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Dilexit nos: una lectura de la más reciente carta encíclica del Papa Francisco para nuestra espiritualidad sacerdotal.

Pbro. Adrián Ramos Ruelas[1]

 

La cuarta encíclica de Francisco nos invita a acoger

la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús,

celebrando los 350 años de sus apariciones

en Paray-Le-Monial, Francia.

 

 

 

Introducción

 

Dilexit nos (Nos amó) ha sido el regalo del papa Francisco para la Iglesia en los últimos meses y que nos hará muy bien a nosotros, sacerdotes, leerlo, asimilarlo y llevarlo a la práctica, como recomendamos siempre a nuestra feligresía en cada homilía. Se trata de un documento fechado el 24 de octubre de 2024, poco antes de concluir la Asamblea Sinodal.

Se trata de un documento, sí, extenso, pero bastante digerible, interesante, que podemos tomar como lectura espiritual, que tanto bien hace para impulsar nuestra espiritualidad y acrecentar nuestra devoción y amor a Jesús en su Sagrado Corazón.

Son 220 números bastante cortos pero densos, que dejan ver la fuerte espiritualidad y devoción del Santo Padre hacia el Sagrado Corazón de Jesús a 350 años de las revelaciones de Jesús a Santa Margarita María Alacoque, religiosa visitadina, en Paray-Le-Monial, Francia.

Ésta es la cuarta carta encíclica de Su Santidad. La primera de ellas, Lumen Fidei, fue entregada al iniciar su Pontificado y fue realizada, en gran parte, por el Papa Benedicto XVI durante el Año de la Fe. La segunda encíclica fue Laudato si, del 24 de mayo de 2015. Esta encíclica de carácter social tuvo alcance global por el tema que trató: el cuidado de la casa común; apostar por salvar el medio ambiente ha ubicado al papa Francisco como un profeta de la ecología y ha sido parte determinante de su pontificado. La tercera encíclica, Fratelli tutti, ha salido en medio de la pandemia originada por el coronavirus con ocasión de la memoria litúrgica de san Francisco de Asís, el 4 de octubre de 2020; el tema de la fraternidad universal sale a colación de la oportunidad que vive la humanidad para valorar los dones de la vida, de la paz, de la solidaridad en un mundo cada vez más individualista e indiferente.

Ahora el Papa vuelca sobre este documento su espiritualidad y deja ver sus profundas convicciones sobre la práctica de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús que resalta el amor infinito del Padre Misericordioso que nos ha enviado a su Hijo por amor para que Él, a la vez, nos muestre su amor y su compasión y nos dé de beber su Santo Espíritu.

Nos amó hasta el extremo: Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él (1Jn 4,10-11.16). Este bello texto que nos regala el apóstol san Juan, el discípulo amado, resume el núcleo de nuestra doctrina cristiana: el amor. Jesús nos amó hasta el extremo (Jn 13,1) y nos llama a corresponder por amor en nuestra particular vocación como sacerdotes.

Nos amó, nos ha amado… El pasado día de Navidad me ha sido propicio para meditar y profundizar en esta frase bíblica que le da título y sentido al documento papal. Jesús no se ha medido en mostrarnos su amor misericordioso. Como presbíteros, estamos llamados a creer este mensaje que salva, que entusiasma, que reanima y que impulsa nuestra pastoral basada en la caridad como espiritualidad diocesana.

¿Hemos perdido el corazón? Si así es, ¡vamos a rescatarlo! Porque no podemos vivir nuestro ministerio sacerdotal sin el corazón que le dio origen, esto es, con el amor inicial con el que lo comenzamos alegres, entusiastas, vigorosos, creativos.

¡Cómo nos hace bien este tipo de documentos cuando lo asimilamos desde nuestra realidad personal en nuestro caminar sacerdotal!

Este documento, como lo iremos viendo, nos da para mucho. En primer lugar, sintámoslo dirigido a nosotros, antes de ofrecer a nuestros fieles alguna propuesta pastoral o espiritual sobre su contenido. Hagámoslo material de reflexión personal, de retiro, de ejercicios espirituales.

De acuerdo al índice, nuestra encíclica se compone de cinco grandes apartados. Trataremos de exponer algunas de las ideas con proyección sacerdotal para nuestro provecho espiritual.

 

I. La importancia del corazón

 

El Papa nos recuerda la realidad que vivimos: un mundo líquido que ha perdido su centro y se ha extraviado. Además, en una sociedad consumista el mundo parece haber perdido el corazón: necesitamos recuperar la importancia del corazón (nn. 1.9).

