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El presbítero, ser en relación, bajo el testimonio de san Cristóbal Magallanes Jara[1]

Pbro. Gabriel Quezada Mendoza[2]

 

 

Introducción

 

El decreto Presbyterorum ordinis en sus números del siete al nueve, nos habla de las relaciones del presbítero con su obispo –filiación–, con los demás presbíteros –fraternidad– y con sus fieles –paternidad servicial–.

Es amplio este tema anunciado en el decreto del Vaticano II, de él derivan múltiples aplicaciones a nuestro devenir como “ministros de lo sagrado”.

En esta intervención, que me honra con su solícita atención, pretendo dar a conocer, sucintamente, algunos datos que nos pongan de manifiesto cómo San Cristóbal Magallanes vivió este “ser relacional”. Tomando en cuenta que este es un encuentro entre párrocos, ofreceré algunos datos que ponen de manifiesto la relación que el santo Magallanes cultivó para con su obispo y para con sus colegas, por el momento dejamos a un lado sus relaciones cultivadas con su feligresía. 

Con esto pretendo ofrecer alguna luz a nuestras relaciones presbítero-obispo y presbíteros entre sí. Teniendo de frente el testimonio de un santo que fue miembro del presbiterio de Guadalajara, podremos redoblar esfuerzos para mejorar, lo que haya de mejorable en la cotidianidad de nuestro presbiterio.

No olvidemos que analizaremos a un santo con los lentes de un documento que es muy posterior a su paso por este mundo.

 

1. Relación con el presbiterio

 

A lo largo de su ministerio como párroco, Don Cristóbal Magallanes tuvo una treintena de sacerdotes colaboradores, salvo dos excepciones, sus relaciones con ellos fueron llevadas en muy buenos términos.

1. Cumpliendo su encargo de visitar la “foranía” a él encomendada, llegó a El Teúl, ahí se encontró al Padre Urzúa como ministro de esa parroquia, del cual el Padre Magallanes informa a la Mitra: «hay urgente necesidad de otro sacerdote, pues el Señor Cura por sus achaques o tal vez por su modo de ser, deja casi todo el trabajo de fuera y dentro de la población al Padre Urzúa, quien está muy enfermo, y se cree por lo mismo, no soportará por mucho tiempo semejante trabajo y tal vez llegue a quedar inutilizado, pues no tiene más que un pulmón útil»[3]. Como respuesta, la Mitra envió al Padre Urzúa como Vicario del Padre Magallanes, quien valoró y admiró la generosa entrega de este sacerdote no obstante su situación enfermiza.

2. Por disposición de la Mitra tocó, al Padre Magallanes, hacer frente al caso de un sacerdote en situación “especial”, lo atendió con caridad, lo dice el mismo párroco: «el día 8 de los corrientes [junio de 1917] se me presentó el Sr. Pbro. D. Francisco Hernández, suspendido por esa superioridad hace más de un año, diciéndome que por orden superior, venía a practicar aquí 6 días de Ejercicios Espirituales y que enseguida partiría para su destino de Apozolco, […], dispuse que el día siguiente diera principio a sus ejercicios de encierro, […], bajo la dirección del Sr. Pbro. Dr. D. José G. Rivera, a fin de que terminara el día 14 de este mismo mes. Lo cual tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. para los fines a que haya lugar»[4]. Felizmente terminó este caso el 15 de junio de 1917: «Hoy terminó el Señor Presb. Los Ejercicios, confesándose y comulgando. Salió el mismo día para Bolaños y dijo que después saldría a su destino»[5]. El Padre Magallanes cumplió el encargo, la corrección dio como fruto la conversión.

3. La temprana muerte del humilde Padre Maximino Jara [acaecida el 20 de junio de 1916], pariente del santo Magallanes y Vicario de El Salitre, le dejó hondamente impresionado sobre todo porque quedó demostrado que el Padre Maximino se contagió atendiendo a los enfermos de Tifo, siendo este el motivo de su fallecimiento. Este hecho causó al Padre Magallanes fuerte impresión ya que puso de manifiesto hasta dónde llega la donación del sacerdote. El Padre Maximino le dejó una gran lección de servicio extremo, de él dijo que es «íntimo amigo mío y compañero muy estimado desde mi juventud»[6].

