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Reseña de la entrada del ilustrísimo señor arzobispo doctor don Pedro Espinosa a Guadalajara al regreso de su destierro

Anónimo

Para mejor entender el contexto histórico del nacimiento de la Provincia Eclesiástica de Guadalajara, nada mejor que un testimonio coetáneo, donde se narra de forma prolija como fue recibido el último obispo y primer arzobispo.

Hay en los anales de los pueblos acontecimientos tan grandiosos y altamente significativos, que resumen en una sola palabra toda su variada historia; tan fecundos que hacen sentir y palpar con las manos una nueva era de ventura: sus profundas revoluciones, sus cataclismos desastrosos, sus prolongados sufrimientos, sus glorias, sus alegrías y sus esperanzas, todo está allí, en esos sucesos inenarrables, indescriptibles, en que el pasado y el porvenir asaltan a la vez la imaginación del pueblo que, ebrio de felicidad, contempla su hermoso presente; en que la multitud, comprendiendo con el corazón su grande importancia y hondamente conmovida y electrizada, prorrumpe en los más entusiastas gritos de júbilo y regocijo. ¡Ah! Es necesario ser espectador de esos hechos, es necesario participar de aquellas emociones inefables que agitan las masas en todas ocasiones, para formar justo concepto de la encantadora belleza de esos cuadros patéticos y sublimes que en vano intentaran trasuntar sin debilitarlos el pincel o la pluma del escritor y del poeta.

Tal nos parece el que presenció la ciudad de Guadalajara en la tarde del día 22 del presente mes en que el ilustrísimo señor arzobispo doctor don Pedro Espinosa, regresando del largo y penoso destierro a donde lo lanzara el huracán demagógico, hizo su entrada solemne en esta capital de su arzobispado.

Sí, nosotros vimos en esa tarde venturosa, cuya memoria jamás se borrará de nuestra alma, estremecerse de alegría toda esta bella y populosa capital, y nuestro corazón se llenó de ternura al observar entre tanta multitud de semblantes radiantes de placer, a otros muchos bañados en aquellas lágrimas dulcísimas que arranca la felicidad. ¡Ah! Tenían razón…! Porque ese ilustre Pastor, ese padre venerado que la feroz demagogia arrancó de entre nosotros para relegarlo más allá de los mares por su firmeza apostólica en defender la fe de la Iglesia y sus derechos sacrosantos, y que después de tan larga ausencia saluda hoy a su amada grey levantando su mano para bendecirla, representa a nuestros ojos nuestras preciosas herencias por cuya conservación hemos sufrido tanto y derramado tantas lágrimas; creencias consoladoras que su cuidado paternal plantó y cultivó en nuestro corazón, porque en él vemos personificado el principio católico objeto único de todos los debates que han ensangrentado nuestro suelo y llenado de luto y desolación toda la vasta extensión de este infortunado país; su sola tabla de salvación y el principio único en que puede basarse su prosperidad y engrandecimiento futuro. Así en que al verle volver al seno de su grey, vemos disiparse la borrasca que tronaba furiosa sobre nuestra cabeza y restituirse la serenidad y la calma sobre el horizonte de la Iglesia de Guadalajara.

Observamos con inexplicable gozo que el regreso de nuestro ilustrePastor, es el regreso de la fe a nuestro entendimiento, de la virtud a nuestra alma, de la paz y la esperanza a nuestro sufrimiento y la inauguración de una era de luz y de vida.

Por eso el pueblo de Guadalajara, desde que tuvo noticia de la próxima venida de su Pastor, comenzó a agitarse alborozado con tan fausta nueva, inquiriendo con anheloso empeño por el día en que tendría la dicha de verlo, de saludarlo y de postrarse a sus pies a recibir su bendición, y preocupado de tan lisonjeros pensamientos, no trata ya sino de prepararse para manifestar de la manera posible su regocijo y entregarse a las efusiones de su alegría.

Desde la víspera no se hablaba ya de otra cosa sino del regocijo del día siguiente: en todas las casas y en las calles y plazas, notábase grande movimiento, todos los semblantes se veían alegres y risueños, todas las bocas pronunciaban con animación esta palabra:

“¡ilustrísimo señor arzobispo!”

