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Misión, diálogo interreligioso y universalidad de la salvación.

El Papa en Asia y Oceanía.

Pbro. Edgar Iván Preciado Mariscal[1]

 

 

El papa Francisco, en un viaje apostólico, se ha acercado a la sociedad de Oriente,

en lugares donde no siempre hay mayoría católica, y el diálogo

interreligioso tuvo una atención relevante.

 

1. Introducción

 

El viaje más largo y desafiante que ha hecho el papa Francisco hasta el momento ha sido su viaje número cuarenta y cinco a Asia y Oceanía; cuatro naciones en dos continentes y casi 40,000 kilómetros: Indonesia, Papua Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur, del 2 al 13 de septiembre de 2024.

Las intenciones de este viaje eran muy claras: afianzar a la comunidad católica minoritaria pero creciente, subrayar la armonía entre las diversas religiones y llegar a los límites, a las fronteras que no habían sido visitadas, ya que Asia es también muy importante para la Iglesia católica.

Indonesia es el país con mayor población musulmana del mundo, 89.4% del total de indonesios; los católicos aquí son el 3.1% y sin embargo son la comunidad católica más grande de Asia, seguida de Filipinas y China.

Papúa Nueva Guinea es un país multicultural, de una riquísima diversidad y de grandes espacios de naturaleza incontaminada, que, al mismo tiempo, ha sido azotada por la inclemencia de un clima trastornado por el calentamiento global, por lo que el papa hizo hincapié en el cuidado de la “casa común” responsabilidad de todas las naciones.

Timor Oriental, país de habla portuguesa y de reciente soberanía, ya que había sido invadida y ocupada por Indonesia hasta el 2002; económicamente pobre, pero en crecimiento. De mayoría católica, fe que los ha sostenido a través de su lucha por la independencia.

Singapur, ciudad-estado en el corazón marítimo del sudeste asiático, multicultural y de gran densidad de población, uno de los centros aeronáuticos, financieros y de transporte marítimo más importantes, calificándola como un “paraíso fiscal” y la ciudad más cara para vivir; una ciudad destacada en indicadores sociales claves como educación, sanidad, infraestructura y calidad de vida más desarrollados en el mundo, así como con los niveles más bajos de corrupción. Su diversidad ofrece también una rica pluri-religiosidad en la que el budismo tiene la mayor presencia seguida, por el cristianismo, el islam, el taoísmo y el hinduismo entre otras más, por lo que es un país que ha desarrollado una sana y amplia convivencia y tolerancia religiosa.

La visita del papa fue festejada y agradecida por estos pueblos, tanto por católicos y no. El mismo papa dice de su viaje que fue memorable, un viaje misionero donde llevó la Palabra del Señor, para hacerlo conocer y conocer al mismo tiempo el alma de los pueblos. Un viaje en el que el papa gozó de una iglesia que rebasa las fronteras del eurocentrismo y del occidentalismo, muy viva y creciente, llena de testimonios y evangelización activa, sin proselitismos sino atrayente, contagiosa y muy respetuosa, que ha aprendido a vivir en diálogo y pluralidad a través de la cercanía, la misericordia y la compasión. Una iglesia en salida, impulsada por el Espíritu Santo que hace resonar el mensaje del Amor en la sinfonía y armonía de los lenguajes, “aire de primavera” según palabras del papa.

Especialmente en Singapur, en donde con todo y la abundancia económica los cristianos son sal y luz, testimonio de esperanza, el papa se encontró con jóvenes de diversas religiones en el Catholic Junior College el 13 de septiembre, dirigiendo un discurso cargado de esperanza y alegría por la capacidad que estos jóvenes tenían de sostener un verdadero y valiente diálogo interreligioso, que valora y respeta la religión del otro con admiración. Dijo el papa espontáneamente:

 

Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir —“mi religión es más importante que la tuya”, “La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera”—. ¿Adónde lleva todo esto? ¿A dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: “A la destrucción”]. Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!” ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. 

 

Son palabras que personalmente me llenan de mucha alegría porque hubo un tiempo en que no las hubiera entendido o aceptado con tanta esperanza. Permítanme hablar un poco de mi experiencia académica estudiando misionología. En el 2003 se me invitó a ir a Roma a estudiar misionología, una materia que había recibido en el seminario por el padre Alejandro Orozco, de feliz memoria, que, aunque nos la impartió con mucho entusiasmo y desde su propio y fecundo testimonio pastoral, no había cundido en mí más allá de otra materia que tenía que cursar, por lo que al saber que habría de estudiarla a fondo, no me entusiasmó mucho.

