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LX aniversario de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium Pbro. José Francisco Muñoz Núñez[1]
El Concilio Vaticano I, interrumpido abruptamente en1870, dejó un hueco en materia de eclesiología que debió ser abordado 90 años después.
1. Antecedentes
El Concilio Vaticano II no nació por generación espontánea. Una serie de hechos sociales, teológicos y eclesiales, habían ido fermentando el terreno hasta permitir esta primavera eclesial. En la cuestión sociopolítica, se habían terminado las dos guerras mundiales, y Europa occidental vivía en una libertad y paz que se habían reestablecido. Aunque se comienza a vivir en un clima de creciente secularismo, la Iglesia goza de cierta libertad para su ejercicio evangelizador. En el llamado Tercer Mundo comienza a despertar la conciencia social y el reclamo por una libertad política y económica en busca de justicia social. Un hecho lamentable es la implantación del modelo comunista en muchos países del mundo, trayendo una persecución hacia la Iglesia, que conducirá, en no pocos casos, al martirio de grandes figuras de laicos y consagrados. En la cuestión teológica se ha ido desarrollando desde principios del siglo XX un extraordinario florecimiento: nace el movimiento litúrgico que conduce a una revaloración de la dimensión sacramental de la Iglesia y de la asamblea litúrgica. También, va creciendo el movimiento bíblico que lee las Escrituras con nuevos métodos exegéticos y críticos. Hay una renovación patrística que profundiza en los escritos de los Padres latinos y orientales. Se va desarrollando con más fuerza el ecumenismo que promueve encuentros a nivel espiritual y de diálogo teológico. Y algo sumamente importante, se redescubre la importancia del laicado en la Iglesia, con el nacimiento de muchos movimientos eclesiales que promueven una mayor participación de los laicos. La Doctrina social de la Iglesia ilumina la cuestión social e incita al nacimiento de muchos movimientos eclesiales sobre todo en los países subdesarrollados, pero con gran tradición católica[2]. La figura de Juan XXIII, elegido a la muerte del gran Pío XII, en 1958, provoca una verdadera revolución eclesial. Él convoca un Concilio ecuménico, que se llamará Vaticano II, porque quiere continuar y concluir lo que el Vaticano I dejó inconcluso. En su discurso inaugural[3] pide que la Iglesia no condene, sino que ejercite la misericordia, que confíe en la Providencia sin dejarse llevar por los profetas de calamidades y que adapte el depósito de la fe a los tiempos modernos, superando el inmovilismo.
2. Lumen gentium: la Iglesia que se renueva[4]
La eclesiología conciliar hace que la Iglesia se interrogue a sí misma acerca de su identidad y de su misión. Esta eclesiología se formula sobre todo en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium (la Iglesia ad intra) y en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes (la Iglesia ad extra). La Constitución Lumen Gentium es el documento medular del Vaticano II. Tiene un carácter eminentemente pastoral porque sus declaraciones transmiten la verdad de lo qué es la Iglesia, con un lenguaje anclado en la Escritura y capaz de tocar el corazón de creyentes y no creyentes. Su objetivo no es definir verdades o formular dogmas, sino renovar la actividad pastoral de la Iglesia para impulsar la predicación del Evangelio en el mundo de hoy[5]. Se da un cambio radical en la forma de ver la Iglesia. Se abandona el modelo eclesiológico del Vaticano I, que era el mismo modelo de la Cristiandad medieval y de la Contrarreforma. Se pasa de un lenguaje conceptual y jurídico a un lenguaje simbólico. De una Iglesia centrada en sí misma, se pasa a una Iglesia centrada en Cristo. De una eclesiología cristomonista (centrada sólo en Cristo) a una eclesiología trinitaria. De una Iglesia que ve su final en sí misma, a una Iglesia orientada al Reino. De una Iglesia sociedad perfecta a una Iglesia misterio. De una Iglesia centralista a una Iglesia corresponsable. De una Iglesia que parece haber llegado a la gloria a una Iglesia que camina en la historia. De una Iglesia señora y maestra a una Iglesia servidora. De una Iglesia comprometida con el poder a una Iglesia solidaria con los pobres. De una Iglesia arca de salvación a una Iglesia sacramento de salvación[6]. Lumen gentium fue aprobada por Pablo VI el 21 de noviembre de 1964, y es considerada la Carta magna de la eclesiología del Vaticano II y su núcleo doctrinal. Consta de ocho capítulos bien diseñados y ensamblados; de lectura fácil, pero con gran profundidad teológica en cada una de sus líneas. Para tener una buena clave de lectura de Lumen gentium, monseñor Gerard Philips[7], el principal autor intelectual de toda la Constitución, nos presenta de dos en dos los capítulos[8]: · Los dos primeros hablan del misterio de la Iglesia, primero en su dimensión trascendente, luego en su forma histórica como pueblo de Dios. · Los capítulos tercero y cuarto describen la estructura orgánica de la comunidad eclesial, jerarquía y laicado. · En los capítulos quinto y sexto se plantea la misión santificadora de la Iglesia, común a todos los miembros del pueblo de Dios, dando una relevancia específica a la vida religiosa. · El último par de capítulos asocia el desarrollo escatológico con la figura de la Virgen María, y su participación en el misterio de Cristo y de la Iglesia, modelo del ideal cristiano y de la Iglesia ya consumada.
