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La conformación neoclásica del templo parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe en Guadalajara[1] Eduardo Padilla Casillas[2]
Publicamos aquí este trabajo paralelo al que apareció en las ediciones de abril y mayo de este Boletín, del mismo autor, en el que de manera clara y amena se nos relata el proceso arquitectónico de este templo icónico de Guadalajara.
La parroquia a principios del siglo XIX
Una vez inaugurada la parroquia, prosiguió con su devenir hasta que en la última etapa de vida hispánica diversos acontecimientos naturales causaron deterioro en su fábrica material por lo que fue necesario una serie de intervenciones. La primera, le otorgó su característica apariencia final a la fachada principal y que en la actualidad aún podemos ver con extrañeza. Los sismos de 1798 ocasionaron una falla estructural a lo largo de toda la construcción ya que se manifestaron una serie de grietas y fisuras importantes en las bóvedas y muros que evidenciaron que la fachada principal no resistía el empuje de las bóvedas y en general, toda la fábrica material, por lo que se tuvieron que construir con profundos y vastos cimientos dos contrafuertes a los costados del ingreso principal y que contrarrestaron y ofrecieron empuje a los arcos y bóvedas del templo, cuya manufactura tuvo un costo de dos mil noventa y siete pesos, siete reales. Estos contrafuertes tienen un diseño particular, ya que son unas pilastras de capitel toscano que sostienen un entablamento que no es corrido y exhiben relieves de las letanías marianas. Si bien sus formas tienden al neoclásico, ciertamente exhiben una fuerte apariencia barroca. Estos contrafuertes fueron una solución práctica frente a un problema grave de estabilidad estructural y se observa la voluntad de que estos agregados fuera decorosos y estuvieran en armonía con las formas sencillas del exterior, sin embargo, le otorgan cierta pesadez a la fachada principal. Por último, estos contrafuertes pasan hasta cierto punto desapercibidos y hasta pueden confundirse como elementos originales de la construcción, sin embargo, si se revisan con más cautela, se puede apreciar el tono distinto que tienen sus piedras con respecto al color de la piedra con la cual se construyó la parroquia y no se puede negar que el tratamiento de inserción de los contrafuertes al muro frontal y la costura en piedra que se hizo para su construcción es de una calidad magistral. Posteriormente, en 1801 se empedraron los costados y el frente del templo con un costo mil trescientos treinta y seis pesos y dos reales. Dos años después, se dotó a la iglesia de nuevos vestimentas sacerdotales y objetos sagrados que tuvieron un costo de dos mil cuatrocientos treinta y seis pesos y una cuartilla. En 1807 se fundió el esquilón mayor para una de las espadañas que costó 530 pesos con cuatro y medio reales. En 1808 un rayó impacto la bóveda del coro de la iglesia, este fenómeno natural dañó severamente su fábrica por lo que tuvo que ser demolida y se volvió a construir, con un costo de cuatro mil novecientos sesenta y cuatro pesos con tres cuartillas reales. El mismo fenómeno dañó el órgano tubular por lo que tuvo que ser renovado con un costo de trescientos setenta y cinco pesos. En 1810 se comenzó el cancel de madera interior de la entrada principal y se termino el año siguiente y que tuvo un costo de dos mil treinta pesos con cinco reales. Al parecer, lo último que se llevó a cabo en este periodo hispano fue la refundición del esquilón mayor en 1815, con un costo de mil sesenta y un pesos con siete y medio reales.[3]
Después del obispo Cabañas: Gordoa y Aranda
Llegaron nuevos tiempos a estos territorios con la independencia del país y con ello, comenzaron las discusiones a cerca de como México debía de ser como nación. Después del Primer Imperio, México se encontró con la discusión de bandos en el que cada uno planteaba su proyecto de nación, debatido entre el federalismo y el centralismo, la distribución y equilibrio de los poderes en una o dos cámaras, cuestiones relativas a las características del ciudadano, sus garantías, el control de recursos económicos, la recaudación fiscal y el papel que debía jugar la Iglesia junto con la religión en la nueva nación, todo dentro de un clima de desconfianza y falta de compromiso por parte de la ciudadanía al gobierno.[4] Debido a las diferencias, se generaron disputas que revelan que más allá de ser contrarios, tuvieron varios puntos en común, por lo que hay que considerar que todos se encontraron dentro de la misma tendencia liberal, pero unos más radicales que otros, o moderados.[5] Al mismo tiempo, la época hispánica dejó a la diócesis de Guadalajara con una base económica sólida que la situó entre las más ricas, los bienes inmuebles eran abundantes lo mismo que los capitales, aunado a que éstos descansaban en la recaudación eficiente de diezmos y en la inversión de los sobrantes una vez saldados los gastos mensuales junto con la correcta administración de los recursos,[6] porque desde la época virreinal la Iglesia estuvo organizada cuidadosamente en la Haceduría de Diezmos, basándose en un equipo humano experimentado y con un eficaz sistema de contabilidad que se encargaba de recoger cada año la renta decimal y de practicar las averiguaciones para que se liquidara lo correcto.[7] Esta riqueza pronto se constituyó como la manzana de la discordia frente a un Estado cada día más en bancarrota, endeudado por todas partes y poco honesto en su administración.[8] Ahora bien, los recursos financieros que se otorgaban a las obras materiales en este periodo y también en las siguientes décadas, en general, provenían de lo recaudado por diezmos, herencias, limosnas y reinversiones especulativas y se obtenían importantes ingresos mediante los aranceles parroquiales fijados sobre bautismos, matrimonios, entierros y demás servicios religiosos. Dichas contribuciones a la diócesis fueron aprobadas por la Audiencia y por el obispo Cabañas en octubre de 1809 y dicho modelo fue más o menos el mismo el que se aplicó hasta la octava década del siglo XIX. De manera paralela, ya desde el 4 de marzo de 1822, los delegados diocesanos de todo el país, se reunieron en la Junta Eclesiástica que tuvo lugar en la Ciudad de México, en la que proclamaron la libertad de la Iglesia en México, que se consideró ajena al resguardo del gobierno y empezó a proceder sin rendirle cuentas a nadie, ya que ni el mismo Pontífice podía inmiscuirse en su manejo interno mientras España no reconociera la Independencia y cesara el Patronato que la Corona había desempeñado sobre la Iglesia de América, lo cual significó que el Papa estaba imposibilitado de satisfacer la pretensión mexicana de que el presidente asumiera el Patronato Eclesiástico con las mismas atribuciones que tuvieron los monarcas españoles. Esto fue un contratiempo, sobre todo porque como se verá más adelante, los obispados fueron quedando vacantes, pues no hubo quien nombrara nuevos obispos.