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Señor Cura doctor José de Jesús Hernández Núñez

Un “parteaguas” en San Ignacio Cerro Gordo.

2ª parte

 

José de Jesús Vázquez Hernández[1]

 

Aquí concluye la semblanza de un varón justo

que a cambio de ser fiel a Jesucristo

rehuyó ser agente oficioso de la autoridad eclesiástica,

medrar con ello para hacer fortuna al modo mundano,

negociar su dignidad cultivando admiradores cautivos

y ser un mentiroso sosteniendo una doble vida.

 

 

 

A continuación damos a conocer parte de algunos testimonios de condiscípulos, correligionarios y personas que estuvieron cerca de don José de Jesús Hernández Núñez durante su vida. Lo que dicen y lo que callan describen quién fue y qué legó a la posteridad.[2]

 

1.    Presbítero y doctor Antonio Gutiérrez Cadena[3]

 

Este compañero fue, entre 2 500 alumnos, uno de los más inteligentes que pasaron por la Universidad Gregoriana durante los diez años que yo estuve allá. Él estuvo sólo tres o cuatro años. Muy inteligente, un poco descuidado en su atuendo, pero muy devoto del Santísimo Sacramento y muy inteligente. Ya ordenado presbítero, regresó junto con el doctor Jesús Sandoval, su compañero, y ya en Guadalajara se presentaron con el obispo José Garibi Rivera, pidiéndole un favor insólito: “que si nos manda a los dos a La Yesca”. “¿Cómo?, ¿doctorados los dos?”, respondió el Arzobispo. “Sí. A la Yesca queremos irnos”. Y a los dos los mandó a la Yesca, a la parroquia que todo mundo le tenía miedo, por sus cañones.[4]

 

2.    Presbítero licenciado Antonio Hernández Morales[5]

 

Tuve la oportunidad de experimentar de cerca varias vivencias con este sacerdote, porque me recibió en la escuela para hacer la primaria, y porque conviví muy cerca de él, de hecho hasta viví allí en el Curato, y era un hombre muy entregado a la comunidad parroquial; gastó y desgastó y dio la vida por su comunidad, y desde el punto de vista conductual, con una gran moral, con un gran conocimiento y sentido de los valores para la juventud que vivimos en ese tiempo.

Somos bastante distintos de las personas de ahora y no vamos a ser iguales, pero creo que nos inyectó unos grandes valores para poder vivirlos y celebrarlos en la comunidad con que ahora compartimos nuestra vida, unos como jóvenes comprometidos en la vida social y en la vida política y otros como sacerdotes.[6]

 

3.    Presbítero Esteban Sánchez Valdez[7]

 

Fue mi compañero de ordenación en Roma, lo recuerdo como un colega muy listo, a quien le decían El Machete.[8]

 

4.    Presbítero José Rosario Ramírez Mercado[9]

 

Este sacerdote era un enigma y su generación cuenta, entre otros miembros destacados, con el cardenal José Salazar López.[10]

 

5.    Presbítero Juan González Díaz[11]

 

Lo contenido a continuación es la declaración o testimonio de Juan González Díaz, quien conoció muy de cerca al Señor Cura Hernández:

 

·      El lado poco conocido del señor cura Hernández

 

Yo fui su acólito por varios años y soy testigo presencial y fehaciente de algunos hechos poco conocidos de este santo multifacético, muy humano y lleno de lo divino, que destilaba amor por doquier, que amó, como Cristo, al pobre, al necesitado, al niño, a la juventud, al anciano, al enfermo, al sano, al descarriado, al borracho y al abstemio. En fin, su amor a Cristo y al prójimo no tenía límites, no discriminaba; ayudaba a todos en la iglesia, en la escuela, en la calle, en los deportes, en las organizaciones apostólicas, etcétera.

Ahora, ya entrado en años, veo hacia el pasado y me viene a la memoria su imagen visitando y confortando a los enfermos, ayudando a los pobres, “deshaciendo entuertos”, yendo de ranchería en ranchería a caballo o en motocicleta, pasando horas y horas en el confesionario. Un hombre de Dios, un “santo varón”, a quien sus compañeros apodaban El Machete por inteligente, que entregó su vida al servicio de la comunidad, que no escatimó sacrificios para educar y cambiar a la gente de nuestro pueblo en más humana.

Desde su llegada a la parroquia, comenzó una intensa lucha contra la venta y consumo de bebidas espirituosas, de tal manera que pronto logró erradicar su venta en la localidad, además de todo aquello que consideraba afectaba la vida social y moral de sus pobladores, obteniendo gran éxito a través de la educación y la cultura que él mismo impartía, en ocasiones auxiliado por jóvenes que él preparaba con esmero.

Recuerdo con toda claridad (presencié todo desde el campanario) cómo un día domingo, al salir de misa, el Señor Cura Hernández se interpuso entre dos hombres que se estaban balaceando; uno disparaba entrando y saliendo de una casa; el otro disparaba desde el kiosco, donde iba de lado a lado para tirar y esquivar las balas dirigidas a él. Parecía una película de vaqueros, y El Machete, haciendo honor a su nombre y su valentía, logró que dejaran de disparar.

