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Plan de Pastoral


V Plan de Pastoral (Descargas)

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Juzgar con los criterios del Hijo


Iluminación de la realidad

36. En la metodología participativa, el marco doctrinal es el conjunto de principios que tienen su fuente en la Revelación, la Tradición de la Iglesia y el Magisterio, para responder, de manera crítica, a la realidad social y eclesial, que después de ser analizada, nos urge a que sea transformada. En otras palabras, el marco doctrinal determina cómo debe ser la Iglesia, el hombre, la sociedad y el mundo según el proyecto de Dios y, por ello, determina hacia dónde queremos ir, es decir, busca señalar el futuro deseable a donde queremos llegar, el modelo pastoral que queremos construir. Proyecta, pues, el futuro deseable para ser seguido por la acción pastoral. ¿Cómo evangelizar hoy?

37. El Concilio Vaticano II nos ha puesto en un estado de renovación eclesial a partir de la identidad de la Iglesia y su misión en el mundo contemporáneo. El Papa Paulo VI, en la exhortación postsinodal Evangelii Nuntiandi, en sintonía con el Concilio y con una clara conciencia de la misión de la Iglesia en el mundo, así como con una valentía profética, plantea tres preguntas acuciantes sobre el tema de la evangelización en la actualidad: «¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy? ¿Con qué métodos hay que proclamar el Evangelio para que su poder sea eficaz?» (n. 4). Preguntas que podemos ampliar un poco más, conforme al marco de nuestra realidad: ¿En este momento de la historia de nuestra Arquidiócesis, los pastores, los religiosos(as) y los laicos de la Iglesia estamos anunciando el Evangelio con eficacia? ¿Qué significa anunciar el Evangelio en nuestra sociedad posmoderna, liberal, capitalista y consumista? ¿Cuál es el papel de la Iglesia en el contexto secularista y posmoderno? ¿Cómo anunciar el Evangelio en medio de un ambiente de pobreza, violencia e inseguridad?

38. La validez actual de las preguntas del Papa Montini es incuestionable; su pertinencia, su plausibilidad y su profetismo son indiscutibles. En la respuesta a estas preguntas está la posibilidad de hacer presente el Reino, es decir, el anunciar y vivir el Evangelio de forma nueva aquí y ahora a través de la Misión Continental. La planeación pastoral no tiene otra finalidad que la de evangelizar en el momento histórico en el que nos toca vivir. En cuanto que se trata de un nuevo contexto, hablamos de Nueva Evangelización.

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Significado de la expresión Nueva Evangelización

39. La expresión «Nueva Evangelización» fue utilizada, por primera vez, en el documento de Puebla: «Situaciones nuevas que nacen de cambios socioculturales y requieren una nueva evangelización» (n. 366). San Juan Pablo II utilizó esta expresión en su patria, Polonia, el 9 de junio de 1979, en el santuario de la Santa Cruz de Mogila en Nowa Hutta; ciudad ideal del comunismo ateo, donde, a instancias del arzobispo Wojtyla, se había implantado la cruz de Cristo, a pesar de la política represora del gobierno comunista. Decía el Papa: «Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo». En América Latina la «Nueva Evangelización» toma cartas de ciudadanía pastoral, y será de forma reiterativa, a partir del 9 de marzo de 1983, cuando el mismo Papa, en Port-au-Prince, Haití, en preparación a los quinientos años de la evangelización en América, invitaba a los obispos latinoamericanos a «un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión». La triada que implica la novedad de la evangelización, es, sin duda, un gran acierto del Papa, inspirado por el Espíritu del Señor.

40. En la Redemptoris Missio, Juan Pablo II enseña que la «Nueva Evangelización» es la tarea apostó- lica para los países de tradición cristiana, frente a los graves problemas de descristianización: «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de los pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo» (n. 30). De igual forma, en la Christifideles Laici, el Papa polaco se refería a la finalidad de la Nueva Evangelización: «Esta nueva evangelización está destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y su Evangelio» (n. 34).

41. El Papa Benedicto XVI, preocupado por los fenómenos de descristianización, secularización e indiferencia religiosa, sobre todo en los países de hondas raíces cristianas, donde una masa ingente de bautizados ya no están evangelizados o viven al margen de la acción pastoral de la Iglesia, ha querido relanzar el llamado de la Nueva Evangelización; así creó el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización el 21 de septiembre de 2010 y, en poco menos de un mes, el 24 de septiembre de ese año, convocó al Sínodo de los Obispos sobre «la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe». Por su parte, el Papa Francisco nos enseña que la Nueva Evangelización se realiza fundamentalmente en tres ámbitos: el primero es la pastoral ordinaria, para encender el fuego de los que frecuentemente participan, pero necesitan crecer en el amor a Dios y al prójimo; el segundo es la misión dirigida a los bautizados que no viven su compromiso bautismal, a fin de que experimenten de nuevo la alegría de la fe y el deseo de comprometerse con el Evangelio; y el tercero, es la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o quienes lo rechazan, reconociendo que muchos de ellos buscan a Dios sin saberlo (Cf EG 14).

42. La Nueva Evangelización no es una ruptura con la primera evangelización realizada por el Señor Jesús y sus Apóstoles. Es la misma tarea perenne encomendada a la Iglesia, pero aprendiendo de la capacidad de adaptación del Evangelio en contextos nuevos y desafiantes. En América Latina esta Nueva Evangelización lleva el nombre de Misión Continental, que se realiza con el eje del discipulado misionero y tiene como finalidad que nuestros pueblos en Cristo tengan vida plena. De ahí, nuestra mirada tiende a Jesús y su Evangelio como paradigma de toda acción evangelizadora. Jesucristo, el Hijo del Padre y el ungido del Espíritu, es el origen, el centro y la finalidad de la evangelización, es el corazón del Evangelio, el núcleo fundamental: «Lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (EG 36).

a) La primera evangelización, paradigma de toda evangelización

Jesucristo es el centro de la evangelización

43. Jesús, el enviado del Padre para nuestra salvación, comenzó su ministerio anunciando el Evangelio y haciendo presente el Reino, proclamando y realizando la alegría de ser amados inmensamente por el Padre celestial. «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15; Cf EG 11). El protagonista del Reinado de Dios es el mismo Jesús de Nazaret, por ello, su persona y su ministerio, pero sobre todo su misterio pascual, son la fuente y el modelo de toda evangelización. No puede haber evangelización que prescinda de Jesús y de su mensaje. «Cristo es el “Evangelio eterno” (Ap 14,6), y es “el mismo ayer y hoy y para siempre” (Heb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables» (EG 11). La Nueva Evangelización exige la vuelta sin más al Evangelio: «El Evangelio es siempre el nuevo anuncio de la salvación obrada por Cristo para hacernos participar a la humanidad en el misterio de Dios y de su vida de amor y abrir a todos los hombres un futuro de esperanza segura y sólida».

