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Desde mi sótano

Primera publicación de la resistencia activa de los católicos en México (18ª entrega)  

 

Joaquín Cardoso, SJ, y otros

 

 

Con fecha 10 de abril de 1927, circula el último ejemplar, el número 19 de la publicación clandestina Desde mi sótano, documento que ahora nos permite tomarle el pulso a los orígenes de un movimiento que convulsionó algunas regiones de México y al que no se sustrajoel resto del país. No pudieron las prensas seguir editando esta hoja, que ponía en riesgo grave de la vida tanto a sus autores como a sus propagadores. Se critica en este número el ascenso del obregonismo, la cuestión agraria y los primeros brotes de la guerra cristera

 

El cinismo entre copas de coñac

 

Ahora que el ilustre manco de Celaya ha venido otra vez a visitarnos, tenemos banquete diario en que sus incondicionales partidarios, están haciendo derroche de elocuencia y de… coñac, cerveza y pulquito curado.

Con estos últimos explosivos ya se comprende que la elocuencia será avasalladora, y la ternura y el amor hacia el ilustre prócer, llegarán a los límites de lo desconocido, entre revolucionarios y matones.

Ahí tienen ustedes nada menos que el ex torero, hoy Ministro de Agricultura, señor León, quien después de haber ingurgitado unas cuantas docenitas de copas en uno de esos banquetes, a la hora del café, ya no pudiendo contener la ternura que se le subía del estómago a la cabeza, se levantó con un berreteaga con la mano temblorosa, en esa mano que no temblaba con el estoque ante un Zotoluca o Piedras Negras, para echar un brindis ¡a la mar de emocionante! “Yo, (dijo, con la sinceridad de todo el que ha empinado bien el codo) no vacilaré (¡y estaba vacilando!) No vacilaré en bajar del alto puesto en que estoy, para volver a mi otro puesto de agitador (y si hubiera añadido el epíteto vulgar, hubiera sido más sincero)” Y al decir esto refiere al cronista, que la voz se le ahogaba en la garganta de purísima ternura… ¡Ah, qué cronistas estos! ¿Ternura? sí… ¡a base de alcohol!

Pero donde el cinismo rayó a una altura inconmensurable, fue en los discursos de los matasanos Cerisola y Puig Casauranc y del mismo Obregón.

Para Cerisola, Casauranc y Obregón, lo mismo que para Calles, al pueblo mexicano lo forman: los doscientos y pico diputados, langostas del presupuesto, los cuarenta y dos líderes de la “Asociación de Empleados Pro-Constitución”, los trescientos líderes de la CROM, algunos de los ¿generales?, como el amigo de don Mamerto el de “El Universal”, algunos de los hambrientos de Sonora. Porque enfáticamente declararon en sus discursos que el pueblo mexicano adora y lame los cacles de Calles y de Obregón, y que no era necesaria la reforma del almodrote de Querétaro en cuanto a los de la reelección, porque el pueblo mexicano, ya tiene hecha desde los tiempos del cura Hidalgo o poco menos, la elección de Obregón como sucesor de Calles, porque son los dos hombres tipos, únicos que hay en México, para continuar la venturosa y benéfica obra de la Revolución de Agua Prieta.

Cerisola se olvidaba en esos momentos de puritita alegría de los dos millones de firmas, que llegaron a su cámara de diputados, pidiendo se fuera al diablo la obra de la Revolución y de sus hombres. Casauranc se olvidaba de los cientos de miles de padres de familia que protestaron y protestan por la obra de educación de los hombres revolucionarios como Calles y Obregón. Y Obregón se olvidaba de que toda la República está en armas contra Calles y los suyos, a pesar de las declaraciones de que “prácticamente ya están pacificados todos los estados” según la frasecita de cajón del general Piña. De todo esto se olvidaron ¡Que quieran ustedes, cosas por tequila!

Pero lo que ya es demasiado funesto es que se le olvidó a Obregón de que ha venido a la Capital a auxiliar a bien morir al régimen callista que ya se lo está llevando Patetas.

Olvidarse de esto aún en medio de las libaciones, ya es demasiado; y hablar en el sentido en que habló, creyéndose el elegido por la voluntad del pueblo soberano, eso no se explica, sólo con coñac. Eso es cinismo y de lo más cínico.

Pero Obregón siempre ha sido así. Calles le lleva la ventaja, de que todo el mundo sabe de él, que odia a Cristo y a la Iglesia. Obregón es el lobo con piel de oveja. Va al mismo punto donde va Calles, pero por la línea curva, que si no es más corta es más maquiavélica.

¡Dios libre a la nación mexicana de caer otra vez entre las garras del cínico de Cajeme!

