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La persecución religiosa en Degollado (3ª parte)

 

 

Margarita Zaragoza Ascencio

 

 

Concluye el testimonio de una protagonista de la resistencia activa de los católicos en un pequeño municipio del estado de Jalisco durante la ‘Guerra Cristera’.

 

Los soldados de la Resistencia nos urgían parque y armas. A nosotros se nos dificultaba cada vez más conseguir armas y parque. El profesor Becerra poco conseguía y los envíos de La Piedad, de Yurécuaro, de Guadalajara disminuyeron. Cité a una reunión en la huerta a las mujeres y les expuse la situación. Acordamos hacer plegarias especiales a la Santísima Virgen y que una comisión de mujeres fuera a Guadalajara para pedir instrucciones al respecto y de paso visitar a los grupos de La Piedad.

Mientras realizábamos estos proyectos un día llegó Rafaelita. Con mucha reserva me llamó aparte y me dijo:

-Fíjese Margarita que vengo con otra gran molestia. Esta sí es muy grave. Le nació una niña a una de las mujeres de los soldados y los papás están empeñados en bautizarla. Y como la única persona a quien le tenemos mucha confianza es a usted, y usted conoce a toda la gente y es conocida en el pueblo, pensamos que quizá por su medio podríamos conseguir un padre. ¿Cómo ve el asunto?

-Muy difícil, Rafaelita. Lo veo casi imposible.

-De usted depende.

-No tengo ni la menor idea donde podamos conseguir al padre. Y a mí más desconfianza me tienen por la amistad con ustedes.

-Tiene razón, pero usted sabrá.

-Déjenme preguntar a los conocidos de más confianza y yo le aviso. ¿Pero sí se da cuenta el capitán?

-No se preocupe. Ya le dijimos y está de acuerdo. Así que por él no se preocupe. Él se entretendrá por allá lejos el tiempo necesario.

-Necesitamos cuidarnos de algunos vecinos, -le dije.

- Mi esposo me recomendó, a ese respecto, que se cuide mucho de don fulano y zutano, muy católicos y sus mejores espías del gobierno.

Los nombres de los dos vecinos eran los mismos que me había dado el profesor. Esto me dio confianza. Sin embargo me asaltaba la duda. ¿Si es una trampa como las muchas que han hecho para atraparnos con las manos en la masa? Llamé al profesor y le dije el problema. Él me dijo:

- No tenga pendiente. Creo que obra de buena fe. Pero si gusta dígale que yo encabezo. Écheme toda la culpa a mí.

-Eso es lo de menos profesor. Ya ve qué de traiciones y engaños trama el gobierno. Hasta de sacerdotes se han disfrazado y confiesan y celebran la misa para que les delaten a los integrantes de la Resistencia. Eso hicieron en Monteleón.

-Pero ya estamos metidos en esto, señora. En nombre de Dios, hágalo.

Yo estaba informada del lugar donde permanecía el padre Romero. Mandé a una de las mujeres a El Salitre para que le dijera al padre el problema y si se arriesgaba. Al día siguiente recibí la contestación del padre:

-Dice el padre que sí viene a donde sea. Si es trampa o no, da lo mismo. Que le gustaría caer en ella cumpliendo con su obligación. Mañana está aquí entre once y doce de la noche para que estén preparados.

De inmediato avisé a Rafaelita y ese mismo día salió del pueblo el capitán con sus soldados a campaña.

El padre llegó a la hora indicada y de inmediato nos fuimos al cuartel sin que se diera cuenta nadie. Se hizo el bautizo y se confesaron muchas de las mujeres y el papá de la niña. Nos dijo misa allí mismo en el cuartel y se fue el padre como a eso de las tres de la mañana. Nadie se enteró de nada.

Rafaelita fue a darme las gracias, en nombre suyo y de los padres de la criatura.

-No me dé las gracias, porque yo le tengo otro problema.

-Estoy a sus órdenes.

-El padre me pidió que le preguntara si estaban en posibilidades de vender parque y armas, aunque sea poco. ¿Qué le mando decir?

-Deje preguntar y le aviso luego.

No tardó la respuesta positiva.

-Sí les vendemos. Recuerde que mi esposo jamás ha sabido nada. Casi en todas partes les vendemos a los jefes rebeldes. No necesito advertirle lo delicado del asunto.

Así resolvimos, aunque en parte, el problema de la escasez de parque y armas.

Al poco tiempo cambiaron al capitán y llegó otro destacamento. Para ese entonces el abastecimiento de parque lo habíamos resuelto. Las indicaciones últimas de Rafaelita me sirvieron mucho.

