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Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad

+ José Francisco Card. Robles Ortega

 

 

A las 12 horas del 14 de febrero, en la Catedral Metropolitana de Guadalajara,

a invitación del Cabildo Eclesiástico, tuvo lugar la Misa de Acción de Gracias

por el aniversario 478 de la fundación definitiva de esta capital.

Tomaron parte en ella, como invitados especiales de esta corporación,

el Cabildo civil del Ayuntamiento de Guadalajara, con su primer edil,

don Ismael del Toro Castro, y sus regidores, y

también representantes de los demás órganos de gobierno civil y eclesiástico

de la ciudad y el estado.

 

 

 

Muy respetables representantes de las autoridades del Estado y del Municipio,

apreciable Cabildo Eclesiástico de Guadalajara,

queridos hermanos:

 

Nos congrega la efeméride natalicia 478 de Guadalajara, capital del municipio de este nombre, del Estado de Jalisco y de la Arquidiócesis a mi cargo, fecha que casi se empalma con el aniversario 402 de la dedicación de su sede, esta misma Catedral, que se cumplirá dentro de cuatro días.

            La fundación definitiva de la ciudad en el entonces feraz Valle de Atemajac, el 14 de febrero de 1542, echó aquí sus cimientos perpetuos luego de tres intentos fallidos. Aunque no se construyó sobre roca, pues su subsuelo es arenoso, con escurrimientos acuíferos y propenso a los movimientos sísmicos, sí se edificó sobre bases sólidas que le han permitido convertirse en lugar de acogida para propios y extraños, cuna y punto de partida de artífices de la paz en la justicia y puente de educación, arte y cultura en una comarca que se extendió por confines dilatadísimos al noroeste y al norte de su territorio original.

Uno de los estudiosos más apasionados de la génesis de este proceso, el académico francés Tomás Calvo, en una monografía reciente que dedicó al ámbito donde nos encontramos, denomina a la Catedral tapatía “una pastora y su rebaño”, pues según sus cuentas, a la par que se levantaba este edificio entre los siglos xvi y xvii se definió también, en torno a él, la fisonomía urbana de la  entonces capital del Reino de la Nueva Galicia.

A la vuelta de los siglos, esta Catedral pasó a ser un símbolo preclaro y único en el mundo, vértice de una cruz de plazas, pero también, últimamente, una península, pues tres de sus cuatro vientos están ahora al filo de túneles, circunstancia que nos reclama la más celosa y profesional atención para asegurar su estabilidad y consistencia perpetuas en una zona sísmica.

La Liturgia de la Palabra nos ofrece este día dos escenarios que vienen muy a propósito para lo que estamos celebrando: la necesidad de promover por cuenta de los gestores del bien público una comunicación fluida, estrecha y atenta con las bases sociales para provocar con ello unidad y armonía.

La Primera Lectura recuerda cómo un caudillo, de nombre Jeroboam, aprovechando el nulo tacto del Rey de Israel, Roboam, nieto de David e hijo de Salomón, desmanteló su Estado toda vez que el soberano intentó afianzar su autoridad sangrando a los contribuyentes con aranceles desmedidos, aunque lo que obtuvo de ello fue que diez de las doce tribus desconocieran su mandato, pues tal encomienda no descansa en decretos y cálculos autoritarios sino dando solución inmediata y eficaz a los justos reclamos del pueblo.

El pasaje del Evangelio expone cómo fue que un sordomudo recibió de Jesucristo la capacidad de comunicarse con los demás, dándonos así a sus discípulos un modelo esencial para la conducta cristiana, que consiste en remover las trabas a la comunicación clara y directa.

Aplicando ambas lecciones a la circunstancia que aquí nos reúne, les propongo dos actitudes básicas para la restauración del tejido social: facilitar la interlocución con el mayor número de representantes legítimos de la comunidad política por excelencia, el pueblo, dándole su lugar principal a la participación democrática, que es como decir, no tomando nunca, desde la función pública, decisiones que no estén cimentadas en el bien común y en la transparente rendición de cuentas.

Atento a esto, hace un par de días el Papa Francisco ha regalado a todas las personas de buena voluntad un documento que intituló Querida Amazonia, porque condensa las aportaciones del sínodo episcopal que hace unos meses congregó en Roma a muchos agentes de pastoral directamente relacionados con ese bioma.

En él, respecto a desafíos de capitales como la de Jalisco, esboza la vocación de toda ciudad y sus retos, pues debiendo ser las ciudades “lugares de encuentro, de enriquecimiento mutuo, de fecundación entre distintas culturas, se convierten en el escenario de un doloroso descarte”,[1] realidad que nuestra zona metropolitana afronta, pues no sólo se ha ido desbordando en los últimos años con una planeación errática, atenta no al bien común ni al respeto ecológico sino a la ganancia material inmediata, sino que además tiene ahora ante sí la urgencia de ponerle remedio cuanto antes a consecuencias nefastas impredecibles y efectos que ya padecen zonas enteras urbanizadas, viejas y nuevas: inseguridad, despoblamiento y falta de servicios básicos.

 

***

 

Por otro lado, al recuerdo grato de una fecha memorable, el cumpleaños de esta capital, bien podemos sumar otros ingredientes que nos hacen coincidir a todos nosotros: la gratitud y la responsabilidad. La una, para quienes hicieron lo adecuado para construir esta casa común, Guadalajara, ciudad episcopal, capital de un municipio y de una entidad federativa.

Capítulos enjundiosos de una historia todavía no escrita podrían redactarse de la fructífera colaboración entre los Cabildos civil y eclesiástico a lo largo de todo este tiempo. Baste recordar que durante 300 largos años, de este último dependió el sostenimiento del hospital de la ciudad y la educación media; también de la colosal Casa de Misericordia, y que de su seno salieron los primeros legisladores del bien público y también los primeros rectores de la Universidad, que nunca fue eclesiástica sino laica.

