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La conformación del curato y templo parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe en Guadalajara (primera parte).

Eduardo Padilla Casillas[1]

 

 

Este interesante artículo nos hace comprender la fisonomía de

uno de los templos más importantes de la ciudad,

enmarcando su construcción en una época y

dando razón del estilo que fue utilizado.

 

 

 

Introducción

 

El presente ensayo aborda la fundación y conformación de uno de los hitos más emblemáticos de Guadalajara y que es el templo parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe, conocido también como El Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Este inmueble fue y sigue siendo el eje emblemático y social del barrio contiguo que fue un proyecto de asistencia y mejora social llevada a cabo por el obispo de Guadalajara fray Antonio Alcalde y Barriga en el último tercio del siglo XVIII. El tema se aborda mediante dos tipos de fuentes, la primera expedientes conformados en esa misma época y también por fuentes secundarias historiadores clásicos como Ignacio Dávila Garibi. La primera parte se desarrolla mediante un relato acerca de los testigos que fueron entrevistados para conformar las evidencias que se necesitaban para justificar el desmembramiento territorial de la primera parroquia de Guadalajara. Posteriormente, tenemos unas palabras que redactó el mismo obispo Alcalde relativas al asunto. Consecutivamente, se desarrolla todo lo concerniente a explicar la situación social que se vivía por aquel entonces y los porqués para que el obispo Alcalde haya visto la necesidad de fundar un barrio completo. Por último, este trabajo se centra en la construcción misma de la parroquia como un proyecto de vanguardia y como uno de los principales antecedentes de las nuevas formas artísticas que se avecinaban con el nuevo racionalismo de esa centuria.

 

La problemática y la solución

 

Hacia el último tercio del siglo XVIII, los asentamientos en las zonas sur y norte de Guadalajara se consideraban las periferias de la ciudad y se conformaban a partir de un urbanismo irregular como consecuencia de un rápido aumento poblacional en situación de pobreza e indigencia. Debido a la mala situación económica, sus moradores no entraban al

centro de la ciudad y por ello, tampoco asistían a los servicios y sacramentos religiosos de la parroquia de El Sagrario[2] ni a las otras iglesias[3]. Estas circunstancias vieron agraviadas por los sismos de 1777[4], por lo que el obispo fray Antonio Alcalde[5] decidió poner en marcha un ambicioso proyecto de beneficencia social y mejoras administrativas para la diócesis de Guadalajara, “...indudablemente le extrañó ...ver que ciudad tan importante ...no le hubiera edificado un templo a la Santísima Virgen de Guadalupe y se propuso fabricárselo él, a la mayor brevedad posible, dirigirlo en curato y construir varias casas, en beneficio del propio santuario”[6].

Dichas mejoras consistieron en la subdivisión territorial del curato El Sagrario para la conformación de dos parroquias más. La primera, cuya iglesia se dedicó al Santo Cristo de la Penitencia en Mexicaltzingo y la segunda al norte, dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe. Ambos recintos religiosos y sus curatos, tuvieron en parte, el objetivo de promover el culto divino y proveer de servicios sacramentales de manera urgente a la población ahí asentada[7]. En lo que corresponde a la parroquia del norte, el obispo Acalde comenzó la obra material un poco antes de iniciar los trámites de su erección canónica y los respectivos permisos[8], probablemente para que cuando se hubieran terminado las diligencias, ya estuviera concluida la obra con todo lo necesario.

