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“El sacramento ya se perdió y lo llevó el aire”.

Análisis del proceso inquisitorial contra Juan de Morales

4ª parte

 

Juan Frajoza[1]

 

La sensibilidad sagrada de los pueblos amerindios

chocó de modo frontal con la blasfemia, que por diversos motivos

formaba ya parte –y sigue gozando de cabal salud– de la cultura peninsular,

pero no llegó a serlo de la novohispana, según se echa de ver aquí,

precisamente por el rango de respeto a lo sacro de las culturas amerindias.

 

 

Ante la inquisición ordinaria

 

Habiéndole sido presentada el 16 de julio de 1571 la comisión expedida por el Deán y Cabildo Catedralicio de Guadalajara, el juez de residencia hizo formal entrega al padre Miguel Lozano de los autos de la causa principal y del reo. Sin embargo, contraviniendo la jurisdicción eclesiástica, mantuvo en sí y continuó conociendo hasta el día 26 en la querella criminal que interpuso el alguacil Bartolomé Rodríguez por la sustracción y ocultamiento del proceso. Huelga decir que Juan de Morales negó terminantemente este cargo y, sin efectuar careos o indagaciones más escrupulosas, Gaspar de la Mota dejó la cuestión inconclusa y no entregó el expediente al juez comisionado.[2]

El cura y vicario de Teocaltiche, actuando en consecuencia, ordenó al sevillano que tuviera por prisión la casa real del pueblo, “atento que en el dicho juzgado eclesiástico no hay cárcel suficiente y que, so pena de descomunión y de cincuenta pesos de minas, no quebrante la dicha carcelaria en ninguna manera ni salga de ella en sus pies ni ajenos”, siendo testigos Juan de Miranda, Tomé López y Francisco Gómez.[3] Ésta y las posteriores diligencias fueron formadas ante el notario Eugenio Juárez (ca. 1546), esposo legítimo de Ana de Cifuentes (ca. 1541),[4] cuyo nombramiento le fue expedido el día anterior a fin de levantar informaciones en el proceso fulminado contra el poeta placentino Pedro de Trejo.[5]

En el transcurso de su confesión, que le fue tomada el día 18, Morales no negó haber maltratado y golpeado a María Tuzpetlacatl por habérsele excusado de ir a servir a la estancia de Mezquitic. Afirmó que sólo se dio cuenta que se encontraban presentes don Pedro de Mendoza, María Mexicana y Miguel Moaste, sujeto que le estaba sirviendo de nahuatlato para poder comunicarse con la criada de Martín de Arnani, sin haber logrado percibir que se acercaran más indios. En cambio, los españoles que guardaban los bueyes se hallaban en las cercanías pero por fuera y, de hecho, tras perjudicar a la india, se dirigió hacia ellos porque entre el ganado que arriaban iban unos animales suyos y ahí tuvo otra mohína. Finalmente,

 

fuele preguntado que por qué cuando daba a la dicha india de bofetones, como tiene dicho, cuando la dicha le dijo: “señor, ¿por qué me das?; no eres cristiano, y te has confesado y comulgado”, le respondió: “anda, que no hay Sacramento, que ya se perdió”; dijo que la dicha india María no le dijo tales palabras, y, que si las dijo, que este confesante no las oyó por ser como es sordo y que no le respondió ni le dijo, entonces ni en ningún tiempo, las palabras contenidas en la pregunta ni otras semejantes que fuesen contra Nuestra Santa Fe Católica, porque este confesante es buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia y no había de decir tales palabras, y que si las hubiera dicho que este confesante como buen cristiano hubiera venido a la corrección de la Santa Madre Iglesia y a pedir misericordia.[6]

 

Para cumplir con todos los lineamientos legales inherentes al proceso inquisitorial, dos días más tarde el padre Lozano nombró por fiscal a Francisco Toscano, español que tenía alrededor de año y medio que había pasado a formar parte de los vecinos de Teocaltiche,[7] quien formuló la acusación en los siguientes términos:

 

acuso y denuncio del dicho Morales por cuanto el susodicho, con poco temor de Dios Nuestro Señor y como mal cristiano, dijo que no había Sacramento, que ya se lo había llevado el aire, y otras palabras atroces y feas y abominables, por donde se infiere y entiende ser hombre mal cristiano y no firme en Nuestra Santa Fe por haber dicho semejantes palabras, como parece por el proceso a que me refiero, demás de que el susodicho suele no guardar fiesta ni domingo, antes las lleva por el tenor que los otros días de trabajo, por donde se entiende haber dicho las palabras de suso escritas. Por tanto:

Respondiendo al traslado a mí dado por Eugenio Xuárez, notario, a vuestra merced pido y suplico, y si es necesario requiero, mande castigar y castigue, prender y aprisionar al dicho Juan de Morales conforme a la calidad del delito, que siendo necesario yo de parte de la justicia eclesiástica me profiero a dar más bastante información, por lo cual, y por lo que en el proceso está probado como dicho tengo, debe ser el dicho Morales castigado so las mayores y más graves penas en derecho establecidas para que con su castigo sea a él pena y a los demás que lo supieren ejemplo.[8]

