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¿Omitimos la Liturgia de las Horas? Pbro. Adrián Ramos Ruelas[1]
Promesa de diaconado, olvido en el ministerio.
En este año de la oración, nos está muy bien a nosotros, sacerdotes, cuestionarnos sobre nuestro empeño en la recitación personal y comunitaria de la Liturgia de las Horas. Es una promesa que hicimos públicamente desde el día de nuestra Ordenación Diaconal. Seguramente no siempre hemos mantenido esta promesa, por lo cual conviene revisar este compromiso y proponernos retomarlo gozosamente en provecho personal propio y de la Santa Madre Iglesia a la cual nos hemos consagrado y entregamos nuestro ministerio día a día. Jesús, nuestra principal inspiración, al que estamos llamados a encarnar, nos motiva a orar constantemente como Él lo hacía en profunda relación con su Padre. Él buscaba siempre un ambiente propicio (un lugar distanciado, el silencio) y un tiempo adecuado para hacerlo, a veces muy de madrugada o hasta altas horas de la noche para retomar fuerzas y, sobre todo, para ensanchar su corazón llenándolo del amor del Padre a quien confiaba su misión y de quien esperaba siempre cumplir su voluntad. Aprendamos de Él a rescatar tiempos de calidad para el encuentro con Dios. La Liturgia de las Horas nos ofrece la posibilidad de rescatar tiempo para la oración. Tampoco se trata de rezar atropelladamente, sino de hacerlo con pausa, sintiendo cada frase bíblica, cada salmo, con verdadero espíritu de orante. ¿Qué cosas nos pueden ayudar para retomar este santo ejercicio si lo hemos descuidado? 1. Ante todo, reconocer que a veces relegamos tarea tan medular en nuestra jornada. Es hacer examen de conciencia para proponernos al final recuperar momentos para la oración litúrgica, a parte de nuestra oración personal y meditación para preparar la homilía. 2. Tener al alcance justamente la Liturgia de las Horas, con el listón ya señalado, nos da la sensación de continuidad. Podemos tener ahí algunas estampas de nuestra devoción o recordatorios de personas por las cuales orar. Es una gran motivación para no perder la constancia. 3. Cuando administramos el sacramento de la Reconciliación a algún hermano sacerdote, dejarle como reparación precisamente el rezo completo de la Liturgia de las Horas. ¡Qué penitencia tan más provechosa y saludable! 4. Orar acompañado. A veces somos desidiosos para orar solos. Nos puede ayudar incluir la Liturgia de las Horas en reuniones de decanato, en retiros, en ejercicios espirituales, al preparar la homilía, con algún compañero en el ministerio, con el cura o vicario de la parroquia o con algún fiel laico o grupo de laicos. 5. Promover la Liturgia de las Horas en nuestros destinos donde ejercitamos el ministerio sacerdotal. Los fieles suelen ser más persistentes que nosotros como presbíteros. 6. No desestimar el uso de los medios de comunicación social y los dispositivos como el celular o la tablet con la respectiva aplicación para orar en cualquier parte, especialmente cuando viajamos. Como vemos, son variadas las formas con las que podemos recitar los diferentes momentos de la Liturgia de las Horas y así santificar nuestra jornada. Si bien es cierto que nuestras tareas llegan a ser múltiples y agobiantes, el rezo atento del Oficio Divino nos da vigor y descanso a la vez, atendiendo a la frase evangélica de nuestro Señor: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados por la carga y yo los haré descansar, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera” (Mt 11,28).
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