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Datos históricos sobre el origen y fundación de San Francisco de Asís, llamado “Los Altos” en el xiv aniversario de su fundación.[1]

 

José de Jesús Angulo Navarro[2]

 

Informa de redacción desgarbada y tono coloquial, escrita por su autor de primera intensión y sin el propósito de que fueran publicados, reveladores, empero, de una personalidad interesante, pero, sobre todo, relativos al auge de una población surgida en los primeros años del siglo xx, al calor de un templo recién construido.

 

“Los Altos” fue el nombre que quizá los misioneros franciscanos dieron a la faja de tierra colorada, principalmente a la de Ayo el Chico, que se extiende de oriente a poniente por el norte de Ayo, Atotonilco y Tototlán, considerándose el centro en lo que hoy es San Francisco de Asís.

El señor cura don J. Refugio Huerta Gutiérrez, actual párroco de El Sagrario Metropolitano de Guadalajara, dice haber visto en la biblioteca del ex convento de Santa Brígida, en la Ciudad de México, un legajo donde consta cómo el trono español repartió Los Altos a familias españolas que habían quedado pobres o huérfanas en el marco de la conquista, pero que por ser tierras pobres, se las repartieron en la forma que aún tiene la propiedad en ésta región, entre los descendientes de esos vascongados y gallegos pobres.

Las costumbres e ideales de las gentes de Los Altos cierto es que parecen confirmar lo me que dijo el padre Huerta, quien durante muchos años de su ministerio sacerdotal, trató a la gente alteña, siendo él ministro de Atotonilco.

Las familias dominantes por ser mayoría y tener la mejor posición social han sido las de apellido Navarros, Angulo y Hernández, y así me consta haberlo visto en el archivo parroquial de Atotonilco el Alto y de Ayo el Chico, cabecera que fue de Atotonilco y de Tototlán.

            El nombre “Los Altos” poco a poco se fue extendiendo a toda la tierra colorada, y últimamente a la tierra blanca unida a la colorada; esto último lo ha hecho el gobierno al repartir los sectores militares para combatir a los cristeros de Los Altos.

            En la región de “Los Altos” en que están Arandas, Tepatitlán y la jurisdicción de San Francisco de Asís, sólo se menciona una hacienda, la de San Ignacio, Cerro Gordo o de la Trasquila. Unos viejecitos le endilgan la solución del problema agrario al mismísimo fray Antonio de Segovia, otros a fray Antonio Margil de Jesús; de nada de esto hay prueba.

Hacia el norte de Atotonilco se levanta la preciosa loma de Piedras. En su falda poniente, rica en manantiales y gigantescos fresnos, había por los años de 1914, una casa vieja, de muros de adobe y cubierta de terrado, circundada por cinco jacales, la cual pertenecía por igual a dos familias. Constaba de un zaguán amplio, a la española, cuatro piezas con sus dos corredores, uno al frente y el otro en el patio interior. Esta parte le pertenecía a Petra Hernández, viuda, quien vivía al lado de su hijo Aniceto Hernández, casado, con dos hijos: Roque y Antonio, y dos hijas: Trinidad y Juana. De esta familia era la mitad de esta casa, la cual tiene labrada la fecha de su conclusión: 1802. La otra parte de la vivienda era de don Irineo Hernández, cuñado de doña Petra, y casado en segundas nupcias con doña Expectación Fonseca, de cuyo segundo matrimonio nació J. Jesús en el año de 1915. Su parte de la casa comenzaba al norte del zaguán que veía al oriente y tenía tres piezas seguidas de oriente a poniente, y al norte de estas tres piezas, un patio con muralla al oriente y al poniente; y al norte limitando con la galera de las borregas. Al poniente de esta casa había cuartos, corrales y toriles en ruinas. Como la casa, así estaban repartidos los terrenos de su alrededor, entre las dos familias. Esta pequeña finca de campo la había construido el español don Juan Noriega, terminándola en el año ya mencionado. A la finca se le quedó el nombre de La Estanzuela.

