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Presentación de Manuela Taboada
Benjamín Robles Suárez[1]
El 17 de enero del año en curso, en las ruinas de la antigua garita de Tololotlán, ante una nutrida audiencia, se presentó el libro al que se hace referencia el siguiente texto, donde se ofrece una visión sumaria y novedosa en torno a próceres y acontecimientos del todo importantes para la historia de México
Marcos Arana Cervantes, prestigiado periodista Jalisciense, se hace presente en el bicentenario de nuestra independencia con esta obra literaria Manuela Taboada. No pretende ser historiador. Como buen tonalteca artesano toma los hechos históricos y no los distorsiona con pretexto novelesco: los enfatiza, los adorna como el barro y la presente obra resulta un hermoso catálogo de valores infra morales, morales y religiosos. Toda la obra gira, sin abandonar la senda histórica, en dos personajes que son los portadores de valores: Miguel Hidalgo y Manuela Taboada.
1. Miguel Hidalgo
Marcos ubica a Hidalgo en Guadalajara, lugar escogido como ideal para preparar a la insurgencia. Marcos describe la figura de Hidalgo: “La mañana fresca del 26 de noviembre de 1810, Miguel Hidalgo era recibido en Guadalajara, bajo una lluvia de flores, arcos triunfales y música. El guía de la revolución era un hombre de 57 años de edad, pelo blanco y frente amplia, ojos azules, estatura más que mediana, recio de carnes, pómulos salientes, blanca la piel y fuego en los ojos”.
“…era un individuo en plenitud, mayor en todos los órdenes, que todos sus acompañantes, la apariencia de Hidalgo acentuaba su autoridad. Infundía respeto su presencia física y su clara inteligencia. No había otro como Hidalgo para ganarse la confianza de los demás”….”El hombre al que seguían decenas de miles hablaba latín con los de su clase, en castellano con la mayoría, en francés con algunos clérigos y civiles instruidos, en otomí, tarasco y náhuatl con muchos indígenas que no sabían expresarse en español”.
Lo devoraba el ansia de dar libertad; continuamente escribía para cubrir las nuevas demandas como poder Ejecutivo y Legislativo. Un ejemplo fue el bando escrito el 29 de noviembre (había llegado a Guadalajara el 26). En él ordenaba a los amos dejar libres a sus esclavos. Les daba un término de 10 días, so pena de ser fusilados si no acataban la orden. Cuando los realistas lo tildaron de sacrílego y blasfemo proclamó su defensa con estas palabras:
Os juro amados conciudadanos míos, que jamás me he apartado, ni un ápice, de la creencia de la Santa Iglesia Católica: Jamás he dudado de ninguna de sus verdades; siempre he estado íntimamente convencido de la infalibilidad de sus dogmas y estoy pronto a derramar mi sangre en defensa de todos y cada una de ellos.
Así manifestaba Hidalgo públicamente, sus valores religiosos. Además era sincero consigo mismo, su brillante inteligencia le convencía que él era el único indicado para realizar la proeza de la independencia. Y también sabía que estaba llamado a sembrar la semilla y regalarla con sangre, más no recoger el fruto:” “Recuerden señores, la lección de historia en casos como el nuestro: Quienes siembran la semilla, jamás son los que cosechan el fruto”. Esto lo repetía con frecuencia a su círculo de mando. Grande batalla debió librar Hidalgo en su interior para actuar con coherencia y optar por continuar con el ejercicio de su sacerdocio en la parroquia que tenía asignada, haciendo labor pastoral y administrando los sacramentos, o dejar altar, labor pastoral, predicación y tomar las armas, confrontar a un enemigo y matar, con la intención de forjar una nueva patria con condiciones de vida más humanas. Sólo él tuvo que arreglar sus problemas de conciencia y esclarecer los motivos que lo llevarían con seguridad a la muerte. Sus intenciones, además de sinceras, eran muy nítidas. Cuando las autoridades realistas ofrecieron la amnistía, Hidalgo reaccionó inmediatamente y con su puño y letra envió aquella lacónica respuesta:
Don Miguel Hidalgo y don Ignacio Allende, jefes nombrados por la nación mexicana para defender sus derechos, en el desempeño de su nombramiento y de la obligación que como patriotas americanos les estrecha, no dejarán las armas de la mano hasta no haber arrancado de la de los opresores la estimable alhaja de su libertad. Están resueltos a no entrar en composición alguna, si no es que se ponga por base la libertad de la nación, y el goce de aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres; derechos verdaderamente inalienables, y que deben sostenerse con ríos de sangre si fuera preciso. El indulto, señor excelentísimo [José de la Cruz, gobernador de la Nueva Galicia], es para los criminales, no para los defensores de la Patria.
