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Dos testimonios coetáneos relativos al cuarto arzobispo de Guadalajara

 

Apenas conmemorado el primer centenario de la muerte de monseñor José de Jesús Ortiz y Rodríguez, se divulgan estos testimonios del tiempo, a propósito del que fue calificado como ‘Padre de los Obreros’

 

 

El padre de los obreros en Guadalajara[1]

 

Sin exageración y con toda justicia merece el hermoso título, con que encabezamos estas líneas el ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo licenciado don José de Jesús Ortiz. Para comprobar nuestra aserción y mejor todavía, para demostrar a tan bondadoso Prelado, que los obreros sabemos conservar en nuestros corazones el santo recuerdo de los innumerables beneficios que hemos recibido de su mano, damos a conocer a los numerosos lectores de nuestro periódico, las razones que acreditan plenamente el amor filial que profesamos a nuestro virtuoso pastor.

El 26 de marzo de 1902, se celebró en la iglesia de San Felipe la primera junta de nuestra Sociedad, bajo la inmediata presidencia del ilustrísimo y reverendísimo señor Ortiz, quien manifestó desde esos momentos, con entusiastas palabras, todas las simpatías que abriga su corazón a favor de la salvación y prosperidad de la clase obrera. Formado en la escuela del Evangelio, abundando en los bellísimos sentimientos del Corazón de Nuestros Señor Jesucristo, quien tanto amor y ternura manifestó a los pobres y a los humildes, nuestro prelado se goza en tratar con nosotros hablándonos siempre con palabras llenas de caridad y dulzura, escuchando invariablemente nuestras quejas, consolándonos e interesándose por nuestro bien, con tal voluntad, como si no tuviera otros hijos a quienes apacentar en toda la arquidiócesis. Ni sus múltiples atenciones, ni los gravísimos cuidados y las amarguras profundas, naturalmente anexos al terrible cargo que gravita sobre sus espaldas, han hecho alguna vez que reciba siquiera con frialdad a uno de sus amados obreros, el más pequeño entre todos, aunque para ello tenga que dejar sus urgentes ocupaciones.

Desde la fundación de la sociedad asiste con gusto especialísimo y notable a las juntas, dejándolo de hacer sólo en casos excepcionales y por imprescindible ocupación o ausencia. En las sesiones expone de modo sencillo y lleno de unción santa el Evangelio y nos exhorta con amor al cumplimento de nuestros deberes, dejándonos siempre gratamente impresionados, con sus dulces y sapientísimas palabras.

Proveer a las necesidades apremiantes que afligen al obrero, cuando éste es víctima de las enfermedades, administrándole médico, medicinas y un socorro pecuniario de cincuenta centavos diarios, mientras dura la enfermedad ha sido uno  de ellos objetos de esta asociación, cuyo plan ha dado hasta hoy magníficos frutos, como lo comprueba el número prodigioso de inscritos y las alabanzas que de diario se le tributan por los socorridos, al insigne bienhechor.

El día 28 de septiembre del mismo año de 1902, fundó el ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo la Caja de Ahorros y la Sociedad de Temperancia, como partes de la misma sociedad de obreros, dando a tales instituciones bases justas y sabias, que han hecho prosperar tan útiles fundaciones. Para estimular a sus obreros que sean fieles y constantes en la temperancia, concede año por año dos premios, el primero de 200 pesos y el segundo de 100, que se sortean entre los que más se han distinguido como temperantes, el día 12 de diciembre y el segundo domingo de enero.

Cuánto sirvan estos premios para conseguir el objeto que se propone el venerable prelado, podrá conjeturarlo cualquiera, con sólo pensar en la alegría que llevan estos recursos inesperados a un hogar honrado y pobre, que acaso ha comenzado a ser feliz por el reinado de la temperancia, y que lo será más por el empleo de dichos recursos en el remedio de muchas necesidades y el principio de una época de modesta pero positiva prosperidad, en los negocios o industrias que dan la vida a la familia. Todo esto lo saben los demás obreros y se empeñan en ser fieles con la esperanza de poder disfrutar algún día de dicha semejante.

