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La familia lugar de evangelización

José-Román Flecha Andrés[1]

 

En consecución a lo ya expuesto en colaboraciones anteriores,

el texto que sigue da las pautas para asumir sin fisuras el plan que el Evangelio

brinda a la familia natural: ser Iglesia doméstica

 

3. La familia, comunidad profética

 

La misión de la familia cristiana no puede desvincularse de la misión profética, sacerdotal y regia de Jesucristo y de su Iglesia. Ése es el esquema seguido por san Juan Pablo ii en la exhortación apostólica Familiaris consortio, al asignar a la familia cristiana, tras las deliberaciones del Sínodo, un cometido eclesial propio y original.[2]

Los textos bíblicos reconocen a Jesús como el primer evangelizador. Él mismo tiene conciencia de ello y proclama esa necesidad: “Es preciso que se anuncie también el Reino de Dios en otras ciudades” (Lc 4, 43). Es consciente de que ha sido enviado con esa misión, que él cumple fielmente. 

Evange1izador hasta el final, como lo había sido desde el principio (Mc 1, 14-15), Jesús envía a sus discípulos por todo el mundo para proclamar la Buena Nueva (Mc 16, 15). La mañana de Pentecostés  los apóstoles se lanzaron a la calle anunciando la vida y el mensaje de Jesús. Bajo el influjo del Espíritu Santo, la comunidad evangelizada se convirtió en evangelizadora.

Y así ocurre también con la pequeña comunidad que es la Iglesia doméstica, como lo expresan los obispos españoles en un conocido documento:

 

Toda la comunidad cristiana es convocada por una palabra de Dios que la envía con la misión de proclamar la proximidad  del Reino. Esto mismo podemos afirmar de la familia, “Iglesia doméstica”. También ella ha sido convocada por la Palabra de Dios y recibe, como Iglesia, el encargo de anunciar el Reino. Primero dentro de la misma familia; pero también hacia fuera, en el propio ambiente.[3]

 

  Así pues, esta comunidad familiar ya se constituye en iglesia doméstica al dejarse “evangelizar” por el buen anuncio de Jesucristo, y consecuentemente cuando se convierte en comunidad evangelizadora y misionera.

 

  a. Una comunidad evangelizada

 

La familia creyente ha de recurrir a la palabra de Dios para encontrar su identidad y su misión. Como ha dicho San Juan Pablo ii, los esposos y padres cristianos “son llamados a acoger la Palabra del Señor que les revela la estupenda novedad –la Buena Nueva– de su vida conyugal y familiar, que Cristo ha hecho santa  y santificadora”.[4]

Esta escucha de la palabra de Dios orienta ya la misma experiencia del noviazgo. A su luz deberían los novios programar su itinerario de encuentro personal, de amistad y de progresiva donación. En esa especie de catecumenado que es el noviazgo han de intentar  ajustar sus proyectos de amor al proyecto de amor que Dios nos ha desvelado en Jesucristo.

Precisamente en la etapa en la que los jóvenes descubren el amor como “el gran acontecimiento de su corazón”, deberían procurar “no interrumpir el diálogo con Cristo”, para aprender con él las verdaderas dimensiones del amor esponsal.[5]

La escucha de la palabra de Dios orienta también a los creyentes en los momentos más decisivos de su vida, entre los cuales se encuentra, sin duda, la celebración del matrimonio. La celebración del matrimonio es para ellos un acto de fe: en ella y por ella dicen fiarse del Dios de la gracia. Y es una proclamación de fe: proclaman la presencia del Dios del amor en la historia desamorada de los hombres.

Y la escucha de la palabra de Dios, situada en un momento de la historia personal como profesión de fe, ha de ser continuada en la itinerancia posterior de la pareja y de la familia:

 

En efecto, Dios, que ha llamado a los esposos “al” matrimonio, continúa llamándolos “en el” matrimonio. Dentro y a través de los hechos, los problemas, las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada día, Dios viene a ellos, revelando y proponiendo las “exigencias” concretas de su participación en el amor de Cristo por su lglesia, de acuerdo con la particular situación –familiar, social y eclesial– en las que se encuentran.[6]

 

A lo largo de su vida, la pequeña Iglesia doméstica se pondrá a la escucha de la palabra de Dios, que se recoge en la Sagrada Escritura. A esta necesaria atención a la Biblia en la familia se ha referido explícitamente San Juan Pablo ii en su Carta Apostólica Novo millennio ineunte, firmada al concluir el Jubileo del año 2000.[7]

Pero la familia habrá de escuchar también la palabra de Dios que se le dirige desde los diversos acontecimiento de su vida: la llegada de una nueva vida o la partida de uno de los seres queridos. Dios habla desde las páginas de la historia familiar y de la historia de la humanidad entera.

Sin embargo, la escucha de la palabra de Dios no es fácil en un mundo marcado por la confusión ambiental. Hay voces que promueven una depreciación de la sexualidad, que difunden una visión materialista de la vida y exaltan el individualismo, debilitando los valores de la fraternidad y la fidelidad. Éstas y otras dificultades, como la prisa o la falta de tiempo para la formación de la fe o de espacio para la reflexión del creyente, hacen que la familia sea con frecuencia una comunidad deficientemente evangelizada.