[9] Es así como la Mitra tapatía tuvo la política autónoma de distribuir, destinar y aplicar de manera discrecional los caudales recolectados a los distintos proyectos que estuvo desarrollando y las decisiones recaían en el obispo y su cabildo, que, en el caso en particular, tenían bajo su responsabilidad el mantenimiento y la administración de los principales inmuebles. Como parte de lo anterior, la constitución de 1824 indicó que correspondía al ejecutivo conceder el pase o retener los decretos conciliares y bulas pontificias provenientes de la Santa Sede.[10] Ese mismo año, el cabildo eclesiástico se negó a jurar la constitución estatal, por que en ella se incluyó una norma según la cual al gobierno le correspondía costear los gastos para el mantenimiento del culto, por lo que el cabildo hizo llegar una nota al gobierno en donde pidió al congreso intervenir. Estas leyes fueron precisamente una consecuencia del antiguo patronato que el Estado deseaba asumir, ya que con ello tendría acceso a los bienes de la Iglesia, ya que veía como lógico ya que heredó del antiguo régimen la obligación de promover a los fieles para cumplir con el pago de los diezmos[11] y en 1825 se publicó la Ley Orgánica de Hacienda, en la que se desconoció la autonomía eclesiástica.[12] Con el fallecimiento del obispo Juan Ruiz de Cabañas y Crespo el 28 de noviembre de 1824[13] y tras casi siete años de sede vacante, se nombró para el episcopado el vicario capitular José Miguel Gordoa y Barrios por el papa Gregorio XVI.[14] La prolongada vacante se debió la actitud del Papa León XII y de la presión que ejercía la corte española. El problema de fondo radicaba en la regalía del real patronato según el cual correspondía al monarca español presentar candidatos para cubrir las vacantes, facultad que no podía ejercer sobre un territorio emancipado y nombrar obispos de manera directa equivalía a reconocer la independencia, por lo que el pontífice tuvo una actitud inclinada hacia una postura legitimista.[15] Gordoa estuvo poco tiempo al frente de la diócesis ya que murió el 12 de julio de 1832[16] y dejó truncas algunas de los proyectos que impulsó desde que había sido vicario y el obispado quedó vacante aproximadamente cuatro años. El problema de como debía ser la relación del Estado con la Iglesia y las funciones que cada una debía desempeñar prosiguió, ya que la reforma liberal de 1833 estipuló que correspondía al Estado proveer a las parroquias vacantes, así como dar o no su consentimiento a otros nombramientos eclesiásticos. El punto crucial de toda esta polémica radicó en la defensa que la Iglesia hizo acerca de su soberanía y del tipo de relación que debía tener el Estado para con ella. Se advierte cierta incoherencia entre buscar el apoyo del Estado para el cumplimiento de obligaciones religiosas en materia de dineros y no aceptar su intervención a la hora de distribuirlos, este intento constante del Estado por intervenir en los asuntos económicos de la Iglesia será una permanente causa de confrontaciones.[17] Los diezmos por su parte, fueron un tema de disputa ya que para 1827 el gobierno jalisciense pudo intervenir en su administración más allá de lo dispuesto por el Congreso general durante el interinato de Juan N. Cumplido, ya que la legislatura local intentó eliminar la Haceduría de Diezmos de la Iglesia y creó una junta directiva estatal que tendría a su cargo el control de los recursos, algo a lo que la autoridad eclesiástica provisional se opuso. Diego Aranda y Carpinteiro,[18] como vicario capitular, instaló un juego político conciliatorio, además de que las recaudaciones diezmales tenían un manejo sencillo, fiel, de bajo costo, puntuales y de exacta afluencia, puesto que el pago provenía de la buena voluntad y religiosidad inspirada en el deber sagrado de todo católico. En 1833 se publicó la Ley de Desamortización de bienes de manos muertas declaró la invalidez de las corporaciones para poseer bienes raíces y se ordenó la venta de fincas urbanas entre otras disposiciones que fueron rechazadas por la diócesis y se cerró la catedral por primera vez como consecuencia de los problemas.[19] Posteriormente se estableció el gobierno conservador de las Siete Leyes y las Bases Orgánicas de 1835 que una vez más estipularon una vez más que el estado debía controlar de manera interna a la Iglesia.[20] Después de la muerte de Gordoa y a lo largo de todo el tiempo que hubo sede vacante, la presencia del cabildo y Diego Aranda como prebendado, canónigo, provisor y vicario capitular[21] fue indispensable, en particular por el clima que se desarrolló debido a la apertura liberal que tuvieron muchos miembros del presbiterio que advirtieron la llegada de nuevos tiempos y la necesidad de adaptarse a ellos y fue en este periodo cuando se establecieron en la diócesis las primeras logias masónicas.[22] Durante este periodo, la región fue azotada en el verano de 1833 por una epidemia de cólera que diezmo la población y el mismo Diego de Aranda de su propio peculio auxilio a los enfermos.[23] Por fin, después de varios años, el 29 de noviembre de 1836 la Santa Sede reconoció la independencia de México[24] y el 30 de noviembre de ese mismo año fue consagrado como obispo al mismo Diego Aranda, quién tomó posesión de su diócesis el 4 de diciembre y la gobernó hasta el 17 de marzo de 1853. El obispo Aranda, fue un gran benefactor social de la entidad mediante diversas obras constructivas y contribuyó arduamente para establecer una imagen fuerte para la diócesis como estrategia en estos tiempos álgidos frente a las disputas por los privilegios y regalías eclesiásticas del lado del bando conservador, políticas que estaban sucediendo en otras partes del mundo ya que fueron impuestas por el papa Pío IX como defensor de una Iglesia mundial asediada por las nuevas corrientes de pensamiento filosófico y de formas de gobierno. La buena administración de bienes y los diezmos entre otros caudales conllevó a que, a pesar de la situación, hubiera suficientes recursos para obras materiales. A partir de la tercera década del siglo XIX, apoyó ya fuera como parte de algún cargo o después como obispo, proyectos extensivos de mejoras y adaptaciones en edificios de la diócesis, como la ampliación y la reforma neoclásica de la catedral de Guadalajara que se caracterizó por la construcción de nuevos retablos para el interior de la catedral, la prolongación de la nave central hacia el oriente, el traslado de la sillería del coro al nuevo ábside y una nueva cúpula remataría el conjunto, dichas tareas comenzaron oficialmente el 19 de febrero de 1827[25] y las cuentas finales se cerraron el 26 de marzo de 1834.