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Presea ‘Alfredo R. Placencia’, 2024

Angélica Peregrina Vázquez[1]

 

El 14 de agosto del 2024, en el refectorio del monasterio

de las clarisas capuchinas de la Inmaculada Concepción de Guadalajara,

hoy auditorio del Museo de la Ciudad, ante una nutrida concurrencia,

entre ellas el arquitecto Felipe Leal, presidente nacional del

Seminario de Cultura Mexicana, se condecoró a la autora del discurso que sigue

con la máxima distinción de la corresponsalía en la capital de Jalisco de este gremio,

entre cuyos socios fundadores, en 1942, se cuenta un hijo del plantel levítico tapatío,

el médico, poeta y funcionario público Enrique González Martínez.

Que la presea ostente el nombre del bardo del clero guadalajarense

que alcanzó la cumbre de la poesía religiosa,

en el caso de la doctora Peregrina es un acto de justicia

a una investigadora de la educación en Jalisco

gracias a la cual tenemos la hasta hoy mejor visión panorámica

de la impartida en el siglo XIX en el Seminario Conciliar de Guadalajara.[2]

 

 

Colegas seminaristas,

Señoras y señores:

 

Un gran regocijo me causó saber que la Corresponsalía Guadalajara del Seminario de Cultura Mexicana me concedió la medalla ‘Alfredo R. Placencia’. Un honor que me sorprendió y que recibo con mucho gusto, por tratarse de la deferencia con la que me distinguen mis compañeros seminaristas, todos de una gran valía, destacados académicos, intelectuales, artistas de nuestra comunidad.

A lo largo de mi vida he realizado las cosas que me gustan: he disfrutado del placer de hurgar en los archivos y revisar papeles viejos, que nos cuentan el pasado, hechos sucedidos que nos muestran cómo vivieron nuestros antepasados, qué les gustaba hacer, qué comían, cómo se divertían, que les causaba desasosiego o alegrías, cómo afrontaron los cambios a causa de decisiones políticas, en fin, un cúmulo de datos, con lo cuales ha sido posible reconstruir ese pasado. Ustedes bien lo saben, mi interés se ha centrado en conocer en particular la historia de Jalisco y de su capital Guadalajara y, especialmente, la educación de los oriundos de estas tierras. Cómo se enseñaba en otros tiempos a leer y escribir, quiénes tenían a su cargo tales tareas, así como acerca de métodos de enseñanza, de profesores, de planes y programas de estudios y un largo etcétera.

Pero, como todo buen oficio, no solamente se trata de obtener datos y ordenarlos cronológicamente, no, el arte estriba en “armar” los rompecabezas y dar sentido a la información, para que nos cuente sobre la sociedad, sobre quienes vivieron en otras épocas y cómo vivieron.

Así pues, yo no niego la cruz de mi parroquia, me he dedicado a la historia desde hace bastantes años, y me honra que mi maestro desde la Facultad de Filosofía y Letras, el Dr. José Ma. Murià, nos acompañe esta tarde, pues, en buena medida, es culpable de que yo me haya enrolado en tareas tan complejas como forjar junto con él una Historia general de Jalisco y también en otras muchas, como colaborar en el salvamento del acervo que hoy se resguarda en el Archivo Histórico de Jalisco o rescatar y consolidar El Colegio de Jalisco. La historia me ha proporcionado muchas satisfacciones, y hoy una más que valoro como ninguna otra.

Debido a mi vocación por la historia es que hoy recibo esta presea, lo cual agradezco infinitamente, presea que ostenta el nombre de Alfredo R. Placencia, uno de los grandes poetas católicos, cuya obra se ha revalorado gracias a los estudios tanto de Ernesto Flores como de José Emilio Pacheco.

Sin duda un acierto que la Corresponsalía Guadalajara del Seminario de Cultura Mexicana al instituir este reconocimiento en 2002 así lo haya denominado, porque rescata del olvido a Alfredo R. Placencia, cuya vida fue muy azarosa. Sus superiores lo trajeron del tingo al tango desde que se ordenó sacerdote, cambiándolo de un pueblo a otro con bastante frecuencia. Afirma Gabriel Said que “su inocencia mundana y su vehemencia espiritual no le ayudaron para entenderse con sus feligreses ni con sus superiores”. Placencia incluso fue proscrito por su propio gremio por inclinaciones tan propias de la naturaleza humana. Vivió y murió casi solo, sin familia, sin dinero, sin compañeros, sin un obispo que lo entendiera; sin embargo, legó una excelsa poesía que Pacheco califica de “una llaneza coloquial, un tono de conversación desesperada con Dios y con los hombres”.

De igual manera, no puedo dejar de evocar esta tarde los inicios de esta Corresponsalía, que tardó varios años y costó muchos esfuerzos para establecerse finalmente el 27 de agosto de 1951. Considero importante y de elemental justicia rendir tributo a quienes a lo largo de estos casi, por unos días, 73 años de vida, han hecho posible que perdurara no obstante los obstáculos que se tuvieron que vencer.