Para solicitar los permisos y reunir el expediente pertinente, el 10 de octubre de 1778 se reunieron varias personalidades de Guadalajara para que fueran testigos y se congregaron con el Secretario de Cámara y Gobierno Horacio Vázquez para asentar en acta cada uno de los testimonios. Uno de ellos fue Juan Antonio Solís, cura del pueblo de Tomatlán y residente de Guadalajara, quien declaró que por cuatro años había sido teniente de cura en la parroquia de El Sagrario y que fue testigo de los habitantes que poblaban estas zonas periféricas de Guadalajara. Mencionó que la población se dedicaba a ser obrajeros y sombrereros, que apenas podían conseguir lo necesario para su sustento y, por consiguiente, tenían poca ropa o se encontraban semidesnudos. Esa era en parte la razón por la cual no acudían a la ciudad ni a los oficios de los templos cercanos y cuando acudían una vez al año, esperaban a que primero fueran otros y a su regreso, les prestaran el vestuario. Citado declarante manifestó también que en esos lugares era difícil administrar los santos óleos, recaían en riñas frecuentes y los contagios de enfermedades eran más alto, por lo que la erección de nuevas parroquias resultaba ser un herramienta eficaz y necesaria para la solución de la problemática social[9].

Otro testigo fue José Miguel Martínez, clérigo y presbítero domiciliado en Guadalajara, teniente de cura del pueblo de Zapopan, quien mencionó que por dos años se mantuvo de teniente de cura en el Sagrario y por haber vivido ya muchos años en esta ciudad, le constaba que en las orillas de Guadalajara se habían avecindado muchas gentes que habían fabricado pequeñas viviendas o cuartitos para su habitación y que tenían entre otros oficios ser zapateros, que vivían con mucha escasez, suma desnudez e ignorancia de la doctrina cristiana[10]. Por su parte, el abogado José Miguel Martínez de los Ríos, relator de la Real Audiencia del Reino de la Nueva Galicia, agregó que desde que se estaba construyendo la nueva parroquia habían cesado los temblores de tierra y que por su tamaño y situación, era de evidente utilidad y bien común para los habitantes de aquellos arrabales[11]. También acudió como testigo Juan Alfonso Sánchez Leñero, natural del reino de Castilla y vecino de Guadalajara, quien además de coincidir con los testimonios anteriores, agregó que era cierto que estaba fabricando un templo hacia la garita vieja de la entrada por el viento norte de la ciudad[12].

El mismo fray Antonio Alcalde también redactó un informe testimonio hacia el rey el cual de manera particular fue enviado y una copia se anexó el 14 de octubre al expediente. En dicha carta, Alcalde mencionó la celeridad y el apremio que tenía por construir la parroquia, debido en parte a su temor a la muerte causada por su avanzada edad y también, por la probable falta de recursos e interés después de su fallecimiento. Además, agregó la triste situación de los habitantes de la periferia:

 

Estas lastimosas reflecciones, me hicieron premeditar desde entonces los medios con que podría proveer de oportuno remedio y consultar el beneficio espiritual de estos infelices, facilitándoles el pronto socorro en sus espirituales urgencias, y dándoles al mismo tiempo algun motibo de edificación para su debida inclinacion al culto de Dios Nuestro Señor,... hallé ser el unico medio el edificar una Iglesia al expresado viento del norte, á orillas de esta Ciudad, en cuios arrabales se comprehende mucha gente;... me animaron los nobles sentimientos del Ayuntamiento de esta ciudad,... que ha revivido en esta ciudad de la Emperatriz de los Cielos María Santísima Nuestra Señora en su Prodigiosa Imagen de Guadalupe... Me suplicó procediese á la referida fábrica, aplicando los arbitrios, y limosnas que juzgase suficientes... procure habilitar en tiempo oportuno todos los materiales necesarios, así para la fábrica de dha Iglesia como para su adorno, y provisión de ornamentos, y demás paramentos correspondientes á una Parroquia, que para su perfecta construcción demanda algún tiempo, y una competente posición... he dado principio á ella y sigo con la maior eficacia y agitación posible, para que cuanto antes se verifique su perfecta construcción y con ello el bien común...[13]

 

El testimonio anterior, tuvo el ánimo de representar fielmente la realidad y de instruir al rey para que aprobara todas las diligencias correspondientes a la erección del nuevo curato y nombrara a un primer párroco, por lo que fray Antonio Alcalde informó que:

 

...suplicándole rendidamente se digne de concederme la facultad de que sin otro requisito, ó solemnidad, que la precisa intervención del Vice Patrono de este Reino, proceda á prover el primer Cura de la indicada Parroquia... con la maior parte de las rentas de mi obispado, á verificar una obra tan importante, tan del servicio de

V. M. cuios respetables derechos del Supremo Patronato quedarán íntegros, é ilesos, para que en lo sucesivo... se provea el Beneficio curado en la conformidad que se proviene por las R.s leyes de ntro municipal derecho[14].

