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COLABORACIONES ESPECIALES

 

 

¿Guadalajara de Alcalde?

 

Ixchel Nacdul Ruiz Anguiano[1]

 

 

A instancia del regidor Luis Cisneros,

presidente de la Comisión de Obras Públicas, Desarrollo Urbano y

Movilidad del Ayuntamiento de Guadalajara,

el 15 de marzo del 2023 se presentó en rueda de prensa

al pie de la escultura dedicada al Benemérito de Jalisco Fray Antonio Alcalde,

al filo del Paseo que lleva su nombre y al día siguiente del cccxxii aniversario de su natalicio, la conformación de una mesa interdisciplinar para postular la iniciativa

para agregar a la capital de Jalisco el apellido de su bienhechor más distinguido.

La representante oficial del Colegio de Jalisco y distinguida investigadora del personaje,

al tiempo de su participación leyó lo siguiente.[2]

 

 

 

 

 

 

Es de todos los presentes conocida la vasta obra y legado de fray Antonio Alcalde, mas acercarse a él desde la academia permite conocer a profundidad la cantidad de líneas dedicadas a la vida del obispo Alcalde que se han vertido en publicaciones de diversa índole, desde el momento de su muerte, acaecida en 1792, hasta nuestros días.

A partir de ello, y para dar cuenta del fuerte vínculo entre el obispo dominico y esta ciudad, puedo decir que resulta significativo que el primer impreso de Guadalajara fuera precisamente dedicado a Alcalde. Me refiero a los Elogios fúnebres con que la Santa Iglesia Catedral de Guadalaxara ha celebrado la buena memoria de su prelado el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Maestro Don Fray Antonio Alcalde, título con el que circuló el sermón pronunciado en las exequias del obispo por el tesorero de la Catedral, Juan Joseph Moreno.

Sin embargo, no todos los textos en torno a Alcalde, ni siquiera la mayoría de ellos, fueron escritos por religiosos. Y es aquí donde quiero centrar la atención, en el carácter conciliador de la figura de fray Antonio Alcalde.

Desde el siglo xix, destacados liberales dedicaron obras biográficas a nuestro homenajeado, como es el caso del jurista jalisciense Mariano Otero, quien a pesar de su reconocida posición ideológica, se deshace en elogios hacia el religioso español y le brinda reconocimiento como agente modernizador de la ciudad, figura –la de parteaguas– que se mantendrá hasta la actualidad:

 

Así al morir el Señor Alcalde pudo muy bien considerar que nos legaba la segunda ciudad de la Nueva España, porque la Guadalajara de entonces era ya en realidad la Guadalajara de hoy. Crecieron rápidamente sus relaciones materiales: la sociedad entró en la carrera del gusto y de la civilización: las artes dieron un paso, el comercio se extendió...[3]

 

Por su parte, el historiador liberal Luis Pérez Verdía, al igual que Otero, consideró al cigalés el actor clave de la transformación de Guadalajara:

 

Vino el señor Alcalde en época de depresión intelectual y a su empuje brotó la alborada científica y literaria [...]; hoy mismo lo miramos a través de un siglo entero, y examinando sus obras observamos con sorpresa que son dignas de nuestra futura generación [...] el señor Alcalde en alas del progreso se anticipaba al siglo xix y volaba hacia un porvenir más culto, buscando la luz para las inteligencias, la instrucción para el pueblo...[4]

 

Así pues, desde entonces hasta ahora, independientemente de creencias o filiaciones, fray Antonio Alcalde es digno de los mayores reconocimientos, conciliando posiciones con el fin de enaltecer su memoria y preservar su legado. Sólo por mencionar algunos ejemplos: la declaratoria como Benemérito de Jalisco (1996), la inscripción en letras de oro de su nombre en el muro central del Palacio Legislativo (2001), la inscripción en letras de oro en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de Guadalajara (2005), la colocación de su retrato y efigie como fundador en la Rectoría General de la Universidad de Guadalajara (2017) o la colocación de su escultura en la rotonda de los jaliscienses ilustres (2018).

No cabe duda que ante sus indiscutibles méritos y herencia viva, fray Antonio Alcalde hace coincidir voluntades políticas y ciudadanas, que estoy segura no faltarán para impulsar la iniciativa que hoy nos convoca. Ya lo dijo Pérez Verdía:

 

La figura histórica del señor Alcalde no pertenece a los dominios estrechos de ningún partido; que las banderías resiéntense siempre de desconsolador exclusivismo [...], si se comparan con la universalidad de las ideas, con la grandeza de la humanidad, con lo infinito del amor y con lo sublime de la caridad...[5]

 

Dicho lo anterior, queda clara la viabilidad, pertinencia y justicia de “Guadalajara de Alcalde”, proyecto integral que contempla mesas de trabajo, así como una fuerte labor de socialización y difusión.

En ese tenor, y para terminar, retomo las palabras inspiradas por fray Antonio del ya citado Otero:

 

En esos días [1771] la Providencia mandó a Guadalajara a un genio de beneficencia y de caridad, uno de aquellos hombres raros, que en toda su vida no se han ocupado en otra cosa que en hacer el bien, y cuya memoria ha quedado íntimamente enlazada con la historia de Guadalajara.[6]

 

Y yo agrego: como enlazados podrían quedar sus nombres...

 



[1] Egresada del Doctorado en Historia Iberoamericana, Maestra en Ciencias de la Arquitectura y Licenciada en Estudios Políticos y Gobierno por la Universidad de Guadalajara, es académica de la Universidad de Guadalajara. Actualmente es Secretario General de El Colegio de Jalisco, donde coordina el Seminario Permanente de investigación Fray Antonio Alcalde, op.

[2] Este Boletín agradece a la Mtra. Ruiz Anguiano su inmediata disposición para publicar su discurso en estas páginas.

[3] Mariano Otero, “Noticia biográfica del Sr. Alcalde, obispo de Guadalajara” en Primer calendario manual para el año de 1865, Tip. de la Agencia General, Guadalajara, 1864, cit. por José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, Tomo Tercero, Vol. 1, Editorial Cultura, México, 1963.

[4] Luis Pérez Verdía, Biografìas. Fray Antonio Alcalde, Prisciliano Sánchez, Instituto Tecnológico de la Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1952, p. 67.

[5] Id.

[6] Mariano Otero, loc. cit.



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