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Plan de Pastoral
VI Plan de Pastoral (En línea)
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Juzgar con los criterios del Hijo
Iluminación de la realidad
36. En la metodología participativa, el marco doctrinal
es el conjunto de principios que tienen su
fuente en la Revelación, la Tradición de la Iglesia y
el Magisterio, para responder, de manera crítica, a
la realidad social y eclesial, que después de ser analizada,
nos urge a que sea transformada. En otras
palabras, el marco doctrinal determina cómo debe
ser la Iglesia, el hombre, la sociedad y el mundo según
el proyecto de Dios y, por ello, determina hacia
dónde queremos ir, es decir, busca señalar el futuro
deseable a donde queremos llegar, el modelo pastoral
que queremos construir. Proyecta, pues, el futuro
deseable para ser seguido por la acción pastoral.
¿Cómo evangelizar hoy?
37. El Concilio Vaticano II nos ha puesto en un
estado de renovación eclesial a partir de la identidad
de la Iglesia y su misión en el mundo contemporáneo.
El Papa Paulo VI, en la exhortación
postsinodal Evangelii Nuntiandi, en sintonía con el
Concilio y con una clara conciencia de la misión de
la Iglesia en el mundo, así como con una valentía
profética, plantea tres preguntas acuciantes sobre
el tema de la evangelización en la actualidad: «¿Qué
eficacia tiene en nuestros días la energía escondida
de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente
la conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y cómo
esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente
al hombre de hoy? ¿Con qué métodos hay
que proclamar el Evangelio para que su poder sea
eficaz?» (n. 4). Preguntas que podemos ampliar un
poco más, conforme al marco de nuestra realidad:
¿En este momento de la historia de nuestra Arquidiócesis,
los pastores, los religiosos(as) y los laicos
de la Iglesia estamos anunciando el Evangelio con
eficacia? ¿Qué significa anunciar el Evangelio en
nuestra sociedad posmoderna, liberal, capitalista
y consumista? ¿Cuál es el papel de la Iglesia en el
contexto secularista y posmoderno? ¿Cómo anunciar
el Evangelio en medio de un ambiente de pobreza,
violencia e inseguridad?
38. La validez actual de las preguntas del Papa
Montini es incuestionable; su pertinencia, su plausibilidad
y su profetismo son indiscutibles. En la
respuesta a estas preguntas está la posibilidad de
hacer presente el Reino, es decir, el anunciar y vivir
el Evangelio de forma nueva aquí y ahora a través
de la Misión Continental. La planeación pastoral
no tiene otra finalidad que la de evangelizar en el
momento histórico en el que nos toca vivir. En
cuanto que se trata de un nuevo contexto, hablamos
de Nueva Evangelización.
LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Significado de la expresión Nueva Evangelización
39. La expresión «Nueva Evangelización» fue utilizada,
por primera vez, en el documento de Puebla:
«Situaciones nuevas que nacen de cambios socioculturales
y requieren una nueva evangelización» (n.
366). San Juan Pablo II utilizó esta expresión en su
patria, Polonia, el 9 de junio de 1979, en el santuario
de la Santa Cruz de Mogila en Nowa Hutta; ciudad
ideal del comunismo ateo, donde, a instancias del
arzobispo Wojtyla, se había implantado la cruz de
Cristo, a pesar de la política represora del gobierno
comunista. Decía el Papa: «Se ha dado comienzo a
una nueva evangelización, como si se tratara de un
segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el
mismo». En América Latina la «Nueva Evangelización»
toma cartas de ciudadanía pastoral, y será de
forma reiterativa, a partir del 9 de marzo de 1983,
cuando el mismo Papa, en Port-au-Prince, Haití, en
preparación a los quinientos años de la evangelización
en América, invitaba a los obispos latinoamericanos
a «un compromiso vuestro como obispos,
junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso,
no de re-evangelización, pero sí de una evangelización
nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en
su expresión». La triada que implica la novedad de
la evangelización, es, sin duda, un gran acierto del
Papa, inspirado por el Espíritu del Señor.
40. En la Redemptoris Missio, Juan Pablo II enseña
que la «Nueva Evangelización» es la tarea apostó-
lica para los países de tradición cristiana, frente a
los graves problemas de descristianización: «Hoy la
Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose
hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión
ad gentes, como en la nueva evangelización de los
pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo»
(n. 30). De igual forma, en la Christifideles Laici, el
Papa polaco se refería a la finalidad de la Nueva
Evangelización: «Esta nueva evangelización está
destinada a la formación de comunidades eclesiales
maduras, en las cuales la fe consiga liberar y realizar
todo su originario significado de adhesión a la persona
de Cristo y su Evangelio» (n. 34).
41. El Papa Benedicto XVI, preocupado por los
fenómenos de descristianización, secularización e
indiferencia religiosa, sobre todo en los países de
hondas raíces cristianas, donde una masa ingente
de bautizados ya no están evangelizados o viven al
margen de la acción pastoral de la Iglesia, ha querido
relanzar el llamado de la Nueva Evangelización;
así creó el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización
el 21 de septiembre de 2010 y, en poco
menos de un mes, el 24 de septiembre de ese año,
convocó al Sínodo de los Obispos sobre «la Nueva
Evangelización para la transmisión de la fe». Por su
parte, el Papa Francisco nos enseña que la Nueva
Evangelización se realiza fundamentalmente en
tres ámbitos: el primero es la pastoral ordinaria,
para encender el fuego de los que frecuentemente
participan, pero necesitan crecer en el amor a Dios
y al prójimo; el segundo es la misión dirigida a los
bautizados que no viven su compromiso bautismal,
a fin de que experimenten de nuevo la alegría de la
fe y el deseo de comprometerse con el Evangelio; y
el tercero, es la proclamación del Evangelio a quienes
no conocen a Jesucristo o quienes lo rechazan,
reconociendo que muchos de ellos buscan a Dios
sin saberlo (Cf EG 14).
42. La Nueva Evangelización no es una ruptura con
la primera evangelización realizada por el Señor
Jesús y sus Apóstoles. Es la misma tarea perenne
encomendada a la Iglesia, pero aprendiendo de la
capacidad de adaptación del Evangelio en contextos
nuevos y desafiantes. En América Latina esta
Nueva Evangelización lleva el nombre de Misión
Continental, que se realiza con el eje del discipulado
misionero y tiene como finalidad que nuestros
pueblos en Cristo tengan vida plena. De ahí, nuestra
mirada tiende a Jesús y su Evangelio como paradigma
de toda acción evangelizadora. Jesucristo, el
Hijo del Padre y el ungido del Espíritu, es el origen,
el centro y la finalidad de la evangelización, es el
corazón del Evangelio, el núcleo fundamental: «Lo
que resplandece es la belleza del amor salvífico de
Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado»
(EG 36).
a) La primera evangelización,
paradigma de toda evangelización
Jesucristo es el centro de la evangelización
43. Jesús, el enviado del Padre para nuestra salvación,
comenzó su ministerio anunciando el Evangelio
y haciendo presente el Reino, proclamando y
realizando la alegría de ser amados inmensamente
por el Padre celestial. «El tiempo se ha cumplido y
el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en
la Buena Nueva» (Mc 1,15; Cf EG 11). El protagonista
del Reinado de Dios es el mismo Jesús de Nazaret,
por ello, su persona y su ministerio, pero sobre
todo su misterio pascual, son la fuente y el modelo
de toda evangelización. No puede haber evangelización
que prescinda de Jesús y de su mensaje.
