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Los últimos rescoldos: la Segunda “Cristiada” Federico Sesia[1]
En estas páginas se expone el desarrollo de las relaciones entre el gobierno mexicano y diversos sectores sociales, inspirados en mayor o menor medida por su fe católica, ambos todavía resentidos después de los convulsos años 20s.
1. No fue posible la paz (1929 – 1934)
La guerra civil conocida como La Cristiada (1926 – 1929)[2], empezada por la sospensión del culto católico decidida por los obispos después de la así llamada “ley Calles” de 1926, se acabó con un acuerdo informal entre el episcopado de México y el entonces presidente Emilio Portes Gil (1890 – 1978) conocido como los arreglos: se trata de dos declaraciones unilaterales de Portes Gil y del delegado apostólico monseñor Leopoldo Ruiz y Flores (1865 – 1941) y monseñor Pascual Díaz y Barreto (1876 – 1936). El presidente declaró que el registro de ministros del culto previsto por la ley Calles no implica que se puedan registrar como sacerdotes hombres que no son señalados por los obispos, mientras Ruiz y Flores y Díaz contestaron que, bajo estas condiciones, se reanudará el culto público en México[3]. Después de casi quatro años de una guerra civil que devastó el Bajío, ultima etapa de aquel conflicto religioso empezado después de la independencia[4], la paz volvió a reinar en el país. Pero el fin de la guerra cristera no marcó el comienzo real de la paz religiosa en México: esta tendrá que esperar los ultimos años de la presidencia de Lázaro Cárdenas del Río (1895 – 1970), mientras el comienzo de los Treinta serà marcado por una situación diferente de Estado a Estado, pero en general bastante dificil por la Iglesia. Esto porqué a pesar del optimismo de algunos prelados el anticlericalismo siguió actuando en casi todo el país, en particular en Estados como Tabasco y Veracruz donde sus gobernadores (Tomás Garrido Canabal (1890 – 1943) y Adalberto Tejeda Olivares (1883 – 1960)) abrazaron políticas radicalmente anticatólicas, pero también en el resto de México fueron puestos limites severos al numero de sacerdotes autorizados y al actividad pastoral de la Iglesia, la unica permitida después de los arreglos[5]. A esto se sume la falta de respeto de la amnistia teoricamente garantizada a los cristeros, que vio el asesinato de muchos de estos después de su rendición y en general dificultades a regresar a la vida civil. Los presidentes que vinieron después de Portes Gil[6] entre 1929 y 1934 siempre quedaron bajo la influencia de Plutarco Elías Calles (1877 – 1945), cabo del Estado entre 1924 y 1928 que con sus políticas anticlericales impulsó la Cristiada, el hombre fuerte de la política méxicana que siguió governando indirectamente el país entre 1928 y 1934 en el periodo llamado Maximato. Condiciones así hicieron imposible la llegada de un verdadero modus vivendi con la Iglesia. La situación pareció inalterada también en los primeros años de Cárdenas[7], presidente entre 1934 y 1938, que empezó su gobierno con un gabinete eligido por Calles y compuesto por sus lealistas como Narciso Bassols García (1897 – 1959) a la Secretaria de la educación y Rodolfo Elías Calles (1900 – 1965, hijo de Plutarco) como secretario de la comunicación. También desarrollaron un papel importante en la política méxicana hombres leales al expresidente como Luis Napoleón Morones (1890 – 1964), secretario general del sindicato Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y el gobernador de Tabasco Garrido, que en los planes de Calles tenía que ser el sucesor de Cárdenas a la presidencia. El primer periodo del gobierno de este ultimo fue caracterizado por profundizar políticas educativas abiertamente rechazadas por los católicos, ya empezadas bajo Abelardo Rodríguez. En este sector la piedra de tropiezo más grande fue el proyecto de “educación socialista” implementado por Bassols en 1931 y continuado bajo Cárdenas, inspirado en la legislación laicista de Francia de 1905 y insertado en la Costitución méxicana con una modificación del art. 3, consagrando la obligatoriedad de la educación