3. Principales puntos teológicos de Lumen gentium[9]
a. Capítulo I. El misterio de la Iglesia (nn. 1-8). Ésta es considerada desde su raíz trinitaria, en su dimensión de misterio, típico de la eclesiología patrística. Se destaca también su definición como sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano. Esto hace que se destaque la no identificación entre Iglesia y Reino, así como la no identificación entre Iglesia de Cristo e Iglesia católica romana, para que aparezca así mejor que hay elementos eclesiales fuera de la Iglesia católica. Por último, se hace referencia a la Iglesia como pobre; y se habla del pecado en la Iglesia, frente a una visión triunfalista. La Iglesia es peregrina y va en medio de aflicciones y dificultades, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos. b. Capítulo II. El Pueblo de Dios (nn. 9-17). Aquí se da una revolución eclesiológica muy importante. No se comienza por la jerarquía sino por el Pueblo de Dios en sí mismo y por su vocación universal. La Iglesia es un pueblo mesiánico que tiene a Cristo por cabeza y es sacramento universal de la salvación. Este pueblo es sacerdotal, participando activamente del sacerdocio de Cristo, pero este sacerdocio común y universal de los fieles se distingue del sacerdocio ministerial o jerárquico. Es un Pueblo profético que posee diversidad de carismas, dones del Espíritu para el bien de toda la Iglesia. Por otra parte, se trata de la universalidad y catolicidad del Pueblo de Dios, llamado a congregar a todos los pueblos y culturas en Cristo. Se presenta una concepción dinámica de la incorporación a la Iglesia y una visión positiva de las religiones no cristianas. c. Capítulo III. Constitución jerárquica de la Iglesia, y particularmente el episcopado (nn. 18-29). El Vaticano II completa el desarrollo teológico sobre el ministerio petrino con la doctrina del episcopado: la institución por Cristo de los doce apóstoles, su perpetuidad a través de los obispos, sucesores de los apóstoles, y su triple ministerio de enseñar, santificar y regir. Pero los puntos más novedosos son la afirmación de la sacramentalidad del episcopado, que es la plenitud del sacramento del orden; la colegialidad episcopal para un gobierno menos centralizado, pero siempre con la primacía del Papa. Se reafirma la importancia de las Iglesias locales. Y se sigue reafirmado la doctrina sobre el presbiterado y se reestablece el diaconado permanente. d. Capítulo IV. Los laicos (nn. 30-38). Son definidos como los bautizados, no son clérigos ni religiosos, y participan también de la función sacerdotal, profética y regia de Cristo. Su peculiaridad consiste en su índole secular. Este capítulo incorpora todos los elementos de la teología del laicado que se había desarrollado antes del Concilio, buscado corregir una visión jerarcológica de la Iglesia. e. Capítulo V. Universal vocación a la santidad en la Iglesia (nn. 39-42). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Resulta novedoso hablar de la vocación universal a la santidad, que consiste principalmente en la caridad. Esta santidad puede vivirse en las más diversas formas, situaciones, estados y carismas. f. Capítulo VI. Los religiosos (nn. 43-47). Los consejos evangélicos son un hecho eclesial que se ha desarrollado en la historia con un pluralismo de formas de vida. En este capítulo, por primera vez en la historia de los concilios, la Iglesia aborda la temática de la vida religiosa dentro del marco de la eclesiología. La vida religiosa está al servicio de la Iglesia con un carácter de signo escatológico y en su pluralismo de formas de vida está al servicio de la humanidad. g. Capítulo VII. Índole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial (nn. 48-51). Este capítulo sobre la Iglesia peregrina, pretende evitar la impresión de un triunfalismo eclesial; destaca el horizonte escatológico de la Iglesia, relativiza la situación presente y orienta al Reino definitivo. Profundiza en la comunión de los santos y aborda el tema de la veneración de los santos de una manera más adecuada. h. Capítulo VIII. La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia (nn. 52-69). Este capítulo viene a coronar toda la Constitución Lumen gentium. Aborda el papel de María dentro de la historia de la salvación (María-Cristo), y luego la relación entre María y la Iglesia. Se habla del culto a María y concluye con un apartado escatológico. Esta visión de María dentro de la historia de la salvación se da en clave bíblica, litúrgica, patrística y eclesial, en perspectiva ecuménica, no apologética, ni antiprotestante. Este capítulo es la carta magna de la mariología actual. Por consiguiente, en María se expresa la santidad de la Iglesia. Ella es tipo y símbolo de la Iglesia.