«Cristo es el “Evangelio eterno” (Ap 14,6), y es “el
mismo ayer y hoy y para siempre” (Heb 13,8), pero
su riqueza y su hermosura son inagotables» (EG 11).
La Nueva Evangelización exige la vuelta sin más al
Evangelio: «El Evangelio es siempre el nuevo anuncio
de la salvación obrada por Cristo para hacernos
participar a la humanidad en el misterio de Dios y
de su vida de amor y abrir a todos los hombres un
futuro de esperanza segura y sólida».
Jesús anuncia el Reino de Dios
44. Jesús instauró el Reino de Dios con su predicación
y realizando abundantes acciones-signo. Tanto
la predicación como los signos son fundamentales
para entender cómo realizó su misión y cómo la
Iglesia ahora prolonga en el espacio y el tiempo lo
esencial de esa predicación y de esos signos. Jesús
predicó la Buena Nueva del Reino especialmente
por medio de las parábolas (cf. Mt 13; Mc 4,1-34).
En sus palabras se realiza ya el Reinado de Dios
porque es Palabra llena de autoridad, que da vida
y porque revela lo propio de ese Reino, pues «les
enseñaba como quien tiene autoridad» (Mc 1,22).
En las parábolas, el Reino aparece en su inicio
como algo medio oculto, casi imperceptible; no
es espectacular ni avasallador, porque no depende
de las fuerzas humanas ni de las estrategias de la
creatividad programadora de los hombres; el Reino
es de Dios y es de él de quien depende. El Reino
es como una semilla sembrada en diversas tierras,
semilla buena que crece junto a la cizaña, semilla
de mostaza, levadura entre la masa, etc. El hombre
debe pedir el Reino: «Padre… venga tu Reino» (Mt
6,10), disponerse a recibirlo y dejar que crezca en
él, como la tierra buena deja que la semilla germine
en su seno, porque ésta posee una virtualidad
propia hasta «dar fruto, una ciento, otra sesenta,
otra treinta» (Mt 13,8). Quien acepta a Cristo y su
palabra, acepta el Reinado de Dios, se transforma
en hijo de Dios por don divino y se abre a la comunión fraterna,
así es capaz de asumir los criterios
del Padre en la corrección fraterna (Cf Mt 18,15-18),
el amor solidario (Cf Lc 10,29-37), el perdón (Cf Mt
18,21-22), el servicio (Cf Mc 10,41-45), etc.
Los Milagros-Signos del Reino
45. Jesús realizó muchos signos que hacen presente
el Reino: curó a los enfermos, expulsó demonios,
reunió a sus discípulos como una nueva familia, se
sentó a la mesa con pecadores. En el tiempo de Jesús
la enfermedad tenía una connotación religiosa,
más allá de las dolencias y las insuficiencias físicas;
era una manifestación de la falta de comunión con
Dios por causa de un pecado personal o colectivo,
o porque se poseía un espíritu demoniaco. La salud
es el retorno a Dios y a la comunión con el pueblo
santo de Israel; cuando Jesús sana a un enfermo revela
el poder que posee de perdonar los pecados y
de someter al demonio, así como el de hacer presente
una nueva situación de vida plena en comunión
con Dios y en una sana inserción comunitaria.
Comunión fraterna como signo del Reino
46. Una nueva sociedad humana convocada por Jesucristo
para formar una familia de discípulos, lleva
a pensar en la constitución de un nuevo pueblo de
Dios cuyo lugar de realización es el hogar familiar,
el espacio doméstico en donde él y todo ser humano
es recibido, acogido y, con mayor facilidad,
puede ser «encontrado» (Cf Mc 3,31-35; Lc 8,21). La
comunión fraterna del Reino se revela en la domus
ecclesiae, que es el espacio de conocimiento de Dios,
de nuevas relaciones de fraternidad, de comunión,
liberación y servicio, llegando a tener un solo corazón
(Cf Hech 2,42-47). También Jesús se sienta a la
mesa con publicanos y pecadores (Cf Lc 5,29-32);
sentarse a la mesa era compartir en comunión y familiaridad
el pan, los ideales, la vida; la mesa tiene
una grandísima significación social, pues convalida
el status socio-religioso de los comensales. Por esta
razón, el hecho de que Jesús comparta la mesa con
los despreciados hace que sea un signo teológico
de la gratuidad divina y del perdón del Padre que, a
través de su Hijo, restituye la dignidad de los pecadores,
como bien aparece en las parábolas de la misericordia,
pues «habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta...» (Lc 15,7).
Misterio Pascual
47. La Pascua de Jesús en Jerusalén realiza la soberanía
de Dios y de su Reinado. No podríamos desvincular
su predicación y su ministerio de Galilea
con el de Jerusalén, pues éste corona aquél. «Con
ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros»
(Lc 22,15). El Señor murió en Jerusalén por cómo
vivió su misión en Galilea, por ello exclamó: «todo
está cumplido» (Jn 19,30). Así lo entiende el Papa
Francisco, cuando dice: «La entrega de Jesús en la
cruz no es más que la culminación de ese estilo que
marcó toda su existencia» (EG 269). Es precisamente
en el momento de la cruz cuando Jesús, el evangelizador,
se nos dona en obediencia como Hijo, para
que podamos ser hijos del Padre. «Aun siendo Hijo,
por los padecimientos aprendió la obediencia y llegado
a la perfección, se convirtió en causa de salvación
para todos los le obedecen» (Heb 5,8-9). En la
cruz reconcilia al hombre con Dios haciéndolo hijo,
pero también nos reconcilia a los hombres para que
podamos ser hermanos, rompiendo con su sangre el
muro del odio que nos separaba. «En Cristo Jesús,
vosotros… habéis llegado a estar cerca por la sangre
de Cristo. Porque Él es nuestra paz: el que de los dos
pueblos, hizo uno, derribando el muro divisorio, la
enemistad» (Ef 2,13-14). La resurrección de Cristo es
la plenitud del Reino en la historia del hombre Jesús,
que posibilita y fundamenta la esperanza de nuestra
propia resurrección, que ya, pero todavía no, se realiza
en el momento presente. Así, la historia queda
también plenificada por la resurrección y nos tensa
para la instauración del Reino escatológico, siempre
de forma creciente.
Testimonio apostólico
48. Los apóstoles, después de la resurrección de
Cristo, dieron testimonio del Resucitado e hicieron
posible la experiencia de vida en nuevas relaciones
humanas en la Iglesia, fundadas en la gracia
de la filiación divina en Jesucristo por el Espíritu
Santo. Cada apóstol siguió sus propios métodos y
sus propias expresiones, según la cultura de sus interlocutores, pero conservando unas mediaciones
comunes que permitieran dar continuidad a la obra
de Cristo y que configuraran una comunión de fe
que vinculara a todas las comunidades, más allá
de las propias particularidades. Estas mediaciones
eclesiales, que debían de conservar lo sustancial,
tienen un carácter católico o universal y son, todavía
hoy, las que se deben conservar siempre en el
proceso de inculturación del Evangelio en todas las
latitudes, por su potencialidad y vitalidad.