socialista, antes simplemente definida “laica”. Siempre en 1931 Bassols impulsó también la obligatoriedad de la educación sexual en la escuela, con el proposito de contrastar las infermedades venereas. El episcopado condenó y rechazó estas reformas en una carta pastoral de jenero 1936, prohibiendo a los fieles de enviar sus hijos a la escuela mientras dure la educación socialista, pero siempre condenando de la manera más absoluta cualquier forma de rebelión armada contra el Estado. La situación de la Iglesia mexicana en los Treinta fue tratada por el mismo papa Pio XI (1857 – 1939), que en 1937 emanó la enciclica Firmissimam costantiam (la así llamada Nos es muy conocida), que a su vez condenó la resistencia armada al gobierno[8]. A pesar de esto, las políticas educativas del gobierno representaron la gota que colma el vaso por diferentes sectores sociales del Bajío, que se vieron amenazados también por la reforma agraria implementada en estos años. Es en este contexto que In response to these developments, Cristeros in Mexico once again took up arms against the state during the 1930s. These repeated uprisings, known collectively as La Segunda or the “Second Cristiada,” were far less organized—and far more localized—than the Cristero revolt of 1926–1929. Furthermore, by the 1930s, Catholic militants had lost all hope of support from the Catholic hierarchy, now led by the conciliatory Pascual Díaz, who had ascended to the position of archbishop of Mexico City and primate, or highest ranking hierarch, of Mexico. The Vatican rejected Catholic militancy in Mexico as well, even while condemning the Mexican government for its renewed anticlerical actions. Nevertheless, the pattern of Cristero militant resistance and sporadic anticlerical violence would continue until at least 1938.[9]
2. Los irreductibles (1934 – 1938)
Fue así que grupos de cristeros decidieron retomar las armas dejadas en 1929, liderados por viejos cuadros de la Cristada. Entre ellos hay que mencionar Lauro Rocha (1908 – 1936), secretario del general Enrique Gorostieta Velarde (1890 – 1929), en Los Altos de Jalisco, Florencio Estrada[10] (1897 – 1936), Trinidad Mora y Federico Vázquez en Durango y Aurelio Acevedo Robles (1900 – 1968) en Zacatecas. También esta vez el epicentro de la rebelión fue representado por los Estados del Bajío como Jalisco, Michoacán, Zacatecas, Colima y Durango, sin ninguna diramación en el norte y en el sur del país[11]. Como eficacemente escribió Jean Meyer Y así fue como se reanudó en las montañas una guerra sangrienta, diezmando a maestros y a dirigentes de los comités agrarios, acompañados de golpes de mano peligrosos contra los federales. En un país como éste, sin pacificar aún, maltratado y obstinado, victima de una nube de políticos locales y de una terrible crisis económica, estos rebeldes representaban un fermento peligroso. Unos cuantos millares de hombres, 7500 en 1935, 2000 en 1939, se mantienen irreductibles en sus sierras y delcaran que no se someterán jamás hasta que el gobierno haya abandonado toda persecución contra la Iglesia.[12] Hay muchas diferencias entre la Cristiada y la Segunda. En primer lugar la participación en este última fue considerablemente inferior respeto a la primera: si en 1929 los cristeros llegaron a tener 50.000 efectivos al apogeo de la Segunda (1935) apenas alcanzaron 7.500 hombres en armas, que ya se reducieron a unos 2.000 en 1939, esta vez sin algun mando centralizado en cuanto los cuadros más importantes de la Cristiada fueron casi todos asesinados después de los arreglos, y el general Jesús Degollado Guízar (1892 – 1957), que comandó los cristeros después de la muerte de Gorostieta[13], se encontraba en los Estados Unidos. Tampoco la Liga[14] logró coordinar los rebeldes como hizo, de manera bastante aproximada, en la Cristiada. A pesar de haber convocado ya en 1932 Aurelio Acevedo en la Ciudad de México para darle la jefatura de una especie de comité de guerra, este nunca logró controlar efectivamente todos los sublevados. A la falta de soldados y de unidad tiene que sumarse la eficaz