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La ciudad y su Catedral:

la convivencia entre el Cabildo Eclesiástico,

el Cabildo Edilicio y la Real Audiencia en Guadalajara

en torno al espacio público

Mariana Zárate[1]

 

Gracias a las aportaciones de los miembros del cabildo catedralicio tapatío,

en los años que van de 1700 a 1721 –lapso de tres gestiones episcopales–,

se construyeron en Guadalajara un santuario, capillas y varios colegios;

la ciudad giraba, se podría decir, en torno a un orden levítico.

Sin embargo, la preeminencia de este selecto grupo de personas

en las actividades politícas y económicas de la ciudad

funcionó como eje transversal a la vida pública

y al uso del espacio público urbano cómo ágora.

Eso aborda y explica el texto que sigue.[2]

Introducción

 

Guadalajara recibió el título de ciudad en 1538 y en 1560 el de capital del Reino de la Nueva Galicia y por ende, sede de la Real Audiencia y del obispado compostelano, que en lo sucesivo y para siempre será ya guadalajarense.[3]

Por otro lado, al tiempo de su establecimiento en el valle de Atemajac, la ciudad, bajo el régimen de ‘república de españoles’ (sujeta, pues, a un orden jurídico de propiedad privada y gravámenes fiscales), quedó tachonada de forma simultánea con las ‘repúblicas de indios’, que a partir de 1542 la cercaron por sus cuatro vientos y a la postre, en el siglo xviii, se incorporarán a su Ayuntamiento en calidad de barrios: San Miguel de Mezquitán al norte, San Juan Bautista de Mexicaltzingo al sur, San José Analco al este y Santa Ana Xonacatan al oeste.[4]

De la subdivisión en barrios, que no fueron pueblos de indios pero quedaron al filo de sus linderos, el pionero de todos fue, desde el siglo xvi, el que pasará a denominarse de San Juan de Dios al tiempo que su hospital y capilla de la Santa Veracruz queden bajo la competencia de los religiosos hijos del santo portugués, que se extenderá al populoso mercado, al vecindario y hasta al riachuelo que servía de frontera oriental a la ciudad, que además de ubicarse en la desembocadura del camino real de México lindaba al sur con el pueblo de indios de Analco.[5] A modo de isla mayor en un archipiélago, circundaron la capital muchas otras comunidades de idéntica índole, como Santiago de Tonalá, San Pedro Tlaquepaque, Zapopan y San Antonio de Tlajomulco, sólo por mencionar las que a partir de 1812 se convertirán a su vez en Ayuntamientos.

La condición de asiento oficial de las instituciones de gobierno central en el Reino hizo a Guadalajara, desde la segunda mitad del siglo xvi, la esfera de la justicia temporal y espiritual en una comarca dilatadísima, la brújula del gobierno civil y eclesiástico en cuestiones tan ejecutivas como las relacionadas con la aplicación de las leyes y sanciones o de segunda instancia para demarcaciones tan distantes de ella como lo fueron la Nueva Vizcaya, el Nuevo Reino de León y las provincias de Sinaloa y las Californias, que además formaron parte del obispado casi hasta las postrimerías de la dominación española.[6]

 

1.    Gobierno y población en Guadalajara a inicios del Siglo de las Luces

 

En el marco de su tiempo, la participación social de las corporaciones civiles y eclesiásticas fue ganándose un lugar en la vida pública, y su podio principal o más vistoso sólo podía ser el espacio congregacional más dilecto, el catedralicio y casi a la par suyo, el de los espacios públicos que circundaban este monumento en esas parafernalias de la vida que eran entonces las procesiones públicas.

No deja de ser curioso que a comienzos del siglo xviii, cuando la ciudad contaba ya con 10,000 habitantes la única parroquia seguía siendo la de el Sagrario de la Catedral, que despachaba sus diligencias en una diminuta capilla en el interior del recinto.

En lo civil, la ciudad, divida en barrios, apelaba a la referencia del ámbito corporativo más destacado de su entorno –religiosos casi todos–, para reconocerse de los otros. Todos ellos, por otra parte, incluso los monasterios femeninos, estaban interconectadas con el pueblo a través de sus templos.[7]

Los conventos masculinos de 1710 eran los de los franciscanos al sur, los juaninos y los agustinos al este, los jesuitas y los betlemitas en el centro y los dominicos al norte; los femeninos de Santa María de Gracia –en cuyo interior funcionaba un colegio de niñas, el de San Juan de la Penitencia– al oriente y los de Santa Teresa y de Jesús María al oeste.