Mediaciones comunes de evangelización
apostólica
49. Las mediaciones comunes de la evangelización
apostólica, como lo señala el libro de los Hechos de
los Apóstoles en el capítulo 2, 42-47, son el anuncio
de la Palabra, la celebración de la fe y la comunión
con los pastores del Pueblo de Dios. Todas las
primeras comunidades se reunían para escuchar la
predicación de los apóstoles, para la lectura de la
Escritura; a su vez anunciaban con gozo kerigmá-
tico a todas las personas, la actuación de la salvación
en Cristo, con la finalidad de que muchos se
adhirieran a la fe en Jesucristo; profundizaban la fe
que habían recibido por medio de la catequesis y se
esforzaban por hacer asequible el mensaje de Jesús
en las categorías y en el lenguaje de sus oyentes. De
la misma manera, las primitivas comunidades, más
allá de sus peculiaridades, celebraban los mismos
sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía;
llevaban todos una vida de oración, dirigiéndose confiadamente a Dios como Padre, conforme
a las enseñanzas del Salvador y a la tradición heredada
de Israel. También vivían en comunión como
nuevo Pueblo de Dios, conformado en pequeñas
comunidades cuya exigencia primordial era el seguimiento
de Jesús; se llamaban entre ellos hermanos,
llamando la atención de los paganos por sus relaciones
marcadas por el amor fraterno y solidario;
se regían por el cuidado y la autoridad pastoral de
alguno de los apóstoles o de uno de sus sucesores;
a su vez, entre éstos existía una comunión colegial
y apostólica, bajo la primacía servicial, carismática
y jurídica de Pedro y sus sucesores. Esta primera
evangelización es y será siempre el paradigma de
toda evangelización en la Iglesia.
b) La novedad de la evangelización
La Iglesia continúa la obra de Cristo
50. La Iglesia hoy evangeliza; esa es su misión, para
eso existe. Como en la primera evangelización, la
Iglesia deberá anunciar con nuevo ardor, nuevos
métodos y nuevas expresiones el mensaje perenne
y universal de la salvación obrada por Cristo. La
Nueva Evangelización es la misión de siempre de
la Iglesia, que se hace nueva por ser la novedad que
presenta el hoy de la historia. Esta misión a evangelizar
es de carácter universal: todos los hombres,
sin ninguna exclusión, tienen el derecho de recibir
el Evangelio de Cristo de parte de los cristianos,
y ninguno de ellos, de los cristianos, está exento
del deber de evangelizar. «Es vital que hoy la Iglesia
salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos
los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin
asco ni miedo… no puede excluir a nadie» (EG 23).
Significado de Nueva Evangelización
51. Nueva Evangelización no significa, pues, un
mensaje nuevo; «El adjetivo “nueva” hace referencia
al cambio del contexto cultural y evoca la necesidad
que tiene la Iglesia de recuperar energías,
voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir
la fe y de transmitirla»
. Podemos entender, entonces,
como «Nueva Evangelización», «el esfuerzo
de renovación que la Iglesia está llamada a hacer
para estar a la altura de los desafíos que el contexto
socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su
anuncio y a su testimonio, en correspondencia con
los fuertes cambios en acto»
. Por tanto, más que
un programa de múltiples actividades es un talante
existencial, una espiritualidad, un estilo de pastoral
más marcado por la audacia misionera generada
por el encuentro con el Resucitado, por su Espíritu,
que suscita un ardor por hacer presente su Reino.
La Nueva Evangelización reclama «evangelizadores
con Espíritu… que se abren sin temor a la acción
del Espíritu Santo» (EG 259). Así, la Nueva Evangelización
no puede ser el interés por «conservar»,
con costosas estrategias, a los fieles que todavía
frecuentan hoy la Iglesia. No se trata de realizar
acciones centradas para volver al régimen de «Cristiandad»,
ni de «autopresevación» (Cf EG 27), ni de
proselitismo frente a otras confesiones cristianas
ni, mucho menos, ver a las personas como objeto
de persuasión y no como interlocutores libres y responsables
de su historia.
52. La tarea de la Nueva Evangelización es buscar
con nuevo ardor y audacia los caminos más aptos
para poder entablar un fecundo diálogo con todas
las personas y toda la sociedad, para juntos responder
a las esperanzas más profundas y a la sed de
Dios de los hombres, anunciando a Cristo como
«Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). Debemos recordar
permanentemente que «el Evangelio responde
a las necesidades más profundas de las personas.
[…] que hablará a las búsquedas más hondas de los
corazones» (EG 265). Evangelizar al mundo hoy,
quizá, sea la capacidad, «siempre respetuosa y amable»
(EG 127), de colocar de forma creativa la pregunta
sobre Dios y el sentido de la vida y, aunada a
la pregunta, el testimonio de la propia vida cristiana
como don que nace del encuentro con Cristo,
que da sentido y plenitud. «La Nueva Evangelización
busca leer los deseos del hombre en la cultura
de su época. Al hambre de identidad y destino corresponde el pan de la fe definida y cierta»4
. Así, la
novedad permanente radica en la Buena Nueva de
la salvación obrada por Dios en Jesucristo, su Unigénito,
en «quien se esclarece el misterio del hombre»
(GS 22). No se puede jamás inventar un nuevo
evangelio, pues «aun cuando nosotros mismos o un
ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto,
¡sea maldito!» (Ga 1,8); más bien, debemos volver la
mirada a Jesucristo, la antigua y nunca envejecida
novedad, que constituye el fundamento y la invaluable
riqueza de toda evangelización.
Llevar a Cristo a la cultura actual
53. La Iglesia, como los Apóstoles en su momento,
a través de la Nueva Evangelización, deberá ser
capaz de leer y discernir los nuevos escenarios culturales
para el anuncio del Evangelio, a fin de que
éste cree cultura como maduración de la confesión
creyente, como lo afirmaba san Juan Pablo II: «Una
fe que no se hace cultura es una fe no plenamente
acogida, no totalmente pensada, no fielmente
vivida»
. La Nueva Evangelización lleva a la Iglesia
al diálogo con todas las nuevas realidades para
«llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo,
aquel sentido unitario y completo de la vida humana»
(DA 41), para llevar a Cristo, a fin de que en Él
la cultura pueda ser de vida plena para todos los
hombres. Nuestro pueblo sencillo, por medio de la
piedad popular, ha realizado esa tarea de inculturación
del Evangelio (cf. EG 122). El Papa Francisco
es contundente cuando afirma la importancia de la
evangelización de la cultura y de la inculturación
del Evangelio, en cuanto que una cultura cristiana
«tiene muchos más recursos que una mera suma
de creyentes frente a los embates del secularismo
actual. Una cultura popular evangelizada contiene
valores de fe y de solidaridad que pueden provocar
el desarrollo de una sociedad más justa y creyente»
(EG 68).
54. El diálogo con la cultura es la confesión implícita
de la presencia salvífica de Dios en todas las culturas
y de que en éstas hay elementos de santidad y
verdad (Cf LG 8), o semillas del Verbo, que hay que
descubrir para llevarlas a su perfección, ofreciendo
a Jesucristo, que es plenitud de vida y de comunión,
respuesta plena a todas las búsquedas de sentido y
de felicidad. La cultura es «el estilo de vida que tiene
una sociedad determinada, el modo propio que
tienen sus miembros de relacionarse entre sí, con
las demás criaturas y con Dios» (EG 115). Nuestra
mirada sobre las culturas debe ser crítica y debe tener
en cuenta que toda cultura, como elemento humano,
es ambivalente. Por una parte tiene semillas
del Verbo, pero por otra, está marcada por el pecado;
de ahí que la fe debe purificarla y elevarla, como
la gracia supone, purifica y eleva la naturaleza.