Cuando escribió estas palabras, Hidalgo y Allende ya eran prisioneros. De ese tamaño era el valor responsabilidad que Hidalgo, no sólo mostraba, sino que sobre todo vivía, como virtud humana. Hidalgo, sin embargo, era un ser humano que portaba también defectos, disvalores: terquedad, autoritarismo que degeneraba en abuso de autoridad, apego al poder que degeneraba en orgullo con soberbia. Marcos hace alusión a lo que comentaban, años después, ya muertos Hidalgo y Allende, los esposos Mariano Abasolo y la joven Manuela Taboada en la cárcel del baluarte de Santa María, en España, repasaban el tiempo que anduvieron en compañía del Cura de Dolores. Recordaban sus destellos de genio. Admitían que sus virtudes fueron más grandes que sus defectos. Valores: claridad intelectual, limpieza y altura de ideales, capacidad para convencer, seguridad en sí mismo, generosidad, amor a la Patria, liderazgo sobresaliente. Como contrapeso: terquedad, autoritarismo, apego al poder, abuso de su superioridad
2. Manuela Taboada
Cualquiera podría pensar que Manuela Taboada es una ficción, que es personaje de novela. Es un personaje real. El mérito de Marcos Arana Cervantes es rescatar, y casi extraer de la obscuridad histórica a esta gran mujer. Manuela Taboada y Mariano Abasolo eran esposos. Escuetamente nos dice Marcos en la tercera parte de su obra: “Manuela andaba en los 16 años de edad cuando casó con Abasolo. Ambos pertenecían a familias de buena posición social y económica; la primera de Chamacuero y su marido de Dolores, ambos del actual estado de Guanajuato. En Dolores, conocieron, frecuentaron y se aficionaron a las ideas del Cura Miguel Hidalgo. Mariano le llevaba once años de edad a su mujer, Manuela, cuando ambos se enrolaron en las fuerzas insurgentes, y no se separaron de Hidalgo hasta que éste abonó con su sangre la semilla de la independencia de México, el 30 de julio de 1811, en Chihuahua. Añade Marcos: “Allende, Abasolo y Taboada fueron testigos presenciales de la transformación de Hidalgo”. Esta es la historia pero en torno a los personajes y en torno a lo que hacen y dicen, se amplía la información y se concluye cuál es la forma de actuar. Abasolo y manuela eran hijos descendientes de matrimonios muy sólidos, perfectamente integrados, donde ambos pudieron abrevar valores familiares como el amor, la fidelidad y principios morales y religiosos, aprendieron que el amor era progresivo en crecimiento y además, para siempre. Abasolo y Manuela tuvieron, además, otra fuente fabulosa donde los mismos valores los impactaban, donde los mismos ideales los consolidaron y los llevaron unidos a librar la misma lucha para lograr la misma meta. Esa fuente fue la persona llamada Miguel Hidalgo y Costilla. Manuela mostró siempre una extraordinaria madurez, superior a su edad cronológica. Mostró siempre una inteligencia intuitiva y práctica que le ayudaba a resolver los problemas de manera adecuada y eficiente. Poseía un “modus agendi” profundamente ético, que la llevaba a actuar con justicia, con valentía, con profunda coherencia. Ejemplo de esos extraordinarios valores morales nos los narra Marcos, con mucha claridad.