Y entre tanto ¿no les parece a ustedes que ya son demasiadas copas?

 

Fortino

 

Fortino es popular en toda su comarca. Laborioso, enérgico y honrado a carta cabal, a fuerza de trabajar desde la salida hasta la puesta del sol, logró formar una regular fortuna, que le dio cierta independencia y afianzó más su prestigio de hombre de bien y su ascendiente entre los bravos rancheros del lugar.

Durante las tumultuosas épocas del carrancismo, del villismo y de tanto otro “ismo” que han destrozado a la República para convertirla en fácil presa de bandolerismo audaz y sanguinario, cuando las gentes de bien sintieron la necesidad imperiosa de defenderse a palos  revolucionarios del tipo de Santasón y Emiliano Zapata, los campesinos del pueblo donde vivía Fortino descubrieron en éste un “jefe” dispuesto a batirse bravamente, fusil en mano, por el bien de todos.

Desde entonces Fortino fue el jefe de las Acordadas del pueblo y su vida la dividió entre la defensa de los intereses comunales y el trabajo de la madre tierra, que hace a los hombres sanos, fuertes y honrados.

En aquéllas épocas tan trágicas, Fortino hizo amistad con un general revolucionario que, por excepción, era un hombre de bien, luchador por ideales, ansioso de procurar a las gentes de su casta una vida mejor: pan para los cuerpos y algo, aunque fuera poco, de solaz para los espíritus.

La amistad de los dos hombres del mismo origen, de iguales inclinaciones, ambos sentían el mismo amor por la tierra fecunda, fue creciendo de día en día, y se hizo más honda y más espiritual. La mujer de Fortino dio a éste un chico. El general lo llevó a la pila bautismal y la vieja amistad de los dos hombres se convirtió en un verdadero parentesco.

Mientras tanto, las pasiones de partido se habían ido sosegando. Renacía la paz tan deseada por todos. Los arados abrían nuevamente las entrañas de la tierra. Los campos volvían a dar al hombre los frutos santos del trabajo.

Fortino colgó su fusil, empuñó la azada y tornó a vivir la plácida vida del campesino propietario…

El general revolucionario alquiló un rancho en el mismo Estado, olvidó sus proezas de guerrero, y como Fortino, trocó el 30-30 por el arado y el azadón.

Los dos vivían felices, ignorantes e ignorados.

Pero el presidente Calles dictó las leyes antirreligiosas. El antiguo general revolucionario palpó los inconvenientes de semejante legislación, el freno moral por excelencia, la poesía de una religión que es toda amor, paz y caridad, y al enmudecer los bronces de las iglesias por la suspensión de cultos, sintió la tremenda injusticia de la tiranía, la opresión bestial de las conciencias y empuñando una vez más el fusil dio el grito de guerra en la misma hacienda que lo viera dedicado al trabajo honrado y productivo.

Conociendo la amistad que unía a Fortino con el rebelde, las autoridades empezaron a desconfiar de aquel, temiendo que siguiera el camino de “su compadre”.

Fortino comprendió la gravedad de la situación, tomó violentamente “el tren de México” y ya en la capital, manifestó al Secretario de Guerra que reprobaba la actitud del nuevo revolucionario y le ofreció entregarlo a las fuerzas del Gobierno en cuanto pudiera vender su cosecha que, según dijera, era con lo único que contaba para sostener a “su numerosa familia”.

Fortino volvió a la tierra, vendió como lo había ofrecido su cosecha, mandó a su mujer y a su hijo a otra población lejana, destruyó la humilde casa testigo de muchas horas dichosas y sobre las ruinas de ella colocó un gran cartel con esta inscripción: “aquí se desconoce al Gobierno”.

En seguida ensilló su caballo, requirió su máuser, arengó a sus amigos invitándolos a la lucha por la libertad, y haciendo a un lado todo: intereses, familia, hogar, la misma vida, dio el grito de insurrección: ¡Viva Cristo Rey!

Y acompañado de sesenta hombres buscó un baluarte en la montaña que lo había visto nacer…

 

N. de R. - El hecho es  histórico. Fortino pelea en el Estado de Guanajuato y su compadre es el general Gallegos.

 

Pujidos de beata

 

Pujidos de beata llamó el señor general Calles a los clamores de protesta que en todo el país se levantaban contra la aplicación de las tiránicas leyes antirreligiosas; dentro de una denominación tan vulgar, tan baja, tan impropia de un presidente de la República, quedaron comprendidas las voces de tantas y tantas personas de bien, honradas y dignas, que pedían libertad para sus conciencias, libertad para su pensamiento, libertad para educar a sus hijos de acuerdo con sus propias convicciones, libertad, en una palabra, para vivir conforme a los Mandamientos de Dios y de la Iglesia.

