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Semblanza del mártir Joaquín Silva

Anónimo

El impreso que se trascribe tiene un doble valor: haberse redactado al poco tiempo de haber ocurrido los hechos que describe, y ser parte de la divulgación que desde Europa se dio a la persecución religiosa sufrida por los católicos mexicanos al tiempo de la guerra cristera1

...«Aún más, V. H., algunos de estos adolescentes y jóvenes -apenas si podemos contener las lágrimas,- llevando en la mano el rosario y aclamando a ¡Cristo Rey!, gustosamente hallaron la muerte...»

Papa Pío xi

Dedicatoria

Muchos han sido los mártires mejicanos en la persecución actual que, sin distinción de edad ni sexo, han ofrendado sus vidas. La Iglesia católica ha visto sucumbir a muchos de sus hijos, muertos en aras de su fe y libertad católicas. Una vez más la sangre de estos héroes será lluvia suave, mollizna fresca que fecundará el campo de la Iglesia de Cristo.

            Entre esta pléyade de almas nobles resalta una que, por las circunstancias de su ajusticiamiento, por la entereza con que lo sufrió, ha llamado poderosamente la atención del mundo entero.

            A Joaquín de Silva y Carrasco deben volver a los ojos de las juventudes católicas. Los luchadores de Cristo, llenos de ideales y de esperanzas, deben fijar sus miradas en este dechado de joven católico; en ese modelo de fe cristianísima y acrisolada caridad hallarán lo que es tan necesario para vencer el respeto humano, que tan fieramente acometen los jóvenes.

            En éstas páginas, dedicadas de todo corazón a las juventudes católicas, un amigo del que fue Joaquín de Silva, hará semblanza de este mártir de la libertad de conciencia que al grito estentóreo de ¡Viva Cristo Rey!, lanzado por su pecho robusto, ofrendó su vida por la libertad de la Iglesia en su infortunada patria.

El autor

Su entrada en la asociación católica

Joaquín de Silva y Carrasco2 ingresó en las filas de la Asociación Católica de la Juventud Mejicana, allá por el año de mil novecientos diecinueve, en el grupo llamado “Agustín de Iturbide”, conocido vulgarmente con el nombre de “Grupo de la Colonia de Roma”. La solicitud de ingreso pasó por mis manos, pues en aquel entonces era secretario de la Mesa Directiva; leí en ella la profesión de Joaquín; decía ser industrial. Un maletín de mano, compañero inseparable de nuestro afiliado, a mí y a mis consocios diónos a conocer la industria con la cual aquel joven simpático, de tez blanca, ojos castaños, de escasa barba, robusto, honradote, ganábase la vida; no pocas tardes disfrutábamos del producto de la industria de Joaquín: era un excelente chocolate, en cuya envoltura rosada aparecía el membrete de la fábrica Silva amparando el producto; el chocolate Silva algún consumo halló entre los amigos del fabricante, quienes contribuían para el pago del producto adquirido con sus respectivas cuotas. Joaquín, al abrir aquel su maletín, raspado por el continuo uso, para sacar el paquete que le habíamos comprado, sonreía, mirando que satisfacía nuestro apetito pueril de golosinas.

A poco de tratar a nuestro Joaquín, descubrí, a través del claro cristal de su conciencia, un alma generosa, de ideales muy grandes y levantados; un viejo luchador de la causa católica, al salir de una de nuestras reuniones, corroboró mi juicio, diciéndome: “Este joven —-se refería a Joaquín- está llamado a cosas muy grandes”. Trabé amistad íntima con nuestro nuevo compañero y su trato fuéme de grandes enseñanzas. Nos veíamos diariamente, cuando él, cansado de la gira, como él llamaba a sus caminatas por la ciudad vendiendo en los expendios su chocolate, llegábase al domicilio social de nuestro “Grupo Iturbide”, ora para asistir a las sesiones de los “Círculos de Estudios”, ora para solazarse un rato jugando algún partido de billar con nuestro amigo José Camargo, que, alegre y decidor, era nuestro fiel acompañante y caro amigo. El trabajo asiduo para ganar algo con qué ayudar a su familia en los gastos de su subsistencia, nos detuvo el imponerle, o mejor dicho, darle algún trabajo o alguna comisión para su desempeño; tanto más cuando me enteré de que Joaquín, después de asistir a los actos de la Congregación Mariana, establecida en la iglesia de Santa Brígida, de la Ciudad de México, dedicaba la mayor parte de la mañana del domingo a la enseñanza del catecismo. Sin embargo, él, que deseaba entender en algo que no se daba punto de descanso en lo que fuese de algún bien, ideó la formación de un pequeño Círculo de Oratoria. El espíritu de lucha y de propia experiencia hbíale dado a conocer y sentir cuán necesario era para la formación de los acejotaemeros y de los jóvenes en general, en el campo de la propaganda por la palabra. Su constancia vino a dar cima a sus deseos y sólo la informalidad de sus compañeros que desfallecieron en la tarea comenzada fueron parte para retraerlo de la empresa tan ardorosamente fundada.

Sus actividades

Conocida la “Asociación Católica de la Juventud Mejicana” más profundamente por Joaquín, se encendió en deseos de propagarla. Hablóme sobre la fundación de algún grupo o de alguna vanguardia en la ciudad de Tacubaya donde él vivía; allá nos encaminamos un día, después de haber maduramente pensado la fundación que proyectábamos y de haber preparado convenientemente el terreno donde la semilla había de caer. Idea fue de Joaquín fundar una vanguardia en el Colegio de la Congregación de los Hermanos Maristas, llamado de “Luz Sayiñón”, y salió con su intento. Organizóla convenientemente y meses después la afiliaba a la A. C. J. M. (“Asociación Católica de la Juventud Mejicana”).

