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Homilía en la beatificación del Venerable Moisés Lira Serafín + Marcello Card. Semeraro[1]
Luego de ostentar desde hace 11 años el título de ‘venerable’, el sábado 14 de septiembre del 2024, en la basílica del Tepeyac, en representación del Papa Francisco el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, beatificó al religioso poblano Moisés Lira Serafín, MSpS, del que aquí se ofrecen algunos datos de su vida y ministerio.[2]
“El que llegue a ser tan pequeño como este niño será el más grande en el reino de los cielos” (Mt 18,4), hemos escuchado de las palabras del evangelio y nos preguntamos: ¿quién es en definitiva el “pequeño” del que habla Jesús? ¿Dónde podemos encontrarlo? Un santo, san Bernardo, que es también un gran amante de María, respondió: el pequeño al que debemos mirar y al que debemos querer imitar es Jesús, que era manso y humilde de corazón.[3] Una de las características del nuevo Beato Moisés Lira Serafín era precisamente ésta: reproducir en sí mismo la imagen de Cristo Hijo, manso y humilde, y proponer este rostro de Jesús también para la imitación a sus hijas espirituales, las “Misioneras de la Caridad de María Inmaculada”, guiándolas por el camino de la infancia espiritual. ¿Qué significa esta expresión? Significa ser plenamente conscientes de que en Jesús también nosotros somos hijos del Padre. Dios es Abbá, el Padre,[4] que “revela a los pequeños lo que ha ocultado a los sabios y a los entendidos”.[5] Nuestro Beato entró poco a poco en este misterio de gracia, de modo que, como dijo un testigo en el proceso para su beatificación, cuando se trataba de Dios hablaba como un verdadero hijo y hablaba de Dios como un verdadero padre, haciéndolo con una ternura que impresionaba. ¿No es esto una invitación para nosotros? Pues “Padre” es el nombre de Dios, que Jesús no sólo nos enseñó, sino que nos dio en herencia. ¿Cómo lo recitamos? San Cipriano de Cartago decía: “¡Qué grande el amor del Señor Jesús, qué grande su bondad para con nosotros! Quiso que, orando en su presencia, invocáramos a Dios del mismo modo que él lo llamaba, es decir, Padre, y quiso también que nos consideráramos hijos de Dios, un poco como él mismo es Hijo de Dios. ¿Cómo nos atreveríamos a decir esto en nuestra oración si Jesús mismo no nos lo hubiera permitido? Y así también debemos recordar y saber, amadísimos hermanos, que cuando llamamos a Dios nuestro “Padre”, también debemos comportarnos como hijos suyos, para que, así como nosotros nos alegramos de llamar a Dios nuestro Padre, también él se alegre por cada uno de nosotros”.[6] Intentemos, pues, también hoy, durante esta Santa Misa, rezar la oración del Padre Nuestro de este modo, con alegría y confianza. Considerando, sin embargo, su vida terrena, nos damos cuenta de que el Beato Moisés no llegó a la percepción viva de este espíritu de “hijo” siguiendo un camino fácil. De hecho, de niño primero y de adolescente después, tuvo muchas dificultades: la muerte de su madre, ocurrida cuando sólo tenía cinco años; los constantes desplazamientos a los que se vio obligado a causa del trabajo de su padre, que también se volvió a casar, confiando a Moisés al sacerdote. A pesar de todo, su carácter seguía siendo alegre, juguetón y bromista. En esto, nuestro Beato puede presentarse también como un modelo para muchas personas que tuvieron una infancia y una juventud afectivamente pobres. Los testimonios decían de él que era muy jovial, que le encantaba hacer feliz a todo el mundo y era evidente que su alegría brotaba de su interior, ciertamente por su relación estable con Dios. Sus hermanos religiosos atestiguan que su alegría era una combinación de diferentes virtudes y que su objetivo era hacer felices a los demás. Incluso al final de su vida terrenal, un testigo declaró: “Vi personalmente al P. Moisés muy enfermo y postrado, y sin embargo bromeaba con nosotros”. En medio de sus numerosas enfermedades, intentaba no ser una carga para todos nosotros y para los demás. El fundamento de su alegría -dice otro testigo- era hacer siempre la voluntad de Dios, como Jesús: ésta era su fuente de alegría”. Así vivía el Beato Moisés la “pequeñez” de la