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Con Pedro y Pablo siguiendo al Maestro

Un acercamiento al subsidio de oración en preparación para el jubileo del 2025 para los sacerdotes

Pbro. José Guillermo Valdovinos González[1]

 

 

 

 

Al inicio de este 2024 el Papa Francisco en la plaza de san Pedro en el Vaticano invitaba a todos los cristianos a prepararnos al ya cercano Jubileo Ordinario de la Esperanza 2025 con un año dedicado a la oración: «en los próximos meses que nos conducirán a la apertura de la Puerta Santa, con la que daremos inicio al Jubileo. Les pido intensificar la oración para prepararnos a vivir bien este evento de gracia y así experimentar la fuerza de la esperanza de Dios… por esto iniciamos hoy el Año de la Oración, es decir un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y del mundo»[2].

A raíz de la invitación del Papa Francisco y con el objetivo de una mejor preparación e intensificación en la oración, el Dicasterio para la Evangelización ha preparado una serie de instrumentos y subsidios que acompañarán estos meses previos al Año Santo. Estos materiales aspiran a constituir una «sinfonía» de oración que la comunidad cristiana y cada creyente puedan utilizar[3]. Los recursos disponibles incluyen: las 38 Catequesis sobre la Oración del Papa Francisco, impartidas desde el 6 de mayo de 2020 hasta el 16 de junio de 2021; Apuntes sobre la Oración, que comprenden 8 volúmenes destinados a profundizar en la centralidad de la relación profunda con el Señor, a través de las múltiples formas de oración contempladas en la rica tradición católica; y, por último, los subsidios, como Enséñanos a Orar, el cual ayudará a las comunidades parroquiales, las familias, los consagrados y los jóvenes a vivir con mayor conciencia la necesidad de la oración diaria, y Con Pedro y Pablo siguiendo al Maestro, que acompañará y ayudará a profundizar en la oración en la vida de los sacerdotes.

Ante este preámbulo preparatorio, es interesante cómo el Papa Francisco propone, a través del Dicasterio para la Evangelización, un subsidio que prepara y acompaña al sacerdote en su vida de oración con miras a celebrar el Año Santo. Tal iniciativa no es nueva para el Papa Francisco, pues ya les recordaba en 2019 la importancia de «no perder de vista la oración, pues es donde se encarna y encuentra lugar el corazón del pastor»[4]. No perdiendo de vista la iniciativa del Papa Francisco en dicha preparación, sería interesante la reflexión sacerdotal sobre tal preparación y cómo este subsidio puede contribuir a su crecimiento espiritual y pastoral. Es cierto que el sacerdote diocesano, por naturaleza pastoral, prepara y anticipa un sinfín de actividades en todas las dimensiones, por lo cual sería fundamental que interiorizara con este material su vida interior. Entremos en detalle sobre este material.

El subsidio está compuesto de cuatro partes celebrativas: la llamada, la profesión de fe, la prueba y el testimonio, desarrolladas en la vida y experiencia de los apóstoles Pedro y Pablo. Cada una de las partes está compuesta por un marco litúrgico: rito inicial penitencial, encuentro con la Palabra y el Magisterio de la Iglesia y de los santos, un momento celebrativo a través de un signo y un rito conclusivo. Todo esto guiado por el silencio reflexivo y el diálogo participativo. Este subsidio manifiesta una característica significativa, ya que el sacerdote participa y preside en la comunidad, es decir, celebra plenamente. Ahora revisemos cada una de las partes de este material y propongo un enfoque formativo que pueda contribuir a la formación permanente.

