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Dos cartas sobre la mesa

Luis Sandoval Godoy1

En fechas próximas se cumplirán cien años de la fundación del Seminario Auxiliar de Totatiche. En ese marco, uno de sus ex alumnos ofrece en las páginas que siguen una panorámica de la situación en cuyo contexto fue creado dicho plantel.2

Las cartas sobre la mesa... dicen los tahúres, cuando a la trasnochada, empiezan a pintar las primeras rayas de luz por las ventanas del garito.  

Las cartas sobre el tiempo, quiero decir en estos 25 lustros de historia, cuando en el recuerdo de los incidentes heroicos que marcaron el principio de este Seminario, se han hecho resplandecer las virtudes, la fidelidad, la entrega de aquellos varones santos que plantaron este árbol.

Pienso en la actitud del sembrador que deposita la semilla en el surco: el misterio de fe que está diciéndose por sí mismo en el ademán de la mano que tira el grano; pienso en la manifestación rendida de esperanza en que desde ese momento ya está viendo el tallo, la rama, el botón, la rosa, el fruto que en su momento se regañará de miel; pienso en la proclamación de amor que el sembrador llega a cifrar en el movimiento simple con que hace caer la semilla en la tierra: amor a la tierra, amor a la ley divina del trabajo, amor a los arcanos adorables que se mueven a impulsos de la naturaleza, amor a aquellos a quienes entregará gozoso su cosecha.

Hablar del Seminario de Totatiche y hablar de las virtudes teologales entretejidas en el instante de su fundación y a lo largo de su vida, parece tan natural y lógico, como es lógico y natural el proceso de germinación de la semilla, el impulso que la lleva a desgarrar la envoltura que esconde las fuerzas misteriosas que se ocultan en su entraña, la fuerza invencible con que vence la dureza del suelo, la gallardía del tallo que asoma a nivel de la tierra, y se levanta y crece y se llena de brotes, sacando fuerzas, actuando en ímpetu indomable como que responde a su naturaleza propia y como que en su naturaleza misma hay valores misteriosos que nadie sabría explicar por medios ordinarios.

Y qué de raro tiene la comparación del Seminario con la semilla que plantó un sembrador en su tierra, si sabemos y nos sentimos invadidos de una honda emoción, cuando recordamos que el señor cura Magallanes, en una intuición profunda, en un hallazgo feliz, llamó en su bautismo a este Seminario, “El Silvestre “, la plantita que nace entre las rocas, se prende admirablemente en la sequedad, en la aridez del suelo, igual que se prendió como por milagro en medio de las acechanzas, de la persecución, de las amenazas, de los peligros que tuvo que afrontar hora tras hora... todo eso, y la planta echó sus raíces, se hendió entre las piedras, y creció, y alcanzó lozanía y se revistió de verde, y se cubrió de flores, y supo dar frutos en la abundancia de la evangélica semilla que da el ciento por uno...

En este recuerdo de lo que fue en su origen y del esplendor en que nuestro Seminario cumple hoy 75 años de vida, quiero presentar dos testimonios de incalculable valía, dos cartas que en esta fecha memorable deseo poner sobre la mesa, porque en ellas se revela el designio divino que hizo de este Seminario fruto del dolor, regalo en el sufrimiento, dicha y bendición que brota de la magulladura de dos almas, generosas en el sacrificio hasta decirnos... nos lo están diciendo esta noche: que el dolor tiene el más radiante principio de fecundidad, que las lágrimas se vuelven risa, que el desgarramiento doloroso de la semilla condiciona la más abundante cosecha, que los que caminaron un día entre lágrimas llevando la semilla, hoy nos dejan volver hasta aquí con el gozo de 75 años de rendida opulencia.

***

La revolución carrancista había triunfado, tomando a Guadalajara el 8 de julio de 1914; un furor constitucionalista propendía ardorosamente no al imperio del derecho, no al ejercicio de la ley, no al respeto de los valores humanos no a garantizar al ciudadano el ejercicio libre de su voluntad... constitución entonces, fue constricción, aherrojamiento de conciencia y desde luego, persecución enfurecida a la Iglesia Católica y a sus ministros.

