Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

El caso insólito de las cinco sedes provisionales

de la catedral de Guadalajara antes de la definitiva. 1ª parte

 

Tomás de Híjar Ornelas[1]

 

 

Si al tiempo de crear la diócesis Compostelana el 13 de julio de 1548,

a ruegos de Carlos v, el Papa Pablo iii le dio por ciudad episcopal

la Compostela de Indias, capital del reino de la Nueva Galicia,

sus obispos jamás despacharon en ella sino en Guadalajara,

de modo que cuando en 1560 se hizo el cambio oficial

ya habían hecho las veces de catedral provisionales

dos edificios nada sólidos y todavía funcionarán

otros tantos antes del estreno de la definitiva,

en 1618. De todo ello aquí se da cuenta.[2]

 

 

 

…porque sería cosa monstruosa regir Iglesia y poner pastor

donde no hay ovejas que guardar ni apacentar…

Pedro Gómez Maraver

 

 

Introducción

 

La hoy arquidiócesis de Guadalajara, creada por el Papa Pablo iii el viernes 13 de julio de 1548, mediante la bula Super specula militantis Ecclesiæ, tuvo como nombre primitivo Iglesia compostelana. Los setenta años siguientes, hasta 1618, no contó con una sede catedralicia definitiva. A cambio de ello tuvo cinco provisionales: el templo parroquial de Santiago Apóstol en Compostela, el parroquial de San Miguel Arcángel en Guadalajara; una ‘iglesia chica’, que reemplazó, ampliándola, a esta última; un ‘xacal grande’, erigido en la manzana situada frente al lugar que hoy se ve saliendo por la puerta norte de la catedral definitiva, y otra ‘de terrado’, que sustituyó al recinto que consumió un incendio voraz en 1574.

Hasta bien entrado el siglo xvii la circunscripción del obispado de Guadalajara abarcó una superficie de un millón y medio de kilómetros cuadrados, superando con creces al Reino de la Nueva Galicia por la parte noroeste según se agregaron hacia ese viento los territorios de Sinaloa, Sonora, la Nueva Vizcaya, las Californias Baja y Alta, Nuevo México, Texas y Nuevo León.[3] En contraparte, durante todo el siglo xvi el número de sus feligreses no fue mayor a algunos cientos bautizados, a diferencia de los gentiles, dispersos aquí y allá en esa inmensidad de Aridoamérica.

La evangelización del Nuevo Mundo fue zigzagueante. Comenzó en 1493 con el arribo a las islas caribeñas del benedictino catalán Bernardo Boyl, nombrado visitador y delegado apostólico. Se formalizó en 1504, al tiempo que la Santa Sede creaba la competencia jurisdiccional eclesiástica desde la Iglesia metropolitana de Sevilla,[4] de la que desmembró la arquidiócesis de Yaguata con las sufragáneas de Magua y Baynúa, en la isla La Española,[5] fundaciones que no prosperaron. Habrá que esperar al año de 1511, cuando se erijan los obispados del Caribe: Santo Domingo, Concepción de la Vega y San Juan de Puerto Rico.

Las grandes etapas de esta fase germinal fueron el anuncio de la fe cristiana entre quienes nada sabían de ella y la creación, para atender tanto a los neófitos como a los cristianos ‘viejos’, de obispados en las tierras de misión, lance que así recuerda J. H. Parry:

 

Las intenciones finales de la política real eran muy claras: tan pronto como la conquista armada de un territorio estuviese completa, una burocracia judicial y eclesiástica asumiría la supervisión de su gobierno para amoldar y educar a los nativos […] [6]

 

Mucho facilitó esta obra un pequeño pero cualificado grupo de misioneros, que sostenidos en lo material y en lo jurídico por el Rey, se entregaron a una labor que a la postre consolidó la expansión de los dominios de España en el macizo continental americano.[7] No menor al mérito de los frailes debió ser la participación de un número ingente de catequistas indios, quienes consolidaron los asentamientos urbanos recién fundados: pueblos, villas, barrios, aldeas y caseríos, cada uno con su templo y hospital, sostenidos por sus autoridades administrativas propias: gobernadores, alcaldes e indios principales, electos en apego a las costumbres amerindias, pero también por la diligencia de mayordomías y cofrades.[8]

 

1.    La Iglesia Compostelana

 

El territorio del obispado que terminará por llamarse de Guadalajara hasta finales de 1531 dependió en lo eclesiástico, acabamos de señalar, de la arquidiócesis de Sevilla; hasta 1535 a la de México y hasta 1548 a la de Michoacán.[9] Ocupa el lugar xxiv entre las treinta y una Iglesias particulares creadas en América durante el siglo xvi.[10]

El obispo de Michoacán don Vasco de Quiroga consintió de buen grado en la desmembración de su obispado de la comarca neogallega,[11] gestionada desde 1543 por los ayuntamientos de Compostela, Guadalajara, Purificación y Culiacán, quienes para acelerar el proceso habilitaron ante la Corte dos personeros, Hernando Bermejo y Gonzalo López, con la encomienda de suplicar al monarca “señalar y nombrarnos prelado y pastor”, porque