 

La llamada

 

En la invocación penitencial de esta primera celebración nos presenta el objetivo que enmarca esta primera parte: «volvamos a la raíz de nuestra vocación», es decir, reavivar el don del sacerdocio que se ha recibido (cf. Tim 1, 1-3); aún más es recordar como afirmaba san Juan Pablo II la propia llamada e historia de la vocación[5]. Sin embargo, este volver al origen viene propuesto de tres maneras: renovando nuestra adhesión al Señor, pidiendo perdón por todas nuestras debilidades en las pruebas y dando testimonio con renovado vigor. Esta triple propuesta es una vía proyectiva que busca expresar la belleza del sacerdocio recibido, el cual en ocasiones puede verse oscurecido u olvidado.

La llamada en la literatura neotestamentaria propuesta en esta primera celebración está enmarcada por el diálogo, es decir, por un intercambio verbal y activo entre dos personas, entre Jesús y el apóstol; en el primer texto, es Saulo que dialoga con esa Voz que le dice: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?, a lo que él responde: ¿Quién eres, Señor? (Hch 9, 4-5). De la misma manera en segundo texto, es Jesús que dice a Simón: Rema mar adentro, y echad vuestras redes, a lo que Simón responde: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes para la pesca (Lc 5, 4-5). Este diálogo característico por esa llamada de Jesús se convierte en un diálogo divino que inicia ese gran y misterioso camino vocacional del apóstol, pues es la iniciativa de Dios que lo llama y la respuesta libre del hombre que responde. Este diálogo divino y misterioso es la narrativa que construye toda historia vocacional cristiana: «es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor»[6]. Diálogo que se estable en una relación entre Dios y el hombre que prepara una llamada con una respuesta de lo más profundo e íntimo del ser[7].

Bajo esta perspectiva de la llamada, la oración busca siempre en la vida del sacerdote el diálogo íntimo y permanente de Dios y el sacerdote[8]. Es en la oración del sacerdote donde vuelve al origen de la llamada hecha por Jesús; es donde el sacerdote se siente llamado por Aquel que lo ha invitado a seguirlo. Este diálogo vuelto al origen produce un signo para aquellos que esperan la llamada de Jesús, o ya la han escuchado y no la reconocen, es decir, la oración vocacional; es descubrir el proprio lugar y ayudar a otros a encontrarlo (beato Pino Puglisi). 

 

La profesión de fe

 

El apóstol se caracteriza por su peculiar profesión de fe, es así que esta segunda celebración tiene como objetivo renovar la profesión de fe del sacerdote que también es apóstol. El objeto de la profesión es la fe, que es el fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve (Heb 11, 1); tal esperanza y garantía hace al hombre confiar lo prometido o manifestado como en Abrahán o Sara (cf. Heb 11, 8.10). Pero es Simón Pedro que, sin revelación de carne o sangre profesa, es decir, es su espera y garantía, en Jesús, el Mesías, el Hijo del Dios vivo (Mt 16, 16). Este fundamento bíblico de la fe viene prolongo en la vida del sacerdote como un modelo de fe apostólica, pues es tiempo de hablar valientemente de la vida sacerdotal como un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana, es decir, una vida de fe, una vida de apóstol[9]. Ya lo decía Benedicto xvi, «el sacerdocio no es un simple “oficio”, sino un sacramento: Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor»[10].

Esta segunda celebración busca hacer una profesión de fe sacerdotal, incluso el signo propuesto es la Luz con el Interrogatorio como en la primera profesión de fe de nuestro bautismo[11]. Tal profesión viene a ser particular como la del apóstol, porque no manifiesta un simple oficio sino un don, es decir, el sacramento del orden, que nos fue dado el día de la ordenación y que como el apóstol Pedro debemos de profesarlo por revelación del Padre celestial (cf. Mt 16, 17).

La profesión de fe sacerdotal es sin duda un proyecto de vida a considerar en el ministerio sacerdotal, pues ante la imagen tan fracturada y debilitada del sacerdocio en «la crisis de civilización que vivimos»[12], la oración del sacerdote en tal manifestación de fe busca, sin duda, dar significado al don recibido. En la intimidad cotidiana con el Señor, se puede recuperar tanto la imagen perdida interiormente por el sacerdote como externamente, ya sea eclesial o socialmente.