[26] Reactivó las obras de la parroquia de El Sagrario el 13 de julio de 1830,[27] para ser suspendida en 1834[28] y reactivada en 1835,[29] es factible que la última etapa de trabajos en el templo parroquial se haya enfocado en la construcción de todos los retablos en mampostería y la edificación del domo principal, el cual llevaba buen ritmo para el 11 de julio de 1838[30] para ser concluida alrededor de un año más tarde ya que la dedicación del templo se llevó a cabo el 13 de septiembre de 1839.[31] También, en 1845[32] se concluyó de la Casa de Caridad y Misericordia, el Cementerio de Santa Paula, su Mausoleo y continuó la construcción de la parroquia de Calvillo, cerca de Aguascalientes. El obispo Aranda impulso la división parroquial gracias a la recuperación demográfica y con ello se inició la construcción del templo parroquial del Dulce Nombre de Jesús el 24 de febrero de 1844 y la obra negra fue concluida el 23 de junio de 1855.[33] Mientras tanto, llevó a cabo un proyecto de arreglos materiales para la catedral de Guadalajara y la parroquia de El Sagrario que iniciaron el 2 septiembre de 1850[34] y se concluyeron en el mes de mayo de 1852. De forma paralela se construyeron las torres de la catedral, que a la postre se convirtieron en el emblema por excelencia de la identidad tapatía, que se comenzaron el 30 de julio de 1851[35] y se concluyeron el 26 de julio de 1855.[36] También, llevó a cabo la reedificación del Palacio Episcopal, que comenzó el 14 de noviembre de 1853[37] y finalizó hasta el 12 de febrero de 1858,[38] hay que agregar que todos estos proyectos fueron dirigidos por el arquitecto Manuel Gómez Ibarra.[39] El obispo Aranda no vio terminadas las obras, ya que falleció el 17 de marzo de 1853[40] y su futuro sucesor Pedro Espinosa y Dávalos dispuso que fue disposición del finado antecesor que continuaran los trabajos después de su muerte hasta ser concluidos.[41]
La renovación del templo parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe
Hacia la tercera década del siglo XIX también se comenzó con la renovación material de esta parroquia como parte de las estrategias de Diego Aranda y cabe destacar, que hasta el momento no se había contemplado la existencia de una reforma de este tipo en este templo parroquial y que, por su tamaño, fue uno de los exponentes más importantes de las formas racionales del neoclásico que existieron en la Guadalajara de aquel tiempo. Ahora, esta parroquia se suma al repertorio de mejoras que llevó a acabo el obispo Aranda y los trabajos que se efectuaron se encuentran alineados en proyectar una imagen fuerte de la Iglesia tapatía a pesar de las diversas disputas del momento. De esta manera, el inmueble parroquial formalmente quedó definido por los elementos característicos del neoclasicismo, es decir, la utilización de los órdenes clásicos, la simetría, el empleo de la sección áurea, jerarquía de ingresos y ornamentación grecolatina de acuerdo al periodo en el que se produjeron los proyectos religiosos más señoriales del neoclasicismo promovido desde la centuria anterior por la Real Academia de las Nobles Artes de San Carlos de Nueva España, por el decreto real del 25 de diciembre de 1783. La Academia abrió sus puertas el 4 de noviembre de 1785 con Gerónimo Antonio Gil como Director General.[42] Desafortunadamente, la información que actualmente se conserva no esta completa y no se puede conocer a ciencia cierta quienes fueron los que trabajaron, la procedencia de los materiales, carpinteros, ebanistas, decoradores, escultores ni tampoco quien fue el autor de los diseños y planos. Con respecto a lo anterior, se puede especular que los diseños arquitectónicos fueron por parte de Manuel Gómez Ibarra, debido a que hasta el momento, dicho arquitecto es la constante[43] y las esculturas, pudieron ser de Victoriano Acuña, ya que fue el escultor preferido del obispo Aranda,[44] Lo único que es posible conocer de manera sólida es a través de la noticia que dejó el 3 de enero de 1840[45] el párroco Marcos Espinosa cuando le rindió cuentas a los superiores de la diócesis de los gastos parroquiales, por consiguiente, las adaptaciones del templo iniciaron en 1838 y dos años después, ya estaba concluida la estructura del altar mayor y no contaba aun de su terminados en estuco y dorado, también ya se había levantado el piso de los dos cruceros y se había colocado el terraplén para elevar el nivel del pavimento de la iglesia para poder construir los altares laterales, por lo que aún no se comenzaban a trabajar en ellos. Debido a los trabajos, todo el interior de la parroquia estaba repleto de tierra y piedra y por ese motivo, el presbítero manifestó que no había esperanza de que los trabajos se concluyeran pronto. El presbítero manifestó también que la lentitud de los trabajos se debía en parte a que el mayordomo había dispuesto que se le diera prioridad a la construcción de sepulcros en el cementerio vecino y que la cuestión era que, para los dos proyectos, el cantero era el mismo y que no se podía entender por completo de la construcción de los altares menores mientras no se concluyera el cementerio. Por último, comentó que a pesar de que no estaba suspendida la obra, quedaba claro que, por el ritmo tan lento, se tardarían un par de años en terminar y que también tanto los operarios como los pintores trabajaban sin apresurarse por la ausencia de un sobrestante. Aquí cabe reafirmar una vez más, que esta etapa pudo ser dirigida por Gómez Ibarra, ya que esta manera de proceder en la intervención de un inmueble corresponde a la misma forma en como trabajaba dicho arquitecto y el obispo Aranda, es decir, una vez terminada la obra, ya fuera reciente o antigua, se construían los retablos, ya que así sucedió en El Sagrario y otros lugares. Al mismo tiempo que esto estaba sucediendo, en este curato vivía el Ignacio García[46] y los capellanes de la parroquia eran Máximo Gaxiola de 73 años, Ignacio Ortega de 78 años, José María Ibarreta de 50 años, Inocencio Oliva de 35 años, Casiano Espinosa de 41 años, Juan Nepomuceno Gómez de 71 años, Joaquín Pisano de 49 años, José María Rincón[47] de 52 años y Basilio Gómez de 43 años.[48]