 

Dándosele el correspondiente traslado, Juan de Morales dio por ningunos los cargos, fundado en tres incidentes: 1) porque la acusación, además de no estar puesta en tiempo y forma, carecía de varias solemnidades de derecho; 2) porque no cometió los delitos, los testigos eran indios, sus declaraciones variaban y no debían tomarse como prueba concluyente; pero lo más importante, ciertas deposiciones no guardaban el orden que el derecho demandaba y la sumaria información fue habida por Alonso Macías Valadez, teniente de alcalde mayor de Santa María de los Lagos, con el exclusivo objeto de “complacer al padre Juan de Cuenca [Virués], “mi capital enemigo; y por [ser] juez incompetente que no tenía ni tuvo jurisdicción alguna en la parte donde hizo la información para la poder hacer, y por haber usado de jurisdicción no teniéndola, y del daño y afrenta que por razón de ella he recibido y recibo, protesto de lo pedir y acusar como mejor viere que me conviene”;[9] y 3) porque siendo descendiente de cristianos viejos y una persona que acostumbraba guardar los mandamientos, artículos de la fe y todo aquello que disponía la Iglesia, no debía presumirse que hubiera expresado que el Sacramento se lo llevó el aire, como trataba de aducir el fiscal; además de que algunos testigos, tratando sobre este negocio delante de personas honradas, “han dicho y confesado […] no haber declarado lo que está en sus dichos diciendo que ellos lo habían visto decir y hablar a mí, salvo haber dicho que lo habían oído decir a la india con quien yo reñí, y por su inducimiento y por Martín de Arnani habían declarado sus dichos, y que en efecto ellos no lo habían declarado conforme como estaba escrito”.[10] Así, en vista de lo anterior, suplicó al juez comisionado que lo absolviera, diera por libre de la acusación y fuera tenido por buen cristiano. Pero en tanto que esto ocurría, atenido a que sus bienes estaban secuestrados y no contaba con una persona idónea que pudiera beneficiarlos, pidió ser puesto en libertad bajo fianza.

El día 26 fue recibida la causa a prueba por el término de nueve días, el cual tuvo que ser ampliado en dos ocasiones (3 y 11 de agosto) a petición del acusado. La primera porque además de no haber logrado reunir las pruebas suficientes a su defensa, el notario Eugenio Juárez se ausentó de Teocaltiche por unos días y trató de apartarse de su nombramiento a causa de estar “ocupado en mis negocios y granjerías, y por asistir a los negocios de este juzgado [eclesiástico] no puedo entender en ellas, de que me viene mucha pérdida y menoscabo”;[11] debiendo ser compelido por don Miguel Lozano a continuar ejerciendo su cargo so pena de excomunión y multa de 20 pesos de minas para la obra de la catedral de Guadalajara, señalándole a la vez un peso de minas por cada día que se ocupara del proceso, lo mismo que los derechos de escritorio. La segunda, en cambio, porque le era necesario redoblar esfuerzos para sustanciar sus probanzas, puesto que algunos testigos se encontraban “en Çacatecas y en la villa de los Lagos y en otras partes lejos de aquí”.[12]

Con la finalidad de ofrecer una lectura clara de las pruebas, que en el expediente se encuentran del todo desorganizadas, primero sinterizaremos las del fiscal y luego las del acusado.

Si bien Francisco Toscano subrayó que la respuesta dada por Juan de Morales a la acusación era impertinente y en nada le abonaba porque, antes que hallarse libre de culpa, debía sospecharse haber proferido la terrible expresión contenida en el proceso y aun “otras que los testigos no le oirían ni entenderían por ser indios y no estar tan atentos como la gravedad y delito de las palabras que dijo lo requería”,[13] en realidad sí detectó varias anomalías en las diligencias levantadas por Alonso Macías Valadez y trató de subsanarlas. Así, para que se clarificara a qué persona correspondía una declaración en que no constaba el nombre del testigo, el 2 de agosto obtuvo del comisionado un mandamiento de comparendo dirigido al escribano Diego de Rivera, quien, tras haberlo recibido de mano de Tomé López y presentado en Teocaltiche, expresó que era de Domingo de Mingoya. No obstante, otra grave irregularidad procesal se refería a los bienes del acusado. Por los autos del teniente de alcalde mayor consta que éstos fueron depositados en el propio criado del estanciero. Hasta aquí todo en orden. Pero al habérsele pedido cuenta de ellos, el asturiano refirió nunca haberlos recibido. Puesto de rejas adentro a pedimento del fiscal, en su defensa alegó que