Jesús anuncia el Reino de Dios

44. Jesús instauró el Reino de Dios con su predicación y realizando abundantes acciones-signo. Tanto la predicación como los signos son fundamentales para entender cómo realizó su misión y cómo la Iglesia ahora prolonga en el espacio y el tiempo lo esencial de esa predicación y de esos signos. Jesús predicó la Buena Nueva del Reino especialmente por medio de las parábolas (cf. Mt 13; Mc 4,1-34). En sus palabras se realiza ya el Reinado de Dios porque es Palabra llena de autoridad, que da vida y porque revela lo propio de ese Reino, pues «les enseñaba como quien tiene autoridad» (Mc 1,22). En las parábolas, el Reino aparece en su inicio como algo medio oculto, casi imperceptible; no es espectacular ni avasallador, porque no depende de las fuerzas humanas ni de las estrategias de la creatividad programadora de los hombres; el Reino es de Dios y es de él de quien depende. El Reino es como una semilla sembrada en diversas tierras, semilla buena que crece junto a la cizaña, semilla de mostaza, levadura entre la masa, etc. El hombre debe pedir el Reino: «Padre… venga tu Reino» (Mt 6,10), disponerse a recibirlo y dejar que crezca en él, como la tierra buena deja que la semilla germine en su seno, porque ésta posee una virtualidad propia hasta «dar fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta» (Mt 13,8). Quien acepta a Cristo y su palabra, acepta el Reinado de Dios, se transforma en hijo de Dios por don divino y se abre a la comunión fraterna, así es capaz de asumir los criterios del Padre en la corrección fraterna (Cf Mt 18,15-18), el amor solidario (Cf Lc 10,29-37), el perdón (Cf Mt 18,21-22), el servicio (Cf Mc 10,41-45), etc.

Los Milagros-Signos del Reino

45. Jesús realizó muchos signos que hacen presente el Reino: curó a los enfermos, expulsó demonios, reunió a sus discípulos como una nueva familia, se sentó a la mesa con pecadores. En el tiempo de Jesús la enfermedad tenía una connotación religiosa, más allá de las dolencias y las insuficiencias físicas; era una manifestación de la falta de comunión con Dios por causa de un pecado personal o colectivo, o porque se poseía un espíritu demoniaco. La salud es el retorno a Dios y a la comunión con el pueblo santo de Israel; cuando Jesús sana a un enfermo revela el poder que posee de perdonar los pecados y de someter al demonio, así como el de hacer presente una nueva situación de vida plena en comunión con Dios y en una sana inserción comunitaria.

Comunión fraterna como signo del Reino

46. Una nueva sociedad humana convocada por Jesucristo para formar una familia de discípulos, lleva a pensar en la constitución de un nuevo pueblo de Dios cuyo lugar de realización es el hogar familiar, el espacio doméstico en donde él y todo ser humano es recibido, acogido y, con mayor facilidad, puede ser «encontrado» (Cf Mc 3,31-35; Lc 8,21). La comunión fraterna del Reino se revela en la domus ecclesiae, que es el espacio de conocimiento de Dios, de nuevas relaciones de fraternidad, de comunión, liberación y servicio, llegando a tener un solo corazón (Cf Hech 2,42-47). También Jesús se sienta a la mesa con publicanos y pecadores (Cf Lc 5,29-32); sentarse a la mesa era compartir en comunión y familiaridad el pan, los ideales, la vida; la mesa tiene una grandísima significación social, pues convalida el status socio-religioso de los comensales. Por esta razón, el hecho de que Jesús comparta la mesa con los despreciados hace que sea un signo teológico de la gratuidad divina y del perdón del Padre que, a través de su Hijo, restituye la dignidad de los pecadores, como bien aparece en las parábolas de la misericordia, pues «habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta...» (Lc 15,7).

Misterio Pascual

47. La Pascua de Jesús en Jerusalén realiza la soberanía de Dios y de su Reinado. No podríamos desvincular su predicación y su ministerio de Galilea con el de Jerusalén, pues éste corona aquél. «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros» (Lc 22,15). El Señor murió en Jerusalén por cómo vivió su misión en Galilea, por ello exclamó: «todo está cumplido» (Jn 19,30). Así lo entiende el Papa Francisco, cuando dice: «La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia» (EG 269). Es precisamente en el momento de la cruz cuando Jesús, el evangelizador, se nos dona en obediencia como Hijo, para que podamos ser hijos del Padre. «Aun siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación para todos los le obedecen» (Heb 5,8-9). En la cruz reconcilia al hombre con Dios haciéndolo hijo, pero también nos reconcilia a los hombres para que podamos ser hermanos, rompiendo con su sangre el muro del odio que nos separaba. «En Cristo Jesús, vosotros… habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos, hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad» (Ef 2,13-14). La resurrección de Cristo es la plenitud del Reino en la historia del hombre Jesús, que posibilita y fundamenta la esperanza de nuestra propia resurrección, que ya, pero todavía no, se realiza en el momento presente. Así, la historia queda también plenificada por la resurrección y nos tensa para la instauración del Reino escatológico, siempre de forma creciente.

Testimonio apostólico

48. Los apóstoles, después de la resurrección de Cristo, dieron testimonio del Resucitado e hicieron posible la experiencia de vida en nuevas relaciones humanas en la Iglesia, fundadas en la gracia de la filiación divina en Jesucristo por el Espíritu Santo. Cada apóstol siguió sus propios métodos y sus propias expresiones, según la cultura de sus interlocutores, pero conservando unas mediaciones comunes que permitieran dar continuidad a la obra de Cristo y que configuraran una comunión de fe que vinculara a todas las comunidades, más allá de las propias particularidades. Estas mediaciones eclesiales, que debían de conservar lo sustancial, tienen un carácter católico o universal y son, todavía hoy, las que se deben conservar siempre en el proceso de inculturación del Evangelio en todas las latitudes, por su potencialidad y vitalidad.