Las corporaciones educativas de este momento fueron el Colegio de Santo Tomás, de la Compañía de Jesús –adicionado ya para entonces por el Colegio Seminario de San Juan Baustista–, el Seminario Conciliar a partir de 1699 y no mucho después de este año el Colegio de Niñas de San Diego, contornos estos que requirieron recintos cuyas dimensiones se fueron ensanchando a costa de absorber dos o más manzanas en un trazo urbano que desde el principio se trazó con planta de damero.[8]

El punto central de la ciudad fue la catedral, que tuvo tres sedes provisionales antes de la definitiva, y la Plaza Mayor, con sus dos ubicaciones, de 1542 a 1572 la una y cabe a ella la sede parroquial de San Miguel Arcángel –y luego catedral provisional– y las Casas de Cabildo, que terminará denominándose de San Agustín por el santo patrono de los frailes del Colegio de San José de Gracia que allí se establezca en su viento sur al tiempo que se muda al sudoeste y para siempre la otra, donde a su vera y en las postrimerías del siglo Ilustrado, se alzarán las señoriales Casas de Gobierno.

Además de actividades sociales y administrativas, la Plaza Mayor tapatía las tuvo también religiosas y lúdicas, pues durante muchísimos años con ella colindó, al noroeste, el camposanto de la Catedral y en su interior el tablado para las corridas de toros en las fiestas públicas, de modo que por su causa le circularon los portales del comercio o, en el caso de San Agustín al este los mesones de la calle Real o los aguadores en la pila de la de Santo Domingo al norte –cerca de la cual pasará después la Plaza de Toros–.[9] Añádase a lo apenas dicho el uso de los espacios públicos al ritmo de un calendario que se modeló de forma muy peculiar y la presencia ordenada en él de las corporaciones públicas.

 

Vida institucional y religiosa en Guadalajara

 

Así abocetado el espacio urbano, analicemos ahora la relación entre la sociedad neogallega de inicios de siglo de las Luces y sus códigos de apropiación relacionadas con el uso de las calles en cuanto escenario de la parafernalia sagrada en las solemnidades de la Iglesia universal, en las locales y en las invocadas por el Trono, en las que debían tomar parte, con sus insignias y atuendos, los miembros de las hermandades que se fueron creando para dar satisfacción y cauce institucional a la necesidad humana de asociarse con fines lícitos y útiles.[10]

La participación intensa y activa en la gestión y resolución de causas administrativas, judiciales y eclesiásticas que le dio su rango y vocación a Guadalajara  respecto a otras ciudades en el Nuevo Mundo le fue nivelando con la de la capital del virreinato.[11] Ese paralelismo se irá decantando en ese lapso según se consolide, también, desde la ciudad de México el control del culto guadalupano por la mediación de la Real Colegiata de Guadalupe (1749) y el civil luego de la promulgación de Real Ordenanza de Intendentes (1786).

A este respecto, nos preguntamos ahora cuáles, entre los tapatíos, los actos religiosos que al iniciar el siglo ilustrado se apoderaban de las calles y plazas, y a quien correspondía regular el orden de las precedencias en un conglomerado donde el pundonor en ese rubro seguía siendo de los más palpable.

Nada ajeno a lo apenas insinuado, el origen y formación académica de los oidores de la Real Audiencia de la Nueva Galicia –salmanticense en buena medida– sirvió también, como señala Thomas Calvo, “como una amalgama privilegiada para unificar esta administración y darle un espíritu corporativo capaz de trascender las fisuras peninsulares-criollos”.[12]

Ahora bien, siendo esta ciudad el lugar donde despachaban los dos gobiernos las cuestiones terrenales y eclesiásticas de la Nueva Galicia, démosle su lugar a lo que también fueron esas instituciones: pequeños grupos de funcionarios que interactuaban de forma mutua y hasta en no pocos casos tensa y en muchísimos otros en abierta gestión de proyectos de gobierno de altísimo impacto social, en particular en el educativo y el de asistencia pública.