En otra ocasión lo vi también dando atención a un señor a quien acababan de matar de un tiro en la frente, cuando el hijo todavía tenía la pistola en la mano y gritaba improperios a los asesinos que habían corrido hacia el cerro en sus caballos. Presencié varios casos de este tipo, donde el Señor Cura demostró que no tenía miedo a nada ni a nadie, y que se preocupaba más por la salud y seguridad de su gente que de la propia.[12]

 

·      Los apodos

 

Una gran mayoría de los apodos, muchos de los cuales se han perpetuado, se le deben a nuestro párroco.

Los domingos y días de fiesta, por las tardes, cuando ya había celebrado las misas en el pueblo y regresado del rancho en turno (Higuerillas, El Capulín o Los Dolores), salía a la plaza a pedir dinero a los dueños de los puestos y de las tiendas, dinero que luego repartía entre los más pobres, muchos de los cuales llegaban al Curato, donde siempre encontraban las puertas abiertas, no sólo las de madera, sino las de su corazón; si ya no tenía dinero, les ofrecía una fruta, un pan, una pieza de ropa, pero sobre todo amor.

Dedicado a la educación de la niñez y juventud, visitaba los salones de clase, promovía las competencias entre los niños y las niñas del mismo grado.

Las semanas anteriores a la Semana Santa eran de una intensidad de trabajo increíble.[13]

 

·      Su persona, cómo era y quién era

 

Fue un hombre no sólo muy justo, sino muy humano, muy entregado, generoso y desinteresado. Siempre fue pobre, porque todo lo daba a los pobres. Su recámara era un cuarto muy pequeño, cuya única decoración era un crucifijo. Su cama angosta, sencillamente un catre de madera, cubierto con una cobija de lana, y no estoy seguro si tenía colchón y almohadas.

Las puertas de su casa (el Curato) siempre estuvieron abiertas para todos, hombres y mujeres, ricos, limosneros, la juventud, la niñez, todos.

Tenía un carácter fuerte y dominante, pero dulce y tierno con los niños, los ancianos y los pobres.

Fundó y fue director y maestro de la escuela. Todos los martes hacia la junta de los niños.

Promotor de las vocaciones sacerdotales, a su celo apostólico se deben varios sacerdotes salidos de San Ignacio Cerro Gordo, como Juan Aguilar, Ramón Gómez, Javier Barba, Juan Salcido, Antonio Hernández, Juan González y otros posteriores a quien esto relata.[14]

 

·      Conclusión

 

Sus virtudes, su valor, su entrega, su dedicación son conocidos de todos y estoy seguro que allá en el cielo todavía está luchando por su pueblo, por quien dio la vida, y por la juventud a quien enseñó, dirigió, corrigió, orientó y regañó, pidió perdón y dio amor. Un hombre humilde, un gran santo.

Si hemos visto a un sacerdote incansable, ése es el Señor Cura Hernández; si conocen a un sacerdote malísimo para jugar futbol, pero bien aficionado y que no le gustaba perder, ése fue el Señor cura Hernández… Y, finalmente, si conocen a un sacerdote santo, entregado en cuerpo y alma al servicio de su comunidad y que con sus palabras y sus obras dio testimonio de su amor a Cristo y al prójimo, ése se llama José de Jesús Hernández Núñez, apodado El Machete.[15]

 

6.    Presbítero Juan Salcido Gutiérrez[16]

Lo contenido a continuación es la declaración o testimonio de Juan Salcido Gutiérrez, quien conoció muy de cerca al Señor Cura Hernández:

 

·      Así vivió y murió el señor Cura Hernández

En 1943, aquel joven moreno como lo es el rostro de la misma Virgen Santa María de Guadalupe, llegó a la parroquia de San Ignacio con 37 años de edad, identificándose plenamente con los pobladores de la región, donde ejerció un intenso y auténtico apostolado de 1943 a 1958.[17]

 

·      Inicio de una nueva era en San Ignacio

Allí, en un medio inhóspito, llegó a trabajar y consolidar la fe en Cristo el Señor Cura Hernández, encontrando corazones dispuestos a recibir su mensaje, el mensaje del Evangelio. Vienen a mi memoria innumerables ocasiones en que era llamado a confesar enfermos o a darles la extremaunción, ahora unción de los enfermos, a lo que nunca tuvo una negativa; varias veces me tocó acompañarlo por el rumbo del Cerro Gordo a confesar heridos de bala, moribundos, para ungirlos y prepararlos al paso definitivo a la otra vida. Creo que todos recordamos cómo se fue haciendo la casa material de la escuela, su intención era que todos los niños estudiaran. Ahora asocio esta voluntad del Señor Cura con el slogan de estos tiempos y que él tenía muy presente desde siempre: “El peor enemigo de un gobierno corrupto es un pueblo culto”.[18]

 

·      Su preocupación por la educación integral de la niñez y juventud

Se preocupó por la educación integral de la niñez, porque todos salieran del analfabetismo. Siempre fue amigo inseparable de los niños, estaba con ellos para darles un mensaje al final de la doctrina; ahí regalaba dulces y monedas a los que sabían las respuestas a las preguntas sobre el tema que explicaba.

