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Al origen de la polémica nicena. Comentarios en torno a la carta de Arrio a Eusebio de Nicomedia del año 318. Pbro. José de Jesús Ortega Montes[1]
Este año jubilar coincide también con el MDCC aniversario del Concilio de Nicea, lo que ya está produciendo estudios desde diversos enfoques.
La controversia teológica de inicios del siglo IV, que requirió la atención especial de los obispos reunidos en el Concilio de Nicea en el año 325, no surgió como un fenómeno aislado. En su gestación se distingue un movimiento teológico impulsado por personajes importantes en su época y curiosamente también en la nuestra, si nos ocupamos de estos temas. Entre estas figuras relevantes, además del presbítero Arrio, encontramos a dos obispos de nombre Eusebio, uno de Nicomedia y otro de Cesarea; al maestro de Arrio, Luciano de Antioquía, que también fue maestro del obispo nicomediense y a Alejandro, obispo de Alejandría en ese tiempo y a su diácono Atanasio, que a su muerte lo sucedió en la cátedra egipcia; basten estos, por mencionar algunos nombres. Estas líneas están pensadas para presentar la versión griega de la carta que el presbítero Arrio dirigió al obispo Eusebio de Nicomedia, se piensa que en el año 318. Esta misiva es el primer documento conservado de la época en torno a la gestación de la polémica teológica, que condujo al Concilio de Nicea del año 325. Me parece que antes de ocuparnos de la epístola en sí, deberíamos allanar un poco el terreno concentrándonos en la situación histórica y en los personajes: el remitente y el destinatario.
a) Situación histórica
La cuadratura temporal de los primeros años del siglo IV quedó enmarcada en el cambio de régimen que significó la ruptura paulatina del diseño que Diocleciano había decidido para el Imperio. Las victorias de Constantino y su gradual asunción de poder fueron diluyendo las figuras de los Augustos y los Césares del esquema tetrárquico en función desde 293, quedando él solo al mando como único Augusto desde 312. Un cambio más a la lista fue la política de tolerancia que se adoptó de frente a cualquier fe que fuera distinta de la imperial, de este modo fue beneficiado también el cristianismo, del que el mismo Emperador Constantino era simpatizante; aunque las persecuciones locales aún eran latentes a pesar de los edictos, el criterio formal del Imperio era el de la convivencia pacífica de la religión imperial con otras profesiones de fe. La carta del año 318 fue escrita a menos de un lustro del edicto de Milán, del año 313, que concedió la libertad de culto a los cristianos; este decreto fue precedido a su vez por el edicto de Galerio de 311, que había puesto fin a las hostilidades y a la persecución. De este modo la carta en cuestión se sitúa en la misma década de estos dos eventos.
b) Arrio
El autor de la carta. Miembro del clero de Alejandría desde su ordenación en 311/12. Parte de su formación la realizó en Antioquía donde coincidió con Eusebio como discípulo de Luciano de Antioquía. En la capital egipcia Arrio estaba al frente de la iglesia de Baukalis, que según parece fue un lugar de cierta importancia o influencia, dándole un espacio propicio para ser conocido y escuchado. Antes del año 318 Arrio ya había recibido la llamada de atención de su obispo, Alejandro, por algunas posturas que divergían de la recta doctrina, eso explica que en la correspondencia que nos ocupa el tema sea abordado con cierta naturalidad.
c) Eusebio de Nicomedia
Fue condiscípulo de Arrio durante su formación en Antioquía, de ahí que sea llamado por Arrio en la presente misiva “colucianista”. Al parecer accedió al episcopado con relativa prontitud, en el año 318 ya era obispo de Nicomedia, la residencia imperial desde tiempos de Diocleciano, habiendo dejado su primera sede: Berito (actual Beirut). Los historiadores coinciden en relacionar con algún grado de parentesco al obispo Eusebio con el mismo Emperador Constantino, esto explicaría por qué llegó a ser, después, obispo de Constantinopla, la nueva residencia imperial. Los registros escritos le atribuyen el Bautismo de Constantino en su lecho de muerte. Cercano al trono, cumplía a la vez el oficio de consejero, según parece. En su posición teológica era más bien discreto, asumiendo preferentemente un rol político antes, durante y después del Concilio de Nicea, siempre favoreciendo al arrianismo.
Presentamos a continuación la versión griega reconstruida y editada por Hans-Georg Opitz en 1934, que aparece en su obra Urkunden zur Geschichte des arianischen Streites (pags. 1-3). La traducción castellana es ofrecida por un servidor y las notas al texto están elaboradas con base en el trabajo del Maestro Manlio Simonetti, presentado en el segundo volumen de su obra Il Cristo, (pags. 545-548).