Añádase a lo apenas dicho que estos funcionarios de toga y sotana estaban igualmente articulados entre sí y con los grupos de fuerte ascendencia en otras ciudades por vías tan diversas como complementarias: nexos familiares, relaciones de negocios o matrimonios, originando con ello una amplia red asentada en el estatuto social fundado en los caudales acumulados, el linaje de abolengo, los títulos nobiliarios gestionados ante la Corte, el sitial en una corporación de fuerte arraigo, la fecundidad de los recursos naturales de una comarca y su trasformación e intercambio en una capital como Guadalajara.[13]

No nos interesa aquí debatir si la élite novogalaica siguió o buscó separarse de los patrones económicos y políticos que caracterizaron a las demás élites novohispanas tanto como rescatar qué matices y diferencias de estos núcleos respecto a otros en todo semejantes. En este estrato en el que figuran los miembros del cabildo eclesiástico, comerciantes o mercaderes, los hacendados y mineros en confluencia con los oidores de la Real Audiencia de la Nueva Galicia y los miembros del cabildo civil y del cabildo eclesiástico.[14]

Asentemos, cómo fue que la existencia de una oligarquía que circuló el espacio urbano de la Catedral de Guadalajara le convirtió también –como ahora lo es en su calidad de corazón de la Cruz de Plazas– en las manecillas de un reloj de festividades públicas desde el calendario litúrgico hacia fuera y de retablos y cultos específicos desde dentro, derivando de la mancuerna oligarquía local – cabildo catedralicio, consecuencias relevantes a lo relativo a fiestas públicas y obras materiales.

Aquí nos interesa, anticipamos, relacionar tanto el mecenazgo a estos cultos marianos por parte de los miembros de las élites locales con un propósito tan universal como consolidar simbólicamente la salvación eterna como con otro tan específico como para hacerlo también una manifestación pública de obediencia y vasallaje al soberano –a la monarquía borbona en este caso–.[15]

De lo anterior deriva también –y no lo dejaremos en el tintero–, el caso de desavenencias y falta de entendimiento entre los cofrades fueron puestos bajo la competencia resolutiva del cabildo eclesiástico.[16]

 

2.    La sociedad neogallega y su campo de acción.

 

Como en otras catedrales del Nuevo Mundo edificadas en la esfera hispánica en fechas tan tempranas como la de Guadalajara a partir de 1548, a su modelo de patrocinio le será timonel o factor decisivo el cabildo eclesiástico, sirviendo de filtro y no raras veces hasta de protagonista, para presentar a los patrocinadores de obras ante este cuerpo colegiado.

Este grupo, sometido a la jurisdicción o competencia del cabildo eclesiástico bajo el rubro de fundación pía estaba compuesto por aquellos miembros de arraigo añejo o no tanto del vecindario citadino. Cuando un grupo optaba por patrocinar una corporación de esta índole, menester le era constituirlo con personas que además de arraigo poseyeran solvencia e ingredientes en común que facilitaran enlaces de tipos tan diversos como los lazos de sangre o de giros e intereses materiales compartidos que se verían cohesionados merced a estas adscripciones institucionales o corporativas, como lo fueron las cofradías.[17]

La relación así aglutinada justificaba el ascenso discreto pero bien encausado en la pirámide social, la conservación y aumento del patrimonio de una familia y el reconocimiento de los gremios ante los responsables de la autoridad suprema de la Nueva España. Durante los primeros cincuenta años del siglo xviii –tal como se había practicado desde el siglo anterior, a tan selecto grupo cupo, pues, la gestión de proyectos de índole social con motivaciones religiosas en Guadalajara, los cuales convirtieron la Plaza Mayor en ágora y tribuna para exhibir su hegemonía y bruñir su ascendencia.

Con tal entretejido social planteamos aquí el modo en que las instituciones gubernamentales con sede en Guadalajara pasaron a ser una suerte de superposición “de los diversos ordenamientos jurídicos y sistemas políticos” existentes en esta porción del trono español.[18]

Por lo demás, la presencia y conciencia de los descendientes de peninsulares que desde los primeros años del siglo xviii se dieron cita o fueron ocupando un lugar en los cuerpos colegiados más calificados, los cabildos civil y eclesiástico, terminó siendo un fiel a la balanza de las decisiones de gobierno que desde la ciudad impactaron a una dilatadísima comarca, la del reino y la del obispado.

