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Los ocho subsidios para el Jubileo 2025 “Apuntes sobre la oración” (primera parte)

Espirituales del Seminario de Guadalajara

 

Compartimos algunas perspectivas para usar mejor

el material preparativo para el Jubileo 2025,

tanto en lo pastoral como para crecer

en la espiritualidad propia.

 

El Dicasterio para la evangelización ha publicado ocho subsidios en preparación para el Jubileo 2025, la colección Appunti sulla preghiera, que desde perspectivas pastorales y bíblicas motivan a los fieles a orar más y mejor. Los subsidios fueron publicados en italiano, y el presbítero Eduardo Agustín Aguilar Navarro, secretario ejecutivo de la CEM, ha preparado la publicación en español para México auspiciada por esta misma institución, e impresa por la Obra Nacional de la Buena Prensa A. C.  Los textos bíblicos de esta edición fueron tomados de la Biblia de la Iglesia en América (BIA), que es la traducción oficial del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM). A continuación publicamos la introducción general de la colección hecha por el papa Francisco, y después un acercamiento a cada uno de los subsidios.

 

 

Introducción

Papa Francisco

 

La oración es el respiro de la fe, es su expresión más profunda. Como un grito silencioso que sale del corazón de quien cree y se confía a Dios. No es fácil encontrar palabras para expresar este misterio. ¡Cuántas definiciones de oración podemos recoger de los santos y de los maestros de espiritualidad, así como de las reflexiones de los teólogos! Sin embargo, ella se deja describir siempre y sólo en la sencillez de quienes la viven. Por otro lado, el Señor nos advirtió que cuando oremos no debemos desperdiciar palabras, creyendo que seremos escuchados por esto. Nos enseñó a preferir más bien el silencio y a confiarnos al Padre, el cual sabe qué cosas necesitamos aun antes de que se las pidamos (cf. Mt 6,7-8).

El Jubileo Ordinario del 2025 está ya a la puerta. ¿Cómo prepararse a este evento tan importante para la vida de la Iglesia si no a través de la oración? El año 2023 estuvo destinado al redescubrimiento de las enseñanzas conciliares, contenidas sobre todo en las cuatro constituciones del Vaticano II. Es un modo para mantener viva la encomienda que los Padres reunidos en el Concilio han querido poner en nuestras manos, para que, a través de su puesta en práctica, la Iglesia pudiera rejuvenecer su propio rostro y anunciar con un lenguaje adecuado la belleza de la fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Ahora es el momento de preparar el año 2024, que estará dedicado íntegramente a la oración. En efecto, en nuestro tiempo se revela cada vez con más fuerza la necesidad de una verdadera espiritualidad, capaz de responder a las grandes interrogantes que cada día se presentan en nuestra vida, provocadas también por un escenario mundial ciertamente no sereno. La crisis ecológica-económica-social agravada por la reciente pandemia; las guerras, especialmente la de Ucrania, que siembran muerte, destrucción y pobreza; la cultura de la indiferencia y del descarte, tiende a sofocar las aspiraciones de paz y solidaridad y a marginar a Dios de la vida personal y social… Estos fenómenos contribuyen a generar un clima adverso, que impide a tanta gente vivir con alegría y serenidad. Por eso, necesitamos que nuestra oración se eleve con mayor insistencia al Padre, para que escuche la voz de cuantos se dirigen a Él con la confianza de ser atendidos.

Este año dedicado a la oración de ninguna manera pretende interferir con las iniciativas que cada Iglesia particular considere proyectar para su cotidiana dedicación pastoral. Al contrario, nos remite al fundamento sobre el cual deben elaborarse y encontrar consistencia los distintos planes pastorales. Es un tiempo para poder reencontrar la alegría de orar en su variedad de formas y expresiones, ya sea personalmente o en forma comunitaria. Un tiempo significativo para incrementar la certeza de nuestra fe y la confianza en la intercesión de la Virgen María y de los Santos. En definitiva, un año para hacer experiencia casi de una «escuela de la oración», sin dar nada por obvio o por sentado, sobre todo en relación a nuestro modo de orar, pero haciendo nuestras cada día las palabras de los discípulos cuando le pidieron a Jesús: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1).

En este año estamos invitados a hacernos más humildes y a dejar espacio a la oración que surja del Espíritu Santo. Es Él quien sabe poner en nuestros corazones y en nuestros labios las palabras justas para ser escuchados por el Padre. La oración en el Espíritu Santo es aquella que nos une a Jesús y nos permite adherirnos a la voluntad del Padre. El Espíritu es el Maestro interior que indica el camino a recorrer; gracias a Él, la oración aun de uno solo, se puede convertir en oración de la Iglesia entera, y viceversa. Nada como la oración según el Espíritu Santo hace que los cristianos se sientan unidos como familia de Dios, el cual sabe reconocer las exigencias de cada uno para convertirlas en invocación e intercesión de todos.

Estoy seguro de que los obispos, sacerdotes, diáconos y catequistas encontrarán en este año las modalidades más adecuadas para poner la oración en la base del anuncio de esperanza que el Jubileo 2025 quiere hacer resonar en este tiempo turbulento. Para esto, será muy valiosa la contribución de las personas consagradas, en especial de las comunidades de vida contemplativa. Deseo que, en todos los Santuarios del mundo, lugares privilegiados para la oración, se incrementen las iniciativas para que cada peregrino pueda encontrar un oasis de serenidad y regrese con el corazón lleno de consolación. Que la oración personal y comunitaria sea incesante, sin interrupción, según la voluntad del Señor Jesús (cf. Lc 18,1), para que el reino de Dios se extienda y el Evangelio llegue a cada persona que pide amor y perdón.

Para favorecer este Año de la Oración se han realizado algunos breves textos que, en la sencillez de su lenguaje, ayudarán a entrar en las diversas dimensiones de la oración. Agradezco a los Autores por su colaboración y pongo con gusto en vuestras manos estos «Apuntes», para que cada uno pueda redescubrir la belleza de confiarse al Señor con humildad y con alegría. Y no se olviden de orar también por mí.

