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Viñeta de Guadalajara

Enrique Franco Camarena

Impregnada de romanticismo costumbrista, esta síntesis de la capital de Jalisco hace cien años, y publicada en el marco del primer aniversario del periódico Ecos de Provincia, que fundó y dirigió en Tecolotlán, Jalisco, Gabriel Agraz García de Alba, ex alumno del Seminario de Guadalajara, no deja de ser relevante como estampa literaria.

Guadalajara, -la reina dormida en el valle de Atemajac-, vio los albores del presente siglo, con absoluta indiferencia.
Su limitación territorial, era angustiosa. Por el norte, las casuchas de ladrillo y adobe llegaban hasta el antiguo panteón de Belén, la iglesia del Santuario y los barrancos de Mezquitán; al sur los barrios de Analco, Mexicaltzingo y San Antonio; al oriente, el río de San Juan de Dios, el Hospicio Cabañas y la calle de San Andrés; y al poniente, la ahora calle Tolsá, la cárcel de Escobedo y la huerta de Leal.
El río de San Juan de Dios, corría desde el parque del Agua Azul, hasta la hacienda de Santa Inés, en la jurisdicción tapatía y unía a las diversas barriadas con una serie de puentes de cantera.
En los primeros años, se comenzaron a formar al poniente, las colonias Francesa y Americana; al sur, la colonia Moderna y al oriente, la de Oblatos. En el centro, las calles eran angostas y sus edificios, de dos o tres pisos. El Palacio de Gobierno conserva aún su estructura original, pero la Plaza de Armas estaba poblada de arboleda. La Catedral conserva su estructura original también, pero al frente lucía un pequeño atrio, con verja de hierro.

Las primeras películas de cine que se exhibieron en el teatro Degollado, las trajo Carlos Mongrand, en 1901 y eran cortos de corridas de toros, incendios y escenas teatrales breves, con duración de cinco minutos cada uno. Después, mejoraron las exhibiciones, la empresa de Enrique Rosas y la de los hermanos Stahl y aun la barriera de don José Castañeda. Y se inauguraron salones especiales para proyección muda, con los nombres de Verdi, París, Olimpia, Halley, Lux y otros.

A principios del siglo, se jugaba entre los aficionados locales, al beisbol, fut-bol soccer y frontón. La primera novena de beis, llamada “Ideal”, la formó Eugenio Cenoz, con elementos del Colegio Marista, entonces a un costado del templo de San Agustín, siendo aquí y en el Colegio de los jesuitas, junto al templo de San Felipe Neri, donde hubo los primeros encuentros de esta rama deportiva. Y años después, se instalaron, en lo que eran los extramuros de la ciudad, los equipos de los clubes Guadalajara y Atlas. Y se integraron posteriormente las oncenas “Liceo”, “1910”, “Nacional”, “Colón” y otras, que jugaban en los llanos del Agua Azul, el Algodonal y en las inmediaciones de la Alameda, gustando mucho esta rama deportiva.

En la primera década del siglo, gobernaron la entidad jalisciense, don José del Carmen Curiel y el Coronel Miguel Ahumada, sucesivamente. Éste último, realizó el embovedamiento del río San Juan de Dios, dando así nacimiento a la actual calzada Independencia en cuyo centro se levantó en 1910, el monumento a los Héroes, durante las fiestas del Centenario. Y los tapatíos se emocionaron con las visitas que hicieron el general Bernardo Reyes, candidato porfiriano a la Vicepresidencia y don Francisco I. Madero, candidato presidencial de los anti-reeleccionistas, en loa años de 1909 y 1910.

En las calles empedradas de Guadalajara, solo se veía transitar pausadamente las clásicas “calandrias” y carricoches, divididas en las de bandera azul, roja o amarilla, según su categoría y precio. Y las bicicletas francesas, que comenzaban a ser el deporte favorito de todas las clases sociales.

***

Pero en aquel entonces, el día del estreno y la ventura era el domingo. La perenne tranquilidad de la provincia, parece que se desperezaba un poco, con la luz del día festivo, que era la fecha ansiada para las actividades sentimentales, que se consideraban atrevidas.

El día domingo, nadie madrugaba, el jefe de la casa, leía cómodamente El Regional, La Gaceta de Guadalajara o El Correo de Jalisco, diario matutinos y, si había tiempo, los artículos humorísticos del Chato Padilla, en su Kaskabel; las bromas picantes de “Juan Panadero” y “El Malcriado” éste último de Ramón Agredano, y aún las procacidades de “El Gato” de Enrique Villaseñor y otros.

Las tapatías, piadosas de suyo, se emperifollaban y daban su mano de “molcajete”, preparándose para asistir a la misa de doce a Catedral, a la Compañía de La Soledad o al Sagrario.

