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Siervo bueno y fiel

1ª parte

Enrique Varela Vázquez[1]

 

 

La semblanza que sigue la compuso Enrique Varela

al tiempo de  cumplirse cien años del nacimiento de don José Garibi.

El valor del testimonio que sigue es intrínseco, toda vez que su autor,

en su calidad de Director de la Cámara de Comercio de Guadalajara

–pero ante todo, como fiel laico–,

fue durante muchos años un puente entre la sociedad civil

y la Arquidiócesis de Guadalajara.[2]

 

 

Era una fría mañana del primero de enero de 1936. En la Guadalajara provinciana que entonces contaba con una población de poco más de doscientos cincuenta mil habitantes, se había iniciado un nuevo año en el que los tapatíos habían percibido buenos augurios para su ciudad, sus barrios, familias, intereses y actividades: Todo transcurría normal. Si acaso el movimiento de personas no era el ordinario ya que por ser día festivo las actividades se habían reducido. Sin embargo, cerca de las once de la mañana empezó a correr un rumor que partiendo del centro de la ciudad fue envolviendo y recogiendo opiniones y voces, inundando los barrios del Santuario, la Capilla, el Pilar, San Francisco, del Padre Galván, Mexicaltzingo y cruzando la calzada se había también enseñoreado en el de Analco y el popular de San Juan de Dios.

Las palabras se atropellaban y la noticia corría de boca en boca. En la Catedral durante la celebración de la misa anual que el comercio de Guadalajara celebraba de acuerdo a la tradición y juramento de siglos atrás, sin previo aviso y ante los ojos atónitos de los fieles que ocupaban las tres naves del templo, había aparecido solemne, mayestática, la figura del Quinto Arzobispo de Guadalajara don Francisco Orozco y Jiméne, que se presentaba ante sus feligreses después de estar oculto, tras su quinto destierro.

Pocos sabían de su presencia en la capital y los que tenían conocimiento de ello supieron guardar la discreción y el secreto, protegiéndolo así de sus gratuitos enemigos. La ceremonia religiosa la presidía el Arzobispo Coadjutor don José Garibi Rivera quien de acuerdo a las rúbricas y liturgia de eses tiempos celebraba la pontifical en el faldistorio, una pequeña y especial silla colocada de espaldas al altar.

El trono reservado al metropolitano había estado vacío pero iniciada la ceremonia surge la figura de aquel que según las palabras de su sucesor: “Sus amigos lo amaron, sus enemigos lo odiaron pero lo admiraron”. Fue tal el entusiasmo que despertó la noticia que las calles de Alcalde e Hidalgo y todas las demás que conducían a la máxima iglesia tapatía, se empezaron a llenar de personas de todas las clases sociales, edad y condición que presurosas acudían al recinto el cual colmaron en toda su capacidad, quedando muchos fuera de sus puertas.

Al terminar el acto litúrgico el pueblo no soportó más y dio escape a su júbilo y los gritos, los aplausos y lágrimas se empezaron a escuchar entre vivas y frases de cariño, obligando al prelado a revestirse con los ornamentos regios de capa pluvial, mitra y báculo para recorrer triunfante las naves del templo permitiendo así a quienes no habían logrado ingresar al recinto, recibir su bendición.

Delante del sufrido pastor, del San Atanasio del siglo xx como fue llamado, iba su Cirineo que le había ayudado a llevar la cruz y gozoso compartía la alegría de la grey con la presencia de quien había sido su guía, maestro y padre.

Una figura, ciertamente inolvidable es la del Arzobispo Coadjutor quien en esos momentos compartía con su antecesor el agradecimiento de la grey por volverlo a contemplar bajo las naves catedralicias con aquella dignidad y principesca presencia, que hizo exclamar a un Cardenal en la Basílica de San Pedro el 12 de diciembre de 1933 al verlo celebrar ante el Papa Pío xi: “Él es más Cardenal que todos nosotros”.

Todavía existen jaliscienses que recuerdan al señor Garibi bajo las órdenes del Metropolitano tapatío, obedeciendo, ejecutando y llevando a cabo las disposiciones y deseos de su prelado. “Siervo bueno y fiel” que supo interpretar sus deseos, mereciendo con ello la confianza, el apoyo y la gracia para prepararse a ocupar su lugar.

Como Obispo Auxiliar de Guadalajara y titular de Rosso, le correspondió una etapa con características especiales dentro de la iglesia mexicana. Multiplicando sus actividades y no solamente en las oficinas curiales o en el cabildo catedralicio, sino también en la labor pastoral y de culto, no conoció el descanso a sus fatigas y siempre respondió con creces a lo que su situación y cargo pedía.