“Manuela tenía muchos y pesados motivos para juzgar severamente la conducta de Hidalgo. Cuando a solas reflexionaba en los claroscuros del guía, libraba durísima lucha interna. Al final terminaba reconociendo el mayor peso de sus virtudes que de sus defectos” (parte segunda).
En la parte III, Marcos nos refiere:
“Los 53 días que permaneció Miguel Hidalgo en Guadalajara, fueron suficientes para que el emancipador exhibiera su enorme fortaleza y su extrema debilidad… muy a su pesar, entre la lisonja de sus allegados y la ciega lealtad de la masa que lo seguía, a Hidalgo le taladraban los oídos una voz clara y directa con nombre y apellido: Manuela Taboada”…
Ella era como la voz de su conciencia.
“Manuela, dice Marcos (parte III), desde que Hidalgo exhibió los primeros síntomas de la locura del poder, denunció los latrocinios de los bienes de los españoles, los excesos de la plebe permitidos por el cura, las conductas licenciosas y, sobre todo, las ejecuciones de los llamados “gachupines”, bajo el menor pretexto… Manuela Taboada se enfrentó tan valiente y de frente a Hidalgo, que el cura le tomó profunda animadversión, al grado de ordenar que no se le permitiera presentarse ante él”.
Durante los menos de 60 días de estancia en Guadalajara, Manuela, con suma discreción, recorría calles, plazas, templos y lugares públicos donde acampaban los casi noventa mil personas enroladas en el ejército de Hidalgo. Ella escuchaba lo que decía la gente. Ella lo llevaba con toda discreción a la intimidad de su hogar improvisado y valientemente lo repetía ante Hidalgo para que se tomara en cuenta. Manuela vivía con intensidad lo que pronto sucedería. Calleja venía por tierras alteñas acercándose a Guadalajara. Una inevitable batalla estaba a punto de realizarse. La aglutinación de gente en Guadalajara hacia difícil la situación: la población natural era de unas treinta mil personas y el extra, por el ejército, la incrementaba a unos ciento veinte mil. Por ello se determinó acampar en Puente Grande. Marcos nos señala cuál era la actitud de Manuela Taboada: “Mezclada con el pueblo, sentía repugnancia por la gente principal que visitaba al ejército insurgente en el campamento de Puente Grande, porque repartía halagos, en lugar de armas, medicinas y útiles de auxilio: como si la batalla estuviera ganada antes de combatir… “Manuela Taboada, ajena al jolgorio, rezaba en sus adentros por su marido Mariano y sus compañeros, también por el Cura Hidalgo”. Es significativo este destello del valor religiosidad de Manuela. La batalla se libró. Hidalgo con ochenta mil soldados (algunos dicen que casi cien mil), 20 mil a caballo, 82 cañones y 4 culebrinos… Calleja con sólo 6 mil soldados. ¡La batalla se perdió… lógico...! Marcos, termina el capítulo X, describiendo lo sucedido, con este párrafo lacónico:
“El drama insurgente ofreció como punto final de aquella tarde-noche del 17 de Enero de 1811 tres cuadros casi vulgares… La insuficiencia de camino expedito para huir, la falta de hospitales para curar heridos, la insuficiencia de cementerios para enterrar a los muertos”.
120 días era el plazo que el destino había concedido a Hidalgo para encender la lumbre de la libertad. El 17 de Enero de 1811, Manuela Taboada junto con su marido y una veintena más de acompañantes, buscaron el camino hacia Cuquio. Marcos describe cómo Hidalgo vio a Manuela:
“Hidalgo pasea la mirada por el puñado circunstante y a unos cuantos pasos se topó con la figura de una jovencita, de pie, con su ropa negra de tizne y el pelo enmarañado, señal de que había estado en febril actividad auxiliando a la tropa”.