En el año de 1914 al extenderse la revolución carrancista en toda la República, su señoría ilustrísima y reverendísima [Francisco Orozco y Jiménez], nos dejó a los seminaristas en libertad de regresar con nuestras familias, sabiendo mejor que nadie el riesgo grave que nuestra seguridad sufría. Yo había sido tonsurado por su ilustrísima el el 19 de marzo de 1913, miércoles santo, antes de que le impusieran el palio como arzobispo de Guadalajara.

En el propio año de 1913 fue su señoría por primera vez, a visitar a Atotonilco el Alto. Allá se enteró que yo estaba enfermo en la Casa Central del seminario, dispuso que me fuera a Atotonilco a curarme, porque no me había perdido de vista por haber sido el primero que tonsuró en Jalisco. A partir de entonces mis compañeros notaron cierta caridad especial de su señoría para conmigo.

En esa visita a Atotonilco, su señoría ilustrísima sufrió un fuerte cólico que por poco le cuesta la vida. Le acompañaba como secretario de visita el presbítero José Gutiérrez Pérez y como familiar el padre José María Figueroa Luna. Al sobrevenir la mejoría, el padre Gutiérrez presentó la propuesta de que se me permitiera visitar a mis tíos, los propietarios de La Estanzuela, que él tan bien conocía desde sus tiempos de menorista, así cómo a mi parentela, incluyéndome a mí, José de Jesús Angulo, hijo legítimo de Marciano Angulo y de Ramona Navarro, alteños. Es así como retorné con los míos sin haberme podido ordenar: primero, por la muerte del ilustrísimo señor Ortiz, y después, por la fiebre intestinal que me vino y sus consecuencias.

Volví al Seminario al año siguiente de 1914, pero apenas en mayo de ese año, he dicho, su señoría cerró los planteles educativos a su cargo, temiendo con sobrada razón las represalias del carrancismo. Fue entonces cuando les rogué a mis tíos que me dejaran hacer una capillita allí en La Estanzuela, y que la dedicáramos al señor San José. Mi tío Irineo me cedió los tres cuartos que formaban lo principal de su casa; les quitamos los tabiques, para formar un saloncito, compusimos la azotea de nuevo, y con dinero de la familia compramos y colocamos el altar en aquél oratorio improvisado en cuatro paredes de adobe, levantadas 112 años antes. Claro que para todo este movimiento tuve la conformidad del párroco de Atotonilco, el señor cura don José Arnulfo Jiménez, el cual, a su vez, solicitó la licencia de la sagrada mitra, pagando yo 25 pesos para derechos por la bendición de la mencionada capilla.

            En los primeros días del mes de octubre de 1914, y ya en pleno dominio carrancista, estando casi todo el presbiterio de Guadalajara recluido en la penitenciaría de Escobedo, tuve el inmenso gusto de ver que el señor presbítero don Donaciano Ruvalcaba había sido nombrado por la sagrada mitra y el señor cura Jiménez para bendecir mi oratorio, allí donde era mi casa.

En mayo de 1914 se comenzó y hasta fines de julio del mismo año, pudo venir el señor cura Jiménez a colocar la piedra fundamental. En septiembre se terminó y el día 6 de octubre de ese año fue dedicado, en una ceremonia que presidió el señor presbítero don Donaciano Ruvalcaba acompañado del señor prebendado don Martiniano Gutiérrez, que estaba aquí escondido con mi familia, y el señor cura de san José de Gracia, don Fermín Padilla. Puse en el altar un cuadro del Señor San José. Así empezó el templo de la futura población de San Francisco de Asís, en el municipio de Atotonilco el Alto, Jalisco.