 

caso negado que yo fuera depositario, había de constar [el] entrego que a mí se me hubiese hecho de los tales bienes que a mí se me depositaban, particularmente cada cosa, y el escribano había de dar testimonio de lo que a mí se me entregaba, lo cual no parece tal ni los testigos que dicen haberse hallado presentes al dicho depósito no jurarán ni declararán haberme visto entregar bienes ningunos; y así pido a vuestra merced que a los testigos que dicen estar presentes al dicho depósito juren y declaren si vieron que cuando se hizo el dicho depósito se me entregó [sic] algunos bienes de los que dice el dicho depósito, demás de que soy hombre que no sé leer ni escribir ni sé qué cosa es depósito ni entiendo negocios y soy persona que no ando en marañas, buen cristiano, temeroso de Dios y de mi conciencia y que si a mí se me hubiera entregado algo yo diera buena cuenta de ello por ser hombre fiel y que lo que se me ha fiado he dado buena cuenta de ello.[14]

 

¿Quién estuvo gozando ilegalmente los bienes del acusado durante este tiempo? Puesto que en el expediente no hay más actuaciones sobre esta eventualidad, en realidad lo desconocemos. Si de algo sirve levantar suspicacias, agregamos que en el auto del depósito aparece tachado el nombre de Juanes de Arrona y fungieron como testigos “el muy magnífico y muy reverendo padre Juan de Cuenca [Virués] y don Pedro de Guzmán y Francisco de Cuenca.[15]

Para robustecer la acusación, a pedimento del fiscal fueron ratificados de nueva cuenta Miguel Moaste (ca. 1531), María Mexicana (ca. 1541), Juanes (ca. 1541) y Francisco. El primero lo verificó mediante los intérpretes Pedro de Segovia (natural de Juchipila, ladino en las lenguas mexicana, castellana y caxcana) y Miguel García (originario de la ciudad de Compostela, conocedor del castellano y mexicano); los otros, en cambio, lo hicieron a través de éste y Pedro Vázquez, indio de Teocaltitán que conocía los idiomas mexicano, tecuexe y castellano. Asimismo les fueron tomadas sus declaraciones, por mediación de Segovia y García, a don Miguel de Guzmán (ca. 1521), don Francisco Márquez (ca. 1536) y Alonso de Mendoza, indios principales de Mitic, sobre el proceder cristiano, vida y obras del imputado. En su generalidad no expresaron cosa alguna que pudiera favorecer la acusación, a excepción de un incidente mencionado por don Miguel:

 

que un día, pidiéndole unos indios el dicho Juan de Morales a este testigo, le dijo que podía dárselos luego [por]que estaba ocupado, y que el dicho Juan de Morales le dijo a este testigo: “Yo os tengo de llevar a Tecualtiche”; y que este testigo le dijo que fuesen, y que viniendo por el camino le dijo este testigo que por amor de Dios que no le trajese, que él se los daría otro día por la mañana; y que el dicho Juan de Morales le dijo riendo: “Cada vez habéis de mentar a Dios, pues volvámonos”; y que estaba delante sólo un indio que era alcalde y se dice Juan Bautista.[16]

 

Quien aportó mayores indicios de culpabilidad fue Domingo de Mingoya (ca. 1542), el referido criado del sevillano. He aquí sus nuevas contribuciones: 1) nunca le había oído proferir blasfemias, pero sí jurar a san Juan y san Pedro; 2) oyó que Juanes de Arrona y Diego Núñez comentaron que su amo les pedía lo que no era suyo; 3) Diego Hernández Cachán decía públicamente que, tratándose de Morales y su parentela, él garantizaba que eran moriscos o confesos; 4) los indios de Teocaltitán se quejaban amargamente porque les cobraba con exceso los diezmos de los frijoles; y 5) “a Martín de Arnani oyó decir este testigo que decía Juan López, vecino de la villa de los Lagos, que los indios de Mitiqui decían que el dicho Juan de Morales les había dicho [que] si veían ellos a Dios por ahí y que corrió dentro del cementerio de la iglesia detrás de un indio”.[17]

Por su parte, después de ser recibidas las partes a prueba y en vista de que no se le puso en libertad bajo fianza, el 31 de julio Juan de Morales solicitó al padre Miguel Lozano que se sirviera mudarle la carcelaria a la parte y lugar donde mejor fuera servido porque en la cárcel de la casa real “he pasado grandísimo trabajo por ser húmeda y fría y estar [preso] entre indios guachichiles”.[18]  Lograda que fue su intención, se le ordenó que “tenga por cárcel el hospital de este pueblo, que está junto a la iglesia”.[19] Pero en atención a que este edificio no contaba con las seguridades necesarias para contenerlo sin posibilidad de fuga, se le puso por guarda al español Álvaro Martín y le fueron colocados unos grillos y una cadena, siendo testigos del acto Tomé López, Francisco Toscano, Mateo González y Luis de Benavides.

