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COLABORACIONES

 

¡Dios no muere!

 

Anónimo

 

¿Calculó el Presidente Álvaro Obregón el efecto que tendría en el pueblo de México su intento por destruir la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe? No consiguió esto último, pero sí dinamitar el monumento a Cristo Rey, en el cerro de El Cubilete, de Silao, Guanajuato, suceso que reseña esta ficha, coetánea a los hechos.1

 

… ¡Ahí estaba su trono, donde Él lo quiso, en la rocallosa cima del glorioso monte, que llevó desde aquel venturoso día el nombre de Montaña de Cristo Rey!...

...¡Fue una tibia mañana del mes de abril cuando se desarrolló el magnífico acontecimiento de la entronización del Rey Eterno, sobre todo su Méjico amado!... ¡El primer rayo del sol fue testigo singular de la emocionante escena, y alumbró el soberbio cuadro en que podía verse a una nación postrada reverente, sobre la roca viva, haciendo una ofrenda simbólica, presentando al Rey de amor su corazón entero, y para ello trepando hasta la enhiesta cumbre, como si fuera para sentirse más cerca del cielo!... ¡Y hubo auras perfumadas, soplos vírgenes venidos de la áspera sierra cercana, luz a raudales del sol que brotaba de Oriente, codicioso de verlo todo; músicas, cantos, plegarias, lágrimas de felicidad, gozo desbordante, enloquecedor, latir hervoroso de corazones, y... ansias de eternidad... sensaciones de dicha no soñada... y, algo así como la fusión de aquellos millares de corazones en una alma sola, y... la formación de un corazón gigante que constituiría la ofrenda de aquel pueblo, y... al fin... la explosión inaudita... un latido colosal de amor vivo, que en sus alas impalpables cruzó los espacios, rasgó los cielos, llegó hasta el trono mismo del Rey e hirió de amor su corazón sagrado!...

 

¡¡¡Viva Cristo Rey!!!...

 

¡Pensamiento sublime, confesión espontánea, sencilla, ferviente, completa, única de la soberanía augusta de Jesucristo, y del rendimiento del verdadero vasallo; y, expresión fiel de la devoción sincerísima, del amor verdadero, del entusiasmo sin nombre del pueblo que, muy luego, debería sellar con sangre su juramento, subir por una larga senda de martirios hasta la elevada cumbre del sufrimiento, y allí, como águila caudal mirando de hito en hito al Sol Divino que todo lo inunda con sus fulgores, que todo lo calienta con su lumbre sagrada, repetir la fórmula bendita que brotó de lo más íntimo del alma mejicana y afirmar así el pacto del amor que nunca acaba!

El día 11 de abril de 1920 ocupa un lugar privilegiado en la historia del católico pueblo mejicano, porque en él se proclamaba la divina realeza de Jesucristo sobre aquel pueblo, se asentaba firmemente en los corazones la base indestructible de su Reinado. En aquella fecha memorable se dedicaba un pequeño Monumento a Cristo Rey, y unos meses después, todo el episcopado mejicano declaraba solemnemente, por medio de una carta pastoral colectiva, que aquel monumento era un homenaje nacional.

Al despuntar el alba del día 11 de abril de 1920, el ilustrísimo señor obispo de León, doctor don Emeterio Valverde Téllez, seguido de varios millares de fieles, dedicaba el simbólico homenaje, y proclamaba en aquella tierra de la manera más absoluta el reconocimiento de la realeza de Jesucristo; y de sus labios brotaba el ¡¡¡Viva Cristo Rey!!! que, cual un lema imperecedero, había de grabarse muy hondo en los corazones mejicanos... ¡Los clamores de aquel momento de cielo bajaron, de la cúspide del místico Horeb, cual torrente impetuoso, cual gigantesca catarata, y todo lo inundaron!...

¡Aquello fue un nuevo Tabor  por el simbolismo, pues la nívea silueta de Cristo, labrada sobre humilde piedra, atrayente, amorosa, rodeada de majestad y a la vez de mansedumbre, se elevaba triunfante en el centro geográfico de la Nación Mejicana, es decir, sobre el corazón de aquella tierra; y a sus plantas, apretándose en torno suyo, estaba el pueblo fiel tributándole un vasallaje de amor, tan espléndido como sólo puede rendirlo el verdadero amor a todo un Dios!... ¡Jesús pareció transfigurarse delante de las multitudes y mostrar el apogeo de su gloria!...

¡La ofrenda fue humilde, pero no mezquina; muy sencilla, pero generosa como el alma de aquella raza; blanca como la pureza de las intenciones; de recia roca como la fe inquebrantable que la consagraba; en la cima de un elevado monte, para que correspondiera a la nobleza y elevación del ideal sublime de establecer el Reino de Cristo; y, aunque sólo alcanzaba nueve metros de altura, la fe gigante del novel vasallo sabría hacerla crecer tanto como sus horizontes, levantarla al nivel de sus ansias, y asemejarla mucho a un trono!