Yo era niño y lo escuchaba con la mayor atención; me impresionaban su cara sonriente, sus ojos negros, vivos y expresivos cuando nos contaba las historias de la Biblia y los mandamientos, convirtiendo en enseñanza viva todos sus conocimientos.

 

·      La Adoración Nocturna

La adoración nocturna era una gran prioridad. De noche y muy temprano, con luces de velas porque no había electricidad, allí estaba cantando con los adoradores el Altísimo Señor, vestido con elegante capa y la custodia de oro para dar la bendición. Nunca de prisa, siempre dando lo mejor de su tiempo y de su vida al Santísimo Sacramento.

 

·      Ejercicios espirituales para la feligresía

Capítulo especial merecen las tandas de Ejercicios Espirituales que se daban cada año, entiendo que por tiempo de la cuaresma, para hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas; eran unas jornadas agotadoras, debido en parte a que aún no había servicios de luz eléctrica, por lo que tenía que hablar solamente con la fuerza de sus pulmones, y no una, sino muchas, muchísimas pláticas en un solo día, durante varias semanas.

 

·       Su preocupación por el ser humano

Siempre tenía chistes que contar y gran habilidad para tener atento a su auditorio. Nunca abandonó su imagen del buen sacerdote, del representante de Dios en la tierra, del “sacado de entre los hombres para servir a los hombres…” Aprendí, como aprendieron todos, de su forma de ser en la iglesia, en la calle, en los viajes y paseos, en donde quiera que estuvimos con él.

Conocía las necesidades de su rebaño, era en pleno sentido de la palabra “un buen pastor que conoce a sus ovejas”, como lo dice el Evangelio. Sabía de sus necesidades espirituales y también materiales; por eso tanto esfuerzo por evangelizar, pero conocía también de sus necesidades económicas, materiales y de salud. Y algo muy especial de él siempre fue una gran preocupación encontrar y mandar niños y jóvenes al seminario para tener después más y mejores sacerdotes. Sin olvidar a un sinnúmero de jóvenes que fueron al seminario sin ordenarse sacerdotes, pero recibieron una extraordinaria preparación que fue la base para triunfar posteriormente en su vida personal y profesional.

Mi llegada al Seminario de Teziutlán en todo se debe a él, en lo material, en lo espiritual, en lo humano, yo solamente fui frente a él como el barro en manos del alfarero. Lo que soy y lo que tengo se lo debo a Dios, a través de él. Un sacerdote de la Diócesis de Papantla, su primo y paisano de Unión de Tula, de nombre Elías Núñez, fue mi tutor a la postre.

 

·      Cómo era el Señor Cura

 

Así fue el Señor Cura doctor José de Jesús Hernández, a quien recordamos y extrañamos, un hombre íntegro, congruente, respetuoso y solidario con su pueblo; un hombre de fe, comprometido con su gente, la de San Ignacio y sus comunidades; es quien sembró la esperanza, la fe y el amor a Dios, quien dio voz a los que no la tenían, poseyendo una total autoridad moral, espiritual y hasta civil, y es, finalmente, quien impulsó el desarrollo espiritual, social y educativo de este pueblo.

Practicó con entusiasmo el perdón, la gratitud, el amor, la generosidad, el desprendimiento, estando preparado antes de que le llegara la hora de su último adiós, lo que se convirtió en lecciones eternas para los moradores de esta tierra, especialmente para quienes lo conocimos de cerca.

Una vez, sintiéndose ya mal de su enfermedad y antes de salir a La Trinidad, me pidió que le leyera el capítulo correspondiente al día, mientras el permanecía sentado en una silla en el corredor del segundo piso del viejo curato, escuchando con los ojos semicerrados, pero muy atento a la lectura, y a pesar de que creo que siempre he leído bien, me hizo que le repitiera como tres veces la lectura.

Descanse en paz, y le pedimos que ruegue por nosotros, y esperamos que la Iglesia jerárquica toda lo eleve algún día a los altares como santo.[19]

 

7.    Salvador Hernández Montaño[20]

Fui compañero en Roma del Señor Cura José de Jesús Hernández Núñez; le decíamos El Machete, y estuvo conmigo en Roma. Pasado el tiempo me di cuenta que estaba en San Ignacio Cerro Gordo, donde murió joven.