que nos habla el Evangelio. Antes de concluir esta reflexión mía, permítanme subrayar otra característica suya, que nos remite a un caso actual en la Iglesia. Se trata de su especial carisma para la dirección espiritual, que ejerció no sólo en la celebración del sacramento de la Penitencia, al que dedicaba de seis a ocho horas diarias, sino también en el acompañamiento de muchas personas, a las que también orientó en su opción de vida. Su infancia espiritual se transformó aquí en paternidad espiritual, con la que infundía en los corazones paz, confianza en Dios, seguridad. No abatía, sino que elevaba el espíritu, decían de él, y ésta es una necesidad muy sentida en la Iglesia de hoy. Sabéis, queridos amigos, que el próximo mes de octubre se celebrará en Roma la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. En el material preparado para estos trabajos se lee, entre otras cosas, que “una Iglesia sinodal es una Iglesia que escucha, capaz de acoger y de acompañar” y que, por tanto, “parece muy oportuno dar vida a un ministerio reconocido y eventualmente instituido de escucha y de acompañamiento, que haga concretamente experimentable tal rasgo característico de una Iglesia sinodal”. Se necesita una “puerta abierta” a la comunidad, por la que la gente pueda entrar sin sentirse amenazada o juzgada”. Se trata, se subraya también, de un ministerio que no puede considerarse reservado únicamente a los ministros de la Iglesia. Al contrario, “tiene un carácter profético”, ya que la escucha y el acompañamiento son una dimensión ordinaria para todos los bautizados.[7] Se trata, como bien sabemos, de las obras de misericordia mencionadas en la tradición cristiana. Esperemos que esta celebración solemne pueda ser un hermoso signo de aliento en la Iglesia. Encomendemos todo esto a la Virgen María, la Virgen morenita tan amada y venerada en este santuario de Guadalupe. Deseo honrarla con unas palabras del Papa Francisco, a quien agradezco que me haya enviado entre vosotros para este rito de beatificación. Las pronunció hace dos años, durante una misa en honor de la Guadalupana. Dijo que vivimos un “tiempo amargo, lleno de fragmentos de guerra, de injusticia creciente, de hambre, de pobreza, de sufrimiento”; agregó, sin embargo, que “aunque este horizonte se presenta sombrío y desconcertante, con presagios de destrucción y desolación aún mayores, sin embargo la fe, el amor y la condescendencia divina nos enseñan y nos dicen que también éste es un tiempo propicio de salvación, en el que el Señor, por medio de la Virgen María, mestiza, nos sigue dando a su Hijo, que nos llama a ser hermanos, a dejar a un lado el egoísmo, la indiferencia y a ser buenos amigos”, invitándonos a hacernos cargo “rápidamente” unos de otros, a tender la mano a los hermanos y hermanas olvidados y descartados por nuestras sociedades consumistas y apáticas, a nuestros hermanos y hermanas desechados. Hoy como ayer, Santa María de Guadalupe quiere encontrarse con nosotros, como una vez se encontró con Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Quiere quedarse con nosotros. Nos suplica que le permitamos ser nuestra madre, que abramos nuestra vida a su Hijo Jesús y acojamos su mensaje para aprender a amar como Él” (Homilía del 12 de diciembre de 2022). Que el ejemplo y la intercesión del beato Moisés nos ayuden en todo esto. Amén.
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Apéndice
Ayer, en la Ciudad de México, fue beatificado Moisés Lira Serafín, sacerdote, fundador de la Congregación de las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada, fallecido en 1950, después de una vida dedicada a ayudar a las personas a progresar en la fe y en el amor al Señor. Que su celo apostólico estimule a los sacerdotes a entregarse sin reservas por el bien espiritual del pueblo santo de Dios. Plaza Vaticana, Ángelus, 15 de septiembre del 2024 Papa Francisco
[1] Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos. [2] Se publicó en el portal de la Santa Sede del 15 de septiembre del 2024. [3] Cf. In capite jejunii II, 1: PL 183, 171. [4] Cf. Rm 8,15; Gal 4,6 [5] Mt 11,25 [6] Cf. Cipriano, De oratione Dominica XI, PL 4, 526 [7] Cf. Instrumentum laboris nn. 33-34 |