Evangelización y promoción humana
55. Así como la Nueva Evangelización dirige el diálogo de la Iglesia con todas las culturas para purificarlas
y elevarlas a fin de inculturar el Evangelio,
también crea condiciones de nueva humanidad, lo
cual a sido llamado por el magisterio latinoamericano
«promoción humana». El Papa Paulo VI afirmaba
que evangelizar es crear nuevas condiciones
de vida digna para todo el hombre y para todos los
hombres; el influjo del Evangelio suscita hombres
nuevos que son capaces de renovar toda la humanidad
(Cf EN 18). El beato Paulo VI apunta a una
evangelización con criterios eminentemente antropológicos:
«alcanzar y transformar con la fuerza
del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos
de vida de la humanidad» (EN 19). Estos criterios
nos hacen pensar que la finalidad última de
la Nueva Evangelización es la participación de la
vida de Cristo, vida abundante y plena, a todos los
hombres de todas las culturas y en los diversos escenarios
históricos, y que abarca desde la dimensión
espiritual de la vida de la gracia hasta la vida
físico-biológica-ecológica-cultural-política.
56. El mismo beato Paulo VI señala que la promoción
humana, fruto de la evangelización, tiene su
justificación desde la antropología, en cuanto que
el hombre, ser pluridimensional, tiene aspectos
sociales, económicos, culturales, etc. que le son
esenciales. También la justifica teológicamente,
en cuanto que no se puede hablar de dos planos
ajenos e incluso antagónicos cuando se trata de la
creación y la salvación, de naturaleza y gracia; no
deja de advertir, sin embargo, del peligro de reduccionismo
de orden intrahistórico o sociológico
(Cf EN 31). El Papa Francisco en su Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, también ofrece una
justificación eclesiológica: «Así como la Iglesia es
misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente
de esa naturaleza la caridad efectiva con
el prójimo, la compasión que comprende, asiste y
promueve» (n. 179). En esta misma línea, el magisterio
latinoamericano ha intuido proféticamente
que el compromiso por la justicia y la promoción
humana, que se manifiesta en la opción preferencial
por los pobres, es una dimensión de la misma
tarea evangelizadora. «Nuestra conducta social es
parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo»
(DP 476).
Evangelización nueva en su ardor
57. La urgencia de una Nueva Evangelización, requiere,
como condición esencial, una novedad en
su ardor y este ardor exige, a su vez, la conversión
personal y pastoral. Que el ardor haga buscar nuevos
métodos y expresiones lo han subrayado nuestros
obispos, aunque no sea en forma positiva: «Percibimos
una evangelización con poco ardor y sin
nuevos métodos y expresiones» (DA 100c). Igualmente,
ante los gravísimos desafíos que presenta la
realidad a la acción pastoral de la Iglesia, lamentan,
parafraseando al entonces Cardenal Ratzinger: «el
gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia
en el cual aparentemente todo procede con normalidad,
pero en realidad la fe se va desgastando
y degenerando en mezquindad» (DA 12). Es necesaria
una conversión pastoral que nos lleve a todos
a un encuentro con Cristo y a un nuevo ardor, que
despierte «la capacidad de someterlo todo al servicio
de la instauración del Reino de vida» (DA 366).
Nuevo ardor porque se ha encontrado a Dios en
Jesucristo, que conduce a la santidad de vida y a
la transformación total, en cuanto que se adquiere
una nueva orientación en la vida, un nuevo horizonte
de comprensión de la propia realidad y de la
realidad social. «La primera motivación para evangelizar
es el amor de Jesús que hemos recibido, esa
experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a
amarlo siempre más» (EG 264). Solamente desde el
ardor que nos lleva a anunciar con parresía el Evangelio
de Cristo, se pueden revisar las estructuras
eclesiales y renovarlas, pues hemos de reconocer
que, en todos los niveles, «hay estructuras eclesiales
que pueden llegar a condicionar un dinamismo
evangelizador» (EG 26. 259).
Evangelización nueva en sus métodos
58. La novedad en el método y en la expresión es
fruto de la novedad en el ardor. Novedad en el método implica seguir la misma metodología de Jesús,
pero utilizando las herramientas actuales. ¿Cuál es
el método de Jesús? Él, como Buen Pastor, busca
y «sale» al encuentro de quien estaba perdido, lo
llama por su nombre para que sea su discípulo y
para que comparta con Él la vida: «vengan y vean»
(Jn 1,39). Jesús permite que cada persona despliegue
todas sus capacidades y potencialidades para que,
siguiéndolo, pueda ofrecerse en comunión a la misión,
confiada por el Padre. Se trata de un método
lleno de simpatía, acogida, respeto, caridad, interés
por la persona más que por la ley (que está para
servir al hombre), etc. Sobre el método seguido por
Jesús dicen nuestros obispos latinoamericanos:
El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde
sus raíces en la naturaleza dinámica de la persona y
en la invitación personal de Jesucristo, que llama a
los suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen
su voz. El Señor despertaba las aspiraciones
profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de
asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación
que responde al deseo de realización humana, al deseo
de vida plena. El discípulo es alguien apasionado
por Cristo, a quien reconoce como el maestro que
lo conduce y acompaña (DA 277).
59. Siguiendo el método de Jesús, la Nueva Evangelización,
es decir, toda la acción pastoral, tendrá
que tener métodos más humanos, gentiles, de respeto
y simpatía por todos, eminentemente participativos,
a fin de que cada cristiano, consciente
de la llamada de Jesús, se haga protagonista de la
evangelización en los ambientes en los que se mueve,
en cada situación concreta de su vida. El cristiano,
convencido y convincente discípulo misionero,
dará espacio a la imaginación, la creatividad y el
uso de los medios, sean electrónicos, técnicos o de
cualquier índole a su alcance, para dar testimonio
de Jesucristo y hacer más eficaz la misión evangelizadora.
La utilización de todos estos recursos
tecnológicos debe ser con el cuidado de no apartarnos
de la gente, de estar codo con codo en sus
alegrías y tristezas, «ser Pueblo de Dios» y tocar las
llagas sufrientes de las personas concretas que nos
encontramos en el camino de la vida, porque «cada
vez que nos encontramos con un ser humano en
el amor, quedamos capacitados para descubrir algo
nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos
para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para
reconocer a Dios» (EG 272).
Evangelización nueva en sus expresiones
60. La novedad en la expresión es exigida teológicamente por la encarnación de la Palabra en la
historia. Esta exigencia reclama buscar lenguajes
acordes con la mentalidad de nuestros interlocutores;
saber traducir la Palabra con una doble fidelidad:
a Dios y a la historia. Uno de los signos de
la inculturación es, sin lugar a dudas, asumir, purificar
y dar plenitud a la gramática de la vida de
cada cultura, su lenguaje antropológico y cultural
manifestado en el lenguaje, en los símbolos, en los
mitos, en una palabra, en la cosmovisión, sin dejar
de lado, un lenguaje que sea más claro, convincente
y vinculante para la forma de pensar actual, tanto
en el anuncio del kerigma como en la catequesis, en
la liturgia e incluso en la teología, como lo dice el
Papa Francisco: «Expresar las verdades de siempre
en un lenguaje que permita advertir su permanente
novedad» (EG 41).