Lució por fin la aurora de día 22 pura, radiante, encantadora; sonrió con gracia indecible, y las campanas de todas las iglesias saludaron con voz sonora y jubilosa su bella aparición, anunciando a los felices moradores de esta ciudad, que aquel era el día en que debían abrir su corazón a la alegría, pues antes de muchas horas podrían contemplar cerca de sí, y gozarse en la presencia de su Pastor. Así fue que henchidos de placer se levantan inmediatamente y se apresuran a asear sus calles y adornar el exterior de sus casas con bellas cortinas y colgaduras de varios y brillantes colores, cual si pretendieran copiar sobre los edificios el inimitable cuadro que se dejaba ver en el oriente engalanado con vistosos matices de púrpura y escarlata.

Desde entonces todo fue movimiento en la ciudad; los carruajes se cruzaban en todas direcciones, los caballos corrían al galope, el gobierno eclesiástico, el gobierno político y todas las comisiones del ilustre Ayuntamiento, del Seminario Conciliar y de otras corporaciones, marchaban al encuentro de su ilustrísima; el pueblo entre tanto invadía todas las calles del tránsito, desde la garita de San Pedro hasta el atrio de la catedral; los altos campanarios y las azoteas se coronaban de gente, y en los balcones de los edificios no se encontraba uno solo vacío.

Era un espectáculo sumamente hermoso y agradable el que presentaban aquellas calles adornadas con grande lujo y exquisito gusto; todas las puertas y ventanas, hasta las más pobres casas, estaban entapizadas con cortinas: los graciosos lazos preparados con adornos y colgaduras de brillante seda y finísimo punto recamado con flores de listón azul, casi no tenían interrupción y formaban y prolongado y vistosísimotoldo en más de media legua de extensión: veíanse en algunos trechos magníficos pabellones de blonda de vivos colores que remontando su cúspide hacia los cielos, parecían lanzarse hacia allá fuerza de las expansiones del alma de aquella multitud que se agitaba debajo de ellos. Colgaban sobre cortinas de damasco en algunos balcones, grandes espejos, presentando en su tersa superficie, escritos con letras de oro, los tiernos sentimientos católicos que ocupaban a la vez todos los corazones. Llamaban la atención tres majestuosos arcos triunfales, el primero construidoen la puerta de la garita, de una altura de 14 varas, tenía esta dedicatoria: “La iglesia de Guadalajara a su ilustrísimo Pastor y primer Arzobispo” y su lema decía; “Bendito sea el que viene en el nombre del Señor”. El segundo, levantado a la entrada de la calle de San Francisco, de soberbia estructura y también muy elevado, tenía en sus bases hermosas poesías que más adelante copiaremos, y era su dedicatoria: “La ciudad de Guadalajara a su primer Arzobispo”. El tercero estaba colocado delante de la puerta del Seminario, donde se le había preparado alojamiento a su señoría ilustrísima y presentaba en sus columnas laterales inscripciones alegóricas en la sonora y majestuosa lengua de Cicerón. Había también dos preciosas portadas en la calle que baja de San Francisco al paseo, sobre una de las cuales se veía el retrato del ilustrísimo señor arzobispo y en la otra un lema poético alusivo a la solemnidad.

Alternaban y competían con estos adornos de lujo los sencillos adornos campesinos de verde follaje y de aromáticas flores, ya formando graciosas y prolongadas arquerías, ya colgando de las azoteas y balcones, o bien colocadas en bellas literas a lo largo de las calles las fragantes macetas de los jardines.

Por último, el ejército francés quiso también tomar parte en la solemnidad del día, y formando en vistosa vaya se colocó desde la catedral hasta San Francisco, esperando el momento de hacer los honores al ilustre prelado de esta iglesia metropolitana. Por obstáculos que no estuvo en la mano vencer, no pudo su señoría ilustrísima arribar por la mañana a esta ciudad; pero la multitud no abandonó los puestos donde se había colocado para verle entrar. A las cinco de la tarde un repique a vuelo en todas las iglesias anuncia que el venerable pastor, con tanta ansia esperado, entra ya en las puertas de la ciudad, donde es saludado por una excelente música que rompe el aire con festivas dianas, prosiguiendo su marcha en una ovación perenne y entusiasta hasta la iglesia de San Francisco. Allí se reviste de medio pontifical, y precedido de la cruz arzobispal, del venerable cabildo bajo la cruz de la iglesia catedral, del clero secular y regular bajo sus respectivas cruces parroquiales y conventuales y de las corporaciones municipal y del Seminario Conciliar, se encamina bajo de palio a la referida iglesia matriz, por en medio de un inmenso concurso de gente que en compactas oleadas se prosternaba a su tránsito para recibir su bendición.