 

La información que proporcionaron los testigos como personas instruidas y fidedignas fueron las pruebas para aprobar la creación de las nuevas parroquias[15], para lo cual se llevaron a cabo planos y padrones que arrojaron que la población del futuro curato de Nuestra Señora de Guadalupe habitaban 4,546 personas[16]. Fue después de un tiempo que el 5 de septiembre de 1782 fray Antonio Alcalde elevó a categoría de parroquia el templo de Nuestra Señora de Guadalupe y tuvo como primer párroco a Gregorio Ponce de León[17].

Los problemas sociales a los que se referían los testigos tienen diversas explicaciones. A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la población de la Nueva Galicia experimentó un fuerte incremento, ya que para 1742, el número de habitantes era aproximadamente a 200,000 y hacia 1770 la población había ascendido a 381,014 habitantes. De acuerdo con la visita efectuada a la diócesis por el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas[18] el número de habitantes era de 654,185 y de acuerdo con el capitán Pedro Rangel Laso de la Vega para 1821 se incrementó a 985,249. En sesenta años la población se triplicó y se inició un aumento sostenido a partir de 1760. Se considera que el principal factor de crecimiento de la población de la Nueva Galicia fue la recuperación de la población indígena desde su declive en el siglo XVI. En particular, la población de Guadalajara y sus alrededores creció más de prisa que la población indígena, ya que, para finales del siglo XVIII, los que no eran indios constituían más o menos la mitad de la población. El crecimiento de la población implicó que en Guadalajara se incrementara el número de pobres y vagabundos[19]. En 1770, el canónigo Arteaga dijo que Guadalajara disponía de 22,394 habitantes y se contaba con una economía diversificada. La ciudad levantó su población debido a las corrientes migratorias rurales a la ciudad y con lo anterior se suma, que entre 1739 a 1761 no hubo una mortalidad importante causada por epidemias que dejaron que el crecimiento cobraba ímpetu[20].

Los factores que influyeron en el aumento de la población fue el acceso al agua, en donde el número de habitantes por hectárea todavía no representaba dificultades y junto por esta época, el abastecimiento de los alimentos aún no representaba un problema, debido a la existencia, eficiencia y suficiencia de las labores de trigo, de maíz, de huertas de legumbres y frutas en los entornos de Guadalajara, además de que los pastos eran competentes para los ganados cárnicos y productores de lácteos. El consumo de tubérculos como la papa y el camote fueron recurrentes y jugaron un papel importante en tiempos de crisis de alimentos y formaron también parte de la dieta común de los más pobres. Para los más favorecidos, hubo disponibilidad de alimentos que proporcionaban una dieta completa. Durante las últimas décadas del siglo XVIII, el crecimiento demográfico de Guadalajara y sus alrededores no se detuvo y se intensificó, en gran medida por las corrientes migratorias que ensanchaban la ciudad, que tenía un enclave fundamental como paso hacia el norte, como centro político, económico y cultural, que la convirtieron en una de las ciudades más pobladas de la Nueva España[21].

