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Relación sumaria del instaurador del culto en el templo de La Merced de Guadalajara

 

Juan José Anguiano Galván

 

A partir de la última década del siglo xix  y hasta el día de hoy no hay en la capital de Jalisco un templo con las características del santuario de Nuestra Señora de las Mercedes, mejor conocido como La Merced, inmueble monumental que estuvo a punto de ser demolido por la barbarie que echó por tierra los monumentos religiosos de esta ciudad hace 150 años. Casi en ruinas lo recibió un presbítero joven –tenía 28 años de edad-, Juan José Anguiano Galván (1850-1923). Los restantes 45 los invertirá remozando el inmueble y restaurando el culto, al grado que a la vuelta de algunos años terminó siendo un recinto de fe y religiosidad popular que no ha perdido esa nota distintiva. Hasta el día de hoy, celebran diez o más misas al día y mañana y tarde varios confesores administran ininterrumpidamente el sacramento de la reconciliación a los fieles que lo solicitan. Con extrema sobriedad y con datos duros, el mismo padre Galván nos narra su hazaña[1]

 

Ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo licenciado don José de Jesús Ortiz

Presente

Ilustrísimo y reverendísimo señor:

Cumpliendo con un deber de obediencia, expongo lo siguiente a vuestra señoría ilustrísima y reverendísima:

Fui ordenado de sacerdote por el ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo don Pedro Loza y Pardavé, en el templo de La Soledad, el año de 1873, a 14 del mes de diciembre. En enero de 74 fui destinado como ministro a la parroquia de Tepatitlán, donde estuve [un] año diez meses; de allí pasé a la vicaría de San José de Gracia, de la misma parroquia, permaneciendo en ella, como vicario, [un] año dos meses. En el año de 77 pasé como ministro al Sagrario Metropolitano, en donde estuve por espacio de ocho meses; en noviembre del mismo año, con igual destino, a Mexicaltzingo, hasta febrero de 78, que pasé a la vicaría de Amatitán, de la parroquia de Tequila, en donde estuve hasta el mes de septiembre del mismo año, que fui traído a la capellanía de La Merced, en la demarcación de la parroquia del Sagrario, de esta ciudad, llevando en ella más de treinta años, que he empleado procurando corresponder a las necesidades del culto, que por disposición de Dios, ha llegado al grado en que ahora se encuentra.

En dicha capellanía, me dediqué a las obras materiales, habiendo decorado cuatro bóvedas y la cúpula y reparado las dos restantes. Transformé, con permiso de la superioridad eclesiástica, en capillas dedicadas respectivamente a la Madre del Amor Hermoso y del Calvario, la sala de Profundis, y el espacio que había debajo de la antigua escalera de la casa del capellán, habiendo tumbado dicha escalera para dar mayor amplitud a la capilla del Calvario y como era natural, se hizo una nueva escalera para la casa que ocupa actualmente el padre capellán; la casa fue reconstruida. En la iglesia se abrieron cuatro puertas laterales en los cruceros y dos en el presbiterio que dan comunicación a la capilla del Santísimo y a la sacristía; se terminó el balaustrado de la cornisa que se reformó, se techó con vigas de hierro y bóveda plana la torre, se pusieron pararrayos alrededor de la iglesia; se construyó el atrio, plantando en él la mayor parte de los árboles que aún subsisten. En la sacristía, se hicieron algunas mejoras, tales como el entarimado, meter el agua en los excusados de forma moderna, así como también la que se emplea en los lavabos de mármol e hidrantes indispensables para el uso de la misma iglesia; en la sacristía, así como en la iglesia, se pusieron rejas de hierro y alambrado en todas las ventanas.

Respecto a la ornamentación que podemos llamar movible de la capellanía, se compraron cuarenta y cinco esculturas que representan las imágenes siguientes: del Sagrado Corazón de Jesús, del Sagrado Corazón de María, de la Madre del Amor Hermoso, de Nuestra Señora de Lourdes, las de los arcángeles san Miguel, san Rafael y san Gabriel, la del Señor de la Columna, la de Nuestra Señora de la Soledad, la de Nuestra Señora de la Candelaria, la de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús, la de Nuestra Señora de la Piedad, la de San Antonio de Padua, la de san Vicente de Paúl, las del Santo Cristo, la Madre Dolorosa, san Juan Evangelista y de la Magdalena que están en la capilla del Calvario, la del Santo Entierro, la de Jesús crucificado que está en el centro de la sacristía, la de Nuestra Señora del Tránsito, las de ocho arcángeles de adoración que están en el altar mayor, las de dos ángeles que están en el altar de nuestra Señora del Amor Hermoso, la de señor san José, Niño Jesús, María Santísima, señor san Joaquín y la de señora santa Ana, que forman la divina familia; la de san Cayetano, todas estas del tamaño natural; la del santo Niño de Praga, la de los dos ángeles que están sosteniendo el escudo de Nuestra Señora de la Merced en su trono, la de otra imagen de san Antonio, que se emplea los martes en la distribución del pan, la de Nuestra de las Mercedes que se usa en las procesiones y la del Señor de la Columna que está en la mesa de las reliquias, estas últimas de pequeñas dimensiones; además, todos los crucifijos de metal y madera que hay en los altares; se compraron también los cuadros de pinturas siguientes: la del Sagrado Corazón de Jesús, el del Sagrado Corazón de María, el de Nuestra Señora de Guadalupe, el de Nuestra Señora de la Luz, el de Nuestra Señora del Refugio, el del Ánima Sola y el de san Expedito. Todas las vestiduras sacerdotales que ahora dan servicio y se reformaron los cálices y copones que existían y se compraron los que hacían falta.