¡Jamás habíamos presenciado en esta ciudad un espectáculo tan imponente, tan tierno y consolador! ¡Jamás habíamos visto una manifestación tan brillante, tan espontánea y universal del entusiasmo popular! Guadalajara no era entonces aquella Guadalajara que en otras veces se mostrará fría e indiferente para este género de emociones, no, ella acababa de despertar de un largo y terrible insomnio, y como para asegurarse de su dichosa vigilia, se entregaba a las efusiones del más puro regocijo: todos los ojos de aquella muchedumbre infinita se fijaban en el ilustre Pastor; de los pechos de todos se exhalaba esta sentimental salutación: ¡¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!! ¡Oh! Si esto no es bello, sublime y arrebatador, si el corazón no se conmueve a la vista de un cuadro tan patético y sentimental; “entonces nada hay bello sobre la tierra, la imaginación deberá morir, y la poesía solo tendrá un objeto digo de sus ardientes inspiraciones.

¡Ah! Venid vosotros, los que pretendiendo insensatos vestir a mi amada patria con los andrajos del protestantismo, lacalumniáis sin piedad atribuyéndole una mentida adhesión a los errores de la Reforma; venid y contemplad este cuadro encantador donde brilla con resplandores inmortales su acendrado catolicismo; tened la vista por esa inmensa multitud que se agita con un solo sentimiento, ¡mirad!... una sola fe, un solo su espíritu, unas mismas sus alegrías, una sola la causa que las produce, todos se confiesan hermanos, todos hijos de ese venerable anciano, de ese padre querido que han salido presurosos a saludar. Y vosotros que siendo de remotos países habéis visto casualmente con vuestros propios ojos esta tiernísima escena, contadla a vuestros compatriotas: decidles que Méjico, desgraciado por su anarquía política, es sin embargo grande y feliz, porque es católico, apostólico, romano.

Mientras que el ilustrísimo señor arzobispo se encaminaba a la iglesia catedral, todas, todas las esquilas de los campanarios que sonaban alegremente, los innumerables cohetes que desde su llegada a las puertas de la ciudad no cesaban de afrontar los aires, el estallido majestuoso del cañón y los acentos melodiosos de la música, se encargaban de publicar de la manera más elocuente, las vivas emociones del entusiasmo religioso del pueblo; a su tránsito, una infinidad de sonetos y otras poesías impresas en pequeños papeles de hermosos colores, arrojadas de los balcones y de las azoteas, poblaban el aire cual bandadas de pintados pajarillos, y se cernían por algún tiempo sobre la muchedumbre, como si temblaran de placer, antes de irse a situar, jugueteando caprichosamente, entre mil manos levantadas para asirlos.

Cuando su señoría ilustrísima entró a la catedral ya invadida y ocupada en todas sus espaciosas naves por el pueblo que no se saciaba de verle, se cantó allí un solemne Te Deum con magnífica orquesta, en acción de gracias al Todopoderoso por su feliz regreso, y concluido, se trasladó al colegio Seminario, en cuya sala principal recibió las cordiales felicitaciones que ledirigieron las autoridades eclesiásticas y civil, el venerable clero secular y regular, el muy ilustre Ayuntamiento, Seminario, etcétera, etcétera; las que no insertamos aquí por no hacer demasiado difuso este escrito. Su señoría ilustrísima, con aquella cortesía y dulce afabilidad que le es característica, contestó a estas felicitaciones dando las gracias de la manera más expresiva, y manifestando que le eran muy gratas aquellas públicas demostraciones de amor, adhesión y respeto a su persona, por cuanto veía en ellas un testimonio solemne de la fe y catolicidad del pueblo que la Providencia divina había puesto bajo su cuidado.

Apenas había entrado la noche cuando repentinamente se dejó ver esta ciudad radiante con las infinitas luces que coronaron las azoteas y adornaban las ventanas de las casas y edificios públicos; llamaba la atención especialmente la bella iluminación del Seminario. El arco triunfal levantado delante de la puerta, apareció vestido de luces en vasos de diferentes colores, colocadas desde sus bases hasta el remate del ático y combinadas tan felizmente, que producían un efecto en gran manera delicioso; sobre el cornisamento veíase una faja de brillante luz, y arriba de esta una serie de semicírculos formados con luces también de colores de una u otra almena, que hacían ver con claridad los graciosos pabellones de banderas tricolor y fijados en el remate de estas; y todo aquel conjunto daba al edificio una forma en extremo fantástica y galana.