Como ya se revisó, hubo dos periodos de crecimiento importante en la capital del reino. El primero comprende el lapso que fue de 1740 a 1770 y el segundo fue después de la crisis alimentaria de 1785-1786 hasta finales del periodo hispánico. En el primer periodo, la población casi se triplicó y el despegue demográfico de la ciudad en 1760 le anteceden 20 años en los que la población no fue devastada por epidemias, por lo que encuentra una relación entre los fenómenos de crecimiento poblacional y las epidemias. En el segundo periodo, además del crecimiento natural de la población, creció a consecuencia de la inmigración. Durante esos años, dos hechos contribuyeron para que se incrementara el flujo de emigrantes, el primero, fue la escasez de alimentos de 1785-1786 que conllevó una oleada de migrantes a los contornos de la ciudad y muchos que lograron salvar su vida del hambre no regresaron a sus lugares de origen[22] y dichos años se les bautizaron como año del hambre y de la peste[23].

 

El nuevo curato

 

El territorio del nuevo curato se conformó por la sesión de derechos por parte de Nuestra Señora de Zapopan del pueblo de indios de Mezquitán y los dos molinos del colegio de Niñas de San Diego, por lo que quedó a manera de límite entre ambos curatos el arroyo que existe entre Zapopan y Guadalajara, que tuvo como referencia el primer puente que existe entre ambas poblaciones[24]. Por su parte, los límites con la parroquia de El Sagrario quedaron definidos por el camino que viene desde Zapopan y que se convierte en la calle que corresponde de oriente a poniente con las casas que edificó Diego Rodríguez de Rivas y que seguía por la iglesia del colegio de San Diego. Se continuaba por la misma calle hasta pasar por la espalda del convento de Santo Domingo y continuaba hasta la Alameda.

En dicho lindero se incluyeron para la nueva parroquia todas las casas que tenían sus puertas mirando al sur, mientras que las casas con la puerta hacia el norte se reservaron para El Sagrario. Dentro del territorio de la nueva parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, se incluyó el mismo Colegio de Niñas de San Diego y la población de El Batán, La Huerta y Tenería de Campos[25]. En la actualidad, el dicho lindero corresponde a la calle de Garibaldi hasta desembocar en la avenida de las Américas y se continúa por la avenida prolongación Américas, hasta llegar al cruce de avenida Montevideo, en donde existe aún el puente histórico que a esa altura el arroyo todavía está al descubierto.

 

La iglesia

 

La parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe inició su construcción en 1777 a expensas del obispo de Guadalajara fray Antonio Alcalde, contribuyendo en la edificación con sus limosnas los habitantes de las cercanías[26], aunque con antelación ya se habían reunido los materiales necesario para su edificación junto con algunas cosas para su ornamentación y ajuar[27]. La primera piedra con presencia de un gran concurso de fieles se llevó a cabo el 7 de enero y se construyó con rapidez ya que para el 7 de enero de 1781 el mismo prelado con solemnidad pudo bendecir la parroquia[28].

El diseño formal fue novedoso y se anticipaba con las nuevas formas de arte neoclásicas que recién llegaban y lo anterior se puede constatar si tomamos en cuenta los proyectos constructivos que se estaban levantando al mismo tiempo, como la Iglesia de San Felipe Neri en estilo barroco, la inconclusa catedral de Real de Sierra de Pinos, además, la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe es un antecedente material y formal la nueva parroquia de Hostotipaquillo, Jal.[29], y la futura parroquia de El Sagrario de Guadalajara[30]. La construcción de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe es sencilla, de espacios amplios y generosos, con forma de cruz latina, de una sola nave de cinco tramos con transepto con bóvedas de nervaduras, sin cúpula o cimborrio en el crucero, con dos espadañas al frente en lugar de torres campanarios[31] y con los espacios necesarios al culto como ante sacristía y sacristía al norte y con el bautisterio al sur. Su interior, quedó resuelto por medio de muros lizos, cada tramo separado por pilastras de capitel toscano que sostienen un entablamento que recorre todo el interior del edificio y ventanas de arco rebajado en cada luneto para la iluminación.

