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Mártires de León

 

Anónimo

 

Durante el crudo invierno de la persecución religiosa en México vino al mundo y según se desarrollaba el plan del gobierno callista a extirpar la fe católica de los mexicanos, la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (1923), entre cuyos militantes estarán los futuros dirigentes de la resistencia activa católica que comienza junto con el año de 1927. Desde España, circuló en su tiempo la siguiente versión – interpretación de un suceso sangriento.

 

 

¡Cristianos a las fieras!

 

He aquí el grito con que el paganismo pretendió ahogar en su cuna al cristianismo. Grito que desde entonces no ha dejado de percibirse, y que hoy con encarnizado odio repite la impiedad en México; pero ahora, como en toda época, no han faltado en la Iglesia cristianos para ser arrojados a las fieras. El suelo mexicano, como en otro tiempo las arenas del circo romano, está empapado en sangre de mártires.

Los católicos mejicanos mueren por su fe con el mismo valor y entusiasmo con que morían los primeros cristianos.

Una nueva falange de invictos mártires ha salido de las filas de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, madre fecunda de confesores de la fe, para defender con las armas en la mano los derechos divinos de la Iglesia, tan vilmente conculcados por los enemigos de Dios.

El 3 de enero, en el momento mismo de aprestarse a la lucha, la traición y la perfidia inutilizó el valor de estos jóvenes; mas Dios aceptó su sacrificio otorgándoles ese mismo día la corona de un ilustre y glorioso martirio. Antes que el sol del nuevo día bañara con su luz los cuerpos de las víctimas enrojecidos con su propia sangre, sus almas habían recibido ya de los ángeles en el cielo las palmas de mártires.

Seis fueron las víctimas gloriosas de cuyo martirio nos vamos a ocupar en estas líneas. Sus nombres: José Valencia Gallardo, de 27 años; Salvador Vargas, de 20 años; Nicolás Navarro, de 20 años; Ezequiel Gómez, de 17 años; Agustín Ríos y Antonio Homero. Todos ellos miembros de la Asociación Católica de la Juventud Mejicana, y los cuatro primeros Congregantes de la Virgen; José Valencia Gallardo era prefecto de la Congregación, y Salvador Vargas, secretario.

 

En vísperas del sacrificio

 

Como los primeros mártires, así estos jóvenes se prepararon para el martirio, fortaleciéndose antes con el pan de los fuertes, y de tal modo quedaron sus corazones robustecidos para la lucha, que se les oyó exclamar: “Estamos dispuestos a dar la vida por la causa que defendemos, porque es justa y santa”. No buscaban en ella riquezas, ni honores; únicamente pretendían romper las cadenas con que se ha aprisionado a la Iglesia Católica en México.

Uno de ellos, Nicolás Navarro, pide la bendición a su padre antes de ir al combate; ayuna la víspera de su martirio para mejor prepararse a él, y a su joven esposa, que le muestra a su hijito y le dice que si no siente dejarlos, le responde con este lenguaje sublime: “No, primero debo ahora defender la causa de Dios, y si tuviera diez hijos, los diez los dejaría por amor a mi religión; cuando mi hijo crezca, le dices que su padre ha muerto por defender su religión”. Así habló aquel mártir invicto de Cristo,

Otro de los jóvenes, Ezequiel Gómez, dijo a su madre: “Yo deseo morir, porque sé que el Señor quiere mi sangre para salvar a la patria”.

 

La oblación

 

La mañana del 3 de enero de 1927, cuando los valientes jóvenes se disponían a la lucha, fueron traicionados y hechos prisioneros por los perseguidores de la Iglesia, que hacía días los buscaban, pues el valor y entusiasmo con que defendían la causa católica excitaba su odio hacia ella. Su único crimen es, pues, defender a la Iglesia; por ella van a ser inicuamente fusilados. Once tan sólo son capturados, a quienes atan inmediatamente y en medio de golpes e insultos los conducen a la prisión. Después de largo rato de espera en inmundos patios, fueron conducidos, a la una de la mañana, a las afueras de la ciudad. Allí los golpean, les dan puñaladas y los arrastran hasta quedar desfigurados. Al valiente y fervoroso mártir Nicolás Navarro tratan de quitarle algunos documentos, y él, no pudiendo defenderlos, se los traga. Los emisarios del Perseguidor lo golpean hasta romperle los dientes y hacerle saltar la sangre por los ojos, y después de haberle dado dos balazos, aún tiene la víctima gloriosa fuerza y valor para decir: “Ánimo, compañeros, acuérdense de la causa que defendemos...” Se refería a una conferencia que habían tenido la víspera y en la que se propusieron seguir hasta la muerte el ejemplo de Cristo; los exhortaba, pues, a seguir aquel género de muerte con gran ánimo, ofreciendo su sangre por la paz de la Iglesia en Méjico. “Sí, yo muero por Cristo, que no muere jamás”. Y perdonando a sus enemigos y gritando: “¡Viva Cristo Rey!”, expiró, después de recibir otras dos puñaladas.