El interior Parroquial
Después de esta coyuntura centrada en su reconfiguración material, la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe quedó con un lenguaje formal neoclásico no exento de colorido, todo terminado en estuco y con pintura mural en imitación de mármoles, granitos y jaspes de colores, madera tallada de distintos tipos para guardapolvos y abundante acabado en oro fino en conjunto de la mezcla de colores claros matizados como el marfil, azul claro y amarillo claro para matizar luces, sombras y resaltar volúmenes. Hay que dejar en claro que es difícil saber de manera puntual como estaba esta distribución de los terminados, sin embargo, el inventario de 1864[49] nos muestra perfectamente la disposición de los elementos, además, si se parte del manejo hasta cierto punto tradicional de los diseños de dibujo de ornato y la lógica característica de ese tipo de terminados, nos da una idea clara de como fue la parroquia en esta segunda época estética.[50] El altar mayor presentaba un estilo neoclásico, construido en piedra estucada y localizado en el ábside, sustituyendo al antiguo retablo de madera dorada de estilo barroco estípite y estaba resuelto de manera un tanto tradicional para esta clase de trabajos ya académicos dentro de las formas neoclásicas. Su diseño formal constaba de tres calles y un cuerpo con su respectivo remate. La calle central tenía el manifestador y las calles laterales alojaban los elementos estructurales, decorativos y los componentes discursivos de apoyo. Primeramente, en la calle central se encontraba la mesa del altar con el ara sagrada y sobre el mismo, un sotabanco, al centro el sagrario, cuatro gradas y en la parte superior, un templete o manifestador[51] con columnas que sostenían un entablamento con un remate de media esfera, que a los lados mostraba dos pedestales para dos esculturas de ángeles adoradores, al parecer, en yeso.[52] El conjunto estaba adornado con diversas molduras y relieves decorativos con terminados en oro fino. Por su parte, el sagrario era de madera forrado con laminas de plata, que representaban un frontispicio neoclásico.[53] El interior del sagrario estaba forrado de fina tela de tisú y hacía juego con el conopeo con galones y flecos que cubría el exterior de dicho depósito. Este altar se decoraba con un juego de ramilletes de madera acabados en oro. Arriba del manifestador y al centro, se encontraba sobre una repisa la imagen titular con la pintura de Nuestra Señora de Guadalupe con su marco de plata en su color de molduras sencillas sin adornos sobre puestos[54] que, a su vez, estaba dentro de otro marco de madera con acabado de oro. Arriba del marco se encontraba una ráfaga dorada también en madera terminada en oro fino. En la parte superior, en el remate del retablo y en el luneto del ábside, estaba colocado un óleo sobre lienzo que representaba un pasaje de la Visita de la Virgen María a Santa Isabel dentro de un marco de madera dorada. A los lados, las calles laterales estaban conformadas por un cuerpo con dos juegos de columnas sobre pedestales que sostenían un entablamento corrido con arquitrabe, friso y cornisa. Entre las columnas y en su parte inferior, estaban colocados cuatro óleos sobre lienzos con formato ovalado que representaban las Cuatro Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe. Arriba de las pinturas anteriores, a derecha del templete se encontraba la escultura de San Juan Bautista y a la izquierda la de San José, ambas tallas completas en madera. En el extremo izquierdo, junto a los pedestales de las columnas se encontraba la escultura de talla completa sedente sobre un cojín de madera que representaba a el Obispo Fray Antonio Alcalde[55] y a la izquierda el sombrero de dicho prelado, también sobre un cojín. A la derecha, se encontraba un nicho empotrado cubierto con una lápida de mármol que indicaba el sitio de los restos del finado obispo Alcalde.[56] A los lados del retablo[57] y a la altura del presbiterio se encontraban dispuestos los ambones construidos en piedra estucada y con los detalles ornamentales dorados con sus respectivos atriles de madera. Sobre el sagrario, existía un crucifijo su peana de metal dorado y en las gradas, dos fanales de capelo de vidrio que en su interior tenían floreros de porcelana con arreglos florales coloridos de seda y papel. Las cortinas y el tapete para el templete, eran de damasco de seda con flecos y galones finos y por la parte de atrás, hubo un espejo con una peana dorada para la exposición de la custodia.[58] El tiempo de la parroquia era marcado por la presencia en el presbiterio del lado derecho de un reloj de sala de origen inglés colocado sobre una columna de madera pintada y a cada lado del retablo hubo un farol de madera laqueada con vidrios de colores, que en su interior, se encontraba colocado el vaso de la lámpara sobre un platillo de china y por último, el presbiterio estaba guarnecido por una barandilla de madera. En el crucero poniente de la iglesia, se encontraba el altar lateral dedicado al Señor del Amparo, que su construcción era de piedra estucada en estilo neoclásico y estaba conformado por el altar enmarcado por dos columnas sobre pedestal que sostenían un entablamento. Al frente, se encontraba la mesa del altar con su ara de mármol y dos gradas con una cornisa, al centro un sagrario de madera tallada[59] y arriba un crucifijo pequeño de metal.[60] Arriba, un nicho sin vitrina que custodiaba un conjunto escultórico en madera conformado por el santo cristo de talla completa fijado a una cruz pintada[61] y a la derecha la escultura de Nuestra Señora de los Dolores[62] y la izquierda un San Juan Evangelista,[63] ambas imágenes en talla completa para vestir. En el remate superior del altar, se encontraba un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada de formato ovalado con la efigie del Sagrado Corazón de Jesús y a los costados de dicho altar estaban colocados unos óleos sobre lienzo con marcos de madera estucada con adornos dorados de los evangelistas San Juan y San Mateo, por último, estaba rodeado por una barandilla de madera. En el crucero del lado oriente existió un altar idéntico al anterior.