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Informe del obispo Cabañas al papa León XII, sobre el estado de la diócesis de Guadalajara Pbro. J. Jesús López de Lara[1]
El 28 de noviembre del presente se cumplen 200 años de la muerte de don Juan Ruíz de Cabañas, obispo de Guadalajara, en el rancho La Estancia de los Delgadillo, perteneciente a la parroquia de Nochistlán, Zacatecas.
Lejos de la ciudad episcopal, durante la visita pastoral en el norte de la diócesis, don Juan Ruiz de Cabañas y Crespo escribía una especie de testamento espiritual, un interesante informe dirigido no al rey de España, sino al papa León XII, pues la relación con España ha quedado rota, y Cabañas no ha querido volver a España, como mandaba Fernando VII, sino que se ha quedado con su grey; además no podía hacerlo puesto que él fue uno de los principales patrocinadores del movimiento de Iturbide. El dicho documento manifiesta desde el inicio una actitud ultramontana, firmado apud ruralem Tlachichila capellam el 12 de septiembre de 1824 (poco antes de la muerte del prelado, dada el 28 de noviembre); Cabañas habla de su primitiva oposición a la insurrección primera, pero también de su apoyo a la consumación de la independencia en 1821, que incluso lo llevó a consagrar al nuevo emperador mexicano, siguiendo el ejemplo de Pío VII que consagró emperador a Napoleón. También informa del cambio de sistema político, que pasó de imperio a república federal, y del esfuerzo que el clero realiza para que se respeten los derechos de la Iglesia. Este Informe que rinde el obispo de Guadalajara al papa León XII, respecto al estado que guarda esta Iglesia particular con relación a los acontecimientos políticos más recientes, aparece como apéndice en J. J. López de Lara, Cabañas. Un pontificado trascendente, 189-199. En el Archivo Apostólico Vaticano tiene la signatura «8 ff. ASV Congregación del Concilio. Guadalajara 1783-1825, 12 de septiembre de 1824», y fue traducido del latín por el propio pbro. J. Jesús López de Lara. De esta mencionada obra lo reproducimos a continuación.
Beatísimo padre:
1. Así como en el año del Señor 1815 dirigimos nuestras letras a Vuestro Predecesor de feliz memoria, el papa Pío VII, de la misma manera ahora nos esforzamos en hacer llegar las presentes a Vuestra Santidad para cumplir las obligaciones canónicas que tenemos los obispos de mantener la debida unión con la Santa Sede Apostólica y Romana, para mostrarnos en forma tan cordial como sincera la estrecha unión y humilde veneración que debemos a quien es Cabeza de la Iglesia y Padre universal de los católicos. Queremos congratularnos con Vuestra Santidad por Vuestra elevación a la Sede de San Pedro y también por el restablecimiento de Vuestra importante salud, que despertó en nosotros grande temor y tristeza en el mismo momento en que dábamos gracias al Omnipotente por la exaltación de Vuestra Santidad al Sumo Pontificado. Además, para que Vuestra Santidad pueda tener una imagen del estado espiritual de esta diócesis que gobernamos, queremos presentar una más cuidadosa información sobre ella, así como sobre los asuntos y acontecimientos políticos que han tenido lugar en esta América Septentrional y los efectos de estos sucesos que se han producido hasta hoy y los que puede preverse que se habrán de producir en el futuro. Situaciones que se refieren a los dogmas, a las costumbres y a toda la disciplina eclesiástica.
2. En cuanto a lo primero y lo segundo, Santísimo Padre, con profundo gozo, puedo asegurar que la unión con la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana se mantiene firme, protegida y sin mancha en esta diócesis; el Prelado, aunque indigno, el clero secular y regular, y la grey de Guadalajara, tan numerosa como muy religiosa, nos encontramos animados por el amor sincero y vivo hacia Vuestra Santidad, íntimamente unidos a la Sede Romana y a la sagrada autoridad del Vaticano, de modo libre y alegre. Elevamos al cielo constantes y fervorosas oraciones por Vuestra preciosa vida y salud. Queremos que los vínculos espirituales que unen a esta preciosa porción de la grey con el Supremo Pastor y Vicario de Cristo, desde la feliz promulgación del Evangelio en estas regiones, se mantengan inmutables y se estrechan más y más en lo sucesivo.
