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Nicea y la Vita Antonii de san Atanasio Pbro. José Francisco Muñoz Núñez[1]
En la presente colaboración, en el marco del 1700 aniversario del Concilio de Nicea, se hace énfasis en la vivencia de la fe para que ésta no quede reducida a un conjunto de dogmas: a través de la vida santa se muestra la fe ortodoxa.
Introducción
En los primeros siglos de la Iglesia aparecieron varias herejías que contradecían y que ponían en graves aprietos la vivencia de la fe cristiana. Una de las primeras y más difíciles de vencer fue el arrianismo. Esta doctrina herética estaba en contra del punto central de la fe cristiana: Jesucristo es verdadero Dios, y verdadero hombre. Por consiguiente, se negaba la realidad de la encarnación del Hijo de Dios, del Verbo Eterno. Ante esta situación tan complicada, varios obispos se pronunciaron en contra de esta doctrina “llamativa y novedosa”, pero que contenía un veneno muy peligroso para la vivencia de la fe cristiana. Entre estos obispos defensores de la recta doctrina estaba Atanasio, que defendió la fe con sus escritos y con su quehacer pastoral, demostrando así que amaba a la Iglesia. Atanasio, a través de la Vida de Antonio, una de las principales obras de la antigüedad cristiana, quería poner como ejemplo a Antonio: un monje humilde y santo. Éste era el mejor testimonio de la fe ortodoxa que confesaba el Concilio de Nicea. En la vida del monje Antonio se vive la fe en la encarnación del Hijo de Dios. Él es el hombre de Dios que vive a partir de la vivencia concreta de todos los días: anuncia y proclama la fe en el Logos encarnado que es capaz de santificar (divinizar) al hombre.
1. El dogma en sí: Concilio de Nicea
El arrianismo fue una herejía alejandrina de principios del siglo IV. Arrio fue influenciado por el neoplatonismo y el gnosticismo, decía que el Verbo no era Dios en sentido estricto, igual al Padre; sino una creatura excelente, la mejor de todas; pero no eterno, sino imagen del único eterno. Se fundaba para ello en el pasaje de Juan 16,28: "Salí del Padre y vine al mundo"[2]. Por su platonismo afirmaba que la divinidad, además de no-creada, debía ser no-engendrada. Por tanto, el Hijo (Logos) no es verdadero Dios. Si se le llama Hijo, es porque el Padre lo adoptó como tal en previsión de sus méritos. Por tanto, es una creatura excelente, intermedia entre Dios y el universo, y es el instrumento de la creación que usó el Padre. El Logos tomó el lugar del alma en el cuerpo de Jesucristo. Y el Logos creó al Espíritu Santo como primera creatura. Se trata, pues, de un gnosticismo que quiere reducir el misterio a una interpretación científica de corte platónico[3]. El sínodo de Nicea rechazó las enseñanzas de Arrio y toda forma de subordinacionismo cuando definió la igualdad esencial del Padre y del Hijo. El símbolo de Nicea tomó como base de partida la confesión de fe de la iglesia de Cesarea. Las declaraciones dogmáticas del concilio se apoyaban en la confesión bautismal eclesial, tal como era recitada, y además se hicieron formulaciones adicionales[4] que sirvieron para mayores precisiones teológicas[5]:
Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles; y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Y en el Espíritu Santo. Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica[6].
Aunque este concilio no pudo ofrecer la solución definitiva ante el arrianismo su contenido doctrinal fue el inicio de una intensa lucha contra esta herejía[7].
2. El dogma hecho vida
2.1 Atanasio defiende el dogma de la encarnación
Atanasio a través de sus escritos[8] y de su actuar difunde y defiende la esencial e intocable verdad del cristianismo: la divino-humanidad de Cristo Salvador. En esta verdad subyace todo el misterio del hombre salvado y la visión cristiana del mundo, de la historia, incluso de la política[9]. Arrio atacaba directamente el núcleo esencial del cristianismo, ya que, si el Verbo no era Dios, Jesucristo, el Verbo hecho hombre, era incapaz de redimir al hombre que fue privado de la amistad de Dios a consecuencia del pecado. No habría, por tanto, encarnación de Dios ni redención del hombre[10]. Para Atanasio sí hay redención a partir de la encarnación:
Y así, tomando un cuerpo semejante a los nuestros, puesto que todos estamos sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó por todos a la muerte, lo ofreció al Padre, y lo hizo de una manera benevolente, para que muriendo todos en él se aboliera la ley humana que hace referencia a la corrupción, para que, como los hombres habían de vuelto de nuevo a la corrupción, él los retornara a la incorruptibilidad y pudiera darles vida en vez de muerte, por la apropiación de su cuerpo…[11]
