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La fe en santo Tomás de Aquino

Pbro. Francisco Valentín Zárate Pérez[1]

 

El pasado 7 de marzo se cumplieron 750 años de la muerte

del Doctor Angélico, columna fundamental del saber

filosófico teológico, y ejemplo

de intelectual creyente.

 

Santo Tomás de Aquino sigue iluminando hoy la reflexión de la fe de la Iglesia. Su obra es una referencia obligada para quien quiere profundizar en los contenidos de la doctrina. En medio de los desafíos que nos plantea el secularismo, la enseñanza de santo Tomás brilla con una actualidad supratemporal, profunda e intrínseca, características propias de la verdad[2].

 

Para santo Tomás la fe es una virtud infusa por Dios, que en armonía con la razón, es necesaria al hombre para alcanzar la salvación.

 

1. Naturaleza de la fe

 

Basándose en la carta a los Hebreos 11,1 «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven», Santo Tomás define la fe como “la convicción de lo que no vemos.” Con estas palabras diferencia la fe de cualquier otro acto del entendimiento: al decir “convicción” distinguimos la fe de la opinión, de la sospecha y de la duda; al decir “de lo que no vemos” la distinguimos de la ciencia, que nos muestra las cosas claramente[3].

Para santo Tomás, la fe es una virtud del entendimiento. Es virtud porque ordena al hombre a su último fin. Es del entendimiento porque el objeto de la fe es la verdad, que propiamente pertenece al entendimiento[4].

Pero santo Tomás subraya el valor teologal de la fe, que es “luz infusa por Dios” y trasciende la inteligencia natural hacia el conocimiento sobrenatural. Dios es el factor principal que mueve la voluntad a adherirse a la revelación, pero al hombre le toca tanto buscar como asentir a esta revelación[5]. De aquí se deduce que la fe implica una certeza basada en la voluntad y no en la comprobación objetiva[6].

 

2. Fe y razón

 

Benedicto XVI decía que vivimos en una época que se caracteriza por el pensamiento débil. Sería ilusorio pensar que ante una razón debilitada la fe será más incisiva: al contrario, ésta se reduce a mito o superstición[7], porque la revelación no suple la razón; en palabras de santo Tomás, «la gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona»[8].

Para limitar las pretensiones de la razón, santo Tomás echa mano del principio aristotélico de que “nada hay en el intelecto que no haya pasado por los sentidos”, así, aunque la sola razón puede elevarse hasta Dios, sólo lo hace partiendo de las creaturas, y aunque nos descubre la existencia de Dios como causa primera, no nos revela misterios más profundos, como su ser trinitario[9]; no es que en tales misterios no haya luz, sino que es demasiada para la capacidad de la razón, como cuando el hombre mira al sol y se ciega momentáneamente y sólo ve tinieblas, pero nadie dirá por eso que el sol es oscuro; sólo la fe nos permite contemplar esa luminosidad de Dios[10].

 

En general, santo Tomás propone tres maneras para llegar al conocimiento racional de Dios[11]: en la primera, por la causalidad, partimos de los seres creados para llegar a Dios; en la segunda, por la remoción de imperfecciones, excluimos todas las que existen en las creaturas y llegamos a Dios; en la tercera, por la vía de la excelencia, atribuimos a Dios en grado eminente, absoluto y simple, todas las perfecciones de las creaturas.

Para santo Tomás, razón y fe se complementan; la razón auxilia a la fe de tres modos: primero, demostrando las verdades necesarias a la fe misma, como la existencia de Dios, pues no podemos creer en Él si no sabemos que existe; segundo, la razón aclara las verdades de la fe mediante la analogía; tercero, la razón puede rebatir las objeciones contra la fe[12]. Inversamente, la fe auxilia a la razón en cuanto que la libra y defiende del error y le proporciona muchos conocimientos[13].

 

3. Necesidad de la fe

 

El fin último del hombre es Dios, y Dios excede la comprensión humana, por tanto no nos puede satisfacer la sola investigación racional, por lo cual: la revelación es absolutamente necesaria para conocer las verdades sobrenaturales, y la fe es absolutamente necesaria para asentir a estas mismas verdades[14].

La necesidad de la fe es evidente porque el conocimiento racional de Dios presenta muchas dificultades, y aunque la razón puede alcanzar ciertas verdades por sus solas fuerzas, llegar a Dios a través de las creaturas no es un camino fácil[15].