Los integrantes de ambos cabildos, de forma gradual y a ratos imperceptible, fueron alojando en su seno a este tipo de personas –las seguiremos aquí calificando, a tenor del esquema de castas entonces usado, como criollos–, que para 1700 tan sólo en el cabildo eclesiástico tres capitulares eran novohispanos, los canónigos Jacinto Olivera Pardo, Juan Arriola Rico y Diego de Salazar,[19] que no podrán ser ajenos o distantes a una situación tan delicada como la señalada por el historiador Thomas Calvo, en 1700 Alonso de Cevallos en el Cabildo civil de la ciudad: que la crisis social y económica del reino la causaba “la usura y el desorden monetario” como consecuencia tangible de la falta de moneda.[20] A su vez, a ello derivaba, a decir del dictaminador apenas aludido, a la ausencia de flujo capital, al elevado número créditos que otorgaba la Iglesia con intereses mínimos y a los pocos diezmos que eran cubiertos por sus acreedores.

Agudizaba esta crisis de circulante el declive de su fuente tradicional de flujo de capitales, la compra y venta de ganado mayor y menor, que vino a menos desde los últimos años del siglo xvii, debido a los caprichos del temporal que trajo consigo una crisis en el erario que afectó directamente la haceduría catedralicia, y más cuando en 1699 el Papa autorizó al rey recibir

 

el quinto de todos los ingresos de origen eclesiástico de su Iglesia de América [de modo que] entre 1700 y 1709, esta medida fue, al menos, aplicada en toda la Nueva España y, dada la firmeza del nuevo monarca ahora un Borbón, probablemente también en Perú.[21]

 

Por lo que nos encontramos en un momento de crisis que duró al menos una década.

En respuesta a lo apenas señalado, Toribio de Solís, presidente de la Audiencia de Guadalajara, documentando el caso con el informe del fiscal Juan Picado Pacheco, hizo saber al Consejo de Indias, en 1709, que los clérigos de por acá “hacían arrendamientos de los diezmos del obispado sin pagar alcabala, circunstancia que el propio obispo mandó corregir, aunque no lo hicieron”. [22]

 

3.    El cabildo eclesiástico de Guadalajara a comienzos del siglo xviii

 

Los sitiales del cabildo catedral novogalaico durante la primera década del siglo xviii en tiempos de don Diego Camacho y Ávila –en 1710 para ser exactos–, eran borlados claustros universitarios y algunos, por oficio, tenían el título supremo de doctores.[23] Sus nombres, en esta fecha eran: Jacinto Olivera y Pardo, deán, Antonio de Miranda, arcediano, Francisco Martínez de Tinoco, chantre, como Racionero Salvador Jiménez Espinosa de los Monteros y las canonjías las ocupaban Juan Arriola Rico, Diego de Salazar, Tomás Zapata de Gálvez y Pedro Hipólito de la Parra.[24]

Si inferimos que en aras de ordenar el desfalco de la diócesis, la gestión del Arzobispo–obispo de Guadalajara don Diego Camacho y Ávila (obtuvo el palio como mitrado de Manila antes de pasar a Guadalajara). Desde el inicio de su gestión en 1708 advirtió que la fábrica material catedralicia se hallaba en mal estado y urgía aplicar de los fondos de la Caja Real 15,000 pesos para su reparo,[25] no menos elocuente viene a ser lo que por él mismo sabemos a propósito de los malos hábitos de los prebendados, de la ausencia de los frailes doctrineros en las cabeceras de sus parroquias y de las deudas acumuladas en los obvencionarios parroquiales por falta de pago a los aranceles autorizados.[26]

Cuando el sucesor de Camacho, Fray Manuel de Mimbela y Morlans, ciño la mitra tapatía en 1714, la diócesis neogallega había pasado por una sede vacante de quince meses, que cubrió como Gobernador el Deán Jacinto de Olivera y Pardo hasta que tuvo noticia de su presentación como obispo de Chiapas en 1713; le suplió don Antonio de Miranda y Villaizán, como déan los pocos días de su vida, pues falleció en mayo de 1713.[27] Como un ingrediente particular a partir de este mandato [el de Mimbela, que va de 1714 a 1721], los capitulares guadalajarenses tendrán por vez primera en la historia y ya nunca la perderán, mayoría de novohispanos y, además, conscientes de su responsabilidad con las dinámicas políticas y sociales de la ciudad y del Reino.

Este contexto es el que facilitó a las asociaciones de fieles laicos que hemos mencionado gestar proyectos devocionales desde advocaciones marianas y devociones particulares que se irán apropiando de las capillas muros perimetrales de la Catedral tapatía y hasta datos tenemos para colegir que a partir de 1714 el cabildo eclesiástico tuvo ante sí la necesidad de promover ciertas advocaciones marianas, muy del ámbito local. Cuánto pudo influir ya en esta generación que había leído a Francisco de Florencia y los tres novohispanos que la integraban. Y no menos relevante a lo apenas dicho nos parece ser que en las cuatro canonjías restantes hubiera dos novohispanos y dos peninsulares que por ascenso escalafonario ocuparán, a la vuelta de algunos años, las principales.

