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El sosegado espacio de la Filosofía de la Religión Fernando Carlos Vevia Romero[1]
Se analiza en este artículo el vínculo estrecho que no se puede borrar, no obstante la carga que en su contra lanzó el escepticismo racionalista a partir del siglo xviii, entre la filosofía natural (teodicea) y la filosofía de la religión, pero también se señalan sus límites.
En nuestros días se halla situada la Filosofía de la Religión entre dos extremos. En uno de ellos están los que viven la Religión en la esfera de la piedad, esfera tal vez armonizada por guitarras y cantos, entrevistas a matrimonios piadosos y sus hermosos hijos, y desayunos en común, como muestran los canales religiosos de la televisión. Sin embargo, tenemos la convicción personal de que en muchas partes y en muchos tiempos esa esfera de la piedad es la productora de modos heroicos de vivir el cristianismo, sin que pueda atraer el interés de los medios. Las palabras “Filosofía de la Religión” no entran en esa esfera, a no ser para preparar una defensa contra ataques provenientes de fuera de la religión. En el otro extremo se hallan naturalmente los que piensan que la filosofía no sirve para nada, y por tanto tampoco la Filosofía de la Religión. Desde el siglo xviii el movimiento intelectual llamado Ilustración agudizó la polémica entre fe y pensamiento, existente desde la Antigüedad, en especial con el tratamiento a favor o en contra de las llamadas pruebas de la existencia de Dios. Nietzsche calificaba así ese tipo de filosofía:
El pastor protestante es el antepasado de la filosofía alemana. Basta pronunciar las palabras “Seminario de Tubinga” para comprender lo que es en el fondo la filosofía alemana: una teología disimulada.[2]
Uno de los alumnos de ese Seminario dijo que “había que echar de todas partes a los teólogos a latigazos” (Hegel). Los becarios permanecían en el Seminario durante cinco años: dos años de filosofía y tres de teología, pero la misma filosofía estaba impregnada de teología cristiana, principalmente de la filosofía de Wolff. Algunos de los profesores se esforzaban por sustituir ciertas nociones puramente religiosas por conceptos aparentemente científicos, vanagloriándose de salvar así una religión felizmente revisada y corregida.[3] Algunos alumnos ya entonces denigraban el dogma, pronunciando contra él los veredictos más “dogmáticos”, contraponiendo sin matices el bien al mal, lo verdadero a lo falso, la sinceridad a la mala fe. Kant se oponía a lo que para él era la teología tradicional de su época; se negaba a demostrar con la razón la existencia de Dios y las principales creencias cristianas. El ser humano se alzaba como un ser absolutamente soberano. ¿Queda en nuestros días algo, en seminarios, predicadores y escritores católicos, de los vendavales terribles producidos por la Ilustración en este campo de la Filosofía de la Religión? Parece que nunca se puede anunciar en el campo de la cultura la desaparición total de corrientes de pensamiento; pero aun así, considerando los años finales del siglo xx, es decir, después del Concilio Vaticano ii, cobra fuerza la imagen del sacerdote que reniega de las teorías y sólo cree en la práctica. Francia, a través de folletos y libros y figuras como el Abbé Pierre, que una noche atiende la llamada a la puerta de su humilde vivienda y encuentra a una pareja de argelinos, ella y él sin hogar, sin dinero, sin nada, y entonces retira el Santísimo Sacramento de la habitación que le servía de capilla y los instala allí, tuvo la fuerza de un potente simbolismo para militantes de Acción Católica, seminaristas y clérigos jóvenes en varios países de Europa. Por cierto, al sepelio de l’Abbé Pierre asistieron cardenales, obispos, personalidades de todo tipo en París. Fue la época de los sacerdotes obreros en algunos países de Europa, con gran fuerza de arrastre. Todo ese mundo excluyó todo tipo de filosofía religiosa. Hay que añadir, desde otro ángulo, la intromisión violenta de las Ciencias Físicas en el campo de la filosofía, al son de tambores de la Física Cuántica: ¿cómo se creó el universo? A causa de una “singularidad cuántica”, responden; es decir, una situación anómala en el vacío. O sea que no había nada, y de repente ahí estaba el universo, un cubito de átomos de hidrógeno supercomprimidos hizo explosión y generó todo. Pero, ¿qué fuerza ocasionó el inicio del universo? No todos los científicos tienen la honradez de decir que esas cuestiones están fuera de su campo de trabajo, y fabrican unas teorías que, si fueran escritas o dichas por un sacerdote, harían reír al universo entero con más fuerza que la explosión del cubito famoso. Una de ellas es la teoría del multiverso, que supone que nuestro universo habría nacido de otro universo, y éste de otro sucesivamente, lo cual no soluciona nada porque la pregunta sigue igual: ¿cómo se creó el primer universo? Son los partidarios modernos de la eternidad de la materia. Erwin Schrödinger, premio Nobel de Física, en un artículo titulado “¿Charlamos sobre Física?”, escribía: “[La ciencia] proporciona una gran cantidad de información […] pero guarda silencio sepulcral sobre lo que realmente nos importa […] no sabe nada de lo bueno o lo malo, de Dios y la eternidad”.[4] No se trata de ver quién aduce el testimonio más apabullante que derribe al contrario, sino de señalar un campo de investigación. ¿Qué fuerza dio comienzo al Universo? No es la única pregunta que sobre estos temas preocupa a muchas personas. El universo se expande, pero ¿dónde se expande? Por la nada, responden los científicos que tratan el tema. Es imposible en una breve reflexión como la presente ir más allá de recomendarnos a nosotros mismos, a los que estamos ciertos de la necesidad de una Filosofía de la Religión, la lectura seguida de este tipo de informaciones, aunque a veces nos irriten por la pedantería de adolescente que muestran. Estimamos que hay temas y planteamientos que pertenecen a una Filosofía de la Religión, ya sea como asignatura dentro de un plan de estudio, o como optativa, o como propia de cursos de posgrado. Desde 1969 tenemos el curso de Hegel de Filosofía de la Religión, dentro de sus Werke de 1832-45, en una nueva edición de Suhrkamp. Sus temas vienen a ser: · Relación entre Filosofía y Religión · La conciencia religiosa en su tiempo. Sus formas: –sentimiento – percepción – representación · Distintas religiones en la historia. · La religión absoluta: el Reino del Padre / el Reino del Hijo / el Reino del Espíritu.