Después de la misa, “rotos” y “catrines”, que así se denominaba a los que luego fueran “fifíes”, “fifisa” y “pachucos” y “changuitas”, iban a dar vueltas al interior de los portales, para exhibir lo que se exhibía en aquel entonces y después, ir a comer pasteles o tomar el aperitivo preparado por el manco Capella, en la Fama Italiana, de don Pepe Rolleri.

La gente de “pomada, subía en sus carretelas descubiertas y tiradas por briosos trocos de caballos, haciendo competencia a los primitivos automóviles. En el paseo dominguero de la calle San Francisco, ahora avenida 16 de Septiembre, se exhibía cuanto de bueno y bello teníamos en Guadalajara.

Los tranvías eléctricos, circulaban por diversas calles, desde 1907, sin soñar en la competencia de los camiones y autos de sitio. La banda de música de la Gendarmería, integrada por auténticos profesores, daba sus audiciones matinales en el kiosko de la Plaza de Armas que escuchaba la multitud “dilentantti”, guareciéndose de los rayos del sol, bajo los árboles frondosos.

La gente de Guadalajara, no corría nunca y su tranquilidad pueblerina no se alteraba con los problemas del tránsito. Se pensaba y actuaba con serenidad inalterable y lo conmovía el nervio social y popular, el anuncio de alguna corrida de toros en “El Progreso” o en “El Porvenir”, alternando los españoles Luis Mazzantini, Antonio Fuentes, “Bombita” y “Machaquito”, con los mexicanos Rodolfo Gaona, Vicente Segura y Arcadio Ramírez; o la compañía de ópera, encabezada por alguna diva italiana, como Luisa Tetrazzini, en el teatro Degollado. Y también la alegre actuación de Columba Quintana, Esperanza Iris, Celia y Luisa Bonoris, Carmen Boffil, Emilia y María Ureña, Carmen Segarra y otras en el Teatro Principal; con la “Verbena de la Paloma”, “En la Hacienda” y “La Onda Fría”. Y en un plano popular, en el escenario del teatro Apolo, los títeres de Rosete Aranda o las anuales y piadosas “pastorelas”.

Las mujeres estaban sujetas en su estructura íntima, al incómodo corset. Y era la elegancia, abultar el busto y la cadera y reducir la cintura. Vestían falda larga y ancha y completaban el atavío un peinado alto, que apenas cubría el descomunal sombrero de amplias alas y adornado con plumas ondulantes.

Los hombres usaban sombrero de bola, “bombín”; se dejaba el bigote, como un símbolo de hombría; la americana tenía las solapas y anchas, y, sobre el chaleco de piqué, blanco y cruzado, lucía la leopoldina con cadena de oro del reloj. Los pantalones, eran angostos en su base y los borceguíes franceses, tenían largas hileras de botones.

En las noches, las calles de Guadalajara, se llenaban de novios, que “peleaban la pava” en las ventanas o al pie de los balcones. Mientras en el interior de los hogares, las reuniones domingueras se desarrollaban con los juegos de estrado y las “prendas” y “castigos”; la recitación del poema “Otelo ante Dios” y la canción “Las Blancas Torres de la Capilla”, por la mejor voz de la barriada. Y al correr de las horas, rasgaba el silencio de la noche el sentimental “gallo” con mandolinas y guitarras, ante la casa de la amada.

El escándalo social, hacia fines de la primera década del siglo xx, llamadas “faldas de medio paso”, que enfundaban a las damas desde la cintura hasta el talón y apenas les permitía caminar con ridículos brinquitos.

Los hombres hacían mofa de las mujeres que se atrevían a salir a la calle en esa indumentaria y todo llegó al clímax, con la amenaza de la “falda-pantalón”, que escandalizó a Guadalajara entero y las pocas mujeres que usaron la prenda, fueron perseguidas por la Iglesia y por grupos de exaltados, que llegaron a arrojarles lodo y piedras.

También era tema de actualismo, la llegada temporal del Circo Orrín, que instalaba sus carpas en la plazuela de San Fernando, precediendo las funciones, una ascensión en globo, que realizaba el aeronauta y trapecista Cosme Acosta, émulo de los afamados don Tranquilino Alemán y don José de la Cantolla. El paso por el cielo tapatío, a principios, a principios de 1909, del globo Zeppelin, anunciador de la fábrica metropolitana “El Buen Tono”, misma que engolosinó a los muchachos del país, con sus jeroglíficos” o historietas despampanantes. Los tranvías eléctricos de dos pisos, que corrieron por breve tiempo en el circuito “Agua Azul y Mezquitán” y la aparición a bordo de los mencionados vehículos de las señoritas cobradoras, que duraron aún menos tiempo.
Y los antojitos tapatíos y el ya “clásico” pollo a la Valentina…



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