El exterior, los muros sencillos contrastan ligeramente con la portada principal, en donde se reflejan las nuevas tendencias neoclásicas representadas por las bien proporcionadas pilastras toscanas que sostienen un entablamento en donde las metopas y los tríglifos cobran protagonismo y enmarcan el ingreso central de arco moldurado sostenido por pilastras. En la parte superior solamente quedó como elemento de importancia la ventana coral. Además, hay que agregar que esta manera de solucionar la construcción no es casualidad, ya que las nuevas formas también ayudaban al obispo Alcalde en alcanzar cierta economía en su proyecto. Hay que recalcar la importancia que tiene la construcción de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe como un indicio y antecedente de la introducción del neoclasicismo de la Nueva España, un paso que anunciaba la futura institución que por medio de la instrucción favorecería la asimilación, difusión y orientaría el gusto de los modelos clásicos.

Para explicar dicha importancia, hay que mencionar que fue en tiempos de Carlos III que se descubrió Herculano en 1738 y Pompeya en 1748, en donde se pudo observar ornamentaciones muy distintas a la acostumbradas y se llegó a conocer mucho más de la arquitectura clásica[32]. La nueva parroquia entra dentro de la actividad constructiva llevada a cabo por alarifes a mediados del siglo XVIII, en la cual había necesidad de poner orden y en un principio se asumió que debía ser la real Academia de San Fernando de Madrid la que aprobara los planos y diseños, sin embargo, la inviabilidad de la situación se resolvió con la creación de una institución en América que se dedicara a las artes[33].

Al mismo tiempo que se construía en Guadalajara la nueva parroquia, como consecuencia de las reformas borbónicas Carlos III le encomendó en 1778 la misión al académico de mérito Jerónimo Antonio Gil de la academia de San Fernando de Madrid[34], establecer una escuela de grabado dentro de la misma Casa de Moneda[35] y llegó a México con modelos para la enseñanza[36] para cubrir las necesidades de acuñación e instruir en el oficio a un personal que aún no existía[37]. La escuela se instaló en 1781 en la Casa de Moneda y Gil entusiasmó al superintendente de la Casa de Moneda Fernando Joseph Mangino, quien se propuso llegar a fundar una Academia[38].

Joseph Mangino remitió la propuesta al virrey Martín de Mayorga, quién a su vez la comunicó al monarca Carlos III, quién autorizó la fundación de la Real Academia de las Nobles Artes mediante el decreto real del 25 de diciembre de 1783. La academia abrió sus puertas con inauguración oficial el cuatro de noviembre de 1785 y Gerónimo Antonio Gil fue nombrado director general y a su cargo estuvo el grabado de medallas[39] y varios artistas de su tiempo ayudaron a la organización de la Academia antes de que llegaran los maestros europeos. Trabajaron en ella los pintores José de Alcíbar, Francisco Clapera y el escultor Cristóbal Santiago Sandoval. En 1786 se nombró como director de arquitectura al español proveniente de la Academia de San Fernando a Antonio González Velázquez, a Ginés de Andrés y Aguirre como primer director de pintura, el segundo en el mismo ramo fue Cosme de Acuña; José Manuel Arias[40] fue el director de escultura y Fernando Selma estuvo en grabado de estampas junto con Gerónimo Gil[41].

Como institución, la Academia de San Carlos tuvo su antecedente en el reinado de Fernando VI quién promulgó el real decreto del 12 de abril de 1752 mediante el cual se fundó la Real Academia de las Nobles Artes de San Fernando de Madrid que trajo como consecuencia el establecimiento de otras academias en España como la Real Academia de las Nobles y Bellas Artes de San Carlos de Valencia en 1753[42], la Academia de San Luis de Zaragoza, la escuela de Valladolid filial de la de Madrid y que posteriormente se transformó en la Real Academia de Matemáticas y Bellas Artes[43].