reorganización del Ejercito federal implementada por el general Joaquín Amaro Domínguez (1889 – 1952)[15], veterano de la guerra cristera y de la Revolución, impulsó en los años Treinta varias inovaciones en las fuerzas armadas mexicanas restableciendo el servicio militar, construyendo nuevas carreteras y desarrollando el cuerpo de caballería: el ejercito reformado por Amaro tenía excelentes capacidades de movimiento, fundamentales para reprimir a un movimiento guerrillero como los cristeros, y a eso se sume la disponibilidad de aviones de combate y radios. También la cronica escasez de municiones, aun peor en la Segunda que en la Cristiada, tuvo un papel destacado en los resultados de la rebelión: As a consequence the 1930s Cristeros were forced to mantain themselves much more by raiding than had been the case even in the 1920s. Weapons remained plentiful but there was a chronic shortage of ammunition. These “segundero” Cristeros were more prone to attack softer civilian targets, compounding their image as outlaws.[16] Otro aspecto que influyó sobre la debilidad de la Segunda fue la falya de apoyo por parte de la mayoria de la población, que esta vez tampoco en el Bajío simpatizó con los rebeldes. Si en la Cristiada el episcopado mexicano mantuvo una posición de favorable neutralidad frente a los cristeros[17], durante la Segunda condenó sin exitación los insurrectos amenazando de excomunión qualquier forma de apoyo directo o indirecto a estos: el agotador esfuerzo para establecer un modus vivendi con el gobierno y la consideración realista que era imposible derrocar al Estado posrevolucionario por medio de las armas no dejaban espacio a vacilaciones y ambiguedades. Posición en la que seguramente influyó el trauma de los acontecimientos de 1926 – 1929, cuando un movimiento laical pasó por encima al episcopado: La derrota de la rebelión cristera, que nunca hubiera podido vencer militarmente el ejercito, vuelve evidente a la jerarquía la necesidad de enfrentar el Estado con medios pacificos. La estrategia de la Iglesia se redefine: en vez de la lucha con medios violentos, que en muchas ocasiones la Iglesia justifica teológicamente, el Episcopado prefiere uno espacio de no aplicación de las leyes persecutoras: por esto se dan los arreglos. A partir de los arreglos en adelante, la Iglesia ya no busca la abolición de estos artículos, sino un reconocimiento del Gobierno que le permita cierta libertad de acción.[18] A pesar de estos factores la Segunda representó el desafio militar más importante por el Estado mexicano en los años de Cárdenas, también de la rebelión de Saturnino Cedillo (1890 – 1939) en 1938. Lo demuestra también que la derrota peor sufrida por el ejercito mexicano fue provocada por los cristeros de Vázquez, que en 1935 ganaron la batalla del Cerro de Chachamoles infligiendo 400 bajas al enemigo. Tampoco Cedillo supo ser tan eficaz contra el gobierno. El terrorismo, que raras veces aparició en la Cristiada, esta vez fue sistemáticamente puesto en hecho por los cristeros que asesinaron o mutilaron maestros rurales y exponentes del gobierno y destruyeron escuelas y edificios institucionales. Acerca de 100 maestros fueron matados y otros 200 mutilados[19], y entre las victimas ilustres de los cristeros hay que mencionar a Jehová Villa Michel (1895 – 1936), presidente municipal de Tonila (Jalisco) por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). En sintesis The second stage of the Cristiada, between 1934 and 1938, consisted of the reaction of the peasantry to the process of 'socialist education', to religious persecution (in Veracruz and Chiapas), and to certain aspects of the agrarian reform (the problems of the ejido, or communal lands, and of the militias). In Morelos, Puebla, and Veracruz, along the crescent line of the volcanoes, it was like the last flicker of Zapata's movement; the movement was stronger than it had been in 1926-9 in Sonora, Oaxaca, Puebla, and Morelos, regions which were less involved, and therefore less devastated, during the first war and its immediate aftermath. The Western Centre participated