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COLABORACIONES

Mártires de Momax

Anónimo

La descripción tan cercana a los hechos de un suceso que cimbró el norte de Jalisco y el sur de Zacatecas antes del inicio formal de la resistencia activa de los católicos, anuncia el drama que sufriría una porción considerable del país en los meses venideros1

Primeras avanzadas

El 22 de agosto de 1926 caía en Momax, pequeña población del Estado de Zacatecas, teñida en la púrpura de su sangre, una de las primeras avanzadas de héroes y mártires de la causa católica que al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva la Virgen de Guadalupe!” arrancaban de las manos de sus verdugos la palma del martirio.

Los elegidos

Tres fueron las víctimas gloriosas: Manuel Campos, Rafael Campos y Benjamín Díaz. El primero une a los esplendores de la santidad, la gloria de los confesores de la fe. Su espíritu se ha fortalecido para la lucha al pie del sagrario en las horas de íntima y no interrumpida conversación con el “único amigo”, como él llamaba a Jesús Sacramentado, y en el crisol del sufrimiento. “Puedo decir -escribía a uno de sus hijos- que no pasa día sin que tenga una mortificación grave”; pero el sufrimiento no es para él pesada carga que oprime y debilita, sino regalada muestra de amor que fortalece y sostiene en las horas difíciles de la vida; por eso, al hablarnos de sus penas, lo hace con el lenguaje de los santos: “¡Bendito sea Dios -dice- que con esto me da a entender que soy su hijo y no se olvida de mí, pues es buen Cireneo y me ayuda con la cruz; muchas veces casi Él sólo la lleva, porque yo se la dejo!” Y en otra ocasión, dejaba escapar de su pluma estas bellísimas palabras de resignación cristiana: “¡Tienes razón, hijito mío, tienes razón! ¡Dios me quiere humilde! ¡Dios me quiere humillado!”

El socialista mártir

A los caminos de la santidad se asocian esta vez las lágrimas del penitente para ser coronadas de igual gloria; pues uno de los mártires, Benjamín Díaz, poco tiempo antes de sellar con su sangre la fe cristiana, abandonando las falsas doctrinas socialistas, volvía al redil del Buen Pastor; y con tales muestras de arrepentimiento, que públicamente recorre de rodillas, en señal de penitencia, las calles que conducen a la Iglesia, dejando el suelo ensangrentado a su paso; y al oír que alguien se admira de su proceder, responde: “Sí, pero yo tengo que pagar a Dios más que los otros.” Y al ser conducido, entre golpes e injurias, al patíbulo, dice con sublime mansedumbre cristiana a los que le ultrajan: “Porque sospecho el motivo porque se me golpea, por eso lo permito”. La gracia había triunfado: el altivo socialista se había convertido en manso cordero...

Traición

El 20 de agosto los principales habitantes de Momax se reunieron para acordar el modo de proceder en lo sucesivo, pues se decía que los soldados del gobierno llegarían de un día a otro para cerrar el templo y dar garantías a los enemigos de la religión. Se nombró presidente a un falso convertido de las filas socialistas y que se hacía pasar por defensor de los intereses de Jesucristo. Acordaron que en caso de que los soldados intentaran clausurar el recinto sagrado, se presentarían diez de ellos para impedirlo, y que si aún a pesar de esto no accedieran a sus ruegos y quisieran cometer alguna profanación, todos aún por la fuerza lo impedirían; estando dispuestos a que pasaran por sus cadáveres antes que permitir un sacrílego desacato. Después de ésta y otras varias determinaciones, se levanta Manuel Campos, y dice en voz alta: -”Ya sabéis que tenemos enemigos de nuestra religión en el mismo pueblo y pueden saber todo esto. Mañana o pasado vendrán las fuerzas del gobierno y entonces nos querrán dañar. Yo estoy dispuesto a todo, siempre que se trate de defender los derechos sagrados. ¿Estáis, por lo tanto, conformes en que caiga la maldición del cielo sobre quien revele lo que se ha acordado en esta junta? Todos a una voz contestaron: -”¡Sí, que caiga!” -”Entonces gritad: “¡Viva Cristo Rey!”-“¡Viva!”, responden todos con entusiasmo. -”¡Viva la Virgen de Guadalupe!”; exclamación que es contestada con igual fervor. El falso presidente de aquella reunión, quebrantando el solemne juramento, y uniendo a su perjurio la calumnia, no sólo reveló lo acordado, sino que denunció a los católicos como rebeldes.

