Historia, Arte Sacro y Devoción

Historia de la Arquidiócesis


El proceso Evangelizador

SIGLO XVI

1. El real patronato

La evangelización del continente americano se desarrolló en una época especialmente difícil para la Iglesia, pues debía afrontar el grave problema del sectarismo que había estallado en Europa. Por lo mismo, la Santa Sede confió a los reyes de España la responsabilidad de la evangelización de América, otorgándoles para ello, diversos privilegios.

Conscientes de su responsabilidad, los reyes españoles se preocuparon permanentemente porque los misioneros enviados a estas tierras, tuviesen el mayor número posible de cualidades, prefiriendo para mayor número posible de cualidades, prefiriendo para esta magna empresa a las Ordenes religiosas más austeras y fieles a sus propias normas. Al occidente mexicano solamente vinieron como misioneros los franciscanos observantes.

2. Las exigencias de la evangelización

En este proceso de evangelización y catequesis los misioneros debieron enfrentar difíciles retos; tanto dentro como fuera de la comunidad cristiana, a fin de mantenerse fieles al Evangelio que anunciaban y mostrar su fe en la palabra y en la obra, centrándose en dos acciones fundamentales: predicar y pacificar.

Predicar. Es decir, anunciar el Evangelio con la palabra y con la obra; es un concepto muy amplio, en el cual la promoción integral de la persona, la defensa de sus derechos, el culto religioso y el aprendizaje doctrinal, forman un todo inseparable.

Esta obra la inician sin conocer aún las lenguas indígenas, en una geografía y clima distintos a los propios, en un medio fundamentalmente hostil, con muy escasos recursos materiales; caminando a pie y descalzos enormes distancias, improvisando y creando cada día nuevos métodos y formas para llegar al corazón y a la mente del indígena, haciéndose solidarios lo que ellos comían, manifestándoles un afecto sincero y cercano, que se traducía en obras de servicio y atención en todos los campos.

El indígena respondía con una actitud de nobleza y esfuerzo por entender las verdades que se la anunciaban: sinceros en su apertura, en sus cuestionamientos, en sus dudas; deseosos de conocer y aprender, prontos luego para creer y hacerse bautizar al margen de toda presión o violencia, nunca aceptadas por los misioneros.

Indígenas fieles y constantes que nunca retractaron su palabra una vez que la dieron, fuera en alianza con España o en conversión a Cristo en su Iglesia. Por esa misma sinceridad otros no aceptarán la fe, sino luego de muchos años de testimonio misionero. Pero también habrá indígenas que, incapaces para comprender la fe que se les anuncia, acaban mezclándola con sus antiguas creencias. En realidad, el proceso evangelizador iniciado en el siglo XVI fue muy arduo y difícil, y nunca ha sido verdaderamente concluido.

Pacificar. Debemos considerar además, que esta obra misional se realizaba dentro de las estructuras de organización y gobierno que España iba estableciendo por todas partes, y que muchas veces significaron para los indígenas condiciones de sujeción, explotación y miseria, de abusos y trato injusto por parte de no pocos colonos españoles. En el caso de las comunidades africanas traídas a América, la situación será aún más difícil.

Pese a la permanente protesta de los misioneros, se seguía imponiendo el interés material sobre la justicia y la equidad, hasta generar en diversas partes del territorio, sobre todo en la región norte, focos de insurrección y violencia en contra de todo lo español. Así nació la llamada guerra chichimeca que habría de tener una larga duración y que, en lo que al actual territorio diocesano se refiere, se formalizó en la sublevación indígena del Mixtón.

La violencia indígena daba a los españoles la ocasión para someterlos a conquista, privándolos de sus bienes, de la libertad, de la autonomía política, y evidentemente de la misma vida.

Ante esta cierta perspectiva, los misioneros optaron por la pacificación, convirtiéndose en mediadores inteligentes para que hubiera paz con justicia y conciliación con garantías.

Los españoles, por su parte, no sin resistencia, renunciaron a los derechos que se arrogaban y sostenían con la fuerza de sus armas; porque por otro lado también deseaban ser cristianos y permanecer en el seno de la Iglesia, y porque servían a un monarca que en Europa era paladín de la causa católica; de todo esto era representante autorizado el misionero.

En la cumbre de la montaña del Mixtón, el heroico misionero Antonio de Segovia arriesgó su vida y su obra, para asegurar la pervivencia del indígena en condiciones de justicia y derecho; y, en la respuesta conciliadora de numerosos caciques que le creyeron y bajaron con él, se consolidaron las bases de la ya inminente diócesis de Guadalajara, fundada siete años después de estos decisivos acontecimientos (1548).

La memoria y el testamentote estos hechos fundantes de nuestra identidad diocesana y de la misma Diócesis, quedaron simbolizados en la pequeña imagen mariana que desde 1529 acompañaba al Padre Segovia, y que el mismo misionero obsequió a los indígenas de Zapopan, pacificados en el Mixtón, en el año de 1542.

A esta imagen, el Padre Segovia la llamaba ya la evangelizadora y la pacificadora y siendo tan sencilla en su materia y origen, será el instrumento por el cual la diócesis experimente la intercesión de María a lo largo de su historia; y, por lo mismo, su símbolo y garantía de identidad como Iglesia particular de Guadalajara.


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