El punto central que se defendió en Nicea fue la divinidad del Verbo, y por tanto, la Encarnación del Hijo de Dios, y en último término, la Redención del hombre, es decir, la restauración de la imagen divina, destruida por el pecado, y su deificación como hijo de Dios, por adopción[12]: «los hizo (a los hombres) partícipes de su propia imagen, nuestro Señor Jesucristo, y los creó a su imagen y semejanza. De modo que, comprendiendo la imagen a través de una gracia tal, fueran capaces de hacerse una idea, a través de él, del Padre y, conociendo a su creador, vivieran una vida realmente feliz y bienaventurada»[13]. La Encarnación del Verbo es el fundamento de la soteriología cristiana, ya que si el Verbo no hubiese sido Dios y no se hubiese encarnado no habría restaurado en nosotros la imagen de Dios[14]. Así lo expresa claramente Atanasio: «El Verbo de Dios se presentó en su propia persona, para que la imagen del Padre pudiera recrear al hombre que existe a su imagen […] tomó un cuerpo mortal, para que pudiera destruir en él la muerte y los hombres fueran renovados otra vez en la imagen»[15]. Además, la razón de la encarnación del Jesucristo la expresa en diversos pasajes de su obra: «el Verbo de Dios, tomó para sí un cuerpo, vivió como un hombre entre los hombres […], para que los que piensan que Dios está en las cosas corporales, comprendan la verdad mediante las obras que el Señor realiza a través de las acciones de su cuerpo, y a través de él tomen conocimiento del Padre»[16]. La verdad de la encarnación del Verbo de Dios y la consustancialidad del Hijo con el Padre son el motivo de la persecución de Atanasio y el motivo de su lucha contra los arrianos los cuales: «afirman que el Hijo nacido del Padre, el Verbo de Dios, es una criatura, nada se diferencian de los paganos, pues adoran a la criatura en lugar de a Dios Creador»[17].
2.2 La Vida de Antonio como expresión de la fe de Nicea.
En el contexto de la crisis arriana, la Vida de Antonio[18] es reconocida como uno de los mejores testimonios de la ortodoxia de Nicea aplicada a la vida del cristiano. Es la primera expresión, la realización concreta de la fe de Nicea, la mejor defensa de la fe de Nicea. Atanasio con su labor dogmática y Antonio con su labor en la vida monástica han proclamado la divinidad de Cristo y la verdad de la divinización del hombre. Antonio es descrito como un hombre de Dios[19], un hombre transfigurado de la gracia del desierto, un hombre divinizado que hace ver la obra de Cristo dentro de él. Antonio es el modelo de la obra de Cristo completada en la criatura y el tipo de cumplimiento de la teología de Atanasio[20]. Atanasio al mencionar a Antonio como hombre de Dios, hace que este título convenga muy bien a su pensamiento teológico que identifica explícitamente la perfección cristiana con la divinización[21]: «el Verbo de Dios se hace hombre para que lleguemos a ser Dios; se ha hecho visible en su cuerpo, para que nos hagamos una idea del Padre invisible; ha soportado los ultrajes de los hombres, a fin de que heredemos la incorruptibilidad»[22].
La expresión hombre de Dios evoca la participación en la vida divina. Por su parte la vida humana no es de ninguna manera anonadada o reducida, sino que, al contrario, alcanza su propia perfección. […] La verdadera naturaleza del hombre es aquella que Dios creó al principio en la inocencia y en la gracia, y es capaz de comunicarse con Dios por el Espíritu Santo. Resulta entonces justo decir que la meta de la vida monástica es el “retorno al Paraíso” o retorno a lo que era la naturaleza antes del pecado[23].
No obstante, Atanasio tiene cuidado en destacar claramente que esta asimilación a Dios no es una identificación. El cristiano no es dios aunque esté llamado a convertirse en hombre de Dios[24]:
«De igual manera que, aunque uno sólo es el Hijo por naturaleza, verdadero y unigénito, nosotros también llegamos a ser hijos (no como el Hijo, que lo es por naturaleza y realmente, sino conforme a la gracia del que lo ha llamado así), y aunque somos hombres que procedemos de la tierra, se nos da el nombre de dioses (no como lo es el Dios verdadero o su Logos, sino en la manera en que Dios, que es el que da esta gracia, lo ha querido)»[25]
La Vida de Antonio ilustra los fundamentos de la vida cristiana que ha iniciado en el bautismo con una renuncia a Satanás y se desarrolla bajo el signo de la resurrección, para manifestar la gloria de la nueva criatura en Cristo. Es un ejemplo para todos de vida cristiana y de radicalidad que nace del Evangelio. La Vida de Antonio es importante no sólo para la historia del monaquismo sino más aún para la comprensión de la vida cristiana, por la explicación en categorías existenciales del dogma de fe, para ilustrar la vida de un cristiano auténtico[26]. Una convicción esencial es que la vida monástica hace crecer la vida divina y la vida humana al mismo tiempo. En la vida de un monje santo, podemos leer el relato de esta experiencia en la que Dios entra en la vida de un hombre y cómo, de hecho, el hombre es deificado, divinizado[27]. Por lo tanto, la Vida de Antonio no es simplemente una biografía, es un modelo de seguimiento de Cristo, una doctrina, un himno a Cristo Salvador y un testimonio de comunión eclesial. Atanasio ha querido presentar a Antonio como imitador de Cristo, colocándolo en la línea de los grandes imitadores de Cristo, como lo ha sido Pablo. Hay frecuentes paralelismos con el Apóstol, para resaltar que el camino cristiano no es simplemente fruto de la voluntad humana, sino que se inserta en la dinámica de la re-creación que Cristo ha hecho posible: no es Antonio el que actúa, sino que Cristo obra en él[28] (cf. 1Cor 15,10).
