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El apóstol de los niños1

Anónimo

El prístino relato del martirio de san Pedro Esqueda contiene los elementos que la posteridad ha conservado de este mártir jalisciense: su empeño como catequista y su entereza ante el martirio, que con tanta saña recibió de parte de miembros del Ejército Mexicano

Como el Divino Maestro,  “Dejad que los niños se acerquen a mi...”

Falto de fuerzas corporales, salía de su prisión, el 22 de noviembre de 1927, un sacerdote ejemplar, nueva víctima callista. Eran como las diez de la mañana. La soldadesca que le conducía atado, detúvose un poco al llegar a las afueras de la ciudad de San Juan de los Lagos. Sentóse el sacerdote junto al puente y, viendo a unos niños que le seguían, pareció repetir a los circunstantes con su mirada bondadosa las palabras del Divino Maestro: “Dejad que los niños se acerquen a Mí...” La escena no es fácil de describir.  Los pequeñuelos pronto le rodearon.

La última lección

 No fue otra sino la que tantas veces les había inculcado: “Estudiad el Catecismo”. Entre aquellos niños, había varios que pertenecían a sus centros; y, viendo junto a sí a uno que le merecía la debida confianza, hízole una recomendación para la directora del Catecismo, y exhortó a todos a que siguieran estudiando las enseñanzas de nuestra santa religión, y a que rogasen a Dios por él.

¿Quién era el maestro?...

Todos conocían, por su celo en la salvación de las almas, al presbítero don Pedro Esqueda. Cursó sus estudios eclesiásticos en Guadalajara y en San Juan de los Lagos, donde el 19 de noviembre de 1918 celebró su primera misa en el Santuario de Nuestra Señora. Este era el lugar que la Divina Providencia le entregaba, para que enseñase con la palabra y el ejemplo.

Su libro predilecto... Fue el catecismo

Con él habían formado sus piadosos padres el tierno corazón de nuestro apóstol, y con él, quería el padre Esqueda preparar una nueva generación de católicos. Para ello fundó centros catequísticos, estableció escuelas, en las cuales le ayudaban excelentes catequistas; pues, en frase del mismo, “la mujer tiene que ser el principal auxiliar del párroco en la enseñanza del Catecismo”. Según testimonio de quien siguió muy de cerca sus actividades catequísticas, podría decirse del padre Esqueda que “su pasión dominante fue formar el corazón de la niñez, por medio del Catecismo”. Es que entendía muy bien aquellas palabras del Sumo Pontífice Pío x: “La Obra del Catecismo es la más excelente a que podemos dedicarnos: mejor que predicar, confesar, dar misiones, enseñar en el colegio y otros ministerios».

“Enseñad a todas las gentes”

Pero el radio de acción de nuestro mártir se extendía más allá de los centros catequísticos.  Así como había imitado el celo del Papa Pío x por los catecismos, quiso también seguir sus pasos enseñando a todos la fuente de nuestra vida espiritual, Jesús Sacramentado. Para ello, reúne a los niños y niñas en la Cruzada Eucarística, y a la gente mayor de la Asociación Josefina la congrega con frecuencia en torno del sagrario. Y cuando la persecución antirreligiosa privó a los fieles de tan dulce compañero, el celo de nuestro mártir2 se industrió para acercar de alguna manera los corazones en torno de Jesús Sacramentado. Aconsejó a todos los jefes de familia que de siete a ocho de la tarde se uniesen en espíritu, para hacer un acto de desagravio al Santísimo Sacramento, y a las ocho se arrodillasen para recibir la bendición. Encargado del Sagrado Depósito, hizo preparar una habitación a donde, en los días menos peligrosos, afluían algunos fieles a hacer sus horas de Guardia de Honor, ejercicios de desagravio, Hora Santa los jueves, y algunos retiros nocturnos la víspera del primer viernes. “Sin el Santísimo Señor Sacramentado, decía el padre Esqueda, la situación se hace muy triste y dolorosa. El prisionero de amor nos bendice”. En cuanto a la oración, les recordaba la promesa de Jesucristo: “Pedid y recibiréis”. “Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo concederá“. Para animarles a la penitencia, les recordaba el ejemplo de los ninivitas, y añadía: “Hagamos lo mismo los pecadores de estos tiempos; pidamos perdón con un corazón contrito y humillado”.