Veamos ahora las notas al texto. Presentaremos una a una las acotaciones a modo de comentario según el orden numérico que se presenta en la versión castellana del texto. 1. A inicios del siglo IV no era raro que los obispos recibieran el epíteto de Papa, quizá no en el mismo sentido pontifical que le damos nosotros al Obispo de Roma, sino como una manera de llamar al “padre” de una Iglesia. 2. “La verdad que vence sobre todo y que tú también defiendes”, una clara referencia a la coincidencia teológica de ambos personajes. Podríamos pensar que los lazos de amistad entre los que fueron condiscípulos de Luciano se expresaban en la concepción de la fe que enseñaban. Quién sabe desde cuándo habían concebido y argumentando sus ideas equivocadas, pero quizá lo fueron gestando desde los tiempos de la persecución de Diocleciano. 3. Podría tratarse de un monje conocido por ambos. 4. La expresión “ateos” podría parecer compleja, considerando que el debate gira en torno a Dios y su Cristo. Por “ateos” podríamos entender el trato que se había dado a los cristianos durante las persecuciones, al no creer en los dioses paganos los miembros de la Iglesia eran juzgados como “ateos”, de ello dan cuenta las acusaciones transmitidas por los apologistas en sus escritos, como lo hicieron Justino o Atenágoras. 5. Se piensa que el término ἀγεννητογενής es un neologismo de Arrio, al menos el vocabulario griego-italiano de Franco Montanari (ed. 2013) no reporta otras coincidencias de esta palabra antes de su aparición en la carta que nos ocupa. La enseñanza del obispo Alejandro de Alejandría era que el Hijo es coeterno e ingenerado (ἀγεννήτως), Arrio por su parte lo describe con un término nuevo: ἀγεννητογενής, que puede traducirse como “generado sin haber sido generado”, expresando complejamente el misterio del Hijo como partícipe de la divinidad del Padre sin separarse de Él. 6. “El Hijo viene de Dios” significaba para Arrio una cosa distinta de lo que nosotros podríamos concebir hoy por hoy. Al parecer la comprensión de Arrio sobre este misterio era la división de la divinidad en partes o fracciones. La doctrina católica enseñada por Alejandro en su tiempo y que aún hoy encuentra eco tiene raíces origenianas, así lo profesamos en el Credo: Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero (θεόν ἐκ θεοῦ, φῶς ἐκ φοτός, θεὸν ἀληοινὸν ἐκ θεοῦ ἀληθινοῦ). En estas expresiones se repite la preposición ἐκ, que Arrio insistía en interpretar como una causa material, como si se desprendiera una parte de lo divino, haciendo del Hijo un dios separado del Padre. Viéndolo con esos ojos es obvio que una doctrina así no puede ser aceptada, pero Arrio no fue capaz de entender la expresión ἐκ como participación, sino como división material. 7. Se trata de Atanasio, Obispo de Anazarbo, no confundir con Atanasio de Alejandría, que a la fecha era aún el diácono de Alejandro, Obispo de Alejandría. 8. “Euctado, emitido y coeterno”, esta triada es parte de las acusaciones que Arrio lanzaba contra los que llamó “herejes ignorantes”. Y paradójicamente estas categorías son las que más se asemejan a lo que profesamos en el presente. Decir que el Hijo es “eructado” puede comprenderse mejor a la luz de la expresión del Salmo 44, 2 que a la letra dice «mi corazón ha eructado una buena palabra» (la versión castellana lo traduce como me brotan del corazón bellas palabras). Quizá la imagen no es del todo feliz en nuestro contexto, menos tratándose de Cristo, pero esta expresión nos permitiría entender cómo a la vez que es emanado permanece en el interior, la filosofía estoica ya había considerado un movimiento del tipo cuando enseñaba la filsofía del Logos. A su vez la expresión προβολή complementa el cuadro, no solo es eructado sino que es emitido, el defecto que este término tiene es el uso que se le había dado entre los gnósticos como una derivación del ser del pléroma. Por último, la inserción de συναγέννητος (coeterno), que Arrio usó para evidenciar lo que él creyó que era un error, resulta útil como afirmación de la consustancialidad con el Padre, pues aún no se había desarrollado la otra opción posible, que fue el polémico término homoousios. 9. En esta parte de la carta se hace evidente la preocupación de Arrio en torno a la concepción materialista de la generación divina, como si se tratara de un sustrato común que se divida en dos partes, de ahí que sostiene su argumento: “que el Hijo no es ingenerado ni en alguna manera parte del ingenerado”. La oposición también va en la línea de lo incoherente que es la predicación de un Dios incorpóreo, el trasfondo es la Encarnación misma; aunque en el ambiente estoico e incluso platónico no es raro toparse con la propuesta del materialismo, incluso hablando de la sustancia divina. 