Ocurriendo a su defensa, el sevillano rogó al juez comisionado que los testigos que habían de ser presentados por su esposa, Leonor de Lara, expresaran si sabían que: 1) era devoto, descendía de cristianos viejos y cumplía fielmente con todo lo que ordenaba la Santa Madre Iglesia; 2) desde Mitic y la estancia de Mezquitic, donde usualmente residía, todas las pascuas, fiestas, domingos y semanas mayores acostumbraba ir a oír misa a Teocaltiche y otros pueblos comarcanos, y la Cuaresma retropróxima pasada se confesó y comulgó en la cabecera del partido eclesiástico; 3) estaba sordo y teniente de los oídos, “por cuya razón,  para efecto de hablar con él, le han de hablar muy alto”;[20] 4) no comprendía ninguna lengua autóctona y María Tuzpetlacatl hablaba estropajosamente el castellano, por lo cual, aunado a su privación de oído, le fue prácticamente imposible poder comunicarse directamente con ella; 5) no acostumbraba jurar ni blasfemar en nombre de Dios y sus santos; 6) la sumaria información fue habida con indios y, deseando unas personas honradas cerciorarse de ella, cuestionaron a ciertos testigos sobre la verdad y éstos aseguraron no haberle escuchado proferir personalmente las feas palabras, sino que María Tuzpetlacatl afirmó que las expresó y, al tomársele sus declaraciones, el teniente Macías Valadez mandó asentarlo como mejor le pareció; 7) cuando riñó con la criada de Martín de Arnani todo cuanto habló fue en su lengua castellana y Miguel Moaste, indio natural de San Juan, se lo daba a entender, y viceversa; 8) Alonso Macías Valadez entendió en el proceso “aficionadamente por complacer a Juan de Cuenca [Virués], mi enemigo, y así lo mostró porque informándose de algunos indios que se habían hallado presentes, y los indios declarándole […] que yo no había dicho ni hablado las palabras de que soy acusado y que era levantamiento muy grande, le dijo [el sacerdote] que no quería que ellos dijesen sus dichos”;[21] 9) al tiempo que el teniente de alcalde mayor examinaba a los testigos “les decía que les había de dar tormento y otras amenazas, y después de haber jurado les decía que no tornasen a decir otra cosa porque si otra cosa decían otra vez que sobre ello les preguntasen, les quitarían los dientes y los harían esclavos”.[22]

En Teocaltiche, entre el 1º y 9 de agosto, fueron presentados los españoles Juan de Cuenca (ca. 1541), Hernando de Viera (ca. 1521), Diego Núñez (ca. 1531), Diego de Ayllón (ca. 1536), Jerónimo de la Mora (ca . 1541), Juan Morán (ca. 1536) y el escribano Diego de Rivera (ca. 1531). En cambio, por intermediación de los intérpretes Pedro de Segovia y Miguel García, fueron interrogados los indios don Pedro de Mendoza (ca. 1541) y Francisco, mexicano originario de Cuautitlán (ca. 1546).

Para estos declarantes, Juan de Morales era hombre de bien y creyente, en tal grado que cumplía con todo lo ordenado por la Santa Madre Iglesia yendo desde su residencia a los pueblos de indios para oír misa y asistir a otras funciones religiosas. De hecho, la Cuaresma pasada se confesó y comulgó en Teocaltiche, donde se mantuvo hasta el jueves después de Pascua, día en que regresó a su morada acompañado de Leonor de Lara, Diego Núñez y la mujer de éste, manteniéndose juntos hasta el Sábado de Cuasimodo. A fin de conducir su cama y caja, en esta ocasión Juan de Cuenca le prestó un caballo.[23] Ninguno le había oído blasfemar. Empero, Jerónimo de la Mora y Diego de Ayllón aseguraron que, cuando estaba muy enojado, solía jurar a san Juan o san Pedro. Eso sí, con mucha moderación y recato.[24] De acuerdo con Juan de Cuenca y Diego Núñez, el estanciero estaba afectado del oído desde hacía dos años y era necesario hablarle muy recio a fin de que entendiera las palabras.[25] Por otro lado, era evidente que entendía muy poco el mexicano y, para comunicarse con los indios, necesitaba y buscaba hacerlo por medio de nahuatlatos.[26] En cambio, María Tuzpetlacatl se podía expresar en castellano y mexicano. Sin embargo, especificó Diego Núñez, su lengua materna “la habla cerrada, que aun este testigo no la entiende bien cuando ella quiere”.[27]  Así, con base a que era buen cristiano, estaba sordo y no sabía expresarse con la mínima suficiencia en lengua de indios, juzgaban que a Morales le fue imposible articular en mexicano las palabras de que era acusado.[28] Además, Diego Núñez oyó mencionar a Juanes de Arrona y su mujer que los naturales mintieron porque desvariaban mucho en sus declaraciones;[29] y Diego de Ayllón supo que el alguacil Bartolomé Rodríguez aseguraba que los testigos afirmaron que no le oyeron personalmente la fea proposición a Morales, sino que así lo difundió María Tuzpetlacatl.[30] En fin, Hernando de Viera tenía a esta india por testimoniaria, e inclusive se rumoraba que había jurado falso contra el padre Juan de Cuenca Virués.[31]