El nuevo capitán parecía muy serio, reservado y enérgico. Con este cambio de retén nuestra situación se tornó complicada pero el Señor nos allanó el camino.

Al nuevo capitán lo asistía una amiga y militante de la Unión Popular.

Pocos días después que llegaron los nuevos soldados, como unos diez de ellos fueron a la huerta y sin permiso se metieron y se llevaron guayabas y naranjas. Les llamamos la atención, pero en respuesta, los soldados, nos llenaron de injurias, majaderías y amenazas. Nada les contestamos.

Como a los cuatro o cinco días Agripina Medina que asistía al capitán, fue a la tienda.

-Margarita, el capitán quiere unos calcetines y unos pañuelos, -me dijo.

-Tengo de muy buena clase y baratos.

Se los escogí y se los entregué.

-Lléveselos, Agripina, si le gustan entonces le doy el precio.

Al rato volvió.

-Le gustaron mucho. ¿Cuánto le debo?

-Mire, Agripina, dígale que se los regalo. Pero por favor infórmele que hace unos días un grupo de diez soldados se metieron a la huerta sin nuestro permiso y tomaron la fruta que quisieron. Cuando les llamamos la atención, nos llenaron de insultos, majaderías y amenazas. Con gusto les regalamos la fruta que gusten, si nos la piden.

Al poco rato vino el mismo capitán a la tienda y muy atento me dijo:

-Señora, me dijo su amiga lo que hicieron los soldados. ¿Por qué no me avisó inmediatamente?

-Tuve miedo de contrariarlo.

-De ninguna manera. Esas cosas no se permiten en el ejército, menos en estos tiempos. Le ruego me disculpe. Tenga la seguridad que eso no se repetirá. Lo que se le ofrezca estoy a sus órdenes.        

A los soldados los castigó severamente. Nunca volvieron a la huerta. Yo le mandaba guayabas y naranjas a través de Agripina para granjearme su amistad.

Vinieron las concentraciones. ¡Cómo sufrieron las familias de los ranchos amontonados en las casas del pueblo y sus propiedades abandonadas y saqueadas por los soldados! Desde la primera concentración se nos complicó la comunicación con los cristeros y los envíos acostumbrados. Pero con ayuda de Dios y de Agripina conseguimos un salvoconducto muy especial con el cual teníamos vía libre, sin necesidad de registro en las entradas y salidas del pueblo.

Nosotros entrábamos y salíamos sin la más mínima vigilancia. En esta forma los contactos con los cristeros continuaron sin alteración.

¡Cómo robaron y asesinaron a inocentes los soldados federales y las autoridades municipales! Se robaban lo que querían y para justificarse mataban a sus víctimas acusándolas de cristeros o que cooperaban con los cristeros. Acabaron con familias enteras.

Las concentraciones las usaron para limpiar prácticamente los ranchos de ganado, semillas y hasta los utensilios de cocina se llevaban los federales. Si alguien reclamaba lo acusaban de cristero y lo encarcelaban, lo deportaban o de plano lo mataban y su decisión era inapelable.

Por esos días aprehendieron a Cosme Herrera, un joven cabecilla de unos 25 años, muy valiente, jefe de unos treinta soldados, hijo de don Jesús Herrera. Fue víctima de una traición. La llegada de este joven soldado preso nos causó pánico por sus posibles declaraciones de los comprometidos. Porque Cosme Herrera, como su padre don Jesús, conocían a quienes encabezábamos la Resistencia en el pueblo. Pero se comportó como todo un católico mexicano. Prefirió las torturas y rechazó los halagos y promesas de los tiranos y abrazó gustoso el sacrificio de su vida en defensa de la fe cristiana antes que traicionar en lo más mínimo sus convicciones.

Durante los días de su prisión llegó clandestinamente la madre y dos hermanas y un hermano que inmediatamente oculté en mi casa. En el día permanecían ocultos y por la noche salían con los cuidados indispensables. Allí permanecieron hasta el fin.

A los quince días de tormentos y torturas en la prisión militar lo fusilaron a las puertas del camposanto. Logramos que lo auxiliara un sacerdote en medio de mil peligros. Lo sacaron como a las 5 de una tarde gris y triste, le dieron vuelta a la plaza el pelotón de fusilamiento con el prisionero en medio ante la consternación de los cristianos. Cuando se puso el sol su alma salía de su cuerpo. Como este joven murieron muchos cristianos que ofrendaron su vida en defensa de sus creencias.

Su madre y hermanos se fueron poco después. No supe jamás de esa familia. Me informaron años después que don Jesús Herrera, cuando los arreglos, no se entregó al tirano. Él se retiró y vivió de incógnito en una ciudad del centro. Salvó su vida de las traiciones.