Ahora agradezco la oportunidad que descubro providencial porque poco a poco a través de los años, la misión ha adquirido centralidad en la reflexión teológica sistemática y pastoral, tanto por Aparecida en Latinoamérica y Evangelii Gaudium del papa Francisco en el mundo católico y se ha posicionado universalmente.

Por esta materia descubrí que la evangelización requiere procesos y caminos propios según las diversas circunstancias del mundo de hoy, aprendí que evangelizar la cultura es determinante y que el respeto y la valoración de las religiones por medio del sano diálogo interreligioso es fundamental, especialmente en el mundo plural, siempre desde la certeza y la proclamación de la unidad y unicidad de la salvación en Cristo Jesús, redentor de la creación entera. Por lo que la verificación de las semillas del Verbo sembradas por el Espíritu Santo en todos los hombres, de todos los tiempos, culturas y religiones requiere de un constante, trasparente, respetuoso y serio encuentro dialógico, abierto a descubrir todo lo que hay de bueno y bello en los otros, ofreciendo con alegría nuestra propia experiencia religiosa como riqueza salvífica desde el testimonio y la atracción, “Jesús es el Salvador Nuestro y de todo aquel que lo quiera recibir en el corazón”.

Con esta motivación me gustaría ofrecer a todos ustedes la oportunidad de reencontrarnos con lo que como católicos hemos de tener presente para un sano diálogo interreligioso según lo que el Magisterio de la Iglesia y la reflexión teológica actual nos ofrecen.

 

2. Dialogo interreligioso. Apuntes de teología de la misión.

 

En los ya 18 años, para gloria de Dios, de experiencia académica enseñando misionología en el Seminario de Guadalajara, agradecido con los profesores que me ayudaron a reflexionar en esto, especialmente al P. Gianni Colzani, el P. Alberto Trevisiol, el P. Jesús Ángel Barreda y el P. Fidel González, entre otros, en la Universidad Urbaniana de Roma, pude plasmar una dispensa de apuntes sobre el tema del del diálogo interreligioso de los que les paso este resumen, esperando pueda aclarar mejor este tema.

 

De Justino a Karl Rahner y de Tertuliano a Karl Bath: Cristología y teología de las religiones

El tema de las religiones es un asunto de gran actualidad en la Iglesia. Lo demuestran, entre otras cosas, Jornadas por la paz, promovidas por la comunidad de San Igidio y los Papas desde Juan Pablo II, hasta la última con el Papa Francisco el pasado 20 de octubre de 2020 celebradas en Asís. La Encíclica Redemptoris Missio, el documento Cristo y las religiones (1997), de la Comisión teológica Internacional, la Instrucción Dominus Iesus (2000), de la Congregación para la Doctrina de la Fe y Diálogo y anuncio del Pontificio consejo para el diálogo interreligioso y la Congregación para la evangelización de los pueblos (1991). A esto debemos añadir los viajes que han realizado los Papas a tierras donde la religión católica es minoria. Todo esto nos muestra que la Iglesia habrá de preocuparse intensamente de las religiones en los próximos años y decenios.

En este contexto, la teología cristiana de las religiones se ha establecido como disciplina, investigación y docencia dentro de la Iglesia a lo largo del siglo XX. Podríamos definirla, como la reflexión que desea responder a las cuestiones que la diversidad religiosa plantea a la doctrina católica. Los teólogos que más han trabajado esta problemática son: H. de Lubac, J. Daniélou, Y. Congar, K. Rahner y J. Ratzinger[2] en una etapa anterior al Concilio Vaticano II. Los años posconciliares han visto una extensa producción de tratados, monografías, ensayos y tesis doctorales en teología acerca del tema. Dentro del campo católico, han alcanzado gran difusión los trabajos de M. Seckler, V. Boublick, P. Rossano, P. Damboriena, J. Dinoia, J Velasco, por nombrar algunos. En el mundo protestante, los más significativos son: J. Hick, A. Platinga, G. Lindbeck y H. Tillich. También tenemos teólogos católicos que han sido cuestionados por defender una teología pluralista de las religiones, como sería el caso de H. Küng y J. Depuis.

En general, es necesario tener en cuenta las tres posturas al respecto de la cristología en el contexto de las religiones.