Era muy, muy, muy buen sacerdote; yo cuando paso por Los Altos, me acuerdo de él, porque decía mucho “¡Hijo de la mañana…!” Y le pusimos el Hijo de la Mañana.[21]

 

8.    Abel Ríos Barba[22]

Recuerdo con mucho cariño, al señor cura Hernández, a quien caracterizaba un gran celo por sus ovejas, sobre todo por la niñez y la juventud; tengo muy presente cuando llegó a sacar en varias ocasiones con mucha energía a las personas que se encontraban presentes en un tugurio comandado por una señora conocida como María la Colorada, con la finalidad de que no se perdieran en el vicio, y si alguno se oponía era castigado con un chicote que se utilizaba para arriar a los burros, y nadie protestaba.[23]

 

9.    Ángel Orozco Bravo[24]

Ángel destaca que al Señor Cura le tocaron tiempos difíciles, cuando el agrarismo se hacía sentir fuerte en la región:

 

Al Señor Cura Hernández le tocó enfrentarse a los entonces “agraristas”, personas unas de la región y otras llegadas de fuera, pero todos armados por el gobierno por el temor de un nuevo levantamiento en la zona; en su mayoría con poca formación y educación, dado que todo lo querían resolver con violencia y las armas.

A estos personajes tuvo que enfrentar el Señor Cura en su apostolado. Dedicó su vida como pastor a educar a los niños y a los adultos, tanto en lo pastoral como en lo social y cultual, y a él se deben muchos frutos que ahora se perciben.[25]

 

 

10. Baudelio Ríos Hernández[26]

Recuerdo al Señor Cura como un buen pastor, quien consideró que la causa de varios de los males que aquejaban a la población era el alcohol y comenzó una campaña para erradicar ese vicio, lo cual originó que a quienes les gustaba tomar se iban a la Capilla de Guadalupe, población vecina,  y el Señor Cura Hernández, quien conocía a sus ovejas, iba por ellas y se las traía a San Ignacio.

En una de esas idas se encontró con el párroco de la Capilla, José Inés Morales Vázquez, y éste le dijo al Señor Cura Hernández: “el señor obispo te mandó a un corral, a un pueblito chiquito, de casitas caídas, de adobe y tejita y todo así; aprende a mí, yo tengo portales, las casas son buenas, a mí me mandó a buen campo, ¿pero tú?” Y el Señor Cura Hernández, le respondió: “mira, ¡allí me mandó! Yo vine a salvar almas, y voy a sacar a ese pueblito adelante”.

Meses después, en una de sus misiones en búsqueda de sus ovejas extraviadas, se vuelve a encontrar con el Señor Cura Morales, y nuevamente le dijo “Mmm... tu pueblo está cayéndose, todo inservible; te mandó a un lugar de tomadores de vino, te mandó a un chiquero de puercos, tú estás lidiando con puros puercos”. Allí reaccionó el Señor Cura Hernández, y le respondió: “Pues mira, si yo vivo en un corral de puercos, tú vives en una laguna de mierda, porque mis puercos vienen a trompear la mierda de tu pueblo”, dijo. “Pero mira, somos municipio de Arandas y ustedes de Tepa, deja que mis alumnos, los que ahora son niños, empiecen a crecer y se preparen, van a gobernar, y tu Capilla se quedará atrás y Arandas, municipio que nos manda, y el tuyo que es Tepatitlán, se hablarán de tú con San Ignacio, porque los tres van a valer igual, pero tu Capilla se quedará atrás”.[27]

 

11. David Camarena Bocanegra[28]

David fue, sin duda, uno de los personajes que más conocieron al Señor Cura, ya que fue su colaborador durante muchos años como su sacristán. Nos pudo hablar durante toda una tarde, y todo lo que dijo es muy trascendente; sin embargo, ya goza del premio de los justos. Algo de lo que nos dijo es lo siguiente:

 

En una ocasión una persona que no conocíamos buscó al Señor Cura para pedirle ayuda económica, y él abrió un baúl donde guardaba en diferentes apartados el dinero que juntaba… que para las ánimas, que para el Santísimo, que lo del colegio, que lo del diezmo y lo personal de él.

A continuación el Señor Cura tomó de uno de los apartados una cantidad para dárselo al desconocido, quien al recibir lo que el Señor Cura le había entregado, le prometió regresarle el dinero recibido, pero el Señor Cura se negó a que se lo regresara, porque le dijo que ya se lo había regalado.

[…]

Mi mamá, doña Margarita, le pidió dinero al Señor Cura para comprar el mandado, y al abrir de nuevo el cofre de donde habían sacado el dinero para dárselo al desconocido, tanto el Señor Cura como ella quedaron sorprendidos, porque cada apartamiento se encontraba en el mismo estado en que estaba hasta antes de darle el dinero a la persona desconocida a quien había socorrido, o sea que no le faltaba nada a ninguno de los apartamientos. Ante la sorpresa, el Señor Cura le preguntó a mi mamá Margarita, “¿Quién sería la persona que nos pidió dinero?” Y mi mamá solamente le contestó que era el mismo Cristo Nuestro Señor, y en ese momento se le salieron las lágrimas al Señor Cura.