 

Subsidio 1. Orar hoy. Un desafío por superar, cardenal Angelo Comastri[1].

 

No se puede vivir sin oración. En la Biblia se afirma claramente la necesidad de la oración, ¡de la verdadera oración! De hecho, el mismo Jesús rezaba. Este argumento basta para estar a favor de la oración porque para todo discípulo, el comportamiento de Jesús es una norma absoluta de vida. ¡De hecho, Jesús es el Maestro! Y en él se ve que la oración ha sido literalmente el centro de la vida de Jesús: la oración era su respiración, su horizonte de referencia, la fuente de sus acciones y de sus palabras.

El evangelista Marcos anota: «Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar» (Mc 1,35). Debía de ser un gesto tan habitual de Jesús que se quedó profundamente impreso en la memoria de los apóstoles: estos, después de la Ascensión, no podían acordarse de su Maestro y Señor sin recordar al mismo tiempo su oración.

San Lucas, un escritor capaz casi de pintar los gestos de la vida de Jesús, subraya un aspecto de gran importancia: Jesús, antes de tomar la decisión de llamar a los apóstoles, ¡pasó una noche entera en oración! El evangelista relata este hecho porque es una extraordinaria lección de vida: «En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles» (Lc 6,12-13).

¿No tendría que hacer lo mismo cada discípulo? ¿No debería el discípulo tener sus ojos mirando siempre al Maestro para entender cada latido, cada matiz, cada pos- tura en su vida? ¿Cuánto se ha dirigido nuestra mirada al Señor en el día de hoy? ¿Cuánto inspira su vida la nuestra?

¡No se pueden eludir estas preguntas, si queremos que Jesús sea nuestro Maestro y nosotros seamos sus discípulos!

La oración de Jesús tenía que ser al mismo tiempo transparente y misteriosa: era una santa oración en la que se veía algo hermoso, pero al mismo tiempo seguía siendo un misterio profundo. La petición de los apóstoles fue espontánea: «Jesús, haznos entrar en este hermoso misterio que se ve en tus ojos y en tu rostro. Jesús, ¡enséñanos a orar!».

Los pasos del hombre hacia la oración están marcados por estas frases de la Escritura:

«Señor, dame a conocer cuál es la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy» (Sal 39,5)

«¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador!» (Lc 18,13)

Y la respuesta de Dios se ve también en la Escritura

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3,16)

«Padre, les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos» (Jn 17,26)

La oración cristiana desemboca en este océano: ¡en el mismo amor de Dios! No existe oración cristiana si no se crea un contacto entre nuestra pobreza y la riqueza infinita de la caridad de Dios. Pero cuando la oración es verdadera, un río de amor entra en nuestro corazón y nos llenamos del Espíritu Santo: ¡nos llenamos del amor de Dios!

 

 

 

Subsidio 2. Orar con los salmos, Gianfranco Ravasi

Pbro. Jesús Emmanuel Moya Hernández[2]

 

“Nadie ama lo que no conoce”, reza un dicho popular entre nosotros. Cuando nos damos cuenta quién es Dios, cuando somos conscientes de que Dios no es “algo”, sino Alguien, cuando sabemos que Dios nos ha creado y ha tomado la iniciativa de comenzar una relación de amor con nosotros, surge en nuestro corazón el deseo de conocerlo, de averiguar quién es Aquel que tanto bien nos procura. En palabras de san Agustín, nuestro corazón inquieto no encontrará reposo hasta que no descanse en Dios, hasta que no sepa quién es Él, hasta que no lo conozca. Esa fue la experiencia de los primeros discípulos del Señor, Juan y Andrés que al escuchar que Aquel que pasaba era el Cordero de Dios; fueron a donde Jesús, le preguntan dónde vivía y se quedaron con Él, seguramente aquella noche han tenido un diálogo íntimo y profundo que les llevo a conocer de primera mano al Señor y a enamorarse de Él. Si nosotros también queremos enamorarnos del Señor que nos ha creado y nos ha llamado a estar con Él, hemos de conocerlo y para conocerlo hemos de tratarlo. Uno de tantos modos por el cual podemos tratarlo, por medio del cual podemos dirigirnos a Él en diálogo profundo es a través de los salmos.

Los salmos son expresiones que el Espíritu Santo que ora en nosotros con gemidos inenarrables (Cf. Rm 8,26) ha puesto en el corazón el hombre mediante las cuales puede dirigirse al Padre en las diferentes circunstancias de su vida reconociendo en las diversas situaciones que Dios es grande, que Dios nunca se va, que siempre acompaña a sus hijos manifestando su fuerza y su poder. En la audiencia del 22 de junio de 2011, el papa Benedicto XVI, nos dice que: «En los Salmos se entrelazan y se expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios y percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo a morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después asumieron como mediación privilegiada de la relación con el único Dios y respuesta adecuada a su revelación en la historia. En cuanto oraciones, los Salmos son manifestaciones del espíritu y de la fe, en las que todos nos podemos reconocer y en las que se comunica la experiencia de particular cercanía a Dios a la que están llamados todos los hombres. Y toda la complejidad de la existencia humana se concentra en la complejidad de las distintas formas literarias de los diversos Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de acción de gracias, salmos penitenciales y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas».