Pero no del todo esta obra satisfacía por completo sus deseos; quería traer junto a sí a algunos jóvenes para formar de esta manera un grupo semejante al “Iturbide”, si bien no tan rico, como él decía. Grandes esperanzas dióme esta aspiración de Joaquín, porque tenía todos los caracteres de una obra fecunda y porque prometía ricos frutos en flor. Quería formar un pequeño grupo en el espíritu de las Juventudes Católicas y para alejar en cuanto podía el peligro que consigo traen los gimnasios y billares, juegos y deportes a los jóvenes cuando sin término y medida se ponen en práctica, dio Joaquín al grupo de jóvenes que reunió a su alrededor, la modalidad de grupo parroquial, que tan eficaz y benéfica acción prestan en la vida, por decirlo así, casera de la parroquia, núcleo de la acción regeneradora de tas cristiandades y fuente de la vida religiosa y social de las sociedades. Pues bien, el carácter decidido de Joaquín, ayudado del sacrificio y abnegación, que eran dos floraciones ricas y primorosas de su alma noble y generosa, dieron vida a aquel incipiente grupo de Juventud Católica, instituido en la parroquia de la Candelaria, que andando el tiempo vino a llamarse “Grupo Gabriel García Moreno”.

Joaquín, que sabía bien cuánto importa que los jóvenes afiliados comiencen ya desde su iniciación a prestar en los trabajos su ayuda para la realización de las empresas de la Juventud Católica, pues así, a la vez que se aprovechan juveniles energías, se acrecen los ideales y deseos generosos, señaló como campo de actividades a los miembros del grupo la vanguardia del Colegio, “Luz Saviñón”, hacía tiempo fundada. Creía que, constituido el «Grupo Gabriel García Moreno», el cual habilitó de las cosas más necesarias Joaquín con su peculio, había de reposar en la tarea comenzada de propagar la acción católica. Pero no conocía aún bien a Joaquín, no acababa de penetrar y conocer esa alma de apóstol: el fundador del Grupo Parroquial y de la vanguardia deseaba hacer algo más en bien de su querida A. C. J. M. (“Asociación Católica de la Juventud Mejicana”), ese árbol fecundo que tan bien ha arraigado en la tierra mejicana y que tiene hoy como timbre de gloria el haber dado muestras de su pujante vida con el brote de preciosos botones vivificados por la savia de acrisolada fe en la tempestad invernal de una persecución despiadada.

Existe en la misma ciudad de Tacubaya, campo de operaciones de nuestro apóstol, un colegio semejante al de los Hermanos Maristas, y no muy distante de él, otro, dirigido por los padres paúles. Los alumnos de este colegio, llamado Instituto de San José, habían de recibir también el influjo de vida que la “Asociación Católica de la Juventud Mejicana” generosamente infunde a las agrupaciones de jóvenes instituidas en los ámbitos de la República. Comunicóme Joaquín sus deseos y, gracias a la vieja amistad que teníamos Joaquín y yo con los padres que regían el Colegio, se nos abrieron las puertas de éste sin ninguna dificultad, y poco después, domingo tras domingo, concurríamos a él, para vernos rodeados en sus aulas de una treintena de jóvenes, provincianos todos, y tener las reuniones comunes a todos los Círculos de Estudios. Para la buena instrucción de los jóvenes que a él concurrían hubimos de echar sobre nuestros hombros la tarea de sostener las primeras disputas; esto pidió de nosotros estudio particular y Joaquín quiso que ésta nuestra preparación fuese muy esmerada.

Para lograr esto me llegaba a casa de Joaquín a media tarde y nos poníamos a estudiar Sociología; Joaquín, aunque casi del todo había abandonado los estudios hacía años, sin embargo, su inteligencia clara y viva manteníase pronta y despierta y un pequeño rato de estudio, a lo más de una hora, habilitábale para defender la tesis propuesta. Hacia el anochecer nos encaminábamos a una iglesia cercana para rezar allí el santo rosario, práctica que Joaquín nunca dejó y en la cual se ejercitaba cuando de un lado a otro de la ciudad iba vendiendo chocolate; al patíbulo mismo se llegó rezándolo.

Cuando terminábamos este ejercicio piadoso, nos dirigíamos, a boca de noche, al Colegio de los padres Paúles, para reunir el Círculo: el fin que pretendía Joaquín con esta obra era el de esparcir las primeras semillas de actividad apostólica en aquellos corazones, para que luego, al regresar a sus hogares aquellos jóvenes provincianos, jóvenes en la plenitud de su vigor, sanos y generosos, se dieran a trabajar con actividad fecunda y pujante en sus vacaciones de fin de curso.

Frutos sazonados...

No es mi intención describir detalladamente la vida de estas tres agrupaciones que tanto bien recibieron de la generosa disposición y energía de su joven fundador; si las he traído a cuento aquí ha sido para reseñar en alguna manera las actividades que nuestro mártir tuvo como acejotaemero. De los óptimos frutos que la A.C.J.M. (“Asociación Católica de la Juventud Mejicana”) ha cosechado entre los jóvenes que formó en el espíritu de la Asociación Joaquín, baste decir que el que le acompañó a Zamora en viaje de propaganda y sufrió con él el martirio después, fue uno de aquellos primeros socios del “Grupo Gabriel García Moreno”, llamado Manuel Melgarejo, adolescente por aquellos años y que se distinguió desde su iniciación por el acendrado amor que concibió por la Juventud Católica y por las muestras de abnegación y sacrificio que tuvo en el desempeño de los cargos que se le confiaron, tanto en la Junta Directiva como en el Comité Regional. Bien puede decirse que, Manuel Melgarejo, en su actuación como miembro de la A.C.J.M. era la más perfecta hechura de Joaquín, que a su vez era uno de los miembros mejor formados de la “Unión Regional”.