Respecto del papel desempeñado por Miguel Moaste durante el altercado, don Pedro de Mendoza declaró que efectivamente aquél se encontraba presente, y por su parte no observó que actuara como intérprete. No embargante, el sevillano no se comunicó en mexicano con la criada de Martín de Arnani ni percibió que se mencionara alguna cosa tocante al Sacramento.[32] Habiéndose encontrado en aquella ocasión tranquilamente sentado en un montón de zacate apreciando la pendencia, Francisco afirmó que todos y cada uno de los tratos verbales que mantuvo Morales con María Tuzpetlacatl estuvieron mediados por Miguel Moaste, aunque fueron muy inefectivos en razón de que aquélla se la pasó gritando y desatendiendo explicaciones. Por supuesto, no obstante que le era prácticamente imposible asegurar que Moaste comunicara fielmente lo vertido por el sevillano a la india, y viceversa, sí estaba cerciorado de que “no le oyó a ella decir nada del Santo Sacramento ni al dicho Juan de Morales responder ninguna cosa del Santo Sacramento ni en indio ni en español”.[33] De hecho, sólo dijo una frase en mexicano, dirigiéndose a todos y ninguno: “Tráiganme mi caballo, que quiero llevarme esta india a Tecualtiche”.[34]

En lo tocante al aficionamiento con que se levantaron las primeras diligencias y las intimidaciones que antes y después de declarar se hicieron a los testigos, el individuo que circunstanciadamente depuso fue ni más ni menos que Diego de Rivera. Las irregularidades invocadas por el escribano de la villa de Santa María de los Lagos, por las cuales podría habérsele seguido un proceso en cuerda separada por la responsabilidad criminal que comprendía la omisión de no haberlas contradicho en el momento o denunciado prestamente a una autoridad superior, eran en extremo escandalosas:

 

es verdad que el dicho Alonso Macías Valades, teniente de alcalde mayor, hacía e hizo este negocio en voluntad de entender en ello lo que había y que le parece a este testigo que el dicho teniente se holgaba de dar contento al dicho Juan de Cuenca [Virues], que estaba presente y andaba con el dicho teniente en ciertos negocios contra Martín de Arnani y pidiendo un amparo de una posesión que se le dio por Hernando Martel, alcalde mayor que fue de este partido, y que entiende que a esta causa andaba el dicho Juan de Cuenca con el dicho teniente; y que un indio o india que cree este testigo lo traía para que dijese su dicho la india con quien fue la cuestión, preguntándole el teniente si había oído aquel negocio o visto, le respondió que no lo había visto sino que lo había oído a la dicha María, con quien el dicho Morales había reñido, y que el dicho teniente le dijo que se fuese, que no buscaba sino testigos que lo hubiesen oído al dicho Juan de Morales.

[…] es verdad que el dicho Alonso Macías decía, antes que les tomase sus dichos a los testigos, que mirasen lo que venían a decir porque si decían otra cosa si no la verdad, les llevaría el Diablo; y que si después de haber una vez dicho se tornaban a desdecir, que también serían castigados, y que el castigo era quitarles los dientes porque era ley que a los que se perjurasen les quitasen los dientes, y que esto era después de haber dicho sus dichos; y que este testigo no entiende que tuviese enemistad con el dicho Juan de Morales el dicho teniente ni sabe por qué [atemorizaba a los indios].[35]

 

Mientras eran interrogados los mencionados españoles e indios, el estanciero sevillano se encargó de promover otras pruebas a su favor. El 1º de agosto solicitó al comisionado que requiriera al padre Cuenca Virués para que se presentara ante el juzgado y declarara bajo juramento sobre algunas cosas tocantes al proceso. Dándosele entrada a su petición, fue librado un mandamiento de comparendo para que así lo verificara en virtud de santa obediencia y so pena de excomunión mayor ipso facto y multa de 50 pesos de minas. Sin embargo, este eclesiástico nunca compareció en Teocaltiche; ni consta en el voluminoso proceso que se le hayan aplicado las sanciones.[36]  

Al siguiente día, participó al mismo padre Lozano que por los bajos fondos del pueblo corría con insistencia el rumor de que el padre Cuenca Virués quiso averiguar si había dicho personalmente las feas palabras de que era acusado, a cuya causa escribió una carta a Juanes de Arrona en que supuestamente le participaba que los indios se desdecían y no debía darles noticia alguna para que no se ausentaran de la jurisdicción porque la misma pena que tenía el procesado la recibían los testigos que falsamente deponían. En vista de ello, rogó encarecidamente que fuera llamado Arrona para que expresara si era verdadera esta relación y, en caso de habérsele enviado la misiva, la exhibiera para que constara en autos.