En aquel tiempo existió una disposición del Estado Mexicano, para que se registraran los sacerdotes y así poder ejercer su ministerio, fijando un número preciso para determinar zona o número de fieles.

Guadalajara lo vio desplazarse y multiplicar su actividad para cubrir las necesidades espirituales en varios templos al encargarse formalmente cíe la Catedral, La Merced, San Agustín, dando a conocer así su celo y la infatigable tarea que llevó a cabo para atender a los numerosos fieles que en una u otra forma solicitaban sus servicios.

            Sintiendo el señor Orozco y Jiménez que las fuerzas físicas le iban faltando, obtuvo de la Santa Sede el nombramiento para el señor Garibi de Arzobispo titular de Bizya y Coadjutor de Guadalajara, con derecho a sucesión. El 11 de enero de 1935 el pastor presentó a su sucesor; ordenó se leyera la bula referente y pidió se le diera a quien tomaría después las riendas y destino de la Arquidiócesis, el respeto, la veneración y obediencia que se merecía por su elevada designación.

 

1.    El sexto Arzobispo

 

Después de 23 años de regir la Arquidiócesis, Francisco El Grande, entregó su alma al Creador el 18 de febrero de 1936 a las 6.45 de la tarde. A partir de ese momento la Arquidiócesis de Guadalajara que había perdido a tan ilustre y magnánimo Pastor, sin quedar en la orfandad recibió a su nuevo Arzobispo, el sexto de su historia arquidiocesana y el primero de su jerarquía nacido en Guadalajara.

Si sus actividades como Obispo Auxiliar y Arzobispo Coadjutor fueron abundantes, al hacerse cargo ya plenamente de la Arquidiócesis, multiplicó sus afanes y llevó a cabo una tarea pastoral no tan sólo en frutos y bienes espirituales sino también en varios aspectos y sucesos de gran relevancia social e histórica en la vida de la iglesia tapatía.

Entre sus primeros actos del nuevo Arzobispo destacan entre otros, su viaje con varios obispos mexicanos a una reunión en San Antonio, Texas, para establecer un Seminario interdiocesano en el vecino país estadounidense. De allí surgió el llamado Seminario de Montezuma en Nuevo México, del que siempre fue protector y en el que se formaron gran número de sacerdotes de todo el país y, por supuesto, de la propia Arquidiócesis de Guadalajara.

Un rasgo que caracterizó al mitrado jalisciense durante toda su vida fue el poseer una gran sensibilidad unida a la gratitud y reconocimiento a quienes le hicieron algún bien; lo demostró al nombrar prebendado al entonces Secretario del Cabildo Eclesiástico, don Lorenzo Altamirano, quien fue el sacerdote que bautizó al Arzobispo tapatío el 1º de febrero de 1889, en el Sagrario Metropolitano de Guadalajara.

Junto a los esplendores y magnificencia de la liturgia al consagrar como obispo de Tepic al señor doctor don Anastasio Hurtado, el primero de la larga serie de obispos que elevó a la plenitud del sacerdocio, y recibir la protesta de obediencia de la curia, párrocos, rectores de templos y miembros del clero, una de sus primeras amarguras casi al iniciar su gobierno, fue el incendio que manos criminales provocaron el 14 de abril de ese mismo año en el templo de San Francisco de su ciudad episcopal. En este siniestro se consumieron históricas imágenes muy veneradas por el pueblo de Guadalajara, las que además de su gran mérito pictórico o escultórico, habían sido objeto de cuidadoso respeto y devoción por parte de los habitantes de la ciudad.

El Arzobispo quedó investido como tal al recibir el Palio, que le fue impuesto el 12 de agosto de 1936, y en cuya ceremonia el señor obispo de Tabasco y aclamado orador don Vicente María Camacho –quien fue consagrado junto al señor Garibi el 7 de mayo de 1930–, al pronunciar el sermón en esta inolvidable ceremonia, indicó al nuevo Metropolitano que el palio que se lleva sobre los hombros es de lana porque el pastor debe preocuparse por sus ovejas imitando al Buen Pastor que deja a las noventa y nueve para proteger a la más pobre y descarriada, y que tiene seis cruces negras porque el Pastor debe abrasarse en las tribulaciones de la cruz.