2.3 La vida monástica: modelo de seguimiento cristiano
Acabadas las persecuciones hacia los cristianos, la vida monástica apareció como heredera del martirio en cuanto perfecto seguimiento e imitación de Cristo, o sea, en cuanto testimonio y manifestación visible de que nada se antepone al amor de Cristo. Los mártires eran imitadores de la Pasión de Cristo. Con Antonio, ahora la imitación se centra en imitar a Cristo en su vida terrena[29]. Algunos Padres de la Iglesia están de acuerdo en afirmar que el martirio sangriento es una vocación especial que concierne a unos pocos. Sin embargo, todos los cristianos están obligados a dar testimonio de su fe en su vida de cada día, por el martirio espiritual o martirio de la conciencia. Este aspecto toma una importancia particular en la vida de los monjes. Por un lado, están animados por el deseo de morir de verdad por Cristo, pero como no tienen la oportunidad de testimoniar su amor mediante esta forma de muerte, intensifican hasta un grado sublime todos los elementos que sustituyen al martirio sangriento en la vida cristiana[30]. En la Vida de Antonio aparece un testimonio maravilloso de esto:
«Algún tiempo después, sobrevino contra la Iglesia la persecución en tiempos de Maximino. Como los santos mártires fueron llevados a Alejandría, Antonio dejó su morada y los siguió, diciendo: “Vayamos también nosotros para luchar, si somos llamados, o para ver a los que luchan”. Deseaba el martirio, pero no quería entregarse; servía a los confesores en las minas y en las cárceles»[31].
Es así como, el martirio no sangriento se caracteriza por dos rasgos complementarios: por una parte, la renuncia al mundo y por otra, la ascesis, concebida como una especie de martirio al cual sustituye. Por otro lado, un tema a menudo resaltado es la relación estrecha que existe entre el martirio y el bautismo. La profesión monástica tiene el aspecto de un “segundo bautismo”: es una “muerte mística”, y por lo tanto, una resurrección para la vida nueva[32].
Los monjes se insertan en la Iglesia en un género de vida no clerical, sino laico, aunque de un modo que les es propio. En la base de esa inserción están el Bautismo y la Confirmación. Pero puede considerarse la profesión monástica como un segundo Bautismo bajo dos aspectos. Primero, en cuanto que se equipara a un bautismo de sangre o martirio voluntario y renueva la renuncia a Satanás. Segundo, en cuanto por la profesión el monje rebasa la fase militante de la Iglesia y participa ya de la vida escatológica, como el Bautismo, además de unión a la muerte de Cristo, es también participación de Cristo glorioso y resucitado[33].
3. Encarnación y Divinización.
Este enunciado de Atanasio: «el Verbo de Dios se hace hombre para que lleguemos a ser Dios»[34] es una afirmación muy importante en la antropología cristiana. El hombre tiene por destino la divinidad según la iniciativa de Dios. Esta afirmación lleva en sí lo esencial del mensaje cristiano que une el misterio de la encarnación con el misterio de la redención expresada en términos de divinización. Esta es la fe de toda la Iglesia, el dogma principal al cual se refiere la antropología cristiana. La venida de Cristo en medio de nosotros ha cambiado la humanidad. Tal cambio debe ser concreto y real para poderlo describir, mostrar y contar. La mejor explicación del dogma de la encarnación se encuentra en la vida de los santos: una vez acogida por fe la encarnación de Dios se necesita vivir en la práctica, (por medio de las obras) la divinización del hombre[35]. A través de la ascesis y el discernimiento, Antonio expresa como el cuerpo y la mente pueden ser reordenados en función del amor, en función de la relación en la libertad de elección, pero también en la perseverancia del testimonio, sea del martirio de sangre o de la conciencia. En la figura de Antonio, Atanasio ofrece el retrato del hombre divinizado y hace leer por entero la parábola de la salvación: la centralidad de la encarnación y la vida nueva que es ejercicio de la caridad y la libertad por los caminos de la ascesis y el discernimiento[36]. Los Padres no pueden aceptar ningún reduccionismo cristológico como lo hizo el arrianismo. El Verbo es verdaderamente Dios que se ha encarnado o humanizado por nosotros y por nuestra salvación, así como lo dice el Credo. El contenido y el motivo de la humanización de Dios es la divinización del hombre, a fin de que nosotros seamos deificados[37]: «Él (el Verbo de Dios) se ha hecho hombre para que lleguemos a ser Dios»[38] Profundizar en el misterio de Cristo es profundizar en el misterio del hombre: el verdadero fondo de la religión cristiana es el misterio de la encarnación como revelación de la verdadera imagen de Dios, y la revelación de la verdadera identidad del hombre. Por lo tanto, la encarnación resume en un cierto sentido todos los dogmas. La encarnación es renovación total del hombre, es la divinización de nuestra naturaleza a causa de la unión hipostática: si Cristo no es el Verbo de Dios, de la misma naturaleza del Padre y además de nuestra misma naturaleza humana, entonces no hay encarnación (si no es hombre), ni resurrección (si no es Dios), ni divinización[39]. Atanasio lo dice de manera