 

Cristo contra las religiones

Esta es la primera postura que encontramos en la teología cristiana de las religiones. Si hacemos un poco de historia, vamos a descubrir que la actitud del cristianismo hacia las otras religiones durante muchos siglos fue bastante hostil. La valoración teológica de las otras religiones la podemos resumir en la expresión de San Cipriano: «Fuera de la Iglesia, no hay salvación», esta expresión que también la encontramos en Orígenes se entendió casi literalmente. Posteriormente, la insistencia de San Agustín en la gratitud de la gracia, en contra de los pelagianos, vino a ponerse cada vez más en paralelismo con la escasez de la misma y su confinamiento dentro de la Iglesia.

En la época del descubrimiento de América, gracias al Concilio de Trento y a grandes teólogos como Belarmino y Suárez, la actitud de la Iglesia hacia los que se hallaban fuera de ella evolucionó de un planteamiento excluyente a uno incluyente; de un «fuera de la Iglesia» a un «sin la Iglesia» no hay salvación. Se reconoció la existencia de la gracia salvífica más allá de los límites visibles de la Iglesia; pero dicha gracia no podía actuar sin despertar, en las personas a quienes llegaba, un deseo implícito, subconsciente, de convertirse en miembro de la Iglesia Católica.

 

Cristo dentro de las religiones

Una segunda postura, es la que representa Karl Rahner y su tesis acerca de los «cristianos anónimos». La tesis de Rahner se apoya en tres pilares: teología, antropología y cristología.

 

·      Desde un punto de vista teológico, si los cristianos proclamamos la voluntad salvífica universal de Dios, debemos afirmar también que Dios ofrece su gracia salvífica a todo ser humano.

·      Desde el punto de vista antropológico, y por razón de la naturaleza esencialmente sociocultural del hombre, la oferta de gracia que hace Dios tanto al cristiano como al hindú ha de ser eclesial, es decir, integrada en alguna forma de vida sociocultural. Rahner piensa que las religiones del mundo proporcionan esta mediación eclesial de la gracia salvífica universal.

·      Sin embargo, desde el punto de vista cristológico, los cristianos deben afirmar algo más acerca de la gracia; se trata siempre de la gracia de Cristo. Como causa final u objetivo intencional de toda la actuación ad extra de Dios, Jesucristo es simultáneamente causa constitutiva y cumplimiento final de la experiencia de gracia de todo ser humano. Por consiguiente, todos los hindúes o budistas que tienen experiencia de la gracia a través de sus religiones son «cristianos anónimos»: tocados por Cristo y orientados hacia él y su Iglesia.

Rahner propuso esta teoría del cristianismo anónimo no con el fin de proclamarlo a los que se hallan fuera de él, sino directamente a los que se hallan dentro, para convencer a los cristianos de que la presencia salvífica de Dios es «mayor que las personas y la Iglesia». La tesis de Rahner ha sido respaldada por otros teólogos, tales como Schillebeckx, Dulles y McBrien.

 

Cristo por encima de las religiones

Durante las últimas décadas, algunos teólogos han constatado que el modelo «Cristo dentro de», en particular la tesis de Rahner, no corresponde con la experiencia que ellos tienen de otros creyentes. Estos teólogos, como Küng, Schoonenberg, Hellwing y Cammps, no perciben en las religiones ni una presencia oculta de Cristo ni tampoco una subconsciente búsqueda de un salvador absoluto en Jesús. Calificar de antemano como cristianos a los budistas no sólo es una ofensa para ellos, sino que también empaña la imagen que pueden tener los cristianos de lo que pudiera haber de auténticamente nuevo y valioso en el budismo.

Según este modo de ver el problema, no es necesario que Cristo esté presente en esas religiones para que puedan ser válidas, ni tampoco tienen que estar orientadas a la revelación cristiana o ser una preparación para ella. Esta perspectiva busca aceptar a las otras religiones como vías independientes de salvación. Por consiguiente, Cristo no sería causa constitutiva de la gracia salvífica ni la Iglesia sería necesaria para la salvación. La finalidad primordial de la Iglesia no es «traer», sino «transmitir» o «promover» el reino de Dios, que ha ido tomando cuerpo desde el principio de la creación. Y, puesto que posiblemente Dios tenga algo más que decir y hacer de lo que dijo e hizo en Cristo, de ahí que los cristianos entablen un diálogo con las otras religiones no sólo con el fin de enseñar, sino también de aprender: para aprender, quizá, aquello de lo que jamás han tenido conocimiento en su vida.