Mediaciones comunes de evangelización apostólica

49. Las mediaciones comunes de la evangelización apostólica, como lo señala el libro de los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 2, 42-47, son el anuncio de la Palabra, la celebración de la fe y la comunión con los pastores del Pueblo de Dios. Todas las primeras comunidades se reunían para escuchar la predicación de los apóstoles, para la lectura de la Escritura; a su vez anunciaban con gozo kerigmá- tico a todas las personas, la actuación de la salvación en Cristo, con la finalidad de que muchos se adhirieran a la fe en Jesucristo; profundizaban la fe que habían recibido por medio de la catequesis y se esforzaban por hacer asequible el mensaje de Jesús en las categorías y en el lenguaje de sus oyentes. De la misma manera, las primitivas comunidades, más allá de sus peculiaridades, celebraban los mismos sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía; llevaban todos una vida de oración, dirigiéndose confiadamente a Dios como Padre, conforme a las enseñanzas del Salvador y a la tradición heredada de Israel. También vivían en comunión como nuevo Pueblo de Dios, conformado en pequeñas comunidades cuya exigencia primordial era el seguimiento de Jesús; se llamaban entre ellos hermanos, llamando la atención de los paganos por sus relaciones marcadas por el amor fraterno y solidario; se regían por el cuidado y la autoridad pastoral de alguno de los apóstoles o de uno de sus sucesores; a su vez, entre éstos existía una comunión colegial y apostólica, bajo la primacía servicial, carismática y jurídica de Pedro y sus sucesores. Esta primera evangelización es y será siempre el paradigma de toda evangelización en la Iglesia.

b) La novedad de la evangelización

La Iglesia continúa la obra de Cristo

50. La Iglesia hoy evangeliza; esa es su misión, para eso existe. Como en la primera evangelización, la Iglesia deberá anunciar con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones el mensaje perenne y universal de la salvación obrada por Cristo. La Nueva Evangelización es la misión de siempre de la Iglesia, que se hace nueva por ser la novedad que presenta el hoy de la historia. Esta misión a evangelizar es de carácter universal: todos los hombres, sin ninguna exclusión, tienen el derecho de recibir el Evangelio de Cristo de parte de los cristianos, y ninguno de ellos, de los cristianos, está exento del deber de evangelizar. «Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco ni miedo… no puede excluir a nadie» (EG 23).

Significado de Nueva Evangelización

51. Nueva Evangelización no significa, pues, un mensaje nuevo; «El adjetivo “nueva” hace referencia al cambio del contexto cultural y evoca la necesidad que tiene la Iglesia de recuperar energías, voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir la fe y de transmitirla»

. Podemos entender, entonces, como «Nueva Evangelización», «el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio, en correspondencia con los fuertes cambios en acto»

. Por tanto, más que un programa de múltiples actividades es un talante existencial, una espiritualidad, un estilo de pastoral más marcado por la audacia misionera generada por el encuentro con el Resucitado, por su Espíritu, que suscita un ardor por hacer presente su Reino. La Nueva Evangelización reclama «evangelizadores con Espíritu… que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo» (EG 259). Así, la Nueva Evangelización no puede ser el interés por «conservar», con costosas estrategias, a los fieles que todavía frecuentan hoy la Iglesia. No se trata de realizar acciones centradas para volver al régimen de «Cristiandad», ni de «autopresevación» (Cf EG 27), ni de proselitismo frente a otras confesiones cristianas ni, mucho menos, ver a las personas como objeto de persuasión y no como interlocutores libres y responsables de su historia.

52. La tarea de la Nueva Evangelización es buscar con nuevo ardor y audacia los caminos más aptos para poder entablar un fecundo diálogo con todas las personas y toda la sociedad, para juntos responder a las esperanzas más profundas y a la sed de Dios de los hombres, anunciando a Cristo como «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). Debemos recordar permanentemente que «el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas. […] que hablará a las búsquedas más hondas de los corazones» (EG 265). Evangelizar al mundo hoy, quizá, sea la capacidad, «siempre respetuosa y amable» (EG 127), de colocar de forma creativa la pregunta sobre Dios y el sentido de la vida y, aunada a la pregunta, el testimonio de la propia vida cristiana como don que nace del encuentro con Cristo, que da sentido y plenitud. «La Nueva Evangelización busca leer los deseos del hombre en la cultura de su época. Al hambre de identidad y destino corresponde el pan de la fe definida y cierta»4 . Así, la novedad permanente radica en la Buena Nueva de la salvación obrada por Dios en Jesucristo, su Unigénito, en «quien se esclarece el misterio del hombre» (GS 22). No se puede jamás inventar un nuevo evangelio, pues «aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto, ¡sea maldito!» (Ga 1,8); más bien, debemos volver la mirada a Jesucristo, la antigua y nunca envejecida novedad, que constituye el fundamento y la invaluable riqueza de toda evangelización.

Llevar a Cristo a la cultura actual

53. La Iglesia, como los Apóstoles en su momento, a través de la Nueva Evangelización, deberá ser capaz de leer y discernir los nuevos escenarios culturales para el anuncio del Evangelio, a fin de que éste cree cultura como maduración de la confesión creyente, como lo afirmaba san Juan Pablo II: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida»

. La Nueva Evangelización lleva a la Iglesia al diálogo con todas las nuevas realidades para «llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de la vida humana» (DA 41), para llevar a Cristo, a fin de que en Él la cultura pueda ser de vida plena para todos los hombres. Nuestro pueblo sencillo, por medio de la piedad popular, ha realizado esa tarea de inculturación del Evangelio (cf. EG 122). El Papa Francisco es contundente cuando afirma la importancia de la evangelización de la cultura y de la inculturación del Evangelio, en cuanto que una cultura cristiana «tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes frente a los embates del secularismo actual. Una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente» (EG 68).