El 9 de febrero de 1913 llegó a Guadalajara el señor Orozco y Jiménez, nombrado pastor de esta grey; supo serlo con gallardía y presencia, y tantas y en tal manera que desde los primeros años de su pastoreo “in fide et lenitate “, despertó el encono de los enemigos de la Iglesia que empezaron pronto a hostilizarlo, a denigrar su augusta personalidad, a tejer una red de calumnias para desprestigiarlo ante la opinión pública nacional.

Apenas a unos meses haberse hecho cargo de la arquidiócesis, tuvo que sufrir el primer destierro, saliendo del país el 19 de mayo de 1914. A este hecho, en relación con este primer episodio de la vida del heroico arzobispo, viene la primera carta...

Ansioso de retornar a su diócesis, y aun sorteando los riesgos que ello implicaba, escribe al señor cura Magallanes una carta que vale como un precioso documento que configura en sus términos, la grandeza del pastor, pero también el tono paternal de entendimiento, de confianza, de afecto con que se dirige al párroco que mereció entre todo el clero diocesano esta exquisita preferencia.

Se entiende que el arzobispo tuviera que escoger para su retorno una región apartada, una parroquia escondida en la distancia y en el fragor montañoso de su geografía; ciertamente en todos los rumbos de la diócesis pudo hallar muchos sitios que ofrecieran esas condiciones, y muchos sacerdotes que le guardaran esa devota lealtad. Sin embargo, el pastor pensó en la pequeña grey totatichense, en el pueblecito de entonces que se escondía entre huertas de naranjos y en el rumor de las acequias que corrían por sus calles; pensó en Totatiche y pensó en su párroco venerable en quien conocía la configuración plena del pastor íntegro, del sacerdote abnegado, del padre en el más alto concepto de la palabra... ¿Acaso entrevió Orozco y Jiménez en la persona del señor cura Magallanes una cifra que los identificaba entre sí; uno, el mártir incruento, otro, el que habría de revestirse en la túnica roja de su sangre?

El pastor tiene confidencias muy delicadas con el párroco de Totatiche: exiliado y vejado, desposeído de los relieves de su investidura y hasta de la elemental sotana de todo sacerdote, parece apoyarse afectivamente en el pecho del señor cura Magallanes.

He aquí la primera de estas dos cartas, fechada en El Plateado, Zacatecas, el 19 de noviembre de 1916. Antier se cumplió 75 años de esta carta. Misteriosamente la fecha de esta carta tiene coincidencia cronológica con el establecimiento de nuestro Seminario.

Muy apreciable señor cura: Por misericordia divina puedo anunciarle que después de superadas las dificultades actuales, me encuentro ya en las puertas del arzobispado y que con el favor divino, mañana como a las cuatro de la tarde, según los cálculos que han hecho aquí, podrá llegar a esa querida parroquia.

Por motivos de prudencia y siguiendo la práctica del señor de la Mora, parece que será conveniente que los fieles no hagan demostración ninguna, y descanso sobre este punto en la prudencia de usted. Mi intención es permanecer allí varios días haciendo la Santa Visita Pastoral dar ejercicios y todo lo que se pueda en beneficio de las almas. Todo esto aunque no traigo ni sotana, porque no se podía de otra manera llegar hasta acá: ahí me hará el favor hasta de prestarme sotana, y ya después veremos cómo me voy proveyendo de todo. En Guadalajara ni en ninguna parte de la República nadie sabe todavía nada de mi venida: no se podrá evitar esto, porque iré visitando todas las parroquias que pueda; pero será mejor no violentar los acontecimientos, y se vaya sabiendo poco a poco. Así que le recomiendo a usted que les recomiende también a sus feligreses mucha prudencia sobre este punto y que a los de fuera no les den razón alguna de mí. Ya estando allí personalmente lo avisaré a Guadalajara. Fíjese que le estoy escribiendo hoy domingo y que pienso adelantar mañana un mozo, el que llegará antes que yo. Pienso salir de Momax a las dos de la tarde…Deseo al llegar cantar un Tedeum en acción de gracias a la divina providencia. Francisco, arzobispo de Guadalajara.

