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Despedida de Agustín Rivera de sus amigos en Guadalajara – Marzo de 1902

 

 Luis Sandoval Godoy

 

 

Fray Leonardo Sánchez Zamarripa, O.F.M. (q.e.p.d.) proporcionó el texto original de un documento que dio pie al autor don Luis Sandoval para redactar esta colaboración inédita, donde espiga y apostilla, con diáfana prosa, un pasaje de la vida de don Agustín Rivera y Sanromán (1824-1916), uno de los ministros sagrados del clero de Guadalajara que por diversas causas representó, en el ámbito del humanismo decimonónico, toda una época

 

Cum repeto noctem, qua tot mihi cara reliqui,

labitur ex oculis nunc quoque guta meis[1]

Las tristes – Ovidio

 

El doctor Agustín Rivera, prominente miembro de la clerecía guadalajarense, trae un hondo sentimiento que él mismo no sabe explicar. Es como una tristeza, como un vacío en el pecho, como una misteriosa ansiedad que quisiera dejar escapar en un suspiro, pero el suspiro mismo se detiene y se ahoga dentro de él.

Sus amigos, sus discípulos, los ilustres personajes de Lagos que conforman con él un corrillo de intelectuales, advirtieron desde hace días la nostalgia que se dibuja en el rostro del doctor Rivera, tiembla en sus pupilas, humedece los lagrimales de sus ojos, se endurece en sus labios, y se dibuja en todo él como un hierbajo marchito, doblado a latigazos de sol.

Las campanas de la Oración, en tardes doradas del otoño, caen desde las gallardas torres de la parroquia, como deshojadas rosas, como floreciendo en el aire tibio de septiembre. Y toda la población detiene su latido; la tarde se queda extática, el corazón de los laguenses se llena de cálida unción en el rezo del Ángelus apenas musitado. Pero don Agustín ya no atiende a estos deliquios, la nostalgia que se le ha adherido al pecho ya no mueve los afectos devotos de su corazón.

Ahí en el sillón de cuero, en el pasillo de su oscura casona, se pasa largos ratos, vive el silencio de las horas y el paso blando con que las luces de la estación van tiñendo el aire, si de tonos dorados y azules, si de malva o violeta, hasta que poco a poco se van descomponiendo en gris dolencia, en la oscura mancha que envuelve las calles, más allá de los faroles que escapan guiños rojizos sobre la fachada de las Capuchinas.

 

1.- Programa de vida

 

El erudito clérigo, don Agustín Rivera y San Román tiene un pasado de lo más brillante que pudo haber entre los eclesiásticos de su tiempo, entre los hombres de pro del país, los intelectuales de la república, los cerebros más lucidos, honra y prez de la corriente liberal de aquellos años. Su elocuencia, su erudición, la incisiva polémica con que se plantó ante don Agustín de la Rosa, prominente canónigo tapatío, para rebatir ciertas y cuales manifestaciones de religiosidad exagerada, que pueden derivar en formas de fanatismo en el pueblo y que algunos miembros del clero parecían disimular.

El doctor está recordando los años de lucimiento y esplendor que ornaron su nombre desde los niveles del gobierno civil y eclesiástico y voltea a verse a sí mismo, disminuido y ligero, envuelto en su ahora desteñido manteo, ahí sobre el sillón de todas las tardes, para ver y sentir dentro de sí cómo mengua la tarde otoñal, en dolorosa expresión del íntimo languidecer de su espíritu.

Ahora han venido a su memoria datos muy concretos de sus años de esplendor, y parece decirlos para sí mismo:

 

“Amaneció el memorable día 15 de enero de 1869, en que una mano amiga me llevó e hizo sentar en la cátedra de Historia en el Liceo de Varones del Padre Guerra. Me pareció estar rodeado de mis antiguos i[2] mui animados discípulos en la cátedra de jurisprudencia, ¡Sentir en mi alma el Jam rediit![3] de Virgilio. Entonces volvieron las golondrinas a su antiguo nido. Novae rediere in pristina vires.[4] Brotaron en mi corazón las energías latentes; i las antiguas ilusiones, la ciencia, la patria, las esperanzas, los peligros, las santas audacias, los dulces trabajos de lucha, las victorias, los bellos ideales, en fin, vinieron a mi mente como las dulces abejas a formar un panal. Me dediqué al estudio de la Biblia, de la filosofía i de la historia: de la historia del célebre pueblo de Israel, de la antigua Grecia, de la antigua Roma, i sobre todo de la historia de México. Entonces se me apareció Gutenberg en un nimbo, i este ha sido la estrella, el consuelo i la esperanza de mi vida…”

 

Acezando fuerte, con la respiración de quien vino jadeando por pina ladera, así ha quedado en silencio ahora el sabio sacerdote don Agustín, luego de correr por el que fuera un resumen de su vida. Cuántos momentos de deleitosa intensidad, cuántos fulgores al amanecer de aquella o la otra etapa, y cuántos silencios largos en tardes como ésta, para tomar ánimo y seguir iluminando su mente en los nuevos avances del pensamiento, en las nuevas publicaciones que van saliendo de su pluma.