Hace poco recordamos aquí mismo el medio milenio del nacimiento en Valladolid de un gran benefactor de Guadalajara, don Francisco Gómez de Mendiola, el cual, siendo el funcionario público con la máxima responsabilidad en el reino, pues se desempeñaba como Alcalde Mayor, Presidente de la Real Audiencia y Gobernador de la Nueva Galicia, fue electo Obispo de esta diócesis y la gobernó con tino tal que sentó las bases de la educación media superior y la femenina, y murió con una fama de santidad de la que nos ha quedado como signo su cuerpo incorrupto que aquí se venera y le ha merecido el título de Siervo de Dios.

De todos conocida es la obra colosal de otro paisano suyo que tiene también este título, fray Antonio Alcalde, fundador de obras que a poco más de 250 años de su deceso siguen derramando hasta el presente incontables beneficios a favor de la educación superior y de la salud pública, granjeándole el título de mayor benefactor de la ciudad, como lo afirmó hace unas horas, al tiempo de presentar a la ciudadanía el revestimiento urbano del Paseo que lleva el nombre de fray Antonio, el Gobernador de Jalisco ante esta Catedral.

Estando ya en vísperas del bicentenario de la Independencia de México, ¿cómo no recordar que en este sitio, y a los pies de la venerable imagen de Nuestra Señora de Zapopan, el Ayuntamiento de la ciudad y sus corporaciones manifestaron su voluntad de emanciparse del trono español confiriéndole a esta imagen, en un acto público y solemne que tuvo lugar el 15 de septiembre de 1821, el grado de Generala de Armas de la Nueva Galicia, y a la vuelta de pocos años, del Estado Libre y Soberano de Jalisco?

Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas. La fractura que trajo consigo el nacimiento de México respecto al régimen antiguo y el que se fue forjando en los siglos xix y xx hicieron también de este recinto catedralicio un blanco para los disparos de los obuses. Una campana horadada y una bala de cañón a los pies del crucifijo denominado el Señor de las Aguas todavía lo recuerdan, no menos que la profanación inferida al recinto y su acervo histórico cuando se le convirtió en albergue provisional para un contingente copioso de improvisados milicianos a mediados de 1914, o se le inhabilitó para desempeñar sus funciones propias durante un trienio largo y doliente, entre 1926 y 29.

La visita que a este lugar hizo el Papa San Juan Pablo ii, el 30 de enero de 1979, abre otro capítulo, consolidado en 1992, al tiempo de reconocerse en las leyes mexicanas lo que antes se negaba, la personalidad jurídica de la Iglesia en un Estado laico, término que por un lado alude a la no confesionalidad de la Institución suprema, pero también reconocimiento, tutela y respeto a la libertad religiosa y de conciencia.

 

***

 

En su muy reciente mensaje para la celebración de la liii Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco nos recuerda a los gestores del bien común estos pasos para alcanzar tal don desde la gestión pública: que la paz sólo se alcanza a través de la solidaridad comunitaria y de la esperanza en el futuro, garantizando al pueblo el respeto integral a su dignidad y libertad; que la paz, cumpliendo la palabra dada y acatando la ley para no repetir los errores ni “los esquemas ilusorios del pasado”, es un camino de escucha basado en la memoria, en la solidaridad y en la fraternidad; que desde una democracia empeñada en subsanar las desigualdades sociales a través de un sistema económico más justo y sin fisuras se alcanza, en la verdad y la justicia, el Estado de derecho, y que nunca podrá lograrse la paz si no se formaliza y alcanza el respeto ecológico y el remedio eficaz al maltrato a la naturaleza. Creer en la posibilidad de la paz, concluye, implica también desterrar el miedo, que entre nosotros ahora se denomina impunidad, inseguridad y corrupción.

 

***

 

Esperemos, pues, que el fasto por el cumpleaños de Guadalajara rebase la epidermis de todos los que lo celebran y nos coloque ante compromisos tan puntuales y serios como los que pretende acometer la recién creada Fundación Paseo Fray Antonio Alcalde, en cuanto consorcio institucional diseñado para ofrecer en los dos y medio kilómetros de su espacio público, preclaro y señero, un modelo de calidad de vida, máxime que a su vera se alzan las huellas tangibles de lo que nuestros antepasados nos dejaron como signos de raigambre y sentido de pertenencia.

Por otro lado, que en esta fundación participen actores tan diversos como los que la componen ofrece también un modelo de lo que puede ser un sano sentido social de la genuina laicidad del Estado, que no excluye la cooperación incluso de las confesiones religiosas en una tarea tan esencial como lo es la restauración del tejido social.

Hay que “amar y cuidar las raíces, porque ellas son un punto de arraigo que nos permite desarrollarnos y responder a los nuevos desafíos”, recuerda el Papa Francisco en la exhortación apostólica apenas publicada y a la que ya hice alusión. En ella también nos plantea dos paradigmas muy claros para remediar el consumismo ansioso y al aislamiento urbano: dejarnos “reeducar sin acumular tantas cosas y cuidando los ecosistemas”,[2] y “liberarnos del paradigma tecnocrático y consumista que destroza la naturaleza y nos deja sin una existencia realmente digna”.[3]

Hagamos nuestra la súplica al Todopoderoso labrada en lengua latina en el friso de esta Catedral, y cuya segunda parte se extiende hasta el Palacio de Gobierno. Se trata del primer versículo del salmo 127, que en nuestro idioma reza: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; / si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”.



[1] QA No. 31.

[2] QA No. 65

[3] QA No. 44



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