Retomando los conceptos y simbologías del corazón humano, el Papa hace referencia a la tradición filosófica y antropológica a través de la historia y descubre cómo se le ha dado mucha mayor importancia a la razón que al corazón: cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía (n. 11).

Relaciona, desde luego, el corazón que unifica el ser de la persona con el amor. Es el corazón el que crea las posibilidades de encuentro (n. 12). Por tanto, critica toda forma de narcisismo y autorreferencia que provocan la pérdida del deseo y propicia la cerrazón egoísta del hombre (n. 17).

En un mundo de grandes avances tecnológicos, el Papa advierte que en el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hace falta el amor (n. 20). Es amando cuando la persona sabe por qué y para qué vive (n. 23).

El Papa destaca además a lo largo del documento frases o expresiones de los grandes hombres y santos de la espiritualidad cristiana en relación con el tema del amor, expresión viva de lo que hay en el corazón: Cor ad cor loquitur, lema de san John Henry Newman (n. 26), y es que únicamente el corazón es capaz de poner a las demás potencias y pasiones y a toda nuestra persona en actitud, reverencia y de obediencia amorosa al Señor (n. 27).

Termina diciendo que, en definitiva, el Corazón sagrado es el principio unificador de la realidad (n. 31).

 

 

II. Gestos y palabras de amor

 

En esta segunda parte el Papa destaca el testimonio de Jesús que nos deja ver el amor compasivo y tierno que guarda en su corazón (n. 43) a través de la mirada y las palabras. Es el capítulo más breve pero denso en cuanto a citas bíblicas que una y otra vez hemos predicado, hermanos sacerdotes.

 

 

III. Este es el corazón que tanto amó

 

La devoción al Sagrado Corazón en relación con las apariciones a Santa Margarita María Alacoque es considerada como punta de lanza de una profunda espiritualidad que ha dado mucho fruto y llega hasta nuestros días con variadas formas, devoción que nos orienta a él y sólo a él, que nos llama a una preciosa amistad con Cristo hecha de diálogo, de afecto, de confianza y de adoración (n. 51). Así mismo nos invita a acudir a ese centro unificador que debe orientarnos a contemplar a Cristo en toda la hermosura y riqueza de su humanidad y de su divinidad (n. 55).

Hay un número, el 63, que nos hará mucho bien leer y releer a nosotros como sacerdotes. En las clases de filosofía y teología hemos aprendido sobre el influjo del pensamiento griego en cuestión del cuerpo y de los sentimientos que fueron relegados por mucho tiempo, infravalorados y que la religiosidad popular ha mantenido en grandes devociones como los Vía Crucis, las prácticas eucarísticas y el mismo culto al Corazón de Jesús, alimentando el amor y la ternura para con Cristo, la memoria, el deseo y la nostalgia, al mismo tiempo que la razón y la lógica anduvieron por otros caminos. Valorando más la luz, diría san Buenaventura, nos hemos perdido de vista al fuego que la origina.

El Papa hace una distinción del amor que contiene la imagen del Corazón del Señor: se trata de un amor divino, humano y sensible (n. 65). Aunque se distinguen, residen en la única persona de Jesús. Así, precisamente en su amor humano, y no apartándonos de él, encontramos su amor divino (n. 67).

En este apartado el Papa nos recuerda que la devoción al Corazón de Cristo es algo esencial a la propia vida cristiana en la medida en que significa nuestra apertura, llena de fe, de adoración, ante el misterio del amor divino y humano del Señor, hasta el punto de que podemos sostener una vez más que el Sagrado Corazón es una síntesis del Evangelio (n. 83).

Hay un dato interesante que puede motivarnos para motivar a la vez a nuestros fieles: la propuesta de la comunión eucarística los primeros viernes de cada mes era un fuerte mensaje en un momento en que mucha gente dejaba de comulgar porque no confiaba en el perdón divino, en su misericordia, y consideraba la comunión como una especie de premio para los perfectos. La promoción de esta práctica hizo mucho bien, ayudando a reconocer en la Eucaristía el amor gratuito y cercano del Corazón de Cristo que nos llama a la unión con él. Y hoy también haría mucho bien considerando la vorágine del mundo actual y nuestra obsesión por el tiempo libre, el consumo y la distracción, los teléfonos y las redes sociales, cosas que nos hacen olvidar el alimento eucarístico que nos da fuerzas (n. 84).

Contra el dualismo jansenista (estudiado también en la historia de la Iglesia), este apartado nos sitúa en la correcta devoción al Corazón de Cristo considerando más el misterio de la Encarnación de Jesús sobre toda espiritualidad descarnada que en nuestros tiempos parece hacerse todavía presente (n. 87).