Vida íntima y proceder cotidiano de Joaquín

He historiado hasta aquí lo hecho y obrado por Joaquín como apóstol de jóvenes, pero sin duda que interesará conocer algo de la vida y proceder de Joaquín en su vida ordinaria: esa vida personal e íntima que tanto nos interesa, y que es el fundamento de la actividad exterior y casi como raíz de donde toma fuerza y vida. Sin duda que los méritos granjeados por Joaquín en el ejercicio de su vida hiciéronle merecedor de la gracia inestimable del martirio con que coronó sus días. Joaquín era hombre de comunión diaria, al menos desde que yo le conocí; de antes también me atrevería a afirmarlo, ya que la educación cristiana recibida en el seno de una familia religiosísima y la sólida formación que adquirió en el Colegio de Mascarones, de los padres jesuitas, fueron el cauce por donde se deslizó su vida sin tropiezo y las ideas infundidas en el hogar, las normas que siempre le guiaron. Antes que le conociera, es decir, antes que ingresara en la A.C.J.M., Joaquín sería, según conjeturo, un joven cristiano, cumplidor fiel de los mandamientos de la ley de Dios y de los mandatos de nuestra santa madre la Iglesia, más no el joven fervoroso que por los años de 1919 a 1920 hallamos. La cinta roja de la cual pende la medalla de la Congregación Mariana, distintivo de los hijos predilectos de la Virgen que tienen aquellas tierras bendecidas por su presencia, engalanó el pecho de Joaquín. En qué tiempo, o cuándo entró a formar parte de las filas de los soldados de la Virgen, no lo recuerdo a punto fijo; pero cabe a la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe, así como también a la luchadora “Asociación Católica de la Juventud Mejicana”, la de contar en su ya larga lista de jóvenes que perfumaron el mundo a su paso por esta vida mortal con el aroma de sus virtudes, a este singular dechado, a este excelente joven que tan exquisita prueba dio de su cristiandad, de su acrisolada fe, de su constancia inquebrantable en la brega ardorosa por el reinado de Cristo, empeñada ha largos años en nuestra patria. Joaquín, este nuestro simpático mártir, y Melgarejo, su compañero en el martirio, han puesto con su cruento holocausto en el rico florón que las Juventudes Católicas depositan a los pies de Jesucristo, Rey de las naciones y de los pueblos, una fresca y encendida rosa que aromatizará el ambiente tan fétido que respiramos, el cual no sólo mata los cuerpos, sino que también hace languidecer las almas.

Escuela donde se formó...

Pero aún hay más. Joaquín, año tras año, hacía los Ejercicios Espirituales de San Ignacio; recogíase con un grupo de jóvenes amigos para meditar en el retiro las verdades fundamentales que profesa el cristiano; no una vez, sino varias, vile derramar en el silencio de la capilla, al pie del sagrario, junto a Jesucristo nuestro Señor, oculto, ardientes lágrimas. Una consideración me viene aquí: soy joven religioso y, a Dios gracias, siempre en mi vida de seglar anduve por la misericordia del Señor por recto camino; sé, por lo tanto, por propia experiencia, lo que cuesta mantenerse en el camino de la ley de Dios y en perpetua batalla con los enemigos encarnizados de la juventud. Pues bien, mi vida era desahogada y podía, sin gran esfuerzo ni perjuicio, dar de mano por algunos días las cotidianas labores de estudiante universitario, para darme a la tarea principalísima de mi aprovechamiento espiritual. Sin embargo, cuando era llegada la ocasión de los Ejercicios anuales, no acababa yo del todo con la lucha que dentro de mí libraba el respeto humano con sus propuestas engañosas y la gracia de Dios con su instante y dulce llamamiento.

Su desprecio para “el qué dirán”..

Para Joaquín, al parecer, el respeto humano, este enemigo que tan cruelmente se ensaña en las almas de los jóvenes, que su vigor amengua, que paraliza su vida, que hiela en flor sus anhelos, era enemigo vencido: ni el perjuicio económico que necesariamente habíale de traer los días de ocio, en su trabajo de la entrega de su chocolate en los expendios, era parte para retraerlo de concurrir a la tanda de Ejercicios; y, ya que he tocado este punto del respeto humano, cómo lo haya vencido Joaquín se entenderá fácilmente por lo que aquí diré: Joaquín, en actos y en palabras, confesaba siempre y en toda ocasión ser católico; más aún, gozábase de hollar el mundo, justipreciando en toda su bajeza y miseria esta nuestra parte baja y mísera condición. Tenía muy clavadas en su corazón las ideas sobrenaturales que nos elevan y dignifican. Claro está que en la lucha que sin duda se libraba en su pecho y en el triunfo que obtenía siempre en ella, mucha parte tenía la gracia de Dios en la palma de la victoria, mas no cabe dudar, y yo lo aseguro por los actos que le vi obrar y que no es necesario traer aquí, que Joaquín ponía en el ejercicio de la virtud en su estado, aquella parte que Dios nuestro Señor pide de nosotros para que granjeemos el mérito y premio en nuestras buenas obras y que esto lo hacía con placer y alegría.

No me dejarán mentir las palabras que Joaquín dijo a su madre al despedirse al viaje de propaganda que debía ser para él el postrero: “Mira, mamá -díjole,- es mejor que muramos antes de conseguir el triunfo, pues quizá el dinero y los honores puedan desviar nuestras rectas intenciones.” Y añadió luego, imperturbable, como quien está preparado a cualquier sacrificio: “Mamá, le dices a Pepe (un hermano del cual no se había podido despedir) que le espero en el cielo.” Desprecio de las cosas terrenas, aprecio debido de las celestiales, conocimiento justo de lo que valemos y podemos, esos fueron los potentes impulsos que levantaron el alma de Joaquín a las altas cumbres, como el águila que abandona el suelo para anidar y mecer su vuelo en las regiones puras y llenas de paz. Desde esta cumbre adonde llegó el alma de Joaquín en el ejercicio de las virtudes de un joven seglar partirán los rayos de clarísima luz, como faro luminoso, para alumbrar en su senda por esta vida mortal a los 14 jóvenes afiliados a las Juventudes Católicas.

