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John Henry Newman: la armonía de la diferencia

Carlos, Príncipe de Gales[1]

 

El domingo 13 de octubre el Papa Francisco proclamó santo

al cardenal inglés John Henry Newman.

La delegación británica presente en la ceremonia

estuvo encabezada por el heredero del trono, el Príncipe Carlos,

quien la víspera había publicado en L’Osservatore Romano el siguiente artículo.[2]

 

 

Cuando el Papa Francisco canonice mañana al Cardenal John Henry Newman, el primer británico declarado santo en más de cuarenta años, será motivo de celebración no únicamente en el Reino Unido y no sólo para los católicos, sino para todos cuantos aprecian los valores que lo inspiraron.

            En la época que le tocó vivir, Newman defendió la vida del espíritu contra las fuerzas que buscaban rebajar la dignidad humana y el destino humano. En la época en que llega a los altares, su ejemplo es más necesario que nunca: por la forma en que, en sus mejores momentos, era capaz de abogar sin acusar, podía disentir sin faltar al respeto y, quizá sobre todo, sabía ver las diferencias como puntos de encuentro y no de exclusión.

            En tiempos en que la fe estaba siendo más cuestionada que nunca, Newman, uno de los máximos teólogos del siglo xix, dedicó su intelecto a una de las cuestiones más urgentes de nuestra era: ¿cuál debe ser la relación de la fe con un entorno escéptico y secular? Sus empeños en la teología anglicana primero, y luego, tras su conversión, en la teología católica fueron admirados incluso por sus opositores por la audacia de su honestidad, su absoluto rigor y la originalidad de su pensamiento.

            Sean cuales sean nuestras creencias y más allá de cuál sea nuestra tradición, no podemos sino agradecer a Newman los dones, anclados en su fe católica, que compartió con la sociedad en general: su intensa y conmovedora autobiografía espiritual y su profundo sentimiento poético en El sueño de Geronte que, musicalizado por Sir Edward Elgar (otro católico del que todos los británicos pueden enorgullecerse) dio al mundo de la música una de sus más perdurables obras maestras corales.

            En el clímax del Sueño de Geronte, el alma, al acercarse al cielo, percibe algo de la visión beatífica:

Una gran armonía misteriosa:

Me inunda, como el sonido hondo y solemne

De muchas aguas.

            La armonía requiere de la diferencia. El concepto se halla en el corazón mismo de la teología cristiana en el concepto de la Trinidad. Doce Geronte en el poema:

Firmemente creo y

verdaderamente Dios es tres, y Dios es Uno

            Nada hay que temer de la diferencia en cuanto tal. Newman no sólo lo prueba en su teología y lo ilustra en su poesía, sino que lo demostró también en su vida. Bajo su liderazgo, los católicos se integraron plenamente en la sociedad, la cual por ello se enriqueció como una comunidad de comunidades.

            Newman no sólo estuvo inmerso en la Iglesia, sino también en el mundo. Al tiempo que se consagraba por completo a la Iglesia a la cual llegó luego de tantos escollos intelectuales y espirituales, dio principio sin embargo a un debate abierto entre los católicos y otros cristianos, con lo cual abrió el camino de posteriores diálogos ecuménicos. Cuando fue creado cardenal en 1879, adoptó por divisa Cor ad cor loquitur (“el corazón habla al corazón”) y su conversación por sobre las divisiones confesionales, culturales, sociales y económicas estuvo arraigada en esa amistad íntima con Dios.

            Su fe era auténticamente católica en cuanto que abarcaba todos los aspectos de la vida. Es en ese mismo espíritu que nosotros, seamos o no católicos, podemos, en la tradición de la Iglesia cristiana a través de los siglos, abrazar la perspectiva única, la sabiduría particular y la visión que aportó a nuestra experiencia universal esa alma individual. Podemos hallar inspiración en sus escritos y su vida aun reconociendo que, como toda vida humana, era inevitablemente imperfecta. El propio Newman era conciente de sus yerros, como el orgullo y el talante defensivo que lo alejaban de sus propios ideales, pero que, a la postre, sólo hacían crecer su agradecimiento a la misericordia de Dios.

