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José María Cornejo, clérigo erudito y apasionado por la música

Juan Cervera Sanchíz / Tomás de Híjar Ornelas

Se ofrecen aquí datos esenciales de un miembro del presbiterio de Guadalajara,
alguna vez canónigo magistral de su cabildo y orador de muy elevados quilates
pero, por encima de todo, de un talento musical insólito.

Desde que nació en Jalostotitlán, Jalisco, el 26 de marzo de 1875, José María Braulio Cornejo Pérez, vino al mundo con una capacidad para la música que como ejecutante que le permitió tocar con perfección admirable y rara casi todos los instrumentos y ser ya en la madurez de su vida compositor y organero.

Desde temprana edad encaminó su vida al ministerio ordenado, para lo cual se matriculó en el Seminario Conciliar de Guadalajara casi de forma simultánea a su también distinguido coterráneo y pariente, Salomé Gutiérrez Cornejo (1866-1909).

Recibió el presbiterado el 17 de marzo de 1898 todavía de manos de su ya decrépito arzobispo, don Pedro Loza y Pardavé, y empató a su ministerio ordenado a su talento musical junto con los estudios formales en ese arte, de modo que nunca dejó de hacerlo y hasta contó entre sus mentores a figuras tan luminosas como el P. J. Guadalupe Velázquez, de Querétaro –su maestro en armonía y composición– y el innovador Julián Carrillo.

Luego de impartir con grande provecho para sus pupilos varios cursos de teología en las aulas del plantel levítico, el 23 de marzo de 1912 ingresó como canónigo magistral al coro de su Iglesia metropolitana, oficio que llevó consigo a la Colegiata de Guadalupe en el Tepeyac, aceptando la invitación que para ello le hizo su paisano jalisciense –pero él de Jamay–, don Feliciano Cortés, coyuntura que desde la capital le permitió componer música religiosa por encargo y publicar varias misas para voces solas, acompañadas por el órgano o con orquesta, como las que dedicó al Sagrado Corazón de Jesús, a Nuestra Señora de Guadalupe y a la Asunción de María a los cielos, o la musicalización que hizo al texto de las Siete Palabras. Entre sus importantes piezas profanas para piano hay un vals cromático Elegiano que dedicó a su maestro Carrillo. Son suyas varias marchas y mazurcas.

Como orador, sus sermones fueron muy celebrados; también, su participación en muchísimas tribunas sacras y profanas. Hablaba y escribía una docena de idiomas y fue también un genio de la mecánica como dueño de una agudeza mental del tamaño del lance que aquí recordamos: cuando el anticlericalismo carrancista clausuró en Guadalajara los templos para usarlos como cuarteles y hasta caballerizas entre 1914 y 1917, discurrió nuestro Cornejo subsistir de alguna industria y montó una fábrica de grasa para calzado, por lo que alguien de su gremio no perdió ocasión de echárselo en cara, granjeándose este respuesta: “Ya que no podemos dar lustre a las inteligencias, se la damos ahora a los zapatos”.

Cerremos esta estampa recordando también al gran constructor de órganos –instrumento que tocaba, dicen testigos de oído muy cultivado, “divinamente” –, De su fábrica Cornix / Kornex, ubicada en la calzada de Guadalupe de la Ciudad de México, salió el de la capilla del Santísimo de la antigua Basílica de Santa María de Guadalupe y muchos para distintas cabeceras de Jalisco y Michoacán, siendo su obra extraordinaria en este ramo fue el órgano del Palacio Nacional de Bellas Artes que hoy está en el Auditorio Nacional, el cual pasa por ser una de las maravillas de México.

En efecto, es hasta hoy el más que monumental de México. Consta de unas siete mil flautas distribuidas en 110 registros; su consola eléctrica tiene cuatro teclados manuales cuyas piezas son de marfil sin contar el pedalero, se le proveyó de transmisión eléctrica con cables de 80 a 150 hilos, que sostienen de forma neumática el sonido de sus flautas y los tubos más altos –los de la sección de las trompetas– van de los diez a los once metros en tanto que el menor apenas alcanza un centímetro; cuenta con xilófono, marimba y toda clase de sonidos ajustados a un uso teatral y a un lugar como México.

Don José María Cornejo alcanzó la edad octogenaria y falleció en la capital de la república en 1955.



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