 

2.    El pontificado del señor Garibi

 

Es una relación extraordinaria de hechos sobresalientes de los cuales enumeraremos los principales. Al cumplir sus bodas de plata sacerdotales el 19 de marzo de 1937, su Arquidiócesis la celebró con gran esplendor recordando su cantamisa que tuvo lugar en el templo de San José de Gracia de esta ciudad. Durante esos cinco lustros su ministerio sacerdotal además de los abundantes frutos espirituales para los fieles, había sido de buen ejemplo para los sacerdotes contemporáneos y a él encomendados.

Uno de los principales atributos y preocupación de los obispos es el convocar al Sínodo Diocesano, en el que se unifica la disciplina eclesiástica, se reforman las costumbres del pueblo cristiano y se codifica una serie de procedimientos adecuados a la vida de la diócesis. El señor Arzobispo Garibi convocó el primer Sínodo Diocesano de Guadalajara nombrando catorce comisiones de estudio que prepararan los esquemas que sirvieron de base a los estatutos y constituciones sinodales. Los clérigos más selectos y mejor preparados en cada materia fueron nombrados para integrarlas y al repasar la nómina de las mismas encontramos a sacerdotes que al transcurrir de los años ocuparon puestos importantes en la Iglesia no tan sólo tapatía sino mexicana. Bástenos mencionar al señor Cardenal don José Salazar López quien formó parte de la Comisión de ‘Cuestiones Sociales’.

Una vez repartidos los temas de estudio entre las diversas comisiones y la magnífica y oportuna cooperación, se redactó el texto del Sínodo llevándose a cabo el mismo, los días 23, 24 y 25 de mayo de 1938. El documento fue una adaptación de las leyes canónicas generales, de acuerdo a las circunstancias y necesidades de la Arquidiócesis, documento que mereció no tan sólo la aprobación sino también el reconocimiento y elogios de Roma.

Terminado el Sínodo, se celebró el Primer Congreso Eucarístico durante los días 26 al 28 de mayo, en las mismas fechas en que se llevaba a cabo el Congreso Eucarístico Internacional en Budapest, Hungría. Se recibió el beneplácito pontificio para la celebración de dicho Congreso mediante comunicación del entonces cardenal Eugenio Pacelli, después Pío xii, en las que manifestaba su complacencia.

Habiendo ya rendido alabanza y honor al Todopoderoso, actos principales de desagravio, recepción de sacramentos, horas santas, oraciones y procesiones, y a la vez, contando con la determinación que regula y defiende por medio de leyes la disciplina del clero y del pueblo cristiano, el sexto Arzobispo de Guadalajara abrió los cauces que permitieron durante su gobierno pastoral llevar a cabo, auspiciar, preparar y consolidar actos y acontecimientos de trascendencia no tan sólo en la vida arquidiocesana sino también en el ámbito nacional.

 

3.    Algunas acciones más destacadas

 

A riesgo de algunas omisiones podemos enumerar los siguientes: obtuvo de la Santa Sede la elevación de la Iglesia Catedral a Basílica Menor en septiembre de 1939, honrando así al templo máximo de Arquidiócesis en cuando sede del Obispo.

Con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de Guadalajara, el 14 de febrero de 1942, se unió a los festejos conmemorativos dando gracias al Supremo Hacedor por cuatro siglos de vida tapatía proclamando a la taumaturga y venerada imagen de Nuestra Señora de Zapopan como Patrona de Guadalajara y entregándole las llaves de la ciudad.

En ese mismo mes fueron trasladados los restos de su antecesor, de la cripta de la familia Garibi en el panteón de Belén, a la capilla de El Santísimo en la propia catedral. Así, Guadalajara volvió a vibrar ante el recuerdo de su inolvidable v Arzobispo.

Con gran diligencia se preparó y llevó a cabo en Guadalajara el Primer Congreso Misional celebrado en la República Mexicana.

Al cumplirse 250 años de la fundación del Seminario Conciliar de Señor San José, se celebró este acontecimiento en 1946, lo que fue una muestra de la preocupación, desvelos e interés del mitrado jalisciense por su seminario al que no solamente dotó de edificios y locales adecuados para las circunstancias y la época, sino que también le entregó lo mejor de su presbiterio, sacerdotes de gran preparación y rectitud que formaron el cuerpo de superiores y profesores, varios de ellos ocuparon sedes episcopales después de haber forjado y formado el presbiterio de la arquidiócesis en la virtud y la ciencia.

El señor Garibi tuvo especial predilección por el seminario, lo visitaba continuamente, estaba atento a todo lo que ocurría en él y participaba en diversos actos de su vida cotidiana, llegando a ocupar en varias ocasiones la cátedra para dar conferencias o pláticas a los alumnos –“a sus procopios” como llamaba a los seminaristas–, a quienes desde sus primeros años iba conociendo y valorando sus aptitudes, gustos y anhelos que después le permitían, siendo ya sacerdotes, colocarlos en el campo apostólico en que mayor bien podrían realizar.