Con la fundación de la Academia de San Carlos, ciertas premisas sociales y estéticas en que se sustentó la producción artística colonial comenzaron a desaparecer, cosa que formaba parte del proyecto de modernización de la Corona con la intención de reorganizar la vida económica. La dinastía borbónica implantó, un conjunto de medidas que tenían por objeto quebrantar la estructura corporativa de la sociedad y que representaban la oposición en la ejecución de las nuevas disposiciones. También, la Academia tuvo como fin mejorar en sentido racional y moderno, la producción de artistas y artesanos virreinales. Con ello pretendía desarticular el sistema gremial vigente centrado en los talleres y promovió la sustitución del barroco por el neoclásico que se prestaba para reproducir un carácter racional y práctico[44]. Durante este periodo de absolutismo ilustrado, la Corona decidió recuperar el poder que había delegado y el regalismo predominó en su política, por lo que la Academia fue el instrumento de Carlos III para controlar las artes y oficios y operó como el medio que tuvo el Estado para regular la producción plástica y artesanal[45].

Joseph Mangino y Gerónimo Gil resolvieron que era pertinente consultar a la Real Audiencia Gubernativa para prohibir a los arquitectos construir sin la previa presentación y aprobación de los planos por parte de la Academia e impusieron una multa en caso de desobediencia[46], esta disposición permitió acaparar las actividades y centralizar el poder en el grupo de académicos, pero en la práctica sólo aplicó en la ciudad de México, ya que en otras ciudades, el ayuntamiento o los cabildos hicieron sus nombramientos con la salvedad de que los arquitectos que no fueran académicos se obligaban a examinarse en la Academia o se les podía suspender, lo que indica que el control se ejercía por medio de una serie de restricciones que permitieron dirigir la arquitectura hacia ideales clásicos[47].

Después de la fundación de la Academia de San Carlos, gran parte de las obras públicas de la Nueva España fueron supervisadas por la misma, en la aprobación de planos o para ser constructores, lo que propició la implantación del gusto neoclásico en las ciudades por lo que la academia asumió funciones normativas y educativas. Debido a la escasez de profesionales calificados, el reglamento aplicaba únicamente en la ciudad de México. En otras ciudades los ayuntamientos y cabildos podían acreditar los nombramientos. Los que no fueran académicos estaban obligados a presentar un examen que consistía en acreditar obras por medio de exponerlas a la crítica de los académicos ya reconocidos, lo que se prestaba a que muchos obtuvieran el título sin haber estudiado[48]. De este modo, en México se impuso el arte neoclásico, que seguirá presente durante casi todo el siglo XIX y otorgará fisonomía específica a muchas ciudades y borrará parcialmente la huella del barroco. Con la bonanza económica de las grandes instituciones, el clero y la nobleza se propiciaron numerosas construcciones y empresas urbanísticas, arquitectónicas y artísticas, por lo que el gusto por el neoclásico acabó por generalizarse[49].

De esta manera, el inmueble parroquial quedó definido por los elementos básicos característicos del neoclásico tradicionalista muy simplificado[50], como la utilización de los órdenes clásicos, la simetría, el empleo de la sección áurea, jerarquía de ingresos y una ligera ornamentación grecolatina, como un antecedente al periodo en el que se produjeron los proyectos religiosos más señoriales del neoclasicismo en la Nueva España[51]. De forma paralela, este inmueble abrió una brecha y forma parte de los primeros elementos importantes del nuevo arquetipo adoptado en el occidente y heredero del pensamiento ilustrado, que debió estar en proceso de asimilación desde hace pocos años por diversos personajes que fueron decisivos como el obispo Alcalde.

 



[1] Eduardo Padilla Casillas es licenciado en Conservación y Restauración de Bienes Muebles, docente de su Alma Mater (ECRO en sus siglas), con Maestría en Ciencias de la Arquitectura por el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara, con especialidad en Preservación y conservación del patrimonio histórico edificado, autor de estudios especializados en historia del arte en el siglo XIX; coordinó el libro El Sagrario Metropolitano: primera parroquia de Guadalajara (2021). Se ha distinguido como colaborador constante de este Boletín.

[2] Por aquella época, la parroquia de El Sagrario se alojaba en la capilla anexa norte de la catedral, local que para esa época también ya resultaba muy estrecho.