 

 […] no hay monasterio de frailes de ninguna orden, sino sólo una de franciscanos, y éstos no osan a visitar la tierra, y los naturales tienen muy grande necesidad de que los impongan en las cosas de nuestra santa fe católica; y vuestra Majestad sea servido de mandar al gobernador, si hubiere de hacer el repartimiento, señale un pueblo, de los que se hubieren de repartir, para el servicio del prelado que fuere servido vuestra Majestad de darnos, como lo tienen en la Nueva España, los obispos de México y Michoacán […] [12]

 

Repasando lo leído, subrayemos por un lado la queja en contra el supuesto desinterés de don Vasco de Quiroga por la cura de almas de esta comarca[13] y por otro el cambio de era, del predomino de los frailes de la Custodia de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán a la del establecimiento de una Iglesia diocesana en una comarca donde la presencia de los misioneros franciscanos fue menguada.

Lo anterior parece desdecir el protagonismo de los miembros de esta familia religiosa en lo tocante a la cristianización de los pueblos de indios asentados en la Nueva Galicia;[14] sin embargo, no se olvide que estas líneas fueron redactadas inmediatamente después de la guerra chichimeca, la cual supuso la destrucción de casi todos los asentamientos urbanos de indios fundados entre 1531 y 40, trajín en el que murieron centenares de ellos y fueron asesinados varios frailes.[15]

Considerando, pues, que la desbandada de los pueblos congregados fue mucha[16] y que la experiencia indujo a los franciscanos a no comprometer a su personal de forma excesiva en la atención de las doctrinas de indios, su cautela no parece merecedora de todo el reproche de las autoridades civiles.[17]

La reticencia de los franciscanos patenta, por otro lado, las rispideces que sobrevendrán durante la secularización de las parroquias de indios y el revocamiento gradual de las concesiones regias y pontificias inicialmente otorgadas a los misioneros para facilitar su tarea. Justo es reconocer que el uso de tales privilegios dio pie al menoscabo de la autoridad episcopal e indirectamente indujo a la conformación de un clero diocesano, que según se pudo se fue haciendo cargo de la atención permanente de las parroquias de la diócesis.[18]

A la guerra de los peñoles atribuyamos la descripción sombría que hace de la comarca y su vecindario apenas comenzando su gestión el primer obispo efectivo de la diócesis compostelana, don Pedro Gómez Maraver, testigo ocular de los efectos inmediatos al desmantelamiento de las urbanizaciones que al son del calabazo propiciaron entre sus mismos coterráneos los insumisos, al grado de provocar el despoblamiento de todas las comunidades, al grado que

 

 […] quemaron las iglesias y templos que habían hecho para honra del culto divino y [en] algunas de ellas sembraron maíz por más oprobio y menosprecio, lo cual este testigo vio; y profanaron muchas imágenes y ornamentos y otras cosas sagradas, y menospreciaron al Santísimo Sacramento del altar y martirizaban [a] los ministros y frailes que les enseñaban procuraron [la] destrucción de la Iglesia y muerte universal de todos los españoles…[19]

 

Irónicamente, lo más del tiempo de su breve gestión episcopal lo empleará Gómez Maraver no en restañar heridas y evangelizar, sino en el engorroso litigio con su par de Michoacán, para obtener el cambio de la sede del obispado, que don Vasco quiso siempre estuviera en Compostela y no en Guadalajara, donde Gómez Maraver residió y despachó.[20]

 

1.1 Compostela de Indias

 

Dice Mota Padilla que en el año de 1544 el monarca español remitió a la Santa Sede la solicitud de erección del obispado de la Nueva Galicia, pidiendo, además, que la silla “estuviese en Compostela, como capital por entonces, del reino, y que fuese sufragáneo del de México”.[21]

En tal coyuntura se apoyó el pastor michoacano para justificar su obstrucción al proyecto de cambio de sede de la nueva diócesis, tal y como lo declararon diversos testigos de los hechos:

 

“…después que el gobernador Nuño de Guzmán dio fin a la conquista deste reino, dejó pobladas e fundadas las villas de San Miguel de Culiacán y Chiametla, e con el restante de la gente vino a poblar esta cibdad de Compostela, y envió a poblar la cibdad de Guadalajara y las villas de la Purificación y del Valle de Ostotipá, y por le parecer que esta cibdad [de Compostela] estaba en comarca, la nombró por cabeza e hizo en ella su asiento, y pidió de los oficiales de vuestra Majestad residiesen en ella a causa de unas minas que se descubrieron, de oro, a tres leguas desta cibdad”.[22]

 

 El conquistador Alonso Valiente evoca que

 