Era confesor de unas monjitas de San José de Gracia, municipio de Tepatitlán, y una vez, cuando iba a visitarlas por el camino del Cerro, por donde a veces incluso se iba a pie, cayó un fuerte aguacero, y al llegar las madres lo estaban esperando con ropa seca para que se cambiara, pero el Señor Cura les dijo: “por donde yo pasé no estaba lloviendo”.[29]

 

12. Elías Orozco Barba

Elías fue alumno y a la vez maestro en la escuela parroquial del Señor Cura Hernández. Elías hace memoria y nos relata al hombre del perdón y al consejero matrimonial así:

 

En una ocasión, una señora nos dijo lo siguiente: “A veces, cuando teníamos alguna necesidad particular, sobre todo referente a problemas relacionados con nuestro matrimonio, el Señor Cura Hernández se llegó a presentar en nuestra casa y nos aconsejaba cómo solucionar nuestras diferencias. Tiempo después nos enteramos que a esa misma hora en que estuvo con nosotros, también había estado físicamente presente en otro lugar.

            A mí me tocó ver en una ocasión cuando el Señor Cura salía del curato hacia la calle, y al verlo José Villa (líder agrarista) se aproximó y se hincó frente al Señor Cura Hernández para pedirle perdón de una falta que había cometido en su contra, pero entonces el Señor Cura lo levantó con afecto y lo perdonó.[30]

 

13. Genaro Hernández y su esposa Ofelia Sauceda[31]

El señor cura Hernández consideraba inconveniente para la juventud, cierta música reproducida por algunos aparatos musicales (rockolas, sinfonolas, o bien veinteras, aparatos musicales que al depositarles un veinte tocaban una canción), y dado que un vecino conocido tenía uno de estos artefactos, el Señor Cura le insistió varias veces en que lo quitara. Éste se negaba a hacerlo, por lo que dadas las circunstancias, rezaban en el templo, “que le caiga un rayo a la sinfonola”, frase que repetían varias veces todos los presentes y tiempo después se desprendió del techo una viga que cayó encima del aparato musical, desbaratándolo por completo”.[32]

 

14. Ignacio Zamudio Vázquez[33]

Estando en Empalme, Sonora, escuché casualmente una plática entre personas de San Ignacio, en la que planeaban dañar al Señor Cura Hernández.

Estas personas, de regreso en su tierra, se organizaron y prepararon un plan para llevar a cabo su malvada intención, pues consideraron que si lo invitaban a que atendiera una confesión urgente seguramente no se negaría a acompañarlos en la noche; por su gran celo apostólico, siempre estaba atento a que nadie se muriera sin confesarse.

Puesta en práctica la perversa táctica por estas personas, y ya en camino acompañadas del Señor Cura, éste sospechó de su maldad, y con el pretexto de conseguir una batería con don Polo Martínez, aprovechó la oportunidad para informarle de lo ocurrido. Éste de inmediato le avisó a don Alejo, quien vivía cerca, y ambos abogaron ante los maleantes por el Señor Cura, logrando que desistieran de llevar a cabo tan malvada acción.[34]

 

15. Luis Sandoval Godoy[35]

De esta característica de San Ignacio, muy notable por cierto en la vida silenciosa de otros pueblos de Los Altos y en la ausencia absoluta de cantinas de la mayoría de las poblaciones de esta región, nos habla la señora con quien estamos conversando:

“Le voy a decir que aquí la gente es medio alborotada; era, ya no es mucho. De recién que nosotros nos vinimos aquí, había un cantinerío (sic), muchas cantinas, muchos borrachos, muchas borrachas haciendo desorden por las calles. Empezó a arreglarse un poquito con un sacerdote que estuvo aquí, que se llama Ramón Pérez y que ahora es canónigo de San Juan. Luego vino otro sacerdote y la gente siguió igual. Después vino el Señor Cura Hernández y no sé cómo le hizo, pero consiguió que no hubiera ni una cantina…”

 

16. Ramón Ramírez Quiroz[36]

Yo tuve el privilegio de formar parte de la escuela del Señor Cura, donde hacíamos hasta el cuarto año de primaria; no había más. Él quería que aprendiéramos y fuéramos hombres rectos y conscientes de nuestros derechos

 

·      Cómo era

Él era parejo con todos, no distinguía ricos ni pobres, no discriminaba a nadie.

Cuando insistíamos en eso de pagar una pequeña cuota por darle vueltas al volantín a cambio de subirnos después de darle una recia, nos pegaba con la soga mojada; igual hacía cuando íbamos al cine a ver películas en B1 o B2 y les decía a los papás que no dejaran ir a ver a sus hijos esas películas.

Una de las labores más trascendentes que llevó a cabo el Señor Cura fue su preocupación por erradicar el alcoholismo y la violencia que afectaban la vida de sus feligreses.

 

·      La influencia de la comunidad agraria en su vida

Varias de las personas que integraban la Comunidad Agraria estaban influenciadas de otras ideas por individuos que venían de otros lados, además algunos eran escépticos a la religión, y el Señor Cura en sus sermones les enviaba mensajes (pues no tenía pelos en la lengua) y eso les afectaba.