[64] En el nicho principal del retablo tuvo su vitrina con vidrios que custodiaba a La Sagrada Familia con Jesús María y José, representados en estatuas de madera en talla completa. En el remate superior del altar, se encontraba un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada de formato ovalado con la representación de la Santísima Trinidad y a los costados de dicho altar estaban colocados unos óleos sobre lienzo con marcos de madera estucada con adornos dorados de los evangelistas San Marcos y San Lucas. En el lugar de este altar se encontraba una pequeña imagen del Cordero Pascual manufacturado en barro dorado. En el sagrario de este altar se guardaban los santos óleos en dos frascos de cristal y un ánfora de hoja de lata adentro de una caja de madera con su chapa y llave, en donde también se guardaban algunas reliquias,[65] por último, estaba rodeado por una barandilla de madera. En la nave de la iglesia[66] se encontraba el altar lateral poniente[67] dedicado a Santo Domingo de Guzmán, conformado por dos columnas sobre pedestal que sostenían un entablamento de arquitrabe, friso y cornisa y que sostenía un remate, todo enmarcado dentro de un arco de medio punto moldurado sostenido por pilastras. Estaba manufacturado en piedra estucada en estilo neoclásico con decoraciones en relieve y molduras con hoja de oro fino. Al frente, se encontraba en la mesa del altar con su ara sagrada y una grada. En el nicho principal sin vitrina, estaba colocada la estatua de madera de talla completa que representaba al santo titular con el escudo de la orden en hoja de lata pintada, al lado derecho estaba un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada con la representación de Santa Inés y en el costado izquierdo estaba un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada con la imagen de Santa Catalina de Siena y en el remate un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada con la imagen de Santa Rosa de Lima. Enfrente, se encontraba otro altar lateral idéntico al anterior.[68] Al frente, se encontraba en la mesa del altar con su ara sagrada y una grada. En el nicho principal sin vitrina, estaba colocada la estatua de madera de talla completa que representaba a San Francisco de Asís, al lado derecho estaba un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada con la representación de San Buenaventura y en el costado izquierdo estaba un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada con la imagen de San Antonio de Padua y en el remate un óleo sobre lienzo con marco de madera dorada con la imagen de San Bernardino de Siena. En el siguiente tramo de la iglesia, por el lado poniente se encontraba una puerta cegada dentro de un arco de medio punto. En el lienzo del muro, estaban colocados un crucifijo de madera con la advocación del Señor de Plateros en una cruz de madera pintada,[69] y a sus pies estaba colocado un cuadro de las Animas del Purgatorio sin marco, arriba, estaba colocada una pintura de La Asunción de la Virgen María. Por el lado oriente, se encontraba una puerta de acceso[70] y en la parte superior, abajo del arco estaba colocado un óleo sobre lienzo de La Anunciación de la Virgen María. Por el viento sur del edificio, la puerta principal lucía un cancel interior de madera con sus picaportes que se había construido no hacía mucho tiempo con relieves decorativos y molduras talladas doradas. Se encontraba pintado al aceite en color blanco. Al frente, estaba adornado con una celosía que tenía vidrios de colores. En el interior de la iglesia se encontraba el púlpito manufacturado hacía hace poco con su antepecho, tornavoz y piñón en madera laqueada con relieves y molduras talladas doradas, en su respaldo estaba colocada la pintura de San Ignacio de Loyola.[71] En el crucero, existió un candil de bronce de seis brazos con bombillas y adornado con prismas de cristal, la nave de iglesia estaba iluminada por otros dos candiles de hierro dorado de cuatro brazos cada uno sin bombillas ni adornos. En los muros, estaban instalados doce arbotantes de hierro dorado. En la entrada de la parroquia estaban ubicadas dos pilas para agua bendita de piedra con molduras talladas y los recipientes interiores para recibir el agua, tuvieron porcelana oriental incrustada. Al momento de hacer este inventario, se mencionó que el piso estaba resuelto por medio de un entarimado de madera de factura reciente. A un lado de la entrada principal de la iglesia, se encontraba el acceso al bautisterio con su puerta de cantera. Al centro del espacio se encontraba la pila bautismal de piedra con relieves y molduras talladas con oro fino la cubierta por un pabellón forrado de damasco de seda que lucía en su parte superior una cruz de madera dorada. La bandeja para contener el agua era de losa proveniente de Mellado en la ciudad de Guanajuato. En el muro norte se encontraba una pintura muy grande con su marco de madera dorado con la representación del Bautismo hecho por San Juan a Nuestro Señor Jesucristo. Cabe mencionar, que esta pintura aún existe y procede del antiguo ajuar barroco y aunque no tiene firma, debió ser manufacturada por José de Alcíbar, ya que a su obrador se encargaron las pinturas para el retablo principal en el siglo XVIII. Sea quien sea el autor, es de muy buena calidad. El coro de la iglesia estaba delimitado por un barandal de hierro forjado y para 1864, existía un órgano tubular que estaba en funcionamiento.[72] En la antesacristía existieron diversas pinturas que conformaban una valiosa pinacoteca de obras de diferentes tiempos. Aquí se encontraba ubicado un óleo sobre lienzo de formato mediano con su marca que representaba La Cena del Salvador, otro igual que representaba a San José,[73] otras dos pinturas de formato ovalado que representaban al Ecce-Homo y Cristo atado a la columna y otra más dedicada a Nuestra Señora de la Luz. En la sacristía, también existió una colección importante de óleos y que fuer un cuadro grande con su marco dorado que representaba la Santísima Trinidad, otra pintura grande con su marco dorado que representaba a Nuestra Señora de Guadalupe, un retrato del obispo Alcalde, un óvalo mediano con la imagen de Nuestra Señora del Refugio, un cuadro mediano con Nuestra Señora de los Dolores, una pintura mediana de San Francisco de Asís y, por último, un lienzo con el Santo Rostro.