Esa figura que tantas veces lo había evidenciado y le había echado en cara sus excesos, se reafirmaba como la voz de su conciencia”. ¿Qué recursos quedaba?.. “Sólo el de morir. Puesto que hemos tomado el camino de redentores, este carácter se adquiere con el sacrificio de la existencia”… así contestaba Hidalgo. Marcos dedica el capítulo XII para hablar de Taboada. El 17 de marzo salieron de Saltillo para encontrarse con el traidor Elizondo quien supuestamente los iba a fortalecer. Sólo Manuela tenía clavado en su alma el presentimiento de que Elizondo era traidor, los demás ciegamente creyeron en él. Conforme fue llegando la columna de peregrinos. Elizondo los fue entregando a las autoridades. Era el 21 de marzo de 1811, sufrieron tortura y humillaciones durante un mes en el traslado a Chihuahua. “Manuela, dice Marcos, sentía los sufrimientos de su marido como si fueran propios. Se hizo el propósito de, primero, salvar de la muerte a Mariano, y, enseguida, si fuere posible, ganarle la libertad. Ella no tenía cargos y quedó libre, y aplicó con carácter y actitud inquebrantables toda su capacidad para hacer la tremenda tarea de luchar por la vida de su marido. Asesoró a su esposo para que en el juicio sumario se declarara siempre inocente, jugó Mariano un papel estudiado de “cobarde y delator”, por estrategia de Manuela. Manuela viajó hacia Guadalajara para recabar testimonios de personas que habían sido ayudados por Abasolo. Luego viajó a la ciudad de México para presentar esos testimonios a la Corte. Esto increíblemente lo logró. Emprendió luego el larguísimo viaje a Coahuila nuevamente. Los documentos firmados no tuvieron validez porque en el tiempo de traslado México - Coahuila, hubo cambio de autoridades. Fue necesario más meses para regresar a México nuevamente a gestionar. Recabó las aprobaciones que fueron suficientes para permutar la pena de muerte por la de cadena perpetua en España y regresó nuevamente a Coahuila. El prisionero Abasolo sería llevado a Veracruz para llevarlo a España a purgar su pena. Nuevamente Manuela viajó como pudo a Veracruz. Ella sabía arreglarlo todo. Inteligentísima logró que la admitiera el capitán del barco como polizonte en la celda de su marido Mariano. Ya era el año de 1814. “El misterioso don del amor había movido a Manuela, a realizar casi lo imposible”, dice Marcos. Ahora su nueva casa era el Castillo de Santa Catalina, en el Baluarte de Santa María. Allá en la península Ibérica. Ella tuvo que mendigar alojamiento y comida. Conmovió y convenció al carcelero para ocupar la misma celda donde estaba su marido. Los días, meses y años que pasaron juntos en la cárcel, fueron los más felices. Era el año 1819, nueve años después de la derrota y la caída en la trampa de Elizondo. Abasolo sufría la enfermedad postrera, la ineludible. Recordaban ambos en la celda, las palabras de Hidalgo, cuando en su juicio final dijo a los verdugos: “Toda la nación está en fermento. Estos movimientos han despertado a los que yacían en letargo”. Abasolo murió en la cárcel. Manuela con escasos 30 años, regresó a México, cuando se estaba ya en víspera de consumarse la independencia. Su esposo y ella habían hecho una gran inversión: sus valores. El destello de sus cualidades, acciones y relaciones a través de 200 años nos siguen deslumbrando. Manuela Taboada vivió los valores: madurez humana, objetividad intelectual, valentía, lealtad, coherencia, solidaridad, espíritu de servicio, carácter, perseverancia, fidelidad, amor. Ella convirtió sus valores en virtudes. [1] El autor, a la fecha Director General de Educación para la Equidad y Formación Integral de la Secretaría de Educación Pública en Jalisco, cedió con gusto este documento para su publicación en las páginas de este Boletín. |