…al principio Nuño de Guzmán pobló esta cibdad [Compostela] por mejor e de las más honrada gente que con él vino, e después, con el tiempo, se ha venido a conocer no ser nada e se han apocado los naturales y se ha poblado la cibdad de Guadalajara y es un pueblo muy abundante e de gran comarca, mucha poblazón de gentes, arrodeada de muchos pueblos y minas, y es la mejor cosa del reino muy bastada e bastante a sustentar e iglesia catedral e audiencia e caja…[23]

 

Juan Paniagua, por su parte, dice que “cuando esta cibdad [Compostela] se pobló, se tuvo por lo mejor y se tuvo que poner aquí la Audiencia, e agora que se han ido conociendo las cosas, se ve ser cosa muy buena y lo principal la dicha cibdad de Guadalajara”.[24]

Es legítimo creer que el obispo de Michoacán no sólo le incomodara la cercanía de Guadalajara con los límites de su obispado, que entonces se extendía casi hasta las goteras del valle de Atemajac y a escasas leguas del vaso lacustre de Chapala, cuya ciénaga, además de formar parte de su jurisdicción, resultaba ser un entorno natural privilegiado y de densa demografía; a un visionario como él debía interesarle que la instalación del obispado en Compostela abriría en un futuro una ruta de evangelización y poblamiento en los territorios del norte que lindaban con el océano Pacífico.[25] Sin embargo, los asentamientos de naturales alrededor de Compostela: Xalisco, Tepic, Xala, Ahuacatlán, Suchil,[26] Sentispac, Tetitlán, valle de Banderas, Ixtlán y Hostotipaquillo, entre todos apenas sumaban cuatro mil almas.

A Gómez Maraver le faltó vida para finiquitar el engorroso litigio. Lo concluyó su sucesor fray Pedro de Ayala, que aún tomó posesión de su diócesis en Compostela, adonde compareció el 12 de febrero de 1560 para presentar ante los oidores mayores de la Audiencia de la Nueva Galicia la real cédula suscrita por la princesa Juana de Austria que le habilitaba como obispo electo de la diócesis, pero no bien lo hizo, volvió sobre sus pasos y desde Guadalajara se adhirió a quienes pedían el traslado de las sedes del gobierno civil y eclesiástico a esta ciudad.

Al respecto, el guardián del convento de Xalisco, fray Francisco de Tapia, declaró los motivos por los cuales Guadalajara servía, en la práctica, como sede episcopal, pues él “[…] sabe es verdad que la iglesia de este obispado está asentada en la ciudad de Guadalajara […] que es la mejor [ciudad] de este reino, y poblada de mucha gente española […]”.[27] De Compostela, en cambio, afirma que es “[…] comarca de gente flaca y de costa y tierra caliente y en sí malsana; en la cual, en Dios y en su conciencia, le parece no conviene asentarse la Silla […]”. Como argumentos de peso, alude al raquítico número de sus habitantes y de que ya bastantes fatigas tienen éstos con sostener a la Real Audiencia como para recibir el gravamen de una sede episcopal. Hasta para la atención espiritual de esta feligresía bastan, dice “[…] las guardianías que en ellas están pobladas […]”,[28] y que también convendría que “[…] la Real Audiencia de ella se mudase porque, haciéndose así, quedarán muy descansados y sobrellevados los dichos naturales, e aún habría más lugar para darles doctrina […]”.[29]

Otros testimonios añaden a lo dicho la carencia de infraestructura de Compostela para acoger a los visitantes, pues

 

…no hay bastimentos ni comarca donde se compren […] ni se halla en él posadas ni hay mesón ni quien sea mesonero, y los pasajeros y negociantes padecen graves necesidades e pasaran mayores si los oidores e otras personas, oficiales y vecinos, no los albergasen, y para venir a él se pasan muy malos caminos.[30]

 

Finalmente, los mismos oidores consideran legítima la petición del traslado toda vez que

 

 […] esta comarca es de pequeña suma de gente y en ella podrá haber la cantidad de naturales que en la dicha relación se contiene; y está arrimada a la mar, apartada del trato, concurso y conversación de la gente, falta de comida y de lo necesario, tierra caliente y de costa, y que siempre va a menos y apocándose los naturales, y se apocarían mucho más, y aun se acabarían, habiéndose de ayudar de ellos para sustentar esta ciudad, aunque del todo se quisiesen relevar; y si en esta ciudad se mandase asentar silla, Audiencia e Caja, en ninguna manera se podrían ni pueden sustentar, ni tienen comarca para ello […] [31]

 

Hay otro factor no menos abrumador para el sostenimiento de una sede catedralicia de Compostela: no hay rentas eclesiásticas en esa región, de modo que la cantidad percibida por el cobro del diezmo,[32] tributo vital para el sustento del cabildo eclesiástico y de los gastos del culto catedralicio, “viene a ser poquísima e que ni hay para prelado, clérigos ni iglesias”. Añádase, para redondear el cuadro, que la lejanía de las parroquias eximiría al “ […] prelado del concurso y golpe de la gente, e a do conviene la doctrina, e a que aún no alcanza a ello y se esté encerrado en un rincón apartado […] ”, o bien, orillándolo a […] andar siempre fuera de su iglesia e asiento, e andar desasosegado y dejar lo mucho y principal por lo poco e accesorio, y poner mucho recaudo a donde basta poco, y que por ponerlo en lo poco, se deje de poner en lo mucho […] ”.[33]