LA MISIÓN CONTINENTAL
PERMANENTE ES LA NUEVA
EVANGELIZACIÓN EN AMÉRICA
LATINA
Misión Continental
61. El documento conclusivo de la V Conferencia
del Episcopado Latinoamericano en Aparecida ha
despertado la conciencia misionera, en cuanto que
ubica a todos los cristianos bajo la categoría de
discípulos misioneros. De esta manera, en comunión
con el sucesor de Pedro, nos ha convocado a
una Misión Continental con carácter permanente
para anunciar la Buena Nueva de Jesucristo para
que nuestros pueblos tengan vida nueva y plena en
Cristo. Así la Misión Continental es la realización
concreta de la Nueva Evangelización en nuestro
continente latinoamericano, como lo decía Benedicto
XVI al final de la homilía de clausura del pasado
Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización.
62. La Misión Continental profundiza, supone y
asume la Nueva Evangelización, como invitación
del Santo Padre a la Iglesia Universal, como un
modo de ser propio de la Iglesia latinoamericana,
haciendo una particular recepción del Concilio Vaticano
II y respondiendo al contexto de secularización
y de marginación en este continente. Ciertamente
América Latina vive el secularismo como los
demás países, pero se agrava la situación por el ataque
proselitista de numerosas comunidades cristianas,
que no satisfaciendo plenamente el corazón de
los hombres, van dejando una estela de indiferencia
religiosa. Por otra parte, los graves problemas de
marginación, pobreza, violencia y corrupción, se
han acentuado desde la aplicación de los modelos
económicos neoliberales. A fin de responder a esta
desafiante realidad, nuestros obispos convocan a la
Misión Continental y dan el sentido de ésta:
Asumimos el compromiso de una gran misión en
todo el Continente, que nos exigirá profundizar
y enriquecer todas las razones y motivaciones que
permitan convertir a cada creyente en un discípulo
misionero. Necesitamos desarrollar la dimensión
misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita
una fuerte conmoción que le impida instalarse en
la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al
margen del sufrimiento de los pobres del Continente.
Necesitamos que cada comunidad cristiana se
convierta en un poderoso centro de irradiación de
la vida en Cristo (DA 362).
63. No se trata de una misión popular ni de una
actividad pastoral que se realiza y se acaba, sino de
un proceso misionero que nace del encuentro con
Cristo, suscita la conversión personal y pastoral
para seguir al Señor en la comunión eclesial y vivir
su misión de instauración del Reino en el mundo,
para que en Cristo tenga vida plena. La Misión es
el mayor desafío de la Iglesia porque implica salir
de sí misma, ir al encuentro del otro para manifestar
la alegría profunda de haber encontrado el gran
Tesoro. La misión, nos enseña el Papa Francisco,
«siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del
salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo,
siempre más allá» (EG 21). El objetivo de la Misión
Continental en la Arquidiócesis de Guadalajara es
«abrirnos al impulso del Espíritu Santo, mediante
la escucha de la Palabra, la vivencia de la Eucaristía
y el ejercicio de la caridad, para hacer de cada
uno de los miembros de nuestras familias cristianas
un verdadero discípulo misionero»
. El discipulado
misionero es el eje central, y la vida plena y abundante
en Cristo es la finalidad de esta misión.
64. La misión es una tarea confiada. Jesucristo es
el primer misionero enviado por el Padre al mundo
para nuestra salvación, luego Jesús envía a sus discípulos:
«Como el Padre me envió, también yo os
envío» (Jn 20,21). La misión de la Iglesia es la tarea
que Cristo confió a sus discípulos de llevar el Evangelio
de salvación a todos los rincones de la tierra.
No tendríamos razones para pensar que evangelización
y misión son dos tareas distintas, sino que son
dos expresiones de la misma realidad. «Evangelizar
constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de
la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe
para evangelizar» (EN 14). La Misión Continental
quiere ser la realización del mandato evangelizador
de Jesucristo en el contexto latinoamericano de inicio
del siglo XXI, con las características propias de
nuestros pueblos y con un marcado énfasis en la
promoción humana, por los múltiples rostros mutilados
que la historia de los poderosos ha reducido
a la marginalidad; así mismo, la evangelización en
este continente tiene como punto de referencia la
corresponsable participación popular de todos los
que formamos el Pueblo de Dios.
Destinatarios de la Misión Continental
65. Una de las grandes novedades de la Misión
Continental está en la concepción de los destinatarios.
Generalmente la misión venía entendiéndose
como la tarea de la Iglesia hacia afuera, Missio Ad
Gentes, o bien, como un tiempo determinado, uno
o dos meses, de una intensa actividad pastoral para
poner al corriente a los que vivían de forma irregular
o no habían recibido algún sacramento. Quizá
en la misma concepción de la palabra misión,
se perciba como una fuerza hacia afuera, pero bien
vale la pena plantearse el refrán popular de «nadie
da lo que no tiene». En la Misión Continental los
destinatarios primeros son los agentes de pastoral:
obispos, presbíteros, los religiosos y religiosas y los
laicos comprometidos, para que puedan ir al mundo
y encontrar los interlocutores con los que, en
fecundo diálogo, se testimonie a Cristo vivo, presente
y operante. «Todos tenemos que dejar que los
demás nos evangelicen constantemente» (EG 121).
66. La misión de la Iglesia, entonces, se realiza también,
de forma primaria y necesaria ad intra, como
fuerza centrípeta a fin de reanimar, purificar, confirmar
y confesar la fe en Cristo como discípulos
misioneros; es el primer ámbito de la Nueva Evangelización.
La misión ad extra se realiza como fuerza
centrífuga, que ilumina al mundo con la fuerza y
la belleza de la fe para que en Cristo tenga vida plena.
La conjugación de estas dos fuerzas son las que
dan sentido a la Misión Continental. El desafiante
contexto de secularización reclama un nuevo Pentecostés,
«que nos libre de la fatiga, la desilusión, la
acomodación al ambiente» (DA 362) en los agentes
de pastoral.
Discipulado misionero
67. El fundamento teológico y pastoral de la Misión
Continental es el discipulado misionero. ¿Quién es
discípulo misionero? «En virtud del bautismo recibido,
cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido
en discípulo misionero» (EG 119). Se trata
de una nueva categoría teológica fundamental que
el magisterio latinoamericano ha querido poner de
relieve en el momento de vivir la renovación eclesial
promovida por el Vaticano II en nuestro continente.
Si no tomamos conciencia de que la misión
es la consecuencia del discipulado podríamos
construir más un proyecto humano que el de Dios;
podríamos pensar y realizar la misión desvinculada
de Cristo o de la comunión eclesial. En este sentido,
no es del todo ajeno al dominio popular, que
han existido misioneros, y por desgracia pueden
todavía existir, que realizan una acción misionera
sin una vinculación existencial con lo que hacen,
de ahí la necesidad de ser los primeros evangelizados
para poder evangelizar, recibir el kerigma para
poder transmitir la alegría de la propia salvación de
forma testimonial.
68. La mision del evangelizador brota de su ser
discípulo, y el hecho de ser discípulo lo lleva a la
misión. Discipulado y misión son palabras correlativas
que se reclaman mutuamente tanto en su
significado bíblico como teológico: «llamó a los que
él quiso; y vinieron junto a él. Instituyó Doce, para
que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar
con poder de expulsar a los demonios» (Mc 3,13-14).
La oración es el pulmón del discípulo misionero,
sin oración se mutila o se parcializa el Evangelio;
sin oración la misión pierde el gozne en el cual gira,
que es el discipulado. El Papa Francisco recomienda
vivamente que se cultive «un espacio interior
que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la
actividad», y nos advierte que «sin momentos detenidos
de adoración, de encuentro orante con la Palabra,
de diálogo sincero con el Señor, las tareas fá-
cilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por
el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga»
(EG 262).