Despachado que le fue un mensaje para que se presentara inmediatamente, en un primer momento el aludido negó tener conocimiento sobre lo señalado por Morales ni haberlo oído ni que se le hubiera remitido epístola alguna. Sin embargo, tras una breve reflexión, desanduvo sus palabras y reveló que era verdad que aquel eclesiástico le dirigió una carta que contenía puntos relativos al pleito inquisitorial. Ésta la tenía en su casa, la buscaría y entregaría. Cabe subrayar que no debe extrañarnos su negativa inicial. Ocurre que en realidad el sujeto que estaba indagando en cosas tocantes al caso era Arrona y el padre Cuenca Virués lo amonestó cordialmente para que dejara de hacerlo:

 

Recibirá vuestra merced ésta como de hermano. Algunos de San Juan se me quejaron que vuestra merced les riñe porque juraron contra Morales. Es caso eclesiástico. No les diga vuestra merced cosa de que les cause miedo, porque en caso de inquisición merece casi tanta culpa el que hace como el que encubre o cela. Y esto reciba vuestra merced de su hermano, como digo, y ayude Dios a la verdad y justicia. Querría ver a vuestra merced, que de unos aviesos estoy apasionado.

Besa a vuestra merced las manos

Cuenca[37]

 

En otro orden de cosas, en fecha indeterminada del mes de julio, el juez de residencia Gaspar de la Mota remitió a María Tuzpetlacatl de San Juan a Santa María de los Lagos, porque era público y notorio que estaba amancebada. Tras quedar en aquella villa de españoles, la mexicana se presentó ante el cura Francisco Jiménez de Sotomayor rogándole que la casara en faz de la Santa Madre Iglesia con un indio. A fin de actuar como correspondía en derecho, éste le indicó que debía mover una información sobre su soltura. María presentó varios testigos que así lo certificaron y, en vista de ello, el eclesiástico amonestó a la pareja. Sin embargo, estando a punto de desposarlos, apareció un hombre asegurando ser su legítimo marido y que tenía largos años buscándola porque se había apartado de su lado. Pasada la sorpresa, el escándalo y la investigación, demostrándose su dicho, la india le fue entregada para que hicieran vida maridable.

Llegados que fueron estos acontecimientos a los sordos oídos de Juan de Morales, el 8 de agosto suplicó al juez comisionado que exhortara al padre Jiménez de Sotomayor para que se sirviera enviar un testimonio autorizado de la información y éste fuera incorporado al proceso. Por supuesto, como este documento abonaba mucho a su defensa, estaba dispuesto a cubrir las costas “para que se entienda y averigüe la maldad de la dicha india y que como buscó y halló testigos que jurasen falso diciendo ser soltera, así ni más ni menos ha buscado e inducido testigos que [contra mí] falsamente jurasen”.[38]

El cura Miguel Lozano fue anuente a la solicitud del inculpado y expidió un mandamiento acordado para que el cura y vicario de la villa de Santa María de los Lagos remitiera un traslado autorizado en manera que hiciera plena fe, que debía anexarse a las actuaciones. Sin embargo, aquel santo varón no lo verificó como se le ordenaba ni el comisionado lo volvió a requerir.

Más tarde, en vista que no tenía de quién valerse para buscar algunos testigos que moraban en los pueblos orientales del partido eclesiástico, el día 17 el cura Miguel Lozano permitió a Juan de Morales que lo acompañara en la visita que estaba a punto de verificar, bajo la expresa condición de que “vaya y vuelva camino derecho sin salir de los dichos pueblos ni camino a ninguna parte y que guarde en los dichos pueblos la carcelaria que por su merced le fuere puesta”, so pena de excomunión mayor y 100 pesos de minas de multa.[39]

Al siguiente día el juez comisionado, notario y acusado se trasladaron a Mitic, dándosele a éste el hospital por cárcel. Pero como necesitaba buscar personalmente a los individuos que habrían de ser interrogados para engrosar sus probanzas, cristianamente el sacerdote consintió mudarle la carcelaria al pueblo. Inquiriendo aquí y allá, Morales supo que, tras ratificarse el día 9 en Teocaltiche, Miguel Moaste había llegado muy enfermo al hospital y, sintiendo cercana la muerte, hizo algunas revelaciones que le eran favorables.