3. Cuál, cómo y qué tan extensa sea esta diócesis, Padre Santísimo, se puede reconocer con facilidad de la siguiente descripción. Primero: hay una Iglesia Catedral y un Cabildo Compuesto por cinco dignidades, diez canonjías, seis prebendas íntegras y otras seis medias prebendas. Hay todo lo deseable para celebrar con magnificencia y dignidad, como realmente se celebra. Segundo: las parroquias son más de ciento treinta y siete; más del doble de ellas son las ayudas de parroquia y cuatro veces más las capillas urbanas y rurales que se encuentran en la grande extensión de esta diócesis, dispuestas en forma oportuna y ordenada. Todos estos centros de culto, convenientemente administrados, sirven grandemente para la atención y provecho espiritual de los setecientos u ochocientos mil fieles que habitan este territorio. Tercero: los conventos de monjas son siete, con doscientos sesenta religiosas, que con todo derecho se pueden decir ejemplares por su laudable y estricta observancia de la regla que profesan. Cuarto: Hay veinticuatro conventos de las órdenes de Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, de la Virgen de la Merced para redención de cautivos, Carmelitas y Hospitalarios de San Juan de Dios; en ellos, más en los dos Colegios de Propaganda Fide, hay trescientos o cuatrocientos religiosos que observan bien las reglas que profesan. Quinto: El Seminario Conciliar se acomoda cuidadosamente en todo a la norma del Concilio Tridentino; allí se enseñan con todo cuidado las ciencias eclesiásticas para formar párrocos y dignos ministros del altar. Hay otro Seminario Clerical donde se prueba la vocación de los aspirantes y se preparan los que han de ser promovidos a las sagradas órdenes para que las reciban de acuerdo con los cánones y las ejerzan en forma debida después de su recepción. Sexto: Cuatro Colegios de niñas educandas son una excelente defensa para la inocencia del tierno sexo débil; de ellas salen tanto monjas dignas de este nombre como madres de familia muy recomendables. Séptimo: Hay muchas confraternidades para atender a los enfermos así como hospitales sabiamente organizados, establecidos desde muy antiguo para ayuda espiritual y temporal de los indígenas. Octavo: Para la conveniente enseñanza y disciplina de la juventud cristiana hay innumerables escuelas de primeros rudimentos. Noveno: Hay diez muy hermosos y célebres santuarios dedicados a las imágenes de nuestro Redentor y de su Madre Santísima, distribuidos en las varias regiones de esta Diócesis, que admirablemente atraen los ánimos de los fieles y que fomentan la fe y la piedad de los mismos en forma muy edificante. Décimo: Por fin, el clero secular consta de más de seiscientos presbíteros, repartidos convenientemente en todas las parroquias de la Diócesis; hablando en general son de buenas costumbres y suficiente doctrina. A no pocos los vemos brillar por su virtud y su sabiduría, con las que sostienen la dignidad del ministerio en cuanto es posible a los humanos, afirman el decoro del sacerdocio, dan alegría a la Iglesia, glorifican a Dios y promueven la salvación de las almas.
4. Santísimo Padre: La Iglesia, el clero y el pueblo que aquí se describen hasta el día de hoy permanecen en el estado dicho, aún después de los acontecimientos políticos que a partir del año 1810 hasta el presente han conmovido estas regiones. Fue en aquel tiempo cuando, lanzado por primera vez un grito de independencia, pareció que gran parte de los naturales de estas regiones intentaba con grandes esfuerzos sustraerse del dominio y del gobierno español. Y así, una vez encendida la guerra civil, largo tiempo excitada por los estímulos propios de este tipo de guerras, se sucedieron los cambios y calamidades inseparables de un conflicto continuado por la exaltación de las pasiones, que puso ante los ojos durante muchos años un panorama pavoroso y horrible de trastorno, muerte y ruina. De nuestra parte, sintiendo horror por cualquier participación activa en los asuntos temporales y políticos, como era debido a nuestro oficio episcopal, procuramos limitarnos tan sólo a construir la caridad y la paz cristiana, privada y pública, el amor hacia el orden social y la sujeción a las autoridades legítimas. Para promover la caridad y la paz hemos visto con gran alegría que la parte mejor y mayor de uno y otro clero, secundó eficazmente esta manera de proceder.
5. Sin embargo, sin extinguirse este espíritu de libertad e independencia, o más bien, estimulado por diversos acontecimientos políticos que conmovieron varias regiones del mundo, así como por los escritos difundidos en todas partes y por la mentalidad de los tiempos actuales, de nuevo se despertaron y se reavivaron los anteriores esfuerzos de los naturales del país en una nueva forma pero con mayor vigor y mejor resultado. De aquí resultó que en el año 1821 tanto los naturales como todos los demás habitantes de estas regiones se separaron totalmente del régimen español, formando un estado propio, reuniendo una asamblea legislativa e instituyendo un jefe de la nación mexicana, nombrado emperador. Para cuya consagración, invitados por el mismo emperador, tanto nosotros como los demás obispos mexicanos que residíamos en regiones no demasiado alejadas, emprendimos el camino a la Ciudad de México para realizar lo prescrito en el Pontifical Romano, desempeñando el suscrito el oficio de consagrante. Procedimos por mandato del arzobispo metropolitano, extendido de orden suya por escrito por su vicario general, ya que el arzobispo se excusó por ausencia y enfermedad. En fuerza de la precedente decisión quedó declarado que, a falta del metropolitano, correspondía el ministerio de consagrante al obispo sufragáneo más antiguo. De ningún modo pudimos rehusar, dadas las circunstancias que por todas partes nos rodeaban. Así tuvimos ocasión, si no estamos equivocados, de seguir el ejemplo que nos dejó nuestro Santísimo Padre el inmortal Papa Pío VII cuando emprendió un largo y doloroso camino para consagrar a Napoleón, antiguo emperador de los franceses. Por esta razón juzgamos obligación nuestra informar a Vuestra Santidad. Tanto en el tiempo en que se inauguró la independencia como en lo que ha seguido, estimamos propio de nuestra obligación reconocer de hecho y obedecer al gobierno político de estas regiones, de la misma forma en que fue reconocido por todas las corporaciones militares, civiles y eclesiásticas antes de que nosotros lo hiciéramos. Los pueblos reiteraron con sumo agrado los testimonios solemnes de respeto y obediencia hacia la nueva autoridad. Hemos abrazado desde el principio, como una regla, la voluntad general, manifiesta y explícita, con que los pueblos han prestado obediencia a los mandatos de los gobernantes sin ninguna coacción física o moral; y reiterada con grande contento. Conducidos por esa voluntad general continuamos dando a la actual política mexicana, bajo el sistema de república federal, representativa y popular, las muestras de nuestra deferencia, del mismo modo que reconocimos de hecho la dicha autoridad imperial, sin que tratemos por nuestra parte, como ya lo dijimos, sino de mantener la observancia del orden público.