magistral en su obra: «el Verbo de Dios ha tomado un cuerpo y se sirve de un instrumento humano: así vivifica el cuerpo e, igualmente que en la creación se hace conocer mediante sus obras, opera en el hombre y se muestra por todas partes, sin dejar a ningún ser privado de su divinidad y conocimiento»[40]. La unión hipostática no es comunicación de una verdad teórica o abstracta: se trata de la gracia de ser constituidos hijos. La divinización del hombre es comprensible en cuanto está unida a la divinidad del Hijo, y consiste en volverse hijos. En consecuencia, la encarnación del Verbo no es sólo una cuestión histórica sino es tener fe en su presencia a través del don del Espíritu. La prueba de la presencia y de la divinidad de Cristo es la transformación del mundo y del hombre por obra suya[41], ya que «Dios no sólo nos creó de la nada, sino que también nos garantizó una vida divina por la gracia del Verbo»[42] Un tema importante que cabe destacar es que a través de la encarnación ha sido sanada la imagen de Dios en el hombre y la imagen misma del hombre:
«el Verbo de Dios se presentó en su propia persona, para que la imagen del Padre pudiera recrear al hombre que existe a su imagen. Por otro lado, además, esto no podría haber sucedido, si no se hubieran hecho desaparecer la muerte y la corrupción. Por lo que, consecuentemente, tomó un cuerpo mortal, para que pudieran destruir en él la muerte y los hombres fueran renovados otra vez en la imagen. Y para esto, ciertamente, no era necesaria más que la imagen del Padre»[43].
La imagen del Padre ha regenerado al hombre como hijo y lo ha restaurado según su imagen[44], haciendo posible que la creatura contemple a su Creador, porque después de la encarnación todo el mundo está lleno del conocimiento de Dios[45]. Por lo tanto, la salvación expresada en términos de contemplación de la imagen, de visión del Padre a través del Hijo, de liberación del mal y de divinización, como recuperación de la vocación divina del hombre, es la parte central de la teología de Atanasio[46]. En el dinamismo de la divinización se propone al hombre alcanzar la felicidad estando en la presencia de Dios, en el estado en el cual fue creado. Por lo tanto, la ascesis presupone que la virtud no sea antinatural sino connatural[47]. La virtud, expresión de la naturaleza buena, ayuda a corregir lo que el pecado ha deformado: «La virtud nace cuando el alma posee, en armonía natural, la facultad racional. Y el alma se mantiene en armonía natural si permanece como fue creada; y fue creada bella y recta en gran manera».[48] En el hombre de Dios, como lo fue Antonio, la divinización se hace verificable en la capacidad de promover la naturaleza humana, a través de la ascesis, y de reconocer, a través del discernimiento, a los espíritus enemigos de la naturaleza humana. Ascesis y discernimiento son dos expresiones concretas y complementarias de la salvación del hombre de Dios[49].
3.1 La vida ascética de Antonio
El cristiano, en general, encuentra en el ideal ascético un nuevo modo de vida, infinitamente atractivo, siempre fundado en Cristo y en la doctrina ortodoxa de la Iglesia. Atanasio trató así de unir el monacato y la fe de Nicea y de integrarlos juntos en las profundidades del sentimiento popular y de la conciencia colectiva de la Iglesia[50]. Antes de entrar a detalle en la vida ascética de Antonio debemos saber que la ascesis en sentido amplio se entiende como la mera colaboración del hombre con Dios en la propia perfección: es el compromiso personal, consciente, voluntario, libre, amoroso, en el camino hacia la perfección de la vida espiritual con el cúmulo de fatigas, mortificaciones, penitencias, oraciones, trabajo, renuncia, desapego, vigilia, castidad y sacrificios que dicho itinerario comporta y exige[51]. En el monaquismo no debía faltar la ascesis[52] como estilo de vida, gracias a la cual el cuerpo es doblegado para hacerlo capaz de no oponerse al Espíritu[53]. Cabe aclarar que no hay espacio para ningún dualismo en la praxis cristiana, porque el cuerpo y el espíritu no están en oposición entre ellos. El humanismo cristiano que se manifiesta en la Vida de Antonio indica una concepción del mundo y de la vida enteramente bajo la gracia, sin excluir o subestimar nada. Para esto, hay que subrayar que la caridad es la fuente y el fin de la vida cristiana, y por lo tanto, da a la ascesis un tono gozoso, pacifico, sin amargura, sin ostentación y convierte la victoria de Antonio en una explicita confesión de fe[54]. La victoria de Antonio contra el diablo se lleva sin presunción con una declaración de fe sobre la encarnación: «lo ayudaba el Señor, que llevó la carne por nosotros y que dio al cuerpo la victoria contra el diablo, de manera que cada uno de aquellos que mantiene una lucha semejante pueda decir: “No yo, sino la gracia de Dios que está conmigo”».[55] Un poco antes se describe como el diablo intenta separarlo de la vida ascética:
(El diablo) intentó apartarlo de la ascesis, inspirándole el recuerdo de sus propiedades, el cuidado de su hermana, el afecto por sus parientes, el amor al dinero, el amor a la gloria […] por último, le mostraba la severidad de la virtud y el gran esfuerzo que supone llevarla a cabo. Le insinuaba la debilidad del cuerpo y la duración de la vida. […] Aquél le sugería pensamientos obscenos, pero éste los alejaba con la oración; aquél le incitaba, y éste, como avergonzándose, fortalecía su cuerpo con la fe y los ayunos.[56]