El concepto metafísico de la Idea de Dios
Como vemos es una mezcla de Historia (muy interesante), Filosofía, Teología Trinitaria y Metafísica. Sin embargo puede proporcionar muchas ideas al predicador o al conferenciante. Esa mezcla de puntos de vista metodológicos, repudiada y combatida duramente por Hegel, se halla presente en Hegel desde sus primeros escritos de juventud hasta el final de su vida. Jacques d’Hondt escribe en su biografía de Hegel ya citada: “Con Hegel nada es sencillo, claro y transparente […] vivir tan sólo para la verdad, no hacer nunca las paces con el dogma que rige la opinión y el sentimiento”. Estas palabras formaban parte de una “alianza” de amistad que había establecido en su juventud con Schelling y Hölderlin, pero luego, como en este caso de la Filosofía de la Religión, hace lo que le parece. Acusa a otra famosa trilogía, Kant, Fichte y Jacobi, de ser productos de la Ilustración, pero ¿no lo era él mismo? Nos hemos apartado bastante de la finalidad de la presente reflexión que versaba sobre el lugar “sosegado” de la Filosofía de la Religión. No es “sosegado” ese lugar, sino que se halla en un lugar de tránsito de actitudes, tendencias, temas y resoluciones. Estimamos que debe tener una descripción fenomenológica de lo que queremos decir con la palabra Dios, o la que tienen otras religiones. El budismo, por ejemplo, a través de las palabras de su Dalai Lama en su libro El Universo en un solo átomo (2015), afirma que el budismo no es teísta, pero se ve forzado a admitir en la creación del universo un principio transcendental que puede representar algún tipo de deidad. Sería necesario moverse a todos los niveles que se pueda: desde las opiniones de la calle hasta los místicos, no sólo los más conocidos, sino también los casi desconocidos por el público católico, como Santa Verónica Giulani, de la cual dijo León xiii: “A ninguna criatura humana, con excepción de la Madre de Dios, se le concedieron dones más sobrenaturales”, y Pío ix: “No es una santa, sino un gigante de santidad”. Siguiendo indicaciones de su confesor, anotó todo lo que le sucedía, y dejó 42 volúmenes y 22 000 páginas de sus visiones y poemas. Murió en 1727. ¿Por qué el filósofo ha de tener en cuenta las estúpidas medio-bromas de Voltaire y dejar a un lado testimonios tan impresionantes y verdaderos de los místicos? Puede tener una línea esa Filosofía de la Religión de reflexión sobre Dios como Amor; no considerarlo como un Más Allá abstracto (como en la Ilustración), sino un Más Acá amoroso. Dificultades, etcétera, con un método especial, que no tiene por qué remitirse a la opinión de los científicos, que suele tener el nivel, en problemas serios, de un niño de primaria. No prestar mucho caso al mito de la Ciencia. Aquí podríamos aprovechar –reconociendo un cierto error en nuestras alusiones anteriores– la teoría del Espíritu, Dios, como creador de la Gemeinde, la Comunidad de los fieles incluida así, de modo asombroso, en la Vida Trinitaria. Son las cosas hermosas de Dios que deben llegarnos cada día con más fuerza al cerebro y al corazón. Estimamos que la Filosofía de la Religión puede facilitar el diálogo con otras posiciones, como en el caso del Dalai Lama antes citado. [1] Maestro Emérito de la Universidad de Guadalajara, licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas, licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, doctor en Filosofía por la Universidad de Comillas después de cuatro años de posgrado en la Universidad de Deusto en las mismas disciplinas. Profesor, investigador y traductor. [2] Citado por Jacques d’Hont en Hegel, Barcelona, Tusquets, 2002, p. 54. [3] Situación que d’Hondt, en el libro mencionado, describe detenidamente. [4] Ken Wilber (editor), Cuestiones cuánticas. Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo, Barcelona, Kairós, 1986, p. 128. |