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Antecedentes de Bolaños durante el siglo XVI

 

Nicolás Valdés Huerta[1]

 

Cuando la cabecera municipal de Bolaños, Jalisco, no era sino un pueblo fantasma, un párroco culto y esforzado se dio a la tarea de exhumar algunos capítulos del pasado glorioso de la comarca

 

1530 Por ser Bolaños retoño de Tepec, la raíz histórica es la misma; y ésta, por lo que respecta al tiempo colonial, parte de un he­cho espectacular nunca antes visto: la presencia de los españoles. Admiración, asombro, espanto debieron ser las impresiones sucesivas, a­sí de los individuos como de la multitud que contempló su pasada por Tepec, Chimaltitán, Pochotitán, Mamatla:... “El sol arrancaba reflejos cenicientos a corazas, escudos y capacetes de acero - dice López Por­tillo y Weber describiendo el ejército de Nuño de Guzmán, del cual el de Peralmíndez Chirinos era parte -; destellos deslumbrantes a los hierros agudos de las lanzas, visos bermejos a los cascos y petos de cue­ro..., golpear de pezuñas,... piafar de caballos, vibrantes choques de hierro contra hierro, salvajes ululaciones de los indios” auxiliares. Cada jinete con su “lanza, espada, puñal, celada, barbote y coraza o coselete”; cada uno de los de a pie “lanza, pica, espada, ballesta o escopeta, rodela, casquete o celada y armas defensivas de adherencia al cuerpo”. La tropa india usando los vestidos del Anáhuac y en las manos los dentados “macuáhuitl” y los “chimalli”. “Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras” -escribió el cronista de Moctezuma. “Son blancos, son como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga es su barba, también amarilla; el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo fino, un poco encarrujado. Los soportan en sus lomos unos como venados. Tan altos están como los techos.”

 

1540 hacía fines. La matanza ordenada por Francisco Vázquez Coronado “en San Sebastián de Evora, delante de Culiacán” puso el colmo a los incontables agravios hechos por Nuño Beltrán de Guzmán y los encomenderos a los pueblos indígenas situados al norte del río Santiago, en el reino de la Nueva Galicia. Los nahuales de los pueblos peyoteros del norte capita­lizaron la exasperación de las poblaciones para provocar una guerra anticristiana, antes que antiespañola. Fundamentalmente, los nahuales e­ran los sacerdotes del paganismo “agrupados en una hermandad o socie­dad secreta, viejísima y poderosa”, que abarcaba a todos los pueblos nahoas. “El nombre basta para indicar la afinidad racial” Hacía diez años que una religión monoteísta, el cristianismo, los iba desplazan­do y ahora se les presentaba la oportunidad de recuperar sus posesiones y afianzarlas de una vez por todas. La primera chispa del gran in­cendio se produjo en Tlaxicoringa, en el valle de Huazamota, en territorio del hoy Estado de Durango, en la falda del Cerro Gordo, en región peyotera”. De allí se propagó a los zacatecos y, por la sierra de Nayarit, a los tepecanos. Y “estando los indios de Taltenango de la dicha provincia, ques más de sesenta leguas de compostela, muy quietos y so­segados y auiendo asentado monasterio de religiosos franciscos en Suchipila, vinieron unos yndios de la serranía de Tepeque y Zacatecas a ciertos pueblos que confinan con Taltenango, que se llaman Quitlan y Hueli y Coltlán y Tepeque, con la habla del diablo que ellos llaman “tlátol”, y llegaron a Taltenango donde juntaron los señores y princi­pales y maceguales dél, a los que les hablaron diziendoles: “Somos mensajeros de Tecoroli. El va a venir en busca vuestra, acompañado de vuestros antepasados a quienes ha resucitado; os va a hacer saber que en él debéis creer y no en Dios, so pena de no poder ver ya la luz y ser de­vorados por las fieras. Los que crean en él y renuncien a las enseñan­zas de los frailes para seguirle, no sufrirán, no morirán jamás, volverán a ser jóvenes, podrán tener todas las mujeres que quieran y no una sola, como les mandan los frailes; y aunque sean viejos, podrán engen­drar hijos; el que se contente con una sola mujer, morirá inmediatamente. Entonces Tecoroli irá a Guadalajara, a Jalisco, a Michoacán, a Mé­xico, a Guatemala y por todos los lugares donde haya cristianos de España, y los matará a todos. Una vez acabados ellos, volverá a su casa y vosotros viviréis felices con vuestros antepasados, sin saber qué es trabajo y dolor”. En navidad se produjo el incendio general.