54. El diálogo con la cultura es la confesión implícita de la presencia salvífica de Dios en todas las culturas y de que en éstas hay elementos de santidad y verdad (Cf LG 8), o semillas del Verbo, que hay que descubrir para llevarlas a su perfección, ofreciendo a Jesucristo, que es plenitud de vida y de comunión, respuesta plena a todas las búsquedas de sentido y de felicidad. La cultura es «el estilo de vida que tiene una sociedad determinada, el modo propio que tienen sus miembros de relacionarse entre sí, con las demás criaturas y con Dios» (EG 115). Nuestra mirada sobre las culturas debe ser crítica y debe tener en cuenta que toda cultura, como elemento humano, es ambivalente. Por una parte tiene semillas del Verbo, pero por otra, está marcada por el pecado; de ahí que la fe debe purificarla y elevarla, como la gracia supone, purifica y eleva la naturaleza.

Evangelización y promoción humana

55. Así como la Nueva Evangelización dirige el diálogo de la Iglesia con todas las culturas para purificarlas y elevarlas a fin de inculturar el Evangelio, también crea condiciones de nueva humanidad, lo cual a sido llamado por el magisterio latinoamericano «promoción humana». El Papa Paulo VI afirmaba que evangelizar es crear nuevas condiciones de vida digna para todo el hombre y para todos los hombres; el influjo del Evangelio suscita hombres nuevos que son capaces de renovar toda la humanidad (Cf EN 18). El beato Paulo VI apunta a una evangelización con criterios eminentemente antropológicos: «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad» (EN 19). Estos criterios nos hacen pensar que la finalidad última de la Nueva Evangelización es la participación de la vida de Cristo, vida abundante y plena, a todos los hombres de todas las culturas y en los diversos escenarios históricos, y que abarca desde la dimensión espiritual de la vida de la gracia hasta la vida físico-biológica-ecológica-cultural-política.

56. El mismo beato Paulo VI señala que la promoción humana, fruto de la evangelización, tiene su justificación desde la antropología, en cuanto que el hombre, ser pluridimensional, tiene aspectos sociales, económicos, culturales, etc. que le son esenciales. También la justifica teológicamente, en cuanto que no se puede hablar de dos planos ajenos e incluso antagónicos cuando se trata de la creación y la salvación, de naturaleza y gracia; no deja de advertir, sin embargo, del peligro de reduccionismo de orden intrahistórico o sociológico (Cf EN 31). El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, también ofrece una justificación eclesiológica: «Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve» (n. 179). En esta misma línea, el magisterio latinoamericano ha intuido proféticamente que el compromiso por la justicia y la promoción humana, que se manifiesta en la opción preferencial por los pobres, es una dimensión de la misma tarea evangelizadora. «Nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo» (DP 476).

Evangelización nueva en su ardor

57. La urgencia de una Nueva Evangelización, requiere, como condición esencial, una novedad en su ardor y este ardor exige, a su vez, la conversión personal y pastoral. Que el ardor haga buscar nuevos métodos y expresiones lo han subrayado nuestros obispos, aunque no sea en forma positiva: «Percibimos una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones» (DA 100c). Igualmente, ante los gravísimos desafíos que presenta la realidad a la acción pastoral de la Iglesia, lamentan, parafraseando al entonces Cardenal Ratzinger: «el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad» (DA 12). Es necesaria una conversión pastoral que nos lleve a todos a un encuentro con Cristo y a un nuevo ardor, que despierte «la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida» (DA 366). Nuevo ardor porque se ha encontrado a Dios en Jesucristo, que conduce a la santidad de vida y a la transformación total, en cuanto que se adquiere una nueva orientación en la vida, un nuevo horizonte de comprensión de la propia realidad y de la realidad social. «La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más» (EG 264). Solamente desde el ardor que nos lleva a anunciar con parresía el Evangelio de Cristo, se pueden revisar las estructuras eclesiales y renovarlas, pues hemos de reconocer que, en todos los niveles, «hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador» (EG 26. 259).

Evangelización nueva en sus métodos

58. La novedad en el método y en la expresión es fruto de la novedad en el ardor. Novedad en el método implica seguir la misma metodología de Jesús, pero utilizando las herramientas actuales. ¿Cuál es el método de Jesús? Él, como Buen Pastor, busca y «sale» al encuentro de quien estaba perdido, lo llama por su nombre para que sea su discípulo y para que comparta con Él la vida: «vengan y vean» (Jn 1,39). Jesús permite que cada persona despliegue todas sus capacidades y potencialidades para que, siguiéndolo, pueda ofrecerse en comunión a la misión, confiada por el Padre. Se trata de un método lleno de simpatía, acogida, respeto, caridad, interés por la persona más que por la ley (que está para servir al hombre), etc. Sobre el método seguido por Jesús dicen nuestros obispos latinoamericanos: El itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo, que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña (DA 277).

59. Siguiendo el método de Jesús, la Nueva Evangelización, es decir, toda la acción pastoral, tendrá que tener métodos más humanos, gentiles, de respeto y simpatía por todos, eminentemente participativos, a fin de que cada cristiano, consciente de la llamada de Jesús, se haga protagonista de la evangelización en los ambientes en los que se mueve, en cada situación concreta de su vida. El cristiano, convencido y convincente discípulo misionero, dará espacio a la imaginación, la creatividad y el uso de los medios, sean electrónicos, técnicos o de cualquier índole a su alcance, para dar testimonio de Jesucristo y hacer más eficaz la misión evangelizadora. La utilización de todos estos recursos tecnológicos debe ser con el cuidado de no apartarnos de la gente, de estar codo con codo en sus alegrías y tristezas, «ser Pueblo de Dios» y tocar las llagas sufrientes de las personas concretas que nos encontramos en el camino de la vida, porque «cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios» (EG 272).

Evangelización nueva en sus expresiones

60. La novedad en la expresión es exigida teológicamente por la encarnación de la Palabra en la historia. Esta exigencia reclama buscar lenguajes acordes con la mentalidad de nuestros interlocutores; saber traducir la Palabra con una doble fidelidad: a Dios y a la historia. Uno de los signos de la inculturación es, sin lugar a dudas, asumir, purificar y dar plenitud a la gramática de la vida de cada cultura, su lenguaje antropológico y cultural manifestado en el lenguaje, en los símbolos, en los mitos, en una palabra, en la cosmovisión, sin dejar de lado, un lenguaje que sea más claro, convincente y vinculante para la forma de pensar actual, tanto en el anuncio del kerigma como en la catequesis, en la liturgia e incluso en la teología, como lo dice el Papa Francisco: «Expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad» (EG 41).