 

3. La teología cristiana de las religiones no cristianas

 

Este debate existía ya desde antes del Concilio Vaticano II[3], pero será el Concilio mismo el que lo impondrá. Antes del Concilio el horizonte era dominado por la tesis Barthiana que consideraba como Unglaube, como incredulidad, toda forma religiosa entendida como esfuerzo humano de llegar a Dios; por el contrario, Palthaus, desde 1930, tenía formulada la tesis de la Schöpfungsoffenbarung indicando así en la creación el camino a través del cual todos los hombres pueden llegar a Dios. Con esto el mundo católico había visto surgir tanto la corriente de Daniélou[4] por la cual la creación era considerada como una alianza adámica o noáica a través de la cual era posible llegar a una experiencia de gracia y de comunión con Dios, según la corriente de Rahner por el contrario, la pone sobre la base del existencial sobrenatural. Una apertura a lo natural a la propia existencia era siempre también una apertura a Dios.

Según estas perspectivas se inspirará la declaración Nostra Aetate; y de manera especial se destacarán las conclusiones del Convenio de Bombay de noviembre de 1964, que introducirán el concepto de Heilswege superando la tesis de Rahner. Él había siempre mantenido una relación entre la capacidad salvífica de las religiones no cristianas y la Iglesia; el uso criticable de vía extraordinaria para referirse a las religiones no cristianas y el de vía ordinaria para la Iglesia debería de haber hecho olvidar la sustancia de sus posiciones. El encuentro de esta crítica a la Iglesia con el actual pluralismo religioso moverá el problema sobre Cristo y hasta sobre Dios. Vendrán así a gala las posiciones de J. Hick[5] y de P. Knitter[6] sobre Cristo como “mito” o aquella de Küng[7] sobre la ética. Las primeras entienden el mito en modo profundamente diverso en Bultmann según el cual el mito era la presentación mundana de un Dios totalmente otro; estos, por el contrario, dan al mito un valor metafórico, no cognoscitivo, que ilustra la fe y orienta a vivirla, pero no precisa aquello que en realidad sucedió. De este modo el mito de Cristo desarrolla una función en la vida de fe, pero sobrevalora la cuestión de la verdad; mostrando así una forma de anti-intelectualismo que retiene inútil o incluso dañino el interés por la objetividad.

Küng y su Weltethos se puede resumir en la convicción que será la ética, más que la fe, a representar la contribución de las religiones al camino de la humanidad.

De esta manera ha tomado cuerpo el actual debate sobre el cómo tener juntos la voluntad salvífica universal con sus caminos secretos y la presentación de Jesús como el mediador único y definitivo del otro. Las líneas de una cristología exclusiva o inclusiva serán las conclusiones últimas.

 

Junto con todo esto se recuerda la posición de J. Dupuis[8] según la cual se debe hablar más de un pluralismo relacional que alcanza la salvación por vías diversas; si la mediación salvífica aparece en modo integral en el Cristo crucificado, se revela también como una segunda modalidad particular y complementaria en el camino histórico de las otras grandes religiones. Viene recordado también el pensamiento de Pannemberg que lee el pluralismo religioso en el cuadro de una historia tensada a su cumplimento escatológico; el pluralismo sería aquí la manifestación de la provisoriedad de la presente situación, mientras que la dimensión escatológica, inscrita en el mensaje evangélico, permanecería como el criterio basilar que resolverá, al final, el provisorio ocultamiento de la verdad. Se abre así un vivaz debate sobre Cristo y sobre la Iglesia que no podrá no emerger en la parte sistemática.

 

4. La teología católica de las religiones desde el Concilio Vaticano II a Juan Pablo II[9]

 

En la Audiencia General del miércoles 5 de junio de 1985, S.S. Juan Pablo II, manifestaba que la fe cristiana se encuentra en el mundo con varias religiones que se inspiran en otros maestros y en otras tradiciones ―o sea, fuera del filón de la Revelación―, las cuales constituyen un hecho que es necesario tener en cuenta. De esta forma el papa se remitía a la doctrina del Concilio Vaticano II (NE 1) y sostenía que la Iglesia no huye de tal relación, sino que más bien la desea y la busca.

Sobre el fondo de una vasta comunión en valores positivos de espiritualidad y de moralidad, se delinea sobre todo la relación de la «fe» con la «religión» en general, que es un particular componente de la existencia terrena del hombre. El hombre busca en la religión la respuesta a los interrogantes antes descritos y de diverso modo establece la propia relación con el «misterio que circunda nuestra existencia». Ahora, las diversas religiones no cristianas son, sobre todo, la expresión de esta búsqueda por parte del hombre, mientras la fe cristiana tiene su propia base en la revelación de parte de Dios. En esto consiste, no obstante algunas afinidades con otras religiones, su esencial diversidad respecto de ellas.