Pronto el Seminario, en la plazuela de la Soledad, se prepararon unos magníficos fuegos artificiales, y desde las primeras horas de la noche comenzó a afluir de nuevo en grandes oleadas el pueblo para disfrutar de este último espectáculo. Entre tanto una escogida y numerosa música, colocada en el centro de la plazuela, enviaba al aire sus alegres y melodiosos acentos, tan en consonancia con las dulces emociones que bañaban el alma de aquel concurso innumerable, y que parecían la voz de la multitud que cantaba enajenada su felicidad.

En el centro de un gran cuadro se elevaba gallardo y majestuoso un bellísimo templete construido sobre una alta plataforma, en cuyo seno se veía la efigie de su señoría ilustrísima y cuya preciosa cúpula de figura piramidal estaba sostenida por dieciséis esbeltas columnas; este monumento se hallaba circuido de un gracioso balaustrado, que tenía en sus ángulos cuatro grandes ambones donde se leían hermosas poesías en honor del ilustrísimo señor arzobispo, y en sus costados cuatro estatuas que al parecer simbolizaban las cuatro virtudes cardinales. En las esquinas y costados del cuadro exterior se veían hermosas piletas que derramaban luz en lugar de agua, las insignias episcopales y otras sagradas alegorías formadas por una blanda llama que lamía el lienzo, y finalmente una multitud de figuras caprichosas que contribuían a dar mayor realce y hermosura al espectáculo.

Poco antes de las diez se dio principio a estos fuegos, en los que lució el artista su ingenio y su rica imaginación. Nos sería imposible describir aquellas mágicas decoraciones de bellísimas luces de vivos colores que, cambiando súbitamente y a cada momento, tenían suspensa la atención y embelesada a toda aquella infinita muchedumbre, la cual interrumpía a menudo el silencio para expresar con entusiastas aplausos su satisfacción, a la vez que la música rompía en festivas y jubilosas dianas.

Eran las once de la noche; la población de esta hermosa ciudad que no habían sentido correr las horas de aquel día feliz, concluidos los fuegos, comenzó a desfilar para volver a sus hogares. ¡Ah! Ella había gozado mucho, y al retirarse no revolvía en su espíritu pensamientos criminales; las odiosas pasiones, que en otros regocijos bien diferentes suelen agitar el corazón, guardaban en esta vez un profundo silencio; la paz, la caridad, he aquí los dulcísimos sentimientos que acariciaban su alma cuando se dirigían a sus moradas, porque habiendo acudido a gozarse en el regreso de su católico Pastor, no podían concebir otra clase de sentimientos sino los que inspira esa religión de paz y de amor. Su faz era plácida y risueña, su conversación inocente, alegre y animada, y en las expresiones recíprocas de su alegría inefable bendecían a Dios y a su Pastor, diciendo: “¡¡Bendito sea el que ha venido en el nombre del Señor!!”


Guadalajara, marzo 30 de 1864
***

Copiamos en seguida las poesías que han llegado a nuestras manos de las muchas que circularon el mismo día de la entrada de su señoría ilustrísima, quedándonos el sentimiento de no haber conseguido varias de ellas para darles lugar aquí.

AL ILUSTRÍSIMO SEÑOR DOCTOR DON PEDRO ESPINOSA EN SU FELIZ REGRESO A ESTA CAPITAL

La vuelta del Papa a Roma es uno de esos hechos
Mas lo que no entraba en las combinaciones políticas,
providenciales que no entran en las
previsiones ni en los cálculos humanos…
estaba escrito en el libro de Dios
Etzaguirre