LA MISIÓN CONTINENTAL PERMANENTE ES LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA

Misión Continental

61. El documento conclusivo de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida ha despertado la conciencia misionera, en cuanto que ubica a todos los cristianos bajo la categoría de discípulos misioneros. De esta manera, en comunión con el sucesor de Pedro, nos ha convocado a una Misión Continental con carácter permanente para anunciar la Buena Nueva de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan vida nueva y plena en Cristo. Así la Misión Continental es la realización concreta de la Nueva Evangelización en nuestro continente latinoamericano, como lo decía Benedicto XVI al final de la homilía de clausura del pasado Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización.

62. La Misión Continental profundiza, supone y asume la Nueva Evangelización, como invitación del Santo Padre a la Iglesia Universal, como un modo de ser propio de la Iglesia latinoamericana, haciendo una particular recepción del Concilio Vaticano II y respondiendo al contexto de secularización y de marginación en este continente. Ciertamente América Latina vive el secularismo como los demás países, pero se agrava la situación por el ataque proselitista de numerosas comunidades cristianas, que no satisfaciendo plenamente el corazón de los hombres, van dejando una estela de indiferencia religiosa. Por otra parte, los graves problemas de marginación, pobreza, violencia y corrupción, se han acentuado desde la aplicación de los modelos económicos neoliberales. A fin de responder a esta desafiante realidad, nuestros obispos convocan a la Misión Continental y dan el sentido de ésta: Asumimos el compromiso de una gran misión en todo el Continente, que nos exigirá profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un discípulo misionero. Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo (DA 362).

63. No se trata de una misión popular ni de una actividad pastoral que se realiza y se acaba, sino de un proceso misionero que nace del encuentro con Cristo, suscita la conversión personal y pastoral para seguir al Señor en la comunión eclesial y vivir su misión de instauración del Reino en el mundo, para que en Cristo tenga vida plena. La Misión es el mayor desafío de la Iglesia porque implica salir de sí misma, ir al encuentro del otro para manifestar la alegría profunda de haber encontrado el gran Tesoro. La misión, nos enseña el Papa Francisco, «siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá» (EG 21). El objetivo de la Misión Continental en la Arquidiócesis de Guadalajara es «abrirnos al impulso del Espíritu Santo, mediante la escucha de la Palabra, la vivencia de la Eucaristía y el ejercicio de la caridad, para hacer de cada uno de los miembros de nuestras familias cristianas un verdadero discípulo misionero»

. El discipulado

misionero es el eje central, y la vida plena y abundante en Cristo es la finalidad de esta misión.

64. La misión es una tarea confiada. Jesucristo es el primer misionero enviado por el Padre al mundo para nuestra salvación, luego Jesús envía a sus discípulos: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21). La misión de la Iglesia es la tarea que Cristo confió a sus discípulos de llevar el Evangelio de salvación a todos los rincones de la tierra. No tendríamos razones para pensar que evangelización y misión son dos tareas distintas, sino que son dos expresiones de la misma realidad. «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14). La Misión Continental quiere ser la realización del mandato evangelizador de Jesucristo en el contexto latinoamericano de inicio del siglo XXI, con las características propias de nuestros pueblos y con un marcado énfasis en la promoción humana, por los múltiples rostros mutilados que la historia de los poderosos ha reducido a la marginalidad; así mismo, la evangelización en este continente tiene como punto de referencia la corresponsable participación popular de todos los que formamos el Pueblo de Dios.

Destinatarios de la Misión Continental

65. Una de las grandes novedades de la Misión Continental está en la concepción de los destinatarios. Generalmente la misión venía entendiéndose como la tarea de la Iglesia hacia afuera, Missio Ad Gentes, o bien, como un tiempo determinado, uno o dos meses, de una intensa actividad pastoral para poner al corriente a los que vivían de forma irregular o no habían recibido algún sacramento. Quizá en la misma concepción de la palabra misión, se perciba como una fuerza hacia afuera, pero bien vale la pena plantearse el refrán popular de «nadie da lo que no tiene». En la Misión Continental los destinatarios primeros son los agentes de pastoral: obispos, presbíteros, los religiosos y religiosas y los laicos comprometidos, para que puedan ir al mundo y encontrar los interlocutores con los que, en fecundo diálogo, se testimonie a Cristo vivo, presente y operante. «Todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente» (EG 121).

66. La misión de la Iglesia, entonces, se realiza también, de forma primaria y necesaria ad intra, como fuerza centrípeta a fin de reanimar, purificar, confirmar y confesar la fe en Cristo como discípulos misioneros; es el primer ámbito de la Nueva Evangelización. La misión ad extra se realiza como fuerza centrífuga, que ilumina al mundo con la fuerza y la belleza de la fe para que en Cristo tenga vida plena. La conjugación de estas dos fuerzas son las que dan sentido a la Misión Continental. El desafiante contexto de secularización reclama un nuevo Pentecostés, «que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente» (DA 362) en los agentes de pastoral.

Discipulado misionero

67. El fundamento teológico y pastoral de la Misión Continental es el discipulado misionero. ¿Quién es discípulo misionero? «En virtud del bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero» (EG 119). Se trata de una nueva categoría teológica fundamental que el magisterio latinoamericano ha querido poner de relieve en el momento de vivir la renovación eclesial promovida por el Vaticano II en nuestro continente. Si no tomamos conciencia de que la misión es la consecuencia del discipulado podríamos construir más un proyecto humano que el de Dios; podríamos pensar y realizar la misión desvinculada de Cristo o de la comunión eclesial. En este sentido, no es del todo ajeno al dominio popular, que han existido misioneros, y por desgracia pueden todavía existir, que realizan una acción misionera sin una vinculación existencial con lo que hacen, de ahí la necesidad de ser los primeros evangelizados para poder evangelizar, recibir el kerigma para poder transmitir la alegría de la propia salvación de forma testimonial.

68. La mision del evangelizador brota de su ser discípulo, y el hecho de ser discípulo lo lleva a la misión. Discipulado y misión son palabras correlativas que se reclaman mutuamente tanto en su significado bíblico como teológico: «llamó a los que él quiso; y vinieron junto a él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios» (Mc 3,13-14). La oración es el pulmón del discípulo misionero, sin oración se mutila o se parcializa el Evangelio; sin oración la misión pierde el gozne en el cual gira, que es el discipulado. El Papa Francisco recomienda vivamente que se cultive «un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad», y nos advierte que «sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fá- cilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga» (EG 262).