La familia creyente que, como Iglesia doméstica, quiere vivir a la escucha de la palabra de Dios, tendrá que abrirse, por tanto, a las exigencias del Reino de Dios. Con humildad y asombro descubrirá entonces que, como la Iglesia universal, necesita siempre una continua evangelización y purificación, una continua conversión.[8] Nos limitamos a evocar aquí algunos ejemplos:

 

  - En una sociedad que supervalora la capacidad adquisitiva, el lucro y el consumo, la familia cristiana tendrá que preguntarse si su fe la lleva a compartir con los necesitados, a valorar el ser sobre el tener.

  - En una sociedad que admira la agresividad y glorifica la violencia, la familia cristiana deberá preguntarse si sabe acercarse a los agredidos y está educando para la no violencia activa y comprometida.

  - En una sociedad que trabaja para holgar y busca la diversión por sí misma, que hace del placer el máximo valor y huye de los que sufren, la familia cristiana tendrá que preguntarse si está dispuesta a enjugar alguna lágrima.

  - En una sociedad que ansía el hartazgo y el acomodo, la familia  cristiana tendrá que preguntarse dónde encontrar el rostro del hambriento y del sediento y cómo mantenerse ella misma en la búsqueda de los insatisfechos y los inquietos.

  - En una sociedad que se evade de las necesidades ajenas y se desentiende del lamento de los hombres, la familia cristiana habrá de preguntarse quién necesita su mano compasiva y cómo aproximarse a los hombres caídos en el camino.

  - En una sociedad que institucionaliza la mentira y el fingimiento, la familia cristiana deberá preguntarse por qué la verdad nos hace libres y aprender la transparencia de los que viven en apertura de corazón.

  - En una sociedad que convierte la guerra en un negocio y la discordia en un modo de autoafirmación, la familia cristiana tendrá que ser un espacio para la reconciliación y una escuela para los constructores de la paz.

  - En una sociedad que convierte la tolerancia en ventajismo mientras vende los ideales al mejor postor, la familia cristiana deberá preguntarse por el sentido de la fidelidad en el compromiso y educar personas firmes hasta  la persecución.

 

  Como se puede observar, estos ocho ejemplos pretenden evocar el mensaje de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús.[9] Al igual que la Iglesia, si la familia  pretende ser evangelizada, tendrá que revisar su vida a la luz de estos valores.[10]

 

  b. Una comunidad misionera

 

El Concilio Vaticano ii subrayaba la tarea misionera de la familia: “En ella el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y una escuela preclara”.[11] Tanto o más que los misioneros enviados a otras tierras, han sido los padres cristianos los que más han hecho por anunciar el mensaje del Señor Jesús.

Como escribía Pablo vi en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, “es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”.[12] Más adelante afirma que “la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia”.[13]

Esta misión evangelizadora de la familia se lleva a cabo en primer lugar dentro del mismo hogar con las palabras y el gesto paternal.

• Ahí se anuncia la figura de un Dios que es Padre, en un momento en que se ofrecen falsas concepciones de Dios.[14]

• Ahí se anuncia a Jesús, como hermano y Señor, vivo y cercano en medio de los que creen en él.

• Ahí se transmite el anuncio y la presencia del Espíritu de Jesús, que constituye “un impulso constante a orientar el matrimonio y la misma vida de familia según las palabras y el don de Cristo”.[15]

Esta evangelización intrafamiliar parte de la escucha de la palabra de Dios y de la lectura de la vida diaria, tanto de la familia como de la humanidad. Así ayuda a profundizar las raíces para la confianza humana, mientras educa para la crítica contra toda actitud inhumana. Ayuda a construir la fraternidad y prepara para evitar la indiferencia. 

El nuevo Código de Derecho Canónico se muestra sensible a esta dimensión de la vida familiar cuando afirma: “Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo”.[16]

Pero la tarea misionera de la familia no se agota dentro de los límites del hogar. La familia no puede dispensarse de anunciar el mensaje de Jesús en el mundo. Lo hace ya de forma implícita cuando vive en el mundo unos ideales no habituales que resultan  interpelantes, como ya recordaba Pablo vi.[17] Lo hace cuando “denuncia y anuncia, se compromete en el cambio del mundo en sentido cristiano y contribuye al progreso, a la vida comunitaria, al ejercicio de la justicia distributiva, a la paz”.[18]

Sin embargo, la familia tiene múltiples ocasiones de anunciar el Evangelio de forma explícita. Aun en una sociedad que abomina de los grandes palabreros, tiene peso la palabra firme y osada, aunque humilde y desvalida, de un creyente. También a los hombres que parecen “inmunizados contra las palabras”,[19] la familia cristiana puede anunciarles el urgente mensaje del Resucitado.