A partir del año de 1710 podemos observar el ascenso de diversos prebendados que hicieron una carrera dentro del cabildo neogallego. Por ejemplo, Salvador Jiménez de los Monteros a quien se le nombró Racionero de la catedral de 1701 a 1713 y ese año recibió el nombramiento de Arcediano del cabildo hasta su muerte. Caso similar de movilidad social fue el del canónigo Pedro Hipólito de la Parra que fue nombrado Racionero en 1715, en 1717 volvió a tomar una canonjía, el siguiente año se le volvió a nombrar Racionero de la catedral hasta 1721.

Hubo otros prebendados de origen americano como el Dr. Don Juan Arreola Rico, quien llegó a ocupar el deanato de la mitra neogallega, y antes había estado en una canonjía de 1710 a 1716. Otra de las carreras notables dentro del cabildo eclesiástico fue la del prebendado Miguel Núñez de Godoy quien fue deán de la catedral de 1716-1720, y entró a cargo de una de las canonjías menores en 1713.

El continuo y rápido ascenso dentro del cabildo también nos señala el momento que estaba consolidándose como una institución que regía la vida espiritual de la ciudad. Además, podemos observar a la catedral neogallega como un espacio de movilidad social para sus prebendados, ya que en algunos casos estos tuvieron una profesionalización bastante relevante, tal sea el ejemplo del novohispano Don Jacinto de Olivera y Pardo que se le llamó a tomar posesión de la diócesis de Chiapas en 1713.[28]

Estos casos nos permiten afirmar lo siguiente: los prebendados tuvieron una esfera de influencia que desarrollaban en pocos años para lograr promoverse hacia otros cabildos. Esta esfera de influencia se expandía conforme iban ascendiendo de forma social y económica dentro de la ciudad. Tal fue el control de los novohispanos sobre este cuerpo colegiado que en 1736 llegaría a gobernar la mitra de Guadalajara el tapatío Juan Leandro Gómez de Parada, mientras que el deanato estaba a cargo de su hermano, Ginés Gómez de Parada. Con este último ejemplo es visible el origen y asenso de los novohispanos en este cuerpo colegiado además de controlar y tomar decisiones importantes en torno a la vida religiosa de la ciudad.

Algunos de estos personajes estaban inscritos en las cofradías y hermandades de la catedral, que eran uno de los puntos de encuentro entre el clero secular y la sociedad. Era aquí donde confluían los grupos anteriormente mencionados. Y era en la parte de la parafernalia pública donde se representaban como corporación. Por ello, como uno de los últimos aspectos a considerar dentro de la configuración religiosa de la ciudad, los cultos religiosos y las fiestas que se organizaban en el espacio público.

 

4.    Los cultos locales de la ciudad de Guadalajara a inicios del siglo Ilustrado

 

El espacio que circundaba a la Catedral era donde se desarrollaban gran parte de las fiestas religiosas en las que participaban las autoridades locales. Entre las celebraciones públicas más importantes de la ciudad se contaban las de Semana Santa, la del Corpus Christi, la del Arcángel San Miguel, la de San Clemente, la de San Martín de Tours (patrono jurado contra las hormigas en 1713 por acuerdo de ambos cabildos),[29] promovida por Fray Manuel de Mimbela, quien mandó edificar a su costa un altar colateral contiguo al de la Virgen de Guadalupe sobre la nave del evangelio. En el ámbito civil, las juras reales al tiempo de la entronización del nuevo soberano a costa de los cabildos civil y eclesiástico; las fiestas para agradecer el nacimiento de los miembros de la familia Real por el “feliz parto de la Reyna”; a partir de 1708 también por la Reina y la infanta y el feliz parto de la Reina.[30]

Desde principios del siglo xvii en las rúbricas implementadas las autoridades del cabildo local iban en pos del Pendón Real resguardado en las casas del Ayuntamiento en tanto emblema del poder regio y en pos de ellos los miembros de las corporaciones piadosas de fieles laicos, sin excluir las de los pueblos de indios de Analco y Mexicaltzingo, de modo que las procesiones públicas terminaran en el interior de la catedral.[31]

Además de las ya señaladas, se acentuaron o implementaron las de la Pascua de Navidad y la de la Virgen de Zapopan a partir de 1734 cuando se le nombró Patrona de la ciudad,[32] cerrando con ello la configuración devocional de la ciudad episcopal en torno a su catedral.