La vida de Joaquín de Silva y Carrasco debe ser el modelo que deben imitar los jóvenes de hoy día, primero porque es imitable, y segundo, porque siguiendo esas sus pisadas llenarán cumplidamente su puesto como soldados aguerridos y fieles del ejército que pelea por el reino de Cristo en las sociedades. Mucho hay que aprender en la vida de nuestro mártir. Ojalá que plumas mejor cortadas que la mía, corazones que quizá estuvieron más unidos al corazón de este joven generoso y bueno en los últimos años de su existencia y que, por lo tanto, advirtieron más distintamente los pasos agigantados en el camino de la virtud y santidad que le llevaron al holocausto sublime del martirio, el cual bien puede compararse con el ocaso de un sol esplendoroso, con más clara percepción de sus aquilatadas virtudes, que la que puedan dar los borrosos recuerdos a través de los años, narren mejor que yo la vida y ejercicio de virtud y perfección cristiana en el estado seglar y las virtudes de esta alma durante el curso de su carrera mortal en el estadio de la risueña juventud y en días tan penosos y difíciles como son los actuales por sus asechanzas y acometimientos.

El hijo de familia...

Qué confianza hiciera de Joaquín su propio padre, se verá por estas palabras suyas que aquí pongo. Preguntado, cuando hacía un viaje por el extranjero, acompañado de su esposa, cómo había sido posible que dejase desamparados a sus hijos, contestó: “Le diré a usted que tenemos la seguridad de que están mejor cuidados que si nosotros estuviéramos allí, porque Joaquín, mi hijo, a pesar de su corta edad, se puede decir que de hecho hace ya tiempo es el jefe de la familia.” Y añadió: “Dios nuestro Señor nos ha dado en este hijo un apoyo y un sostén, de manera que puedo fiarme de él confiándole cualquier cosa, pues no sólo no tiene vicios, sino que ni aun ligerezas, ni aturdimientos, como, generalmente, tienen los jóvenes. Sus hermanos mayores, fiados de su prudencia, le consultan todo y yo mismo lo hago y me fío absolutamente en todo; él tiene la llave de la caja del dinero; él distribuye las mensualidades, hace los pagos de los gastos de la casa y de la fábrica y de todo lo demás; tiene, aparte sus economías de las que al venirme me ha facilitado una cantidad para los gastos de nuestro viaje...”

Más adelante, por la narración que hace la señora, madre de Joaquín, de una escena familiar, veremos qué hacía nuestro joven, amigo queridísimo mío, por el bienestar moral y religioso de su familia.

Carácter y virtudes de Joaquín...

Tres virtudes eran el principal adorno del alma de Joaquín; virtudes que deben ser las galas de fervorosos corazones y de almas jóvenes llenas de ideales levantados. Tres hechos de la vida de Joaquín ponen de manifiesto su acrisolada fe, su fortaleza en el sufrir y su constancia inquebrantable; uno de los hechos que aduzco lo presencié: el de su prisión, en febrero del año 1921, la primera que sufría, y el primero, en orden cronológico, fue, a lo que juzgo, el hecho que determinó el alma de Joaquín, que por la rectitud y cristiana educación pugnaba por remontar el vuelo a más altas regiones, para romper del todo las cadenas de una vida un tanto egoísta. El caso pasó como sigue, si bien no lo recuerdo perfectamente, pues lo sé por referencias. Cierto domingo, por la tarde, reuníase, como por costumbre, Joaquín con sus amigos que tenía por entonces, en uno de los jardines de Tacubaya. Entre ellos, había uno que no simpatizaba del todo con Joaquín, ni éste con él, por su licencia que tenía en sus acciones y palabras, la cual disonaba con el lenguaje moderado y decente de Joaquín y sus compañeros. Joaquín habíale indicado caritativamente la conveniencia de que moderara su lenguaje o que al menos tuviera más cuenta con sus palabras cuando él estuviera presente, haciéndole esta reconvención con la más santa libertad, que parecía natural fruto de su alma buena y sencilla. Parece que esta ocasión, que fue al propio tiempo la última en que se vieron los dos amigos, el lenguaraz no toleró las palabras de Joaquín y, llevado de la pasión, hablóle descomedidamente. Joaquín reprendióle y aquel joven, no sufriendo el reproche, con ánimo de humillar a Joaquín, a lo que creo, pues se vanagloriaba de rivalizar con él en fuerzas, echósele encima, queriendo Dios nuestro Señor que por su impulso cayese a tierra y se fracturara el antebrazo que, airado, habíase levantado para herir a su amigo Joaquín.

Hecho tan trivial como es el de una reyerta de jóvenes, pone bien claro, en lo que la motivó, la entereza de un alma cristiana en corregir y no tolerar en silencio el vicio: Además, el alma de Joaquín se mostró en este hecho en toda su grandeza, ya que ni de palabra ofendió a su amigo caído y castigado, y, a mi parecer, este hecho fue la ocasión de que se valió Dios nuestro Señor para descubrir a Joaquín los amplios y benditos campos del apostolado y le dio fuerzas para ir en su conquista con ánimo esforzado. En aquel amigo descarriado vio Joaquín, como en figura, a tantos otros jóvenes que dan comienzo a la carrera de sus vicios por la licencia de las palabras para encenagarse después en conversaciones impuras y encenderse en carnales deseos. Primicias de este apostolado benéfico de Joaquín, fueron los grupos de Juventud Católica que fundó y de los cuales hice mención al principio de esta mal pergeñada semblanza. Al “Grupo Gabriel García Moreno” cúpole la gloria de ofrendar en uno de sus socios fundadores el compañero de martirio; recuérdese que este grupo era la obra predilecta y en la que puso todo su empeño y sacrificio.