[3] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG), sección gobierno, serie parroquias, Santuario de Guadalupe, caja 1. Carpeta: gobierno, parroquias/Santuario, S/F, caja 1. Año de 1777. Expediente armado sobre la fábrica, y edificación del Templo de N. S.a de Guadalupe, y erección de nueba Parroquia, y Beneficio Curado en ella y en la Ig.a del Santísimo Christo de la penitencia del barrio de Mexicaltzingo, f. 1, [sic].

[4] Ibíd., f. 4.

[5] Fray Antonio Alcalde y Barriga, nació el 15 de marzo de 1701 en Villa de Cigales, en Castilla La Vieja. En 1717, ingresó a la orden de Santo Domingo en el convento de San Pablo y profesó al año siguiente. Se hizo cargo a partir del 1 de agosto de 1763 de la diócesis de Yucatán. Se encontraba en la Ciudad de México cuando llegó la noticia de su traslado a la diócesis de Nueva Galicia, por la cédula real del 20 de mayo de 1771 y llego a Guadalajara el 12 de diciembre del mismo año. Dávila Garibi, J. Ignacio. Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara. México: Editorial CVLTVRA, 1967, t. III, vol. 2, pp. 910-911, 915.

[6] Ibíd., p. 936.

[7] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG), sección gobierno, serie parroquias, Santuario de Guadalupe, caja 1. Carpeta: gobierno, parroquias/Santuario, S/F, caja 1. Año de 1777. Expediente armado sobre la fábrica, y edificación del Templo de N. S.a de Guadalupe, y erección de nueba Parroquia, y Beneficio Curado en ella y en la Ig.a del Santísimo Christo de la penitencia del barrio de Mexicaltzingo, f. 2, [sic].

[8] Ibíd., f. 2v.

[9] Ibíd., f. 3-3v.

[10] Ibíd., f. 4v-5v.

[11] Ibíd., f. 6-6v.

[12] Ibíd., f. 8.

[13] Ibíd., f. 10-11v.

[14] Ibíd., f. 12-12v,

[15] Ibíd., f. 58.

[16] Ibíd., f. 59.

[17] Dávila Garibi, op. cit., t. III, vol. 2, p. 940.

[18] (1752-1824)

[19] Lilia V. Oliver Sánchez. “La evolución de la población en e siglo XVIII”. Thomas Calvo y Aristarco Regalado Pinedo (coords.). Historia del reino de la Nueva Galicia. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2016, p. 614.

[20] Ibíd., p. 617.

[21] Ibíd., p. 622.

[22] Ibíd., p. 619.

[23] Dávila Garibi, op. cit., t. III, vol. 2, p. 955.

[24] AHAG, sección gobierno, serie parroquias, Santuario de Guadalupe, caja 1. Carpeta: gobierno, parroquias/Santuario, S/F, caja 1. Carpeta: Año de 1777. Expediente armado sobre la fábrica, y edificación del Templo de N. S.a de Guadalupe, y erección de nueba Parroquia, y Beneficio Curado en ella y en la Ig.a del Santísimo Christo de la penitencia del barrio de Mexicaltzingo, ff. 58-58v, [sic].

[25] Ibíd., ff. 59-59v, 61-61v.

[26] Ibíd., f. 4.

[27] Ibíd., f. 14.

[28] Dávila Garibi, op. cit., t. III, vol. 2, p. 937.

[29] Relativamente cerca de Guadalajara, se construyó mayormente con formas neoclásicas la parroquia y el santuario de Nuestra Señora del Favor en Hostotipaquillo entre 1817 y 1831. En 1816 se reunió la comunidad en el antiguo templo para discutir la necesidad de hacer una nueva parroquia, tal como se puede leer en el acta correspondiente y se comenzaron las labores de edificación el 20 de octubre de 1817. Tuvo como responsable de la obra a José Remus, después estuvo a cargo de la obra el Pbro. José Chafino por seis meses en 1818, posteriormente se hizo cargo el Pbro. José Luis Padilla. Archivo Notarial de la Parroquia de Hostotipaquillo, sección fabrica material, libro 1, reedificación de la S.ta Iglecia Parroquial, 1816, acta de comienzo de obra y lista de donativos; ANPH, sección fabrica material, libro 1, reedificación de la S.ta Iglecia Parroquial, 1817, Memoria 1; Ibíd., nota de José Luis Padilla; Ibíd., memoria financiera de puertas [sic].