A principios del 1929 nos llegaron informes de que la persecución religiosa se solucionaría pronto. Que el gobierno perseguidor y los señores obispos estaban en arreglos y que pronto terminaría aquel Calvario. Pedíamos a Dios que iluminara a los señores obispos y a las autoridades para que se terminara aquella lucha fratricida.

El movimiento de la Resistencia había perdido mucho de su grandeza cristera que lo inspiró y movió las almas. Los altos ideales religiosos que animaron aquel glorioso movimiento en sus inicios había perdido vigor y fuerza y había sufrido lamentables desviaciones. En las fuerzas armadas abundaban los abusos, los chismes, las venganzas, las represalias e injusticias.

Nosotros mismos sufrimos esas represalias de los cristeros ocasionadas por las intrigas suscitadas entre los elementos cristianos. En un atentado cristero contra mi esposo casi le cuesta la vida. Providencialmente se salvó primero Dios y la rápida intervención de un médico de La Piedad a donde lo trasladamos de emergencia. Estos hechos enfriaban el entusiasmo de nuestros trabajos clandestinos en favor de los cristeros, pero jamás dejamos nuestros puestos aún en medio de tanta calamidad.

En plena Cristiada un día llegó don Rafael Ramírez de La Piedad en el camión que diario hacía el viaje. En esa ocasión estaban los cristeros en el pueblo y de inmediato lo tomaron preso con la amenaza de pasarlo por las armas por gobiernista. Intervine en su favor y luego lo dejaron libre. Quedó muy agradecido porque, según él, yo le salvé la vida. Este señor Ramírez era budista, cosa inexplicable, pero real, en nuestro pueblo. Muy serio y cumplido en sus obligaciones. Administraba la planta de luz eléctrica que abastecía el consumo del pueblo.

Como a mediados de ese año 1929 nos avisaron que suspendiéramos nuestros trabajos para que no se entorpecieran las negociaciones de las autoridades en favor de un arreglo religioso.

Efectivamente a pocos días nos llegó la noticia de que los cultos se reanudarían. El padre Ramón Romero que permaneció oculto los tres años auxiliando a los cristianos con celo ejemplar, recibió instrucciones de manera oficial para que se presentara en el pueblo y mostrara a las autoridades los documentos para que le entregaran el templo. Hacía meses que los soldados se habían retirado.

El padre nos avisó de su llegada señalando día y hora. Dimos el aviso y le preparamos una buena recepción. De los ranchos y el pueblo en masa acudimos al recibimiento del padre con música, cohetes y gritos de entusiasmo. Las calles se adornaron como día de fiesta.

El padre llegó como lo había señalado, se presentó en la presidencia municipal donde le entregaron las llaves de los dos templos. Luego en una de las casas particulares se cantó un Te Deum de acción de gracias por la terminación de tanto sufrimiento. Los recintos de los templos se pusieron en servicio hasta que no se consagraron por el señor obispo. Ofrecimos una comida al padre por el fin del conflicto. Invitamos al presidente municipal y otras personas.

Por fin volvió Dios a su templo y continuamos nuestra vida sin mayores sobresaltos.

Las personas que integraron la Resistencia, entre otras, fueron: Jesús Casillas quien acompañó al padre Romero corriendo grandes peligros, Jesús Hernández, Juan Palomino, la familia de don José Montes, la familia de don Vicente Mendoza, Luis Fuentes, Pascual Pegueros, José Martínez, Refugito Bárcena, don Pedrito Alfaro y su familia, Fidela Curiel, Guillermina Meza, Clara Ramos y muchas otras que no recuerdo.

Los principales jefes cristeros que operaron en esa zona: don Refugio Miranda, Atanasio Barajas, Jesús y su hijo Cosme Herrera, José Licea, Benito García, Rafael Conchas, Jesús Aguayo, Victoriano Ramírez el “Catorce”, el padre Aristeo Pedroza y otros.

Hubo un grupo de muchachas que se encargaban de la atención de los enfermos y heridos. Ellas conseguían médicos, medicinas, hospitalización y atención.



Cf. Margarita Zaragoza Ascencio, Perfiles de una madre. El documento que se trascribe lo publicó el presbítero Anastasio Aguayo Zaragoza (1929-2007), hijo de la autora, en un libro sin pie de imprenta, lugar y fecha, de 116 páginas. Corresponde lo trascrito al capítulo ii de la obra y va de las páginas 33 a la 73. En la página 2 se advierte que “Unos breves apuntes suyos  y los diálogos con ella sostenidos [con la señora Zaragoza] forman el material básico de estas modestas páginas”.

 

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