La declaración Nostra Aetate, sin embargo, trata de subrayar las afinidades entre el cristianismo y las demás religiones (NE 2). A este propósito podemos recordar que desde los primeros siglos del cristianismo se ha creído ver la presencia inefable del Verbo en las mentes humanas y en las realizaciones de la cultura y la civilización: los antiguos, mediante la innata semilla del Logos, pudieron entrever de modo oscuro tal realidad (cfr. NE 2).

El Papa Pablo VI subrayó esta postura de la Iglesia que encontramos en la Nostra Aetate, en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi. He aquí sus palabras que recogen textos de los antiguos Padres de la Iglesia:

Ellas [las religiones no cristianas] llevan en sí el eco de milenios de búsqueda de Dios, búsqueda incompleta pero realizada muchas veces con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un patrimonio impresionante de textos profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de personas a rezar. Están todas sembradas de innumerables “gérmenes del Verbo” y pueden constituir una auténtica “preparación evangélica” (EN 53).

Por esto, también la Iglesia exhorta a los cristianos y a los católicos a que mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan los bienes espirituales y morales, así como los valores socioculturales, que en esas religiones existen (cfr. NA 2).

Otro aspecto interesante a destacar, es la clara afirmación del Concilio Vaticano II, expresado en el trinomio: Sanatur, Elevatur y Consumatur, a través del cual la religión católica, incluyendo a todas las otras religiones, se presenta como su perfección y plenitud. El solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora (Mt 28, 18-20), la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con la encomienda de llevarla hasta el fin de la tierra. De aquí que la Iglesia hace suyas las palabras de San Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizara!» (1Cor 9, 16), por esto se preocupa de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. Por eso se ve impulsada por el Espíritu Santo a poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de salvación de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el mundo. Sobre todos los discípulos de Cristo pesa la obligación de propagar la fe según su propia condición de vida. Así pues, ora y trabaja la Iglesia, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre Universal (cfr. LG 17) .

El Concilio, también manifiesta que es necesaria la presencia de la Iglesia por medio de sus hijos, en esos grupos humanos de otras religiones. Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que, todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban, cabalmente, el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la unión de los hombres.

Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, se deben unir con los no cristianos por el aprecio y la caridad, y deben tomar parte en la vida cultural y social, familiarizándose con sus tradiciones nacionales y religiosas, para descubrir así con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ellos laten. Como Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los condujo con un coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus discípulos, deben conocer a los hombres entre los que viven y tratar con ellos, para advertir en diálogo sincero y paciente las riquezas que Dios, en su generosidad ha distribuido a las gentes (cfr. AG 11).

Sin embargo, y aunque se reconocen los valores que pueden haber en las otras religiones, el Concilio reafirma con bastante claridad, la necesidad de la Iglesia para la salvación. La fundamentación de esta doctrina está en que solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a los hombres en su Cuerpo que es la Iglesia, y Él, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y el bautismo, confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta obligada. Por lo cual no podrían salvarse quienes sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella (cfr. LG 14).

Aunque se insiste en la necesidad de la Iglesia para la salvación, también encontramos que el Concilio constata la posibilidad de salvarse fuera de ella. Los que todavía no recibieron el evangelio están ordenados al Pueblo de Dios por varias razones:

·      En primer lugar, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y promesas y del que nació Cristo según la carne.

·      Aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes.

·      Este mismo Dios tampoco está lejos de otros que entre sombras e imágenes buscan al Dios desconocido, puesto que les da a todos la vida, la inspiración y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos se salven. Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.

 

La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre ellos se da, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida (LG 16).