Ha dejado que los recuerdos se pierdan en senderos felices, en nubes de luminosos relieves, barrancos umbríos, alturas gloriosas. Se ha arrebujado suavemente en su manteo, apretando los brazos sobre el pecho para proteger imágenes muy queridas de sus mejores tiempos, imágenes que hoy lo llenan de tierna melancolía. Un ligero aire de septiembre balancea las malvas del patio de su vieja casona a la sombra de las Capuchinas; es el frío de la temporada que ya empieza a hacer sentir su presencia.

 

2.- Esquema biográfico

 

Ahora tiene este ilustre doctor 78 años de vida. Nació en 1824 y esta melancólica despedida de sus amigos de Guadalajara, en edición de lujo, tipografía de José Íñiguez, trae fecha del 5 de marzo de 1902. Ahora vive en Lagos de Moreno luego de haber pasado una parte de su fructífera vida en la ciudad de Guadalajara.

Huérfano de padre, luego de unos años de estudio en el Seminario de Morelia, se inscribió en el Seminario de Guadalajara el año de 1847, fecha misma en que concluyó y se tituló en Derecho por la Universidad de esta ciudad. Recibió la orden sacerdotal en 1850 y en el mismo Seminario tapatío impartió clases de latín, lº y 2º y luego de sintaxis, prosodia y retórica latina. Después fue ahí mismo profesor de derecho civil y romano. En 1852, obtuvo el doctorado en Derecho y hacia 1866 hizo un largo recorrido de dos años por Inglaterra Francia, Alemania y Rusia para venir luego a buscar el claro remanso de su vida en la capellanía de las Capuchinas de Lagos, desde 1868.

En los ires y venires de su vida, escribió y publicó el doctor Agustín Rivera más de 200 títulos de todas las cuestiones, lo mismo de materia teológica y de contenidos religiosos en general, que de temas enfocados a las corrientes políticas de su tiempo, especialmente del campo liberal en cuyas posiciones, personajes y actitudes tuvo profunda cercanía. Su estilo, su expresión al habla o a la escritura, fue buscada y gustada por su forma ingeniosa y chispeante y así sus libros y su persona gozaron de gran público, de simpatía y sincera preferencia.

En la publicación que hizo para despedirse de Guadalajara y de sus amigos, se advierte la agilidad y gracia, la erudición y elocuencia nacidas de su alta cultura, si bien hay que notar un hecho curioso que se ha querido reproducir fielmente del texto original: la intención de olvidar y rechazar el empleo de la y griega que dicen los gramáticos, empleando siempre la i latina porque ésta, ya lo había dicho siglos antes un cierto Juan de Valdés, es una vocal que nunca cambia su naturaleza, mientras la y griega funge de consonante al principio o a medias de la palabra y empleada como copulativa guarda el sonido de la i latina, y ésta y no la otra veleidosa letra, quiere el doctor emplear y aplicar invariablemente en sus textos.

Luego de sus clases en el Seminario, de sus conferencias, de sus publicaciones, de su intenso empeño en el estudio de los temas universales del pensamiento, luego de intensa gira por el mundo, vuelve de paso a Guadalajara antes de marcharse a Lagos donde desea dedicarse a la investigación, al análisis de los grandes temas que inquietan a los seres humanos, a seguir escribiendo y publicando y, si fuere dado, a cubrir oficios de maestro en alguna institución docente.

Viene de paso a Guadalajara y siente una opresión al despedirse del ambiente, de sus amigos, de sus discípulos, del aire claro de la ciudad donde pasó su juventud y donde empieza a tocar los tiempos de su madurez. En este desasosiego interior, -apenas ha cumplido 40 años-, escribe con puño tembloroso…

 

“En una mañana fría y triste, la del 17 de febrero de 1865, salí de esta ciudad con un rostro casi juvenil, con una que otra hebra de plata en mi rizado cabello i con la sonrisa de la indiferencia, i a mi respetable amigo el señor licenciado don José Ignacio Cañedo y Valdivieso, que me había hospedado en su palacio de espaldas de Catedral, le dije al montar en la diligencia: “Yo volveré”. I ahora vuelvo…”

 

3.- Emocionado retorno

 

Cuántos recuerdos quiso dejar consignados el doctor Agustín Rivera y San Román en la publicación de su despedida de Guadalajara y de sus amigos. Su permanencia en Lagos de Moreno, no borró la imagen de aquellos edificios, de aquel aire de la ciudad, de aquellos momentos vividos en la etapa más resplandeciente de su vida.