En pleno carrancismo y en amarguras para la Iglesia en México, se pasó el resto de 1914, el año de 1915 y casi todo el 16. Durante este tiempo yo me dediqué a enseñar el catecismo a los niños de La Estanzuela y ranchitos circunvecinos, teniendo el centro principal en “El Refugio”, antes “Mariache”, congregación que dista de La Estanzuela una legua al norte; allí nacieron mis padres y mis hermanos, por eso quise poner en esa congregación el principal centro de la doctrina, para honrar así la memoria de mis padres. En los últimos días del mes de octubre de 1916 me llamó a Guadalajara el muy ilustre señor Manuel Alvarado para que hiciera mis ejercicios espirituales y recibir mi ordenación sacerdotal. Todos los trámites para esto estaban ya terminados. Dirigió los ejercicios el padre Feliciano Cortés, abad actualmente de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. El día primero de noviembre recibí las cuatro órdenes menores en la iglesia de El Pilar; el día 5 del mismo mes, domingo, el subdiaconado, el día 12, domingo, recibí el diaconado, y el día 19 del propio mes de noviembre, domingo, me ordenaron sacerdote en la capilla del hospital de La Trinidad, en Guadalajara. Me ordenó, por orden de su señoría ilustrísima y reverendísima, el ilustrísimo señor Manuel Plasencia y Moreira. El día 21 dispuso el señor Manuel Alvarado que cantara mi primer misa lo más pronto posible, porque sabiendo él que me gustaba andar a caballo, me iba a mandar a Totatiche, donde había mucho tifo y acababan de morir dos padres, el padre Jara en El Salitre y José Valdés en Totatiche. En esos días compré una estatua del Señor San José a don Agustín Espinosa, y fui con ella a La Estanzuela a cantar mi primer misa en aquél ranchito de cinco jacales donde yo había hecho el oratorio al Señor San José; y el día 28 del mismo noviembre canté la primer misa delante de la imagen que yo mismo había comprado y en el oratorio que había hecho, eligiendo para cantar mi primer misa este día tan seco para no tener en espera a mis superiores que querían mandarme a la región del tifo. Un día después de mi canta misa, salí a Guadalajara y recibí allí mi oficio para Totatiche como ministro y profesorcillo del Seminario que había allá. Por algo me entretuvo el señor vicario Alvarado en Guadalajara, y por fin, en la primera quincena de diciembre del mismo año, salí a mi destino en una burra. Encontré en el camino al padre José Garibi Rivera  que venía a Guadalajara. El día 12 de diciembre llegué a La Estanzuela de El Teúl a pie, porque la burra se había cansado, y el 14, como a las 8, llegué a El Teúl. En la calle encontré a su señoría ilustrísima y reverendísima. ¡Qué gusto Dios mío, sentí al verlo! Yo llevaba unas cartas del señor Alvarado para el cura de El Teúl, un señor Vélez, sin darme cuenta que eran para su señoría ilustrísima y reverendísima.

-Usted tuvo la gentileza de llevarme al curato, disponer que me dieran de almorzar, me regaló 10 pesos en tostones y me prestó su caballo tordillo para que me fuera a Totatiche.

Al despedirme me dijo su señoría:

-Vete aprisa y le dices al señor cura Magallanes que aquí lo espero porque daré ejercicios a los sacerdotes. Allá está un padre que no puede trabajar, tú harás lo más que puedas.

Era el padre J. Concepción Urzúa. De esta fecha 14 de diciembre de 1916 hasta los últimos días de septiembre del año 17 estuvo su señoría por allá oculto y muy perseguido por Diéguez, Albañez y De Santiago.

En la barranca de La Ciénega y en casa del buen viejo Octaviano, lo volví a ver y fue cuando pasé dos veces el río Grande que estaba crecido, para arreglar su salida de aquel lugar peligroso y traérmelo a la tierra de mis padres, Los Altos. ¿Se acuerda? Saqué a su ilustrísima pasando por Tecualtita y cercanías de Ixtlahuacán, y de allí acompañado del padre Basilio Gutiérrez, pasó usted el río Verde nadando para entrar a la región de Los Altos. Ya tenía yo arreglado con Justo Galindo, su casa y su familia, para recibir a su señoría ilustrísima.