4. Una vez que el Seminario fue reconocido por nuestro arzobispo [21 noviembre 1916], los formadores enviados traían, a su vez, la encomienda de apoyar los asuntos parroquiales, aunque poco a poco les dejó su margen para que no mermara la formación a los seminaristas, así que desde su fundación hasta el día de su martirio llegaron como formadores dieciocho presbíteros, el primero de ellos fue el Padre Garibi. Cuando este sacerdote fue removido, el 20 de octubre de 1917, Magallanes escribió al Padre Manuel Alvarado, gobernador de la Sagrada Mitra, una carta que deja ver la tesitura del gran Padre Garibi, pero también refleja el ambiente que reinaba entre ambos: «Pasado mañana, Dios mediante, se separará de esta parroquia de mi cargo, el Sr. Pbro. Dr. D. José Garibi Rivera; quien durante los diez meses que tuve la inmerecida honra de tenerlo a mi lado, trabajó con entusiasmo y con verdadero celo sacerdotal, ya en el ejercicio del Santo Ministerio parroquial, ya como Director y Profesor del Seminario Auxiliar de Sta. María de Guadalupe de esta población. Su obediencia fue ejemplar y el modelo de los demás. A la juventud hizo muchísimo bien, tanto a los del Seminario, en donde principalmente puso su atención, formando a los jóvenes en la ciencia y en la virtud; como a los seglares, […]. Se atrajo el aprecio y la estimación de todos los fieles a quienes satisfizo sus necesidades espirituales con abnegación y caridad verdaderamente sacerdotales. Por último, todos los sacerdotes, ayudados por sus luces y con su ejemplo, experimentamos nuevo aliento para continuar cumpliendo con nuestros respectivos deberes. ¡Lástima que nos hayan durado tan poco estas santas y legítimas alegrías! Bien comprendo que bastante honra se hizo a esta Parroquia con haberlo destinado aquí aunque sea por pocos meses. De estos sacerdotes necesita la Iglesia en estos tiempos»[7].

El santo párroco Magallanes vio algo especial en la persona y el ministerio del Padre Garibi, pues lo que hacía y decía venía siempre con el ungüento de un apasionado de Cristo y con la sapiencia de un hombre experimentado, así lo deja ver este comentario: «La suerte del Establecimiento [se refiere al Seminario] cambió inmediatamente, con la dirección que le diera el Sr. Garibi. ¡Lástima que este ejemplar Sacerdote y su Compañero el P. Angulo, tuvieron que separarse del lado de este grupo de jóvenes que tanto los apreciaba! Pero esta fue la voluntad de Dios y está bien»[8].

5. En este muestreo, excepción fue el Padre J. Reyes Vega, quien para el ciclo 1921-1922 llegó a su parroquia como diácono y profesor del Seminario.  Además de ser incompetente para asumir la docencia, el santo párroco intuyó que algo no iba bien en el Padre Reyes, le dejó una mala impresión: «Ya di a V. S. I. un  informe detallado a cerca de la conducta de este Padre, en el oficio del 29 de mayo, en que le pedí su remoción por el mal ejemplo que estaba dando a los estudiantes… la queja que vino a dar un padre de familia, diciéndome que le hiciera favor de prohibirle ir a visitar su casa (las visitas se las prohibí desde su llegada a ésta) a donde iba hasta tres veces al día, y que alguna vez duró su visita tres horas; no habiendo en la casa más que una hija, la criada y los niños chicos de que se valía para entrar a la casa. Varias veces lo reprendí, sin obtener resultados de ninguna especie, que fuese favorable. Por tal motivo yo estimo peligrosísima la ordenación sacerdotal de este Padre»[9].