Su prisión en el mes de febrero del año 1921...

El segundo de los hechos realza más ésta su fortaleza, “porque de ella dio pruebas en momentos de angustia y de espanto”.

El 8 de febrero del año 1921, cerca de las siete de la noche, salía de la Plaza del Rey Carlos iv, de la Ciudad de Méjico, una manifestación de jóvenes, organizada como protesta a un criminal atentado dinamitero perpetrado en la madrugada del día 6 del mismo mes y año en el Palacio Arzobispal. Tan luego como los jóvenes se ordenaron, al tiempo que tomaban en sus manos los estandartes y echaban a andar, un grupo de socialistas y agentes de policía secreta, que ya desde entonces se prestaban a estas ignominias, comenzaron a insultar a los manifestantes y pasando adelante en su descortesía, vinieron a términos de blasfemar de las cosas más venerandas. Esforzábamonos todos a llevar en paciencia aquello que tan duro era para nosotros; sentíamos hervir nuestra sangre de jóvenes y sólo nos detenía para no lanzarnos sobre los tales que así nos insultaban y befaban nuestras creencias, en -no dar al traste con la cordura que se nos había recomendado mostráramos en nuestro proceder. Pero al fin saltó la chispa, cosa en verdad inevitable; fue nuestro Joaquín el polo de donde brotó, provocando con ello, sin querer, el tumulto que siguió a su grito de “¡muera Benito Juárez!”, como contestación a otro lanzado contra el señor arzobispo, por los policías y socialistas, grito que fue para éstos clarinada de combate. Viniéronse sobre nosotros pistola en mano para apresar a Joaquín; defendido fue éste por su hermano Luis, y en aquellos instantes de confusión y de espanto, de muerte y de peligro, aquellos dos hermanos corrieron parejas en valor y fortaleza y vi a Luis, como de familia de héroes y mártires, ofrecer su pecho como blanco a los disparos, abiertos los brazos en cruz. Hicieron en nosotros las aprehensiones consiguientes, cebándose en nuestras filas; a las aprehensiones siguiéronse los vejámenes que no es necesario historiar; baste decir que fueron muchos y que Joaquín sobresalió sobre todos los aprehendidos por su fortaleza para sobrellevar los trabajos. Cúpome la dicha de ser compañero de estos dos generosos jóvenes en la cárcel y de admirar, por lo tanto, en Joaquín, con esta ocasión, muchos actos de virtud y de grandeza moral, los cuales bien a las claras me revelaban el temple entero y fuerte de su alma, profundamente religiosa y cristiana.

Frecuentemente nos invitaba a que lleváramos todo en paciencia, como venido de la mano de Dios, y todo con una santa sencillez y alegría envidiables; sólo en una ocasión vile airado: fue cuando se trataba de denigrar con una miserable calumnia al ilustrísimo señor arzobispo de Méjico. Vienen a mi memoria las enérgicas palabras que tuvo para con un polizonte de baja estofa, que había ascendido, por obra y milagro de la última revolución, al puesto de Inspector General de Policía. Llevaba este individuo la voz de acusación por parte del gobierno en contra nuestra; nos acusaba de ser reos de rebelión en contra del gobierno constituido (?): pues bien, este individuo llevó su osadía al grado de injuriar de palabra al señor arzobispo y acusarlo asimismo del delito del cual, al decir de él, éramos culpables, y más aún, hacía a la persona venerable de nuestro prelado el principal instigador de la revolución (sic) que pretendíamos llevar a cabo, según decía él. Joaquín, delante del cual se había proferido la tal “acusación” y las tales “injurias”, no sufrió tal desmán en silencio, sino que, con enérgicas palabras, echóle en cara “su bajo proceder e indigna conducta”; costóle, como era de suponer, a Joaquín ésta su valiente actitud, su formal prisión por algunos días y esta conducta tan digna y valiente acrecentó en nosotros la simpatía que sentíamos todos hacia Joaquín, por su nobleza, franca y desinteresada.

Mártir...

Su martirio fue digna corona de esta ejemplar vida de católico de acción. Lo relataré con toda sencillez, guardándome de hacer cualquier comentario. Ustedes, amados compañeros de la “Juventud Católica”, sabrán hallar las ricas enseñanzas que, a semejanza de hermosísimas perlas engarzadas en tosco tejido, aparecen en este escueto relato. Son ustedes luchadores de Cristo y jóvenes en la plenitud de la vida, saben el valor de la herencia dejada en manos de la Iglesia, esposa augusta de Jesucristo, y lo que acarrea defender las católicas creencias; pues bien, Joaquín murió por no traicionarlas. Iba Joaquín acompañado de Manuel Melgarejo en el tren, hacia Zamora, para trabajar por la defensa religiosa. Un tal general Cepeda, vestido de particular, se les juntó y empezó a hablarles hipócritamente, “diciéndoles que era católico”, y, pasando de las palabras a las pruebas, mostróles unos escapularios; los jóvenes hicieron de este individuo confianza, proponiéndose en esto ganárselo para la causa católica. Llegaron hasta Tingüindín y allí continuaron sus intentos para ganárselo, pero el tal general dio aviso a los militares: luego fueron aprehendidos y conducidos, al día siguiente, 12 de septiembre, a la ciudad de Zamora. A su llegada a ésta dijeron los militares a ambos jóvenes: - “Amigos, están ustedes perdidos.” A lo que replicó Joaquín: -“A mí mátenme o hagan de mi lo que quieran, pero a este joven (Melgarejo), que sólo tiene diecisiete años, déjenle libre. Melgarejo intervino, diciendo: -“No Joaquín, yo quiero morir contigo.- Se dice que el jefe militar, un tal general Mendoza, dijo a Joaquín que “no se le haría nada siempre que declarase por escrito que renunciaba a pertenecer a la A.C.J.M. y a sus actividades”. Silva contestó que “él no era como los que le estaban amenazando, porque tenía convicciones»; y recibida tal respuesta, cuentan que el citado general, queriendo echar de sí toda responsabilidad, puso un telegrama al presidente Calles, participando la captura de los dos jóvenes y preguntando que si los remitía a Méjico; pero el tirano contestó por la misma vía telegráfica con esta lacónica palabra: “fusílelos”. Joaquín pidió la comunión, la cual no le fue administrada, por la angustiosa situación en que se hallaban los sacerdotes con respecto al ejercicio de su sagrado ministerio. Luego, sin más trámites, fueron llevados ambos jóvenes al cementerio, lugar del ajusticiamiento, a eso de las tres de la tarde, de aquel día 12 de septiembre, que fue domingo. Colocados ya en el lúgubre recinto, Joaquín dirigió la palabra al pelotón que los iba a ejecutar y a unos circunstantes: les declaró que aunque él fuere a un fracaso, no importaba, porque Cristo no había de fracasar; que moría por defender su fe.