Otro documento del Magisterio reciente de la Iglesia es la Encíclica de Juan Pablo II Redemptoris Missio, que trata sobre la permanente validez del mandato misionero en la Iglesia. Esta Encíclica fue promulgada el 7 de diciembre de 1990, en el XXV aniversario del Decreto conciliar Ad Gentes del Concilio Vaticano II; nos presenta a Jesucristo como el único salvador. La separación que pudiere hacerse entre el «Cristo Logos» y «Jesús de Nazaret», no es aceptada expresamente en la Encíclica Redemptoris Missio. Se manifiesta claramente que es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo. San Juan afirma claramente que el Verbo, que estaba en el principio con Dios, es el mismo que se hizo carne. Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable: no se puede separar a Jesús de Cristo, ni hablar de un «Jesús de la historia», que sería distinto del «Cristo de la fe». La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como «el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y éste es el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos. En Cristo reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente y de su plenitud hemos recibido todos. Este Hijo único, que está en el Padre, es el Hijo de su amor, en quien tenemos la redención. Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y los cielos. Es precisamente esta singularidad única de Cristo la que confiere un significado absoluto y universal, por lo cual, mientras está en la historia, es el centro y el fin de la misma (cfr. RM 6).

La Encíclica reconoce que es lícito y útil considerar los diversos aspectos del misterio de Cristo, siempre y cuando no se pierda de vista su unidad. En lo que respecta a los valores que podemos encontrar en los pueblos no cristianos, la Encíclica nos dice que no podemos disociarlos de Cristo, centro del plan divino de salvación. Se insiste con bastante fuerza en que el designio de Dios es hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (cfr. RM 1-6).

La cristología de esta Encíclica apunta a dar una respuesta a muchas posturas que separaban a Jesús de Cristo, también a todos los que pensaban que no es necesario que Cristo esté presente en las otras religiones para que puedan ser válidas, o que estas religiones tendrían que estar orientadas a la revelación cristiana o ser una preparación de ella. En esta cristología se rechaza cualquier relativización del carácter único y universal de Cristo (RM 4-5). Pié Ninot llama a esta cristología «inclusiva», y la explica del siguiente modo:

«Más bien se trata de una inclusividad que descubre en Cristo su norma, en la línea que la teología ha aplicado la característica de norma normans y norma non normata a la Escritura. En efecto, cuando aplicamos a la persona y a la vida de Jesús, el Cristo, el carácter de universale concretum, describimos su carácter “normativo” como aquel que es la revelación y la mediación por excelencia de Dios, que asume, corrige y completa todas las otras mediaciones»[10].

Reforzando la idea de Pié Ninot, podemos citar la Constitución Dei Verbum 4, del Concilio Vaticano II:

«Jesucristo con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna».

En lo que respecta al «sentido religioso» o al conocimiento de Dios que encontraríamos en las diferentes religiones no cristianas, el papa Juan Pablo II piensa que se remontan al conocimiento racional del que es capaz el hombre con las fuerzas de su naturaleza. Sin embargo, el papa lo distingue de las especulaciones puramente racionales de los filósofos y pensadores sobre el tema de la existencia de Dios. También lo va a distinguir de la fe cristiana, sea como conocimiento fundado sobre la revelación, sea como respuesta consciente al don de Dios presente y operante en Jesucristo. De todas maneras, esto no es motivo para un rechazo y desprecio por esas religiones, Juan Pablo II es bastante claro, cuando afirma:

«Esta necesaria distinción no excluye, repito, una afinidad y una concordia de valores positivos, como no impide reconocer, con el Concilio que las diversas religiones no cristianas (entre las que en el Documento Conciliar se recuerda especialmente al hinduismo y al budismo y se traza un breve perfil de ellas) se esfuerzan por superar de varias maneras la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados (Nostra Aetate 2)» (RM 2).

En la misma Encíclica el papa también hace alusión a una Carta a los Obispos del Asia con ocasión de la V Asamblea plenaria de la Federación de sus Conferencias Episcopales, del 23 de junio de 1990. En esta Carta el Santo Padre reconoce lo que hay de verdadero y santo en el hinduismo y el budismo, sin embargo:

«Sigue en pie su deber y su determinación de proclamar sin titubeos a Jesucristo, que es “el camino, la verdad y la vida” [...]. El hecho de que los seguidores de otras religiones puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo independientemente de los medios ordinarios que él ha establecido, no quita la llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos» (RM 55).