 

Santo Tomás explica que sin la vía de la fe muy pocos hombres conocerían a Dios, por tres motivos: primero, la mayoría de los hombres estarían impedidos para llegar racionalmente a Dios por su mala disposición física y espiritual, sus preocupaciones temporales y por la pereza; segundo, quienes llegaran a las verdades naturales sobre Dios, lo habrían hecho sólo después de mucho tiempo, a causa de la madurez y el abundante conocimiento previo que se requiere; tercero, estos pocos hombres maduros poseerían esta verdad mal, y con gran incertidumbre, porque es común que la falsedad se mezcle en la investigación racional, pues los sabios a veces enseñan verdades contrarias, y entre muchas verdades demostradas se introduce de vez en cuando algo falso, que se acepta por probabilidad o porque es un sofisma[16].

A todo esto hay que añadir las deformaciones intelectuales y morales: sería raro que alguien que lleva una vida de corrupción, buscara y encontrara  por la sola razón, a un Dios que cuestione su conducta.

Por lo tanto, santo Tomás concluye que «fue conveniente presentar a los hombres por la vía de la fe, una certeza fija y una verdad pura de las cosas divinas»[17], para que pudieran creer en Dios firmemente desde el principio.

 

Conclusión, la fe vivida en santo Tomás

 

La última y principal enseñanza que santo Tomás nos da respecto a la fe, no la encontramos en las páginas de sus libros, sino en las páginas de su vida, pues supo unir la doctrina con la piedad, la erudición con la virtud, la verdad con la caridad[18]. Él mismo confesó que la oración era la principal fuente de su saber[19].

Su fe se manifestó en toda una vida de entrega a Dios, principio y fin de su enorme trabajo. Su saber le acercó más a la grandeza divina, por lo que al final de su vida todo lo que había escrito le parecía paja.

La fe de santo Tomás lo llevó a buscar a Cristo por encima de todo; en la imagen que de él guarda la biblioteca del Seminario de Guadalajara, cerca de su corazón están escritas en latín las palabras de un dialogo escuchado a escondidas por fray Domingo Caserta de Nápoles, en el que del crucifijo salió una voz que decía: «Bene scripsisti de me, Thoma, quam mercedem postulas?» «Tomás, has escrito bien de mí: ¿qué merced pides?», el santo respondió: «Non aliam nisi Te, Domine» «No otra cosa sino a ti, Señor»[20].

 

BIBLIOGRAFÍA:

Abbagnano, Nicola, Historia de la Filosofía, I, Barcelona 1994.

Benedicto XVI, La razonabilidad de la fe en Dios, catequesis del 21 de noviembre de 2012.

Forment, Eudaldo, Historia de la filosofía medieval, Madrid 2005.

Forment, Eudaldo, Id a Tomás, Navarra 2005.

Martínez Puche, O. P., José Antonio, Diccionario Teológico de Santo Tomás, Madrid 2003.



[1] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2014, presta su servicio en la parroquia de Santo Cura de Ars.

[2] Cf. Eudaldo Forment, Id a Tomás, 33.

[3] Cf. José Antonio Martínez Puche, O. P., Diccionario Teológico de Santo Tomás, 337.

[4] Cf. Ibidem, 338.

[5] Cf. Eudaldo Forment, Id a Tomás, 8.

[6] Cf. Nicola Abbagnano, Historia de la Filosofía, I, 460.

[7] Cf. Eudaldo Forment, Id a Tomás, 9.

[8] Nicola Abbagnano, Historia de la Filosofía, I, 458.

[9] Cf. Ibídem, 459.

[10] Benedicto XVI, La razonabilidad de la fe en Dios, catequesis del 21 de noviembre de 2012.

[11] Cf. Eudaldo Forment, Id a Tomás, 83.

[12] Cf. Nicola Abbagnano, Historia de la Filosofía, I, 458-459.

[13] Cf. Eudaldo Forment, Historia de la filosofía medieval, 277.

[14] Cf. Eudaldo Forment, Id a Tomás, 80.

[15] Cf. Ibídem, 80.

[16] Cf. Ibíd., 81.

[17] Santo Tomás de Aquino, Summa Contra Gentiles, I, 4

[18] Cf. Eudaldo Forment, Id a Tomás, 3.

[19] Cf. Ibídem, 35.

[20] Cf. Eudaldo Forment, Id a Tomás, 22.



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