El domingo tercero de octubre de 1917 estaba su señoría sano y salvo y con mucha tranquilidad en La Hiedra.

Entra aquí una parte interesante para San Francisco de Asís. Yo de las noches hacía días, siendo de la comisión de espionaje para que nada le pasara a usted, acompañado de mi par de ancianitos. Epigmeo de Orta, a quien su ilustrísima llamaba “san Pedro” y Florencia de La Cerda. Todo mi empeño está en granjear mucho a su señoría ilustrísima para alcanzar las gracias necesarias que sólo Dios y usted podían conceder: dos capellanías, una en La Hiedra y otra en “La Purísima”, antes “Lomas del Tigre”; pero principalmente que a La Estanzuela la hiciera vicaría fija. No salieron fallidos mis trabajos, su generoso y agradecidísimo corazón nos concedió cuanto le pedimos Justo Galindo y yo, estas gracias tan deseadas y necesarias en la tierra de mis padres y dándome su señoría nombramiento de capellán para La Estanzuela, me concedió empezar a trabajar para hacer la gran iglesia. Fue tanto mi empeño para realizar esto, que su señoría no pudo contenerse, y el 25 de diciembre de 1917 firmaba su señoría el decreto de Vicaría fija donde antes había sido La Estanzuela, concediéndome el que se cambiara el nombre de ese lugar y que se llamara San Francisco, en honor y grato recuerdo de usted, ilustrísimo y reverendísimo señor. Fue entonces cuando usted me dijo: “Sí, que se llame San Francisco, pero de Asís”.

El padre José Villaseñor Plancarte fue el secretario que en elegante cartulina escribió el decreto de la nueva vicaría en la región de Los Altos, Jalisco, llamada San Francisco de Asís. Dicho decreto se dio en La Esperanza, antes La Hiedra. El día 25 de diciembre de 1917 el decreto fue firmado y sellado por su señoría ilustrísima y reverendísima a petición mía, después de muchos trabajos y esfuerzos. Yo era entonces un joven sacerdote lleno de entusiasmo y valor. Conservo una carta suya que mandó desde Chicago, la primera después de su aprehensión por Diéguez y Carranza,…”Si tú hubieras estado en Lagos, no me hubieran tomado preso”; esto nunca lo olvidaré, porque debido al entusiasmo que yo tenía en levantar la iglesia y formar el pueblo de San Francisco de Asís, cometí la tontera de no acompañar a su ilustrísima hasta Lagos, fiado en la seguridad que ofrecía para usted el señor cura García.

 

Parte importantísima.

 

El 25 de diciembre de 1917 a las tres de la tarde salí de La Esperanza al galope en mi caballo alazán acompañado de Aniceto Hernández para llegar al nuevo San Francisco de Asís y enseñarle al viejito Irineo Hernández, mi tío, el tan esperado decreto de Vicaría fija. Así fue, y esa misma tarde convenimos el propietario de aquel terreno, Aniceto Hernández y yo esto: Primero, que ellos, los dos, Aniceto y don Irineo regalarían el terreno para edificar la iglesia vicarial. Segundo, don Aniceto regalaba de su casa, el zaguán, la sala y el patio lado oriente para dar principio a la construcción del nuevo templo, tocándole al señor Aniceto la mitad, poco más del atrio y una esquina de la nueva Iglesia. Allí se fabricó el curato tal y como su señoría lo dispuso y conoce; pero la casa ruinosa de detrás del curato nunca la cedieron para la iglesia porque no fue necesario y además porque era su casa de habitación.