Aún con esta apreciación, el diácono Reyes Vega fue ordenado sacerdote, pero el tiempo le dio la razón al párroco, pues ya sacerdote, el Padre Reyes se enfiló entre los cristeros, llegó a ser un notable estratega no menos que mujeriego y sanguinario. Murió en combate cristero el 19 de abril de 1929. Jean Meyer califica el caso del Padre Reyes como “tristemente célebre” y lo coloca entre el reducido grupo de los sacerdotes combatientes, sobre él apunta que: «…tenía de Pancho Villa el genio militar y la ferocidad. Corazón negro, asesino, mujeriego… tenía el chispazo, la inspiración del momento […]. Extraño sacerdote de vocación forzada»[10]. Este historiador francés termina por aplicarle el mote de “El Pancho Villa de sotana”. Fue difícil este caso, en su momento el Párroco Magallanes se pronunció, corrigió al mismo Reyes, pero también dejó todo en manos de Dios.

6. En el caso de los dos Capellanes de Temastián encontró los dos polos opuestos de la vida sacerdotal. El Padre Miguel García Morfín llegó a Temastián el 28 de octubre de 1921, Magallanes lo presentó al pueblo, lo recibieron con alegría, se conmovieron, «hubo salvas de cohetes, orquesta, danza, repiques de campanas»[11]. Y, además, como gesto de fraternidad sacerdotal, invitó a que se hicieran presentes los otros eclesiásticos de la comarca, ellos dieron fe de la llegada del Primer Capellán del Señor de los Rayos, pero el Padre Miguel pronto dejó ver sus debilidades, le dio muchos dolores de cabeza al santo Magallanes quien el 8 marzo 1922 escribe así a la Mitra: «En vista del lamentable desacuerdo en que hemos estado el Señor Pbro. D. Miguel M. García, Capellán de Temastián, y yo, respecto de los fondos del Señor de los Rayos, pretendiendo él que aún tengo dinero en mi poder, no obstante la copia de la cuenta que le pasé, por amor a la paz, aunque no estaba obligado a rendirle cuentas; me permito remitir a V. S. I. y Rma. la copia de la mencionada cuenta, desde la que consta en el libro respectivo que está en la Secretaría, a fin de que vea V. S. I.  la inversión que di a los fondos que había remitido a México y a esa Capital, para la compra de una custodia que ya está en poder del P. García; para la impresión de imágenes etc. del Señor de los Rayos, y para pagar la glosa y aprobación de las cuentas; cosa que ya no se pudo hacer, porque él pidió, sin acuerdo mío, mayor cantidad de dinero del que existía, a la Srita. Ausencia Pérez, encargada de la Sucursal de la Cooperativa que tiene la Asociación de Hijas de María, para las Escuelas Particulares; cuyos fondos se están perjudicando por las arbitrariedades del Padre. Van los comprobantes respectivos»[12]. Luego, el 27 de abril de 1922, manifestó un juicio sobre el Padre García Morfín: «quizá porque en su breve permanencia en Temastián, no quiso estar sujeto al párroco que esto escribe, ni reconocer su autoridad en nada»[13]. Finalmente, por petición de la Mitra, ofreció un informe sobre el mismo sacerdote, advirtiendo sobre su aguda problemática adictiva: «la nota dominante de su carácter es indiscreto e imprudente a grado sumo…. El P. D. Andrés Pérez, …. lo vio borracho en el púlpito; en el Salitre existen testigos que certifican el hecho…. Y este vicio ya lo traía, porque desde su llegada aquí al curato, consumía mucho alcohol»[14].

Fueron efímeros, ríspidos y borrascosos esos cuatros meses más ocho días del Padre García en Temastián, su mal carácter, su confusa administración, su notorio vicio desencadenaron en su remoción.   La partida de este sacerdote dejó en el Padre Magallanes la sensación de un sin sabor.

7. En cambio, del Padre Julián Hernández Cueva, quien llegó como el segundo Capellán de Temastián el 2 de mayo de 1922, de él escribe: «Aunque este sacerdote todavía no ajusta dos meses de haber arribado…. Ya se le notan las buenas cualidades que le adornan. En primer lugar, es muy obediente y ha procedido de acuerdo conmigo, aún en las cosas más insignificantes. Es muy trabajador y muy estimado de los fieles. [….] Los de Temastián están de plácemes»[15]. Luego, el 23 de octubre de 1922, añadió sobre el padre Julián Hernández: «en todo obra de acuerdo con el párroco que suscribe»[16].