Uno de los mártires, Agustín Ríos, al ver los salvajes preparativos para asesinarlos, empezó a sentir las angustias y los horrores de la muerte, cosa que enterneció al esforzado joven Valencia Gallardo, quien, encarándose con los verdugos, les reprendió con bondad, pero con entereza, el negro crimen que iban a cometer; luego, con la elocuencia que le caracterizaba, animó también a sus compañeros, fortaleciéndolos con palabras llenas de dulzura y recordándoles la merecida recompensa que Dios y su Santa Madre les darían en el cielo. Sus últimas palabras fueron para pedir a sus invictos compañeros que murieran con la plegaria favorita del pueblo mejicano: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” No le dejaron terminar sus asesinos. Oyendo el nombre de Dios se arrojan sobre él, lo golpean de la manera más brutal y le arrancan la lengua, y luego, burlándose, le decían. “Ahora habla...” El mártir, haciendo entonces un esfuerzo supremo para confesar su fe, desata las ligaduras que le ataban las manos, y ya que con la lengua no puede pronunciar el santo nombre de Dios, señala con uno de sus dedos al cielo. Ante esta actitud, sublime y esforzada, el odio de los enemigos de Cristo se enciende más, y el mártir cae en tierra acribillado a balazos; y como si esto fuera poco, uno de los soldados destroza el cráneo de la víctima. Así acabó aquel invicto joven, gloria de la Asociación Católica de la Juventud Mejicana y ferviente Congregante de la Virgen Inmaculada.

Dispararon en masa sobre los demás, logrando de este modo escapar algunos de la muerte. De ellos hemos recibido los pormenores de este bellísimo y conmovedor martirio.

 

Los últimos ultrajes y la glorificación

 

Los santos cuerpos iban a recibir aún nuevos ultrajes. Ya entrada la mañana, los expusieron a las puertas del Palacio Municipal. Mas Dios quiso que este agravio sirviera para empezar la glorificación de los confesores de la fe.

El padre de uno de ellos dijo, al ver el cadáver de su hijo: “¡Oh hijo mío, ruega por tus padres y por tus hermanos, a fin de que nosotros podamos imitar vuestros ejemplos! ¡Tú ciertamente estás en el cielo!” La anciana madre de José Valencia Gallardo, lejos de entristecerse, se alegra por ser madre de un mártir, y al acercarse al cuerpo de su hijo sintió tan gran respeto, que se arrodilló junto a él para dar gracias a Dios, pues se sentía tan favorecida de Nuestro Señor porque le había dado un hijo tan grande, tan bueno, ¡mártir!; y no sintiéndose digna de abrazarle, se contentó con besarle los pies. Y aquella anciana, septuagenaria, aún tiene fortaleza para responder a los que se niegan a entregarle el cadáver de su hijo: “No importa que no me queráis entregar el cadáver de mi hijo, pues yo esta mañana he ofrecido su alma al Sagrado Corazón”.

Después fueron trasladados los cadáveres al hospital, donde se agolpaba toda la gente queriendo ver por fuerza a los mártires; mojaban lienzos en su sangre, cortaban pedazos de sus vestidos y besaban los ensangrentados pies y manos de los primeros mártires de la ciudad de León. Su entierro fue una procesión triunfal.

 

 

 



Cf. Hojitas, nº 1, 4 pp., 15 por 10 cm., Isart Durán Editores, S.A., Balmes 141, Barcelona (1927). Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas”  es el estudio Ana María Serna “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicada en Cuicuilco, vol. 14, núm. 39, enero-abril, 2007, pp. 151-179, revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México.

 

Con las debidas licencias llamamos mártires a estos jóvenes, sin intención de prevenir el juicio de la Iglesia (nota del autor).

 

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