Al morir don Aniceto, hizo dueño de todo lo suyo a Roque, su hijo, para que éste repartiera a sus hermanos, dejándole a su hija menor, Juana, la casa paterna, que es la contigua ruinosa al curatito por la parte de atrás. Ni los dueños ni su señoría ilustrísima ni yo hemos sabido jamás que esa casa haya sido nunca de la parroquia. Es de la hija menor del difunto Aniceto Hernández. Últimamente se ha abierto una puerta del curato a un cuarto de la casa ajena, convirtiendo dicho cuarto en cocina, abuso que, con razón, tiene indignados a los dueños.

Del lado norte de la iglesia nueva y oratorio, así como del lado poniente del mismo, quedó la casa del “viejito” don Irineo; él murió llevándose el gusto de haber visto tapada la nueva iglesia, ya que había regalado la mayor parte del piso y casi medio atrio. A su muerte, la esposa y un pequeño niño quedaron encargados a mi cuidado.

La viuda María Expectación Fonseca con muy buena voluntad me prestó su casita para las Carmelitas, recogiéndose ella a dos piececitas antiguas muy atrás del oratorio, y cuando su señoría ilustrísima me mandó a las Siervas, esta señora viuda dejó los cuartitos que se había reservado para vivir, prestándolos para ellas. Además quiso ella que violentáramos la construcción de su nueva casa que estaba empezada hacía tiempo al lado de la parroquia, cuyo estilo sería igual al del curato que está a la derecha del templo, pidiendo entonces dos favores, una puerta de su casa para el templo, y que le ayudara yo con todo empeño a la terminación de su casa para prestarla para la escuela de niñas y a las Siervas. Empleamos algunas veces en la fábrica de esta casa, el sistema conocido de ese nuevo pueblito así como con muchas otras personas para la construcción violenta. Era éste el sistema, decíamos: “oro es lo que oro vale”. Necesitábamos dinero para los albañiles y peones para los trabajos de la iglesia, y entre los medios que teníamos para sacar dinero entraba el de dar faena para la iglesia. Nos juntábamos con carreta, carros, cajones y loderos para trabajar con alguna persona; se calculaba el trabajo que habíamos hecho, y la persona dueña de la fábrica, me pagaba aquel trabajo; y de esta manera sostuve mucho tiempo y en distintas veces el trabajo de “los de paga”, (albañiles, etcétera), resultando ser cierto que algunos al nombre de faena, trabajaban en casas ajenas a la iglesia, siendo en realidad faena para la iglesia y no para los particulares dueños de las fábricas. Fue así como se dio esta clase de faena en la casa de la viuda del viejito don Irineo, grandes bienhechores, tanto él como su familia, don Aniceto y la suya, de esta iglesia y jurisdicción. Es una verdadera ignominia el tratamiento que actualmente se les está dando a esas familias dignas de toda gratitud y respeto, tanto más cuanto que la familia de don Aniceto ha quedado pobre.

Al morir don Irineo me dejó encargada a su anciana viuda y a su hijito J. de Jesús Hernández Fonseca. Al poco tiempo murió ella, encargándome a su vez a su pequeño hijo. Mi familia lo ha atendido hasta que acabó su escuela elemental en Pénjamo, y hace algunos años está de interno en un colegio. Tiene a la fecha el jovencito, 16 años y está haciendo el segundo año de preparatoria con mucho aprovechamiento.

Al morir la señora viuda de don Irineo, escrituró su poca tierra al señor don Néstor González que se ha portado hasta ahora decentísimamente.

Don Irineo al morir, había escriturado su patrimonio al señor don Próspero Rodríguez, su concuño; este señor se ha portado ejemplarmente caballero con los bienes del huerfanito, es el apoderado del terreno y de las casitas de este joven, que están anexas al lado norte del templo parroquial y oratorio. En la parte del terreno de la viuda que fue de don Irineo Hernández, está la casa del diezmo. Tiene escritura de ese terreno en el que está dicha casa, el señor Néstor González.