10. Para acentuar la dependencia del Hijo con el Padre, Arrio utilizó esta expresión: “ha sido creado por voluntad y decisión”, de esta manera destaca la libertad del Padre en generar al Hijo, aunque el propósito del heresiarca afirmar no la generación sino la creación -tesis central en el discurso arriano-. 11. “Antes del tiempo y de los siglos”, esta es una afirmación que busca situar al Hijo en un “lugar” privilegiado: no es eterno como el Padre, pero aun así es anterior a toda la creación. Según Arrio Cristo es el Hijo unigénito (μονογενής), pero con el matiz de haber sido el primero de todos los creados, de esta manera la doctrina herética se disfrazó, engatusando a los distraídos con parte de verdad y el resto de mentiras. 12. “Dios pleno”. Esta expresión al interno de la carta resulta contradictoria considerando la propuesta de su doctrina, pues se sabe que enseñaba que Cristo era un dios menor, por eso el editor de la versión griega (H. G. Opitz) optó por incluir “de gracia y de verdad”, al modo de un complemento de especificación relativo a Cristo. 13. La inclusión de la expresión inalterable (ἀναλλοίωτος) también sacude un poco, pues parte de la propuesta arriana consiste en insistir en el carácter mutable y alterable del Hijo, cosa que fue parte del discurso del heresiarca y que puso manifiesto con cierta insistencia. Parece ser que la serie de inconsistencias en el contenido semántico de términos que parecerían contradictorios pudiera ser una evidencia de la evolución que fue teniendo la herejía arriana en sí. Era el año 318, varios acontecimientos estaban por suceder, no podemos hablar todavía de la “cristalización” de la herejía. 14. En la carta misma aparece una tensión entre los conceptos de generación y creación. Más que una muestra de la paulatina evolución de la terminología y la expresión, ambos términos se volvieron complementarios en el discurso arriano. Por una parte, conviene definir al Hijo como creado, para que coincida con la enseñanza de la herejía y por otra, según parece, conviene conjeturar sobre su generación para que embone en el discurso de la Iglesia. Esto generó confusión en los tiempos posteriores al Concilio, en la segunda mitad del siglo IV. 15. Al tiempo en que la carta se escribió la cita de Prov 8, 22 ya se había convertido en el punto de partida de la argumentación escriturística de la herejía de Arrio: “el Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus obras más antiguas” (κύριος ἔκτισέν με ἀρχὴν ὁδῶν αὐτοῦ εἰς ἔργα αὐτοῦ). En su contexto el pasaje habla sobre la sabiduría, que todos evidentemente identificamos con Cristo. En esto existe un salto raro: es creado, porque hasta cierto punto no existía, pero a la vez es el Hijo unigénito; es Hijo de Dios y es creatura, al mismo tiempo. 16. “No era ingenerado”. Es decir no era eterno. Esta expresión se concatena con la afirmación anterior: “no existía”. Así viene en detrimento el atributo eterno de Cristo, destronándolo de la esfera divina. 17. “Existe del no ser” es la afirmación de todo lo anterior. Un ser que viene a la existencia de la nada, ese es Cristo. Así se priva al Hijo, en el discurso, de pertenecer al mismo sustrato divino, de tener la misma condición divina. 18. Que Arrio se haya despedido de Eusebio llamándolo “colucianista” es por el maestro que tuvieron en común, Luciano de Antioquía, fundador de la escuela teológica de la misma Antioquía y que murió mártir en Nicomedia en el año 312. El martirologio romano lo recuerda el 07 de enero.
Corolario
La carta de Arrio a su condiscípulo Eusebio es el primer vestigio conservado de la complicada escena que significó para la Iglesia la aparición de la herejía arriana. En el documento vemos, por testimonio del heresiarca, que ya había una fuerte oposición contra la falsa doctrina en el año 318. Considerando esto no sería adecuado afirmar que la polémica arriana comenzó con el Concilio de Nicea de 325, pues se fue gestando con casi una década de anticipación. Este escrito adquiere relevancia por ser uno de los tres documentos que se conservan hasta hoy donde se puede ver, sin retoques, la verdadera postura de Arrio. Esperemos gozar de la gracia divina para presentar, como corresponde, los otros dos faltantes: la profesión de fe de Arrio presentada al obispo Alejandro de Alejandría y la profesión de fe que Arrio presentó al Emperador junto con Euzoio. [1] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2013, obtuvo la licenciatura en Teología Patrística y Ciencias Patrísticas en el Pontificio Instituto Patrístico Augustinianum de Roma en 2020. Actualmente presta su servicio como vicario parroquial en Nuestra Señora de Guadalupe, en Chapalita, y como docente del Seminario de Guadalajara. |