4. Tareas por realizar
El 14 de marzo de 2013, en la Capilla Sixtina, el papa Francisco, recién elegido como Sumo Pontífice, pronuncia una homilía muy emotiva. Escoge tres verbos donde hace girar su predicación: caminar, edificar y confesar.
Caminar, edificar, confesar. Caminar [...] Ésta es la primera cosa que Dios ha dicho a Abrahán: Camina en mi presencia y sé irreprochable. Caminar: nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con aquella honradez que Dios pedía a Abrahán, en su promesa. Edificar. Edificar la Iglesia. Se habla de piedras: las piedras son consistentes; pero piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el mismo Señor. He aquí otro movimiento de nuestra vida: edificar. Tercero, confesar. Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor[10].
Estas palabras del Papa Francisco nos motivan a seguir edificando nuestra Iglesia en una sana eclesiología de comunión, que es considerada como la innovación del Vaticano II de mayor trascendencia para la eclesiología postconciliar y para vida de la Iglesia[11]. Por consiguiente, nuestra labor como miembros de la Iglesia en este siglo XXI es seguir dando vida a las líneas fundamentales de la eclesiología conciliar. Vivir como el verdadero Cuerpo de Cristo y como Pueblo de Dios. Construir la Iglesia en comunión con Dios y con los hermanos, dejando a un lado los individualismos, la indiferencia y el clericalismo.
Parece urgente que los cristianos integremos el fenómeno y la realidad de la Iglesia, con sus luces y sus sombras, en la relación creyente, esperanzada y amorosa con Dios uno y trino. Es importante recuperar una vivencia amorosa y esperanzada de la Iglesia, un discernido «sentir con la Iglesia», frente al fenómeno creciente y avasallador de «cristianos sin Iglesia»; frente a una desafección eclesial que se traduce en índices muy bajos de pertenencia o en una identificación difusa, rayana en un cristianismo posteclesial[12].
[1] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2014, cuenta con una licenciatura en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana. Presta su ministerio en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, Portezuelo, municipio de La Barca. [2] Cf. V. Codina, Para comprender la eclesiología desde América Latina, 135-139. [3] El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios. Juan XXIII, Discurso inaugural en la solemne apertura del Concilio Vaticano II, (11 octubre 1962). [4] Un objetivo muy claro de Lumen gentium es quitar el eclesiocentrismo y la jerarcología. Se busca un nuevo re-centramiento: salir del planteamiento societario, que coloca a la Iglesia en paralelo con las sociedades civiles, para insertarla en el entero evento salvífico, del que recibe su intrínseca orientación al mundo y a la totalidad de los hombres. Y por otra parte, dejar de girar en torno a la jerarquía para reencontrarse como comunión de todos los bautizados, enriquecida con los dones, carismas y ministerios de cada uno de ellos. Cf. E. Bueno de la Fuente, Eclesiología, 15. [5] Cf. S. Madrigal, El giro eclesiológico en la recepción del Vaticano II, 63-64. [6] Cf. A.J. de Almeida, «Lumen Gentium: A transiҫao necessária», 5. [7] El cardenal Suenens, uno de los grandes personajes del Vaticano II, le confía al teólogo belga Philips la elaboración de un texto alternativo, ya que el primer esquema De Ecclesia, era un texto sumamente jurídico y rígido. En un primer esbozo de lo que será Lumen gentium Philips ha contado con la colaboración de un grupo de teólogos: Congar, Lécuyer, Colombo, Rahner, Ratzinger, Semmelroth, entre otros. Los tres capítulos de Lumen gentium que contienen más elementos, cuyo origen se remontan directamente al teólogo Philips, son los capítulos I (sobre el misterio de la Iglesia), IV (sobre el laicado) y VIII (sobre María en el misterio de Cristo y de la Iglesia). Para él, la Iglesia es a la vez visible y espiritual, sobre una base trinitaria. Además, la importante fórmula subsistit in Ecclesia catholica proviene también de este teólogo belga. Cf. S. Madrigal, «El Vaticano II en los cuadernos conciliares de G. Philips», 263.282. [8] Cf. S. Madrigal, El giro eclesiológico en la recepción del Vaticano II, 68-69. [9] Cf. V. Codina, Para comprender la eclesiología desde América Latina,146-151. [10] Francisco, Santa Misa con los cardenales, (14 marzo 2013). [11] Cf. E. Bueno de la Fuente, Eclesiología, 73. [12] S. Madrigal, El giro eclesiológico en la recepción del Vaticano II, 75. |