Con faena y sin pago, hice la cuesta de Atotonilco a San Francisco que su señoría ilustrísima, acompañado del ilustrísimo señor obispo don Francisco Uranga fue a inaugurar cuando tuvo a bien elevar la vicaría fija de San Francisco de Asís a la categoría de parroquia, poco tiempo después de su vuelta del destierro, teniéndole ya entonces, tapada la gran iglesia nueva y construido casi la mitad del curato. El recuerdo de ese acontecimiento es la cuesta de San Francisco a Atotonilco, que a pesar de los tiempos y descuidos, se conservan aún los largos tramos de empedrado. También la nueva cuesta de automóviles de Atotonilco a Los Altos, la hice con mucha faena y sin pago; si bien es cierto que en ésta ya intervino el gobierno con dinamita, peones y dinero. Con faenas y sin paga hice también las carreteras a los distintos ranchos. Está vivo en el ánimo de todos los habitantes de la región, el día en que su señoría ilustrísima y reverendísima se dignó ir a dedicar la nueva parroquia en la gran fiesta del patrocinio del Señor San José, en el año de 1926, teniendo la gran pena del cierre del culto el último de julio del propio año. Fue entonces cuando tuve el gusto más grande de mi vida al presentarle a su ilustrísima el fruto de mis esfuerzos juvenil-sacerdotales. La Estanzuela, con una casa vieja y cinco jacalitos, donde yo había vivido con mis tíos, mis primos y paisanos hacía doce años, se la entregué a su ilustrísima, a fuerza de luchar y sufrir, transformada en un pintoresco y risueño pueblo con su iglesia de tres naves, plena de esculturas hermosísimas, riquísimos mármoles de carrara, dos buenos colegios, uno de niños y otro de niñas. Al frente de ellos, religiosas Carmelitas y Siervas. Un buen curato amueblado, automóvil para el Santísimo, planta de luz eléctrica, escuelas y caminos en todos los ranchos. Hecha ya Comisaría Municipal, con su panteón, registros y derechos respectivos, y después de seis años de haberle hecho a usted esa entrega, no han podido acabar, con esa obra providencial, ni perversos ni envidiosos, ni canallas; y lo que es más, le entregué las seis mil personas que componen esta jurisdicción, formando una sola familia unida, fervorosos entusiastas alrededor de su parroquia, de su cura, de su señor arzobispo, de su padre san Francisco y de su Dios, por medio de la Madre Santísima de Los Altos. No han podido acabar con esa obra los perversos, porque es de Dios, pero si acaso acaban con el indigno medio de que Dios se valió para esta realización, y en venganza de todo lo que me han hecho, estampo estas expresiones nacidas de lo íntimo de mi alma: Como tienen su cara, tienen sus hechos, ¡Les perdono!

Fue entonces cuando yo entregué a su señoría ilustrísima y reverendísima esa joya preciosa y enriquecida, porque tres meses después de la dedicación del rico templo, se cerró el culto, y en noviembre de ese mismo año ya tuve que ocultarme con ocasión de que buscándome federales en La Purísima, mataron al niño Domingo Rodríguez y golpearon a otras personas que trabajaban conmigo en una faena de tierra para el trabajo de aquella iglesita de la Santísima Virgen.

Los alteños, sin darse ellos cuenta, vinieron demostrando su origen e ideales vascongados, porque cuando dijeron que el Papa había aprobado la defensa armada, los hombres y muchas mujeres y niños casi, como Roberto Camacho, aparecieron guerreros, luchando heroicamente como buenos descendientes de la tierra vascongada, para defender los derechos de su Dios, de su Virgen, de su Patria y de su tierra.

Fue San Francisco de Asís el lugar de donde salieron los guerreros con su grito, el domingo 9 de enero de 1927. Fue ese pueblecito el cráter del nuevo volcán por el cual la región de Los Altos habló con hechos heroicos de amor y de gloria a la Patria mexicana y todo el mundo civilizado por el cristianismo. Los Altos, desde esa fecha, 9 de enero de 1927, comenzaron a ser conocidos a lo lejos y a lo cerca, y ya el mundo sacó lo que son y lo que valieron Los Altos.