 

La prueba

 

Jesús en la oración sacerdotal pide al Padre que guarde a los discípulos del maligno, pero no pide que los retire del mundo (cf. Jn 17, 15). Esta intercesión y expiación a favor de los discípulos se manifiesta al inicio de esta tercera celebración, en el acto penitencial. El sacerdote, portador de este don sagrado y valioso del sacerdocio, viene custodiado en pobres vasijas de barro (cf. 2Cor 4, 7), llevando el peso de su fragilidad, especialmente en la hora de la tentación y la prueba. El apóstol Pablo, consciente de su historia personal, presenta sin dificultad la experiencia de su humana debilidad, y ahora, con su vocación de apóstol, enfrenta y sufre los estragos de ella: como vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados... entre ellos vivíamos también todos nosotros en medio de las concupiscencias de nuestra carne y de los malos pensamientos (Ef 2, 1-3). Esta afirmación del apóstol sitúa al sacerdote que celebra en oración este tercer momento en una actitud de humildad, ya que, tanto en el pasado como en el presente, el sacerdote experimenta las luchas y derrotas de su concupiscencia y debilidad. Por eso, en la antesala a la liturgia de la Palabra, hay un diálogo responsorial en un tono de humildad y perdón, que motiva a reconocer la humana debilidad del sacerdote frente al ejercicio del ministerio.

En el evangelio, Jesús recuerda a los discípulos el tema de las riquezas y cómo deben actuar respecto a ellas: vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acercan los ladrones ni roe la polilla (Lc 12, 33). Estas serán siempre una prueba o dificultad en el seguimiento, por eso les dice claramente: donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón (Lc 12, 34). Esta enseñanza recuerda al seguidor de Jesús que no está en la vida para acumular riquezas, sino para llevar a cabo otras actividades y vivir según otros valores.

El tema de las riquezas o el dinero podría pensarse que escapa a la reflexión durante el tiempo de la oración. Sin embargo, tanto la realidad concupiscible mostrada por el Apóstol como la recomendación de Jesús en el evangelio llevan al sacerdote en esta celebración a considerar esta realidad humana presente en el ministerio. De hecho, el Papa Francisco ha recordado el apego al dinero que puede afectar al sacerdote, invitándolo a vivir «la gracia de la pobreza cristiana y a ser sacerdotes como aquellos obreros que ganan lo justo y no pretenden más»[13]. Ante esta recomendación temática para la oración, el subsidio profundiza en un modelo sacerdotal a través del Papa san Juan xxiii, quien en un discurso a sacerdotes les recordaba: «el sacerdote es ante todo y sobre todo un hombre de Dios, vir Dei. Así os piensa y juzga el pueblo cristiano, así os quiere el Señor. Por tanto, tratad de conformar vuestra vida a esos pensamientos puros que tal definición suscita en vuestro corazón. Al decir hombre de Dios, se excluye del sacerdote todo lo que no es Dios»[14]. Esta recomendación es una invitación al seguimiento que excluye el apego al dinero, que no es de Dios; no se puede ser hombre de Dios si hay ese apego al dinero o a la riqueza (cf. Lc 16, 13). Incluso el pueblo cristiano lo observa y no lo perdona cuando está presente en los sacerdotes, como lo afirmó el Papa Francisco: «la gente puede perdonar todo a un sacerdote, menos el apego al dinero y los malos tratos»[15]. Es la pobreza del Crucificado la que da identidad al sacerdote (cf. 2Co 8, 9) por eso como signo en esta celebración se propone la adoración a Cruz como en el Viernes Santo, y después de la homilía en palabras de santo Tomás de Aquino el sacerdote es invitado a pedirle al Crucificado superar las pruebas y mantenerse en fidelidad: «llámame si huyo de ti, atráeme si me resisto, levántame si caigo. Dame, Señor, Dios mío, un corazón vigilante que ningún pensamiento vano aleje de Ti»[16].