Añadamos, finalmente, cómo desde el siglo xvii tenemos noticias de caudales acumulados en torno a santuarios diocesanos y cultos locales, como lo fue en Guadalajara, con diversos matices, los cultos marianos y al calor de ellos retablos y templos en la ciudad (como el de Nuestra Señora de la Soledad) sostenidos por los agremiados a una hermandad de ese título.

Una monarquía confesional católica como la de España cerró, después del Concilio de Trento, su parafernalia más abigarrada en la exaltación del Sacramento de la Eucaristía, de modo que la procesión del Corpus Christi, a costas del Cabildo catedral, fue la más rumbosa, para lo cual incluía danzas, comedias, máscaras y la procesión, que discurría bajo un toldo riquísimo como jamás lo hubo luego.[33]

 

Conclusiones

 

·      De 1618 hasta mediados del siglo xix, la Catedral y el espacio contiguo a ella tuvo el rango urbano más eminente para un escenario confesional en el que la vida pública de los tapatíos giraba alrededor del vínculo peculiar entre el altar y el trono operativo en ese tiempo, abonando lo anterior la presencia y participación de las corporaciones y gremios de esta sociedad estamental.

·      En razón a lo apenas dicho, el uso, ocupación y control del espacio que cercaba la catedral tapatía fue foco de tensiones sociales en estos grupos, contendientes, por otro lado, en intereses de cuestiones menos religiosas y más económicas y políticas.

·      Limar tales asperezas fue competencia de una corporación que sólo por administrar la cuarta parte de los diezmos de la diócesis era importantísima, el Capitulo Catedralicio,[34] atento siempre –como en los tiempos de la cristiandad europea medieval– respecto a mantener el orden de precedencias en las procesiones públicas, las ya fijas en el calendario o las ocasionales, y en los asientos instalados dentro de la iglesia matriz para tomar parte en las solemnidades litúrgicas.[35]

·      Guadalajara tuvo desde 1538, incluso antes de asentarse en el Valle de Atemajac, por celestial patrono al arcángel San Miguel y a él se dedicó un altar en la nave norte y la torre de ese viento. La parroquia, convertida en Catedral provisional desde 1548 lo mantuvo en el candelero y a él se dedicó el lugar al tiempo de convertirse en el hospital de la ciudad en sus tres sedes.[36]

·      18872619-2.jpgLa Catedral definitiva se dedicó en 1618, al tiempo de cerrarse sus bóvedas y en 1660 dedicó su torre norte al Príncipe de las milicias angélicas, en tanto que la fiesta cívica propia de la ciudad fue, hasta 1821, el Paseo Real del Pendón. (Figura 1)[37]



[1] Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Morelia con maestría en Historia de México por la Universidad de Guadalajara, ha desarrollado investigaciones sobre la religiosidad novohispana, pintura, escultura religiosa del siglo xviii, comunidades religiosas y su relación con el poder eclesiástico. Agradezco a Tomás de Híjar sus observaciones, apuntes sobre el texto.

[2] La versión original de este ensayo se publicó en Espacios y fenómenos en la reconstrucción histórica: figuraciones sociales, políticas, culturales y materiales, Leticia Ruano Ruano (Coord.), Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2019.

[3] Por Cédula Real de 1560, Felipe ii dispuso el traslado de Compostela a Guadalajara de todo el cuerpo administrativo y jurisdiccional de la Audiencia y la Tesorería o Caja real del Reino de la Nueva Galicia, en consecuencia, también de la sede episcopal, que nunca residió allá. Ahora bien, decidirlo era competencia exclusiva del Papa. La Real Audiencia era un tribunal de casación pero también con facultades de gobierno y hasta de Chancillería, lo cual le facultó a hacer uso del sello real para sus actos protocolarios. Cf. Celina Becerra, “Servicio del Rey y de Dios: Institucionalización en el siglo xvi”, en Tomas Calvo y Aristarco Regalado (coord...), Historia del Reino de la Nueva Galicia, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2016, p. 279.