Estos dos polos opuestos (García Morfín y Hernández Cueva) le dejaron entender que, en los caminos de la fraternidad sacerdotal, se ocupa la cooperación de las dos partes, párroco y vicario dan lo mejor de sí para que haya buena armonía, entendimiento y expresiones de fraternidad.   

8. La fraternidad sacerdotal, para el párroco Magallanes, derivó en “amistad sacerdotal”, experimentada con todos los sacerdotes que le estuvieron cerca. Prueba de ello es la visita constante que los ellos le hacían, y esto a pesar de las distancias y las incomodidades de un viaje que duraría cinco días a caballo desde Guadalajara hasta su parroquia. Así lo escribe en su volante mensual El Rosario: «Se han recibido noticias fidedignas de que además de los pbros. Dr. D José Garibi Rivera y D. Miguel Alba, de quienes nos ocupamos en otro lugar, vendrán también el Señor Cura D. José de Jesús Angulo y el Sr. Pbro. D. Dámaso Quintana. […] ¡Que les sean gratos los días que nos honren con su presencia, tan apreciables visitantes!»[17].

 

2. Relación con el Obispo

 

Hasta el momento hemos hablado de la relación del Padre Magallanes con sus colaboradores. Dejamos la mejor para el final, veamos ahora su relación con el obispo. Siendo párroco, san Cristóbal Magallanes se relacionó con dos arzobispos, el Sr. José de Jesús Ortiz y el Sr. Francisco Orozco y Jiménez.

9. En junio de 1910, el arzobispo José de Jesús Ortiz realiza visita Pastoral a la parroquia de Totatiche. Sin duda alguna el arzobispo quedó impresionado de la tesitura sacerdotal del párroco, por eso en el acta que perpetúa esa visita quedó escrito «S.S. Ilma. elogia sinceramente los esfuerzos que el Párroco hace porque se imparta a la juventud de ambos sexos una instrucción católica correspondiente a los elementos de que se dispone, y lo estimula a que no abandone esa meritísima labor, digna de ser continuada por sus sucesores, para bien de esta sociedad y de la causa de N.S.J.C.»[18].

10. Después de su primer destierro, el arzobispo Orozco y Jiménez pisa tierra de su Arquidiócesis en la parroquia del Padre Magallanes. Éste andaba por los rumbos de Atolinga, visitando al Obispo de Zacatecas, el Exmo. Sr. Miguel de la Mora.  Cuando el santo párroco recibe la noticia de que su Obispo titular está en su parroquia, de inmediato se traslada al curato, así describe él mismo este momento:

«…inesperadamente, sin que nadie pudiera sospechar siquiera, se presenta a las puertas del Curato, a las cinco de la tarde del 20 de noviembre de 1916, nuestro Ilmo, y Revmo. Prelado, el Señor Dr. y Mtro. D. Francisco Orozco y Jiménez, acompañado del Sr. Pbro. Dr. D. José Garibi Rivera, después de más de dos años de estar en tierra extranjera. […]

Con la presteza que pude me trasladé a la casa cural, mi Ilmo. Señor salió a recibirme casi hasta el sahuán; me tendió sus brazos... lloré... no podía convencerme de la feliz realidad: Me parecía que soñaba. Sin embargo no era un sueño: ya tenía mi padre en casa; esta humilde parroquia del Arzobispado era la primera que recibía las bendiciones de su Pastor, después del primer destierro; el último de los párrocos era, desde aquel momento, su confidente y el primero que tenía la responsabilidad, la ineludible obligación de cuidar la sagrada persona del Apóstol para que no cayera en manos de sus enemigos»[19].