 

El testimonio

 

Si se ha orado por la llamada, la profesión de fe sacerdotal y la prueba, es necesario renovar el testimonio sacerdotal mediante la oración, es decir, estar siempre dispuestos a dar razón de la esperanza que hay en nosotros (cfr. 1P 3, 8-17). Esta invitación inicial del acto penitencial viene convocada no en forma individual, sino en fraternidad sacerdotal, es decir, en comunidad sacerdotal. Es el apóstol Pablo que da ejemplo de cómo es importante renovar el testimonio dentro de la comunidad: porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles… (Ga 1, 13- 17). Es esta experiencia la que motiva y forma a la comunidad de Galacia para reconocer el origen divino del Evangelio anunciado por el Apóstol; es el testimonio de cómo es pasar de lo antiguo a lo nuevo, de la ley a la Gracia[17].

Por otra parte, el Evangelio de San Juan presenta el diálogo de Jesús con el apóstol Pedro, donde le pide dar testimonio de su amor, un amor que le insta a cuidar de las ovejas: sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: apacienta mis ovejas (Jn 21, 17). Este amor es el que Jesús renueva en el apóstol Pedro para que vaya y dé testimonio de Él con las ovejas. Es el sacerdote quien da testimonio de este amor en la caridad pastoral, ya que de la amistad que tiene con Jesús, el Buen Pastor, nace esa entrega generosa a las ovejas, representando así el amor actual de Cristo por ellas[18].

El testimonio contemplado en los apóstoles Pedro y Pablo revela el modelo presentado por Cristo a los apóstoles. Por eso, en esta cuarta celebración se propone reflexionar en la oración a Cristo como modelo del sacerdote y su ministerio, tal como nos lo propone el Papa Francisco en el texto del subsidio: «esto significa que el Señor Jesús debe convertirse siempre cada vez más en nuestro modelo: modelo de vida y que nosotros debemos aprender a comportarnos como Él se ha comportado. Hacer lo que hacía Jesús. La esperanza que habita en nosotros, entonces, no puede permanecer escondida dentro de nosotros, en nuestro corazón…»[19]. Es en la oración donde se puede evaluar como la propria personalidad del sacerdote va teniendo como modelo a Cristo[20], es decir, cuanto es semejante mi personalidad a la Cristo. De esta manera el subsidio propone otro modelo sacerdotal, el santo Cura de Ars contemplado en palabras del arzobispo Giovanni Battista Montini, el futuro san Paulo vi, que en perspectiva suya en modelo de simplicidad podemos ver el modelo de Cristo: «la vida de Juan María Vianney no presenta grandes cuadros, ni grandes dramas: transcurrió con una uniformidad en el período que nos interesa, de principio a fin, muy igual y muy simple»[21].

Sin duda, el modelo sacerdotal de simplicidad, sin protagonismo ni autoreferencialidad, es el que verdaderamente sintoniza con el sacerdocio de Cristo. Orar desde esta perspectiva implica buscar no solo la identidad del sacerdote, sino también la configuración integral de su ministerio. El propósito de este discurso sobre la figura del cura de Ars en el subsidio es proporcionar elementos de la vida espiritual que permitan desentrañar aspectos particulares de la vida del sacerdote, los cuales pueda interiorizar para reflexionar sobre ellos con miras a mejorar. En caso de que estos aspectos no estén presentes, también se busca explorar cómo adquirirlos. De hecho, después de la homilía sugerida en esta cuarta celebración la oración universal viene propuesta una respuesta al deseo de buscar y adquirir la configuración Cristo: haz que nuestro corazón se asemeje al tuyo. Cada petición invoca aspectos necesarios en la vida de los sacerdotes y obispos para mantener esa configuración con Cristo. Al concluir esta celebración, que incluye adoración Eucarística, la bendición con el Santísimo Sacramento pretende inspirar al sacerdote a comprometerse interiormente, utilizando estrategias y dinamismos para fomentar tanto su crecimiento espiritual como pastoral.