Guadalajara, bella patria mía/ de aromas puebla tu ligero ambiente, /en sus cantos revele tu alegría / numen divino, inspiración ardiente; / al mundo entero cuenta tu victoria, / este es el día más bello de tu historia.
¿Qué regocijo es este? / ¿A do encamina / sus pisadas la alegre multitud? / ¿Y entusiasmada para quién destina / esas coronas de vistosas flores, / que levanta en sus manos / Como en un tiempo hicieran los romanos / saludando a sus héroes vencedores? / ¿Por qué al mirar a un venerable anciano, / que no grandezas mundanales trae / un pueblo presuroso cae / de rodillas postrado ante sus pies? / ¿Por qué se escucha ese confuso ruido / de voces y clamores, 7 Y las campanas mandan su sonido, / Y sus cantos envían los ruiseñores? / ¿Es acaso mayor en este día / el entusiasmo de la patria mía, / que cuanto celebraron las naciones, / que vieron a sus reyes victoriosos / tremolando sus bélicos pendones…?/ ¡Con el nuestro los triunfos no igualaron / de césares que al mundo conquistaron!
¡Salve, augusto Pastor! Aquí en los brazos / de un pueblo que te adora, / no temerás la mano que traidora / tendiera a tu virtud pérfidos lazos./ Ni voces parricidas, / herirán tus oídos, / ni los terribles, pavorosos ruidos / del que en sangrienta y bárbara matanza / sobre su presa con furor se lanza.

Hijos tan solo encontrarás sumisos / entre esa multitud, y que lloraron / cuando a remotas playas te arrojaron.
¿No volverá? Dijeron con enojo / los viles asesinos que en su arrojo / las piedras te lanzaban / y ufanos con su triunfo / el poder del Eterno desafiaban. / Mas en el cielo puesta su esperanza, / los cálculos humanos no creías, / Y un risueño horizonte en lontananza / ante sus ojos levantarse veías. / Y mártir por la fe de tus mayores / de nosotros sereno te alejaste, / y surcando los mares bramadores / al dejarnos tu amor / un tesoro precioso nos legaste, / y tu sensible, amante corazón / dirigiendo sus votos hacia el cielo / en tan terrible y cruel desolación, / un lenitivo halló a su desconsuelo / cerca de ti al contemplar rodeados / a unos hijos amados, / que con afán tiernísimo enjugaban / el llanto que tus ojos derramaban.

Los arcanos de Dios son insondables, / y de los siglos la pasada historia / su poder infinito manifiesta / al hacer contribuir para su gloria / los hechos mismos que el orgullo humano / para destruirlo prepara insano. / ¡Cómo latió mi corazón de gozo / al contemplar rodeados / al solio pontificio / a esos mismos ilustres desterrados / que de mi patria fueron / y su tributo a la verdad rindieron! / También ellos cantaron / las glorias del Señor, / y de la Iglesia el triunfo / que en sus mártires tuvo, celebraron. /
Allí el dedo de Dios / que ordena los sucesos contemple, / y de su gloria arrebatado en pos/ sus magníficas obras adoré. /
¡Venid, los que en olvido / pusisteis insensatos la verdad; / de vuestro pecho el odio desprendido / a la Iglesia católica admirad! / ¡Qué grande es en esos triunfos! ¡Qué valor / comunica a las almas generosas! / ¡Cuánta constancia en medio del furor / con que olas borrascosas / en este mundo la virtud combaten! / Buscad en otra parte igual firmeza; /
¡Jamás encontraréis mayor grandeza! /
No entraba, no, en los cálculos humanos / la vuelta del Pastor a sus ovejas, / e impotentes juzgaron nuestras quejas / al cielo dirigidas, los que ufanos, / sus decretos juzgaron soberanos; / pero el Señor lo quiso de otro modo: / A sus fieles ministros ensalzó, / y en las aguas undosas / al caballo y jinete derribó, / ¡Loor eterno a sus obras tributemos! / ¡Al Dios de las naciones adoremos!
Hoy que ha cesado la fatal tormenta / que oscureciera con su manto el cielo, / Pastor ilustre, mi alma experimenta / un inefable y celestial consuelo, / y la firmeza incontrastable admira / con que el Señor benigno te dotó / y que poder ninguno doblegó.

Guadalajara, marzo 22 de 1864.

AL ILUSTRÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO, EN EL DÍA DE SU FELIZ REGRESO A ESTA CAPITAL

Salve mil veces, padre venerado, / vuelve ya al seno de tu grey querida, / que en alas del amor hoy conducida / vuela al encuentro del Pastor deseado.
Por tanto tiempo de tu voz privado, / voz de ternura, de salud y vida, / lloraba inconsolable tu partida / el pueblo que ser fiel te había jurado.
Danos ¡oh padre! La santa bendición, / que el inmortal Pío nono te encargará, / y la tuya también, en la efusión / del cariño que en tu alma se abrigara; / ella será la prenda más preciosa / de una era más feliz y venturosa.