Dicen que habló con tal entonación, que si hubiesen permitido que continuase, los soldados no hubieran disparado. Quisieron vendarle los ojos, pero Joaquín dijo a los esbirros: -“No me venden, porque no soy un criminal. Yo mismo les daré la señal para disparar; cuando yo diga: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, entonces pueden disparar”; y añadió, hablando con Melgarejo: -“Descubrámonos. Vamos a comparecer en la presencia de Dios”; y arrojó lejos de sí su sombrero, y al grito sagrado de ¡Viva Cristo Rey!, la descarga se oyó y su cuerpo cayó inerte, acribillado a balazos. Al ver en tierra a su amigo, Manuel Melgarejo palideció, siendo fusilado instantes después, con tanta torpeza, que los soldados tuvieron que repetir la descarga estando Melgarejo caído en tierra. Completa esta hermosa narración un detalle hermosísimo. Silva y Melgarejo llevaban sus respectivos rosarios en la mano, camino del patíbulo. El jefe de la escolta dispuso que se los quitaran, más Silva, dejando el tono sereno y firme que había empleado en aquellos momentos terribles, se enfrentó, indignado, y lo retó para que, de hombre a hombre, arrebatara de sus manos la prenda bendita. –“Usted me la podrá quitar sólo muerto”, le dijo. La orden fue revocada.

Algo que era muy característico...

Para terminar estos apuntes, diré aquí algo que era muy característico en Joaquín; ello es señal, al propio tiempo, de todo buen católico; era esta muestra o distintivo, su odio formal y al parecer congénito, hacia esa doctrina que es la lepra que destruye los estados, la enfermedad que insensibiliza las conciencias: “el maldito liberalismo”. Parece que Joaquín había mamado con la leche de los pechos de su madre, ésta su aversión, y no sólo la combatía con todo ahínco en los Círculos de Estudios, sino que hacía blanco de sus iras justas a los hombres que lo habían profesado, a esos que se dan a sí mismos el soberbio dictado de “prohombres liberales” y que eran para Joaquín lo que son en realidad, verdaderos monstruos. A aquellos infelices que en nuestra tierra fueron liberales y que lo son hoy día, a pesar de ser doctrina tan trasnochada y pasada de moda, a aquellos que tanto mal hicieron a la iglesia, despojándola de sus bienes, maniatándola, ultrajándola y queriendo esclavizarla, dictaron leyes inicuas, que fueron los predecesores de toda esta raza de tiranos, que sembraron las semillas de estas nuestras guerras intestinas que nos consumen, execrables Joaquín de todo corazón, como buen patriota que era. Recuerdo que me pedía consejo la víspera del 18 de julio, aniversario de la muerte de aquel corifeo de los liberales, de aquel Benito Juárez, de raza de víboras, a quienes sus admirado-res han levantado un monumento marmóreo en el centro de la capital de la República, para destruir o al menos descabezar la estatua del caudillaje para dar al día siguiente una desagradable sorpresa a los que habían de tributar alabanzas huecas al pie del monumento. Recuérdese también que “un grito de maldición a Benito Juárez” valióle a nuestro héroe Joaquín y a nosotros, sus compañeros, la prisión, en febrero del año 1921.

Su idiosincrasia...

Mucho he descrito, por lo que el lector de estas páginas podrá representarse, a Joaquín tal como lo fue en vida, más quedarían incompletas estas notas si no añadiese algunas líneas que, a semejanza de ligeras pinceladas, pongan fin a la obra que me he propuesto, es a saber, hacer un ligero bosquejo de la vida de un acejotaemero y fisonomía espiritual, si vale nombrarla así, de un joven modelo de paladines católicos, en esta mal escrita semblanza que, para serlo, es demasiado larga.

La alegría y buen humor dicen que es “la más legítima manifestación de una conciencia tranquila y la más genuina floración de la edad de los ensueños e ilusiones”. En Joaquín se cumplían estas dos condiciones propuestas por los que se precian de conocer el alma del hombre; por lo tanto, habían de ser los adornos con que aquella alma había de manifestarse ataviada en el exterior y que, sumadas a la bondad natural, a la sinceridad franca y afectuosa, había de ser el imán con el cual atraía hacia sí y reunía a su alrededor a jóvenes de su edad y aun otros mayores, negociándole al .propio tiempo el cariñoso mote de “el buen Joaquín”. Pero el que más acertado estuvo en esta empresa de compendiar en breve frase la idiosincrasia de Joaquín, ha sido su propio hermano José; escribiendo éste a su madre, con motivo del fusilamiento, le llama “honradote”, palabra cuyo matiz, de llaneza y sinceridad franca y abierta del todo, expresan el juicio que con el trato y familiaridad con Joaquín me había yo formado.