Los sacerdotes que han trabajado allí, en la jurisdicción de San Francisco de Asís, son los siguientes: después de mí y sin nombramiento de la sagrada mitra ni con mi licencia, trabajó el tristemente célebre padre J. Reyes Vega desde la segunda quincena de enero de 1927 hasta el mes en que se hizo en México, el principio de los “arreglos” del conflicto religioso.

Abierto el culto, fue nombrado párroco el señor presbítero don Juan Soltero Jiménez.

Fui yo nombrado nuevamente párroco de allí, duré menos de un mes, cuando me amenazó de muerte nuevamente el gobierno tapatío.

El padre Estanislao Vázquez, joven de buen espíritu y honrado sacerdote fue nombrado mi vicario sustituto, enfermó y fue cambiado por el padre J. Concepción Urzúa; salió éste y fue nombrado párroco el actual presbítero J. Refugio Galindo.

Gerónimo Gutiérrez, nacido muy cerca de donde está ahora San Francisco de Asís, fue el arquitecto y ejecutor de la nueva iglesia parroquial. Zacarías, su hermano, fue su grande ayudante.

Trabajaron en esta obra como albañiles: el anciano Cirilo García y sus dos hijos, Rafael y Matilde. Don Cirilo hizo las puertas del templo. Todos son nacidos cerca de este lugar, San Francisco de Asís.

La parroquia es un retrato de la capilla del colegio Pio Latinoamericano en Roma.

Gerónimo apenas sabía leer, por eso es más admirable su artística obra, principalmente la cúpula que es preciosísima.

La señorita Josefa Angulo con sus hermanos, Macedonia y María fue la primera profesora que salida de los colegios del padre don José Refugio Huerta con las mejores calificaciones, puso el primer colegio en La Estanzuela, hoy San Francisco de Asís. De este colegio “de la señorita Pepa”, hay y amuchas religiosas de votos perpetuos, y muchos jóvenes para sacerdotes y otros tantos estudiantes.

La señorita Josefa Angulo y el padre Gerónimo Gutiérrez, ambos alteños, murieron en olor de santidad y sus cuerpos están sepultados en el nuevo templo.

El viejito Irineo Hernández, benemérito de esa jurisdicción de San Francisco de Asís y don Aniceto Hernández, murieron dejando grande vacío entre esas gentes alteñas ya muy notables por su heroicidad cristiana. Los cuerpos de estos dos varones notables, descansan en el templo parroquial, tumba de otros mártires desconocidos.

Al ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo de Guadalajara, doctor y maestro don Francisco Orozco y Jiménez, y a los alteños, mis hermanos queridos y a sus descendientes, en el aniversario de la fundación de nuestra cara población y centro de glorias cristianas.

A los 8 días del mes de diciembre de 1931

En un hospital fuera del arzobispado de Guadalajara.

José de Jesús Angulo, presbítero.

(Rúbrica)



[1]El título completo del escrito aparece de la siguiente manera: “Ligeros datos históricos que da el presbítero José de Jesús Angulo al señor arzobispo de Guadalajara,  doctor y maestro don Francisco Orozco y Jiménez sobre el origen y fundación de San Francisco de Asís, llamado “Los Altos” por antonomasia, en el xiv aniversario de su fundación”. El autor redactó este escrito el 28.12.1931 en un hospital fuera del arzobispado de Guadalajara.

[2] Nació en la hacienda de El Valle, del municipio de Atotonilco, el 24.06.1888 y se ordenó presbítero por el clero de Guadalajara el 19.11.1916. después de haber sido administrador apostólico de Tabasco, la Santa Sede lo eligió obispo de ese lugar el 02.06.1945. Ahí murió, el 19.09.1966.

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