Se supo incluso que en una ocasión la policía, que en ese tiempo eran los rurales, y un señor del pueblo lo sacaron con engaños para una confesión, y cuando iban hacia el norte por la calle Morelos, don Antonio Mojica, que vivía cerca de don Polo Martínez, escuchó la voz del Señor Cura y salió y le dijo, “¿A dónde va, Señor Cura?” “A una confesión.” “Yo lo acompaño.” Él respondía “no, no”, pero Polo insistió y los acompañó, y evitó que en esa ocasión le hicieran algo, pero sí lo amenazaban, si bien él no tenía miedo a nadie, pero sí llegaron a ejercer una mala influencia.

Yo considero que el Señor Cura fue un parteaguas del pueblo: antes y después de él.[37]

 

17. Roberto Castellanos Cruz[38]

Recuerdo al señor cura José de Jesús Hernández como una gran persona, trabajó muy duro para combatir los vicios. En ese tiempo llegaban las mujeres de la mala vida y se instalaban en una casa de campaña, y el Señor Cura sacaba a la clientela con una vara y poco después las desterró.[39]

 

18. Salvador Orozco Romo[40]

En una ocasión visité al Señor Cura Hernández en compañía de otra persona, y al ver que no tenía colchón en su cama, tan sólo unos costales, fuimos a comprarle un colchón a la Capilla, pero cuando se lo llevamos nos dijo: no lo quiero, mejor dénselo a don Quirino, porque él lo necesita más que yo. Fue un hombre muy humilde, murió pobre porque todo lo compartía.[41]

 

A manera de conclusión

 

La vida y obra del Señor Cura Hernández trascendieron el tiempo y las fronteras. Quien esto escribe, con base en su conocimiento personal del señor cura Hernández y en los testimonios escritos de quienes lo conocieron y trataron muy de cerca, considera que su vida y obra han trascendido, pues sesenta años después de su partida definitiva de esta tierra los habitantes de la comunidad todavía siguen hablando de sus enseñanzas, de su carisma, de su entrega incondicional; lo siguen considerando un gran personaje que vino a cambiar al pueblo, que practicó las virtudes en grado heroico, y cuyo trabajo, testimonio y forma de vida continúan dando buenos frutos. Se habla de él con gran respeto y veneración.

Quienes conocimos al Señor Cura Hernández, haciéndonos eco de la comunidad parroquial, tenemos plena confianza en que la causa de beatificación prosperará, para gloria de Dios, con la ayuda del párroco actual, el padre Luis Humberto Vargas Arámbula, a quien agradecemos que esté recabando testimonios de personas que conocieron a nuestro protagonista, al igual que a los vicarios y sacerdotes del mismo pueblo y miembros de la feligresía que están promoviendo esta causa y acuden a dar su testimonio.

 

·      Quién y cómo fue el señor cura Hernández

Tomando en cuenta las diversas expresiones de los que han participado con sus comentarios y opiniones en este trabajo, podemos llegar a una conclusión irrefutable: el señor cura Hernández fue apóstol del pobre y el necesitado, apóstol de la educación y la cultura y apóstol de la salud espiritual, moral y física de sus parroquianos.

Así mismo y de acuerdo con los habitantes de la parroquia de La Yesca, Nayarit, el Señor Cura Hernández fue un gran conocedor de la idiosincrasia de la gente de la región donde ejerció su ministerio, que califican como una ardua y casi imposible labor, además de saber adentrarse en los corazones de sus feligreses para realizar los bienes espirituales y materiales.

Fue un parteaguas en la historia de la vida de San Ignacio, un excelente predicador, consejero que dio testimonio con su palabra y con su ejemplo; sembró el bien, combatió el mal y luchó en cuerpo y alma para erradicar el alcoholismo y la violencia, sin menospreciar al pecador. Logró que desaparecieran las cantinas en la jurisdicción, como bien lo atestigua el texto de Luis Sandoval Godoy sobre San Ignacio en palabras de una lugareña: “Después vino el Señor Cura Hernández y no sé cómo le hizo, pero consiguió que no hubiera ni una cantina”.

Fue hombre de carácter, valiente, arriesgado, que para evitar que corriera la sangre, algo que era frecuente, llegó a interponerse entre balas cruzadas, sin importarle si le podía tocar una. Fue hombre de acción, justo, humano y muy entregado, generoso y desinteresado, y más que nada, fue hombre de Dios, de oración, íntegro, congruente, respetuoso y solidario con su pueblo; un hombre de fe, comprometido con su gente, la de San Ignacio y sus comunidades. Fue muy, muy, muy buen sacerdote; lo caracterizaba un gran celo por el bien de las almas.

 

·      Qué hizo

Fundó una escuela de niños y otra de niñas y trabajó mucho con amor y cariño de padre y de hermano para que sus feligreses de todas las edades salieran del analfabetismo, dedicó su vida como buen pastor a la educación de la niñez y la juventud, sin descuidar el bienestar general de los adultos.

Terminó con todos los centros de vicio.

Fue amigo de los niños y a sus alumnos les inculcó los valores humanos y cristianos, que después de dos generaciones aún perduran; no se reservó nada para sí mismo, se entregó por entero a su feligresía; preparó y orientó a las personas integralmente, las orientó en sus necesidades materiales, espirituales y sociales, con amor y cariño de padre y de hermano.