            Su influencia fue inmensa. Como teólogo, su trabajo en el desarrollo de la doctrina mostró que nuestro entendimiento de Dios puede crecer al paso del tiempo, y tuvo profundo impacto en estudiosos posteriores. Los cristianos ven su devoción personal desafiada y fortalecida por la importancia que él da a la voz de la conciencia. Quienes pertenecen a las distintas tradiciones y buscan definir y defender el cristianismo le agradecen su manera de reconciliar fe y razón. Quienes buscan lo divino en un ambiente intelectual cada vez más hostil hallan en él un aliado poderoso, un campeón de la conciencia individual contra el relativismo rampante.

            Y lo más relevante de todo en estos tiempos en que hemos presenciado agresiones sin cuento de las fuerzas de la intolerancia contra comunidades e individuos, incluyendo muchos católicos, en razón de sus creencias: Newman es una figura que defendió sus convicciones pese a las desventajas de pertenecer a una religión a cuyos adherentes se negaba la participación plena en la vida pública. A lo largo del proceso de la emancipación de los católicos y la restauración de la jerarquía católica, fue el líder que entonces necesitaban su gente, su Iglesia y sus tiempos.

            Su capacidad de calidez personal y amistad generosa queda de manifiesto en su correspondencia. Hay más de treinta volúmenes de sus cartas, muchas de las cuales, significativamente, no van dirigidas a sus pares intelectuales o a líderes prominentes, sino a la familia, los amigos y los feligreses que buscaban su sabiduría.

            Su ejemplo dejó un legado perdurable. Como educador, su trabajo tuvo una profunda influencia en Oxford, Dublín y más allá, mientras que su tratado sobre La idea de la Universidad es aún hoy en día un texto definitorio. Sus afanes, a menudo olvidados, en favor de la educación infantil dan testimonio de su compromiso por garantizar que los niños de todos los orígenes pudiesen acceder a las oportunidades que brinda el conocimiento. Como anglicano, guió a su Iglesia hacia el regreso a sus raíces católicas, y como católico estaba abierto a aprender de la tradición anglicana, como muestra su promoción del papel de los laicos. Infundió renovada confianza a la Iglesia católica en su restablecimiento en una tierra de la que antaño había sido desarraigada.       La comunidad católica actual de la Gran Bretaña tiene una deuda incalculable con su infatigable trabajo, al igual que la sociedad británica tiene razones para agradecer a esa comunidad su aportación de inmenso valor para la vida de nuestra patria.

            Esa confianza se expresó en su amor por el paisaje inglés y por la cultura de su tierra natal, a la que contribuyó de forma tan insigne. En el Oratorio que estableció en Birmingham, y que actualmente alberga un museo dedicado a su memoria así como una activa comunidad eclesial, vemos la realización en Inglaterra de una visión que recibió de Roma, a la que describe como “el sitio más maravilloso del mundo”. Al llevar de Italia a Inglaterra la Congregación del Oratorio, Newman buscaba compartir su carisma de educación y servicio.

            Amó a Oxford, y le regaló, además de sus sermones apasionados y eruditos, la bella iglesia anglicana en Littlemore, que construyó después de una visita formativa a Roma donde, mientras buscaba orientación para su futura senda espiritual y reflexionaba sobre su relación con la Iglesia de Inglaterra y con el catolicismo, escribió su entrañable alabanza “Guíame, luz amable”. Cuando finalmente decidió dejar el anglicanismo, su último sermón para decir adiós a Littlemore hizo llorar a los feligreses. Se titulaba “La despedida de los amigos”.

            Al conmemorar la vida de este gran británico, este gran hombre de Iglesia y, como ya podemos decir, este gran Santo, que tendió puentes entre las tradiciones, sin duda conviene dar gracias por la amistad que, pese a la despedida, no sólo ha perdurado sino que se ha fortalecido.

            En la imagen de la divina armonía que Newman expresó con tanta elocuencia podemos ver cómo, en última instancia, al seguir con sinceridad y valor los distintos senderos a los que nos llama la conciencia, todas nuestras divisiones pueden llevar a un mayor entendimiento y todas nuestras vías pueden hallar el hogar común.

 



[1] Heredero al trono británico.

[2] La traducción es de María Palomar Verea, para este Boletín.



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