Una o dos veces por año hace el prelado a sus hijos predilectos fiestas campestres a las cuales asiste con marcada complacencia, regocijándose con sus obreros, comiendo rodeado de ellos y celebrando sus inocentes recreaciones, como lo haría un padre de familia con sus hijos pequeñitos.

El 27 de noviembre del año próximo pasado, inauguró el Seguro de Vida exclusivo de la corporación, con el noble fin de salvar de la desgracia a las familias de los obreros que pierden por l muerte del jefe de su hogar, los recursos de su manutención siendo recibido este nuevo elemento de caridad con gran aplauso de los asociados quienes trabajan porque llegue a producir todo el bien que se propuso su fundador.

Esta conducta verdaderamente apostólica de quien tiene delante de dios y de los hombres dignidad tan alta y respetable, ha conquistado al ilustrísimo y reverendísimo señor Ortiz un cariño muy grande, una veneración muy crecida y una adhesión inquebrantable de parte de cada uno de nosotros. Los obreros le llamaos PADRE y APÓSTOL, lo bendecimos como a un digno representante  de nuestro Señor Jesucristo, tan dulce para con los pobres y los humildes; por nuestro prelado estamos dispuestos a todas clase de sacrificios y en el fondo de nuestros hogares, a los cuáles ha llevado la paz y la felicidad, no cesamos de pedir por su prosperidad espiritual y temporal.

 

Testimonio del presbítero Antonio Correa[2]

 

En el mes de marzo del año de 1902 tomó posesión de esta silla arzobispal el ilustrísimo y reverendísimo señor licenciado don José de Jesús Ortiz, quien dejaba huérfana la sede de Chihuahua de la que había sido su primer obispo.

El 16 del mismo marzo fundó en la iglesia de la Soledad primeramente, y al poco tiempo trasladada al gran templo de San Felipe, la Sociedad de Obreros Católicos, declarándose él mismo Director efectivo. Fue tan grande el cariño que dispensó a esta corporación, que durante los 10 años justos que rigió esta Iglesia, jamás, si no es por grave motivo, dejó de concurrir a sus juntas.

En 17 de septiembre del mismo año fundó la Caja de Ahorros anexa a la anterior institución y se dignó encargarme de la tesorería de esta benéfica y poco incomprendida obra, comenzando sin embargo mi puesto de ministro en la parroquia de la Santísima Virgen de Guadalupe.

Era el ilustrísimo y reverendísimo señor Ortiz hombre de constitución física arrogante, fin formado, pero sumamente imponente. Siendo la corteza de su trato bastante áspera, no tenía el don de atraer y en lo general se huía de su presencia. De buena educación y familia, tenía maneras exquisitas y cultas pero desgraciadamente se perdían a través de aquella rudeza, generalmente mal interpretada.

A su llegada a ésta, innumerables sacerdotes le rodearon, como es costumbre en estos cambios, pero paulatinamente fueron desfilando, no encontrándose ninguno de ellos en su lecho de muerte.

Era sumamente piadoso y amante especialmente del Santísimo Sacramento, cuyo culto impulsó preferentemente. Y celoso de la instrucción, se esforzó en mejorar el Seminario y las escuelas católicas. Espíritu muy recto, aunque severo, trabajó con tesón por la reforma del clero, lo cual le hizo apurar grandes amarguras. No se comprendió todo el valor de tan insigne pastor sino cuando al morir jamás se vio entierro más grandísimo y luto más general.[3]



[1] Cfr. “Manifestación de los obreros de la Sociedad de Nuestra Señora de Guadalupe, establecida en la iglesia de San Felipe”, publicada en El obrero católico, Guadalajara, año I, No. 9, 21 de junio de 1908.

[2] Tomado de la Autobiografía del presbítero Antonio Correa, inédita casi toda, si bien la primera parte de ella se ha publicado en las páginas de este Boletín.

[3] Según el testimonio del presbítero Tomás Guardado, que se publicó en las páginas de este Boletín en el año de 1915, tomaron parte en las exequias del prelado unas ochenta mil personas.

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