Los niños aprenden a hablar gracias a la influencia de sus padres y las personas que les rodean, las expresiones y el vocabulario que utilizarán los niños al comenzar a hablar serán siempre las que escucharon en su ambiente familiar, es difícil que un niño que comienza a hablar diga palabras que antes no le hayan transmitido en su seno familiar. De la misma manera somos los cristianos que oramos con los salmos, pues utilizaremos esas palabras que nos han sido entregadas, que se nos han transmitido y que son la experiencia vivencial de personas que, inspiradas por el Espíritu Santo, se han dirigido a Dios. Generaciones y generaciones de creyentes han orado a lo largo de los siglos con los salmos como Palabra de Dios que se dirige al hombre y con la cual el hombre se dirige a Dios; de esta manera, los salmos se convierten en una escuela de oración segura para poder dialogar con Dios. (Cf. Benedicto XVI, Audiencia 22 de junio 2011)

La riqueza de orar con los salmos no solamente se encuentra en que son palabras inspiradas por Dios, con las cuales nos dirigimos a Él; sino además que es una oración que ha sido entregada a la Iglesia como esposa de Cristo y mediante la cual ella dialoga con Él. Cuando se ora con los salmos, no solo es la oración de un cristiano singular que se dirige a Dios, sino que es la oración personal que se une a la oración de todos los miembros del cuerpo místico al que se pertenece para alabar en unidad de espíritu al Señor del cielo y de la tierra. Los salmos han sido la oración de nuestros hermanos mayores, los hebreos; han sido la oración de Jesús, de la Virgen María, de los apóstoles, de los santos, es la oración de nuestra gran familia a la que pertenecemos por el bautismo y ha de ser la oración de cada uno de nosotros como creyentes. (Cf. Papa Francisco, Audiencia 19 de junio 2024)

En vistas a celebrarse el Jubileo Ordinario 2025, el papa Francisco desea que toda la Iglesia se vaya preparando poco a poco para vivir este evento extraordinario profundizando en nuestra fe y en nuestra relación con Dios. El dicasterio para la Evangelización ha sido el encargado de concretizar este deseo del Santo Padre; de esta manera, en el año 2023 se proponía ahondar en la riqueza del Concilio Vaticano II y para este año 2024, aprovechando el año sobre la oración que el Papa ha convocado, han preparado los Apuntes para la oración, publicados en ocho cuadernos. Cada diócesis ha sido invitada a promover la centralidad de la oración a nivel individual y comunitaria; es por eso que nuestra Arquidiócesis se une a los deseos del papa Francisco y pone a nuestra disposición estos apuntes que nos ayudarán valorar la importancia de la oración en nuestras vidas.

En el presente volumen, a cargo del Cardenal Gianfranco Ravasi, podemos encontrar una ayuda para que nuestra oración con los salmos sea cada vez más consciente. El cuaderno se divide en cuatro capítulos, en los primeros tres, su eminencia, trata de explicar la importancia de la oración para los cristianos; demuestra además cómo los salmos son poesías hermosas con las que el creyente puede orar en los distintos ámbitos de su vida, pues «los ciento cincuenta salmos representan un arcoíris de problemas, gozos, esperanzas, tristezas, amarguras, y múltiples estados de ánimo». En este primer bloque, compuesto por los tres primeros capítulos, manifiesta también que la oración con los salmos ayuda a lograr un abrazo más perfecto entre Dios y la persona orante, pues es una palabra revelada que el que ora hace propia experimentando así la cercanía y la fidelidad del Señor. Con estas bases, el Cardenal Ravasi, introduce lo que me parece que es un punto fundamental de este cuaderno, el cuarto capítulo, titulado: «Un Salterio en miniatura»; en él hace una antología de pequeños comentarios a algunos de los salmos que más gustan a los fieles o que de manera más frecuente nos encontramos en la liturgia y que ayudan mucho para la reflexión personal. Estas breves exegesis o explicaciones de los salmos tienen un lenguaje sencillo para que todos puedan tomar un mejor sabor de cada salmo cuando se ora con ellos.

Creo que este cuaderno podrá ser de mucha utilidad para todos, de manera especial para los sacerdotes, pues por nuestra Ordenación, tenemos la grave obligación de orar con la Iglesia y por la Iglesia a través del rezo de los salmos de la Liturgia de las Horas, sin embargo, sería una gran tristeza que se rece la Liturgia solo por la mera responsabilidad de hacerlo. Recordemos que a los sacerdotes nos dicen “Padres” y es que los fieles ven en nosotros a esas personas que les engendramos, guiamos y educamos en la fe; muchos de nuestros fieles nos piden constantemente oración para sí mismos o por sus seres queridos y si de verdad queremos vivir nuestra vocación como una entrega total al Señor sirviendo al pueblo santo de Dios, hemos de darnos cuenta de que el principal servicio que podemos hacer por nuestro pueblo es orar por él y que mejor manera de hacerlo que por medio de los salmos. Si el sacerdote profundiza en la riqueza contenida en la Palabra de Dios que ora en los Salmos, podrá, como maestro de oración, ayudar a sus fieles para que ellos también descubran la riqueza de orar con los salmos y encontrar así al Señor y tratarlo para que se enamoren de Dios como lo hicieron Juan y Andrés.

 

 

 

Subsidio 3. La oración de Jesús, Juan López Vergara

Pbro. José Guillermo Valdovinos González[3]

 

 

Preparándonos con la oración para el gran Jubileo de la Esperanza 2025, como nos lo ha señalado el papa Francisco al inicio de este 2024, el Dicasterio para la Evangelización nos propone una serie de instrumentos y subsidios que nos ayudarán en tal preparación[4]. Entre estos recursos se encuentra el compendio Apuntes sobre la oración, en 8 volúmenes, destinados a profundizar en la centralidad de la relación profunda con el Señor a través de las múltiples formas de oración contempladas en la rica tradición católica. En esta ocasión, profundizaremos en el volumen 3, titulado La oración de Jesús.

Este volumen o cuadernillo está compuesto por tres partes[5]: la primera es una presentación del texto; la segunda, una introducción del papa Francisco; y la tercera, la oración de Jesús, que se desarrolla a través de 20 notas «abbádicas»[6], es decir, diálogos referidos al Padre. Estas notas expresan la centralidad del contenido de la oración de Jesús y se convierten en la guía y el método propuesto para utilizar como forma de oración. Esta última parte, que constituye prácticamente el contenido del volumen, ha sido desarrollada por el sacerdote y maestro Juan López Vergara[7], quien plasma este estilo o género que he decidido llamar abbádico.