El 13 de julio de 1948 culminaron los festejos para celebrar el Cuarto Centenario de la erección de la Diócesis de Guadalajara con la participación de varios señores obispos no tan sólo de México sino aún de algunas diócesis de Estados Unidos cuyo territorio había pertenecido a la primera diócesis de Guadalajara, que nació con el nombre de Compostela. En esta ocasión, el Canónigo Magistral don José Ruiz Medrano, de feliz memoria, resaltó que “la iglesia es la raíz de la esencia de Guadalajara. Raíz de un árbol lleno de frutos de piedad, cultura y ciencia”.

En enero de 1953 la ciudad de Guadalajara fue la sede del Congreso Nacional de Cultura Católica en donde se manifestó en forma amplia la aportación hecha por la Iglesia en México en orden a la solución de problemas humanos; se estudió y afirmó el pensamiento católico, se trató de las relaciones entre la economía y la moral, se habló con gran énfasis sobre los derechos del hombre y se trataron los problemas urgentes en el campo de la cultura mexicana.

En 1954 se consolidó en forma relevante el pontificado del señor Garibi al celebrar el Segundo Concilio Provincial, para solucionar los problemas no tan sólo de su propia Arquidiócesis sino también de la provincia eclesiástica de la que formaban parte las diócesis de Aguascalientes, Colima, Tepic y Zacatecas. Se puede decir que fue una realización fundamental durante su vida arzobispal ya que su gobierno se apegó al Derecho Canónico, así como también a las orientaciones de la Santa Sede y a las muy especiales circunstancias de la Arquidiócesis. Las actas y decretos de este Concilio ponen de manifiesto, junto con las normas que se aprobaron, las actividades de gobierno, fidelidad a la Iglesia y necesidad de la transformación de toda la provincia en materia religiosa que nunca escatimó don José a su ministerio.

En 1955 celebró sus Bodas de Plata Episcopales. A la misa solemne de acción de gracias acudieron numerosos obispos mexicanos, que le refrendaron el afecto y respeto que ya le habían mostrado al elegirlo en varias ocasiones su Presidente.

El 9 de octubre de 1958 moría el Papa Pío xii y era elegido como nuevo pontífice de la Iglesia Universal el Cardenal Angelo Roncalli con el nombre de Juan xxiii. Antes de que esto sucediera la Santa Sede había convocado a principios de noviembre a una reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano que tendría lugar en la Ciudad Eterna. El entonces Arzobispo Garibi Rivera delegó su representación en su Arzobispo Coadjutor don Francisco Javier Nuño, quien acudió a las sesiones y de paso, a nombre del señor Garibi, practicar la visita ad Limina que periódicamente obliga a los obispos a informar a la Santa Sede del estado de sus diócesis.

Pasada la elección del nuevo Papa, se le reiteró al Prelado tapatío tomara parte, personalmente, en las reuniones del celam en Roma; expresó de forma comedida que ya estaba debidamente representado por monseñor Nuño, pero la nueva insistencia de parte de la Secretaría de Estado, que le señalaba la complacencia que en ello tendría el Santo Padre, aceptó viajar al antiguo continente tal y como se le convocaba. Y aunque se le sugirió acelerar su traslado a la Ciudad Eterna tomando en cuenta las ceremonias de coronación del nuevo Papa, que tendría lugar el día 4, contestó que sí haría el viaje pero que llegaría después de esta fecha, toda vez que quería presidir en su Catedral la misa del Espíritu Santo, con la que iniciaba el año lectivo en el Seminario Conciliar.

Proverbial, para quienes fueron testigos de eso, fue que no bien termino la Eucaristía en tal marco, pasó a la Sala Capitular para pronunciar una sentida despedida en la tomaron parte los superiores y profesores del plantel levítico. Concluida la sesión, se embarcó en ferrocarril a la Capital de la República y de esta, en avión, a Roma.

 

4.    Designado Primer Cardenal mexicano

 

El viernes 14 de noviembre de 1958 en un intervalo de las sesiones del celam, le abordó el señor Arzobispo Antonio Samoré, de la Secretaría de Estado Vaticano, gran amigo de México y uno de los bienhechores del Colegio Mexicano en Roma, el cual puso en sus manos un sobre que le enviaba el Sumo Pontífice. El señor Garibi guardó dicho documento y al llegar a su habitación del Colegio Píolatinoamericano, donde se hospedaba, lo rasgó y encontró en su interior otro con la leyenda “Reservado bajo secreto pontificio y con obligación de conciencia”. En él leyó que Su Santidad Juan xxiii honraba a la iglesia mexicana en su persona, anunciándole que en el próximo consistorio sería elevado al cardenalato.