 

Conclusión

 

La oración siempre ha sido una forma cristiana de preparar a los creyentes para los desafíos y dificultades de la vida. Sin duda, para el sacerdote, la oración es de vital importancia para mantener viva y dinámica su propia vida y ministerio. Presentar este subsidio específicamente para el sacerdote en el tema de la oración es una oportunidad para revitalizar el amor y la constancia en la vida de cada sacerdote. Además, manifiesta la preocupación del Santo Padre Francisco por esta dimensión crucial de la formación permanente.

Preparándose en la oración para el próximo jubileo en 2025, el sacerdote podrá motivar al pueblo y a la comunidad de manera más efectiva y significativa. Es una oportunidad para reflexionar sobre aspectos de la vida del sacerdote que deben estar en constante diálogo interior con Aquel que los ha llamado. Así, contemplando su llamado, su profesión de fe será siempre firme y convencida, y al mismo tiempo demostrará autenticidad, libertad y generosidad en la prueba y las dificultades, manifestando un testimonio genuino al pueblo de Dios.



[1] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2010. Realizó estudios en Formación Sacerdotal en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde también obtuvo una licenciatura en Teología Espiritual. Posteriormente obtuvo una licenciatura en Psicología en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma; actualmente es formador en el Seminario de Guadalajara.

[2] Francisco, Domingo de la Palabra de Dios, Angelus del 21 de Enero del 2024.

[3] Conferencia de Prensa de presentación del Año de Oración en preparación al Jubileo 2025 y de la serie Apuntes sobre la Oración del 23 de Enero del 2024.

[4] Francisco, Carta del santo padre francisco a los sacerdotes en el 160° aniversario de la muerte del cura de Ars del 4 de Agosto del 2019.

[5] Cf. San Juan Pablo ii, Don y Misterio, Ciudad de México, San Pablo, pp. 2-7. 

[6] San Juan Pablo ii, Pastores Dabo Vobis, n. 36.

[7] San Juan Pablo ii, Pastores Dabo Vobis, n. 38.

[8] Congregación para el Clero, Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbiteros, pp. 19-20.

[9] San Juan Pablo ii, Pastores Dabo Vobis, n. 39.

[10] Benedicto xvi, Homilía en la fiesta del sagrado corazón de jesús plaza de san pedro el viernes 11 de junio de 2010.

[11] Catesismo de la Iglesia Católica, n. 89.

[12] Fernández V. M., La crisis cultural y las fragilidades de los sacerdotes de hoy. Estado de situación y pistas de acción, «Pastores», 2019, vol. 1, n. 32.

[13] Francisco, Homilia a los secretarios de los nuncios apostólicos en casa santa Marte el 18 de noviembre del 2016.

[14] San Juan xxiii, Discurso a los sacerdotes y prelados el 12 de marzo de 1959.

[15] Francisco, Homilia a los secretarios de los nuncios apostólicos en casa santa Marte el 18 de noviembre del 2016.

[16] Cf. Oración de Santo Tomás de Aquino, en: Dicasterio para la Evangelización, Camino de oración en preparación para el Jubileo. Camino de oración en preparación para el Jubileo, Roma, 2024, p. 46.

[17] Cf. Aldazabal J., Enseñanos tus caminos 8: ciclo A, España, 2020, pp. 155-157.

[18] Moreno J.L., La luz de los Padres. Temas patrísticos de actualidad eclesial, España, 2005, pp. 83-83.

[19] Francisco, Audiencia general del miércoles 5 de abril de 2017.

[20] Congregación para el Clero, El don de la vocación sacerdotal, n. 93.

[21] Cf. L’Osservatore Romano, Il curato d’Ars modello sacerdotale in un discorso dell’arcivescovo di Milano Giovanni Battista Montini. Ma non si crede a un prete che se la gode, 3-4 agosto 2009.



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