6. Sólo nos resta, Santísimo Padre, informar a Vuestra Santidad de algunos acontecimientos que han surgido. Los sucesos políticos referidos, las causas que los originaron, los medios con que se llevaron a cabo, las circunstancias y el signo de la edad en que vivimos son frutos de los antiguos designios, tenaces e impíos del seudofilosofismo. Desafortunadamente, pero con absoluta seguridad, estas circunstancias abren un espacio muy amplio a los que siguen a los propagadores de las semillas de la inmoralidad y de la impiedad que han aumentado de muchos modos en forma asombrosa. Bajo el pretexto de los avances políticos, con el disfraz engañoso del bien público, las cosas más absurdas pueden ser propuestas o intentadas para seducir a las multitudes y llevarlas a intentar novedades y reformas peligrosas o diametralmente opuestas a la disciplina universal de la Iglesia. Pero en este asunto no nos falta algún consuelo. Hasta ahora, exceptuados algunos pocos promotores de novedades, no hemos visto que alguien haya transgredido los límites ni por parte del clero, ni del pueblo, ni de los gobernantes. Si en el futuro, como puede acontecer, se ofrezca algo en contrario, a pesar de nuestra debilidad, creemos que no nos faltará la energía para mantener los derechos de la Iglesia y no soportaremos que ésta sea despreciada. Todas las veces que se presenta la ocasión, hemos repetido con firmeza, aun a las supremas autoridades, que estamos dispuestos a todos los sufrimientos antes que aceptar, sin la precedente aprobación de Vuestra Santidad, innovaciones que ataquen la disciplina de la Iglesia, las disposiciones del Concilio de Trento, del Concilio Mexicano Tercero, o las decisiones de los Sumos Pontífices, especialmente de los destacados Padres Benedicto XIV, Pío VI y Pío VII, cuyos hechos y escritos importantísimos han llegado desde los tiempos difíciles de ellos hasta los nuestros. Nos proponemos imitarlos y abrazarlos como una segura regla de conducta, sea que se trate de asuntos de fe, de costumbres, de la disciplina y autoridad de la Iglesia, de su Cabeza Suprema, del tesoro de Cristo o del patrimonio de los pobres.
7. Nos sentimos tanto más obligados a seguir esta conducta cuanto que no queda en estas regiones sino el exiguo número de seis obispos, incluyendo al Metropolitano, el Doctor Pedro de Fonte que abandonó el país en el año de 1823 imponiendo sobre nuestros débiles hombros una gravísima carga. El arzobispo se retiró por motivos de salud, para acudir personalmente a la Santa Sede, y para promover el bien de su propia diócesis, según lo tenemos sabido y averiguado por la carta que nos dirigió por medio de su vicario general y recibida en el mes de abril de dicho año 1823.
8. Todo lo anterior lo sujetamos al conocimiento y al juicio de Vuestra Santidad, como es obligación de nuestro oficio. No lo habíamos podido hacer antes por los cambios de las cosas, por la difícil y casi imposible comunicación epistolar y porque fueron interceptados los correos a causa del estado político de estas regiones. Pedimos a Vuestra Santidad reciba el presente testimonio de benevolencia, veneración y obediencia, tan grato para Nos. Postrados a los pies de Vuestra Santidad deseamos la bendición apostólica, los mandatos y letras que suplicamos como siervos amantes, fieles y humildes. Hecha durante la Santa Visita a la parroquia de Nochistlán, en la capilla rural de Tlachichila, el día 12 de septiembre de 1824.
¡Santísimo Padre!
† Juan Cruz, Obispo de Guadalajara [1] Canónigo del clero de Zacatecas, nacido en 1929, historiador con experiencia en el Archivo Apostólico Vaticano, falleció en 2016. |