Habiendo presentado un brevísimo interrogatorio el acusado, el padre Lozano nombró por intérpretes a Pedro de Segovia, Miguel García y Francisco Hernández. Este último era el fiscal del mismo pueblo y versado en las lenguas mexicana y tacuexa. Del conjunto de declaraciones de los testigos entresacamos lo siguiente. Después de afirmarse en el dicho que vertió ante el teniente Alonso Macías Valadez a solicitud del fiscal Francisco Toscano, acompañado de Francisco, Juanes y Pedro Guatona (ca. 1531), Miguel Moaste se dirigió muy campechano a Mitic. Pero a medio camino se dolió y les dijo que se sentía enfermo. Al llegar al pueblo, visitó a don Pedro Román y luego enfiló al hospital. Ahí continuaron agravándosele los achaques y, sintiendo que su alma abandonaba el cuerpo, mandó llamar a Domingo Sebastián Sánchez (ca. 1543), Francisco, Juanes, al mayordomo Andrés López (ca. 1543) y al fiscal Francisco Hernández. Ya congregados, les pidió que le hicieran el favor de llevarlo a su casa, sita en el pueblo de San Juan, para que sus parientes llamaran al clérigo y pudiera confesar sus pecados, puesto que “Dios le castigaba porque había jurado falso contra el dicho Juan de Morales en esta causa, de decir que […] había dicho que no había Sacramento, que ya se lo llevó el aire; y que se lo había levantado porque se lo había persuadido Martín de Arnani y María, india, mujer del dicho Martín”.[40] En cuanto a esto de “su mujer”, Guatona especificó que se debía a que dormían juntos, es decir, que estaban amancebados. En fin, luego de una pausa, Moaste tornó a decirles que por amor de Dios lo llevaban a su casa porque quería manifestar sus culpas para no tener que pagar en el otro mundo la pena que Morales había de sufrir a causa de su falso testimonio. A todo ello daba voces destempladas y expresaba que otra cosa hubiera sido “si él tomara el consejo que le daba el padre de Tecualtiche, que le dijo que mirase que había Dios y que tenía ánima, que no jurase falso ni se perjurase, que se iría al infierno; y que a esto tenía gran dolor y que así le llevaron al pueblo de San Juan, a su casa, a donde dicen que murió”.[41]

La esposa de Felipe de Lilas, Mari Jiménez (ca. 1543), que tenía a Morales por buen cristiano, sordo y poco entendido en lengua de indios, declaró positivamente sobre este punto ya que “vino a visitar a los enfermos del hospital y se halló presente cuando el dicho Miguel dijo las palabras”. [42] De igual manera, don Pedro Román (ca. 1551) tuvo pleno conocimiento de las revelaciones, por su propia boca, poco antes de que entrara al hospital:

 

llegó el dicho Miguel, indio vecino del dicho pueblo de San Juan, a casa de este testigo; y que le preguntó este testigo si era verdad lo que había jurado contra el dicho Juan de Morales, que si lo había él oído o visto; y que le respondió que no había oído nada él al dicho Juan de Morales, sino que él quería ayudar al padre Cuenca porque estaba allí como padre de ellos; y preguntándoselo muchas veces este testigo, no le respondió y que le parece a este testigo que tenía pesadumbre de responderle; y que le dijo que allí estaba él cuando el dicho Juan de Morales dio [de bofetones] a la dicha india y que no le oyó nada, sino unas muchachas hijas suyas se lo habían dicho.[43]

 

En Mitic también hubo explicaciones respecto al altercado y el papel que Moaste desempeñó. Miguel Mehui (ca. 1551), que ocurrió a las voces que daban Juan de Morales y María Tuzpetlacatl junto a otros indios y se mantuvo en la esquina de la casa de don Pedro de Mendoza, observó que el nahuatlato estaba presente, pero no que mediara entre las partes. De lo que sí estaba seguro era de que el estanciero únicamente se expresó en castilla y no fue mencionado el Santo Sacramento. Cristóbal Sánchez (ca. 1546) y Diego Coyite (ca. 1541), en cambio, dijeron que cada cual habló en su idioma y Moaste tradujo. El primero incluso reveló que “Juan de Morales y el dicho Juan de Cuenca [Virués] andan a malas sobre unas estancias, y que por esto se debe de haber hecho esto, y que el dicho Alonso Macías, teniente, es amigo del padre Cuenca, porque fue su criado”.[44]

Como el cura Miguel Lozano debía proseguir su visita a los pueblos para cerciorarse de que la administración espiritual fuera por buen camino y los indios estuvieran cumpliendo con sus deberes cristianos, el 20 de agosto ordenó al sevillano que se fuera derecho a Jalostotitlán, sin salir del camino, y, al llegar allá, entrara al hospital y no saliera de él en sus pies ni ajenos. Al otro día, muy quitado de la pena, el buen sacerdote llegó al pueblo acompañado del notario Eugenio Juárez. Buscó al sevillano en el edificio designado por cárcel, sin encontrarlo. Certificó su ausencia. Transcurrió la tarde, la noche, vino el nuevo día. Otra vez fue al hospital. No estaba ahí el procesado. Lozano aún tuvo esperanza de que éste no lo hubiera dejado con un palmo de narices. Terminó su visita, se trasladó a Teocaltitán. Preguntó por el ausente y nadie le dio razón. No le quedó más opción: fulminó la excomunión y pena pecuniaria contra el estanciero, a la vez que requirió a vecinos, viandantes, residentes y estantes para que aportaran datos que coadyuvaran a su captura:

 