to a much lesser extent, and Jalisco, which was a bastion of the movement in 1926, hardly at all. This second stage was characterised by dispair, rebellion (particularly against the Church, which condemned and excommunicated the Cristeros), and violence. Terrorism, which had been unknown between 1926 and 1929, was unleashed against the leaders of the regime, the schoolteachers, and the agrarian authorities. Finally, at the moment when Cardenas changed his policy, there developed great mass movements, of a non-violent character, in Veracruz, Chiapas, and Tabasco, where perhaps Sinarquismo learned its first lessons.[20] Entonces no es casual el surgimiento del sinarquismo al final de los años Treinta, siendo la Unión Nacional Sinarquista (UNS) un movimiento politico controlado indirectamente por los obispos y creado con el fin de canalizar el descontento de los católicos en un proyecto civico que excluya de toda manera el recurso a las armas[21], como tampoco es casual el apoyo episcopal a la Acción Católica y a otras asociaciones pacificas que presionen al gobierno para que acabe con el anticlericalismo: Además de un bombardeo de notas, protestas, normas y condenas, trabajó discreta e indirectamente a través del Secretariado Social, de la ACM y de todas las organizaciones por ella controladas, especialmente las femeninas y la renovada UNPF[22]; en la UNAM y en las universidades de provincia con la nueva Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC); como si eso fuera poco, toleró y alentó sociedades secretas, siempre y cuando fuesen controladas por la jerarquía y/o los jesuitas. Sin contar una redoblada actividad religiosa —culto público y clandestino, campañas de oraciones, devociones a la Virgen de Guadalupe y a todos los Cristos milagrosos de la República: de ahí el dicho “El santo Cristo de Tila salvó a Tabasco”. Todo eso para evitar el crecimiento de la inconformidad de muchos católicos y de la “Segunda” (Cristiada), para al mismo tiempo combatir la ofensiva gobiernista. Para Roma y los prelados más fieles a su nueva línea, “la ciencia de ganar perdiendo” no era ninguna debilidad, ninguna concesión al Estado anticlerical, sino la única manera de salvar la institución y el futuro. Entre 1932 y 1938 fue difícil vender esta tesis pero al final se ganó la apuesta.[23] Hay también interesantes analogias entre la Segunda y la Teología de la Liberación, siendo que en el caso mexicano […] unos pocos sacerdotes católicos que quedaron en el estado y sobre todo en la región cristera, siguieron en comunión con sus fieles, sin acatar el voto de obediencia y vinculando su propia existencia y su interés con los fieles no conservadores. Es aquí donde la Segunda Cristiada se transformaba en el antecedente de la Teología de la Liberación, en la creación de esa Iglesia popular, sin oropeles ni albas, ni mitras, sino con el sacramento y la actividad catequista lejana de la burocracia del Vaticano. Sin esperanza de encumbramiento en las Diócesis o las Arquidiócesis, ni en la ocupación de los mejores arzobispados, parroquias, templos y sacristías, sino en la relación directa con la feligresía mestiza e indígena sincrética, desconocida y prejuzgada por el Alto Clero, debido sobre todo a su mínima aportación económica a la Iglesia.[24]
3. El modus vivendi y el final de la guerra (1938 – 1941)
Lo que más afectó la Segunda no fueron las reformas de Amaro, las condenas del episcopado o la absencia de un liderazgo nacional, sino la llegada de un verdadero modus vivendi entre la Iglesia y el Estado en los ultimo años de la presidencia de Cárdenas: de hecho mientras los últimos irreductibles cristeros seguían peleando contra los federales en sus sierras el conflicto religioso mexicano estaba llegando al final. A pesar de las ilusiones de Calles, seguro de maniobrar a Cárdenas como hizo con sus predecesores, este ultimo actuó de manera muy eficaz para acabar con el Maximato. En 1935 logró obtener el apoyo de la mayoria de los gobernadores y de los comandantes de las regiones militares y al mismo tiempo obtuvo la dimisión del gabinete de