-Puede hacerlo a través de la catequesis tanto escolar como parroquial o de otras pequeñas agrupaciones y, sobre todo, a través de su participación, activa y consciente, en la liturgia de la palabra, con motivo de las celebraciones sacramentales en las que participa la familia, así como en pequeñas  celebraciones dentro del hogar.

-Puede realizarse este anuncio misionero en el mismo esfuerzo por suscitar vocaciones apostólicas en los hijos de la familia. Hay familias enteras que han dedicado unos años de su vida a un trabajo de promoción y evangelización en países del tercer mundo.

-En este mismo contexto, la familia cristiana puede  luchar por superar lo que margina o deshumaniza a las personas y los pueblos: enfermedades crónicas, injusticia, hambres, analfabetismo, agresividad, depauperación. Como la gran Iglesia, también la Iglesia doméstica debe colaborar en la liberación humana y dar testimonio de que la utopía de un mundo redimido es posible. “Todo esto no es extraño a la evangelización”, como afirmaba Pablo vi.[20]

 

  c. La catequesis familiar

 

  De todas formas, el método más adecuado para la evangelización es la catequesis familiar, que parte de la experiencia diaria y, viéndola a la luz del Evangelio, intenta fundamentar unas actitudes convertidas.[21] Así lo expresaba San Juan Pablo ii:

 

Esta educación en la fe, impartida por los padres que debe comenzar desde la más tierna edad de los niños, se realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros a crecer en la fe por medio de su testimonio de vida cristiana, a menudo silencioso, mas perseverante a lo largo de una existencia cotidiana vivida según el Evangelio. Será más señalada cuando, al ritmo de los acontecimientos familiares —tales como la recepción de los sacramentos, la celebración de grandes fiestas litúrgicas, el nacimiento de un hijo o la ocasión de un luto—, se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso de esos acontecimientos.[22]

 

 En la vida familiar se presentan mil ocasiones para la evangelización: desde el nacimiento de un hermano o las preguntas por el misterio de la vida y la sexualidad, hasta la muerte de una persona querida o las noticias de catástrofes que ofrecen los medios de comunicación; desde el fracaso en los estudios hasta las primeras experiencias de amistad o pre-noviazgo; desde la experiencia de la injusticia padecida hasta el descubrimiento de las injusticias perpetradas por nosotros mismos; desde las fiestas que reúnen a la familia de sangre hasta las fiestas cristianas que se celebran con la familia de los creyentes o las otras fiestas populares que ayudan a encontrarse con las raíces culturales. En cada uno de estos acontecimientos se puede y se debe buscar juntos el plan de Dios sobre este mundo.

Según los  obispos españoles, los objetivos de esta catequesis familiar son “el despertar religioso, la iniciación en la oración personal y comunitaria, la educación de la conciencia moral, la iniciación en el sentido del amor humano, del trabajo, de la convivencia y del compromiso en el mundo, dentro de una perspectiva cristiana”.[23]

  El mismo documento ofrece orientaciones prácticas respecto a la colaboración entre la familia y la parroquia, respecto al estilo de la catequesis familiar, y respecto a las disposiciones de los padres: “Los padres cristianos deben superar posibles complejos de inferioridad en relación con la educación religiosa y cristiana de sus hijos y convencerse de que no necesitan especiales conocimientos teológicos, sino asumir sencilla y confiadamente los dones sacramentales y de la gracia que derivan de su matrimonio”.[24]

 

 

 

 

 



[1] Profesor emérito de Teología Moral de la Universidad Pontificia de Salamanca.

[2] fc 50

[3] Conferencia Episcopal Española, Matrimonio y familia, hoy (6. 7. 1979) n. 51.

[4] fc 51

[5] Así se expresaba San Juan Pablo ii en la  Carta a los jóvenes  (31.3.1985) n. 10; cf. J.R. Flecha, “Abiertos al amor”, en 1a obra publicada por la Delegación de Pastoral Familiar de Madrid, Casarse en el Señor i, Madrid 1980, 85-106; Id., El camino del amor, Madrid 2017.

[6] fc 51

[7] No. 39

[8] lg 8

[9] cf. Mt 5,1-12

[10]  Reproducimos estos párrafos de  nuestro libro La Familia, lugar de evangelización, Salamanca 2015 (3ª ed.), 65-67.

[11] lg 35

[12] en 24

[13] en 71

[14] Puebla, 406

[15] San Juan Pablo, “El proyecto cristiano de la vida familiar”. Homilía en la Plaza de Lima, en Madrid, 2: en F. Sebastián (ed.),  Juan Pablo ii en España, Madrid 1983, 69.

[16] c. 774 § 2

[17] en 21

[18] Puebla, 587

[19] en 42

[20] en 30

[21] Sobre este tema véase E. Carbonell, “Catequesis familiar en España”, en Nuevo Diccionario de Catequética,  I, 384-398.

[22] San Juan Pablo ii, Exhortación apostólica Catechesi tradendae  (16.10.1979) 68.

[23]  Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad, n. 273, Madrid, 1983, 143.

[24] La catequesis de la comunidad, 274.



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