[4] De estas cuatro fundaciones la única que no perseveró fue esta última. Cf. Gutiérrez Alvizo, José Manuel, “Nuevos datos sobre el beneficio curado de Atemajac y los pueblos de indios de Zapopan”, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, enero del 2022, p. 65 ss. También: Elección y cambio de mayordomo (24.04.1669, Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (en adelante ahag), Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Subserie: Purísima Concepción, Caja 4, Exp. 24.

[5] Irma Beatriz garcía rojas, “Cuatro siglos de cartografía de un barrio. San Juan de Dios”, en Letras Históricas, No. 9, (otoño 2013 / invierno 2014): 255-260.

[6] Sobre la división territorial del Virreinato véase a Áurea Commons, Cartografía de las divisiones territoriales de México 1519-2000, México: unam, 2002, p. 30.

[7] Al respecto Thomas Calvo señala que “....hacia 1700 la ciudad en conjunto alcanzaba diez mil habitantes. Y continuó así porque en 1738 podían contarse unos quince mil tapatíos, habitantes de urbes y periferia. Para 1770 la capital pasó a contener 22 000 almas.” Cf. T. Calvo, “Una pastora y su rebaño en las praderas del tiempo: Catedral y Ciudad (siglos xvi- xviii)”, en Arturo Camacho (coord.), La Catedral de Guadalajara. Su historia y significados. T. i., Guadalajara, El Colegio de Jalisco, 2012, p. 107.

[8] José Refugio de la Torre Curiel y Laura Fuentes Jaime, “Fundaciones religiosas en el siglo xvii y xviii”, en Tomas Calvo y Aristarco Regalado (coords.), Historia del Reino de la Nueva Galicia, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2016, p. 517.

[9] Carmen Castañeda, “Cambios para la vida urbana de Guadalajara en 1790”, en Sonia Lombardo (coord.), El impacto de las reformas borbónicas en la estructura de las ciudades un enfoque comparativo: memoria del i Simposio Internacional sobre Historia del Centro Histórico de la Ciudad de México, México: Consejo del Centro Histórico de la Ciudad de México, 2000, p. 118.

[10] Especial relevancia tuvieron en esto último las asociaciones denominadas cofradías, cuya función pública consistía en administrar o demandar recursos en metálico o en especie para costear periódicamente los gastos de sus fiestas o actualizar y darle mantenimiento a sus espacios, como podía ser un retablo en el interior de la catedral o de alguno de los otros templos de la ciudad y caso del que se ocupa el libro “Que es bueno y útil invocarles: continuidad y cambio en las prácticas y devociones religiosas en Guadalajara, 1771-1900”, de Roberto Aceves. El Colegio de Jalisco, 2018.

[11] Jean Pierre Berthe, “Introducción a la Historia de Guadalajara y su Región” en José María Muriá (comp.), Lecturas históricas de Jalisco. Antes de la Independencia, Guadalajara, uned, 1976, 225.

[12] Calvo, Poder, religión y sociedad, óp. cit., p. 265.

[13] Frédérique Langue, “Las élites en América Española, Actitudes y Mentalidades (siglos xvi-xix),” en Anuario de Estudios Americanos, vol. 54, no.1, (1997), p. 199-228.

[14] David Brading, “Gobierno y élite en el México colonial durante el siglo xviii” en Historia Mexicana, Vol. 23, No. 4, El estado político mexicano (abril – junio, 1974), 1974, p. 625.

[15] De acuerdo con el Diccionario de Autoridades (1737) específica que patrocinio deviene del latín patrocinium / protectio, o favor. En el mismo Diccionario… refiere que “se llama por excelencia una fiesta que se concedió a las iglesias de España por el Papa Alexandro vii, a petición del Rey D. Phelipe iv. Poniendo sus Reinos de España debaxo del amparo, protección y patrocinio de Nuestra Señora. Celébrase esta fiesta en una de la Dominicas de noviembre, con oficio doble, y se gana indulgencia plenaria oyendo la misa mayor. Alcanzó de la Santidad de Alexandro vii, que se celebrase perpetuamente en España una fiesta particular a Nuestra Señora con título del Patrocinio”. Diccionario de Autoridades (1726-1739). ‘Devoción’, en Diccionario de la Real Academia Española.

[16] El rector y miembros de la cofradía tienen conflicto con los de Analco por el lugar que les tocó en las procesiones, no están de acuerdo, 05.05.1674, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Subserie: Nuestra Señora del Tránsito, Caja 20, Exp. 4.