gobierno expulsando también del Congreso los diputados callistas. Los fidelísimos de Calles fueron neutralizados uno por uno: Bassols fue nombrado embajador a Inglaterra, Morones fue exiliado y Garrido, que en los planes de Calles tenía que ser presidente después de Cárdenas, fue reemplazado por Cedillo como secretario de la agricultura. Frente a la derrota Calles optó por el exilio en los Estados Unidos en 1936, acabando con el Maximato. Al mismo tiempo la educación socialista y sexual fueron progresivamente abandonadas en la práctica docente hasta desaparecer totalmente[25]. También la política eclesiastica vivió importantes cambios en la era de Cárdenas. A pesar de sus primeros años en que el anticlericalismo siguió actuando en muchos Estados, desde 1936 empezó un radical cambio de paso en este ambito. El nuevo presidente, aun siendo defensor de la laicidad y de la separación entre Iglesia y Estado, nunca aprobó las políticas anticatólicas, juzgadas contraproducentes. Entre 1937 y 1938 manifestaciones espontaneas y pacificas de católicos llevaron a la reapertura de los templos en todo el país, sin que el gobierno lo impidiese. En 1937 el nombramiento de mons. Luis María Martínez (1891 – 1956) como arzobispo primado de México aceleró en proceso de pacificació, siendo Martínez michoacano como el presidente y de este muy estimado. El acto definitivo de la paz religiosa fue el apoyo que Martínez dio publicamente en 1938 a la política de nacionalización del petroleo decretada por el presidente, que exproprió a las compañias estadounidenses y britanicas. Desde entonces hasta la reforma constitucional de 1992[26] los articulos y leyes anticlericales aún no oficialmente abrogadas quedaron totalmente desatendidas[27]. Fue así que las eficaces contramedidas de Amaro, la condena de la Iglesia y el acabarse del conflicto religioso bajo Cárdenas dejaron siempre más isolados a los cristeros, que poco a poco perdían sus efectivos que cayeron en batalla o dejaban las armas frente a la amnistia. Los principales jefes regionales como Rocha y Mora murieron ya en 1936, dejando sin liderazgo local un movimiento guerrillero que nació sin mando centralizado. Fue así que las braces se callaron casi todas entre 1936 y 1938, con la derrota o la rendición de los repartos. El último rescoldo de la Segunda se apagó solo en 1941 con la rendición del pequeño grupo de cristeros durangueños liderado por Federico Vázquez (el así llamado Ejército Libertador Cristero del Estado de Durango), que aceptò dejar la pelea frente a la amnistía garantizada por el gobernador del Estado Elpidio G. Velázquez (1892 – 1977), que también aseguró a los rebeldes la inviolabilidad del centro cerimonial tepehuán[28] de Taxicaringa. Una guerra formalmente empezada por la defensa de la religión católica terminó así con la satisfacción de exigencias conectadas con el culto sincretico de un pueblo indigeno de Durango, lejano del Vaticano, del episcopado y de las asociaciones católicas reconocidas por los obispos. Después de la amnistía Vázquez actuó como cacique en la región de Mezquital, siendo asesinado en 1945 por razones ajenas a la Cristiada. Con la pacificación de Durango los ultimos guerrilleros de Cristo Rey habían abandonado la lucha armada, esta vez para siempre: la consolidación del modus vivendi bajo el presidente Manuel Ávila Camacho (1897 – 1955), sucesor de Cárdenas que durante su campaña electoral se proclamó creyente, cerró el camino a una nueva crisis religiosa pacificando a México de manera definitiva, por lo menos en este ámbito[29].
4. ¿Fue una Cristiada?