Finalmente, cabe preguntar: ¿Joaquín tuvo alguna de esas crisis tan comunes en los jóvenes, esas crisis que vulgarmente se conocen con el nombre de “enamoramientos”? Joaquín era hijo de Adán, pero bien puedo decir, y en abono de mi aserto están las palabras de su propio padre, citadas anteriormente, que no tuvo esta flaqueza, no porque sea en verdad así, sino en cuanto que acaecen estos enredos en la edad en la cual casi siempre gobierna el corazón, pocas veces la cabeza y el consejo de otros, y por ser también ésta una enfermedad contagiosa entre los adolescentes, por aquello de no ser menos, que sugiere al oído del joven el respeto humano, entre muchos de los males que aconseja. Joaquín pensaba casarse, llegada una edad conveniente, y formar un hogar cristiano que fuese fiel imagen, un trasunto, de aquel en que había visto la luz primera; pero el descoco de las mujeres de hoy, casaderas y no casaderas, restábale entusiasmos para principiar esta empresa; testigo fui del disgusto y náuseas que le causaban esos figurines de carne y hueso, faltos de dignidad, cuando pasaban a su lado. Vaya aquí la digresión prometida, ya que se trata de modas. Decía arriba que “no sólo el campo de apostolado era para Joaquín los grupos de la A.C.J.M., sino que iniciábase en su propio hogar; sus hermanas eran también objeto de sus generosos esfuerzos. Oigamos a la señora, madre de Joaquín, la manera cómo éste intervenía y velaba por la modestia cristiana que sus hermanas habían de ostentar en sus vestidos. –“Con sus hermanas- dice -tenía pleitos a veces, que yo procuraba disimular para que ellas no entendiesen que prefería a Joaquín. La querella casi siempre así acaecía. Joaquín sabía que sus hermanas estaban cortándose algunas blusas o trajes nuevos, pues las iba a sorprender y les decía: -“A ver, ¿qué están haciendo?”- Unas blusas muy bonitas- respondíanle. –“¡Oh!, ¿con ese escote -replicaba,- con esas mangas tan cortas? No, ¡así no se las pondrán; de mi cuenta corre que no saldrán con ellas! ¿Para qué sirve que uno escriba artículos contra esas modas perversas, si después, aquí, en casa, uno ve que no se hace caso de ello?”

De esta suerte Joaquín hacía de su propio hogar campo de apostolado. ¡Cuánto mejoraríamos en esta cuestión de las modas femeninas, si todos los jóvenes católicos obraran de igual manera en sus hogares!; por lo menos echarían de encima, con su proceder enérgico, la tremenda responsabilidad que pesa sobre ellos, cual es ta que les impone el mandato de caridad bien entendido.

Los padres de Joaquín y Melgarejo eran dignos de tales hijos, en verdad, pues el padre de Joaquín, al recibir la trágica noticia, empezó a preocuparle no fuera que el señor Melgarejo llevara a mal lo acaecido y discurría cómo consolarle. El señor Melgarejo, tan pronto como se enteró, vino a verse con el señor Silva, exclamando gozoso, como saludo: “¡Abracémonos, pues somos padres de mártires!” Y al ser informado por el señor Silva de la perplejidad en que minutos antes se hallaba, replicó el señor Melgarejo: “No hay por qué entristecerse. Me siento feliz de haberle dado a la Iglesia un mártir en la persona de mi hijo”. Los hogares de ambos mártires han sido colmados por Dios nuestro Señor de bendiciones sin cuento, y la alegría, tranquilidad, gratitud para con Dios nuestro Señor que tienen las familias, nos lo cuenta la siguiente carta del señor Melgarejo escrita a la persona que caritativamente dio sepultura al cuerpo de Joaquín y Manuel, mártires de Cristo:

 

Tacubaya, D. F., 12 noviembre de 1926

 

Señorita R. M. R.

Apreciable señorita:

Le escribo a usted con el corazón henchido de gratitud. Es ésta la primera carta que escribo después de la muerte de mi hijo Manuel (Q. E. P. D.). Intencionadamente he dejado transcurrir estos dos meses prácticamente sin comunicación de mi parte con persona alguna de Zamora, para disfrutar en la intimidad y quietud de mi pobre hogar, a solas con mi esposa y los dos hijos que me quedan, la grandísima satisfacción, satisfacción única, que nos ha proporcionado el sacrificio de nuestro heroico hijo, muerto en Zamora en aras de un ideal no sólo grande y noble, sino cristiano y muy santo. Orgulloso de mi dicha, la aprisioné en las cuatro paredes de mi humilde hogar, temeroso de que me la arrebataran la envidia o el egoísmo mundanos.

Es ya tiempo de romper el silencio, y son las primeras líneas éstas que dirijo a usted, para que comparta conmigo mis alegrías y grandes satisfacciones, como compartió el dolor cuando, en una misión verdaderamente cristiana, piadosamente amortajó aquellos cuerpos ensangrentados...

Esta casa no se ha entregado al dolor; no ha habido entre nosotros ni alardes de sentimentalismo ni cacareos de dolor. Nuestras miradas van más allá de lo terreno. Claro está que hechos como estamos, de carne y hueso, a veces el dolor nos acomete y hace flaquear nuestras débiles fuerzas; pero en términos generales, no hemos dado cabida al dolor, porque sencillamente entendemos que el dolor no debe albergarse en el corazón del cristiano cuando la Providencia Divina -en todo grande y en todo magnífica- le ha deparado la enorme dicha de escoger de entre sus hijos al más noble, al más bueno, al más piadoso para que le ofrende su vida -no manchada todavía con la impureza- en holocausto divino por la libertad de la Iglesia, que tanto necesita Méjico.