La ascesis cristiana no es heroísmo, sino manifestación del amor de Cristo y de su fidelidad, de su presencia en la prueba. Antonio le pregunta al Señor después de una lucha con los demonios: «¿Dónde estabas?, ¿Por qué no apareciste al principio para poner fin a mis dolores? Y vino a él una voz: Antonio, yo estaba aquí, pero quería ver tu lucha…»[57] Y esto lo dijo el Señor para dejar claro que la victoria es por la fe y no por el heroísmo[58]. Antonio buscó una ascesis activa donde se unía el «ser» y el «vivir» en Cristo. Esta ascesis, fue fruto de la vida en Cristo, porque participó de la muerte y de la vida del Señor. Antonio, también experimentó la ascesis pascual, consecuencia de ser criatura nueva en Cristo[59]. En la vida de este gran santo, la ascesis es entendida como medio, o mejor, como martirio interior para conseguir una perfecta obediencia a la voluntad del Señor, de manera que el pensamiento siempre esté puesto en Cristo, nada separe del amor de Cristo, nada se anteponga al amor de Cristo. Esto lo vemos en un pasaje de su vida: «no pudiendo permanecer en pie por los golpes recibidos de los demonios, oraba postrado y tras la oración decía con voz fuerte: “Aquí estoy, soy Antonio. No huyo de vuestros golpes. Aunque me golpeéis más, nada me separará del amor de Cristo».[60] La ascesis es el martirio interior por el que el monje respira siempre a Cristo[61]. De esta forma el hombre consigue la armonía y el equilibrio perdidos o deteriorados por el pecado[62]: «el alma es recta cuando tiene su facultad racional en armonía natural, como fue creada. Por el contrario, cuando se desvía y se aleja de su armonía natural, entonces se dice perversidad del alma»[63]. Asimismo, Antonio recomendaba que «a los jóvenes les conviene más dedicarse con ardor a la ascesis y no buscar lo que relaja el cuerpo, sino más bien acostumbrarse a las fatigas, meditando las palabras del santo Apóstol: Cuando soy débil, entonces soy fuerte. Pues decía que la inteligencia del alma se hace fuerte cuando se debilitan los placeres»[64]. Antonio vivió como un auténtico hombre de Dios, divinizado por la gracia de Dios, así lo explica ya casi al final de la Vida de Antonio el gran Atanasio:
Tal fue el fin de la vida de Antonio en su cuerpo, tal fue el comienzo de su ascesis. Aunque sea poco lo que he contado en comparación con su virtud, con esto comprenderéis cómo era este hombre de Dios, Antonio, que desde su juventud hasta su vejez guardó un idéntico ardor en la ascesis […] El hecho de que fuese celebrado por todas partes y admirado por todos y de que fuese deseado incluso por aquellos que no lo habían visto, es señal de su virtud y de la amistad de su alma con Dios[65].
3.2 Discernimiento
En el discernimiento, consecuencia de la divinización, el hombre de Dios es capaz de reconocer aquello que es de Cristo y que corresponde a su naturaleza, y aquello que no es de Cristo y que va contra su misma naturaleza. Este conocimiento viene dado por la gracia en su naturaleza, pero a causa del pecado, tal don constituye una gracia de la redención. Este equilibrio se encuentra entre la libertad y la gracia, particularmente en el hombre de Dios, en el santo[66]. La opinión más común entre los monjes antiguos es que el don de saber discernir los espíritus sólo se recibía al término de un largo proceso de purificación y después de haberlo pedido insistentemente[67]. Esta idea se halla en la Vida de Antonio: «Son necesarias la oración continua y la ascesis para que aquel que recibe por obra del Espíritu el don del discernimiento de espíritus, pueda saber qué maquinan los demonios»[68] El hombre salvado en Cristo es aquel que sabe discernir los espíritus[69], es decir, sabe ponerse de parte de Dios con fe, cosa que Adán no supo hacer. Por eso lo que le toca al monje es no sólo reconocer al diablo (con la gracia ejercitada en la ascesis), sino elegir en libertad para ponerse de parte de Cristo[70]. Sólo los auténticos varones espirituales, esto es, los que poseían el Espíritu Santo, recibían con él el auténtico don del discernimiento de espíritus[71], así lo dice Atanasio:
Y esto era lo grande de la ascesis de Antonio, que, como ya he dicho, teniendo el don de discernir los espíritus, conocía sus movimientos y la pretensión de sus insidias. No sólo no era burlado por éstos, sino que también enseñaba a los que eran molestados con pensamientos cómo rechazar sus trampas, mostrando las astucias que realizaban y sus debilidades.[72]
La encarnación no sólo ha restablecido la creación original, sino también, a causa de la importancia del discernimiento en la salvación del hombre, la encarnación representa un plus para el hombre: el discernimiento es visión y por lo tanto posibilidad de elección del Invisible (Dios) en el Visible (el Hijo). El discernimiento presupone una vida de unión con Dios, en la oración, y sobre todo con el corazón puro. Mueve el dinamismo de la divinización de la imagen a la semejanza[73].