Llama la atención notar la emoción y el afecto que este encuentro suscita en el Padre Magallanes, así mismo, notemos que le llama “mi padre”, además, el párroco se sabe confidente del arzobispo y se siente responsable de cuidar de su “sagrada persona”. Todo esto nos trasluce que, en San Cristóbal Magallanes, la relación con el Obispo no queda en “teorías” sino que desciende a la praxis y al afecto. 

Por su parte, el arzobispo Orozco reconoce, aplaude, impulsa y valora al párroco y su ministerio, por eso, al plasmar en escrito todas las peripecias de su regreso a la República Mexicana y a su Arquidiócesis, dice del Padre Magallanes: «El Sr. Cura citado es uno de los párrocos que puede servir de modelo de acción parroquial […]. Al llegar yo a la parroquia no se encontraba ni el Sr. Cura ni el ministro, que andaba en confesiones de enfermos de tifo, por los ranchos. […] A poco llegó el Sr. Cura, emocionadísimo, y luego el otro Padre. […] El Sr. Cura es querido y venerado por todos sus feligreses, y en su tanto el otro Padre y el nuevo Vicario del Salitre el P. José de J. Alba […]. El Sr. Cura, entre otras obras sociales, tenía la del mutualismo, interrumpida o suspensa por las circunstancias pasadas, habiendo tenido él que vivir algún tiempo escapando entre los montes; ha distribuido algunos terrenos, con que se ha formado una colonia de obreros; les ha arbitrado agua a todos los vecinos con la construcción de una presa de cal y canto, y distribuyendo convenientemente el agua de varios manantiales: y así se ven huertas de árboles, y  hortaliza,  y siembras de trigo y garbanzo en todos los solarcitos. El pretexto de una banda de música y unos talleres de carpintería ha servido para implantar una pequeña pre­paratoria del Seminario, compuesta de quince seminaristas de varios lugares, que los atiende como puede y con la ayuda de los más aventajados, y en estos días con el empeño del P. Garibi que mañana y tarde está dedicado a ellos, mientras puedo proveer lo conveniente, de una manera definitiva»[20].

Después, en el acta levantada para perpetuar aquella Visita Pastoral, quedó escrito: «El Ilmo. y Rmo. Sr. Arzobispo […] encomia, agradece y bendice la infatigable acción del celoso Párroco D. Cristóbal Magallanes que, superando indecibles dificultades con una constancia a toda prueba ha sabido trabajar con tanto acierto por la causa de Dios Ntro. Sr.  […] Todo esto, como se notó antes, se ha hecho constar por voluntad expresa del Ilmo. y Rmo. metropolitano, que así ha querido manifestar su agrado por tan fecundo apostolado a la vez que podrá esto servir de estímulo para que el Sr. Cura Magallanes continúe sus trabajos y para que sus sucesores en el gobierno de esta Parroquia se empeñen por imitar tan laudable acción Parroquial»[21].

 

Conclusión

 

Dos acontecimientos nos envuelven: Como Iglesia Universal vivimos el Jubileo de la Esperanza; como Iglesia diocesana, además, vivimos un año Sacerdotal.

Ante ello he presentado breves ejemplos de la urdimbre de relaciones tejidas entre san Cristóbal Magallanes, su obispo y sus congéneres. Sobre lo dicho y no dicho mucho más se podría interpretar y reflexionar.

Nuestros ojos se posan en el testimonio luminoso del eximio párroco Magallanes, dejémonos atrapar por su atrayente estilo sacerdotal. Como Iglesia enfrentamos la disminución de la fe, la notoria caída de la práctica religiosa, el abandono de muchos miembros de nuestra comunidad parroquial, la tremenda crisis vocacional al sacerdocio ministerial y al matrimonio. También estamos bajo las vicisitudes emanadas de las relaciones párroco-vicario.

Frente a estas realidades, con la fuerza del Espíritu Santo, con la fuerza de la Palabra y con la fuerza de la Eucaristía retomemos nuestro ministerio sacerdotal caminando por las huellas de los grandes, que no son otras que las huellas de Cristo, atisbemos los tiempos nuevos subidos en los hombros de los gigantes del ministerio sacerdotal.