Guadalajara, marzo 22 de 1864

AL ILUSTRÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO, EN EL DÍA QUE VOLVIÓ DE SU DESTIERRO A ESTA CAPITAL

Levanta sin temor, pueblo cristiano, / al alto cielo tu abatida frente, / y entona al Dios excelso y soberano / himnos de amor con entusiasmo ardiente.
Pues ya benigno con piadosa mano / nos manda hoy el consuelo providente, / y aleja para siempre el precipicio, / salvando a la virtud del torpe vicio.
Cese ya la discordia funesta / que causó nuestra ruina y quebranto, / y animados de amor sacrosanto, / saludemos a nuestro Pastor.
Ved que viene con alma sincera / prodigando abundoso consuelo, / ved que viene en el nombre del cielo, / anunciando la paz del Señor.

Guadalajara, marzo 22 de 1864

OCTAVA
En nombre de la patria, juremos mejicanos, / juremos ante el sello sublime del Señor, / unirnos para siempre y mirarnos como hermanos, / guardando inmaculada la santa religión: / y que este sol fulgente que alumbra venturoso / la vista tan querida, la vuelta del Pastor, / no mire en lo futuro, henchidos de alborozo, / gozando de la dicha por medio de la unión.
CUARTETA
Tu llanto ya enjuga ¡oh grey perseguida! / Presente contempla a tu amante Pastor; / levanta del polvo tu frente abatida, / levántala al cielo, bendice al Señor. Inscripciones colocadas en espejos en las calles de San Francisco

• El amor de su pueblo jamás le abandonará
• ¡Feliz la grey que vuelve a ver a su Pastor!
• El Dios de Israel comienza a compadecerse de su pueblo restituyéndole sus sacerdotes.

En el arco triunfal del Seminario y en todos los cuadros que adornaban los corredores del interior se leían las dedicatorias y poesías siguientes:

Post tempestatem tranquilum fecit Dominus
Et post lacrymationem et fletum exultationem
infudit.

Después de la tempestad, el Señor hizo la calma
Y después de las lágrimas y el llanto, infundió
la alegría.

Huiusce urbis Tridentinum Seminarium
Profusus gaudiis, intimo praecordiis amore,
Propriis recipit aedibus
Dilectum Pastorem, Patrem optatissimum,
Post labores, post praelia, post luctum,
Incolumem revertentem,
Et victoria insignem, et honoribus auctum,
Et in suos charitate flagrantem.

El Seminario Tridentino de esta ciudad
Lleno de gozos, sentimientos de amor íntimo,
Recibe en su propio recinto
Al predilecto Pastor, Padre queridísimo,
Después de trabajos, de combates, de luto,
Regresando incólume
Insigne por la victoria y lleno de honores,
Inflamado de caridad hacia los suyos.

Doctrinae depositum, integrae veritatis jura,
Tecta, intemerata servavit;
Nec ullis unquam, aut minus fractus, aut
incommodis,
Ab officio declinavit.
Perstitit ille fortis, certavit invictus,
Probra quaeque passus, lapides etiam et exilia ;
Indutus enim erat virtute ex alto.

El depósito de la doctrina, los derechos de la
verdad íntegra,
Estos techos conservaron inviolados,
Ninguno alguna vez, ni abatido, ni por las
incomodidades,
Declinó de su oficio,
Persistió fuerte, luchó invicto,
Sufrió oprobio, piedras e incluso exilios,
Pues estaba revestido de la fuerza de lo alto.

Orphana jamdudum plorabat Praesule longum
Exilium Ecclesia, et acri opressa dolore,
Assidue Domino, reditum obsecrabat anhelans,
Usque dies adsit quo tandem cernimus ultro…
Cordibus ex nostris erumpat ergo voluptas,
Atque Deo laudes semper de pectore demus.

Huérfana, la Iglesia lloraba por el largo exilio de
su Prelado y, oprimida por dolor acerbo,
pedía asiduamente al Señor el anhelado regreso,
hasta que llegó finalmente el día en que lo
divisamos…
Por ello, irrumpa en nuestros pechos gran
alegría,
Y a Dios siempre demos alabanzas de corazón.

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