Por ese motivo, al creer del todo empantanadas las gestiones para obtener del Rey el traslado de la catedral a Guadalajara, el cabildo edilicio de la misma le propuso, el 04 de marzo de 1560, que de persistir la sede episcopal en Compostela convendría que la catedral no se mude allá, como lo piden algunos compostelanos deseosos de atraer con la presencia de la Mitra viajeros y negocios a su comarca, sino que se dejen a ese obispado las provincias que lindan con el Pacífico y se erija una diócesis que sí tenga a Guadalajara por asiento.[34]

 

1.2 El culto jacobeo

 

Antes de retomar lo tocante a la resolución de este conflicto, se impone dedicar al culto jacobeo algunos párrafos, cuyo relieve indiscutible en la obra de la evangelización no fue ajeno al título prístino de la primera catedral, la compostelana, de la diócesis que Gil González Dávila llama “Iglesia de Santiago de la Ciudad de Guadalajara”,[35] y del culto venidero en la catedral definitiva.

La devoción al santo patrono de España en esta parte del mundo está unida, primeramente, a la denominación de ‘Nueva Galicia’ que se le dio al cauro de la América septentrional.[36] Las semejanzas no pueden ser más obvias: así como la Galicia peninsular toca las lindes del océano ignoto, así, el noroeste americano era el fin de la tierra conocida. Y si neogallega era la comarca, compostelana debería ser su capital. La “ciudad” de Santiago de Compostela en las Indias, fue fundada, a decir del cronista Tello, entre el 23 y el 26 de julio de 1532, en el marco de una parafernalia así descrita:

 

Al ruido de mosquetes, arcabuzes y tiros de frulera resplandecían los arneses, lozaneábanse y hacían visos las plumas con el aire; las caballos enjaezados y encubertados con caireles de seda y oro, se iban engrifando, y todos iban apellidando a Santiago y al Rey de Castilla. Pregonándose las mercedes que su Majestad hacía a aquella ciudad y reino con título de Nueva Galicia y Compostela…

El otro día, que era el de Santiago, llevó el pendón a la iglesia el Gobernador, alcaldes, regimiento y todos los demás castellanos, con la mesma solemnidad que el día antes, y ante el escribano del cabildo y en manos del sacerdote, prometieron e hicieron juramento que todos los años [y] perpetuamente sacarían el pendón de la ciudad desde las casas de Cabildo, y se llevarían a la iglesia mayor, habiendo andado por toda la ciudad, a las primeras vísperas y a misa, a lo cual se obligaban a asistir la justicia y Regimiento; y recibieron por patrón de la ciudad y reino, al glorioso apóstol Santiago.[37]

 

Pero ¿qué fue de esta fundación? Le ocurrió lo mismo que a otras erigidas por don Nuño: no prosperó en su emplazamiento original. A la vuelta de pocos años, en 1540, Cristóbal de Oñate, olfateando el riesgo de que los indios tecoxines se adhirieran a sus congéneres de Hostotipac, secuaces de la insurrección chimalhuacana, determinó el traslado de la Compostela, aledaña a Tepic, a un sitio más favorable para evitar cualquier intento de sedición, el Valle de Coactlán –riñón de los Tecoxines–, “para sujetallos”.[38]

La vocación jacobea de la diócesis y de la catedral estuvo aparejada al nombramiento episcopal de don Pedro Gómez Maraver, expedido a mediados de mayo de 1548, donde leemos que

 

La Cesárea y Católica Majestad [Carlos v] enriqueció con título de ciudad a un pueblo llamado Compostela, en Nueva Galicia, que se encuentra en la provincia de la Nueva España, y lo constituyó con autoridad apostólica, para siempre erigió e instituyó ciudad que se llama Compostela, y en ella, una Iglesia catedral que ha de llamarse bajo la invocación de Santiago de Compostela, para un obispo que debe llamarse compostelano, que presida la misma Iglesia, y en ella […] predique la Palabra de Dios […] [39]

 

Ahora bien, si ocioso resulta abundar en el significado y la importancia que tuvo el culto jacobeo en el proceso de la reconquista de la península ibérica a partir del siglo xiii, relevante nos parece insinuar que en las tierras americanas esta devoción sólo se ha estudiado parcialmente, desde una interpretación de los hechos repetida hasta la saciedad, que apenas tomando en cuenta la sensibilidad de los indios conquistadores, la minimiza conjeturando que

 