69. El Documento de Aparecida dibuja el itinerario formativo del discípulo misionero como un proceso dinámico que se realiza en cinco momentos o dimensiones, que «se compenetran íntimamente y se alimentan entre sí» (DA 278): el encuentro con Cristo, la conversión, el discipulado, la comunión y la misión.

a) Kerigma y formación para la misión

Encuentro con Cristo

70. El Papa Benedicto XVI ha insistido permanentemente en que el cristianismo no es una religión del Libro, no brota de una deducción especulativa ni de una decisión ética, sino del alegre anuncio kerigmático que lleva a una personal e intensa experiencia con Cristo, muerto y resucitado por nosotros. «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE 1). De igual forma, el Papa Francisco nos invita «a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo» (EG 3). Este encuentro se da siempre en el ámbito de la gracia de Dios que interpela la libertad de cada persona; la iniciativa siempre la toma el Señor, por eso «la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre permanentemente… la evangelización» (EG 112). El kerigma es el centro de toda actividad pastoral y es la fuente de renovación eclesial. «Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hacer creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre» (EG 164). El kerigma es el anuncio primero porque es el principal y siempre hay que volver a escucharlo de diversas maneras y en distintas circunstancias.

71. La palabra encuentro alude a la capacidad humana de relaciones interpersonales que plenifican y llenan de sentido, es decir, el reconocimiento de la necesidad existencial de tener presente y estar, aquí y ahora, con las personas con las que se establecen cualquier tipo de vínculos, sea de orden familiar, social o laboral. Estos vínculos dan identidad y pertenencia; establecen derechos y obligaciones. Cuando el encuentro es auténtico, existe el empe- ño que compromete y que nace de un compartir la vida, los sentimientos, las ideas, los proyectos. Hay un vínculo de amor en el que se culmina el encuentro. Como se trata de una relación que nace en el amor mutuo, se juega la vida por la persona que se ama.

72. El encuentro con Cristo presupone apertura, interpelación, aceptación incondicional, por lo que implica una comunicación que abre al hombre más allá de sus limitaciones y pecados. Por eso el hombre viviendo un encuentro con Cristo queda liberado de sus pecados y con el compromiso de asumir una nueva vida de amistad y de amor con el Señor. A partir del encuentro con Cristo nace una nueva criatura, hay una conversión y comienza el seguimiento hasta la configuración con el Señor.

Seguimiento de Cristo

73. El seguimiento, que surge del encuentro y la decisión de la conversión, es la orientación total del discípulo al Maestro. El seguimiento, al que llama Jesús, implica cercanía con él, conocimiento mutuo, adhesión, también implica movimiento, porque Jesús es el profeta itinerante, que no tiene donde reclinar la cabeza (cf. Mc 3,13; Mt, 8,20). Porque Jesús es un hombre desinstalado, el que lo sigue debe también ser profundamente libre, capaz de andar en camino; por esta razón, para comenzar el itinerario del seguimiento el Señor pide la conversión, la metanoia, el cambio de mentalidad, la apertura y, sobre todo, la vivencia de comunión y participación en una comunidad fraterna.

Espiritualidad de comunión

74. El encuentro con Jesucristo y el seguimiento se realizan siempre por y en la mediación eclesial. Por eso la Iglesia, la convocación de los discípulos para la misión de parte de Cristo, es misterio de comunión y participación, que tiene su origen y su fundamento en la comunión trinitaria y su realización por medio de la espiritualidad de comunión. Por eso, la comunión no puede ser un mero gesto de funcionalidad, es decir, comprometer cosas o proyectos, pero no comprometerse a sí mismo. Los elementos esenciales de la espiritualidad de comunión vienen bien señalados en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, de Juan Pablo II, que define a la Iglesia como «casa y escuela de comunión».

75. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (Cf Ga 6,2) y rechazando las tentaciones de egoísmo que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias (NMI 43).

76. El documento de Aparecida, por su parte, se- ñala que vivir la comunión es ya la realización de la misión, en cuanto que el amor comunicativo es siempre atrayente: La Iglesia, como «comunión de amor», está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios que es comunión y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la hermosa aventura de la fe. «Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea» (Jn 17,21). La Iglesia crece no por proselitismo sino por atracción: como Cristo «atrae a todos a sí con la fuerza de su amor». La Iglesia «atrae» cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (DA 159).

Kerigma

77. La misión que realiza el discípulo misionero por encargo de Cristo y siempre en comunión consiste en la predicación del kerigma, que busca la adhesión a Jesús de aquellos que están dispuestos a abrazar la fe. El kerigma es el mensaje central del Evangelio con el que empieza un itinerario de iniciación cristiana que culmina, pero no termina, en el Bautismo y en la profesión, profundización y vivencia de la fe. La propuesta de la Buena Nueva apela la libertad de la persona y le exige tomar postura en torno a Cristo. El kerigma demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena (EG 165).

78. El discípulo misionero también realiza la misión en la celebración de la fe, sobre todo en la Eucaristía y en los demás sacramentos, pero también en la liturgia de la vida y en la vida de oración. Igualmente, al construir una comunión de amor en la solidaridad, a fin de que la civilización del amor llegue a instaurarse, el discípulo misionero está realizando la misión. En fin, ahí donde se genera vida, vida humana digna y plena, ahí se está realizando la Misión Continental.

79. El kerigma no se abandona nunca, como si se tratara de un primer paso que después hay que dejar atrás, porque permanentemente debemos escuchar y anunciar el amor infinito que Dios nos ha tenido en su Hijo Jesucristo, que murió por nosotros para participarnos de su vida en la resurrección. Por ello, «toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerigma» (EG 165). El itinerario formativo del discípulo misionero exige que la formación sea integral y permanente. En cuanto que es un itinerario de seguimiento de Cristo, la formación tiene la característica de ser un proceso continuo, que busca desarrollar de forma armónica y coherente todas las dimensiones de la persona humana.

b) Para que nuestro pueblo en Cristo tenga vida

La vida nueva en Cristo

80. La Nueva Evangelización que se realiza en Amé- rica Latina por medio de la Misión Continental, tiene como finalidad la instauración del Reino de la vida, que también se ha llamado: la civilización del amor, la cultura de la vida y de la solidaridad, la vida plena en Cristo, etc. Toda acción evangelizadora tiene esta finalidad y todo debe estar sometido a ello. El documento de Aparecida asume en su mismo título como finalidad la vida plena en Cristo: «Discípulos misioneros para que nuestros pueblos en Él tengan vida». En el actual contexto histórico, difícil y contradictorio, desgraciadamente, tan acostumbrado a la violencia y a la muerte, la Iglesia debe salir de sí misma al mundo, con la convicción de «ofrecer a todos la vida de Jesucristo», aunque en ello se corran algunos riesgos. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. […] Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, mientras afuera hay una multitud hambrienta. (EG 49).