Entre los historiadores sigue siendo debatida la apartenencia de la Segunda a la Cristiada, y a pesar de argomentos favorables a la inclusión entre la mayoria de ellos hay escepticismo y distinción. Efectivamente las diferencias entre los dos acontecimientos siguen siendo más que las afinidades: si en ambos casos hay una rebelión armada por razones religiosas en la Cristiada estas fueron totalizantes poniendo en segundo plano lo relacionado con política y económica, factores que en la Segunda fueron tan importantes como la defensa del católicismo, y aún más importantes para justificar algunos levantamentos. Por ejemplo con referencia a los indios tepehuanes del Durango, que se sublevaron con los cristeros de Mora y Vázquez, la razón de su rebelión fue la defensa de los centros rituales tradicionales, amenazados por la política de deforestación del gobierno, como declarado por el mismo Vázquez en 1939: El motivo del levantamiento fue por habérsenos arrebatado nuestras tierras para entregarlas al ejido. Sabiendo que es una pequeña propiedad que poseemos para obtener el pan de nuestros hijos, derrumbando nuestros pueblos como Santiago Bayacora, Temoaya, Taxicaringa y Teneraca.[30] A pesar de algunas referencias a la defensa de la religión, totalmente ausente en diversos casos, como señala Enrique Guerra en su estudio sobre la Segunda en Michoacán hay razones muy variables que expliquen el recurso a las armas en los Treinta: […] en las regiones se puede apreciar una heterogeineidad de motivaciones para levantarse en armas contra el Estado: desde ex cristeros que no pudieron reincorporarse al orden social tras los arreglos de 1929 (Ramón Aguilar) o que andaban en busca de un mejor pacto político regional con el Estado (los hermanos Guillén en Coalcomán), hasta ex cristeros que sentían genuina pasión por su religión y fe inquebrantable para seguir luchando (Nabor Orozco). Unos y otros serían derrotados por el doble "fuego cruzado" del episcopado (Acción católica Mexicana, legiones, Unión Nacional Sinarquista) y el Estado (ejército y defensas civiles agraristas).[31] Todos elementos que ponen la Segunda a lado de la Cristiada, más que como el último capitulo de la guerra empezada en 1926[32]. De hecho, a pesar de las distinciones regionales en las motivaciones que llevaron al levantamiento, La lucha de los últimos cristeros resulta sólo comprensible como forma de supervivencia y por el agrarismo comunitario tradicional indígena, y por la religión sincrética, ya sin grandes acciones guerreras y sin motivos políticos aparentes, después de que los decretos de la educación socialista y sexual habían sido alejados de la práctica docente y que los cultos se habían reanudado en los templos, a la Iglesia le importaba más su relación paciente con el Estado que la vida de los cristeros. La cruz eclesiástica no podía tampoco soportar el peso de la cruz cristera, mientras que al Estado cardenista le estorbaba, en su hegemonía y legitimidad, la existencia de algunos cristeros aislados.[33] [1] Docente italiano graduado en historia por la Universidad de Milán, es miembro de la Società Italiana di Storia Militare y socio correspondiente de la Deputazione di Storia Patria per la Venezia Giulia. Muy atento a la persecución religiosa en México, acerca de ella ha escrito “La Cristiada vista da Lovanio”, “Tre lenti sul conflitto religioso messicano. Lo sguardo del British Foreign Office, de La Civiltà Cattolica e del mondo cattolico belga”, “Tra cristeros y federales. El conflicto religioso messicano negli anni Venti e Trenta”, “La Cristiada nell'opera di Juan Rulfo. Da Pedro Páramo ai cristeros”. [2] Cf. J. Meyer, La Cristiada, 3 voll., Siglo Veintiuno Editores, México 2006, D. C. Bailey, Viva Cristo Rey! The Cristero Rebellion and the Church State conflict in Mexico, Texas University Press, Austin 2013 M. A. Puente Lutteroth, Movimiento Cristero. Una pluralidad desconocida, Editorial Progreso, México 2002, M. González Navarro, Cristeros y agraristas en Jalisco, 5 voll., El Colegio de México, México 2000-2003, F. M. González, Matar y morir por Cristo Rey. Aspectos de la Cristiada, Instituto de Investigaciones Social-Universidad Nacional Autónoma de México, México 2001, M. Butler, Popular Piety and Political Identity in Mexico's Cristero Rebellion. Michoacán 1927 – 29, Oxford University Press, New York 2004, J. González Morfin, La guerra cristera y su licitud moral, Editorial Porrúa, México 2008, J. G. Young, Mexican Exodus: Emigrants, Exiles, and Refugees of the Cristero War, Oxford University Press, New York 2015, M. Lawrence, Insurgency, Counter-insurgency