 […] la imagen de Santiago se exporta al Nuevo Mundo como extensión de un discurso medieval que ha ido desapareciendo de la península, pero que intenta mantener a toda costa el ideal de la cruzada cristiana en los nuevos territorios. La mentalidad de la Conquista se reviste de una exaltación manipuladora del cristianismo en la que el otro en este caso, el amerindio –como anteriormente lo fue el moro– constituye el reflejo invertido de la auto–imagen cristiana […] estos símbolos de destrucción, canalizados por los vencidos amerindios, sirvieron para forjar la imaginación de otros creadores de fronteras, primero mestizos y después criollos, quienes supieron instrumentalizar los símbolos cristianos y las leyendas piadosas mediante un proceso de reciclaje y resemantización.[40]

 

Según este planteamiento, pues, la capacidad guerrera atribuida a Santiago en España durante la reconquista peninsular se extenderá a los expedicionarios peninsulares en el Nuevo Mundo, legitimando con su potencial sagrado la ocupación del continente, y afianzando en la hierofanía del fenómeno santiaguista la identidad mestiza y criolla.[41]

Nos extraña, empero, que quienes esgrimen este argumento no se molesten en explicarnos cuáles pudieron ser las herramientas de propagación usadas por los frailes y encomenderos de la primera mitad del siglo xvi, para arraigar entre los naturales uno de los elementos constitutivos de la religiosidad popular indocristiana. En contraparte, nadie se detiene a considerar que las prácticas religiosas de los indios ‘conquistadores’ se hizo especialmente devota del santo patrono de los españoles en cuanto “conquistador”, habiendo ellos tomado parte en el nutrido contingente de expedicionarios que luego de la guerra del Mixtón y hasta el momento de fundarse los pueblos–frontera, llegó a estas tierras con el ánimo de establecerse en los territorios neogallegos, con el compromiso de mantener a raya a los chichimecas.

Consideramos, pues, que a diferencia de otras partes, en la Nueva Galicia no fueron los peninsulares ni los frailes de la primera generación, sino los indios 'conquistadores', los que subsumieron el culto jacobeo perpetuándolo en su iconografía ecuestre y dándole culto merced a hermandades creadas para solemnizar su fiesta litúrgica mediante cuadros dancísticos ajenos totalmente a la legendaria batalla de Clavijo[42] y sí, en cambio, evocadores de la hazaña que ellos mismos encabezaron al repoblar estos lares y ejercer potestad sobre los lugareños.

Afirmamos, pues, que el culto neogallego al Santiago que algunos contemporáneos apodan 'mataindios',[43] más que una resemantización y funcionalidad sacra de un símbolo hispánico es una proyección del indio conquistador de la primera mitad del siglo xvi, que flecha en mano tomó posesión del ejercicio de la autoridad sobre los habitantes de los pueblos vueltos a fundar después del armisticio del Mixtón. Con esta perspectiva, creemos que dicho culto jacobeo, desarrollado sobre todo en los linderos con los chichimecas que van de Juchipila y Colotlán hasta el cañón de Bolaños, fue un argumento cultural para convalidar la autonomía jurisdiccional de las ‘repúblicas’ de indios ejercida durante dos siglos, hasta las reformas borbónicas y la privatización de las tierras comunales consumada por el liberalismo decimonónico.

Que en la Nueva Galicia pesara menos la imposición del culto jacobeo a los indios sojuzgados y pudiera más la adaptación que de él hicieron los indios tlaxcaltecas, chalcas, mexicas, matlazincas, purépechas y tonaltecas y su linaje,[44] lo advertimos en la custodia celosa que de dicho culto hicieron,[45] cuyo fasto era tal que a mediados del siglo xviii, Mota Padilla, siguiendo de cerca a Tello,[46] lo justifica diciendo que entre los indios

 

Divulgose haber sido Santiago el que capitaneó a los primeros que subieron al Mixtón, lo que se confirmó con no haber ninguno de los soldados en la ocasión jactádose de ser el primero que halló la vereda, ni ser el que llamó a Romero y a los otros cinco que le siguieron; y el P. Fr. Antonio Tello dice: que en memoria del beneficio edificó el padre Segovia una capilla en dicho peñol dedicada al glorioso Santiago, como la primera que por semejante beneficio fabricó en Tonalá […] [47]

 

El culto jacobeo pervivirá en la catedral definitiva de Guadalajara, en uno de cuyos altares laterales, el de san Pedro, se venera la escultura del hermano de Juan e hijo del Zebedeo; también a él quedó advocada la torre sur del recinto, que hasta el seísmo de 1818 estuvo coronada por una escultura del santo.[48]



[1] Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara y Director de su Boletín Eclesiástico.

[2] El material que aquí se ofrece, retocado, lo publicó Arturo Camacho (coord.), como primer capítulo del libro colectivo La Catedral de Guadalajara. Su historia y significados, t. i, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, 2012.

[3] Lindaba al suroeste con el obispado de Michoacán, al occidente, con el océano Pacífico, y al norte no tenía límite definido, lo cual lo hacía inconmensurable.