De labios del propio señor Garibi escuché, con mucha emoción de su parte, que la misiva del Sumo Pontífice llevaba fecha del 12 de noviembre, día en que todo el mes para los mexicanos es de gran significación por nuestra Patrona y Madre, la Santísima Virgen de Guadalupe.

Su Secretario de viaje, don Antonio Chávez Carvajal contó, ya por acá, que desde ese viernes al medio día, el sábado y el domingo, notó en don José un semblante distinto y una inquietud sumamente rara, siendo proverbial en él la impasibilidad. Pero como también lo fue su obediencia cabal y estricta por las normas de la Iglesia y no se diga a las instrucciones del Papa, el guardar esta revelación incluso a sus más allegados –que sí echaron de ver en él en los siguientes días un cambio–, durante horas largas –que luego describiría como de angustia–,  durante las cuales no le abandonó, decía, sentir la pequeñez de su persona ante tan elevada dignidad, en sus palabras, inmerecida. 

Así transcurrió el fin de semana y por fin el lunes 17 de noviembre, mientras al lado de los obispos latinoamericanos recorría las instalaciones de Radio Vaticana, uno de los empleados de ella compartió la noticia de que Juan xxiii acababa de anunciar la celebración de su primer consistorio en el cual serían elevados a la dignidad cardenalicia 23 prelados del mundo, entre ellos a un mexicano.

Al regresar a su habitación del Colegio Píolatino se encerró en ella, casi como si tuviera que esperar al emisario  que allí mismo y en voz alta hizo público que el mexicano nombrado cardenal era el Arzobispo de Guadalajara, el doctor José Garibi Rivera. Estalló en júbilo el Colegio, ya que de forma simultánea se anunció idéntica distinción a favor del Arzobispo de Montevideo, Fray Antonio María Barbierie, ofm cap, y la del Arzobispo de Sevilla, la ciudad hermana de Guadalajara, don José María Bueno y Monreal.

La noticia voló por los aires y se supo en nuestra urbe ya en forma oficial, aproximadamente a las nueve de la mañana. Todo fue jolgorio en la curia diocesana y en toda la ciudad. A las doce del día las campanas catedralicias dejando oír sus bronces repicaron y el eco de sus badajos se esparció por todo el valle de Atemajac y en círculos concéntricos a la Arquidiócesis y al país, pues luego de tantos años y a despecho de tantos pesares y dificultades, México tenía el primer Cardenal de su historia.

El Cardenal nombrado visita al Santo Padre y le manifiesta su pequeñez para tal honor. El Sucesor de Pedro le dio palabras de consuelo y aliento y le animó a aceptar la nueva responsabilidad tal y como lo había hecho en todos los cargos que había ocupado durante su vida. El 18 de diciembre le impone el birrete a nuestro preclaro tapatío. Las bóvedas de la Basílica de San Pedro escuchaban el clamor de miles de mexicanos y varios tapatíos que aclaman al nuevo príncipe de la Iglesia.

Al regresar a la patria, apresuradamente acudió a la Basílica de Guadalupe ya en la Ciudad de México. Era el día 27 de diciembre y ni las fatigas propias de largo viaje le privaron de postrarse a los pies de la Virgen Morena del Tepeyac para agradecer los favores dispensados en su persona a la fe católica de los mexicanos, siendo él en tal coyuntura, como un nuevo Juan Diego, sí de nimio y anonadado.



[1] Tapatío (1928-2019), se formó en el Seminario Conciliar de Guadalajara y fue luego Director de la Cámara de Comercio de Guadalajara por 33 años; en 1966 formó la Federación de Cámaras de Comercio de Jalisco. Durante su gestión en ese ámbito se creó el primer centro comercial de América Latina, la Plaza del Sol. Su contribución al nacimiento del Consejo de Colaboración Municipal, entre habilitado para promover la participación del ciudadano en la comunidad fue muy grande. Fue miembro fundador del Patronato para la Conservación y Promoción Cultural del Antiguo Hospital Civil de Belén y postulador de la causa de canonización de Fray Antonio Alcalde.

[2] “Siervo Bueno y Fiel” se publicó en el periódico El Informador, Diario Independiente, el domingo 19 de febrero de 1989, Guadalajara, Jalisco, pp. 11-14.



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