- Por ser la Iglesia signo de la encarnación de Cristo, ella debe concretizarse, haciéndose visible, palpable, verificable a los ojos de los hombres que buscan la salvación. Así, en un lugar determinado, debe ser posible comprobar la acción invisible del Espíritu que, a través de hombres concretos, sigue transformando el mundo y la historia (AG, 10). Así, la Iglesia se hace signo visible y eficaz del amor de Dios que aquí y ahora evangeliza a los hombres.
9- A la luz de esta dimensión, nuestra Iglesia diocesana ha de revisar siempre sus prioridades pastorales, para descubrir si está respondiendo con eficacia y responsabilidad a la urgencia de evangelizar esta cultura nuestra, esta historia nuestra; para ver si efectivamente asume las esperanzas de nuestro pueblo, a quien tiene que hacer creíble el mensaje del Evangelio (EN, 53.62-63). A la luz de esta dimensión, debemos revisar también si estamos viviendo en forma verificable las exigencias de la comunión eclesial, que nos pide la disponibilidad para el servicio comprometido y eficaz. La comunión es unión de corazones para vivir la caridad con todos.
10- Por ser nuestra Iglesia diocesana una verdadera Iglesia completa y no una simple parte administrativa, debe ser creativa en la elaboración de sus propias respuestas a los retos que la evangelización le plantea aquí y ahora. No podemos contentarnos con repetir tranquilamente modelos importados o estilos que pudieron tener su validez en otro tiempo o en otro lugar, pero que hoy resultan ineficaces.
La Iglesia diocesana recibe vida del Espíritu Santo a través de la predicación del Evangelio y de la celebración de la Eucaristía
11- Dice el Concilio Vaticano II: "Las Iglesias locales son, en un lugar, el pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud. En ellas se congregan los fieles para la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor para que, por medio del Cuerpo y de la Sangre del Señor, quede unida toda la fraternidad" (LG, 26).
12- El Espíritu Santo es el principio interior de la Iglesia. Él es fuente de la unidad y de la diversidad. Él enriquece a la Iglesia con multitud de carismas y ministerios. Por Él podemos llamar a Dios como Padre y confesar a Jesús como Señor. Él da eficacia a los sacramentos de la Iglesia. Por Él, la Palabra de Dios nos congrega y nos reafirma en la esperanza.
13- La Eucaristía es el sacramento primordial de la unidad de la Iglesia (1 Cor 10,16-17). Allí donde se celebra la Eucaristía, allí se hace presente la Iglesia. La Eucaristía tiene lugar en un espacio concreto; une a hombres concretos para que vivan en la práctica la caridad solidaria. Porque todos juntos celebramos la Eucaristía, juntos nos hemos de comprometer a ser promotores de la reconciliación y de la paz.
La Iglesia diocesana recibe unidad visible
por el ministerio pastoral del obispo
14- El Código de Derecho Canónico afirma: "Sólo puede convocar el sínodo el obispo..." (CDC, 462); y dice también que el obispo es el que preside por Derecho el Sínodo diocesano. Estas afirmaciones expresan no sólo una verdad jurídica, sino también teológica. Porque si bien el Espíritu es la fuerza unificadora de la Iglesia diocesana, el obispo es el principio de su unidad visible y de su dinamismo apostólico. El es como la personificación de la Iglesia particular. Así lo expresaba San Ignacio de Antioquía en el siglo II cuando decía que ver al obispo, entrar en comunión con él y recibirlo a él, era como hacerlo con la Iglesia a la que él servía sacramentalmente. El obispo es el testigo de la fe para su comunidad; es el celebrante principal de la Eucaristía y su presidente nato. El es el centro de comunión en la Iglesia local; a él le corresponde la coordinación de la multitud de carismas y ministerios que el Espíritu regala a los individuos y a las comunidades.
15- En la celebración de un Sínodo diocesano la presidencia episcopal significa la garantía de unidad con la Iglesia de Cristo. En el obispo, unido al Colegio Episcopal y a su cabeza, el Papa, nos abrimos a la catolicidad y evitamos el riesgo de encerrarnos en nosotros mismos, creyéndonos autosuficientes y separándonos de la totalidad. Durante la celebración del período sinodal, nuestra diócesis ha estado llamada a reafirmar los criterios superiores del Espíritu, que nos unifica en comunión interior y exterior. Ha revisado con valentía su ser y su quehacer de Iglesia, buscando su propia identidad. Dentro de la realidad social, ha sido invitada a vivir la fraternidad y el espíritu de obediencia creativa a Cristo, Pastor Supremo, que nos conduce por el ministerio de nuestro obispo.