Por su parte, la Congregación para la Doctrina de la Fe, a través de la Declaración Dominus Iesus, del 16 de junio de 2000, pretende responder a algunos teólogos que afirman que las religiones son caminos igualmente válidos de salvación. Estas teorías se fundan sobre algunos presupuestos de naturaleza filosófica y teológica bastante difundidos que propagan la relatividad con relación a la verdad: que aquello que es verdad para algunos no lo es para otros; la contraposición radical que habría entre la mentalidad lógica occidental y la mentalidad simbólica oriental; el subjetivismo de quienes consideran a la razón como única fuente de conocimiento; el eclecticismo (asumir diferentes contextos filosóficos y religiosos, sin preocuparse de su coherencia, conexión sistemática y compatibilidad con la verdad cristiana) y otros errores que llevan a la tendencia a leer e interpretar la Sagrada Escritura fuera de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

En este sentido, la Comisión Teológica Internacional ya había publicado en 1997 un documento con el título El Cristianismo y las religiones, que mostraba la falta de fundamento de una teología pluralista de las religiones, afirmando en cambio la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Cristo y de la Iglesia, fuente de toda salvación, dentro y fuera del cristianismo.

5. El papa Francisco y el diálogo interreligioso

Si te dedicas al conocimiento de los demás, nunca te verás amenazado. Pero si tienes miedo de los demás, tú mismo serás una amenaza para ellos. El camino de la fraternidad y la paz, para seguir adelante, necesita de todos y cada uno[11].”

El papa Francisco desde siempre ha sido consciente de la teología del diálogo que ha reflexionado muchísimas veces en homilías, audiencias, discursos y en las encíclicas Evangelii Gaudium y Fratelli Tutti, pero, según yo, lo más original y elocuente es, desde la coherencia de su “Iglesia en salida” y de la necesidad del “ir al encuentro”, son los abundantes gestos y experiencias de apertura y diálogo que ha vivido, con los que da testimonio y mantiene constantes con el mundo, la realidad y los otros. Personas, culturas, religiones, espacios, formas de pensar, periferias y demás, son el espacio en el que ha desarrollado toda su teología misionera de diálogo profético, que no se limita sólo al encuentro, sino también al testimonio y expreso anuncio de Jesucristo como Salvador. Un anuncio alegre y respetuoso acompañado de la cordialidad y la caridad evangélica. El Papa Pablo VI, en la encíclica Ecclesiam Suam (1964) introduce en la Iglesia la importancia del diálogo interreligioso.

El documento Diálogo y Anuncio (28 de junio de 1991), del Pontificio Consejo sobre el Diálogo Interreligioso y la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, nos dice en el n. 9 que el diálogo es:

1.      A nivel humano: comunicación recíproca para alcanzar un fin común. Una comunicación interpersonal.

2.      Actitud de respeto y amistad que penetra o debería penetrar en todas las actividades. Este es el «espíritu del diálogo».

3.      Es el conjunto de las relaciones religiosas positivas y constructivas con personas y comunidades que tienden a un conocimiento y enriquecimiento recíproco.

4.      Es elemento integrante de la misión evangelizadora.

 

El diálogo interreligioso no se orienta a formar una sola religión, a unirse como en el diálogo ecuménico. Su fin es conocernos más, respetarnos y colaborar para construir un mundo mejor. Juntos podemos luchar por los verdaderos valores y por la justicia, la paz, la superación de la pobreza y otros problemas.

Por otra parte, el mismo documento Diálogo y Anuncio nos habla en el n. 42 de las siguientes formas de diálogo:

 

1.      El diálogo de la vida. Para vivir en un espíritu de apertura y de buena vecindad compartiendo alegrías y penas, problemas y preocupaciones.

2.      El diálogo de las obras. Colaborar para el desarrollo integral y la libertad de la gente.

3.      El diálogo de los intercambios teológicos. Profundizando la comprensión religiosa mutua y apreciando los valores.

4.      El diálogo de experiencia religiosa. Para compartir las riquezas espirituales como oración, métodos, etc.

 

Para profundizar más en estas orientaciones con el fin de lograr un mayor éxito en el diálogo interreligioso, es necesario que se cumplan las siguientes características:

 

1.      Interior. Ha de estar presente en el interior de la persona y crecer; este diálogo nos lleva a interrogarnos sobre nosotros mismos. Para el diálogo es importante que se parta del corazón del hombre y que el acto que realicemos sea verdaderamente personal. En este diálogo no debemos mirar sólo hacia atrás, sino hacia arriba (al trascendente) y hacia el lado y adelante donde están los otros. En este sentido el diálogo es plegaria y comunicación[12].

2.      Humilde. El diálogo religioso exige magnanimidad y serenidad. Con estas actitudes hemos de reconocer nuestras fallas históricas y ser capaces incluso de pedir perdón, como lo hizo Juan Pablo II. También hemos de estar dispuestos a corregirnos y luchar para no volver a caer en errores históricos.

