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COLABORACIONES

 

La huella de Paco Barreda en la cultura tapatía

 

Javier Ramírez[1]

 

 

Si los vestigios del convento del Carmen de Guadalajara

llegaron a ser en fechas recientes y durante muchos años

una de las galerías de artes visuales más relevantes de México,

eso se debió al gestor cultural de muy altos vuelos

que evocan los párrafos que siguen,

el cual falleció en Guadalajara, con todos los auxilios espirituales,

el martes 9 de junio del 2020.[2]

 

 

En los años ochenta del siglo pasado surgieron en Guadalajara galerías y centros culturales animados y sostenidos por entusiastas emprendedores, dado que las instituciones públicas de cultura habían caído en un bache, o por lo menos así se advertía comparando la actividad que en los setenta desarrolló el entonces máximo organismo cultural del estado, el Departamento de Bellas Artes, de manera que la comunidad artística cuestionaba las políticas de las autoridades considerándolas erráticas, y así lo expresó en un manifiesto publicado en los dos más importantes diarios de la localidad.

En este contexto se creó la librería La Puerta, que tuvo un foro donde se programaban obras de teatro, danza y conciertos de música clásica y popular, además de lecturas de poesía y presentaciones de libros; también este espacio contó con una galería para obras en pequeño formato. Durante el transcurso de esos años se abrieron también las galerías Alejandro Gallo, Magritte, Clave, Azul y Varia, entre otras.

Francisco Barreda García (1946-2020), mejor conocido en el ambiente artístico como Paco Barreda, fue uno de los protagonistas destacados de esta aventura cultural que dejaría huella en varias generaciones de tapatíos. Tenía parentesco con personajes como el escritor Octavio G. Barreda, su tío, quien a su vez estaba casado con Carmen Marín, iniciadora de la Colección del Pueblo de Jalisco en los años sesenta, cuando era directora del Museo de Arte Moderno en la ciudad de México, y formó una familia con María Eugenia Zamora, hermana del pintor Benito Zamora. Él mismo incursionó en la fotografía y en la creación de divertidos e ingeniosos ensamblajes artísticos, elaborados con objetos en desuso que se encontraba en el Baratillo y en algunos bazares.

En 1983, Paco Barreda y Rogelio Flores Manríquez se asociaron y abrieron la galería Magritte en una casona ubicada por la calle Lerdo de Tejada. Por cierto, a lo largo de los años en esa calle se establecieron otros espacios culturales, como la mencionada librería La Puerta y la Casa de las Palabra y las Imágenes, esta última en la que Paco también intervino.

La galería Magritte se caracterizó por abrir el espacio a jóvenes artistas que comenzaban a madurar su lenguaje y plástico. Ahí se mostraron obras de Martha Pacheco, que ya perfilaban las temáticas que la distinguirían más tarde; también expusieron Alejandro Colunga, amigo de juventud de Paco, Javier Campos Cabello, Ana Luisa Rébora, Gabriel Mariscal, Jis, el nayarita Vladimir Cora y los capitalinos Gilberto Aceves Navarro y Alberto Castro Leñero, entre muchos otros. Asimismo, en una ocasión invitaron a Rufino Tamayo a visitar la galería.

Otra característica de Magritte fue la de sus memorables inauguraciones, que eran verdaderas fiestas donde además de las infaltables bebidas se podía escuchar buena música, algunas veces con grupos en vivo. En este sentido, hay que señalar que tanto Paco Barreda como Rogelio Flores eran melómanos con muy buen gusto, de manera que la música que ofrecían a los asistentes era variada y de buena calidad. Adicionalmente, en el fondo de la casona había un patio que habilitaron como foro, con capacidad para cien personas, donde se presentaron músicos brasileños que llegaron a la ciudad con motivo el mundial del futbol de 1986, y, entre otros, el grupo Las Insólitas Imágenes de Aurora, que posteriormente sería conocido como Los Caifanes. Ese año cerró sus puertas la galería Magritte en su primera etapa. Cabe mencionar que esta primera experiencia marcó el derrotero que seguirían ambos amigos y socios. Paco se enfocó en la promoción, difusión y venta de obras plásticas, en tanto que Rogelio se decantaría hacia la organización, promoción y difusión de conciertos de rock, reggae y otros ritmos en boga en el extinto foro Roxy.

Este recuerdo de Paco Barreda no pretende ser un recuento cronológico de su actividad como promotor cultural en el área de las artes plásticas, sino sólo se propone consignar los lugares donde desempeñó esta labor.