[4] Cfr. Actas del simposio Sevilla, Iglesia Madre de las Antillas, Arzobispado de San Juan de Puerto Rico-Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, San Juan de Puerto Rico, 2005, 120 pp.

[5] De la Hera, Alberto, “La creación de las primeras diócesis americanas”, en Memoria del X Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, Volumen 1, Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano, Escuela Libre de Derecho, México, 1995, pp. 587 ss.

[6] Parry, John H., La Audiencia de la Nueva Galicia en el siglo XVI, El Colegio de Michoacán, 1993, México, 1993, p. 34.

[7] En una fecha tan tardía como 1559, los religiosos asentados en la Nueva España no llegaban al número de ochocientos: trescientos ochenta franciscanos en ochenta casas, doscientos diez dominicos, en cuarenta y casi igual número de agustinos en otros tantos conventos. Cfr. Rosenblat, Ángel; Tejera, María Josefina, El español de América, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2002, p. 98.

[8] Mucho se cuestiona en nuestros días la circunstancia de haber servido la evangelización como uno de los argumentos para legitimar, de fuerza o de grado, el traspaso de dominio de los territorios ocupados por los indios a la competencia de España. Sin embargo, justo es admitir que “Con el descubrimiento de América la Iglesia inicia una nueva etapa en la que deja de ser europea para ser poco a poco más universal y más plural en su dimensión cultural. Esta nueva dimensión plantea la necesidad de buscar un lenguaje diversificado para anunciar la Palabra de Dios a todos los pueblos de la Tierra, un nuevo simbolismo para la dimensión sacramental y un nuevo talante en el ministerio pastoral”. Cfr. Prat i Pons, Ramón, La misión de la iglesia en el mundo: ser cristiano hoy, Secretariado Trinitario, Salamanca, 2004, pp. 58-59.

[9] Promovió la creación de la diócesis de Michoacán el oidor don Vasco de Quiroga, al que sorpresivamente el emperador Carlos v presentó al Papa como candidato episcopable. Fue consagrado en diciembre de 1538.

[10] Inmediatamente después de las tres diócesis ya mencionadas -Santo Domingo, Concepción de la Vega y San Juan de Puerto Rico-, se crearon Santa María la Antigua del Darién -trasladada a Panamá- (1513), la abadía nullius de Jamaica (1516), Asunción de Baracoa -removida a Santiago de Cuba- (1518), Santiago de la Florida -o Tierra Florida- (1520), que no fue instalada); la diócesis Carolense (1518) que en la práctica no fue operativa y se convirtió en Tlaxcala-Puebla de los Ángeles (1525), México (1530), la de Coro -en Venezuela-, León -en Nicaragua- y Trujillo -en Honduras- (todas de 1531); la de Santa Marta, Cartagena de Indias y Santiago de Guatemala (1534), la de Antequera-Oaxaca (1535), la de Michoacán (1536), Cuzco (1537), Chiapas -Ciudad Real- (1539), Lima (1541), Quito y Popayán (1546) y Asunción (1547). Después de la compostelana, se crearán las diócesis de La Plata (1552), Santiago de Chile, Vera Paz y Yucatán (1561), Imperial o Concepción (1564), Tucumán (1570), Arequipa y Trujillo (1577) y Manila (1579).

[11] Cfr. Dávila Garibi, José Ignacio, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara (en lo sucesivo AHIG), tomo i, Editorial Cultura, México, 1957, p. 383. Tal es la tesis que aventura José Guadalupe Romero en sus Noticias para formar la historia y la estadística del obispado de Michoacán, presentadas a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en 1860, imprenta de V. García Torres, 1862, y que repiten los demás que han tratado el tema.

[12] Cfr. Tello, Antonio, Crónica miscelánea de la sancta Provincia de Xalisco, libro ii, volumen ii, 1968, Gobierno del Estado de Jalisco, 1968, pp. 383-384. El visitador Lorenzo de Tejeda coincide, en 1545, con este parecer, aunque acota que “Vuestra Majestad debe proveer un obispo, de preferencia un fraile de una de las órdenes en esta provincia, y establecer Audiencia, concediéndole jurisdicción sobre Colima, Zacatula y la provincia de Ávalos, las cuáles marchan con la Nueva Galicia, estando demasiado lejos la Audiencia [de México]”. Citado por Parry, p. 73.

[13] Que el obispo de Michoacán nunca pusiera un pie en el territorio novogalaico ni nadie lo hiciera en su nombre da a entender que poco o nada consideraba de su jurisdicción un territorio anexado a España merced a las felonías de Nuño de Guzmán, quien, contra todo derecho, atormentó y mató al último cazonci purépecha Tzintzicha Tangaxoan, cristiano converso. Cfr. Burnham, Eleonor, et al. Proceso contra Tzintzicha Tangaxoan, el Caltzontzin, formado por Nuño de Guzmán, año de 1530, Porrúa, México, 1952, 68 pp. También: Krickeberg, Walter, Las antiguas culturas mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, p. 361.