3.      Abierto. Aunque el diálogo religioso parte de lo íntimo de la persona, es abierto a la religión de los demás. Exige entrar en comunión especial con el otro. Por eso exige superar el monólogo. Tenemos que dejarnos enseñar mutuamente. Con el diálogo superamos el anquilosamiento y crecemos como religiones.

4.      Amoroso. Además, nuestras religiones nos piden mirar al otro como imagen de Dios, como prójimo. Y debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Y ciertamente por las religiones somos creyentes próximos.

5.      Profundo. Se empeña en cosas importantes y va a lo profundo, a la esencia de los problemas. Por lo mismo este diálogo no debe ser sólo tolerancia, simpatía que nos mantiene en la superficialidad. El sentido de la vida, el fin de ésta, la verdad, han de ser temas de preocupación mutua. Puede haber una relación positiva entre ambas doctrinas.

6.      Crítico. La autocrítica religiosa nos ayuda a purificarnos y perfeccionarnos especialmente en la praxis religiosa. También tenemos que estar dispuestos a escuchar las críticas de los demás; nadie es perfecto. Podemos corregir mutuamente las faltas y hay carencias que tenemos como seres humanos y como religiones. Como dijo el Concilio Vaticano II, el mutuo conocimiento y aprecio lo lograremos «por medio de estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno» (NE 4).

7.      Reconciliador. Nuestras actuaciones históricas no siempre han sido las mejores. La autosuficiencia, el creernos superiores, el imponer por la fuerza nuestras ideas y religiones son hechos que se han dado y que tenemos que reconocer con sinceridad y humildad. También tenemos que estar dispuestos a que algunos hechos no vuelvan a repetirse.

 

6. Recapitulando. El papa en Singapur

Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir —“mi religión es más importante que la tuya”, “La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera”—. ¿Adónde lleva todo esto? ¿A dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: “A la destrucción”]. Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!” ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios”. 

 

Quiero pensar que después de leer las líneas de este artículo, sin el afán de aclarar todas las dudas, podemos releer las palabras que el papa Francisco dijo a estos jóvenes de manera espontánea y saber que no dijo nada ni equivocado ni escandaloso.

El papa no dijo nada que no se hubiera propuesto y reflexionado antes, la novedad fue que lo dijo en voz alta, valiente y convencido de que esta manera de encontrarse con las religiones y el mundo de hoy ha de ser así, sabiendo que Dios es Dios para todos. Jesucristo es el Único Salvador que con seguridad está presente en la vida, maneras, formas, cultura y expresiones religiosas de todos los pueblos, sólo hay que confiar en el Espíritu Santo, mantener viva la misión en salida y dar testimonio con nuestra vida y nuestros gestos que los cristianos creemos que el Evangelio de Cristo es la respuesta al dolor de este mundo que clama libertad, justicia y paz. Bendiciones a todos.



[1] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2003, cuenta con una licenciatura en Misionología por la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma, y es profesor de Misionología y Ecumenismo en el Seminario Mayor de Guadalajara, donde presta su servicio como prefecto de disciplina.

[2] Cfr. Ratzinger J., “La fede cristiana e le religioni del mondo”, in A.A.V.V., Orizonti attuali della teología, II, Paoline, Roma 1967

[3] Cfr. Colzani Gianni, Teologia della missione. Vivere la fede donandola, Edizioni Messagero Padova, Padova 1996,75-82.  

[4] Cfr. Daniélou J., il mistero della salvezza delle nazioni, Morcelliana, Brescia 1966.

[5] Cfr. Hick J., God and Universe of faiths: Enssays in the philosophi of religion, Macmillan, London 1973.

[6] Cfr. Knitter Paul, Nessun altro nome? Un esame critic degli attegiamenti cristiani verso le religioni mundiali, Queriniana, Brescia 1991.

[7] Cfr. Küng H., Cristianesimo e religioni universali, Mondatori, Milano 1986.

[8] Cfr. Dupuis J., Gesú Cristo incontro alle religioni, Cittadella, Assisi 1989.

[9] Escobar Soriano Juan D., Teología de las religiones y diálogo interreligioso, en Veritas, vol. I, n. 14 (2006), 47-56.

[10] Ninot Pie, Tratado de teología fundamental, Sígueme, Salamanca 1989, 301.

[11] Francisco, audiencia general 9 de noviembre del 2022.

[12] Panikkar R. “Religión (Diálogo interreligioso)”, en Conceptos fundamentales del cristianismo, Trota, Madrid 1993, 1145-1146.



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