 

1541 Con intensidad cada vez mayor, la guerra siguió su curso durante el año. En septiembre, indios de todas las procedencias ya dichas confluyeron multitudinariamente sobre Guadalajara. Cristóbal de Oñate, teniente general del gobernador, los venció y puso en fuga con manifiesto auxilio del cielo. En noviembre llegó de México con un gran ejército el virrey Mendoza, pues toda la cazcana era un mar embravecido. Junto con Oñate fue desalojando a los indios de todos sus peñoles. El último fue el Cerro del Miztón, en jurisdicción de Juchipila: por miles murie­ron, por miles se dispersaron, pero por miles se quedaron, resueltos a morir, si no lograban vencer. Fray Antonio de Segovia, su apóstol, decidió jugar el todo por el todo: salvar la vida de sus hijos bajándolos de paz, o perder su propia vida en manos de ellos. Esto era lo que temía el vi­rrey, por lo que negó cuanto pudo el permiso para que subiera. Y fray Antonio subió llevando sobre el pecho la imagen de la Limpia Concepción, su compañera inseparable desde hacía diez años. Y la Virgen comenzó en lo alto del Miztón la larga serie de milagros hechos por medio de su sagrada imagen que ahora llamamos Nuestra Señora de Zapopan: mientras fray Antonio hablaba, la Virgen hacía que de su imagen salieran llamas y resplandores que asombraron y conmovieron a los indios, obli­gándolos a entregarse de paz o a renunciar a la guerra yéndose a sus pueblos. Desde entonces, fray Antonio llamaba a la Virgen en esta ima­gen la Pacificadora. Fue la verdadera y definitiva triunfadora en esta guerra que había promovido el diablo su enemigo.

 

1542 Fray Antonio de Segovia, superior de los franciscanos en Xalisco, encomendó a fray Miguel de Bolonia la recristianización o cristianizacion de los pueblos que intervinieron en la Guerra del Miz­tón, fijándole como centro de actividades el convento de Juchipila. “Y desde este pueblo de Juchipila administraba más de cincuenta leguas de largo y cuarenta de ancho a todos los indios que en ella se contenían, andando siempre a pie, con un bordón en la mano y un poco de maíz tostado para comer, que este era el mayor regalo que usaba para el sustento de su trabajado cuerpo. Porque de allí iba a Nochistlán, Jalostotitlán Teocaltech y todas aquellas provincias, y volvía por Jalpa, El Teul, Tlaltenango, sierra de Tepec, hasta llegar a Zacatecas, en cuya demar­cación había infinitos pueblos y gentes. Y de allí daba otra vez la vuelta a Juchipila para acudir a la manutención de aquellos indios, y cobrar aliento para volver a salir por otra parte; que en aquel tiem­po, por ser pocos, los religiosos tenían siempre este continuo trabajo”.

 

1548 El español Toribio de Bolaños descubrió la veta en que se asien­tan las minas de Tepec, Bolaños y La Playa. Era encomendero de Tlaltenango y participó en la Guerra el Miztón. Tenía su casa en Gua­dalajara, pero él residía en Tepeque”, como lo declaró en 1550.

 

1549-1550 Durante un año, el primer Obispo de Guadalajara, don Pedro Gómez Maraver, misionó en toda su diócesis y nominalmente en la sierra de Tepec. Así lo hace saber al rey en carta de fines del segundo año indicado.

 

1550 o poco después, Tepec declarado Real y Minas de Tepec y elevado a la categoría de alcaldía mayor.

 

1561 Los pueblos tepecanos, al mando de Chapulli, entran a la Guerra Chichimeca en que tomaron parte todas las razas indias situadas al norte del Lerma y del Santiago, excepto los cazcanes. Guerra sostenida por casi todo el resto del siglo.

 

1589 Como principio de la paz concertada entre ambos bandos, se establece en Colotlán un presidio militar y un convento de francisca­nos. De allí salían y allí volvían los nuevos misioneros de los pueblos tepecanos.

 

1591 Arribó “a Colotlán, cerca de los hostiles guerreros tepeques de las sierras occidentales”, un grupo numeroso de tlaxcaltecas, parte de las cuatrocientas familias que de Tlaxcala trasladó al norte el virrey Velasco II distribuyéndolas en varios pueblos chichimecas” a fin de que éstos tuvieran vecindad con gente política y de buen ejem­plo y dechado para vivir cristianamente … Que de esta suerte se iría industriando gente tan inculta”' porque con la ropa que nacen con esa se abrigan todo el discurso de su vida, y ninguna cosa alcanzan para comer que no sea todo por punta de arco y flecha”.

 

1592 Sublevación de los indios tepecanos y los de San Andrés del Teul. En la pacificación intervino con feliz éxito fray Francisco San­tos, guardián del convento de Colotlán. Lo acompañaban seis soldados, pero los jefes rebeldes le pidieron a distancia que se acercara él so­lo, y ellos, por su parte, dejaron sus arcos y sus flechas para cele­brar la entrevista.

 



[1] Entre los documentos del archivo personal del señor presbítero don Nicolás Valdés Huerta (1907-1982), don Luis Sandoval Godoy ha rescatado un legado,  sintetiza no pocos de los afanes historiográficos de quien fuera párroco de esa otrora próspera ciudad minera.

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