Se compró para el altar mayor el trono de metal macizo donde se expone al Santísimo, el sagrario de metal dorado a fuego, la custodia de metal, dorada, con combinaciones de plata, docena y media de ramilletes de metal, cuatro docenas de candeleros grandes y cuatro de diferentes dimensiones, un juego de alfombras para el mismo altar, cuatro lámparas de metal que arden en el servicio del Santísimo, en una palabra, se compraron todos los objetos indispensables para el culto, como platillos de plata, vinajeras, misales, incensarios de plata y metal, navetas, manteles, toallas, etcétera, etcétera.

En el presbiterio se colocaron dos altares laterales que son portátiles para los que se compraron doseles de cedro que miden seis metros cada uno y todos los paramentos que en ellos se ostentan; en el mismo presbiterio se puso el ciprés con tres altares y el comulgatorio de balaustra de hierro dorado, con perillas niqueladas y cubierta de mezquite maqueado; tiene el comulgatorio tres puertas. En los altares de los cruceros laterales se colocaron dos nichos de cedro dorados, que miden tres metros, haciendo las repisas que los sostienen, repisas que sirven para colocar los candeleros y ramilletes de los mismos altares. Ahí mismo se pusieron balaustres de hierro y madera.

Para guardar los valores de esta capellanía, así como los vasos sagrados, se compraron cuatro cajas de seguridad de hierro, dos grandes y dos chicas, para las colectas se fijaron en la iglesia varios cepos y se construyeron trece mesas movibles y más de quinientos cajones de cedro con cepilla, para la visita domiciliaria del Sagrado Corazón de Jesús.

En el tiempo que estuve al frente de la capellanía, se hizo una grande mejora en el atrio: había en la esquina de la casa del capellán, una taberna denominada El Infiernito, que además de los males que causaba en el orden moral, impedía que el atrio tuviera una forma regular; después de muchas dificultades, logré comprar el espacio de la taberna antes dicha y extender el atrio y darle la forma actual, haciéndole entonces o poco antes, la puerta ochavada y el cancel que ahora tiene. En el mismo atrio se hizo una fuente subterránea.

Se compraron los muebles siguientes: la sillería del coro como existía en el tiempo de los padres mercedarios, las cómodas, mesas, escritorios, confidentes, sillas, armónicos grandes y chicos, un piano, cuatro repisas para la Divina Familia, el santo viacrucis, dos confesionarios y todos los necesarios para el uso acomodado al movimiento activo de la Iglesia; se instalaron cuarenta y dos focos incandescentes; se compraron ánforas, arbotantes e instrumentos de trabajo, tales como una máquina para subir material, barras, andamios y lo suficiente para una obra en movimiento; además, una máquina [de escribir marca] Oliver.

Las asociaciones religiosas de que he sido director son once: la de Nuestra Señora de la Merced, la del Sagrado Corazón de Jesús, denominada ‘Pía Unión’, la de la Guardia de Honor que tuvo varios centros en distintas poblaciones, la de la Visita Domiciliaria del Sagrado Corazón de Jesús; la de la Corte de María; la de San Antonio de Padua, en la que  cada martes, días del novenario y trece de cada mes se reparte pan bendito a más de mil pobres, l del Apostolado de la Oración, la de Nuestra Señora de la Soledad, la de la Archicofradía de las Ánima, que tiene varios centros en distintas poblaciones y a la que el Señor Pío x concedió se extendiera por toda la provincia y la del Jubileo Circular de las Cuarenta Horas. Me parece prudente decir que en varias partidas, hasta la fecha, he entregado al Provisorato, la cantidad de once mil pesos, por excedentes en la del Jubileo Circular de las Cuarenta Horas.

No he tenido beneficio ninguno; pero sí se me puso un coadjutor en la primera quincena del mes corriente.

Cuando recibí la capellanía, estaba en un estado conveniente a las necesidades de aquel tiempo; fueron creciendo estas y hubo de haber fondos después de algunos años y entonces se me fijó el sueldo de treinta pesos, porque me vi obligado, en vista de mis necesidades, a solicitarlo.

En el transcurso del tiempo, como crecieron las necesidades de la iglesia, se fundaron tres capellanías oficialmente y tres como auxiliares a las mismas, para oír confesiones, para colectar y hacer todo lo demás que se relaciona con el culto divino, que, como dije al principio, ha llegado a una altura que tiene, conforme a la voluntad de Dios, completándose de esta manera las siete capellanías que existen actualmente, habiéndose fijado para cada una de las tres primeras citadas cuarenta pesos en razón a las necesidades temporales y actuales y a las auxiliares, honorarios convencionales.

He pretendido entrar a la Orden Monástica de la Cartuja o a la de los Solitarios de Oriente y, últimamente, a la que he proyectado fundar, cuyos trámites canónicos ya se corrieron, fundación que debe llevar por nombre ‘solitarios de Nuestra Señora de la Soledad’.

Como me expresé al principio de este informe, me he visto obligado a dar esta relación y datos estadísticos, por un deber de obediencia, cumpliendo con lo dispuesto por esa superioridad, en la circular dada.

Dios nuestro Señor guarde muchos años la importante vida de vuestra señoría ilustrísima y reverendísima.

Guadalajara, diciembre 31 de 1909

Juan S[iervo] de Dios Anguiano [rúbrica]



[1] En tiempos del arzobispo José de Jesús Ortiz y Rodríguez, los rectores de los templos de la Arquidiócesis de Guadalajara fueron invitados a poner en letras de molde el desempeño de su ministerio sagrado. De este fondo, que se conserva en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara -y que proporcionó a este Boletín por el señor presbítero don José de Jesús de León Arteaga-, se extrae esta curiosa nota, tal vez la única con datos autobiográficos y otros pormenores, del virtuoso e infatigable capellán del templo de La Merced de Guadalajara, quien murió con fama de santo.

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