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Por la dignidad de los migrantes Declaración de los Obispos de la frontera norte de México y del Consejo de Presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano
7 de abril del 2018
A todos los mexicanos en territorio nacional y más allá de nuestras fronteras, a todos los creyentes y no creyentes en Jesucristo en México y en los Estados Unidos, al presidente de México, Lic. Enrique Peña Nieto, al presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump:
Por primera vez en la historia de la Iglesia católica en México, los Obispos abajo firmantes nos dirigimos a todos los habitantes de México y de Estados Unidos, independientemente de sus convicciones religiosas, y de manera muy especial y con gran respeto a los Presidentes de nuestros respectivos países, con motivo del despliegue de tropas de la Guardia Nacional estadounidense en la frontera que delimita nuestros territorios. La Iglesia católica, en fidelidad a la fe en Jesucristo, no puede pasar de largo ante el sufrimiento de nuestros hermanos migrantes que buscan mejores condiciones de vida al cruzar la frontera para trabajar y contribuir al bien común no sólo de sus familias sino del país hermano que los recibe. Sabemos que los presentes y futuros flujos migratorios requerirán de una renovada regulación por parte de ambas naciones. Así mismo, no nos es ajeno que una dimensión constitutiva de una sociedad próspera y pacífica es la verdadera vigencia del Estado de Derecho. Sin embargo, no toda norma, ni toda decisión política o militar, por el mero hecho de promulgarse o definirse, es de suyo justa y conforme a los derechos humanos. Si ha habido una lección histórica que todos como sociedad hemos aprendido tras los conflictos mundiales vividos durante el siglo xx es que lo legal requiere de ser legítimo; es que la dignidad inalienable de la persona humana es la verdadera fuente del derecho; es que el dolor de los más vulnerables debe ser entendido como norma suprema y criterio fundamental para el desarrollo de los pueblos y la construcción de un futuro con paz. Ése es el origen profundo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ése es el fundamento universal de una convivencia fraterna entre las naciones. Por estas razones, los Obispos mexicanos deseamos repetir lo que dijimos hace un año: “el grito de los migrantes es nuestro grito”[1]. ¡Su dolor es nuestro dolor! ¡En cada migrante que es lastimado en su dignidad y en sus derechos, Jesucristo vuelve a ser crucificado! Los gobiernos mexicanos del pasado y del presente tienen una grave responsabilidad al no haber creado las oportunidades suficientes de desarrollo para nuestro pueblo pobre y marginado. Por eso, nuestra incipiente democracia tiene un enorme reto en el futuro próximo: escoger a quienes deben de realizar de manera honesta, sin corrupción ni impunidad, un cambio histórico que ayude a que el pueblo de México realmente sea el protagonista de su desarrollo, con paz, justicia y respeto irrestricto a los derechos humanos. Un camino que implica también no cerrarse, sino abrirse a la dinámica del nuevo mundo global, cada vez más interdependiente y necesitado de solidaridad y cooperación. Sin embargo, las carencias que tenemos los mexicanos no pueden ser justificación para promover el antagonismo entre pueblos que están llamados a ser amigos y hermanos. No es conforme a la dignidad humana ni a las mejores razones y argumentos concebidos por hombres como Abraham Lincoln o Bartolomé de las Casas edificar barreras que nos dividan o implementar acciones que nos violenten. Los migrantes no son criminales sino seres humanos vulnerables que tienen auténtico derecho al desarrollo personal y comunitario. De ahí la defensa que la Iglesia hace a nivel universal, y de manera particular a través del trabajo que se realiza entre los pueblos hermanos: México y Estados Unidos, con Centroamérica, el Caribe, Latinoamérica y Canadá, en esta necesaria atención a nuestros hermanos migrantes. Sólo hay futuro en la promoción y defensa de la igual dignidad y de la igual libertad entre los seres humanos. La frontera entre México y Estados Unidos “no es una zona de guerra”, como han dicho recientemente nuestros hermanos Obispos de los Estados Unidos;[2] al contrario, esta zona está llamada a ser ejemplo de vinculación y corresponsabilidad. El único futuro posible para nuestra región es el futuro edificado con puentes de confianza y desarrollo compartido, no con muros de indignidad y de violencia. Más aún, el Papa Francisco, sin ambages, nos ha dicho a todos: “una persona que sólo piensa en hacer muros, sea donde sea, y no construir puentes, no es cristiana. Esto no es el evangelio”.[3] Por la dignidad de los migrantes y por la dignidad de todos los habitantes de nuestros países, proponemos consumir nuestras energías en la creación de otro tipo de soluciones. Soluciones que siembren fraternidad y enriquecimiento mutuo en el orden humanitario, cultural y social. Que la Virgen de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive y Patrona de nuestra libertad, bendiga a nuestros gobernantes y a nuestros pueblos. Que Ella nos sostenga en el esfuerzo por hacer de nuestras naciones, y de toda nuestra región, un espacio de reconciliación fraterna, de desarrollo integral y de servicio solidario a los más pobres, que sirva de inspiración para el mundo entero.
Por los obispos del Consejo de Presidencia,
Emmo. Sr. Cardenal José Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara, Presidente de la CEM S.E. Mons. Javier Navarro Rodríguez, Obispo de Zamora, Vicepresidente de la CEM S.E. Mons. Alfonso Miranda Guardiola Obispo Auxiliar de Monterrey, Srio. General de la CEM
S.E. Mons. Ramón Castro Castro, Obispo de Cuernavaca, Tesorero de la CEM S.E. Mons. Carlos Garfias Merlos, Arzobispo de Morelia, Primer Vocal de la CEM S.E. Mons. Sigifredo Noriega Barceló, Obispo de Zacatecas, Segundo Vocal de la CEM Por los obispos de la Frontera Norte de México. Arzobispo de Monterrey S.E. Mons. José Guadalupe Torres Campos Obispo de Ciudad Juárez y coordinador por México de la reunión de obispos Tex-Mex. S.E. Mons. Eugenio Andrés Lira Rugarcía Obispo de Matamoros S.E. Mons. Jesús José Herrera Quiñonez Obispo de Nuevo Casas Grandes S.E. Mons. Enrique Sánchez Martínez Obispo de Nuevo Laredo S.E. Mons. Alonso Gerardo Garza Treviño Obispo de Piedras Negras S.E. Mons. Raúl Vera López, O.P. Obispo de Saltillo S.E. Mons. Hilario González García Obispo de Linares S.E. Mons. Guillermo Ortiz Mondragón Obispo de Cuautitlán y Encargado de la Comisión Episcopal de Movilidad Humana. S.E. Mons. José Leopoldo González González, Obispo de Nogales, y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social S.E. Mons. Francisco Moreno Barrón, Arzobispo de la Arquidiócesis de Tijuana, y coordinador por México de la reunión de obispos de las Californias. S.E. Mons. Miguel Ángel Alba Díaz, Obispo de La Paz, Baja California Sur. S.E. Mons. José Isidro Guerrero Macías, Obispo de Mexicali, Baja California Norte. S.E. Mons. Rafael Valdez Torres, Obispo de Ensenada, Baja California Norte. S.E. Mons. Ruy Rendón Leal, Arzobispo de la Arquidiócesis de Hermosillo S.E. Mons. Constancio Miranda Weckman, Arzobispo de la Arquidiócesis de Chihuahua.
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