Diversos conceptos de vida

81. ¿Qué entendemos por vida plena en Cristo? La palabra vida puede ser entendida de diversas formas, que generan en la práctica acciones incluso contrarias entre sí. Una mirada sólo científica, que entiende la vida como el conjunto de factores físico-químicos, deja de lado la dimensión espiritual y trascendente de la vida, permitiendo que sea manipulada sin ninguna referencia ética. La cultura de la muerte que promueve el aborto, la anticoncepción, la eutanasia, la guerra, el narcotráfico, la violencia, etc., contradictoriamente argumenta que sus acciones están fincadas en la búsqueda de una mejor calidad de vida.

Vida digna, vida nueva y vida plena

82. La Misión Continental es el ofrecimiento de la vida de Dios, participada a nosotros desde la creación del mundo. «Todo ser humano existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva en cada instante» (DA 388). De ahí que la Iglesia asuma la defensa de la vida humana desde el momento de su concepción hasta el momento de la muerte natural, y no sólo en los momentos más vulnerables del inicio y del fin, sino también en la promoción de una vida digna de todos los seres humanos y en todas las dimensiones de la persona, sobre todo cuando se es vulnerable por la marginación o por otra alienación. Si la Iglesia no defendiera, a costa de todo, a los niños por nacer, no sería creíble ni consecuente en la defensa de cualquier otro legítimo derecho humano.

83. «Nuestra misión para que nuestros pueblos en Él tengan vida, manifiesta nuestra convicción de que en el Dios vivo revelado en Jesús se encuentra el sentido, la fecundidad y la dignidad de la vida humana» (DA 389). El cristianismo ha defendido siempre la dignidad de la persona porque, en la visión cristiana del hombre, la vida es ante todo un don de Dios que debe ser recibido con gratitud y tratado con escrupulosa responsabilidad, como lo señala la Instrucción Donum Vitae: «El don de la vida, que Dios Creador y Padre ha confiado al hombre, exige que éste tome conciencia de su inestimable valor y lo acoja responsablemente» (n. 1). De esta forma, también la preocupación ecológica por el cuidado, la conservación y la salvaguarda de la creación es una responsabilidad pastoral de la Iglesia, en cuanto llamada a hacer posible la vida digna del ser humano, y ésta sólo es posible en un ecosistema sano y armónico, en cuanto que «por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación» (EG 215).

Vida en la Escritura

84. La Escritura entiende la vida como un don recibido de Dios cuando insufla en las narices el aliento de vida sobre el hombre (Gn 2,7) y llega éste a ser un viviente, capaz por sí mismo de generar la vida de otros: «sean fecundos y multiplíquense» (Gn 1,26); de ahí podemos deducir que, en un primer momento, la vida es aquello contrario a la muerte (Gn 42,2; 43,8). Sin embargo pronto la significación de este término se alargará para llegar incluso a identificarse con la curación de alguna enfermedad (Gn 45,27; Nm 21,8ss; Jue 15,19; 2Re 1,2; 8,8-10). La enfermedad, entonces, se comprende como disminución de la vida y, por lo tanto, ésta no sólo es el mero hecho de vivir, sino el gozar de una vida sana y plena.

85. Para el N.T. la vida plena sólo se puede adquirir en la liberación del pecado y en la participación de la vida en Cristo, que supera el poder de la muerte. La participación del ser en Cristo se da por medio de los signos sacramentales, que especialmente el evangelista Juan nos presenta a través de bellísimas imágenes: la luz de la vida y el agua viva (Bautismo), el pan vivo (Eucaristía), etc., que dan la vida del Viviente ofrecida libremente en el patíbulo de la cruz. Ahora lo que contradice la vida en Cristo, esta vida que se recibe por la mediación actual de la Iglesia, no es la muerte de la vida orgánica, sino la muerte de la vida en Cristo, de la gracia, que es el pecado. No hay nada tan contrario a la vida que el pecado, que es la causa de la muerte.

Niveles de vida

86. La vida en Cristo es incomparablemente superior a la vida humana meramente natural, y supone la filiación divina y la llamada a la participación plena de la vida de Dios. Por los sacramentos, ya desde ahora, participamos realmente de la vida en Cristo esperando verla coronada de plenitud en la Parusía. Esta vida sobrenatural nos lleva a la valoración de cada persona, que ha sido redimida por la sangre preciosa de Cristo, de ahí que la vida en abundancia que recibimos y debemos compartir, nos lleve a preocuparnos por la construcción de un mundo mejor, como digna morada de aquellos que han quedado santificados por la gracia (Cf EG 183). La vida en Cristo nos debe llevar a una imprescindible opción: los pobres, que se ven tan vulnerados en su vida. La vida de la gracia no nos puede llevar al olvido de esta opción, por el contrario, la debe avivar, pues nos enseña el Papa Benedicto XVI que «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza».

c) La Parroquia: comunidad de comunidades evangelizadas y evangelizadoras

Nueva Evangelización y Parroquia

87. La Nueva Evangelización, que se realiza por medio de la Misión Continental en Latinoamérica, tiene su punto de arranque y llegada en la parroquia, que es el núcleo eclesial primario, es decir, es la experiencia de Iglesia más concreta, vivencial y cercana que tiene toda persona. Al respecto nos dice nuestro II Sínodo Diocesano: La parroquia es como una gran familia compuesta de familias más pequeñas. Es la familia de Dios que se congrega en torno a la Palabra y a la Eucaristía y vive como una fraternidad animada por el Espí- ritu. Es una familia no cerrada en sí misma, sino injertada y abierta a la sociedad e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dificultades. La parroquia, ante todo, es una comunidad de personas, viva y dinámica (Nº 652).