Ahora ha cumplido 78 años de vida y quiere hacer un balance, desea traer momentos de sus mejores años y felices horas, renovando aquellos recuerdos. Deja ir las horas mientras sigue el vuelo interior de su memoria, como luciérnaga que prende y apaga, que enciende luces y luego deja la noche en silenciosa oscuridad…

Eso hace el doctor Rivera a prima noche de este doliente otoño, en su sillón de cuero, cubierto todo él en su capa española de gastado paño, mientras contempla desde el pasillo de su modesta casa junto a  las Capuchinas, cómo revuelan las luciérnagas, como tiemblan en la oscuridad, temblor de estrellas en la noche, chispeo luminoso que va a y viene, como vienen y van los recuerdos, la sentida melancolía que invade su alma al despedirse y hacer referencia desde aquí, al viaje que hizo a Guadalajara, en ánimos de despedirse de la ciudad y de sus amigos.

Una profunda tristeza, una nostalgia llena su alma, y recordando y viviendo aquellos lejanos días, felices imágenes, queridos amigos, como en el verso de Ovidio, siente el gotear silencioso de una lágrima en su mejilla…

Este texto del doctor Rivera tiene diversos aspectos, ángulos de interés: es un documento humano con el transido sentimientos que invade a veces el corazón de todos los hombres, es una muestra de la erudición y la agilidad de pensamiento de un sabio en sus tristezas, es una visión de Guadalajara cuando apenas asomaba el siglo, sus edificios, su ambiente, sus personajes, es en suma un valioso texto del cual bien vale espigar siquiera algunos párrafos.

 

4 - Recuerdos del doctor Rivera

 

“¡Guadalajara! Ha venido a tí, no un personaje de alta categoría, sino un simple viajero, que no tiene más mérito que ser hijo i que no trae más bagaje que el de los recuerdos. ¡Cuánto he amado! En tristes días y largas noches ¡cuánto me he acordado de tí! Me he acordado de tí surcando el Adriático i el Mediterráneo, en las playas de Pompeya, en la plaza de los Mártires de Bruselas, a las orillas del Támesis i sobre la columna de Julio. Me he acordado de tí sentado a la orilla del Salto de Zurita viendo correr sus aguas.

Cuánto deseaba volver a ver el lugar donde estuvo mi casa, en la que mi madre, mis hermanos i yo vivimos nueve años, como en un nido feliz; venir a orar junto al sepulcro del Ilmo. doctor don Diego Aranda i venir a llorar bajo el querido techo de mi antiguo Seminario, que cobijó mi niñez, mi juventud i parte de mi edad madura; i he visitado esta Casa con profundas emociones como el decano de los catedráticos, he orado junto a ese sepulcro ¡ojalá pudiera hacerlo sobre la tumba de tantos amigos!

He llegado a la puerta del lugar que entre todos los de Guadalajara es el que me es más amado. ¡Sagrada mochila que el veterano encorvado sobre su bordón guarda con veneración en su rústica choza ¡Sombra de la antigua aula mayor de mi Universidad, venís en este momento a posar sobre mi frente! En aquella aula mayor, el día 11 de mayo de 1847 leí mi Disertación sobre la Posesión, primer eslabón de una larga cadena de pobres escritos que me han traído a vosotros…

I después de permanecer con vosotros un tiempo tan breve como delicioso, obligado por los achaques de mi avanzada edad vuelvo a mis patrios lares. ¡Cuán bella es esta palabra: Chactas, vuelve a tus bosques! Allá me esperan un cielo que me vio nacer, mui propicio a los ancianos, unos hermanos tan queridos como vosotros i mi casita del callejón del Indio, que ha sido el médium de mis escritos, i en la que conservaré con reverencia i sempiterna gratitud la memoria de vuestros beneficios: …memoriam vestri beneficii colam benevolentia sempiterna.”[5]

 



[1] Cuando recuerdo esa noche en que dejé a todos mis seres queridos / aún se deslizan desde mis ojos las lágrimas.

[2] Según la ortografía que algunos adoptaron en su tiempo, el doctor Rivera reemplazaba la y por la i, por ejemplo, en la conjunción copulativa y o en el adverbio muy, como más adelante lo aclara el autor de este artículo.

[3] Trad. “¡Ahora vuelve!”.

[4] Trad. “Retorna de nuevo a su antigua fortaleza”.

[5] Cf. Cicerón, Oratt. pro Caelio.

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