69. El Documento de Aparecida dibuja el itinerario
formativo del discípulo misionero como un proceso
dinámico que se realiza en cinco momentos o
dimensiones, que «se compenetran íntimamente y
se alimentan entre sí» (DA 278): el encuentro con
Cristo, la conversión, el discipulado, la comunión
y la misión.
a) Kerigma y formación para la
misión
Encuentro con Cristo
70. El Papa Benedicto XVI ha insistido permanentemente
en que el cristianismo no es una religión
del Libro, no brota de una deducción especulativa
ni de una decisión ética, sino del alegre anuncio
kerigmático que lleva a una personal e intensa
experiencia con Cristo, muerto y resucitado por
nosotros. «No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro
con un acontecimiento, con una Persona, que
da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva» (DCE 1). De igual forma, el Papa
Francisco nos invita «a cada cristiano, en cualquier
lugar y situación en que se encuentre, a renovar
ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo»
(EG 3). Este encuentro se da siempre en el ámbito
de la gracia de Dios que interpela la libertad de cada
persona; la iniciativa siempre la toma el Señor, por
eso «la primacía de la gracia debe ser un faro que
alumbre permanentemente… la evangelización»
(EG 112). El kerigma es el centro de toda actividad
pastoral y es la fuente de renovación eclesial. «Es el
fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas
y nos hacer creer en Jesucristo, que con su muerte
y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia
infinita del Padre» (EG 164). El kerigma es
el anuncio primero porque es el principal y siempre
hay que volver a escucharlo de diversas maneras y
en distintas circunstancias.
71. La palabra encuentro alude a la capacidad humana
de relaciones interpersonales que plenifican y
llenan de sentido, es decir, el reconocimiento de la
necesidad existencial de tener presente y estar, aquí
y ahora, con las personas con las que se establecen
cualquier tipo de vínculos, sea de orden familiar,
social o laboral. Estos vínculos dan identidad
y pertenencia; establecen derechos y obligaciones.
Cuando el encuentro es auténtico, existe el empe-
ño que compromete y que nace de un compartir la
vida, los sentimientos, las ideas, los proyectos. Hay
un vínculo de amor en el que se culmina el encuentro.
Como se trata de una relación que nace en el
amor mutuo, se juega la vida por la persona que se
ama.
72. El encuentro con Cristo presupone apertura,
interpelación, aceptación incondicional, por lo que
implica una comunicación que abre al hombre más
allá de sus limitaciones y pecados. Por eso el hombre
viviendo un encuentro con Cristo queda liberado
de sus pecados y con el compromiso de asumir
una nueva vida de amistad y de amor con el Señor.
A partir del encuentro con Cristo nace una nueva
criatura, hay una conversión y comienza el seguimiento
hasta la configuración con el Señor.
Seguimiento de Cristo
73. El seguimiento, que surge del encuentro y la
decisión de la conversión, es la orientación total
del discípulo al Maestro. El seguimiento, al que
llama Jesús, implica cercanía con él, conocimiento
mutuo, adhesión, también implica movimiento,
porque Jesús es el profeta itinerante, que no tiene
donde reclinar la cabeza (cf. Mc 3,13; Mt, 8,20).
Porque Jesús es un hombre desinstalado, el que lo
sigue debe también ser profundamente libre, capaz
de andar en camino; por esta razón, para comenzar
el itinerario del seguimiento el Señor pide la conversión,
la metanoia, el cambio de mentalidad, la
apertura y, sobre todo, la vivencia de comunión y
participación en una comunidad fraterna.
Espiritualidad de comunión
74. El encuentro con Jesucristo y el seguimiento
se realizan siempre por y en la mediación eclesial.
Por eso la Iglesia, la convocación de los discípulos
para la misión de parte de Cristo, es misterio de
comunión y participación, que tiene su origen y su
fundamento en la comunión trinitaria y su realización
por medio de la espiritualidad de comunión.
Por eso, la comunión no puede ser un mero gesto
de funcionalidad, es decir, comprometer cosas o
proyectos, pero no comprometerse a sí mismo. Los
elementos esenciales de la espiritualidad de comunión
vienen bien señalados en la Carta Apostólica
Novo Millennio Ineunte, de Juan Pablo II, que define
a la Iglesia como «casa y escuela de comunión».
75. Espiritualidad de la comunión significa ante
todo una mirada del corazón hacia el misterio de
la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha
de ser reconocida también en el rostro de los hermanos
que están a nuestro lado. Espiritualidad de
la comunión significa, además, capacidad de sentir
al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo
místico y, por tanto, como «uno que me pertenece»,
para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos,
para intuir sus deseos y atender a sus necesidades,
para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.
Espiritualidad de la comunión es también capacidad
de ver lo que hay de positivo en el otro, para
acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don
para mí», además de ser un don para el hermano
que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad
de la comunión es saber «dar espacio» al hermano,
llevando mutuamente la carga de los otros (Cf
Ga 6,2) y rechazando las tentaciones de egoísmo
que continuamente nos asechan y engendran competitividad,
ganas de hacer carrera, desconfianza y
envidias (NMI 43).
76. El documento de Aparecida, por su parte, se-
ñala que vivir la comunión es ya la realización de
la misión, en cuanto que el amor comunicativo es
siempre atrayente:
La Iglesia, como «comunión de amor», está llamada
a reflejar la gloria del amor de Dios que es comunión
y así atraer a las personas y a los pueblos hacia
Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por
Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se
sienten convocados y recorren la hermosa aventura
de la fe. «Que también ellos vivan unidos a nosotros
para que el mundo crea» (Jn 17,21). La Iglesia crece
no por proselitismo sino por atracción: como Cristo
«atrae a todos a sí con la fuerza de su amor». La
Iglesia «atrae» cuando vive en comunión, pues los
discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los
unos a los otros como Él nos amó (DA 159).
Kerigma
77. La misión que realiza el discípulo misionero
por encargo de Cristo y siempre en comunión
consiste en la predicación del kerigma, que busca
la adhesión a Jesús de aquellos que están dispuestos
a abrazar la fe. El kerigma es el mensaje central
del Evangelio con el que empieza un itinerario de
iniciación cristiana que culmina, pero no termina,
en el Bautismo y en la profesión, profundización y
vivencia de la fe. La propuesta de la Buena Nueva
apela la libertad de la persona y le exige tomar postura
en torno a Cristo.
El kerigma demanda ciertas características del anuncio
que hoy son necesarias en todas partes: que exprese
el amor salvífico de Dios previo a la obligación
moral y religiosa, que no imponga la verdad y que
apele a la libertad, que posea unas notas de alegría,
estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa
que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas
a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al
evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger
mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia,
acogida cordial que no condena (EG 165).
78. El discípulo misionero también realiza la misión
en la celebración de la fe, sobre todo en la
Eucaristía y en los demás sacramentos, pero también
en la liturgia de la vida y en la vida de oración.
Igualmente, al construir una comunión de amor en
la solidaridad, a fin de que la civilización del amor
llegue a instaurarse, el discípulo misionero está realizando
la misión. En fin, ahí donde se genera vida,
vida humana digna y plena, ahí se está realizando la
Misión Continental.
79. El kerigma no se abandona nunca, como si se
tratara de un primer paso que después hay que dejar
atrás, porque permanentemente debemos escuchar
y anunciar el amor infinito que Dios nos ha tenido
en su Hijo Jesucristo, que murió por nosotros
para participarnos de su vida en la resurrección.
Por ello, «toda formación cristiana es ante todo la
profundización del kerigma» (EG 165). El itinerario
formativo del discípulo misionero exige que la
formación sea integral y permanente. En cuanto
que es un itinerario de seguimiento de Cristo, la
formación tiene la característica de ser un proceso
continuo, que busca desarrollar de forma armónica
y coherente todas las dimensiones de la persona
humana.
b) Para que nuestro pueblo en Cristo
tenga vida
La vida nueva en Cristo
80. La Nueva Evangelización que se realiza en Amé-
rica Latina por medio de la Misión Continental,
tiene como finalidad la instauración del Reino de la
vida, que también se ha llamado: la civilización del
amor, la cultura de la vida y de la solidaridad, la vida
plena en Cristo, etc. Toda acción evangelizadora
tiene esta finalidad y todo debe estar sometido a
ello. El documento de Aparecida asume en su mismo
título como finalidad la vida plena en Cristo:
«Discípulos misioneros para que nuestros pueblos
en Él tengan vida». En el actual contexto histórico,
difícil y contradictorio, desgraciadamente, tan
acostumbrado a la violencia y a la muerte, la Iglesia
debe salir de sí misma al mundo, con la convicción
de «ofrecer a todos la vida de Jesucristo», aunque en
ello se corran algunos riesgos.
Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada
por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma
por el encierro y la comodidad de aferrarse a
las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada
por ser el centro y que termine clausurada
en una maraña de obsesiones y procedimientos. […]
Más que el temor a equivocarnos, espero que nos
mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que
nos dan una falsa contención, en las normas que nos
vuelven jueces implacables, mientras afuera hay
una multitud hambrienta. (EG 49).
Diversos conceptos de vida
81. ¿Qué entendemos por vida plena en Cristo? La
palabra vida puede ser entendida de diversas formas,
que generan en la práctica acciones incluso
contrarias entre sí. Una mirada sólo científica, que
entiende la vida como el conjunto de factores físico-químicos,
deja de lado la dimensión espiritual y
trascendente de la vida, permitiendo que sea manipulada
sin ninguna referencia ética. La cultura de la
muerte que promueve el aborto, la anticoncepción,
la eutanasia, la guerra, el narcotráfico, la violencia,
etc., contradictoriamente argumenta que sus acciones
están fincadas en la búsqueda de una mejor
calidad de vida.
Vida digna, vida nueva y vida plena
82. La Misión Continental es el ofrecimiento de la
vida de Dios, participada a nosotros desde la creación
del mundo. «Todo ser humano existe pura y
simplemente por el amor de Dios que lo creó y por
el amor de Dios que lo conserva en cada instante»
(DA 388). De ahí que la Iglesia asuma la defensa de
la vida humana desde el momento de su concepción
hasta el momento de la muerte natural, y no sólo en
los momentos más vulnerables del inicio y del fin,
sino también en la promoción de una vida digna de
todos los seres humanos y en todas las dimensiones
de la persona, sobre todo cuando se es vulnerable
por la marginación o por otra alienación. Si la Iglesia
no defendiera, a costa de todo, a los niños por
nacer, no sería creíble ni consecuente en la defensa
de cualquier otro legítimo derecho humano.
83. «Nuestra misión para que nuestros pueblos en
Él tengan vida, manifiesta nuestra convicción de
que en el Dios vivo revelado en Jesús se encuentra
el sentido, la fecundidad y la dignidad de la vida humana»
(DA 389). El cristianismo ha defendido siempre
la dignidad de la persona porque, en la visión
cristiana del hombre, la vida es ante todo un don de
Dios que debe ser recibido con gratitud y tratado
con escrupulosa responsabilidad, como lo señala la
Instrucción Donum Vitae: «El don de la vida, que
Dios Creador y Padre ha confiado al hombre, exige
que éste tome conciencia de su inestimable valor y
lo acoja responsablemente» (n. 1). De esta forma,
también la preocupación ecológica por el cuidado,
la conservación y la salvaguarda de la creación es
una responsabilidad pastoral de la Iglesia, en cuanto
llamada a hacer posible la vida digna del ser humano,
y ésta sólo es posible en un ecosistema sano
y armónico, en cuanto que «por nuestra realidad
corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al
mundo que nos rodea, que la desertificación del
suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos
lamentar la extinción de una especie como
si fuera una mutilación» (EG 215).
Vida en la Escritura
84. La Escritura entiende la vida como un don recibido
de Dios cuando insufla en las narices el aliento
de vida sobre el hombre (Gn 2,7) y llega éste a ser un
viviente, capaz por sí mismo de generar la vida de
otros: «sean fecundos y multiplíquense» (Gn 1,26);
de ahí podemos deducir que, en un primer momento,
la vida es aquello contrario a la muerte (Gn 42,2;
43,8). Sin embargo pronto la significación de este
término se alargará para llegar incluso a identificarse
con la curación de alguna enfermedad (Gn 45,27;
Nm 21,8ss; Jue 15,19; 2Re 1,2; 8,8-10). La enfermedad,
entonces, se comprende como disminución de
la vida y, por lo tanto, ésta no sólo es el mero hecho
de vivir, sino el gozar de una vida sana y plena.
85. Para el N.T. la vida plena sólo se puede adquirir
en la liberación del pecado y en la participación de
la vida en Cristo, que supera el poder de la muerte.
La participación del ser en Cristo se da por medio
de los signos sacramentales, que especialmente el
evangelista Juan nos presenta a través de bellísimas
imágenes: la luz de la vida y el agua viva (Bautismo),
el pan vivo (Eucaristía), etc., que dan la vida
del Viviente ofrecida libremente en el patíbulo de
la cruz. Ahora lo que contradice la vida en Cristo,
esta vida que se recibe por la mediación actual de
la Iglesia, no es la muerte de la vida orgánica, sino
la muerte de la vida en Cristo, de la gracia, que es el
pecado. No hay nada tan contrario a la vida que el
pecado, que es la causa de la muerte.
Niveles de vida
86. La vida en Cristo es incomparablemente superior
a la vida humana meramente natural, y supone
la filiación divina y la llamada a la participación plena
de la vida de Dios. Por los sacramentos, ya desde
ahora, participamos realmente de la vida en Cristo
esperando verla coronada de plenitud en la Parusía.
Esta vida sobrenatural nos lleva a la valoración de
cada persona, que ha sido redimida por la sangre
preciosa de Cristo, de ahí que la vida en abundancia
que recibimos y debemos compartir, nos lleve
a preocuparnos por la construcción de un mundo
mejor, como digna morada de aquellos que han
quedado santificados por la gracia (Cf EG 183). La
vida en Cristo nos debe llevar a una imprescindible
opción: los pobres, que se ven tan vulnerados en su
vida. La vida de la gracia no nos puede llevar al olvido
de esta opción, por el contrario, la debe avivar,
pues nos enseña el Papa Benedicto XVI que «está
implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se
ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos
con su pobreza».
c) La Parroquia: comunidad de
comunidades evangelizadas y
evangelizadoras
Nueva Evangelización y Parroquia
87. La Nueva Evangelización, que se realiza por
medio de la Misión Continental en Latinoamérica,
tiene su punto de arranque y llegada en la parroquia,
que es el núcleo eclesial primario, es decir,
es la experiencia de Iglesia más concreta, vivencial
y cercana que tiene toda persona. Al respecto nos
dice nuestro II Sínodo Diocesano:
La parroquia es como una gran familia compuesta
de familias más pequeñas. Es la familia de Dios que
se congrega en torno a la Palabra y a la Eucaristía
y vive como una fraternidad animada por el Espí-
ritu. Es una familia no cerrada en sí misma, sino
injertada y abierta a la sociedad e íntimamente
solidaria con sus aspiraciones y dificultades. La parroquia,
ante todo, es una comunidad de personas,
viva y dinámica (Nº 652).
88. Tareas fundamentales de la parroquia son el
anuncio del kerigma, el proceso de iniciación cristiana,
la celebración festiva de los sacramentos, la
formación integral y permanente en todas las etapas
de la vida de las personas, el ejercicio solidario
de la caridad. «Como comunidad profética tiene
la misión de evangelizarse y evangelizar» (II Sínodo
Diocesano 655). Es en la parroquia, donde los
cristianos podemos confesar, celebrar y vivir la fe,
y por tanto es el espacio privilegiado, aunque no
único, de la ejecución de la pastoral de conjunto; es
la comunidad por antonomasia donde se integran
carismas (movimientos), servicios y ministerios en
espíritu de comunión y participación. Las Comisiones
y Secciones diocesanas tienen como objetivo
prestar ayuda subsidiaria a la parroquia, por ello,
como invita el Papa Francisco: «es muy sano que no
pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la
parroquia» (EG 29).
89. Existen, por motivo de la diversidad de carismas
y de los distintos ambientes, comunidades
eclesiales que no son parroquiales o son supraparroquiales,
como las comunidades de la Vida Consagrada
que viven bajo el régimen de su regla o
constituciones propias, los movimientos o asociaciones
públicas de fieles, etc. Pero, «entre las comunidades
eclesiales, en las que viven y se forman los
discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las
Parroquias» (DA 171).
90. Nuestros Obispos en Aparecida nos instan a la
renovación eclesial haciendo de nuestra parroquia
una comunidad de comunidades, que llegue a ser
una red bien estructurada de comunidades vivas en
las que se anuncia la Palabra, se celebran los sacramentos
y se ejercita la caridad fraterna. Para ello es
necesario que el territorio parroquial sea sectorizado
«con equipos propios de animación y coordinación
que permitan una mayor proximidad a las personas
y grupos» (DA 372). La invitación constante
del Papa Francisco de salir del centro parroquial a
las periferias existenciales, se realizará en la medida
en que demos mayor vitalidad a las pequeñas comunidades
diseminadas en el territorio parroquial.
Parroquia en salida misionera
91. Hay que salir de las instalaciones parroquiales
para encontrarnos con todas las gentes y no sólo
con los que asisten regularmente a ellas, pero sin
cerrar las puertas del templo, pues «la Iglesia está
llamada a ser siempre la casa abierta del Padre»
(EG 47). Desde la pequeña comunidad de sector
o barrio se puede intensificar la pastoral familiar,
dar una atención más especializada y lúcida a los
adolescentes y jóvenes, estar más al pendiente de
los niños, los ancianos, los enfermos y de toda persona
marginada, en cuanto que permite relaciones
fraternas de cercanía y de interés mutuo, dejando
de ser una masa de gente sin nombre ni rostro.
Además, en las pequeñas comunidades cobra cada
vez más importancia el protagonismo del laico en
comunión con sus pastores y se anula la imagen de
una Iglesia burocrática y lejana, ajena a la vida de
los cristianos. En la pequeña comunidad del barrio
o sector, «la comunidad evangelizadora se mete con
obras y gestos en la vida cotidiana de los demás,
achica las distancias, se abaja hasta la humillación
si es necesario, y asume la vida humana, tocando la
carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores
tienen así “olor a oveja” y éstas escuchan
su voz» (EG 24).
92. La parroquia es comunidad de comunidades de
fe en Jesucristo, Él es el centro de toda comunidad
cristiana; por eso, en la parroquia se confiesa, se
celebra, se vive y se transmite la fe cristiana: «La
parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito
de la escucha de la Palabra, del crecimiento de
la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad
generosa, de la adoración y de la celebración»
(EG 28).
EXIGENCIAS PASTORALES
Ideas fuerza
93. En la metodología para nuestro Plan de Pastoral
se pidió que, tras la profundización en el estudio
del Marco Doctrinal, se entresacaran algunas «Ideas
Fuerza», como ideas centrales cargadas de significado
que indican el corazón de lo que se desea y se
quiere. Dichas «Ideas Fuerza» fueron el apoyo que
dio paso a la reflexión de las exigencias pastorales,
las cuales son entendidas como una interpelación
que nos hace la Palabra de Dios, La Tradición y el
Magisterio de la Iglesia frente a los vacíos pastorales,
a los que nos urge dar respuesta a corto, mediano
o largo plazo.
94. En las Asambleas Pastorales de las instancias
eclesiales, que culminaron en la Asamblea Diocesana,
se pidió que este paso se hiciera en torno a
cinco puntos focales que abarcan a las personas, las
estructuras y los métodos de nuestro quehacer pastoral.
El discernimiento de las exigencias se realizó
buscando expresar valores más que expresar ideas,
con un lenguaje existencial y de manera participativa
buscando que sean asumidas y asimiladas por
todos.
95. Perfil de la parroquia
• Que fomente una pastoral integral para llevar
el anuncio evangélico a todos los ámbitos de la
parroquia, que propicie la conversión continua,
y el ejercicio de la caridad.
• Que fomente la conversión personal y pastoral,
que contribuya a la caridad, la formación permanente
y al testimonio convincente.
96. Perfil del sector, zona o barrio
• Que asegure el anuncio del kerigma a todos, seguido
de formación integral y permanente que
favorezca la conversión personal y pastoral que
nos lleve a dar testimonio.
• Que promueva la formación integral y continua
con la Palabra de Dios, el Catecismo de la
Iglesia Católica y el Magisterio de la Iglesia, de
tal manera que los fieles asuman su compromiso
evangelizador permanente en comunión con
la parroquia de manera organizada, activa, para
ir al encuentro de los alejados y necesitados.
97. Perfil del agente evangelizador (presbítero, religioso
y laico)
• Que fomente el encuentro con Cristo que lleva
a la conversión personal y pastoral, con espíritu misionero y una formación permanente e
integral.
• Que los agentes de pastoral, mediante la conversión
personal y pastoral, testimonien con su
palabra y obra una experiencia viva de Cristo,
a través de procesos de formación integral que
atiendan a la diversidad multicultural utilizando
la tecnología.
98. Perfil de la acción evangelizadora
• Que ofrezca una adecuada formación humana,
doctrinal, pastoral y espiritual que nos haga
cercanos a los demás.
• Que lleve al agente de pastoral a estar plenamente
unido a Cristo, dispuesto a colaborar
con los pastores. Con un compromiso perseverante
y sensible al contexto y a la realidad,
alimentado por una vida sacramental.
99. Perfil del laico
• Que conozca, viva, celebre y comunique su fe
cristiana interviniendo en las realidades del
mundo desde los valores evangélicos
• Que tenga un encuentro con Cristo en permanente
conversión, para que sea consciente de
su tarea de trasformar las realidades del mundo
con el Evangelio y que se prepare, viva y participe
en la vida social, política, económica y religiosa
con actitud crítica ante estas realidades.