[14] Antes que nadie, los franciscanos roturaron el barbecho donde fue depositada la semilla del Evangelio en el Occidente de lo que hoy es México, estableciendo los conventos de Tetlán y Axixic (1531), Zapotlán el Grande (1532), Etzatlán (1534), Tuxpan y El Teúl (1536), Xalisco (1540), Juchipila (1542), Autlán (1546) y Amacueca (1547). Cfr. ahig, t i, p. 283

[15] Entre 1541 y 43, murieron a manos de los indios los frailes Juan Calero, Antonio Cuéllar, Francisco Lorenzo y Juan Francisco, todos ellos del convento de Etzatlán

[16] Para adentrarse en este tema, se puede consultar a ahig, t. i, p. 305 ss.

[17] “Los franciscanos […]  aseguraban al Rey (el 08 de mayo de 1552) que querer sujetar la tierra por la vía de las armas, como lo habían usado sus capitanes, producía tantas muertes y crueldades, por la codicia de los conquistadores, que sería mejor dejarlos que intentar conquistarlos, pues menor número ganado por vía de conquista espiritual valía y se debía estimar en más, por el ejemplo que se daba a los demás y por el servicio a Dios, que muy mayor número por la vía de la conquista armada”. Vid Carrillo Cázares, Alberto, El debate sobre la guerra chichimeca, 1531-1585, vol. i, El Colegio de Michoacán, 2000, p. 197.

[18] Para mejor afianzar lo dicho, téngase en cuenta lo que el primer obispo de Guadalajara pide al Rey en 1551: “ […] he suplicado a vuestra Majestad, que para nuestra ayuda fuese servido, que de los religiosos de san Francisco que con tan santo celo e buen ejemplo nos ayudan, se me di [e]se a [esta] tierra parte de los que vinieron a la Nueva España o que de presente se me den veinte frailes […] ” ahig, t. i, p. 437. Sin embargo, 20 años después, el obispo don Francisco Gómez de Mendiola se vio precisado a excomulgar a algunos religiosos que menospreciaron su jurisdicción. Quejándose de la autosuficiencia insolente de los frailes, los denuncia por decir en público “…que ellos son los obispos y los que ganaron la tierra y a quien se les debe y que no soy parte en los partidos donde ellos están y los proveen a su voluntad y albedrío sin me dar parte en cosa alguna y si quiero entenderlo como a quien toca saber el estado de mis ovejas y el pasto que tienen, no lo consienten y me lo defienden con palabras descaradas y con hechos… Tiénenme usurpadas las personas de mis ovejas y jurisdicción que se me debe por derecho de la cual ellos son incapaces…”. ahig, p. 672. De todo esto habla Traslosheros Hernández, Jorge E. en “La iglesia catedral y la reforma de la Iglesia en el antiguo Michoacán”, Revista Nueva Antropología, abril, año / volumen xiii, número 045, Nueva Antropología, A. C., México, p. 67.

[19] Citado por Román Gutiérrez, José Francisco, Sociedad y evangelización en Nueva Galicia durante el siglo xvi, El Colegio de Jalisco, 1993, p. 165.

[20] A la par del obispado, se creó, poco antes, en enero de 1548, la Audiencia de la Nueva Galicia, con sede en Compostela, constituida con cuatro oidores alcaldes mayores, subordinados a la Audiencia de la Nueva España. Cfr. Parry, p. 73.

[21] Mota Padilla, Matías Ángel, Historia de la conquista de la provincia de la Nueva-Galicia, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1973, p. 198.

[22] Carta al Rey del Ayuntamiento de Compostela, fechada el 01 de noviembre de 1549. Cfr. Instituto Cultural Ignacio Dávila Garibi, de la Cámara de Comercio de Guadalajara, microfilmes del Archivo General de Indias relacionados con Guadalajara (en lo sucesivo icidg: agi, Guadalajara), rollo 5 - 1.

[23] La Caja Real estaba en Zacatecas.

[24] icidg: agi, Guadalajara 5 - 1.

[25] Tal es la opinión que en entrevista directa me trasmitió el doctor Francisco Miranda Godínez, del Colegio de Michoacán, especialista en don Vasco.

[26]En realidad, este, más que un pueblo es un barrio de Ahuacatlán. Cfr. Gerard, Peter, La frontera Norte de la Nueva España, vol. iii, UNAM, 1996, p. 86.

[27] icidg: agi, Guadalajara, 46 - 25.

[28] Ibídem

[29] Id.

[30] Id. “La tierra es laxa y malsana y fragorosa”, dice de Compostela el testigo Bartolomé de Coca en la testimonial que venimos citando.

[31] Id.