Estas notas hacen referencia sin duda a la figura paterna, es decir, al lugar que Jesús otorga a su Padre, colocándolo en el centro de su oración, pues es con Él con quien dialoga y construye su oración. Cada nota está encabezada por un título que expresa su contenido e inicia con la palabra «Abbá». El diálogo de la nota tiene dos partes: en la primera, el Padre Juan López Vergara lo desarrolla a través de un texto bíblico (vrg. Mc 1, 9-11; Mt, 4, 1-11; Lc 4, 18; Lc 1, 39-45; etc.) que sirve de base para la segunda parte, donde se presenta el diálogo que Jesús tiene con su Padre (Abbá), expresándole sentimientos, pensamientos y experiencias vividas que el texto bíblico ya ha señalado. En pocas palabras, es el diálogo de un Hijo con su Padre, en el que comparte lo más profundo de su vida. Me parece significativo - y seguramente los lectores coincidirán en esto - que el maestro Juan acentúe la palabra aramea Abbá (אבא) en el diálogo de Jesús y no la traducción coloquial y literal de la palabra: padre o papá. Esto podría deberse a dos motivos: en primer lugar, permite contemplar el diálogo íntimo de Jesús con su Padre, dándonos la oportunidad de orar con una escena de un coloquio divino entre Jesús y su Padre; en segundo lugar, ayuda al lector y al orante a utilizar el estilo de Jesús para dirigirse a su Padre, es decir, a tomar el lugar de Jesús al dirigirnos al Padre.

En esta misma línea significativa, las notas abbádicas expresan una realidad cotidiana y, al mismo tiempo, íntima de la vida de Jesús. Tanto es así que el autor ha colocado títulos que reflejan esta característica. Siendo escenas sustentadas en la Biblia, emergen sin dificultad las posibles y objetivas experiencias cotidianas que vivió Jesús: sueños, sentimientos, emociones, enseñanzas, cuestionamientos, sentencias, etc. Esta característica nos ayuda a contemplar en conjunto todas las notas, ya que, vistas aisladamente, podrían perder su alto nivel de significatividad, pues se refieren a una sola persona: Jesús. Entremos en detalle en las notas.

Estas son la 20 notas abbádicas: Abbá, tu bondad me nubló los ojos, y desde lo hondo de mis entrañas te bendigo; Abbá, tu Palabra es antorcha para mis pasos; Abbá, hoy confirmé que sueño con tus propios sueños; Abbá, mi madre apresuró los comienzos del Evangelio; Abbá, tu amor providente lo abraza todo; Abbá, te pido des valentía y entusiasmo a quienes decidan seguirme; Abbá, les enseñé que aprender a orar es aprender a esperar y por tanto aprender a vivir; Abbá, te bendigo, me has confiado y trasmitido todo; Abbá, hoy los animé a venir a mí; Abbá, las palabras de Pedro removieron mi alma; Abbá, proclamé que, si el grano de trigo no muere, queda él solo; Abbá, hoy revelé que quien decida venir detrás de mi después de sufrir, verá la luz; Abbá, te bendigo por confiar mi misión primordial; Abbá, la encomienda recibida cobra vida a partir de la oración; Abbá, compartí tu maravillosa alegría; Abbá, ¿por qué, por qué…?; Abbá, aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú; Abbá, comprendo ahora con mi vida aquello que he revelado; Abbá, prometí al malhechor arrepentido que hoy estaría conmigo en el Paraíso; Gracias, Abbá, por escucharme.

Cada una busca, o al menos así lo descubro, ofrecer un momento de contemplación de la vida de Jesús y cómo Él, con una confianza y abandono infinitos, dialoga con su Abbá. Es un Hijo que se dirige a Él con una identificación filial segura de lo que es; tal modelo familiar provoca en el lector un sentimiento de sintonización y conexión para dialogar con el Padre como lo hace Él. Descubierta esta finalidad, podemos llevar estas notas abbádicas a la oración de tres maneras:

1.   Por temática. Siendo un cuadernillo, es decir, un material de contenido sintético, la metodología temática es una vía práctica, segura y sencilla para formular y organizar el contenido de la oración. Además, es una de las metodologías más utilizadas por la tradición de la espiritualidad cristiana. Esta metodología está presente en el conjunto de las notas porque, en el trasfondo de estas, se forman temas para reflexionar en la oración, tales como las emociones (notas 6, 9, 12 y 15), la voluntad de Dios (notas 8, 11 y 17), el perdón (notas 5, 8, 11, 15, 16 y 19), la misión (notas 2, 6, 9, 12, 13 y 19), la gratitud (notas 5, 7, 8, 13, 14 y 17), el amor de Dios (notas 1, 4, 5, 10, 11, 16, 17, 18 y 19), la escucha de la Palabra (notas 2, 7, 8, 10, 13, 18 y 20), entre otros. Esta metodología facilita y asegura al orante contenido suficiente para un diálogo profundo y empático en la oración, pues recoge en varias notas contenidos y expresiones de Jesús en un mismo tema, de modo que el orante pueda mantener un diálogo en diferentes circunstancias de Jesús y pueda sentirse interpelado por una u otra sin perder el sentido del diálogo. En pocas palabras, es dialogar con Jesús sobre un sinfín de experiencias en un mismo espacio de tiempo, sabiendo Él que uno es el argumento que nos ha traído a encontrarnos con Él. Es una metodología, sin duda, para todos, pues tanto el adolescente como el adulto están en grado de entretejer sus propias experiencias, sintetizándolas para hacerlas comprender de manera sencilla a su padre, y así él pueda comprender y acompañar lo que su hijo quiere compartirle.

2.   Por la línea afectiva. El padre Juan López, sin duda, teniendo en cuenta la motivación del Santo Padre de acercarnos a la oración como preparación[8], plasma sin temor y con libertad las emociones y sentimientos de Jesús en cada nota: desde lo hondo de mis entrañas; tu amor providente; me has confiado, queda el solo; después de sufrir, compartir tu maravillosa alegría; pero no se haga lo que yo quiero; comprendo ahora; gracias […]. Si perdiéramos de vista el mundo afectivo contenido en la vivencia de Jesús, estaríamos únicamente frente a expresiones gramaticales de una lectura mecánica. Por ello, seguramente nuestro autor ha subrayado esta dimensión de la vida humana para permitirnos entrar en el diálogo entre Jesús y su Abbá, y no ser meros observadores o lectores de una historia. Esta línea de oración ayuda a establecer en el orante dos habilidades fundamentales de la vida afectiva: la sintonización y la conexión[9]. Al descubrir las emociones, afectos y sentimientos de Jesús, también descubro mis propias emociones, afectos y sentimientos (sintonización). Además, al conocer lo que Jesús sentía y cómo lo expresaba, logro compartirle también lo que yo puedo sentir y cómo lo expreso en circunstancias similares a las suyas (conexión). Si el orante toma en consideración esta línea en el volumen, tendrá un material regulador en su vida espiritual, pues las palabras y experiencias de Jesús siempre tendrán un lugar en la vida de quien ora, medita y contempla. Esto es lo que le da «color a la oración».

3.   Por el estilo narrativo. El maestro López Vergara describe bellamente el género narrativo en cada una de las notas abbádicas[10], ya que la antesala bíblica y el diálogo filial componen un esquema narrativo propicio para una contemplación y meditación de la vida de Jesús: hoy confirmo que sueño con tus propios sueños; que tu amor providente lo abraza todo; que las palabras de Pedro removieron mi alma; que compartí tu maravillosa alegría; que prometí al malhechor arrepentido que hoy estaría conmigo en el paraíso […]. En la vida espiritual y en el contexto de la oración, esta vía es una de las más recomendadas, pues incentiva al orante a conocer profundamente las experiencias vividas en la fe, con el fin de profundizar en la historia personal como historia de salvación. Este estilo responde casi siempre a las necesidades del orante, pues es en el conjunto narrativo donde Jesús se solidariza con el orante, quien se deja interpelar por su humanidad y la experiencia de la fe, permitiendo que Jesús entre y forme parte de su historia: mi madre apresuró los comienzos del evangelio; hoy revelé que quien decida venir detrás de mí; después de sufrir, verá la luz; por qué, por qué; aparta de mí esta copa…; Gracias, Abbá, por escucharme.

Estas tres maneras o metodologías para llevar la oración ofrecen un valor único y complementario que, al ser integradas, enriquecen la vida espiritual del orante, transformando la oración en una experiencia viva y dinámica. Es así que este cuadernillo no solo sirve como una guía práctica, sino como un instrumento que enriquece la comunicación con Dios, proporcionando al orante las herramientas necesarias para una profunda y significativa relación íntima con Jesús. Es verdad que el tema de la oración es siempre un argumento de interés y apoyo en el caminar de la vida cristiana. Considero que las vías presentadas en las notas abbádicas de este volumen cautivarán a quienes lo utilicen y promuevan, pues la oración es el alimento de todo cristiano y prepararnos para el próximo jubileo será de vital ayuda.

Descubierta una de las finalidades de este volumen y algunas vías metodológicas para utilizar estas 20 notas abbádicas, creo que es pastoralmente significativa la centralidad de la figura del Padre en este tercer volumen, y sin duda es posible una Reflexión Pastoral y Sacerdotal. En 2020, el papa Francisco recordó la importancia de la figura paterna con la Carta Patris Corde[11], en la que invitaba a la Iglesia universal a meditar y reflexionar sobre la figura de san José, que «con corazón de padre, así amó a Jesús» (cf. Lc 4, 22; Jn 6, 42; Mt 13, 55; Mc 6, 3). En respuesta a esta invitación, es oportuno que, en la preparación para el Jubileo de la Esperanza, la oración también se centre en la figura paterna a través de la Segunda Persona de la Trinidad[12], pues es un don del Amor divino. En nuestra época actual, la figura paterna ha perdido relevancia, ya que se vive «un cambio de perspectiva de una experiencia principalmente familiar e institucional hacia un privatismo creciente, una nueva visión de la realidad familiar y una difusión cada vez mayor de la secularización de los afectos»[13]. En este contexto, la figura del padre puede parecer no necesaria o incluso estar en crisis, «ya que la masculinidad como referencia en la sociedad se cuestiona continuamente»[14]. Es por eso que en nuestra oración y reflexión, especialmente en este tiempo de preparación para el Jubileo, recordemos y valoricemos el rol del padre como una manifestación del amor divino. A través de esta perspectiva, podemos encontrar un renovado sentido de propósito y unidad en nuestra vida espiritual, reconociendo que la figura paterna, en su verdadera esencia, sigue siendo una fuente de fortaleza y esperanza en nuestra vida de fe. La figura paterna, como reflejo del amor de Dios, sigue siendo un pilar vital para nuestra vida espiritual. Nos ofrece un modelo de amor incondicional, protección y guía que es esencial para nuestra identidad cristiana.

Por otro lado, esta misma significatividad en la figura del Padre podría llevar al sacerdote a reflexionar sobre su rol de paternidad, no solo en la pastoral, sino también en su identidad sacerdotal. A lo largo de la historia de la Iglesia, el sacerdote ha representado un rol de «Pastor y Guía»[15], custodiando y guiando a los fieles en su camino hacia Dios. La figura del sacerdote, como mediador entre Dios y el pueblo (cf. Hb 10, 11), encarna el amor paternal de Dios y Su cuidado constante por cada uno de los fieles. Hoy en día, enfrentamos un contexto en el que la figura sacerdotal puede ser cuestionada y, en algunos casos, parece perder relevancia debido a cambios sociales y culturales. La creciente secularización y la transformación de la realidad familiar e institucional han llevado a una mayor reflexión sobre el rol del sacerdote en la vida de la comunidad cristiana. Sin embargo, la figura sacerdotal sigue siendo esencial para la vida de la Iglesia[16].

En este tiempo de preparación y reflexión, el sacerdote está llamado a renovar su identidad como un don de Dios y a reafirmar su compromiso como guía y pastor de la comunidad: «la vocación al sacerdocio es un don que Dios concede a algunos para el bien de todos... por eso es un don»[17]. Al hacerlo, contribuirá a fortalecer la vida de la Iglesia y a mantener viva la relevancia de su ministerio en nuestra época, que también necesita de la figura paterna sacerdotal.

 

 

 

Subsidio 4. Orando con santos y pecadores, Paul Murray, O. P.

Pbro. Adrián Ramos Ruelas[18]

 

 

Los sacerdotes hemos salido del Seminario con algunas bases sobre la teología espiritual que nos han enriquecido con el conocimiento y aporte de grandes santos, maestros preclaros de vida cristiana y modelos de profunda espiritualidad. Además, mientras éramos seminaristas, llegamos a aprender una y varias formas de oración. Lo difícil es asimilar un método particular y llevarlo a la práctica todos los días ahora en el ejercicio del ministerio, cuando nuestras agendas se llenan de actividades y sólo añoramos tener orden y tiempo para alcanzar a orar.

Un texto, preparado por la Comisión que prepara el Jubileo del año 2025 nos puede ayudar a nosotros, sacerdotes, en nuestro itinerario de formación personal y comunitaria y, con nosotros, a los fieles a quienes pastoreamos: “Orando con santos y pecadores” o “El viaje en Dios”, explora la rica tradición espiritual cristiana enfocándose en la oración y la meditación. Nos acerca a las experiencias y enseñanzas de santos célebres como Agustín de Hipona, Teresa de Ávila, Tomás de Aquino y Teresa de Lisieux.

Los santos son fuente de inspiración para nosotros, pues son claramente humanos como nosotros y por eso pueden aportar inmenso ánimo y compasión a los que seguimos luchando contra la debilidad. Ellos, en su audaz entrega a Dios, colmada de oraciones, ha permitido que sus vidas sean transformadas por la gracia y que en ellos brillen la fortaleza, el poder y la belleza de Cristo a través de su misma debilidad. Entresaquemos, pues, algunos elementos relevantes en materia de oración de estos ejemplares santos.

 

1. San Agustín de Hipona

Como a San Agustín, este año dedicado a la oración tiene mucho que decirnos y enseñarnos:

En el libro de las Confesiones, que conviene de vez en cuando leer o repasar, encontramos profundas oraciones realizadas a partir de su propia experiencia de conversión y que son bastante iluminadoras también en nuestro camino de crecimiento espiritual.

He aquí una de ellas: “Y tú, Señor Dios mío, escucha, mira y ve, compadécete y sáname; tú, a cuyos ojos estoy hecho un problema”. Santa Teresa misma admiraba a este santo precisamente por haber sido pecador primero.

Muy presente tenemos que Agustín anhelaba liberarse de su obsesión sexual y la sola idea de privarse del placer feroz, de la lujuria, le daba pavor. Con sinceridad abrasadora acudía a Dios exclamando: “Tú, Señor, me trastocabas a mí mismo… y poniéndome delante de mi rostro para que viese cuán feo era, cuán deforme y sucio. Mas yo, miserable, sumamente miserable, había llegado a pedirte en los comienzos de la misma adolescencia la castidad diciéndote: ‘Dame la castidad y continencia, pero no ahora’, pues temía que me escucharas pronto y me sanaras presto de la enfermedad de mi concupiscencia, que entonces más quería yo saciar que extinguir”.

San Agustín es el gran teólogo que sabe muy bien expresar en sus oraciones el deseo de Dios y la necesidad de ser perdonado.

De este mismo santo obispo aprendemos a recitar con sentido los Salmos (que ordinariamente nos ofrece el Oficio Divino de todos los días).

A él, particularmente, lo atrapó el Salmo 4: “Escúchame cuando te invoco, Dios de mi justicia… ten piedad de mí y escucha mi oración”. Al leer estas palabras ante la presencia de Dios, fue profundamente sacudido. Cuenta: “me horroricé de temor y a la vez me enardecí de esperanza y gozo en tu misericordia, ¡oh Padre!”

Y es que los salmos captan el fondo de los sentimientos humanos y elevan al hombre a lo divino. Conjugan armoniosamente la miseria humana y la necesidad de la misericordia de Dios. ¡Cuánto bien nos hace recitar los salmos o incluso elegir alguno que se acomode a nuestra necesidad de encuentro con Dios!

En su estupenda obra de Enarraciones hace admirables exégesis sobre los Salmos que nos pueden ayudar mucho en lo personal, en el ejercicio de nuestro ministerio, en el que solemos caer en estados de desánimo o en situaciones de pecado de las que sólo salimos lentamente y con la ayuda de la gracia divina cuando oramos desde lo profundo del corazón.

He aquí una bella interpretación agustiniana del Salmo 130: “Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor escucha mi voz”. Escribe: “¿De dónde clama? Del profundo. ¿Quién clama? El pecador, ¿Con qué esperanza clama? Con esperanza firme, porque el que vino a perdonar los pecados, dio esperanza al pecador colocado en el abismo. Pero para que una fe tan tremenda penetre profundamente en el torrente sanguíneo y prenda fuego al corazón, hace falta tiempo. Así podemos razonar las vueltas que daba en el diálogo dramático que, en ocasiones como ésta, pueden darse en la mente del pecador:

-         ¿Pero es que tienes la osadía, pecador infame, de pedirle algo a Dios? ¿Tienes la osadía de esperar contemplar a Dios, hombre débil y de sucio corazón?

-         Claro que la tengo -dice-, no por mis méritos personales, sino basado en la dulzura del Señor, no por fanfarronería propia, sino por la garantía que él me brinda.

 

A los fieles laicos hace muy bien leer por primera vez el libro de las Confesiones, ampliamente recomendable como lectura espiritual, claro, con la guía de algún sacerdote, religioso o religiosa o laico suficientemente preparado.

Recomendemos mucho la lectura de los Salmos para el encuentro con Dios destacando la Liturgia de las Horas desde nuestras comunidades.

Destaquemos en la memoria de santa Mónica y san Agustín el ejemplo de oración insistente de su madre por la admirable conversión de su hijo en vistas a la conversión de tantos hijos que se apartan fácilmente del camino del bien y de la verdad.

¿En qué nos ayuda la oración de este santo obispo a los sacerdotes?

Nos ayuda a expresar al Señor desde el corazón el deseo que tenemos de una auténtica conversión. Él es el teólogo de la gracia, que describe el deseo del alma de vivir en comunión con Dios y el peso de la molicie que enturbia ese propósito.

Nos ayuda como sacerdotes, sí, a sentir el peso de nuestra humanidad afectada por el pecado de Adán, pero a implorar decididamente al Señor Jesús con quien nos estamos configurando todo el tiempo en el ejercicio de nuestro ministerio, a vivir lo más coherentemente posible nuestra identidad sacerdotal para vivir en permanente conversión y adhesión a su amor misericordioso. 

Ya lo decía magistralmente, san John Henry Newman: “No podemos librarnos del pecado cuando quisiéramos; aunque nos arrepintamos, aunque Dios nos perdone, el pecado aún mantiene su poder sobre nuestras almas, en nuestros hábitos, y en nuestra memoria. Ha dado color a nuestros pensamientos, palabras, y obras; y aunque, con mucho esfuerzo, quisiéramos purgarnos del pecado, aún no es posible sino de manera progresiva”.

No cabe duda que sus escritos, como afirma el papa Benedicto XVI, parecen ser los de un hombre contemporáneo que entiende muy bien lo más recóndito del misterio del hombre y no alguien que vivió hace mil seiscientos años.

Grandes motivaciones para orar con mucha humildad a partir de nuestra vivencia real, manteniendo firme la esperanza de aspirar a la santidad a partir de nuestra fragilidad. ¡Gracias, San Agustín, por retratar tu vida de pecado y con ella la nuestra también, pero también por esa santidad que después te alcanzó la gracia divina, a la que aspiramos también!

 

2. Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, es mujer de oración y maestra de oración.

Ha sido clásica su definición sobre la oración en su famosa obra El Libro de la Vida: la oración es tratar muchas veces a solas con aquél que sabemos que nos ama. Y claro, desde a su experiencia ha podido describir la dinámica de la oración. Su espiritualidad es demasiado aterrizada. Parte de realidades y no de ilusiones.        

Muy consciente de su pequeñez, a la que constantemente se refería como bajeza, ruindad, Teresa supo andar siempre en humildad, en verdad. Así la reflejan sus escritos en contraste con el arte que la pinta o la esculpe como una mujer en éxtasis, en grandes arrebatos.

En su Camino de Perfección ella afirma que pasó muchos años por el trabajo de no poder sosegar el pensamiento en una cosa… Lejos de ser tranquila y metódica al abordar la oración, era una de aquellas personas cuyas mentes estaban tan desbaratadas como unos caballos desbocados que no hay quien los haga parar: ya van aquí, ya van allí, siempre con desasosiego. Incluso dice que ocurre en tanto extremo que, si quieren detenerle a pensar en Dios, se les va en mil vanidades y escrúpulos y dudas en la fe.

Esa es Teresa, franca y realista. ¡Quién diría que esta misma persona desarrollaría en posteriores obras una descripción acertada sobre el itinerario de vida espiritual en su Castillo Interior o Las Moradas!

Ahí desarrolló precisamente el método de oración para ayudar a encaminar la mente distraída a centrarse en Dios. Parte de la oración vocal: la recitación del Padrenuestro. Se trata no sólo de deletrear esta oración del Señor sino de buscar, hacer presente la persona del Padre a quien hablar.

Eso por supuesto le costó mucho. Tardó años en dar pasos en su meditación porque normalmente se distraía. Tan horrorizada estaba de su mediocridad que temía en verdad perderse, lo cual le valió suplicar con insistencia a Dios dar algo a cambio para no sentirse perdida. Ahí comprendió que la caridad era un medio que le permitía tener también fresca la presencia de Dios en su vida y a su monjas recomendaba unir a la oración los hechos, las obras, para no parecer enanas.

“La paciencia todo lo alcanza” hemos escuchado en su famosa oración: “Nada te turbe”. Fue la paciencia evangélica la que le permitió dar importantes pasos en su camino de perfección cristiana. Por eso insistía en jamás abandonar la oración.

Aquí comprendemos, de acuerdo a nuestros estudios, la importancia de la aridez espiritual y de la desolación como elementos complementarios del crecimiento de vida espiritual.

Sencillas, bellas y profundas son algunas de sus cortas oraciones que expresan precisamente sus apuros y temores: “Recuperad, Dios mío, el tiempo perdido”, o bien, “Quered Vos, Señor mío, quered, que aunque soy miserable, firmemente creo que podéis lo que queréis”.

Eso es confianza total. Eso es verdadera oración.

Aprendemos, pues, de Santa Teresa, Doctora de la Iglesia gracias a sus aportes sobre la oración, a dialogar verdaderamente con Dios como lo que es, una Persona.

Nos ayuda a reconocer nuestra pequeñez y miseria y a suplicar la ayuda divina cuando sentimos la esterilidad de nuestros esfuerzos.

¿Qué nos deja de tarea a los sacerdotes?

Nos enseña esta santa mujer a perseverar, a no abandonar la oración, tentación constante de los curas que se llenan de tareas aunque no precisamente tareas pastorales.

Nos ayuda a entender que los desiertos son importantes para reclamar el agua fresca de la espiritualidad y volver a Dios que es paciente y misericordioso.

Nos motiva a dar pasos en materia de oración yendo de menos a más en nuestra vivencia de la fe que tanto predicamos y administramos en los sacramentos.

 

3. Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino brilla más por su piedad que por su teología profunda y sistemática. Lo tenemos de referencia en los estudios filosóficos y sobre todo, teológicos, en el Seminario. Hemos aprendido muchas disciplinas gracias a las cuestiones contenidas sobre todo en sus Sumas filosóficas y teológicas.

Sería muy bueno conocer el origen de tanto conocimiento. Como buen religioso dominico vivió con esplendor la famosa frase que explica la espiritualidad de santo Domingo: “Contemplata aliis traedere”: contemplar primero la Palabra para luego compartirla con verdad. Y aquí nos detenemos, precisamente, en su vida de oración, en su profunda espiritualidad.

Tomás nos enseñó a estudiar la teología precisamente de rodillas (ojalá así se estudiara de verdad). Saber de Cristo no es lo mismo que vivir en Cristo. Como los grandes hombres vivió humildemente su experiencia espiritual reconociendo su pequeñez ante el Misterio que contemplaba.

Como buen filósofo supo reconocer el ápice de la perfección humana que reconoció como la santidad. Dejando de lado el pernicioso pelagianismo reconoció que era posible ese estado cumbre sólo con la ayuda de la gracia.

Es célebre su Adoro te devote, oración y canto para adorar el Misterio Eucarístico. En ella confiesa su fe y despliega lo inabarcable de ese Misterio Santo. No por algo suspendió sus escritos ante la inefable experiencia de contemplar al Amado.

¿Qué podemos aprender de él?

A encomendar cualquier apostolado (catequesis, retiros, ejercicios espirituales, campamentos, pláticas presacramentales, misiones, etc.) por medio de la oración personal y comunitaria para poder transmitir contenidos con fruto.

¿Qué nos deja como lección a los sacerdotes?

Santo Tomás nos invita a prepararnos espiritualmente antes de cada Eucaristía tras haber meditado y asimilado la Palabra de Dios para poder exponerla convenientemente.

Nos ayuda a centrarnos en el Misterio y por medio de la contemplación y a implorar la gracia que nos remite a la Verdad, a la Belleza y a la Suma Bondad.

 

4. Santa Teresa de Lisieux

Santa Teresita del Niño Jesús supo encontrar un camino de santidad a partir de la confianza total en Dios, su Padre.

Ella, en su “Caminito espiritual” o infancia espiritual, busca simplemente vivir unida a Dios. Lo hace sin necesidad de ayudas de tipo intelectual. No busca visiones especiales ni recurre a ningún tipo de experiencias místicas. Vive una espiritualidad impregnada del amor de Dios y de profunda devoción a María y a los Santos. 

A Teresita le llegó a inspirar los testimonios evangélicos de Mateo y María Magdalena. Pronto se preocupó y ocupó de orar por los pecadores.

¿Qué rescatamos de su valiosa espiritualidad?

Su extraordinaria sencillez. Supo reconocer siempre la paternidad divina y arrojarse en sus brazos sintiéndose pequeña y frágil.

Su necesidad de amar que atizó con la vida de oración y con su particular apostolado de orar para que todos los hombres encontraran a Dios.

¿En qué nos ayuda la oración de Santa Teresita a nosotros, los sacerdotes?

Nos ayuda a reconocer pequeños, pobres, pecadores, a elevar nuestras oración desde lo más profundo de nuestro corazón y pedir por el pueblo a nosotros encomendado, por los pecadores, delante del Santísimo, o después de confesar a un penitente.

 

Conclusión

Como bien sabemos, los santos ya hicieron su camino de perfección. Nos toca a nosotros aprender de ellos a orar para que se acreciente el deseo de santidad. Y, desde luego, buscando nuestro propio camino que está muy a nuestro alcance.

 



[1] Breve presentación de la edición española hecha por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), auspiciada por la Conferencia Episcopal Española en la página https://haciaeljubileo.com/orar-hoy-un-desafio-a-superar-resumen/.

[2] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2018; tiene una licenciatura en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, y presta su servicio como director espiritual en el Seminario Menor de La Barca.

[3] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2010. Realizó estudios en Formación Sacerdotal en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde también obtuvo una licenciatura en Teología Espiritual. Posteriormente obtuvo una licenciatura en Psicología en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma; actualmente presta su servicio como director espiritual en el Seminario de Guadalajara.

[4] Como son: las 38 Catequesis sobre la Oración del Papa Francisco, y los subsidios: Enséñanos a Orar y Con Pedro y Pablo siguiendo al Maestro (cf. Conferencia de Prensa de presentación del Año de Oración en preparación al Jubileo 2025 y de la serie Apuntes sobre la Oración del 23 de Enero del 2024).

[5] Así lo presenta la edición de la Buena Prensa en el texto oficial del CEM y del CELAM (cf. 2024, Ciudad de México, Obra Nacional de la Buena Prensa, pp. 9-75).

[6] He decidido llamarlas así por la connotación de los títulos señalados en el contenido del volumen.

[7] Autor de varias obras bíblico-teológicas; ha sido presidente de la Asociación de Biblistas de México (2007-2010), y actualmente es profesor del Instituto Bíblico Católico de Guadalajara, y forma parte del equipo nacional de la Animación Bíblica de la Vida Pastoral.

[8] Francisco, Domingo de la Palabra de Dios, Angelus del 21 de Enero del 2024.

[9] Cf. Cencini A. – Manenti A. (2016), Psicología y Teología, Santander, Sal Terrae, pp. 215-216.

[10] Cf. Lo Russo G. (2022), Vocazione. Prospettive di vita e aspetti educativi, en Grammatico S. (Coordinador), Roma, Rogate.

[11] Francisco, Carta apostólica con motivo del 150° Aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal, Roma 8 de diciembre 2020.

[12] Cf. CIC n. 495.

[13] Bozzolo A. (2022), La cultura affettiva. Cambiamenti e Sfide, LAS, Roma, p. 44.

[14] Ciccone S. (2019), Maschi in crisi? Oltre la frustrazione e il rancore, Rosenberg & Sellier, Torino, p. 39.

[15] Cf. Congregación para el clero (2001), El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial; CIC n. 776.

[16] Cf. Congregación para el clero (2013), Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 77.

[17] Francisco, Discurso a los participantes en un congreso organizado por la congregación para el clero; con ocasión del 50 Aniversario de los Decretos conciliares Optatam Totius y Presbyterorum Ordinis, 20 de noviembre 2015.

[18] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2011. Cuenta con una licenciatura en Teología Espiritual por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (2013-2015). Actualmente presta su servicio como ecónomo del Seminario de Guadalajara.



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