No se debe dar importancia a estas cosas ni practicar la ascesis ni esforzarnos, para conocer el futuro, sino para agradar perfectamente a Dios. Conviene orar no para predecir el futuro, ni exigirlo como recompensa por nuestra ascesis, sino para que el Señor nos ayude a vencer al diablo […] purifiquemos nuestra mente, pues yo creo que un alma totalmente purificada y en armonía natural puede percibir y ver mucho más que los demonios teniendo al Señor como revelador de los acontecimientos.[74]
La salvación no separa en el hombre la fe y las obras, sino que la salvación hace que la encarnación de Dios se transfigure en la vida humana, para que el hombre sobre todo viva su humanidad según la medida de Cristo[75]. La regeneración para Atanasio está ligada a la encarnación, y hace al hombre capaz de discernimiento, hombre espiritual por excelencia, que sigue al Espíritu y que a su vez ha ejercitado su libertad en la ascesis porque sabe que no es solo espíritu. Para el hombre de Dios, el precio de la salvación es la muerte de sí mismo, para testimoniar la vida de Dios que vive en él. El monje asceta, así como el mártir, muere al pecado por y con Cristo, combatiendo en la soledad la batalla de la fe[76]: «cuando cesó la persecución […] Antonio volvió a su morada. Y allí vivía día tras día un martirio interior, combatiendo las batallas de la fe, y practicaba la ascesis con una intensidad cada vez mayor»[77]. Por último, en estas batallas de la fe, experimentaba Antonio el discernimiento para saber la presencia de los malos espíritus, dando varios síntomas que se producen en el alma:
La incursión y la aparición tumultuosa de espíritus malos viene acompañadas de estrépito, ruidos y gritos […] al momento se produce el temor del alma, la agitación, los pensamientos desordenados, el abatimiento, el odio contra los ascetas, la desgana, la tristeza, el recuerdo a los familiares, el temor a la muerte; y después el deseo del mal, el desaliento ante la virtud y el desorden en las costumbres. Por eso, si sentís temor ante una visión, pero enseguida ese temor se aleja y en su lugar se produce un gozo inenarrable, confianza, coraje, alivio, pensamientos ordenados y otras cosas que ya he dicho, la fortaleza y el amor a Dios, confiad y orad. Pues el gozo y la tranquilidad del alma indican la santidad del que se presenta[78].
Conclusión
A lo largo de este pequeño trabajo se ha querido mostrar la importancia de la relación que existe entre el dogma y la vida. Esto se hace patente de manera ejemplar en la vida de los santos, y por supuesto en la vida de Antonio, un monje que vivió en plenitud la fe que se proclamaba en Nicea. El hombre es capaz de divinizarse porque el Hijo de Dios, ha querido compartir nuestra naturaleza humana. Somos capaces de volvernos divinos. Ya lo decía claramente el papa Benedicto XVI en un discurso: «el arte y los santos son la mayor apología de nuestra fe […] al contemplar a los santos, esta gran estela luminosa con la que Dios ha atravesado la historia, vemos que allí hay verdaderamente una fuerza del bien que resiste al paso de los milenios, allí está realmente la luz de luz»[79]. En la vida de Antonio, él se fue divinizando a través de su gran ascesis, como colaboración de su libertad a la gracia que Dios le concedía. Y junto con el ejercicio ascético y de oración, Dios le concedió el don del discernimiento, como arma capaz de derrotar las insidias del demonio y de la herejía. Por eso, vemos en Antonio la mejor apología de la fe de Nicea, el mejor ejemplo que pudo dejarnos Atanasio para vivir la ortodoxia católica. Las palabras de Hans Urs von Balthasar son muy atinadas al respecto:
…el concepto fundamental sigue siendo el mismo: la existencia de la Iglesia es el progreso cotidiano y siempre nuevo de la letra al espíritu, del revestimiento al significado esencial, de la ley al Evangelio, de la Antigua a la Nueva Alianza, de la “pura” institución y de la “pura” sacramentalidad a la “palabra desnuda” y al “amor desnudo”. Y la única apología posible del cristianismo está en el hecho de que los cristianos comprendan y realicen al mismo tiempo este principio fundamental, porque el cristianismo sólo se vuelve creíble cuando y si la forma se manifiesta y se justifica también como contenido[80].