Bibliografía
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Andrews, Catherine. De Cádiz a Querétaro. Historiografía y bibliografía del constitucionalismo mexicano. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica-Centro de Investigación y Docencia, 2017. Dávila Garibi, José Ignacio. Sucinta noticia de la Arquidiócesis de Guadalajara, en la República Mexicana. Guadalajara: Imprenta Vera, 1953. ––––– Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara. México: Editorial CVLTVRA, 1961, t. IV, 2 vols. Escalante Gonzalbo, Fernando. Ciudadanos Imaginarios. Ciudad de México: El Colegio de México, 1992. García Fernández, Estrellita. “Su construcción, transformaciones y contexto.” Juan Arturo Camacho Becerra (coord.). La Catedral de Guadalajara: su historia y significados. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2012, t. II. González Escoto, Armando. Historia breve de la Iglesia de Guadalajara. Guadalajara: Universidad del Valle de Atemajac-Arzobispado de Guadalajara, 1998. Lombardo de Ruiz, Sonia. “La arquitectura y el urbanismo en la época de la Ilustración, 1780-1810”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El Arte Mexicano. México: Salvat Mexicana de Ediciones, S.A., t. 9, 1982. López Portillo y Weber, José, Justino Fernández e Ignacio Díaz Morales. El Hospicio Cabañas. México: Editorial Jus, 1976. Mata Torres, Ramón. Los que construyeron el Cabañas. Guadalajara: Kauyumari, 1996. Muriá, José María y Angélica Peregrina (dirs.). Historia General de Jalisco. México: Gobierno de Jalisco-El Colegio de Jalisco-Miguel Ángel Porrúa, 2015, vol. III. ––––– Breve Historia de Jalisco. Guadalajara: Secretaría de Educación Pública-Universidad de Guadalajara, 1988. Ortiz Macedo, Luis. “Prólogo”. Elizabeth Fuentes Rojas. La Academia de San Carlos y los Constructores del Neoclásico. Primer Catálogo de Dibujo Arquitectónico 1779-1843. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2002. Ramírez, Fausto. “El arte del siglo XIX”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El Arte Mexicano. México: Salvat Mexicana de Ediciones, S.A., t. 9, 1982. Romo de Vivar y Torres, Joaquín. Guadalajara, apuntes históricos, biográficos, estadísticos y descriptivo de la capital del estado de Jalisco, según obra publicada por su autor en 1888. Guadalajara: Banco Industrial de Jalisco, S. A., 1964. [1] Trabajo presentado en 2022. [2] Eduardo Padilla Casillas es licenciado en Conservación y Restauración de Bienes Muebles, docente de su Alma Mater (ECRO en sus siglas), con Maestría en Ciencias de la Arquitectura por el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara, con especialidad en Preservación y conservación del patrimonio histórico edificado, autor de estudios especializados en historia del arte en el siglo XIX; coordinó el libro El Sagrario Metropolitano: primera parroquia de Guadalajara (2021). Se ha distinguido como colaborador constante de este Boletín. [3] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (en adelante AHAG), sección gobierno, serie parroquias, Santuario de Guadalupe, caja 1, (1734-1846). Carpeta: serie gobierno, parroquias/santuario, 63 expedientes, 8 fs, informe, 1823. Informes de las cuentas de cargo y data del mayordomo del Santuario de Guadalupe, ff. 3-4. [4] Fernando Escalante Gonzalbo. Ciudadanos Imaginarios. Ciudad de México: El Colegio de México, 1992, pp. 209-224. [5] Catherine Andrews. De Cádiz a Querétaro. Historiografía y bibliografía del constitucionalismo mexicano. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica-Centro de Investigación y Docencia, 2017, p. 108. [6] Armando González Escoto. Historia breve de la Iglesia de Guadalajara. Guadalajara: Universidad del Valle de Atemajac-Arzobispado de Guadalajara, 1998, p. 174. [7] José María Muriá. Breve Historia de Jalisco. Guadalajara: Secretaría de Educación Pública-Universidad de Guadalajara, 1988, p. 229. [8] González Escoto, op. cit., p. 174. [9] José María Muriá y Angélica Peregrina (dirs.). Historia General de Jalisco. México: Gobierno de Jalisco-El Colegio de Jalisco-Miguel Ángel Porrúa, 2015, vol. III, pp. 283-284, 289, 298, 300-301. [10] González Escoto, op. cit., p. 173. [11] Ibid., p. 175. [12] González Escoto, op. cit., p. 176; Muriá, op. cit., p. 236. [13] (1752-1824) [14] (1777-1832) Fue canónigo racionero y lectoral en la catedral Guadalajara y vicario capitular de la misma en sede vacante. Fue presentado en 1825 para esta sede por el presidente mexicano Guadalupe Victoria y fue preconizado en el consistorio de Roma el 28 de febrero de 1831. Tomó posesión de su diócesis del 21 de agosto de 1831. José Ignacio Dávila Garibi. Sucinta noticia de la Arquidiócesis de Guadalajara, en la República Mexicana. Guadalajara: Imprenta Vera, 1953, p. 39. [15] Muriá, op. cit., p. 229; González Escoto, op. cit., p. 172. [16] Dávila Garibi, op. cit., p. 39. [17] González Escoto, op. cit., p. 173 [18] (1776-1853) [19] González Escoto, op. cit., p. 176; Muriá, op. cit., p. 236. [20] González Escoto, op. cit., p. 173. [21] Dávila Garibi, op. cit., p. 39. [22] González Escoto, op. cit., p. 173. [23] Joaquín Romo de Vivar y Torres. Guadalajara, apuntes históricos, biográficos, estadísticos y descriptivo de la capital del estado de Jalisco, según obra publicada por su autor en 1888. Guadalajara: Banco Industrial de Jalisco, 1964, p. 32. [24] Estrellita García Fernández. “Su construcción, transformaciones y contexto.” Juan Arturo Camacho Becerra (coord.). La Catedral de Guadalajara: su historia y significados. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2012, t. II, pp. 110-111. [25] AHAG, sección gobierno, serie cabildo, sub-serie fábrica material y espiritual Catedral, caja 2 (1818-1827), gastos de obras. Carpeta: año de 1827-1827, memorias semanarias de la obra de la catedral desde la No. 1 hasta el 67. Memoria 28, del 19 al 24 de febrero de 1827, recibo D. [26] AHAG, sección gobierno, serie cabildo, sub-serie fábrica material y espiritual Catedral, caja 4 (1832-1850), gastos de obras. Carpeta: sección gobierno, serie cabildo, año de 1826-1833, resumen de los gastos de la santa iglesia catedral de Guadalajara que se inicio en 1826 y termino en 1833, ff. 1-14v. [27] Archivo del Cabildo Metropolitano de la Arquidiócesis de Guadalajara (en adelante ACMAG), sección gobierno, serie actas capitulares, año 1809-1833, 3 expedientes, caja 3. Libro XVIII, 1827-1833, sesión del 13 de julio de 1830, pp. 63-64. [28] ACMAG, sección gobierno, serie actas capitulares, año 1834-1842, 3 expedientes, caja 4. Libro XIX, 1834-1842, sesión del 6 de octubre de 1834, pp. 11v-12. [29] ACMAG, sección gobierno, serie actas capitulares, año 1834-1842, 3 expedientes, caja 4. Libro XIX, 1834-1842, sesión del 3 de octubre de 1835, p. 55v. [30] Ibíd., acta del 11 de julio de 1838, pp. 140v-141. [31] Idem; García Fernández, op. cit., p. 111. [32] Ramón Mata Torres. Los que construyeron el Cabañas. Guadalajara: Kauyumari, 1996, pp. 29, 79; José López Portillo y Weber, Justino Fernández e Ignacio Díaz Morales. El Hospicio Cabañas. México: Editorial Jus, 1976, p. 52. [33] Archivo Histórico de la Parroquia del Dulce Nombre de Jesús (en adelante AHPDNJ), sección disciplina, serie fábrica material/espiritual, libro 2, 1844-1854, ff. 1v-102; sección disciplina, serie fábrica material/espiritual, libro 2, 1844-1854, ff. 1v-2, pp. 2v-334. [34] AHAG, sección gobierno, serie cabildo, sub-serie fábrica material y espiritual Catedral, caja 4 (1832-1850), gastos de obras. Carpeta: año de 1850-1853, enumerados del 12 al 108, memoria de los operarios que trabajaron en la obra de la catedral 1850-1853, memoria 21 del 2 al 7 de septiembre de 1850, f. 1. [35] AHAG, sección gobierno, serie cabildo, sub serie fábrica material y espiritual catedral, gastos de obras, 1851-1855, caja 5. Carpeta: año de 1851-1852, memoria de los operarios que trabajaron en la obra de las torres, 1851-1852, enumerados del 1 al 62, primera memoria financiera del 30 de julio al 2 de agosto de 1851. [36] Ibíd., Carpeta: año de 1854-1855, memoria de los operarios que trabajaron en la obra de las torres, 1854-1855, enumerados del 125 al 188, memoria 188 del 23 al 26 de julio de 1855. [37] Ibíd., Carpeta: año de 1853-1855, memoria de los albañiles que trabajaron en la obra del obispado, 1853-1855, enumerados del 1 al 71, primera memoria del 14 al 19 de noviembre de 1853. [38] AHAG, sección gobierno, serie cabildo, sub serie fábrica material y espiritual catedral, gastos de obras, 1855-1889, caja 6. Carpeta: año de 1856-1858, nómina de los trabajadores que participaron en los trabajos del obispado, 1856-1858, memorias financieras 1 y 60. [39] (1810-1896) Los únicos proyectos que no dirigió fueron la primera etapa neoclásica de la catedral de Guadalajara y las primeras etapas de la parroquia de El Sagrario, entre otros motivos por ser demasiado joven y estar apenas en formación. [40] Ignacio Dávila Garibi. Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara. México: Editorial CVLTVRA, 1961, t. IV, vol. 1, p. 703. [41] AHAG, sección gobierno, serie cabildo, sub serie fábrica material y espiritual catedral, gastos de obras, 1851-1855, caja 5. Carpeta: año de 1851-1855, sobre los arreglos de la catedral determinados por Diego Aranda, 1851-1855, misiva de José Joaquín Pisano. [42] Sonia Lombardo de Ruiz. “La arquitectura y el urbanismo en la época de la Ilustración, 1780-1810”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El Arte Mexicano. México: Salvat Mexicana de Ediciones, S.A., t. 9, 1982, pp. 1236-1237; Luis Ortiz Macedo. “Prólogo”. Elizabeth Fuentes Rojas. La Academia de San Carlos y los Constructores del Neoclásico. Primer Catálogo de Dibujo Arquitectónico 1779-1843. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2002, p. 14; Fausto Ramírez. “El arte del siglo XIX”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El Arte Mexicano. México: Salvat Mexicana de Ediciones, S.A., t. 9, 1982, p. 1219.