Conviene recordar el espíritu que dio vida al Seminario de Cultura Mexicana, en 1942, en tiempos del presidente Manuel Ávila Camacho, quien conminaba a los mexicanos a la “unidad nacional”, a la necesidad de resarcir viejas heridas y de crear una cultura nacional, en un México sumamente heterogéneo. Se hacían las paces con la Iglesia y fue imponiéndose una mayor tolerancia, todo apuntaba al deseo de una homogeneidad en una nación armónica y moderna. Sin embargo, más que en la comprensión de las diferencias regionales, el énfasis se pondría en una homogeneización centralizada. Se explica pues el interés por mostrar los logros de la cultura mexicana, encaminado a superar los excesos de posturas antagónicas, unas a favor del indigenismo y otras del hispanismo. Se trataba de eliminar estas divergencias y sembrar la semilla de la concordia.

En esto jugaron importante papel entidades como el Seminario de Cultura Mexicana, que agrupó a personajes de renombre, distinguidos en las artes y las letras, entre los que no faltaron jaliscienses, por caso Mariano Azuela y Enrique González Martínez, su primer presidente.

No obstante, cabe preguntarse, ¿por qué fue tan azarosa la tarea de constituir la Corresponsalía en Guadalajara?

Esta ciudad era en la década de los novecientos cincuenta, cuando se iniciaron las tareas para formar la Corresponsalía, una de las más pobladas del país, con cerca de 380 mil habitantes. Era la capital de una de las entidades de la Federación que había brillado con gran lustre durante el XIX, pero al declinar ese siglo y tras el periodo revolucionario, padeció un importante desarraigo de sus intelectuales.

En efecto, la emigración de intelectuales que se marcharon a la ciudad de México fue cosa común durante la primera mitad del siglo pasado. Resulta entendible porque allá se concentraron las oportunidades y posibilidades de trabajo tanto para hombres de letras como para muchos otros artistas de las distintas bellas artes.

Eso llevó a un relativo empobrecimiento cultural de Jalisco, e igual sucedió en toda la provincia mexicana, en tanto que la capital se enriqueció con ese talento; ante lo notable y creciente de las actividades artísticas y literarias del Distrito Federal que avasallaron a la nación entera y le impusieron la pauta a seguir.

En tales condiciones, mayor reconocimiento merecen quienes permanecieron firmes en su trinchera provinciana, aun cuando la comunidad tapatía y jalisciense de aquella época se enorgulleciera mayormente de quienes habían “conquistado la capital”.

Esto lo traigo a colación, porque queda muy claro que entre 1950 y 1970, aproximadamente, fue difícil la conformación de una intelectualidad verdaderamente regional, y las cosas giraban en torno de personajes como el profesor José Cornejo Franco, primer presidente de la Corresponsalía Guadalajara. En el propio tenor fueron también presidentes de esta agrupación, el abogado y literato educado en Francia, Salvador Echavarría, el abogado José Montes de Oca, el maestro en letras Adalberto Navarro Sánchez, los médicos José Trinidad González Gutiérrez y Ernesto Ramos Meza, así como el polifacético Francisco Sánchez Flores, también médico y mejor conocido como “Pancho Panelas”, quien siguió a la cabeza de esta agrupación hasta su muerte en 1987.

En años posteriores la corresponsalía tuvo altibajos, épocas álgidas y otras de inactividad o de franca crisis, que afortunadamente fueron superadas, en lo cual mucho tuvo que ver la señora Paulina Carvajal de Barragán, que la presidió de 1995 a 2002, así como en lo que va de este siglo y en distintos periodos el Mtro. Ignacio Bonilla Arroyo, ambos bregaron porque perviviera y diera frutos importantes y, sobre todo, mantuvieron en alto nuestras manifestaciones culturales.

A todos ellos dedico estas palabras de reconocimiento por su empeño, por su perseverancia, a veces por su terquedad para mantener viva esta Corresponsalía.

Finalmente, reitero mi agradecimiento por esta distinción a la Directiva 2023-2025 que encabeza Alberto Gómez Barbosa y, desde luego, reconozco en todo lo que vale la presencia del Arq. Felipe Leal, presidente nacional del Seminario de Cultura Mexicana.

Estimados colegas seminaristas, gracias, muchas gracias; igualmente a todos ustedes que me han acompañado en este momento tan grato.



[1] Licenciada y Maestra en Historia, Doctora en Ciencias Sociales, especializada en estudios históricos, respecto a los cuales ha producido una bibliografía copiosa, pertenece al Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores y se le ha condecorado con la presea Valentín Gómez Farías, la medalla Ignacio L. Vallarta, la presea “Hilarión Romero Gil”, el Galardón Promomedios y el reconocimiento por méritos profesionales.

[2] Este Boletín agradece a la doctora Peregrina su inmediata disposición a publicar aquí su discurso.





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