Pujidos de beata eran, según el general Calles, lo mismo, ocursos que firmaban los dos y medio millones de creyentes, -casi la totalidad de las gentes que saben escribir en México- que los artículos bien razonados y mejor fundados de hombres de sólido prestigio intelectual publicados en los mejores diarios de la metrópoli y de los Estados.

Pujidos de beata eran también las plegarias que, en la paz de los santuarios, elevaban a Dios las almas buenas, rogándole se apiadara de los mexicanos y enviase la luz de la verdad al perseguidor, para mostrarle como a Pablo, a la claridad de ese divino faro, el Camino de Damasco…

El general Calles sentía un olímpico desdén hacia los pujidos de beata; no podía tomarlos en consideración y no los tomó. En este, como en muchos casos, siguió adelante por el camino que se había trazado. Por algo ha dicho Marcosson, el famoso periodista norteamericano: “El presidente de México es un pedazo de granito humano, sin preparación intelectual para gobernar”.

Sin embargo, el señor general Calles también ha pujado como cualquier beata clásica…

Olvidándose, probablemente de sus discursos, que nosotros llamaríamos mejor “habladas” de toda una vida de ateísmo inconcebible; de una existencia feroz, al sentirse inseguro en la silla presidencial, no ha vacilado en escribir una carta bien que bien pudo haber salido de la pluma de una beata candorosa y vulgar sugestionada por las prédicas del clero obscurantista y malévolo.

Nos referimos a la carta que el general Calles ha enviado al senador William E. Borah, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado Norteamericano y defensor decidido del callismo, gracias al prestigio azteca, que en el lenguaje financiero significa mucho, muchísimos gramos de oro puro, ¡acuñados por la Casa de la Moneda Mexicana!

“Quiera Dios que estos datos puedan servirle de algo” dice el general Calles en su carta.

¿No encierra esta frase, según el criterio del prócer de agua Prieta, un verdadero pujido de beata? ¿No estamos en lo justo al decir que la epístola en cuestión bien pudo haber sido escrita por la pluma, llena de arcaicos prejuicios, de una beata clásica?

¡Ah, señor Calles, nada castiga Dios tanto como la lengua!

           

Corrido popular

 

Al Turco inicuo y odiado / de “criterio filosófico” / y vida desarreglada / se lo lleva / se lo lleva / ¡se lo lleva…la trompada! / Por sus odios de chacal / y política endiablada / nos quitó “la Soledad” / pero ahora se lo lleva / ¡Se lo lleva… la trompada! / También a su hija Ernestina / muchacha desenfrenada / con todo y su carnaval / ¡se la lleva… la trompada! / Y al traidor Patriarca Pérez / con su iglesia reformada / y sus misas con jorongo / se lo lleva / ¡se lo lleva… la trompada! Y a Morones y a Alvaritos / con sus “niñas” rejuntadas / y tantos escandalitos / se los lleva / se los lleva / ¡se los lleva…la trompada!

           ¿Se aproxima el fin del mundo?

             -Qué le parece a usted don Silvio,- me dijo el otro día una vieja placera, que tiene sus ribetes de protestante, porque es asidua tertuliana de las pláticas del reverendo de Nuevo México -¿Qué le parece a usted que yo creo que ya se llegó el fin del mundo?

            -¿Por qué me dice usted eso doña Mariana?-

            - Pos, porque la Sagrada Biblia dice que cuando llegue el fin del mundo, ha de volver Elías a la tierra-

            -¿Y qué con eso?

            - Pos que ahora nos encontramos con Elías hasta debajo del petate. Vea usted, Elías está en la silla presidencial. Elías es ese cónsul de Nueva York, que les estaba armando allá una revolución bolchevique y que ha enojado a nuestros primos. Elías Guilebando es el director general de las aduanas de la República. Hay Elías en otros varios puestos del Gobierno… ¡Vaya! Que ni aquel don Panchito el de Parras, que nos trajo toda una maderería, para el gobierno tenía tantos de su nombre, como este Elías, que ahora se ha trepado a la silla del Palacio Nacional. ¡Nada! Lo que yo digo; ¿Ya vino Elías?  Luego, ya se llegó el fin del mundo.

            - Tranquilícese usted doña Mariana. Eso que usted dice se llama “nepotismo” y es hijo legítimo de la tiranía. El nombre de Elías en efecto, es nombre de mal agüero o de bueno, según se mire. Cuando venga el profeta Elías, será porque ya se va a acabar el mundo. Pero el Elías que nos ha venido,  anuncia otra cosa, que ya se llega y muy pronto: el fin del régimen revolucionario de Agua Prieta que tanto nos ha fastidiado. 

 

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