[30] Iniciada la construcción en 1808 con diseños de José Gutiérrez en la administración del obispo Cabañas. Después de una serie etapas constructivas se concluyó la obra en 1831. Tuvo varias intervenciones arquitectónicas que llevaron su fábrica material hasta 1908, cuando se construyó la actual cúpula por Antonio Arróniz Topete. Eduardo Padilla Casillas. “Los retos ante los embates del tiempo: 1808-1900”. Eduardo Padilla Casillas (coord.) El Sagrario Metropolitano: Primera Parroquia de Guadalajara. Guadalajara: Parroquia de El Sagrario Metropolitano; Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, 2021.

[31] Este diseño formal no debe ser casualidad. El obispo Alcalde estaba acostumbrado a este a este tipo de edificaciones puesto que así se usaban en la península de Yucatán.

[32] Israel Katzman. Arquitectura del siglo XIX en México. (2 Ed). México: Ed. Trillas S.A. de C.V., 1993, p. 78.

[33] Elizabeth Fuentes Rojas. La Academia de San Carlos y los Constructores del Neoclásico. Primer Catálogo de Dibujo Arquitectónico 1779-1843. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2002,

p. 22; Katzman, op. cit., p. 55.

[34] Sonia Lombardo de Ruiz. “La arquitectura y el urbanismo en la época de la Ilustración, 1780-1810”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El Arte Mexicano. México: Salvat Mexicana de Ediciones, 1982, t. 9, pp. 1236-1237.

[35] Ya desde 1731 se había construido la Real Casa de Moneda de la ciudad de México, que trajo consigo el incremento de la producción y era necesario poner en práctica una mejora de la acuñación de moneda, que antes se llevaba a cabo en menor escala y en las dependencias del palacio real. Lombardo de Ruiz, op. cit., pp. 1236-1237.

[36] Luis Ortiz Macedo. “Prólogo”. Elizabeth Fuentes Rojas. La Academia de San Carlos y los Constructores del Neoclásico. Primer Catálogo de Dibujo Arquitectónico, 1779-1843. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2002, p. 14.

[37] Lombardo de Ruiz, op. cit., p. 1238.

[38] Ortiz Macedo, op. cit., p. 14; Katzman, op. cit., p. 55.

[39] Katzman, op. cit., p. 55; Lombardo de Ruiz op. cit., p. 1236; Fausto Ramírez. “El arte del siglo XIX”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El arte Mexicano. México: Salvat Mexicana de Ediciones, S.A., Tomo 9, 1982, p. 1219.

[40] Katzman, op. cit., p. 55.

[41] Ortiz Macedo, op. cit., p. 15.

[42] Katzman, op. cit., p. 54.

[43] Ortiz Macedo, op. cit., p. 14.

[44] Ramírez, op. cit., pp. 1219-1220.

[45] Lombardo de Ruiz, op. cit., pp. 1242-1243.

[46] 45 Fuentes Rojas, op. cit., pp. 24-25.

[47] Ibid., p. 25.

[48] Idem.

[49] Ortiz Macedo, op. cit., p. 15.

[50] Tradicionalista muy simplificado: puede verse como la consecuencia de limitaciones económicas o como una intención de simplificación formal. Presenta escasez de ornamentación, marcos de cantera en puertas y ventanas sin decoración, cornisas y reminiscencias neoclásicas. Israel Katzman, op. cit., p. 420.

[51] Alejandra Utrilla Hernández. Arquitectura religiosa del siglo XIX/Catálogo de planos del acervo de la Academia de San Carlos. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2004, p. 34.





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