88. Tareas fundamentales de la parroquia son el anuncio del kerigma, el proceso de iniciación cristiana, la celebración festiva de los sacramentos, la formación integral y permanente en todas las etapas de la vida de las personas, el ejercicio solidario de la caridad. «Como comunidad profética tiene la misión de evangelizarse y evangelizar» (II Sínodo Diocesano 655). Es en la parroquia, donde los cristianos podemos confesar, celebrar y vivir la fe, y por tanto es el espacio privilegiado, aunque no único, de la ejecución de la pastoral de conjunto; es la comunidad por antonomasia donde se integran carismas (movimientos), servicios y ministerios en espíritu de comunión y participación. Las Comisiones y Secciones diocesanas tienen como objetivo prestar ayuda subsidiaria a la parroquia, por ello, como invita el Papa Francisco: «es muy sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia» (EG 29).

89. Existen, por motivo de la diversidad de carismas y de los distintos ambientes, comunidades eclesiales que no son parroquiales o son supraparroquiales, como las comunidades de la Vida Consagrada que viven bajo el régimen de su regla o constituciones propias, los movimientos o asociaciones públicas de fieles, etc. Pero, «entre las comunidades eclesiales, en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las Parroquias» (DA 171).

90. Nuestros Obispos en Aparecida nos instan a la renovación eclesial haciendo de nuestra parroquia una comunidad de comunidades, que llegue a ser una red bien estructurada de comunidades vivas en las que se anuncia la Palabra, se celebran los sacramentos y se ejercita la caridad fraterna. Para ello es necesario que el territorio parroquial sea sectorizado «con equipos propios de animación y coordinación que permitan una mayor proximidad a las personas y grupos» (DA 372). La invitación constante del Papa Francisco de salir del centro parroquial a las periferias existenciales, se realizará en la medida en que demos mayor vitalidad a las pequeñas comunidades diseminadas en el territorio parroquial.

Parroquia en salida misionera

91. Hay que salir de las instalaciones parroquiales para encontrarnos con todas las gentes y no sólo con los que asisten regularmente a ellas, pero sin cerrar las puertas del templo, pues «la Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre» (EG 47). Desde la pequeña comunidad de sector o barrio se puede intensificar la pastoral familiar, dar una atención más especializada y lúcida a los adolescentes y jóvenes, estar más al pendiente de los niños, los ancianos, los enfermos y de toda persona marginada, en cuanto que permite relaciones fraternas de cercanía y de interés mutuo, dejando de ser una masa de gente sin nombre ni rostro. Además, en las pequeñas comunidades cobra cada vez más importancia el protagonismo del laico en comunión con sus pastores y se anula la imagen de una Iglesia burocrática y lejana, ajena a la vida de los cristianos. En la pequeña comunidad del barrio o sector, «la comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica las distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así “olor a oveja” y éstas escuchan su voz» (EG 24).

92. La parroquia es comunidad de comunidades de fe en Jesucristo, Él es el centro de toda comunidad cristiana; por eso, en la parroquia se confiesa, se celebra, se vive y se transmite la fe cristiana: «La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y de la celebración» (EG 28).

EXIGENCIAS PASTORALES

Ideas fuerza

93. En la metodología para nuestro Plan de Pastoral se pidió que, tras la profundización en el estudio del Marco Doctrinal, se entresacaran algunas «Ideas Fuerza», como ideas centrales cargadas de significado que indican el corazón de lo que se desea y se quiere. Dichas «Ideas Fuerza» fueron el apoyo que dio paso a la reflexión de las exigencias pastorales, las cuales son entendidas como una interpelación que nos hace la Palabra de Dios, La Tradición y el Magisterio de la Iglesia frente a los vacíos pastorales, a los que nos urge dar respuesta a corto, mediano o largo plazo.

94. En las Asambleas Pastorales de las instancias eclesiales, que culminaron en la Asamblea Diocesana, se pidió que este paso se hiciera en torno a cinco puntos focales que abarcan a las personas, las estructuras y los métodos de nuestro quehacer pastoral. El discernimiento de las exigencias se realizó buscando expresar valores más que expresar ideas, con un lenguaje existencial y de manera participativa buscando que sean asumidas y asimiladas por todos.

95. Perfil de la parroquia

• Que fomente una pastoral integral para llevar el anuncio evangélico a todos los ámbitos de la parroquia, que propicie la conversión continua, y el ejercicio de la caridad.

• Que fomente la conversión personal y pastoral, que contribuya a la caridad, la formación permanente y al testimonio convincente.

96. Perfil del sector, zona o barrio

• Que asegure el anuncio del kerigma a todos, seguido de formación integral y permanente que favorezca la conversión personal y pastoral que nos lleve a dar testimonio.

• Que promueva la formación integral y continua con la Palabra de Dios, el Catecismo de la Iglesia Católica y el Magisterio de la Iglesia, de tal manera que los fieles asuman su compromiso evangelizador permanente en comunión con la parroquia de manera organizada, activa, para ir al encuentro de los alejados y necesitados.

97. Perfil del agente evangelizador (presbítero, religioso y laico)

• Que fomente el encuentro con Cristo que lleva a la conversión personal y pastoral, con espíritu misionero y una formación permanente e integral.

• Que los agentes de pastoral, mediante la conversión personal y pastoral, testimonien con su palabra y obra una experiencia viva de Cristo, a través de procesos de formación integral que atiendan a la diversidad multicultural utilizando la tecnología.

98. Perfil de la acción evangelizadora

• Que ofrezca una adecuada formación humana, doctrinal, pastoral y espiritual que nos haga cercanos a los demás.

• Que lleve al agente de pastoral a estar plenamente unido a Cristo, dispuesto a colaborar con los pastores. Con un compromiso perseverante y sensible al contexto y a la realidad, alimentado por una vida sacramental.

99. Perfil del laico

• Que conozca, viva, celebre y comunique su fe cristiana interviniendo en las realidades del mundo desde los valores evangélicos

• Que tenga un encuentro con Cristo en permanente conversión, para que sea consciente de su tarea de trasformar las realidades del mundo con el Evangelio y que se prepare, viva y participe en la vida social, política, económica y religiosa con actitud crítica ante estas realidades.


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