and Policing in Centre-West Mexico, 1926-1929. Fighting cristeros, Bloomsbory, New York 2020, L. Ceci, La fede armata. Cattolici e violenza politica nel Novecento, Il Mulino, Bologna 2022, pp. 40-78. [3] Cf. P. Valvo, Pio XI e la Cristiada. Fede, guerra e diplomazia in Messico (1926 – 1929), Editrice Morcelliana, Brescia 2016, M. Olimón Nolasco, Diplomacia Insólita. El conflicto religioso en México y las negociaciones cupulares (1926 – 1929), IMDOSOC, México 2006, A. Mutolo, Gli arreglos tra l’episcopato e il governo nel conflitto religioso del Messico (agosto 1929). Come risultano dagli archivi messicani, Editrice Pontificia Università Gregoriana, Roma 2003, J. L. Soberanes Fernández, O. Cruz Barney (compiladores), Los arreglos del presidente Portes Gil y el fin de la guerra cristera. Aspectos juridicos e historicos, Universidad Nacional Autónoma de México, México 2015. [4] Cf. R. Cannelli, Nazione cattolica e stato laico. Il conflitto politico e religioso in Messico dall’indipendenza alla rivoluzione (1821-1914), Guerini e Associati, Varese 2002, cf. E. Martínez Albesa, La Constitución de 1857. Catolicismo y liberalismo en México, 3 voll., Editorial Porrúa, México 2007, M. De Giuseppe, Messico 1900 – 1930. Stato, Chiesa, popoli indigeni, Morcelliana, Brescia 2007, E. Martínez Albesa, Messico, dal Regno cattolico alla Repubblica laicista. Verso la guerra dei cristeros, Nova Historica. Rivista internazionale di storia, VII/25 (2008), pp. 9-31, L. A. Orozco, Il Messico dal 1914 al 1940 e la guerra cristera, Nova Historica. Rivista internazionale di storia, VII/25 (2008), pp. 32-56, J. C. Casas García (eds.), Iglesia, independencia y revolución, Departamento de Publicaciones Universidad Pontificia de México, 2010, F. Savarino, A. Mutolo (eds.), Del conflicto a la conciliación: Iglesia y Estado en México, siglo XX, El Colegio de Chihuahua/Ahcalc, 2006, F. Savarino, A. Mutolo, M. Moreno-Bonett, R. M. Álvarez González, J. Torres Parés (eds.), Iglesia Católica, anticlericalismo y laicidad, Universidad Nacional Autónoma de México, 2014, F. J. Cervantes Bello, A. Tecuanhuey Sandoval, M. P. Martínez López-Cano, Poder civil y catolicismo en México, siglos XVI al XIX, Universidad Nacional Autónoma de México, México 2008, M. E. García Ugarte, P. Serrano Álvarez, M. Butler (eds.), México católico. Proyectos y trayectorias eclesiales en México, siglos XIX y XX, Colegio del Estado de Hidalgo, Hidalgo 2017, B. A. Stauffer, Victory on Earth or in Heaven. Mexico's Religionero Rebellion, University of New Mexico Press, 2019, P. Valvo (eds.), La libertà religiosa in Messico. Dalla rivoluzione alle sfide dell’attualità, Studium, 2020, J. Meyer, Si se pueden llamar acuerdos...Crónica del conflicto religioso en México, 1928-1938, Cide, México 2021. [5] Cf. M. Olimón Nolasco, Paz a medias. El “modus vivendi” entre la Iglesia y el Estado y su crisi (1929 – 1931), IMDOSOC, México 2008, M. Olimón Nolasco, Confrontación Extrema. El quebrado del “modus vivendi” (1931-1933), IMDOSOC, México 2007, C. Martínez Assad, El laboratorio de la Revolución. El Tabasco garridista, Siglo Veintiuno Editores, México 2009, J. B. Williman, La Iglesia y el Estado en Veracruz, 1840 – 1940, SEP/SETENTAS, México 1976. [6] Pascual Ortiz Rubio (1877 – 1963) y Abelardo Luján Rodríguez (1889 – 1967). [7] Por su biografia cf. R. Pérez Montfort, Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX. El hombre que cambió el país, II voll., Debate, México 2018-2019. [8] Cf. M. Olimón Nolasco, Asalto a las conciencias. Educación, pólitica y opinión publica (1934-1935), IMDOSOC, México 2008, C. Reguer, Dios y mi Derecho, vol. IV, Editorial Jus, México 1997, pp. 517-518, S. J. C. Andes, The Vatican & Catholic activism in Mexico & Chile. The Politics of Transnational Catholicism, 1920-1940, Oxford University Press, Oxford 2014, pp. 167-170. [9] Young, Mexican, pp. 127-128. [10] Sobre este hay una importante biografia novelada escrita por su hjo. Cf. A. Estrada Muñoz, Rescoldo, Editorial Jus, 2011. Existe también una transposición cinematografica del cuento (Los ultimos cristeros, 2011) dirigida