El famoso responsorio, en Ti confío que reveló Jesús Misericordioso a santa Faustina nos invita precisamente a ponernos en las manos del Señor pidiéndole auxilio, sintiéndonos dependientes de su amor, mostrándole necesidad en medio de nuestra indigencia (n. 90).

 

IV. Amor que da de beber

 

Beber de la fuente del amor en el Sagrado Corazón es de hombres sabios. San Agustín nos pone como ejemplo al apóstol Juan que apoyó su cabeza sobre el pecho de Jesús (n. 103).

San Bernardo nos ha hecho desear por medio de sus escritos del amor delicioso de Jesús que reside en el secreto de su corazón abierto para poder contemplar el sublime misterio de su bondad infinita (n. 104).

El Papa cita a San Francisco de Sales; para él, la devoción estaba lejos de convertirse en una forma de superstición o en una indebida objetivación de la gracia, porque significaba la invitación a una relación personal donde cada uno se siente único frente a Cristo, tenido en cuenta en su realidad irrepetible, pensado por Cristo y valorado de un modo directo y exclusivo (n. 115).

En esta parte, el Papa pone de relieve las palabras que recibió la santa francesa, Margarita María, del mismo Cristo en revelación privada: Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros, que te descubro. (n. 119).

Nos hará mucho bien como pastores y guías del pueblo de Dios inspirarnos en la ecuanimidad de san Claudio de la Colombiere, acompañante espiritual de la religiosa, que hizo un equilibrado discernimiento para aprobar y fomentar la devoción al Corazón Sagrado, en el que depositó su confianza: Seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero (n. 126).

Una y otra vez recurre el Santo Padre a los escritos de Teresa de Lisieux. Esta santa francesa que bebió la espiritualidad del Sagrado Corazón es una auténtica doctora del amor hecho confianza (n. 136): aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza; sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida (n. 137). Comprende que para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de ese Amor consumidor y transformante… (n. 138). En su Carta a Celina, su hermana, concluye diciendo: el mérito no consiste en hacer mucho ni en dar mucho, sino más bien en recibir (n. 139).

Desde luego, el Papa destaca la experiencia ignaciana de los ejercicios espirituales en relación con esta devoción que despierta los afectos y nos pone de frente a Jesús para dialoga con él y acrecentar el amor.

En el número 160, al hablar de la compunción, el Papa expresa el deseo de que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo. Al mismo tiempo nos invita a preguntarnos si no hay más racionalidad, verdad y sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura. Si sufrimos, advierte el Papa, podemos vivir el consuelo interior de saber que el mismo Cristo sufre con nosotros. Deseando consolarle, salimos consolados (N. 161).

 

V. Amor por amor

 

En este último apartado del documento, Su Santidad pone de relieve el deseo de corresponder al amor de Jesús. Cita a santa Margarita: Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado de los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me consume; y no hallo nadie que se esfuerce, según mi deseo, en apagármela, correspondiendo de alguna manera a mi amor (n. 166). Nos pide ser una fuente para los demás. Aquí cita a Orígenes que decía que Cristo cumple su promesa haciendo brotar de nuestros corazones corrientes de agua: El alma del ser humano, que es imagen de Dios, puede contener en sí y producir en sí pozos, fuentes y ríos (n. 173).

San Bernardo abona a esta gran devoción: Sea el Señor Jesús para tu afecto un objeto de dulzura, a fin de destruir la dulzura criminal de los placeres de la vida carnal: una dulzura supere a la otra, como un clavo expulsa a otro clavo (n. 177).

San Vicente de Paúl apuesta por la prolongación de esta devoción hacia el cuidado de los pobres: Cuando nuestro Señor vive en un alma de sacerdote lo inclina hacia los pobres (n. 180), o bien, con la práctica de esta virtud se ganan los corazones de los hombres para convertirlos a Dios, lo cual no pueden conseguir los que se portan con el prójimo de una manera dura y áspera.

En este último capítulo es tratado el tema de la reparación que sugiere la misma espiritualidad de esta devoción. En medio del desastre que ha dejado el mal, el Corazón de Cristo ha querido necesitar nuestra colaboración para reconstruir el bien y la belleza (N. 182).

San Juan Pablo II recomendaba ampliamente esta devoción para construir la civilización del amor. Y es que la reparación cristiana no se puede entender sólo como un conjunto de obras externas, indispensables y admirables ciertamente, pero esto exige mística, alma, un sentido que le otorgue fuerza, empuje, creatividad incansable. Necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del Corazón de Cristo (N. 184).