Llevó una vida monástica, de continuos sacrificios, así lo delata el cuarto donde dormía, que era pequeño y ni colchón tenía; hay quien afirma que lo llegaron a ver “disciplinándose”; tenía un gran amor por el Sagrado Corazón de Jesús y por la Eucaristía.

Practicó las bienaventuranzas, enseñó al que no sabía, corrigió al descarriado, animó a los pusilánimes, perdonó a los pecadores, pidió perdón a los que consideró haber ofendido, consoló a los tristes, socorrió al pobre y al necesitado, dirigió, orientó, regañó y dio amor; fue un hombre humilde, sencillo, un gran santo.

Su amor a Cristo y al prójimo no tenía límites, no discriminaba a nadie, era parejo con todos, no distinguía ricos ni pobres, ayudaba a todos en la iglesia, en la escuela, en la calle, en los deportes, en las organizaciones apostólicas.

 

·      Favores sobrenaturales atribuidos a su intercesión

Se corre el comentario de que hizo cosas excepcionales. Hay quien se siente beneficiado con algún milagro, como el padre Miguel Martín Ríos, nativo del lugar, quien seguramente aportará su valioso testimonio que podría abonar a la causa de su beatificación.

Hay o hubo personas que creen en que el Señor Cura Hernández tuvo el don de la bilocación: estuvo presente al mismo tiempo y a la misma hora en dos lugares diferentes.

Su riqueza inmensa fue buscar la gloria de Dios y la santificación de las almas; su gran celo apostólico siempre estaba atento a que nadie se muriera sin antes haberse confesado y recibido la Unción de los Enfermos.

Varias de estas historias y otras más que no están incluidas en este escrito son contadas a veces de igual o de diferente forma por diferentes personas, pero en esencia coinciden en que el Señor Cura Hernández fue un gran apóstol y un gran santo, porque practicó las virtudes en grado heroico.

Solamente nos resta agradecer al Señor Cura Luis Humberto que se haya interesado por avalar y promover con responsabilidad el compromiso de comenzar el proceso de ,beatificación del Señor Cura doctor José de Jesús Hernández Núñez, a pesar de las múltiples ocupaciones de su cargo y su misión como párroco de San Ignacio; no tenemos ninguna duda de que Dios le recompensará sus esfuerzos y ardua labor.

Igualmente agradezco a mi hija Carmen Beatriz Vázquez Ortiz su apoyo, así como a las personas que contribuyeron con sus comentarios y testimonios, muy especialmente a mis paisanos, amigos y compañeros Juan González Díaz y Juan Salcido Gutiérrez y a quienes acuden ante la presencia del Señor Cura Luis Humberto Vargas a dar su testimonio sobre la vida, obras y virtudes del señor cura Hernández, considerado por los habitantes un santo y un parteaguas en la historia de San Ignacio y de su gente.

Febrero del 2019

 



[1] Originario de San Ignacio Cerro Gordo, Jalisco, con estudios en el Seminario Conciliar de Toluca, abogado y con maestría en letras de Jalisco, además de obra publicada sobre periodismo, federalismo y San Ignacio Cerro Gordo.

[2] Datos obtenidos del archivo particular de José de Jesús Vázquez Hernández de entrevistas efectuadas a condiscípulos y personas que convivieron con el señor cura Hernández en diferentes fechas, a iniciativa del autor, para la edición de un libro sobre San Ignacio Cerro Gordo. Su gente y su fe.

[3] Condiscípulo. Nació el 13 de julio de 1915 en Cuquío, Jalisco, y fue ordenado presbítero en Roma el 12 de abril de 1941. Falleció en Guadalajara el 20 de septiembre del 2012. Dirigió la sección diocesana de catequesis durante muchos años. Fue párroco de San Juan Bautista de Mexicaltzingo y postulador de la causa de canonización del Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez.

[4] Entrevistado por el autor en Guadalajara, abril del 2010.

[5] Antonio fue alumno de la escuela del Señor Cura Hernández. Nació el 22 de mayo de 1941 en San Ignacio, Cerro Gordo, Jalisco. Sus padres fueron David Hernández y Petra Morales. Fue ordenado presbítero el 28 de junio de 1970 en la Diócesis de Toluca, en la que ejerció su ministerio hasta su muerte, acaecida el 16 de junio de 2016.

[6] Entrevistado por el autor en San Ignacio Cerro Gordo, 30 de junio de 2010.

[7] Don Esteban fue condiscípulo del señor cura Hernández en el Seminario Conciliar de Guadalajara y más tarde en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma. Nació el 28 de enero de 1911, en Totatiche, Jalisco. Fue ordenado presbítero el 26 de mayo de 1934. Falleció el 15 de enero del 2006.

[8] Entrevistado en Guadalajara cuando ejercía su ministerio en el templo de Nuestra Señora del Sagrado Corazón (Colomos y López Mateos).

[9] Nació el 20 de octubre de 1926 en Jalostotitlán, Jalisco, y fue ordenado presbítero el 1º de noviembre de 1951. También recuerda al señor cura Hernández por su apodo de El Machete y por su clara inteligencia.