[43] Ya es conocido que diseño los retablos de El Sagrario y la parroquia del Dulce Nombre de Jesús. [44] Hizo los conjuntos escultóricos de la catedral de Guadalajara, El Sagrario, del Dulce Nombre de Jesús y la basílica de Nuestra Señora de Talpa, entre otros sitios. [45] AHAG, sección gobierno, serie parroquias, Santuario de Guadalupe, caja 1, (1734-1846). Carpeta: serie gobierno, parroquias/santuario, 1839-1840, 63 expedientes, 21 fs, asuntos varios, 1839-1840. Informes, cuentas, lista de personas beneficiadas, de los eclesiásticos y del estado de la parroquia del Santuario de Guadalupe, ff. 1-1v. [46] Tesorero de la catedral. [47] Colector segundo de la Colecturía de la catedral. [48] Algunos de ellos fueron canónigos del cabildo eclesiástico de la catedral de Guadalajara como Casiano Espinosa y Joaquín Pisano. [49] AHAG, sección gobierno, serie parroquias, Santuario de Guadalupe, caja 2, (1847-1928). Carpeta: serie gobierno, parroquias/santuario, 1864, 63 expedientes, inventario general de todas las cosas que pertenecían a la iglesia parroquial del Santuario de Guadalupe, ff. 3-9v. [50] El inventario que aquí se menciona es una copia que elaboró el párroco Jesús Gómez el 25 de mayo de 1867 del que fue escrito el 1º de junio de 1864 por el anterior párroco Jesús López. El original fue escrito cuando Gómez recibió el inmueble al tomar el cargo y esta copia se envió a los gobernadores de la Sagrada Mitra en 1867. [51] El manifestador no estaba estucado, sino que estaba terminado con yeso. [52] Pudiera ser que se refiere a que estuvieran en blanco, imitando mármol. [53] Este inventario de 1864 declara que le habían sustraído las decoraciones sobrepuestas en los sitios a la ciudad en la guerra de los tres años. [54] Es el original, donado por el obispo Antonio Alcalde en la centuria anterior. [55] Dicha escultura fue removida en el futuro proyecto de renovación que sufrió esta parroquia a finales del siglo XIX. Por razones que no son pertinentes explicar en este documento, esta escultura pasó a formar parte del acervo del Museo Regional de Guadalajara. [56] Actualmente se encuentran perdidos los restos de este prelado, pues en la renovación que sufrió esta parroquia a finales del siglo XIX se cambio la disposición de los elementos espaciales del presbiterio y no se marcó nuevamente el lugar. La placa que existe en la actualidad solo es nominal y no señala el lugar exacto. [57] En el presbiterio existió una alfombra para el uso corriente, una credencia de madera laqueada, la campanilla, tres sillas de madera laqueada con cojines y respaldos de terciopelo carmesí, dos atriles de madera fina laqueada y dos palabreros de papel iluminado. [58] En la repisa sobre la cual estaba la imagen titular, se encontraban seis arbotantes de hierro dorado, en la cornisa superior estaban colocados cuatro arbotantes de hierro dorado de los cales colgaban dos candelabros de cobre dorado y dos de cristal con piedras. [59] Tuvo una cortina de raso color perla con flecos dorados, con cerrojo y llave. [60] En el presbiterio existió para el servicio diario un atril de madera con chapa de hoja de lata pintado en color azul, tres palabreros de papel iluminado, una campanilla, una credencia de madera, cuatro ramilletes pintados en lienzo y pita de los cuales dos estaban en jarrones de yeso y los otros dos en pies de madera dorada y una alfombra para el uso corriente. [61] Presentaba un cendal de raso morado bordado en perlas y galón de oro. [62] Con ropajes de groze morado y manto de raso provisto de galón fino. El resplandor y la daga estaban manufacturados en hoja de lata dorada. [63] Con ropajes de tafetán encarnado y verde, provisto de galón fino. Su aureola era de hoja de lata dorada. [64] En el sagrario también existió un crucifijo de metal con su peana de madera y también había tres palabreros de papel iluminado, una campanilla y una alfombra para el uso corriente. [65] En este altar existió un nicho donde estaba el Lignum Crucis que se robaron. [66] En el interior de la iglesia existieron cuatro concesionarios de madera fina laqueada hechos no hacía mucho tiempo y cada uno con su asiento de madera fina laqueada forrados con tela, también existía otro confesionario antiguo de madera de sabino. Al mismo tiempo, había seis bancas en su momento recientes y otras dos antiguas de madera de sabino. [67] Para el uso diario estaba colocado un atril de madera forrado de hoja de lata pintada de color azul y una alfombra. [68] Estaban colocados un atril de madera forrado de hoja de lata pintada de color azul y una alfombra. [69] Tenía cantoneras de hoja de lata y un cendal de raso de seda. [70] Con su puerta de madera en buena construcción con su cerrojo y llave. [71] Al parecer, este púlpito es el que aun existe, pero se encuentra modificado y convertido en ambón dentro del presbiterio y aún conserva la pintura de San Ignacio de Loyola. [72] En el coro se encontraba un atril grande de madera para la orquesta, otro atril chico también en madera para el misal y una escalera de madera que conducía al balaustrado de la cornisa interior principal que rodea el interior del templo. [73] Probablemente sea el que en la actualidad se ubica en la sacristía y esta firmado por el afamado pintor Diego de Cuentas. |