Una necesidad que hará mucho bien a todos los hombres de buena voluntad y a los de mala voluntad también es el perdón sanador. El Papa nos recuerda este deber evangélico con la esperanza de alcanzar una gran reconciliación. El Año Jubilar que ha comenzado es el marco en el que puede llevarse a la práctica con mayor conciencia este paso, y titula este párrafo La belleza de pedir perdón: No basta la buena intención. Es indispensable un dinamismo interior de deseo que provoque consecuencias externas… La justicia conmutativa presupone dos actitudes exigentes: reconocerse culpable y pedir perdón… Es de este reconocimiento honesto del daño causado al hermano, y del sentimiento profundo y sincero de que el amor ha sido herido, que nace el deseo de reparar (n. 187).

También aborda el tema de la compunción: Un corazón capaz de compungirse puede crecer en la fraternidad y la solidaridad, porque ‘quien no llora retrocede, envejece por dentro, mientras que quien alcanza una oración más sencilla e íntima, hecha de adoración y conmoción ante Dios, madura. Se liga menos a sí mismo y más a Cristo, y se hace pobre de espíritu (n. 190).

Finalmente, el tema obligado de la misión. No se puede alimentar una devoción sin llevarla a la práctica, recomendándola. En este caso, recomendando el amor de Dios para extender su Reino: La misión, entendida desde la perspectiva de la irradiación del amor del Corazón de Cristo, exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida (N. 209). En este sentido, los actos de amor a los hermanos de comunidad pueden ser el mejor o, a veces, el único modo posible de expresar ante los demás el amor de Jesucristo (n. 212).

 

Conclusión

 

El amor de Cristo está fuera del engranaje perverso de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas. Sólo Cristo, desde su Corazón amante, es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente, anota el Papa en el número 218.

Es un hecho que este documento llega de manera oportuna, quizás cuando nuestro sacerdocio se está desgastando en medio de tanta actividad, o bien, se está ralentizando por tanto estrés, o se está desencantando al ver la escasa respuesta pastoral o las pocas fuerzas que nos restan para que nuestro pobre corazón siga latiendo con ímpetu apostólico al vernos luchando por un ideal que no nos está redituando posiblemente satisfacción o plenitud de vida.

En fin: tenemos al alcance un documento que puede marcar la diferencia en nuestra actual concepción de nuestro ministerio marcado por el amor que nos tiene Jesús y el amor con que le hemos venido correspondiendo.

El ejemplo y testimonio del apóstol Juan, el Evangelista, que reclinó su cabeza en el costado de Cristo y recibir de Él secretos celestiales nos ayude a vivir íntimamente unidos al Señor que nos ha amado y nos ha llamado con predilección para ser portadores de su gracia y testigos cualificados de su amor, encarnando en nuestra acción pastoral concreta la fuerza del Espíritu que lo llenó y que nos compartió por medio de la Santa Iglesia el día de nuestra unción sacerdotal.

El Papa sabe muy bien, y nos lo recuerda, que el corazón es la síntesis de nuestro ser.

Aprovechemos este Año Santo para vivirlo con intensidad con estas bellas inspiraciones.

 

Aplicaciones para nuestra práctica pastoral

 

·      En este Año Jubilar podemos entresacar mucho material para iluminar catequesis, charlas, reflexiones, homilías.

·      Esta devoción puede propiciar más la participación eucarística y la sagrada comunión de los viernes primeros, devoción que dará sin duda muchos frutos de santidad y caridad cristianas.

·      Ante la frialdad de nuestras relaciones, la exposición de esta encíclica puede motivar la reconstrucción del tejido social, que es una de las principales necesidades pastorales de nuestra arquidiócesis de Guadalajara.

·      Por nuestra preparación, nos hace mucho bien tomar la actitud del padre Claudio de la Colombiere que supo discernir la veracidad de las revelaciones privadas y, con ciencia, prudencia y decisión, supo promover esta devoción con mucho fruto.

·      ¡Cómo acomoda a nuestra espiritualidad esta encíclica! Estar unidos al Señor de frente al Santísimo es llenarnos de la fuente del amor para ser pozo para nuestros hermanos.

·      De Cristo mismo seguiremos aprendiendo para ser mansos y humildes de corazón (cf. Mt 11,29-30), adquiriendo sus mismos sentimientos en nuestro ser y quehacer sacerdotal (cf. Flp 2,5).

·      Esta devoción nos lleva inevitablemente al encuentro con los pobres, los que viven solos o abandonados, los que sufren o desconsolados.

·      Contra los males de nuestro tiempo, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos lleva a construir la civilización del amor que encierra la oferta del perdón que podemos promover desde el sacramento de la confesión.



[1] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2011. Cuenta con una licenciatura en Teología Espiritual por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (2013-2015). Actualmente presta su servicio como ecónomo del Seminario de Guadalajara.





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