***

Fue la tiniebla de una media noche en el garito inmundo en que fue convertida nuestra patria, cuando el vaho asqueroso del odio envolvió como en humo de cigarro y licor la atmósfera que se hizo respirar a los mexicanos. Una gavilla de rufianes echaba suertes y se repartía los despojos de la iglesia, también la vida de sus ministros y los derechos de los ciudadanos, también la fe del pueblo.  De mano en mano, los facinerosos iban pasándose el cubilete y entre carcajadas groseras en burletas indignantes hacían depender los más altos valores de la conciencia y de la vida, de lo que allí decidían dentro del sucio garito en que fueron convertidas las estructuras del poder.

También a la distancia de la geografía, también a sitios como Totatiche, cuyos moradores “vivían como hermanos en república cristiana”,        dóciles a la voz de su párroco, animados de hondo fervor mariano, llenos de entusiasmo en las proposiciones de adelanto económico, cultural y social que se incluían dentro del amplio programa de servicios que les planteaba el señor cura Magallanes; también aquí, en los aires de tranquilidad, en los vientos claros de sus campiñas, la fragancia de sus hortales, llegó la embestida infernal del odio, de la calumnia, de la persecución, del fatídico tableteo de las carabinas federales que sembraban la muerte.

¿Cómo iban a permitir el bienestar de estas gentes, aquellos facinerosos que trasnocharon en el garito del odio? ¿Cómo podían perdonarle al párroco su influencia amorosa en estas gentes, su voz respetada, su consejo generoso, su acción fecunda en el desarrollo de las mejores condiciones de vida que se avizoraban ya en este pueblo y que pronto iban a extenderse a toda la comarca, mediante la actividad cultural, la única y la mejor que hubo en la ancha geografía regional, a través del seminario y de los seminaristas de todos estos rumbos congregados aquí?

También el señor cura Magallanes tuvo que sujetar sus actividades apostólicas, a cauces de prudencia; y también él tuvo que esconderse, y tratar de burlar a los enemigos gratuitos, a los perseguidores que empezaron a asediarlo de diferentes maneras...

Esta segunda carta, puesta sobre la mesa del recuerdo, en el garito de aquella infausta noche de nuestra historia, pertenece al siervo de Dios; tal vez fue la última carta que escribió; por lo menos es la última que se conoce. En ella se advierte el temblor de la víctima acosada por sus enemigos; se siente la inquietud, se palpa la zozobra del corderito que huyendo en el breñal, siente sobre sí las fauces y el alarido de los lobos que ya están acezando sobre su presa.

Esta carta está fechada 3 de abril de 1927, poco más de un mes de la fecha del sacrificio del señor cura Magallanes. Señala a Totatiche como lugar de donde procede, aunque indica entre paréntesis (El Retiro). ¿Se trata de un escondite desde donde atendía el párroco la vida de sus feligreses? ¿Hay un rancho en la parroquia, con este nombre?

El destinatario es el señor Minorista don Albino Enríquez, en San Luis Potosí. Será muy interesante identificar y dar todos los datos posibles acerca de esta persona; por lo pronto importa decir, por el contexto de la carta, que se trata de un seminarista a punto de recibir la ordenación sacerdotal a quien el señor cura Magallanes proveía de los recursos económicos para el desarrollo de sus estudios.

Se habrá de advertir en esta carta el testimonio airoso de su inocencia que da aquí el señor cura; la afirmación contundente y enérgica a propósito de los infundios que se han hecho correr en el sentido de que apoyaba o soliviantaba el movimiento. Esta carta vale como un documento de inapreciable significación, una protesta de inculpabilidad, una declaración gallarda en contra quienes atribuían al párroco acciones diferentes a las que específica y explícitamente correspondían a su misión sacerdotal, como lo sabían y estaban seguros de ello todos sus feligreses. Así dice la carta:

Apreciable Albino: con tu atenta del 24 de marzo próximo anterior, van cuatro tuyas que recibo y no he contestado porque las actuales circunstancias me lo han impedido. No puedo atender ni siquiera los asuntos más importantes de mis obligaciones. Mi vida desde hace ya cuatro meses, ha sido andar por cerros y barrancas, huyendo de la persecución gratuita de nuestros enemigos; y de los rebeldes, entre quienes se le he puesto al Gobierno que andamos, no más porque nos ha tocado vivir en la región de los alzados. Sin embargo, miles y miles de habitantes de estos pueblos que nos están mirando y nos conocen desde hace muchos años saben que somos inocentes y que se nos calumnia infamemente. Se está cumpliendo en nosotros la palabra del Divino Maestro Jesucristo: “No es el discípulo más que el Maestro; y si a mí me per siguen, también os perseguirán a vosotros “¡Dios les perdone tanta infamia y nos vuelva la deseada paz, para que todos los mejicanos nos veamos como hermanos!

Como por acá frecuentemente no nos llegan las cartas y cuando nos llegan vienen abiertas: con esta misma fecha escribo a Mercedes Morfín, de Guadalajara, (Acuña 588) suplicándole que mande un giro a tu favor por valor de $20.00 para tus necesidades. Como ando por acá en este destierro no puedo saber si habrá o no una persona que pudiera favorecerte con algo.

En las cartas siempre debe de ponerse el lugar y la fecha al principio y no al fin, como en los oficios o recados. Corregí este defecto de tus cartas.

Salúdame a Juan Alvarado: y tú recibe el aprecio y la bendición de tu afectísimo.

Callepán y S. S. C. Magallanes.

***

Las cartas transcritas tienen una elocuencia y un trasfondo informativo de los hechos y de los sentimientos de sus autores, que no podría encontrarse tal vez en otro tipo de documentos. En estas cartas podrían leerse los relieves más fulgurantes y más expresivos de los personajes que parecen hilados con la atadura amarga del sufrimiento; ellas solas bastarían para señalar los rumbos providenciales en que tanto el señor Orozco y Jiménez, como el señor cura Magallanes fueron predestinados para una misión cifrada en el dolor, y en éste, animada de una gloriosa fecundidad: aquél en su presencia gallarda que hizo temblar al enemigo, y aun en el destierro, en el oprobio, en la calumnia, hizo que el nombre de Dios y el honor de la Iglesia de Guadalajara no sufrieran menoscabo, sino más bien brillaran en la oscuridad nauseabunda de aquella noche de nuestra historia.

En el caso del señor cura Magallanes está viva allí y aún se puede palpar dentro de esta comprensión parroquial, su obra en lo natural y en lo sobrenatural, y lo que habrá de tenerse por su realización más grande y trascendente: el Seminario, en crecimiento y desarrollo, con una centena de sacerdotes egresados de sus aulas y un millar de seglares que abrevaron aquí principios de rectitud y vida cristiana; entre todos ellos, la figura resplandeciente de su primer alumno, el señor obispo don Pilar Quezada quien, discípulo aprovechado de tan excelso maestro que dotó este Seminario de un espléndido edificio que constituye en lo material una manifestación de la madurez diamantina que nos congrega

El tiempo seguirá su marcha, el Seminario seguirá dando frutos de una dorada redondez. Los niños y jóvenes en estos 75 años tendrán a su cargo la celebración del Primer Centenario de esta benemérita institución de la Iglesia de Guadalajara. Para entonces, lo esperamos rendidamente, el nombre del señor cura Magallanes habrá alcanzado los relumbres de su beatificación que ya esperamos con devota ansiedad; entonces, desde los altares, su gesto paternal, su mirada honda, su expresión amorosa, seguirá dando camino a este Seminario cada vez en avances más altos, cada día en logros más luminosos que dejarán allá la noche de aquel capítulo en la vida de México, la noche de la iniquidad tahúres de licor y tabaco que entre risotadas de lépero, se repartieron la suerte de la iglesia y de los creyentes, como en garito al que hoy quisimos asomarnos, ahora que una luz de amanecer empieza a pintarse en los ventanales del tiempo. Ello nos dio ambiente, nos prestó oportunidad para poner aquí, dos cartas sobre la mesa.



1 Periodista y cronista (El Teúl, Zac., 1927).

2 Mecanoescrito facilitado por su autor para este Boletín.



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