Desde aquel día el corazón de Méjico católico vivió en la montaña santa, quedó arrobado a los pies de Cristo, crecieron sus anhelos y se entregó febril a edificar un nuevo trono a su Señor y Rey, para honrar ante propios y extraños su excelsa majestad. Los esfuerzos titánicos cristalizaban en la colocación de la primera piedra del soberbio monumento que mediría cien metros de altura y que hubiera sido el primero en todo el mundo.

Esto se efectuaba el día 11 de enero de 1923. Unas cien mil almas estuvieron presentes. Presidía la ceremonia el delegado apostólico en representación del Papa, y se encontraba presente la mayor parte del episcopado mejicano. La ceremonia fue imponente, magnífica, no imaginada. El homenaje rendido a Jesucristo Rey, grandioso, sólo digno del verdadero y único rey, y solo digno de aquel pueblo. La rabia del demonio estalló en toda su fuerza, y comenzó la lucha. El delegado de Su Santidad fue ignominiosamente expulsado de Méjico, procesados los obispos, y prohibida la continuación del nuevo monumento nacional a Cristo Rey.

Álvaro Obregón, Presidente, al prohibir que se llevara a cabo la construcción del monumento a Cristo Rey, sin pensarlo, hacía una profecía, como nuevo Caifás, pues en el Decreto de prohibición dijo que no podía permitirse la construcción del proyectado monumento a Cristo Rey, porque esa advocación era sumamente llamativa, y fácilmente atraería las masas... ¡Y cómo no! ¡Claro que había de atraerlas, si el mismo Cristo había dicho un día a los discípulos: cum exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum!2Jesucristo había obrado en Méjico un verdadero milagro desde que se elevó su trono en la montaña. Un poderoso resurgimiento se obró en él. La nación a quien se había atado al ominoso carro de la tiranía liberalesca, se irguió, rompió sus ligaduras, y cual nuevo Lázaro salió de su sepulcro, arrojó las mortajas, y apareció rebosante de vida, de la vida de Cristo.

Cuando los enemigos de Jesús vieron que había resucitado a Lázaro y que las multitudes corrían en seguimiento del Nazareno, se reunieron en consejo y decidieron quitarle la vida, no sea, decían ellos, que el pueblo, entusiasmado, crea en Él y le siga.

...¡Rugió el monstruo al ver que Méjico católico enarbolaba el estandarte de Cristo; formaron consejo los enemigos de Dios y se confabularon contra Él, y decidieron arrancar su imagen del suelo mejicano,  para que su nombre no se escuchara jamás!...

¡Méjico bajó del tabor glorioso, se abrazó heroicamente con el dolor más acerbo y comenzó a subir hacia el Calvario, entre mofas y desprecios, insultos y martirios, y... cuando Satanás aguardaba verle rendido, Méjico cristianísimo parece responderle aquella frase inmortal de san Pablo: ¡Omnia possum in eo qui me confortat!3 ¡Esfuerzo vano de los enemigos de Dios; la savia de la resistencia indomable está en el amor purísimo  de Méjico hacia su Cristo Rey!

 

¡¡¡Reus est mortis¡¡¡4

 

¡Es reo de muerte! ¡Que caiga el ídolo! ¡Que baje de su trono, y así estará ganada la batalla!... ¡Eso es otra quimera! ¡Pero llegó hasta allá la osadía y se consumó el sacrilegio, como para aturdir al mundo con el clamor del atentado!... ¡La blanca figura de Cristo Reyfue aniquilada por la mano criminal, sacrílega, sangrante, del diabólico verdugo de Méjico, en la embriaguez del odio y de la sangre!... ¡Este Cristo seduce a las turbas, ha rugido Calles, como su padre Caifás! ¡Nolumus hunc regnare super nos!5 ¡No queremos que éste reine sobre nosotros!... ¡Reus est mortis!... [Lo condenó a muerte, y la sentencia fue ejecutada el día 30 de enero de 1928, a las cinco de la tarde, por la soldadesca desenfrenada; el ruin verdugo se llama General Jaime Carrillo; y, permítase el paralelismo; al momento terrible de la explosión de la dinamita, precedió la orgía, la infame orgía... y hubo mofas, procaces insultos, inauditas blasfemias, desafíos cobardes, como en la crucifixión de Jesús.... luego... un estallido que estremeció los senos de la montaña, y el eco se fue repitiendo en las ondulaciones de las cañadas... como un gran gemido que volaba en los aires para llevar la tristísima nueva al pueblo mártir, y acordarle que Cristo crucificado resucitó glorioso al tercer día, porque... ¡¡¡Dios no muere!!!



1Cf. Hojitas, núm. 15, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas”  es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013.

 

2 “Y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Jn. 12, 32.

3 Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Fil 4,13.

4 Mt. 26,66.

5 Lc.19,14.



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