Yo, Miguel Loçano, cura y vicario en este partido de Tecualtiche y juez de comisión por el Ilustre y Reverendísimo señor Deán y Cabildo de la Santa Iglesia de Guadalaxara, sede vacante, etc. Hago saber a vos, todos los vecinos y moradores, habitantes y comarcanos en este dicho partido de Tecualtiche: que teniendo preso en la cárcel de mi juzgado a Juan de Morales sobre haber dicho ciertas palabras heréticas contra Nuestra Santa Fe Católica, el susodicho, con poco temor de Dios y menosprecio de su conciencia y de las penas y censuras que yo le tenía puestas, en las cuales incurrió el dicho Juan de Morales, se huyó y ausentó de la dicha mi cárcel; porque vos mando, so pena de descomunión mayor trina canonica municione premisa en derecho primero y segundo y tercero apercibimiento, la cual pongo y promulgo y en cada uno de vos de los que en contrario hiciéredes, que luego como de esta mi carta supiéredes en cualquier manera parezcáis ante mí y declaréis si sabéis o entendéis o habéis visto u oído a dónde esté el dicho Juan de Morales o quién o cuáles personas le dieron favor y ayuda para que se ausentase de la dicha cárcel, así ayudándole con armas, caballos, dineros, bastimentos, como encubriéndole en sus casas o fuera de ellas, acompañándole con sus personas, a los cuales y a cada uno de los dichos descomulgo [por] descomunión latae sententiae y les mando que luego como sepan de esta mi carta vengan a obediencia de la Santa Madre Iglesia, so pena que procederé contra ellos y contra todas las personas a quien lo contenido en ésta tocare, como contra personas rebeldes e inobedientes a los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Hecho en el pueblo de Tecualtitlán en veinte y cinco días del mes de agosto de mil y quinientos y setenta y un años.[45]

 

Tras de sí Juan de Morales dejaba una estela de incertidumbre, un proceso inquisitorial lleno de irregularidades y contradicciones, fuertes tensiones acumuladas dentro y fuera de los estamentos y una región de frontera volcada sobre sí misma.



[1] Investigador con estudios en filosofía, historia, paleografía y hermenéutica, es autor de una veintena de libros, fonogramas y artículos, entre ellos Pueblo de mujeres enlutadas. Estudio prototípico de Al filo del Agua (conaculta, 2010), ¡No te arrugues cuero viejo…! La tambora ranchera de los Altos de Jalisco y el Sur de Zacatecas (inah, 2016) y Permanente y huido. Historia general del municipio de Mexticacán (Centro de Estudios Históricos de la Caxcana-Ediciones del Río Verde, 2020). Asimismo, coordinó el fonograma Aromas de pólvora quemada. Música y cantos de bandidos (inah, 2019).

[2] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 46, exp. 13, ff. 125v-128r y 129r-v.

[3] Ibíd., ff. 18r-v.

[4] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 8, exp. 2, ff. 98r y 99v; AGN, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 113, exp. 1, ff. 277r y 278v.

[5] Ibíd., f. 275v.

[6] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 46, exp. 13, f. 21r.

[7] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 68, exp. 3, f. 18r; AGN, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 46, exp. 13, f. 69v.

[8] Ibíd., f. 25r.

[9] Ibíd., f. 27r.

[10] Ibíd., f. 27v.

[11] Ibíd., f. 35r.

[12] Ibíd., f. 91r.

[13] Ibíd., f. 29r.

[14] Ibíd., ff. 36r-v.

[15] Ibíd., f. 11r.

[16] Ibíd., f. 44v.

[17] Ibíd., f. 43r.

[18] Ibíd., f. 31r.

[19] Id.

[20] Ibíd., f. 55r.

[21] Ibíd., ff. 57r-v.

[22] Ibíd., f. 57v.

[23] Ibíd., ff. 59v, 60r, 61r, 63r-v, 64r-65r, 69v y 72r-v.

[24] Ibíd., f. 65r y 69v-70r.

[25] Ibíd., ff. 60r y 63r.

[26] Ibíd., ff. 60r, 61v, 63r-v, 64v, 65v, 67r-v, 70r y 72v-73r.

[27] Ibíd., f. 63r.

[28] Ibíd., ff. 60r, 61v, 63r, 65r y 72v.

[29] Ibíd., f. 63r.

[30] Ibíd., ff. 65r-v.

[31] Ibíd., f. 61v.

[32] Ibíd., ff. 67r-v.

[33] Ibíd., f. 68v.

[34] Ibíd., f. 68r.

[35] Ibíd., ff. 71r-v.

[36] Ibíd., ff. 85r-86r.

[37]  Ibíd., f. 88r.

[38]  Ibíd., ff. 90r-v.

[39]  Ibíd., f. 93v.

[40]  Ibíd., f. 75r.

[41]  Ibíd., f. 75v.

[42]  Ibíd., f. 79r.

[43]  Ibíd., f. 77r.

[44]  Ibíd., f. 81v.

[45]  Ibíd., f. 95r.



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