Siempre hubo, hay y habrá párrocos compasivos que no endurecen el corazón, que tiene humanidad y fe para vivir lo que Presbyterorum ordinis llama íntima fraternidad sacramental (PO 8).

 

 

Tabla de Abreviaturas y siglas:

Ahag =   Archivo Histórico del Arzobispado de Guadalajara.

Ahpto = Archivo Histórico de la Parroquia de Totatiche.

Ahsto = Archivo Histórico del Seminario Auxiliar de Santa María de Guadalupe.

núm. = Número.

pág. = Página.

PO = “Sobre el ministerio y vida de los presbíteros”, Decreto del Concilio Vaticano II.

v. = Vuelta

 



[1] Este texto fue expuesto en la reunión de los párrocos de la arquidiócesis de Guadalajara con el arzobispo, el cardenal José Francisco Robles Ortega, el 8 de agosto de 2025, en el Seminario Menor.

[2] Del clero de Guadalajara, ordenado en 1995; obtuvo la licencia en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Lateranense, entre 2008 y 2010. Ha prestado su servicio como formador del Seminario de Guadalajara en diferentes etapas y períodos y actualmente es capellán del Templo del Carmen.

[3] C. Magallanes, Informe, 10 de septiembre de 1914, en: Ahpto, Libro de Gobierno 5, pág. 88v.

[4] C. Magallanes, Carta a la Mitra, 12 de junio de 1917, en: Ahpto, Libro de Gobierno 5, pág. 124v.

[5] C. Magallanes, Ahpto, Libro de Gobierno 5, pág. 125-125v.

[6] C. Magallanes, Informe del Seminario de Santa María de Guadalupe, 1915-1919, en: Ahpto, Escritos del siervo de Dios Cristóbal Magallanes Jara, pág. 265.

[7] C. Magallanes, Carta al Gobernador de la Mitra, Manuel Alvarado, 20 octubre 1917, en: Ahpto, Libro de Gobierno 5, pág. 127-127v.

[8] C. Magallanes, Informe, en: Ahsto, Libro de gobierno 1, pág. 6v. 9v.

[9] C. Magallanes, Informe sobre sacerdotes, Totatiche, 30 de junio de 1922, en: Ahag, Sección Gobierno, Serie Parroquias, Totatiche, Caja 2, Expediente 12.

[10] J. Meyer, La cristiada, la guerra de los cristeros, pág. 48.

[11] C. Magallanes, Ahpto, Acta, en: Libro de gobierno 5, pág. 195v.-196.

[12] C. Magallanes, Carta a la Mitra, 11 de marzo 1922, en: Ahpto, Libro de Gobierno 6, pág. 3-3v. 

[13] C. Magallanes, Informe relativo a la Erección de la parroquia de El Salitre, 27 abril de 1922, en: Ahpto, Libro de Gobierno 6, pág. 7. (todo este interesante informe se extiende de la página 4 – 8).

[14] C. Magallanes, Informe sobre sacerdotes, Totatiche, 30 de junio de 1922, en: Ahag, Sección Parroquias, Totatiche, caja 3.

[15] C. Magallanes, Informe sobre sacerdotes, Totatiche, 30 de junio de 1922, en: Ahag, Parroquias, Totatiche, Caja 3, 12. 

[16] Ahpto, Libro de Gobierno 6, pág. 14v.

[17] C. Magallanes, A última hora, en: Ahpto, El Rosario, núm. 13, 3 octubre 1920, pág. 4.

[18] Ahpto, Acta, Libro de Gobierno 5, pág. 52.

[19] Ahpto, Caja: Escritos del Beato Cristóbal Magallanes Jara; Carpeta: Escritos del Siervo de Dios Cristóbal Magallanes, pág. 262-277.

[20] F. Orozco y Jiménez, en: J. I. Dávila Garibi, Apuntes para la Historia de la Iglesia de Guadalajara, Tomo Quinto, pág. 307-308.

[21] F. Orozco y Jiménez, Acta, en: Ahpto, Libro de gobierno 5, pág. 116-118v.



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