Lo mejor que puede hacer el cristiano hoy en día y siempre es proclamar su fe con las obras, porque de manera sencilla y humilde se construye la Iglesia, se da testimonio de lo que se cree y se piensa. Sin elucubraciones teológicas rebuscadas podemos dar un testimonio al estilo de Antonio, siempre unidos a la Iglesia.
BIBLIOGRAFÍA Atanasio, Discursos contra los arrianos, Madrid 2010 ———, La encarnación del Verbo, Madrid 2015 ———, Vida de Antonio, Madrid 2020 Benedicto XVI, Encuentro con el clero de la diócesis de Bolzano-Bressanone, (6 agosto 2008) Colombas, G.M., El monacato primitivo, Madrid 2015 Gamarra, S., Teología Espiritual, Madrid 1994 González, C.I., Él es nuestra Salvación, Bogotá 1986 Guerrero Martínez, F., Introducción a la encarnación del Verbo, Madrid 2015 Ladaria, L.F., Introducción a la Antropología teológica, Estella (Navarra) 1993 Marti, P., Teología Espiritual, Madrid 2006 Martínez Díez, F., Creer en Jesucristo, vivir en cristiano, Estella (Navarra) 2007 Müller, G.L., Dogmática, Barcelona 2018 Spidlík, T. – al., El monacato en el oriente cristiano, Burgos 2004 Tenace, M., Cristiani si diventa, Roma 2020 ———, Dire l’uomo, Roma 2014 Vandenbroucke, F., «Teología del Monacato», Studia monastica I, (1960) von Balthasar, H. U., El todo en el fragmento, Madrid 2008 von Campenhausen, H., Los Padres de la Iglesia, I, Madrid 1974
[1] Presbítero del clero de Guadalajara, ordenado en 2014, cuenta con una licenciatura en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana. Presta su ministerio en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Portezuelo, La Barca. [2] En realidad, Arrio apoyaba sus doctrinas en diferentes pasajes bíblicos. En primer lugar, en Prov 8,22: “Yahvéh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas”. Jesús es considerado como la sabiduría de Dios, que fue creada. Por consiguiente, es una creatura. Otros textos del Nuevo Testamento, como Heb 1,4 y Hch 2,36 dan a entender, según Arrio, que Jesús es una criatura, hecha por Dios, aunque ha llegado a ser la primera criatura de Dios y “ha sido constituido Mesías y Señor”. Cf. F. Martínez Díez, Creer en Jesucristo, vivir en cristiano, 294 [3] Cf. C.I. González, Él es nuestra Salvación, 322 [4] El Concilio añade unos anatemas en los que se refutan directamente doctrinas arrianas: 1) El logos “no existía antes de ser creado”. 2) El Logos “fue creado de la nada o de otra subsistencia o esencia”. 3) El Hijo de Dios “está sometido a cambio o mutación” (por lo tanto, puede incurrir en pecado). Cf. F. Martínez Díez, Creer en Jesucristo, vivir en cristiano, 298 [5] Cf. G.L. Müller, Dogmática, 334-335 [6] DH 125 [7] Cf. G.L. Müller, Dogmática, 336 [8] En diálogo con la mentalidad filosófica de su tiempo, los Padres (los alejandrinos en especial) han considerado el mundo como algo armónico, un cosmos, presidido por el logos, la razón. Por otro lado, para los cristianos no hay otra razón más que el Logos, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios que ha aparecido en el mundo en la encarnación. Él es la razón y la armonía del universo. Por ello los cristianos son los que conocen y siguen al Logos, lo poseen en plenitud. La fe nos abre por tanto el camino a la recta razón, en la fe descubrimos el verdadero sentido del mundo y de las cosas. Cf. L.F. Ladaria, Introducción a la Antropología teológica, 46 [9] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 85 [10] F. Guerrero Martínez, Introducción a la encarnación del Verbo, 9 [11] Atanasio, La encarnación del Verbo, 8 [12] F. Guerrero Martínez, Introducción a la encarnación del Verbo, 22 [13] Atanasio, La encarnación del Verbo, 11 [14] F. Guerrero Martínez, Introducción a la encarnación del Verbo, 32 [15] Atanasio, La encarnación del Verbo, 13 [16] Atanasio, La encarnación del Verbo, 15 [17] Cf. Atanasio, Vida de Antonio, 69 [18] Esta pequeña obra obedece claramente a una intención de propaganda y de apología. Antonio, pese a su carácter sencillo y natural, aparece en él como la encarnación de todas las virtudes, que Cristo, por su gracia y poder, únicamente concede a sus fieles. Cf. H. von Campenhausen, Los Padres de la Iglesia, I, 106 [19] Cuando un hombre vive en la santidad, cuando se le dice hombre de Dios, este hombre encarna a Dios y deshace todas las obras del pecado. Por eso, el hombre de Dios, el hombre divino es el santo. En la Vida de Antonio, Atanasio se describe el camino que lleva al hombre de la imagen a la semejanza con Dios, y que es fundamentalmente la acción de la encarnación vivida por parte del hombre. Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 85 [20] M. Tenace, Cristiani si diventa, 57-58 [21] T. Spidlík – al., El monacato en el oriente cristiano, 35 [22] Atanasio, La encarnación del Verbo, 54 [23] T. Spidlík – al., El monacato en el oriente cristiano, 38-39 [24] T. Spidlík – al., El monacato en el oriente cristiano, 36 [25] Atanasio, Discursos contra los arrianos, III, 19,3 [26] M. Tenace, Cristiani si diventa, 58 [27] T. Spidlík – al., El monacato en el oriente cristiano, 36 [28] F. Guerrero Martínez, Introducción a la encarnación del Verbo, 17 [29] F. Guerrero Martínez, Introducción a la encarnación del Verbo, 19 [30] T. Spidlík – al., El monacato en el oriente cristiano, 37 [31] Atanasio, Vida de Antonio, 46,1-2 [32] T. Spidlík – al., El monacato en el oriente cristiano, 37-38 [33] F. Vandenbroucke, «Teología del Monacato», Studia monastica I, (1960) 159 [34] Atanasio, La encarnación del Verbo, 54 [35] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 84 [36] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 85 [37] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 86-87 [38] Atanasio, La encarnación del Verbo, 54,3 [39] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 97-98 [40] Atanasio, La encarnación del Verbo, 45 [41] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 98-99 [42] Atanasio, La encarnación del Verbo, 5,1 [43] Atanasio, La encarnación del Verbo, 13 [44] «Tomó un cuerpo mortal, para que pudiera destruir en él la muerte y los hombres fueran renovados otra vez en la imagen. Y para esto, ciertamente, no era más necesaria que la imagen del Padre» Cf. Atanasio, La encarnación del Verbo, 14 [45] «Pues de dos maneras nuestro Salvador tuvo compasión a través de su encarnación: consiguió por una parte que desapareciera de nosotros la muerte y quedáramos renovados, y por otra que, aun siendo invisible e indiscernible, se revelara por sus obras y se conociera que él era el Hijo de Dios y Verbo del Padre, el guía y rey del universo». Atanasio, La encarnación del Verbo, 16 [46] M. Tenace, Cristiani si diventa, 94 [47] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 101 [48] Atanasio, Vida de Antonio, 20,6 [49] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 102 [50] Cf. H. von Campenhausen, Los Padres de la Iglesia, I, 106 [51] Cf. S. Gamarra, Teología Espiritual, 282 [52] Para llegar a una ascesis plenamente cristiana es preciso determinar en primer lugar qué antropología la sostiene. Después hay que analizar qué es el pecado, y el estado de caída que acarrea en el hombre. Y, por último, examinar las relaciones entre creación y redención, es decir, contemplar al Redentor del hombre. Cf. P. Marti, Teología Espiritual, 156 [53] M. Tenace, Cristiani si diventa, 61 [54] M. Tenace, Cristiani si diventa, 62 [55] Atanasio, Vida de Antonio, 5,7 [56] Atanasio, Vida de Antonio, 5,1-4 [57] Atanasio, Vida de Antonio, 10 [58] M. Tenace, Cristiani si diventa, 63 [59] S. Gamarra, Teología Espiritual, 283 [60] Atanasio, Vida de Antonio, 9, 2 [61] «Vosotros vigilad y no dejéis perder el fruto de vuestra larga ascesis […] respirad siempre a Cristo y creed en Él, y vivid como si cada día fueseis a morir». Atanasio, Vida de Antonio 91, 2-3 [62] F. Guerrero Martínez, Introducción a la encarnación del Verbo, 21 [63] Atanasio, Vida de Antonio, 20, 7 [64] Atanasio, Vida de Antonio, 7, 8-9 [65] Atanasio, Vida de Antonio, 93, 1-3 [66] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 103-104 [67] Cf. G.M. Colombas, El monacato primitivo, 618 [68] Atanasio, Vida de Antonio 22, 3 [69] «Debemos orar continuamente para recibir el don del discernimiento de espíritus, para que, como está escrito, no nos fiemos de cualquier espíritu» Atanasio, Vida de Antonio, 38,5 [70] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 104 [71] Cf. G.M. Colombas, El monacato primitivo, 618 [72] Atanasio, Vida de Antonio, 88, 1 [73] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 105 [74] Atanasio, Vida de Antonio, 34, 2 [75] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 105 [76] Cf. M. Tenace, Dire l’uomo, 106 [77] Atanasio, Vida de Antonio, 47, 1 [78] Atanasio, Vida de Antonio, 36, 1-4 [79] Benedicto XVI, Encuentro con el clero de la diócesis de Bolzano-Bressanone, (6 agosto 2008) [80] H. U. von Balthasar, El todo en el fragmento, 148 |




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