Barreda abrió la galería Matiz en una cochera ubicada en la calle Justo Sierra. Esta calle, por cierto, resultó ser un referente para las artes plásticas de la localidad, ya que sobre esta vía se instalaron varias galerías: la Magritte en su segunda etapa, ubicada en la esquina de las calles de Justo Sierra y Ghilardi y manejada solamente por Rogelio Flores; un poco más adelante, hacia el poniente, estuvo Varia, y más allá la galería de Alejandro Gallo, cerca de la calle de Marsella. Además, enfrente de la Magritte estaba la casa y el taller de gráfica de Cornelio García, así como el estudio de su entonces esposa, la pintora Penélope Downes. Sucedió en más de una ocasión que tanto Magritte, Varia (operada por Avelino Sordo Vilchis) y Alejandro Gallo inauguraran el mismo día su respectiva exposición, de tal suerte que los amantes de las artes plásticas hacíamos una especie de procesión, visitando cada galería. A veces coincidía también la galería Clave, en ese tiempo dirigida por Enrique Lázaro y Carlos Ashida y ubicada en la esquina de las calles López Cotilla y Miguel de Cervantes.

La Matiz, de Barrera, fue posterior y duró poco. Por sus reducidas dimensiones, sólo presentaba obras en pequeño formato. Pero era tal la capacidad de convocatoria de Paco, que la nutrida concurrencia casi cerraba la calle.

De igual manera que la calle Justo Sierra, la de Lerdo de Tejada fue significativa para la difusión cultural en aquella década. Como ya se mencionó, sobre esta vialidad estuvieron por la misma época la librería La Puerta (que atendían Sergio Ruiz y Raquel Guerrero, quienes después abrirían el taller de gráfica Guacha Bato y la galería Arte Acá en la zona centro) y la galería Magritte. Años después, casi enfrente de donde estuvo la librería, se ubicó la Casa de la Palabra y las Imágenes, que era sede del Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara. Allí, en el vestíbulo, el recibidor y un pequeño entrepiso se habilitó la galería, que un tiempo manejó Paco Barreda y a la que llamó Chucho Reyes Ferreira. Barreda no recibía sueldo, pero organizaba las exposiciones con entusiasmo y daba oportunidad de exhibir a pintoras y pintores que estaban empezando.

Otra de las iniciativas de Barreda en este mismo aspecto fue la creación de la galería Topor, ubicada por la calle Mexicaltzingo, casi esquina con Marsella, que estuvo en funcionamiento muy poco tiempo.

Sin duda las acciones más relevantes realizadas por Barreda se dieron en el ámbito público. En los años noventa, Paco fue invitado por Dante Medina, entonces jefe del Departamento de Extensión Universitaria de la UdeG, a hacerse cargo del área de Artes Visuales, con la encomienda de formar una colección de obras de los artistas más significativos de ese tiempo en la ciudad, cuyo fin era dotar de un acervo al museo universitario que estaba en proyecto. Gracias a sus buenos oficios, se logró conjuntar un jurado para que eligiera las obras que considerara relevantes de entre los artistas que fueron invitados a participar. Así, se eligieron 37 obras de 34 artistas para el inicio de la colección permanente del musa, que ha ido creciendo considerablemente.

Fue en la Dirección de Artes Visuales de la Secretaría de Cultura donde Paco Barreda marcó una profunda huella, por la dinámica que le imprimió sobre todo al exconvento del Carmen, donde inauguraba entre tres y cuatro exposiciones el mismo día más o menos cada mes y medio, y que eran visitadas por un numeroso público durante su permanencia.

La última aventura de Barreda la emprendió junto con varios socios en el bar Balbuena, donde periódicamente se presentaban exposiciones y se convirtió en un lugar de encuentro entre artistas y promotores culturales.

Sin duda Paco Barreda ocupa ya un lugar prominente dentro de la historia de la cultura tapatía, porque antes de que la llamada gestión cultural surgiera como una carrera académica de licenciatura y posgrado, realizó esa actividad con gran éxito, echando mano de la imaginación, el ingenio, la intuición y un poderoso don de convencimiento.



[1] Escritor, poeta y editor tapatío (1953) egresó de la carrera de pintura de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara y del Taller de Literatura de Elías Nandino. Ha sido director de la Gaceta Universitaria de esa alma mater y ha publicado Es decir... (1981), A última hora (1983) y Agua en plan de luz (1992).

[2] Este Boletín agradece al autor de este texto su generosa disposición para redactarlo.



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