[10] Entrevistado por el autor en Guadalajara, marzo de 2015.

[11] Juan fue acólito y alumno en la escuela del Señor Cura Hernández. Nació en San Ignacio Cerro Gordo el 28 de diciembre de 1940. Sus padres fueron Anastasio González y Dolores Díaz. Fue ordenado sacerdote el 12 de diciembre de 1965 para el clero de Toluca, donde ejerció el ministerio por 10 años.

[12] Entrevista (2014) al presbítero Juan González Díaz, quien desde su residencia en California nos compartió sus experiencias vividas al lado de este “santo varón”. 

[13] Idem.

[14] Idem.

[15] Idem.

[16] Juan fue acólito y alumno en la escuela del Señor Cura. Nació el 21 de julio de 1945 en San Ignacio Cerro Gordo, Jalisco. Sus padres fueron Domingo Salcido y María del Socorro Gutiérrez. Fue ordenado presbítero el 9 de abril de 1969 para la Diócesis de Papantla, donde ejerció su ministerio durante once años.

[17] Entrevista en 2014 al presbítero Juan Salcido Gutiérrez, quien desde su residencia en Jalapa, Veracruz, nos compartió sus experiencias vividas al lado del Señor Cura Hernández.

[18] Idem.

[19] Idem.

[20] Condiscípulo del señor cura Hernández en Roma; nació el 21 de enero de 1913, en la Barca, Jalisco; fue ordenado presbítero el 11 de abril de 1936 en Roma. Falleció el 14 de mayo de 2012 en Guadalajara.

[21] Entrevista en Guadalajara al presbítero Salvador Hernández Montaño, abril de 2010, capilla Stella Matutina.

[22] Alumno de la escuela del Señor Cura, nació en San Ignacio el 29 de marzo de 1936 y falleció en Guadalajara el 11 de julio de 2017. Fue hijo de Gregorio Ríos y María de la Luz Barba.

[23] Entrevista realizada a Abel por el autor de esta compilación de testimonios en la ciudad de Guadalajara el 4 de julio de 2017, días antes de su muerte.

[24] Alumno de la Escuela del señor cura Hernández. Nació en San Ignacio Cerro Gordo, Jalisco, en 1935. Sus padres, Esteban Orozco Hernández y María Bravo Orozco.

[25] Entrevista realizada al Dr. Ángel por el autor de esta compilación de testimonios en la ciudad de Guadalajara el mes de diciembre 2017.

[26] Alumno en la Escuela del Señor Cura. Nació el 5 de julio de 1943, en la jurisdicción de San Ignacio. Sus padres, Manuel Ríos Hernández y Marcelina Hernández Orozco.

[27] Entrevista a Baudelio en San Ignacio Cerro Gordo, 13 de noviembre 2014

[28] Alumno de la escuela y sacristán de la parroquia de San Ignacio, donde nació el 22 de agosto de 1939 y falleció el 16 de mayo 2007. Sus padres fueron Catarino Camarena y Margarita Bocanegra.

[29] Entrevista a David en San Ignacio Cerro Gordo, 15 de noviembre de 2014.

[30] Entrevista a Elías y Tere en San Ignacio Cerro Gordo, enero de 2016.

[31] Genaro fue alumno y miembro de la primera generación de egresados de la famosa escuela del Señor Cura y redondeó su formación en el Seminario Conciliar de Guadalajara. Ofelia fue alumna y también maestra de la escuela.

[32] Entrevista a Genaro y Ofelia en San Ignacio Cerro Gordo, abril de 2015.

[33] Oriundo de San Ignacio Cerro Gordo, nació el 1º de enero de 1923. Sus padres fueron Martiniano Zamudio y María Dolores Vázquez. Falleció el 21 de septiembre de 2003.

[34] Entrevista a Ignacio en San Ignacio Cerro Gordo, días antes de su muerte.

[35] Escritor y periodista (El Teúl, Zacatecas, 1927). Se toma este texto de un artículo suyo publicado en El Informador el 13 de junio de 1976.

[36] Ramón, como su alumno, acólito, profesor y colaborador, convivió de cerca con el Señor Cura Hernández. Nació en San Ignacio el 30 de abril de 1939, hijo de Fernando Ramírez Chávez y María del Carmen Quiroz.  

[37] Entrevista a Ramón, Guadalajara, 12 de febrero de 2017.

[38] Roberto fue alumno de la primera generación de la escuela del Señor Cura. Nació en San Ignacio en 1935. Sus padres fueron Pedro Castellanos Navarro y Juana Cruz Jiménez, nativos del solar.

[39] Entrevista a Roberto en Chapala, Jalisco, , donde reside en la actualidad, el 17 de enero de 2017.

[40] Nativo de San Ignacio Cerro Gordo, distinguido hombre de negocios, gestor del establecimiento de la energía eléctrica.

[41] Entrevista a don Salvador en San Ignacio Cerro Gordo días antes de su muerte, acaecida el 5 de enero de 2006.



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