[17] Para la relación de la élite de novogalaica con las instituciones en el siglo xviii, véase el texto de Carmen Castañeda, “Los vascos, integrantes de la élite de Guadalajara”, en Carmen Castañeda (coord.), Círculos de poder en la Nueva España, Guadalajara, ciesas, 1998, p. 167–182.

[18] Rafael DiegoFernández, “Reflexiones en torno al funcionamiento del aparato de Gobierno de la Monarquía Hispana a partir del estudio de caso de la audiencia de la Nueva Galicia” en Salvador Cárdenas Gutiérrez y Juan Pablo Pampillo Baliño (coord.), Historia del Derecho, México, Editorial Porrúa, 2012, p. 102.

[19] Méritos: Diego de Salazar, Jacinto Olivera Pardo, Juan José Arreola Rico, Archivo General de Indias (en adelante agi), Indiferente, 211, n. 78, 56, 20.

[20] Thomas Calvo, Guadalajara y su región en el siglo xvii: Población y economía, Guadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara, 1992, p. 312.

[21] Thomas Calvo, “Los ingresos eclesiásticos de la diócesis de Guadalajara en 1708”, en María del Pilar Martínez López–Cano (coord.), Iglesia, Estado y Economía. Siglos xvi al xix, México, unam, México, 1995, p. 49.

[22]“Fraude de arrendamiento de diezmos y pago de alcabala, agi, Guadalajara, 233, L. 1i, F.pR-10R, 8-15-1709.

[23] En el cabildo catedral con grado estaban Juan Arreola Rico, Pedro Hipólito de la Parra, José Meléndez Carreño y Diego Estrada Carvajal y Galindo. Méritos: agi, Guadalajara, Indiferente, General, 213 y 214, N. 83, 86, 173.

[24] Libro de Actas de Cabildo, Años 1651–1707, acmag, Sección: Secretaría, Serie: Actas Capitulares, Vol. 7.

[25] Estado de la diócesis de Guadalajara, agi, Guadalajara, Indiferente, 232, L.9, F. 258V-261R.

[26] Cumplimiento de los doctrineros regulares con sus obligaciones como párrocos, agi, Guadalajara, 232, L.9, F 314V-316R.

[27] Libro de Actas de Cabildo, Año: 1713, acmag, Sección: Secretaría, Serie: Actas Capitulares, Vol. 8, Acta. 145, Acta 168.

[28] Ver: Libro de Actas de Cabildo, acmag, Sección: Secretaría, Serie: Actas Capitulares, Vol. 7, años 1651-1707 y Vol. 8, años, 1708-1720

 

[29] Esta memoria litúrgica tenía lugar entre el 11 y el 12 de noviembre. Véase: Héctor Martínez González, La Catedral de Guadalajara, Guadalajara, Amate Editorial, 1992, p. 186.

[30] Al respecto de estas celebraciones ver: Actas 1708-1774, Archivo Municipal de Guadalajara (en adelante amg), Caja 02, Exp. 3, enero de 1704, Exp. 3, 02.1.1708, Exp. 4. marzo de 1708.

[31] El rector y miembros de la cofradía tienen conflicto con los de Analco por el lugar que les toco en las procesiones, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 20, exp. 4, Cofradía: Nuestra Señora del Tránsito.

[32] Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, S. xviii, T. iii. México, Ed. Cultura, 1963, p. 328.

[33] Actas 1708-1774, amg, Caja 02, Exp. 8. 15.07.1708.

[34] El concepto de espacio al que me refiero es una construcción cultural, un lugar investido de significados cambiantes de acuerdo a las necesidades de los sujetos que toman parte de su creación, regeneración y transformación. Tomado de José Refugio de la Torre Curiel, “Disputas por el espacio sagrado. La doctrina de Tlajomulco a fines del periodo colonial”, en Historia Mexicana, no. 4, 2004.

[35] Sobre esto véase: El rector y miembros de la cofradía tienen conflicto con los de Analco por el lugar que les toco en las procesiones, no están de acuerdo, 05.05.1674, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Subserie: Nuestra Señora del Tránsito, Caja 20, Exp. 4.

[36] Sobre la función sagrada de las imágenes véase a Hans Belting en Imagen y Culto: Una historia de la imagen anterior a la edad del arte, Madrid, akal, 1ª ed. 1990, 2009, p. 13.

[37] Arturo Camacho, “Génesis de un estilo. Altares de la Catedral de Guadalajara,” en Arturo Camacho (coord.), La Catedral de Guadalajara. Su historia y significados, T. iii, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, 2012, p. 14.



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