Horas de terror

Amparados por las primeras sombras de la noche, se precipitan el día 22 sobre el indefenso y pacífico vecindario de Momax las tropas del gobierno perseguidor. Capturan a cuantos varones encuentran a su paso y les conducen al cementerio; una vez allí reunidos, no se encuentra en ninguno de ellos la culpa digna de castigo; el coronel, que había ordenado la prisión, consulta luego al jefe de armas de Zacatecas, quien ordena se proponga a los católicos la adhesión al gobierno y la separación de la Iglesia.

Apostasía o martirio

La orden del jefe de armas se cumple fielmente y entre injurias e imprecaciones se propone a los católicos o la adhesión al gobierno, separándose de la Iglesia, o la muerte. Con acento viril, hijo de una fe profunda, levanta su voz uno de los prisioneros, y dice: -“Nosotros no podemos desobedecer a los Sacerdotes que no son lo que vosotros decís; obedeceremos al gobierno en todo lo que mande, siempre que no ataque los derechos de la religión ni intente apartarnos de ella por medio de sus leyes inicuas contra la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.” Estas palabras, dichas con la entereza de un hombre y un cristiano que no se doblega ante las falsas promesas, fueron motivo de cruelísimos azotes. La actitud enérgica y decidida de los católicos que “prefieren la muerte a la apostasía”, obliga al coronel a pedir nuevas instrucciones, pues no se atreve a cumplir el mandato de matar a todos los que se nieguen a acatar las disposiciones del gobierno sectario. Se ordena entonces que se fusile a varios de los prisioneros, y a los demás, después de ser azotados, se les ponga en libertad.

El militar insiste en su impía proposición, pero sólo obtiene por respuesta nuevas y firmes protestas de inquebrantable fidelidad a la causa católica de Jesucristo. Entonces se golpea cruelmente a los detenidos, dejándoles después en libertad.

Las víctimas

Entra a continuación al interior del cementerio donde han sido recluidos cuatro de los valientes confesores de la fe, a quienes nuevamente hace instancia para apartarlos de la Iglesia. Ni promesas ni amenazas consiguen doblegar aquellos héroes. Al fervoroso mártir2 Benjamín Díaz ofrece librarlo de la muerte si vuelve de nuevo a ingresar en el partido socialista; a esta vil oferta, responde el mártir con ánimo sereno: -”He prometido a Dios que no volvería a hacerlo y no tengo más que una palabra. Por lo tanto, podéis hacer lo que queráis.-” Irritado el verdugo al ver frustrados sus intentos, ordena inmediatamente la ejecución. Los tres elegidos se arrodillan; Manuel Campos perdona a sus verdugos, abre los brazos en forma de cruz, y pide permiso de exclamar por vez postrera, y con todas las fuerzas de su alma grita: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe!”; exclamaciones que encuentran eco en los corazones de los otros compañeros de martirio. Momentos después, sus cuerpos, teñidos en la púrpura de su sangre, caían por tierra, mientras sus almas recibían la palma y la corona de la victoria.

Profanación

Esta plegaria sublime de los tres fidelísimos vasallos de Cristo Rey fue profanada por risas burlescas y sarcásticas de los sacrílegos sayones. A la mañana siguiente fueron recogidos los cuerpos venerandos de los mártires. Manuel permanecía en tierra con los brazos aún abiertos y la cabeza inclinada... dormía el sueño de los justos.

Descendencia gloriosa

Meses después, el hijo de Rafael Campos, era traído prisionero a Momax y fusilado también por la causa católica: de este modo se unía victorioso a la gloria y triunfo de su padre.

Hijos de mártires

Uno de los hijos de Manuel Campos comunicaba a su hermano la noticia de la muerte de su padre con esta exclamación de triunfo y de alegría: “Hoy prepárate para el mayor consuelo, para el único consuelo posible: ¡Nuestro santo padre fue mártir! ¡Alégrate santamente, hermano mío, en el Señor!”.

Felicitación o pésame

La siguiente carta nos trae a la memoria las salutaciones con que los primeros cristianos celebraban los triunfos de sus mártires...

 

“Supongo que ya sabe -escribía el ilustrísimo señor obispo de San Luis de Potosí, al hijo de uno de estos mártires- la terrible noticia, y cumplo con el deber de amistad de darle el pésame; pero quisiera felicitarle. Su padre fue verdadero mártir... Encomendaré mucho a su padre, aunque créame que no lo necesita; y pido a Dios que usted se alegre por llevar en sus venas sangre de mártir...”



1 Cf. Hojitas, núm. 12, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas”  es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013.

 

2 Les llamamos mártires sin intención de prevenir el juicio de la Iglesia



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