Como a un ladrón habéis salido a prenderme

 Fue la queja amorosa que Jesús dirigió a sus enemigos en el huerto de Getsemaní, y la misma podría repetir el padre Esqueda. Los primeros días de noviembre se ocultó fuera del pueblo, pero el cumplimiento de su deber sacerdotal pronto le hizo volver a la humilde casa que habitaba. El día 18, terminadas las últimas oraciones de la misa, tomó un crucifijo y lo besó devotamente. Era como el beso de despedida acompañado de cánticos de amor al Corazón de Jesús. Su rostro, nos dice un testigo, rebosaba alegría. ¿Presentiría su martirio?... De 9 a 9.30, como si fuesen en busca de un malhechor, aparecieron, sitiados por soldados, varios edificios, mientras otros guardias ocupaban las azoteas, y los más fuertes asaltaban dos de las casas. Quedaban en las garras de sus enemigos, además del padre Esqueda, cinco caballeros, dos señoras y cinco señoritas.

La bofetada

Rodeado de soldados, fue conducido el sacerdote al teniente coronel, quien en seguida le pronunció sentencia de muerte; buscó armas y quiso él mismo con mano sacrílega empezar la serie de tormentos que esperaban a nuestro mártir, descargando sobre su rostro una bofetada, con tanta furia, que le dejó chorreando sanare. El padre Esqueda ofreció sin duda aquella humillación a Jesucristo, recordando la bofetada que en casa de Anás había Él recibido por nuestro amor.

 Los azotes

No satisfecho el furor del jefe, antes de salir de la casa ensañóse azotándole fuertemente; y luego lanzóle con tal fuerza por delante, que el santo sacerdote fue a dar contra el suelo. A empellones lo llevaban, sufriendo a consecuencia otras dos caídas antes de entrar en la prisión, donde le trataron con rigor y azotaron de nuevo cruelmente...

Camino del calvario

Pasados cuatro días en el cuartel, sufriendo cual invicto mártir los tormentos, le sacaron en medio de multitud de soldados, atado con dos sogas, y le llevaron con gran estruendo camino de su calvario. Según expresión de un testigo ocular, al salir de San Juan de los Lagos, el padre Esqueda iba todo hecho una llaga, pues ya al prenderle le dieron tales y tan duros golpes en el rostro, que casi totalmente te le saltó el ojo izquierdo, rompiéndole los huesos de la cara...

¡Tengo sed!

 En llegando a Tecualtitán, sintió sed tan abrasadora, que pidió un poco de agua: pero recordando a Jesucristo en la cruz, quiso padecerla como Él y se adelantó a indicar que se la negasen. Sin embargo, en el decurso del viaje, un soldado compasivo, viendo en aquel estado al mártir de Cristo, aprovechando la ausencia de sus compañeros, se acercó al sacerdote y le ofreció agua, que agradecido tomó ahora, quizá para no desfallecer antes de llegar a la cruz que le esperaba.

El árbol de la cruz

Eran como las tres de la tarde. En las afueras de Tecualtitán la soldadesca prepara sus armas. Le mandan subir a un mezquite (especie de algarrobo), que tenía unas gavillas de rastrojo, para que aquel árbol le sirva de cruz. Pero como uno de los brazos de nuestro mártir estaba muy lastimado, se cayó. Esforzóse segunda y tercera vez, pero las tres veces vino a dar en el suelo. Entonces, al pie del árbol le dieron muerte a balazos y dejaron tirado su cuerpo. Contaba 48 años de edad.

honrosa sepultura

Uno de los soldados, que se quedó atrás de la comitiva, avisó a unos vecinos del pueblo, y gran número salió con luces buscando el cuerpo del nuevo mártir de la fe. Una vez encontrado, avisaron a los vecinos de Jalostotitlán y se reunieron con luces y flores para velar aquellos santos despojos, recoger su sanare y prepararle honrosa sepultura. El padre Esqueda había oído la voz de Jesucristo y tomado su cruz para seguirle hasta morir en ella.

 

 

 



1Hojitas, núm. 32, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas” es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013..

2 Mártir le llamamos, sin intención de prevenir el juicio de la  Iglesia (la nota aparece en el original)



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