por Matías Meyer, hijo de Jean. [11] Cf. E. Guerra Manzo, El fuego sagrado. La Segunda cristiada y el caso de Michoacán (1931-1938), Historia Méxicana, vol. 55, No. 2, (2005), pp. 513-517, Meyer, La Cristiada, vol. I, pp. 353-385, Lawrence, Insurgency, pp. . [12] J. Meyer, La Cristiada, Tomo I, p. 368. [13] Cf. L. A. Orozco, Jesús Degollado Guízar, l’ultimo generale cristero, Nova Historica. Rivista internazionale di storia, VII/25 (2008), pp. 56-74, J. Degollado Guízar, Memorias de Jesús Degollado Guízar. Ultimo general en jefe del ejército cristero, Editorial Jus, México 1957. [14] Organización de laicos católicos, surgida en 1925 frente al cisma de Soledad con el nombre de Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. [15] Por las reformas de las fuerzas armadas de México en este periodo cf. E. Plasencia de la Parra, La modernización del ejército mexicano, en Aa. Vv., Historia de los ejércitos mexicanos, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, México 2015, pp. 383-397. [16] Lawrence, Insurgency, pp. 143-144. [17] Los unicos obispos que apoyaron directamente la insurreción fueron mons. José María González y Valencia (1884 – 1959), mons. Leopoldo Lara y Torres (1874 – 1939) y mons. José de Jesús Manríquez y Zarate (1884 – 1951). [18] A. Mutolo, La Iglesia mexicana después de los arreglos entre Estado e Iglesia (1929 – 1931), Savarino, Mutolo (compiladores), Del conflicto, pp. 43-44. [19] Era bastante común la pratica de cortar las orejas a los maestros rurales. [20] J. Meyer, The Cristero Rebellion. The Mexican people between Church and State 1926-1929, Cambridge University Press, Cambridge 2008, pp. 215-216. [21] Sobre el sinarquismo cf. F. Sesia, El sinarquismo como respuesta de la jerarquía al activismo del laicado, Boletín Eclesiástico de Guadalajara, año XVIII, vol. 8, agosto del 2024, pp. 52-72, H. Hernández, The Sinarquista Movement. With Special Reference to the Period 1934 – 1944, Minerva, 1999, J. Meyer, El sinarquismo, el cardenismo y la Iglesia. 1937 – 1947, Tusquets, 2003, R. Ruiz Velasco Barba, Salvador Abascal. El mexicano que desafió a la Revolución, Rosa Ma Porrúa, 2014. [22] Unión Nacional de Padres de Familia. [23] J. Meyer La Iglesia católica en México, 1929-1965, Historias. Revista de la Dirección de Estudios Históricos, n. 70, (2008), mayo-agosto, 20, p. 13. [24] A. Avitia Hernández, El Caudillo Sagrado. Historia de las Rebeliones Cristeras en el Estado de Durango, Edición del Autor, México 2006, p. 283. [25] Cf. J. Meyer, La Révolution mexicaine 1910-1940, Tallandier, París 2010, pp. 207-211, T. Medin, Ideología y praxis política de Lázaro Cárdenas, Siglo XXI Editores, Città del Messico 1996, pp. 63-74. [26] Bajo el presidente Carlos Salinas la Constitución de México emendó sus articulos anticlericales. Cf. V. Ronchi, La metamorfosi della Rivoluzione. Il liberalismo sociale nel Messico di Salinas (1988-1994), Mimesis Edizioni, Milano 2015, p. 91, J. A. González Fernández, J. F. Ruiz M., J. L. Soberanes Fernández, Derecho eclesiastico méxicano, Editorial Porrúa, México 1992, pp. 201-204. [27] Cf. M. Olimón Nolasco, Hacia un país diferente. El difícil camino hasta un modus vivendi estable (1935-1938), IMDOSOC, México 2008. [28] Los indios tepehuanes de Durango se habían sublevado con los cristeros en la Cristiada y en la Segunda, aun no siendo católicos sino sincreticos. [29] La historia contemporanea de México seguirá siendo marcada por la violencia política y sobre todo criminal vinculada con el narcotráfico. [30] Avitia Hernández, El Caudillo, p. 294. [31] Guerra Manzo, El fuego, pp. 569-570. [32] Opinión compartida también por Jean Meyer. Cf. J. Meyer, La Segunda (Cristiada) en Michoacán, 1932-1940, en J. Meyer (eds.), De una Revolución a la otra: México en la historia. Antología de textos, Colegio de México, México 2013, p. 398. [33] A. Avitia Hernández, La narrativa de las Cristiadas. Novela, cuento, teatro, cine y corrido de las Rebeliones Cristeras, Universidad Autónoma Metropolitana - Unidad Iztapalapa - División de Ciencias Sociales y Humanidades, México 2006, p. 142. |