Nosotros, sus padres, conocíamos la noble intención que lo llevaba, en compañía de Joaquín Silva, a aquellos lugares; sabíamos a lo que iba y los riesgos que iba corriendo; de todos sus planes y proyectos teníamos pleno conocimiento; y contaba el pobre, el abnegado muchacho, con nuestro entero y abierto conocimiento, con nuestra franca y decidida aprobación y también con la fuerza y el consuelo de nuestra humilde y espontánea bendición. Como padres creyentes y católicos, no podíamos hacer otra cosa; teniendo tres hijos varones, nos consideramos obligados a ofrendarle a Dios el mayor en momentos en que lo reclamaba la lucha en defensa de la libertad de la Iglesia. ¿Qué mayor satisfacción podemos ambicionar? Por ello le estamos profundamente agradecidos a la Divina Providencia, y así como lo sentimos en lo íntimo de nuestro corazón, asimismo lo confesamos franca y públicamente.

Fracasados estos jóvenes en sus planes (en la parte material, se entiende), por villanía o traición, por torpeza del grande o del chico, o por inexperiencia de los dos, manos criminales consumaron el sacrificio que enalteció la fe de Cristo, cubrió de gloría a mi hijo y vino a poner un marco de inestimable valor, por lo honroso, al pobre cuadro de esta humilde familia; y fue usted, señorita, a la que tocó desempeñar el papel tan noble en la tarea de dar a los cuerpos de estos dignos mártires su cristiana sepultura. Sé muy bien cuál fue su comportamiento con este motivo; debido a su gran corazón y a sus piadosos sentimientos que mucho la honran, estos cuerpos bajaron al seno de la tierra amortajados decorosamente.

Esta acción de usted no necesita elogios, que opacarían el esplendor con que a usted la dejó aureolada. Por eso vengo sólo con estas pobres líneas a darle a usted cumplidamente las gracias y decirle, en mi nombre y en el de los míos, que el nombre de usted y el de los suyos ocupan un lugar preferente en nuestro corazón, en donde tendrán la perpetua guardia de nuestra gratitud.

No soy nadie ni valgo nada. Cuento sólo con mi pobreza, creo tener el corazón bien puesto. Desde hace cerca de diecinueve años formé un hogar, en el que llevamos la vida de sosiego y gustamos todos la dulzura de la apacible tranquilidad. Por temperamento vivimos aisladamente. No tenemos pretensiones ni abrigamos ambiciones bastardas. ¿Qué más puedo desear en mi medio? Créalo usted, que desde el fondo de mí sólo bendigo de corazón el Santo Nombre de Dios.

Teníamos ya resuelto el viaje de mi esposa y Alfredito (el hijo más chico, de nueve años), a Zamora, para el día de muertos, cuando un espíritu de esos pusilánimes y criminalmente cobardes, que por desgracia tanto abundan entre nosotros los católicos, lo hizo aplazarlo para más tarde, pero creo que muy pronto ella o yo tendremos el gusto de ir a decirle a usted en viva voz estas expresiones que ha ido dictando mi corazón. ¿Habría en Zamora alguna mano piadosa que el día 2 de noviembre se acordara de mi hijo Manuel?

Para terminar, cerrando con broche de oro esta carta, quiero estampar aquí otra vez las palabras que espontáneamente brotaron de mi pecho al principiar estas líneas, le escribo a usted con el corazón henchido de gratitud.

Soy de usted, con la mayor consideración y respeto, afectísimo y atento servidor.

M. Melgarejo (Firmado)

 

Para terminar, diremos cuan acertado anduvo en su juicio que acerca de mi amigo tuvo aquel otro luchador de la causa católica y que puse al principio de estas páginas: “Joaquín me dijo, al salir de una de las sesiones de nuestros Círculos de Estudios, es para grandes cosas”. Pues bien, grande fue la prueba del ajusticiamiento a que Dios le sometió, grande el holocausto de su martirio, sacrificio perfecto el que ofreció aquel su espíritu noble. Cumplióse en todo, por consiguiente, la predicción de aquel experimentado apóstol de la “Causa Social Católica” y conocedor profundó de jóvenes corazones.

Quiera Dios nuestro Señor que se cumplan igualmente y en todo nuestros deseos, que no son otros sino los de tener y venerar en los altares, andando los años, a Joaquín de Silva y Carrasco, como patrono de la Juventud Católica seglar que libra hoy día las batallas del Señor, como escuadrón aguerrido de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Sus jóvenes compatriotas lo anhelan vivamente. ¡Dios nuestro Señor, que galardona los méritos de sus siervos, quiera concedérnoslo!

 

A.M.D.G.

 

Nlhil Obstat

El Censor

Lic. Martín Cagigós Balda, Pbro.

Barcelona, 2 de Febrero de 1928

 

Imprímase, + José

Obispo de Barcelona

Por mandato de su Excia. Ilma.

Dr. Francisco María Ortega de la Lorena,

Canciller Secretario



1 Semblanza del mártir Joaquín Silva, folleto número 5, primera serie de “Los mártires de ¡Cristo Rey!” Isart Durán Editores, Barcelona, 1928, 32 pp.

2 Compañero de Joaquín en el martirio, nació en la ciudad de Méjico, el día 15 de noviembre de 1898. Manuel Melgarejo, compañero de martirio, nació en la Ciudad de México el 17 de octubre de 1909. Hizo sus estudios este último en el colegio “Luz Saviñón”, de Tacubaya, dirigido por los HH. Maristas.



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