[32] El tributo del diezmo gravaba con un diez por ciento las cosechas de los frutos de la tierra y la trasquila del ganado lanar. Estaban exceptuados de pagarlo los pueblos de indios, que lo sustituían con trabajo, mediante la figura del repartimiento. El título xvi del libro I de las Leyes de Indias compiló la legislación relativa al cobro de los diezmos. Cfr. Ybot León, Antonio, La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de Indias, Salvat, España, 1954, p. 317.

[33] Id.

[34] icidg: agi, Guadalajara, 51-25. Cfr. Mota Padilla, Matías Ángel de la. Historia del reino de Nueva Galicia en la América Septentrional, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Universidad de Guadalajara, 1973, p. 198.

[35] Teatro Eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales, tomo I, Diego Díaz de la Carrera, impresor; Madrid 1699, p. 179: “[Guadalajara] tiene iglesia catedral, que se erigió en 31 de julio de 1548, y está dedicada a Nuestra Señora y a Santiago y su templo está en todo punto acabado…”.

[36] La reina Juana firmó la cédula real en Ocaña, el 25 de enero de 1531. El rescripto donde se da el nombre de Compostela a la capital y el de Nueva Galicia a los territorios agregados por Nuño Beltrán de Guzmán a la jurisdicción del trono español.

[37] Calvo, Thomas, Los albores de un Nuevo Mundo, Universidad de Guadalajara, Centre d’etudes mexicaines et centramericaines, México, 1990, p. 56.

[38] Cfr. Tello, citado por Peña Navarro, Everardo. Estudio histórico del Estado de Nayarit: de la conquista a la independencia, Nayarit, 1946, p. 174.

[39]AHIG, t. 1, p. 492.

[40] Cfr. Domínguez García, Javier. Memorias del futuro: ideología y ficción en el símbolo de Santiago Apóstol, Madrid, Ed. Vervuert-Iberoamericana, 2008, p. 25,

[41] Usamos, sin coincidir con él, los términos “mestizo” y “criollo” en los términos que usa el autor antes citado: Op. cit. 26.

[42] Episodio legendario que describe una decisiva batalla contra los musulmanes, que encabezó Ramiro I de Asturias en el año 844 y cuya victoria a favor de los cristianos se atribuyó a la participación milagrosa del apóstol Santiago, que comenzó a representarse como caballero en pleno combate.

[43] Es el caso de Domínguez García, Javier, en “Santiago Mataindios: la continuación de un discurso medieval en la Nueva España”, en Nueva Revista de Filología Hispánica, enero-junio, año/volumen lxiv, No. 1, El Colegio de México, 2006, pp. 33-56, quien tilda de masoquistas a los cultivadores “de un discurso paradigmático impuesto por el colonizador, dando lugar así a la repetición constante de la celebración indígena como una obvia internalización de la ideología de los colonizadores (Santiago machacando a los indios) p. 51.

[44] Louis Cardaillac, siguiendo a Eduardo Williams (Cfr. Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del occidente de México, El Colegio de Michoacán, 1994, p. 368) calcula que serían entre diez mil y sesenta mil los indios que componían el ejército de Mendoza. El desmesurado número da una idea acerca del impacto que tuvieron estos indios 'conquistadores', de los que apenas se ocupa, hasta el día de hoy, ningún investigador. Cfr. Santiago apóstol, el santo de los dos mundos, El Colegio de Jalisco - Fideicomiso Teixeidor, México, 2002, p. 141.

[45] Basta revisar los nombres de los pueblos, la advocación de sus templos y el nombre de muchos de ellos (Santiago o Diego, indistintamente) para constata que hasta el siglo XVII uno de cada cuatro templos estaba dedicado a Santiago. Sintomático es, también, que la danza de los tastoanes subsista hasta nuestros días en Tonalá, Apozol, Juchipila, Moyahua, Nextipac, Santa Ana Tepetitlan e Izcatan, pueblos que fueron de indios y que hace mucho dejaron de serlo. Araceli Campos y Louis Cardillac, en su obra Indios y cristianos. Cómo en México el Santiago español se hizo indio, abordan esta problemática, pero sin involucrarse en una interpretación distinta a la ya descrita. Cfr. Coedición UNAM, Col. Jal, Editorial ltaca, México, 2007. El segundo de estos autores, es, ciertamente, una autoridad en la materia y quién más y mejor ha abordado el problema de la cuestión.

[46] Todo el capítulo CXL de su Crónica miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco, está dedicado a este episodio, según se lee en el título: “En que se trata cómo los españoles vencieron con el ayuda del apóstol Santiago, y de lo que el santísimo y venerabilísimo padre fray Antonio de Segovia trabajó en esta ocasión en reducir a los indios […]  “, Gobierno de Jalisco, UdeG, IJAH -INAH, libro II, vol. II, 1973, pp. 317-323.

[47] Mota Padilla, Historia del Reino…, p. 151.

[48] Consignemos, al menos aquí, que al constituirse, en 1607, una provincia franciscana en el Occidente novohispano, esta llevó por título “de los Santos Francisco y Santiago de Xalisco”.



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco