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DICASTERIO PARA EL CLERO

Mensaje para la Jornada Mundial de la Santificación Sacerdotal

Vaticano, 7 de junio de 2024
Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús

Queridos hermanos sacerdotes:

En esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, celebramos la Jornada de la Santificación Sacerdotal. Este hermoso acontecimiento anual, que cada Iglesia particular está invitada a celebrar, en la comunión y reciprocidad de la oración, nos dispone a implorar al Señor el don de pastores santos, según su Corazón. Es una jornada de oración sugerida por el Dicasterio para el Clero (entonces Congregación) e instituida el 25 de marzo de 1995 por san Juan Pablo II, para que la oración ofrecida por la santificación de los sacerdotes obtenga el don de la santidad de todo el Pueblo de Dios, al que está ordenado su ministerio.

El papa Francisco, el pasado mes de febrero, dirigiéndose a los participantes en el Congreso Internacional para la Formación Permanente de los Sacerdotes, sobre el tema "Reavivad el don de Dios que está en vosotros" (2 Tm 1,6), en un momento dado nos pidió a los sacerdotes que cuidáramos especialmente de nuestra humanidad: un desafío hermoso y apremiante, para preservar la frescura de nuestro ministerio y ser cada vez más "un puente y no un obstáculo" (PDV, 43) al encuentro con Cristo, a la transparencia y a la reflexión de su humanidad salvífica.

Mucho se ha dicho y escrito sobre la importancia de la dimensión humana y de la madurez afectiva en la vida del sacerdote; También somos conscientes de los numerosos signos de fragilidad que se manifiestan en este ámbito. En todos los contextos eclesiales y sociales, son muchas las observaciones sobre la falta de educación en los sentimientos y las emociones, así como la presencia del analfabetismo emocional y la falta de afectividad; Algunos hablan de una globalización de la indiferencia, del cinismo creciente, junto con el narcisismo y la autorreferencialidad.

Por otra parte, todos sabemos por experiencia cómo, por otra parte, es fuente de verdadera alegría poder vivir plenamente nuestra humanidad y nuestras relaciones, perfumándolas con amor, gratuidad, belleza, verdad, bondad y autenticidad, espiritualidad, arte, música y poesía, todos frutos de la obra del Espíritu del Resucitado que sopla donde quiere y suscita siempre asombro, asombro y gusto, una carga de confianza y esperanza.
Pero, ¿cómo podemos cuidar nuestra humanidad para contribuir a fructificar de esta manera, si no volviéndonos una vez más a Jesús y a su Evangelio? Sabemos, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, que Jesús "amó con corazón humano" (GS, 22) y que "quien sigue a Jesucristo, el hombre perfecto, se hace más hombre" (GS, 41).

Es precisamente en el vínculo entre la solemnidad del Sagrado Corazón y este Día donde queremos encontrar la motivación para reavivar el don de Dios que está en nosotros, pidiendo la gracia de interiorizar aún más en nosotros y en nuestro estilo de vida los mismos sentimientos del Corazón de Cristo. Estos, de hecho, como nos ha recordado el papa Francisco, son la verdadera y eficaz contribución a un nuevo humanismo (cf. Conferencia de Florencia 2015), el antídoto contra la deshumanización que también puede contagiarnos a nosotros.

Todos los días experimentamos cómo nuestro corazón sufre en sí mismo la división (GS, 10), de modo que cada uno puede decir con Pablo: «No hago lo que quiero, sino lo que aborrezco» (Rm 7, 15). Nuestro corazón es frágil y complicado, pero hermoso... Es un campo de batalla, una "mezcolanza" de barro y espíritu, guardián de deseos infinitos e icono de límites hasta la esclerocardia, pero al mismo tiempo un lugar donde se experimenta un amor inmenso del que se inunda y del que es capaz, que tiene como fuente última a Dios mismo, la Trinidad del amor. Sí, porque es Dios quien ha modelado nuestros corazones, los ha creado y recreado, derramando su amor a través del Espíritu para que sea a imagen del Corazón de su Hijo, capaz de amar según la misma altura, anchura y profundidad (Ef 3,18-19), hasta el punto de poder decir: ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive y ama en mí (cf. Gal 2,20), con la misma medida que su amor: amar sin medida (San Agustín).

Nuestro corazón más humano, por tanto, es el lugar donde Cristo quiere seguir viniendo, habitando, habitando, latiendo hasta dejarse traspasar por el amor y por el amor, a imitación de Él. La solemnidad del Sagrado Corazón de Cristo es una ocasión preciosa para recordar al mismo tiempo la miseria y la pequeñez de nuestros corazones, pero aún más la infinita y regeneradora misericordia del Corazón de Dios manifestada en el Corazón de Jesús. De este Corazón queremos seguir sacando la caridad y la generosidad del Pastor que huele a oveja y se arriesga a llamar y amar a cada uno por su nombre, especialmente a los que están perdidos, heridos o errantes, para que todos puedan pastar libre y felizmente en el campo de Dios. Es en el costado del Corazón traspasado donde queremos refugiarnos para redescubrir la confianza y la tenacidad del Pescador de Galilea que, después de encontrarse pobre e infructuoso, con las barcas y las redes vacías, arroja su corazón mar adentro, confiando en la Palabra de Jesús. Es en el pecho del Maestro donde queremos inclinar la cabeza para obtener la fortaleza y el coraje del Profeta, que custodia y grita los sueños de Dios para hacer de la humanidad una familia de todos los hermanos y hermanas, para llevar la liberación y el consuelo a todos, anunciando la Buena Nueva a los pobres y proclamando un año de gracia como peregrinos y testigos de la esperanza. Aprendiendo de Él la mansedumbre y la humildad, la ternura y la compasión, deseamos seguir engendrando hijas e hijos para Dios, como lo hacen una madre y un padre, alimentándolos con el pan de la Palabra, de la Eucaristía y del Perdón hasta darnos de comer. Es a partir de sus sentimientos de amor y amistad, de bondad y dulzura, de respeto y delicadeza que no queremos seducir, sino conducirlo para que crezca y nosotros disminuyamos: dando gratuitamente porque hemos recibido gratuitamente, como cantores y testigos de cielos y tierras nuevas.

Queridos hermanos sacerdotes, para cuidar de nuestra humanidad, no podemos, finalmente, dejar de recurrir confiadamente al Corazón Inmaculado de la Madre: estamos seguros de que tenemos en ella un espejo purísimo en el que satisfacer el anhelo de un corazón libre dispuesto a escuchar y poner en práctica su invitación: "Haced lo que Él os diga" y nos convertiremos en pastores según el Corazón de Cristo, inmersos en el Padre y en el pueblo. Queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas, queremos implorar al Señor de toda bondad el don de muchas vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada para el Reino, de vidas entregadas que sepan ser transparencia de la santidad de Dios, testigos alegres del amor del Padre y del Corazón de Cristo rico en misericordia para cada criatura. Recemos por todos los sacerdotes, cuidémoslos y apoyémoslos siempre con nuestro afecto y cercanía.

LÁZARO CARD. YOU HEUNG-SIK
Prefecto

ANDRÉS GABRIEL FERRADA MOREIRA
Arzobispo titular de Tiburnia
Secretario



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